Capítulo 16

En el que nuestro héroe se enamora. De nuevo.


Cuando se trataba de maquinaciones sociales, Violet Bridgerton llevaba a cabo todo lo que se proponía, y de hecho, cuando Gregory llegó a Hasting House la noche siguiente, su hermana Daphne, la actual duquesa de Hastings, le informó que Lady Lucinda Abernathy asistiría efectivamente al baile.

Se encontró inexplicablemente agradado por el resultado. Lucy lo había mirado tan decepcionada cuando le había dicho que no podía asistir, y en realidad, ¿no podía una muchacha disfrutar una última noche de diversión antes de casarse con Haselby?

Haselby.

Gregory todavía no podía creerlo realmente. ¿Cómo es que no sabía que ella iba a casarse con Haselby? No había nada que él pudiera hacer para evitarlo, y en realidad, no era su deber, pero Dios, se trataba de Haselby.

¿Acaso nadie se lo había contado a Lucy?

Haselby era un compañero absolutamente amable, y, Gregory tenía que aceptar, que tenía un ingenio más que aceptable. No le pegaría, ni sería cruel, pero él no podría… no podría…

No iba a ser un esposo para ella.

El mero pensamiento lo dejaba desolado. Lucy no iba a tener un matrimonio común y corriente, porque a Haselby no le gustaban las mujeres. No de la forma en la que a un hombre le gustaban.

Haselby sería amable con ella, y le proporcionaría una asignación sumamente generosa, que era más de lo que muchas mujeres obtenían en sus matrimonios, sin tener en cuenta las tendencias naturales de sus esposos.

Pero no parecía justo, que de todas las personas, Lucy estuviera destinada para una vida como esa. Ella se merecía mucho más. Una casa llena de hijos. Y perros. Quizás un gato o dos. Parecía ser de la clase que deseaba una colección de animales.

Y flores. En la casa de Lucy habría flores por todas partes, estaba seguro de ello. Peonías de color rosa, rosas amarillas, y esas de pétalos azules que le gustaban tanto.

Delphinium. Eso era.

Hizo una pausa. Lo recordaba. Delphinium.

Lucy podría afirmar que su hermano era el horticultor de la familia, pero Gregory no podía imaginarla viviendo en una casa sin color.

Habría risas, ruido y una espléndida desorganización -a pesar de sus esfuerzos de mantener cada esquina de su vida aseada y organizada. Podría verla fácilmente con el ojo de su mente, preocupándose por pequeñeces y organizando, intentando mantenerlo todo en el horario apropiado.

Eso casi lo hizo reírse con fuerza, solo de pensar en ello. No importaría que una flota de sirvientes desempolvara, enderezara, brillara y barriera. Con los niños nada permanecía en su lugar.

Lucy era una gerente. Eso era lo que la hacía feliz, y ella debía tener una casa para administrar.

Hijos. Muchos.

Quizás ocho.

Echó un vistazo alrededor del salón de baile que estaba empezando a llenarse lentamente. No vio a Lucy, y no había tanta gente como para que pudiera pasarla por alto. Sin embargo, si vio a su madre.

Estaba caminando directamente hacia él.

– Gregory -dijo, extendiendo ambas manos cuando lo alcanzó-. Te ves especialmente guapo esta noche.

Él tomó sus manos y las llevó hasta sus labios.

– Lo dices con toda la honestidad y la imparcialidad de una madre -murmuró él.

– Tonterías -dijo ella con una sonrisa-. Es un hecho que todos mis hijos son sumamente inteligentes y bien parecidos. Si fuera solo mi opinión, ¿no crees que alguien ya me hubiera sacado de mi error?

– Como si alguien se atreviera.

– Bueno, sí, supongo -contestó, manteniendo una impresionante imparcialidad en su rostro-. Pero sería terca e insistiría que el asunto es muy discutible.

– Como desees, Madre -dijo él con perfecta solemnidad-. Como desees.

– ¿Ha llegado Lady Lucinda?

Gregory negó con la cabeza.

– Todavía no.

– No es raro que no la conozca -meditó ella-. Uno podría pensar, que si ella ha estado en la ciudad una quincena ya… Ah, bueno, no importa. Estoy segura que la encontraré agradable, ya que hiciste tanto esfuerzo para garantizar su asistencia esta noche.

Gregory la miró. Conocía ese tono. Era una mezcla perfecta de indiferencia y precisión absoluta, que normalmente utilizaba para sacarle información. Su madre era una maestra en eso.

Y estaba lo suficientemente seguro, de que se estaba tocando el cabello y realmente no lo estaba mirando cuando dijo:

– Dijiste que ustedes fueron presentados mientras visitabas a Anthony, ¿verdad?

No vio ninguna razón para pretender que no sabía lo que le estaba preguntando.

– Está comprometida para casarse, Madre -dijo él con gran énfasis. Y para darle más efecto, agregó-: En una semana.

– Sí, sí, lo sé. Con el hijo de Lord Davenport. Tengo entendido, que es un matrimonio arreglado desde hace mucho tiempo.

Gregory asintió con la cabeza. No podía imaginar que su madre supiera la verdad sobre Haselby. No era un hecho muy reconocido. Había rumores, por supuesto. Siempre había rumores. Pero nadie se atrevía a repetirlos en presencia de las damas.

– Recibí una invitación a la boda -dijo Violet.

– ¿De verdad?

– Me han dicho que será una gran celebración.

Gregory apretó un poco los dientes.

– Ella será una condesa.

– Sí, supongo. No es la clase de cosa que uno puede hacer con frecuencia.

– No.

Violet suspiró.

– Me encantan las bodas.

– ¿En serio?

– Sí. -Suspiró de nuevo, con más drama aún, y no es que Gregory lo hubiera creído posible-. Todo es tan romántico -agregó-. La novia, el novio…

– Entiendo, que ambos son considerados normales en la ceremonia.

Su madre le disparó una mirada malhumorada.

– ¿Cómo pude criar a un hijo tan poco romántico?

Gregory decidió que posiblemente no tenía ninguna respuesta para eso.

– Lo siento por ti, entonces -dijo Violet-. Planeo asistir a la boda. Casi nunca rechazo una invitación a una boda.

Y entonces se escuchó la voz.

– ¿Quién se casa?

Gregory se volvió. Era su hermana menor, Hyacinth. Vestida de azul y metiendo su nariz como de costumbre en todos los asuntos de los demás.

– Lord Haselby y Lady Lucinda Abernathy -contestó Violet.

– Oh sí. -Hyacinth frunció el ceño-. Recibí una invitación. Es en St. George, ¿verdad?

Violet asintió con la cabeza.

– Seguida de una recepción en Fennsworth House.

Hyacinth echó un vistazo alrededor del cuarto. Lo hacía con bastante frecuencia, incluso cuando no estaba buscando a nadie en particular.

– ¿No es extraño que no la conozca? Es la hermana del Conde de Fennsworth, ¿verdad? -se encogió de hombros-. Tampoco es extraño que no lo conozca a él.

– No creo que Lady Lucinda se haya presentado -dijo Gregory-. Por lo menos, no formalmente.

– Entonces esta noche será su debut -dijo su madre-. Qué excitante para todos nosotros.

Hyacinth se volvió hacia su hermano con los ojos bastante afilados.

– ¿Y como te conociste con Lady Lucinda, Gregory?

Él abrió la boca, pero ella estaba diciendo:

– Y no me digas que no la conoces, porque Daphne ya me lo contó todo.

– ¿Entonces por qué me lo estás preguntando?

Hyacinth frunció el ceño.

– Pero ella no me contó como se habían conocido.

– Deberías revisar tu comprensión por la palabra todo -Gregory se volvió hacia su madre-. El vocabulario y la comprensión nunca han sido sus fuertes.

Violet puso los ojos en blanco.

– Todos los días me maravillo de que ustedes dos hayan alcanzado la madurez.

– ¿Temiste que nos matáramos mutuamente? -bromeó Gregory.

– No, pensé que ese era mi trabajo.

– Bien -declaró Hyacinth, como si el último minuto de conversación no hubiera tenido lugar-. Daphne me dijo que ansiabas que Lady Lucinda recibiera una invitación, y Madre, entiendo, que incluso escribiste una nota diciendo lo mucho que disfrutabas de su compañía, lo cual, todos sabemos, es una horrorosa mentira, ya que ninguno de nosotros la ha conocido…

– ¿Alguna vez dejas de hablar? -la interrumpió Gregory.

– No para ti -contestó Hyacinth-. ¿Cómo la conociste? Y para ser más claros, ¿Qué tanto? y ¿Por qué estás tan ávido de darle una invitación a una mujer que se va a casar en una semana?

Y entonces, increíblemente, Hyacinth dejó de hablar.

– Me estaba preguntando lo mismo -murmuró Violet.

Gregory miró a su hermana y a su madre y decidió que no había querido decir la porquería que le dijo a Lucy, de que las familias grandes eran un consuelo. Eran una molestia, una intrusión y un montón de otras cosas, palabras que realmente no podía recordar en ese momento.

Lo cual fue lo mejor, ya que ninguna de ellas probablemente hubiera sido cortés.

No obstante, se volvió hacia las dos mujeres con extrema paciencia y dijo:

– Me presentaron a Lady Lucinda en Kent. En la fiesta de la casa de Anthony y Kate el mes pasado. Le pedí a Daphne que la invitara esta noche porque es una joven amable, y me encontré con ella ayer en el parque. Su tío le ha negado una temporada, y pensé que sería una obra de amabilidad proporcionarle la oportunidad de escaparse por una noche.

Levantó sus cejas, arriesgándose silenciosamente a que le respondieran.

Ellas lo hicieron, claro. No con palabras -las palabras nunca habían sido tan eficaces como las miradas dubitativas que estaban lanzando en su dirección.

– Oh, por el amor de Dios -ladró él-. Está comprometida. Para casarse.

Eso tuvo un pequeño y visible efecto.

Gregory frunció el ceño.

– ¿Aparento estar intentando detener las nupcias?

Hyacinth parpadeó. Varias veces, de la forma en la que siempre lo hacía cuando estaba pensando mucho sobre algo que no era de su incumbencia. Pero para su gran sorpresa, soltó un pequeño hmm de aquiescencia y dijo:

– Supongo que no -le echó un vistazo al cuarto-. Aunque, me gustaría conocerla.

– Estoy seguro que lo harás -le contestó Gregory, y se felicitó, cuando se las arregló para no estrangular a su hermana, por lo menos una vez al mes.

– Kate me escribió que ella es encantadora -dijo Violet.

Gregory se volvió hacia ella, con una sensación de hundimiento.

– ¿Kate te escribió? -Buen Dios, ¿qué le había contado? Ya era suficiente con que Anthony supiera sobre el fiasco con la Srta. Watson -lo había averiguado, por supuesto- pero si su madre lo averiguaba, su vida se convertiría en un completo infierno.

Lo mataría con su bondad. Estaba seguro de eso.

– Kate me escribe dos veces al mes -contestó Violet, con un delicado encogimiento de un hombro-. Me lo cuenta todo.

– ¿Anthony lo sabe? -murmuró Gregory.

– No tengo idea -dijo Violet, dándole una mirada de superioridad-. Eso en realidad, no es de tu incumbencia.

Buen Dios.

Gregory se las arregló para no decirlo en voz alta.

– Debo entender -continuó su madre-, que su hermano fue sorprendido en una posición comprometedora con la hija de Lord Watson.

¿En serio? -Hyacinth estaba observando a la muchedumbre, pero se dio la vuelta por eso.

Violet asintió pensativamente.

– Me había preguntado por qué la boda se había celebrado tan rápidamente.

– Bien, por eso -dijo Gregory, casi como un gruñido.

– Hmmmm -esto, lo hizo Hyacinth.

Esa era la clase de sonido que uno nunca desearía escuchar de parte de Hyacinth.

Violet se volvió hacia su hija y dijo:

– Realmente fue una conmoción.

– En realidad -dijo Gregory, irritándose cada vez más, con cada segundo-, todo fue manejado con discreción.

– Siempre se escuchan rumores -dijo Hyacinth.

– No te sumes a ellos -le advirtió Violet.

– No diré ni una palabra. -Prometió Hyacinth, haciendo un gesto con la mano, como si nunca hubiera hablado de nadie en su vida.

Gregory lanzó un resoplido.

– Oh, por favor.

– No lo haré -protestó ella-. Puedo guardar un secreto, cuando que es un secreto.

– Ah, lo que quieres decir, entonces, ¿es que no posees ningún sentido de la discreción?

Hyacinth entrecerró los ojos.

Gregory levantó las cejas.

– ¿Cuántos años tienen? -los interpuso Violet-. Por Dios, ustedes dos no han cambiado desde que estaban en pañales. Yo medio espero que empiecen a arrancarse los cabellos justo ahora.

Gregory apretó la mandíbula en una línea y miró resueltamente hacia delante. No había nada peor que sentirse pequeño, ante el reproche de la madre de uno.

– Oh, no seas aburrida, Madre -dijo Hyacinth, tomando el regaño con una sonrisa-. Él sabe que solo lo molesto porque lo quiero mucho. -Le sonrió, de forma radiante y calurosa.

Gregory suspiró, porque era verdad, y por qué se sentía de la misma manera, y era, no obstante, agotador ser su hermano. Pero ambos eran mucho más jóvenes que el resto de sus hermanos, y como resultado, siempre habían estado juntos.

– A propósito, él siente lo mismo por mí -le dijo Hyacinth a Violet-. Pero como es un hombre, nunca diría eso.

Violet asintió con la cabeza.

– Eso es cierto.

Hyacinth se volvió hacia Gregory.

– Y solo para ser absolutamente clara, jamás te halaría el cabello.

Seguramente era su señal para alejarse. O perdería su sanidad. En realidad, eso dependía de él.

– Hyacinth -dijo Gregory-. Te adoro. Lo sabes. Madre, también te adoro. Y ahora me marcho.

– ¡Espera! -le gritó Violet.

Se dio la vuelta. Debió haber sabido que no sería fácil.

– ¿Me acompañarías?

– ¿A donde?

– Eh, a la boda, por supuesto.

Dios, ¿qué era ese horrible sabor en su boca?

– ¿La boda de quien? ¿De Lady Lucinda?

Su madre lo miró con los ojos azules más inocentes.

– No querría ir sola.

Él señaló con la cabeza a su hermana.

– Ve con Hyacinth.

– Ella querrá ir con Gareth -contestó Violet.

Gareth St. Clair era el esposo de Hyacinth desde hacia cuatro años. A Gregory le agradaba inmensamente y ambos habían desarrollado una excelente amistad, como para saber que Gareth preferiría echar sus párpados hacia atrás (y dejarlos así indefinidamente) que sentarse en una larga y prologada celebración social todo el día.

Considerando que Hyacinth siempre estaba, cuando no se molestaba en entrometerse, interesada en el cotilleo, lo que significaba que seguramente no desearía perderse una boda de tanta importancia. Alguien bebería demasiado, y alguien bailaría demasiado cerca, y Hyacinth odiaría ser la última en enterarse.

– ¿Gregory? -lo incitó su madre.

– No voy a ir.

– Pero…

– No estoy invitado.

– Seguramente fue un descuido. Uno que estoy segura, podrá ser corregido, después de tus esfuerzos de esta noche.

– Madre, aunque deseo mucho felicitar a Lady Lucinda, no tengo ningún deseo en asistir a la boda de nadie. Esos son asuntos sentimentales.

Silencio.

Nunca era una buena señal.

Miró a Hyacinth. Estaba mirándolo con los ojos abiertos de par en par.

– A ti te gustan las bodas -dijo.

Él gruñó. Parecía ser la mejor respuesta.

– Te gustan -dijo, ella-. En mi boda, tú…

– Hyacinth, eres mi hermana. Eso es diferente.

– Sí, pero también asististe a la boda de Felicity Albansdale, y a otras que recuerdo…

Gregory volvió su espalda hacia ella antes de que hiciera un recuento de sus tonterías.

– Madre -dijo él-. Gracias por la invitación, pero no deseo asistir a la boda de Lady Lucinda.

Violet abrió la boda como si fuera a hacerle una pregunta, pero después la cerró.

– Muy bien -dijo.

Gregory sospechó inmediatamente. Su madre no solía capitular tan rápidamente. Sin embargo, si profundizaba mucho más sus motivos, eliminaría cualquier oportunidad de un rápido escape.

Era una decisión muy fácil.

– Les digo a ambas adieu -dijo.

– ¿A dónde vas? -le exigió Hyacinth-. ¿Y por qué estás hablando en francés?

Él se volvió hacia su madre.

– Ella es toda tuya.

– Si -Violet suspiró-. Lo sé.

Hyacinth inmediatamente se volvió hacia ella.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Oh, por el amor de Dios, Hyacinth, eres…

Gregory se aprovechó de ese momento y se alejó mientras mantenía su atención fijada en todo el mundo.

La fiesta se estaba poniendo más abarrotada, y se le ocurrió que Lucy podía haber llegado mientras hablaba con su madre y su hermana. En ese caso, no estaría muy lejos del salón de baile, y por eso se dirigió hacia la línea de recepción. Fue un proceso lento; él había permanecido en el campo durante un mes, y todos parecían tener algo que decirle, pero nada de eso era remotamente de su interés.

– Que tenga mejor suerte -le murmuró a Lord Travelstam, quien estaba tratando de interesarlo en un caballo, que no podía permitirse el lujo de tener-. Estoy seguro que no tendrá ninguna dificultad…

Su voz se apagó.

No podía hablar.

No podía pensar.

Dios Santo, no otra vez.

– ¿Bridgerton?

Del otro lado del cuarto, justo en la puerta. Tres caballeros, una señora mayor, dos matronas y…

Ella.

Era ella. Y estaba siendo atraído, como si hubiera una soga entre ellos. Necesitaba estar a su lado.

– Bridgerton, es algo…

– Discúlpeme -logró decir Gregory, sobrepasando a Travelstam.

Era ella. Excepto…

Que era una ella diferente. No era Hermione Watson. Era… no sabía quien era; pero podía verle solo la espalda. Pero allí estaba… ese mismo sentimiento espléndido y terrible. Lo aturdía. Lo dominaba. Sus pulmones estaban vacíos. Él estaba vacío.

Y la deseaba.

Era como siempre lo había imaginado -ese mágico y casi incandescente sentido de saber que su vida estaba completa, que ella era la única.

Es solo que había sentido esto antes. Y Hermione Watson no había sido la única.

Dios Santo, ¿un hombre podía enamorarse estúpida e insensatamente dos veces?

¿Acaso no le había dicho a Lucy que fuera precavida y desconfiada, que cuando se sintiera abrumada con un sentimiento como ese, no confiara en él?

Pero aún así…

Allí estaba ella.

Y allí estaba él.

Y todo estaba sucediendo otra vez.

Era como cuando había estado con Hermione. No, era mucho peor. Su cuerpo le picaba; no podía mantener los dedos quietos en sus botas. Quería salir de un salto de su piel, correr a través del cuarto y… solo… solo…

Verla.

Quería que ella se volviera. Quería vele su rostro. Quería saber quien era.

Quería conocerla.

No.

No, se dijo, intentando obligar a sus pies a caminar en otra dirección. Esto era una locura. Debería marcharse. Debería salir inmediatamente.

Pero no pudo. Incluso con cada esquina racional de su alma gritándole que se diera la vuelta y se alejara, se dirigió hacia ese lugar, esperando que se volviera.

Orando para que lo hiciera.

Y entonces ella lo hizo.

Y ella era…

Lucy.

Se tambaleó como si algo lo hubiera golpeado.

¿Lucy?

No. No podía ser posible. Ya conocía a Lucy.

Ella no causaba este efecto en él.

La había visto docenas de veces, incluso la había besado, y nunca se había sentido así, como si el mundo pudiera tragárselo entero sino la alcanzaba y tomaba su mano en la suya.

Tenía que haber una explicación. Se había sentido de esta manera antes. Con Hermione.

Pero esta vez… no era lo mismo. Con Hermione había estado aturdido, nuevo. Había estado la emoción del descubrimiento, de la conquista. Pero ésta era Lucy.

Era Lucy, y…

Todos los recuerdos lo inundaron. La inclinación de su cabeza cuando le explicó el por qué los sándwiches deberían estar apropiadamente ordenados. La deliciosa expresión de irritación de su cara, cuando le había intentado explicar por qué lo estaba haciendo todo mal en su cortejo de la Srta. Watson.

La manera en la que se había sentido tan bien, solo por sentarse en un banco con ella en Hyde Park, para lanzarle pan a las palomas.

Y el beso. Dios bendito, el beso.

Todavía soñaba con ese beso.

Y quería que ella soñara con él, también.

Dio un paso. Solo uno -avanzando hacia delante y a un lado para poder verle bien su perfil. Todo era tan familiar ahora -la inclinación de su cabeza, la forma en que sus labios se movían cuando hablaba. ¿Cómo es que no pudo reconocerla instantáneamente, incluso cuando le miró la espalda? Los recuerdos habían estado allí, guardados en los huecos de su mente, pero no había querido -no se había permitido- reconocer su presencia.

Y entonces ella lo vio. Lucy lo vio. Primero la miró a los ojos, estos se abrieron de par en par y brillaron, luego vio la curva de sus labios.

Ella sonrió. Para él.

Eso lo llenó. Lo llenó, casi a punto de estallar. Solo era una sonrisa, pero era todo lo que necesitaba.

Empezó a caminar. Apenas si podía sentir sus pies, sin tener un control consciente sobre su cuerpo. Simplemente se movió, sabiendo desde lo más profundo de su interior, que tenía que alcanzarla.

– Lucy -dijo, una vez que estuvo a su lado, olvidándose que estaban rodeados de extraños, y mucho peor, de amigos, y él no debía presumir llamarla por su nombre.

Pero nada más se sentía correcto en sus labios.

– Sr. Bridgerton -dijo ella, pero sus ojos dijeron, Gregory.

Y en ese momento lo supo.

La amaba.

Era la sensación más extraña y maravillosa. Era estimulante. Era como si el mundo de repente se hubiera abierto para él. Claro. Lo entendió. Entendió todo lo que necesitaba saber, y estaba justo frente a sus ojos.

– Lady Lucinda -dijo, haciendo una profunda reverencia sobre su mano-. ¿Me concede este baile?

Загрузка...