En el que nuestra heroína le da una breve mirada a su futuro.
Un mes después
La comida era exquisita, los utensilios de la mesa eran magníficos, el ambiente, más allá de lo opulento.
Sin embargo, Lucy, era miserable.
Lord Haselby y su padre, el conde de Davenport, habían venido a cenar a Fennsworth House, en Londres. Había sido una idea de Lucy, un hecho que ahora encontraba dolorosamente irónico. Solo faltaba para su boda una semana, y aún hasta esta noche, no había visto a su futuro esposo. No desde que la boda había pasado de probable a inminente, sin embargo.
Ella y su tío habían llegado a Londres una quincena antes, y después de que habían pasado once días sin haber visto ni una señal de su prometido, se había acercado a su tío y le había preguntado si podían arreglar algún tipo de reunión. Él había parecido más bien irritado, aunque no, Lucy estaba muy segura, porque pensara que su requerimiento era tonto. No, su mera presencia era todo lo que necesitaba para provocarle tal expresión. Se había parado en frente de él, y lo había obligado a levantar la mirada.
Al tío Robert no le gustaba ser interrumpido.
Pero aparentemente entendió la sabiduría en permitir que una pareja prometida compartiera unas palabras antes de encontrarse en una iglesia, ya que había dicho lacónicamente que se encargaría de hacer los arreglos.
Manteniendo a flote su pequeña victoria, Lucy le había preguntado si podía asistir a uno de los muchos eventos sociales que se estaban llevando a cabo prácticamente al frente de su casa. La temporada social de Londres había empezado, y todas las noches Lucy se quedaba de pie frente a la ventana, mirando como rodaban los carruajes elegantes. Una vez, se había celebrado una fiesta en St. James Square, justo en frente de Fennsworth House. La fila de carruajes había serpenteado alrededor de la calle, y Lucy había apagado las velas en su cuarto para que su silueta no se proyectara en la ventana, mientras observaba los eventos. Varios de los invitados se habían impacientado con la espera, y dado que el clima era tan agradable, se habían desembarcado al lado de su calle y habían caminado el resto del camino.
Lucy se había dicho que solamente quería ver los vestidos, pero en su corazón sabía la verdad.
Estaba buscando al Sr. Bridgerton.
No sabía lo que podría hacer si realmente lo viera. Apartarse de su vista, suponía. Él tenía que saber que esta era su casa, y seguramente tendría curiosidad de mirar la fachada, incluso si su presencia en Londres no era un hecho muy conocido.
Pero él no asistió a esa fiesta, y si lo hizo, su carruaje lo había depositado justo en frente del umbral.
O quizás él no estaba en Londres. Lucy no tenía ninguna forma de saberlo. Estaba atrapada en la casa con su tío y su envejecida y ligeramente sorda tía Harret, que había sido traída por cuestiones de conveniencia social. Lucy salía de la casa para viajar a donde la costurera y para pasear en el parque, pero a excepción de eso, estaba completamente sola, con un tío que no le hablaba y una tía que no podía escucharla.
Así que generalmente no tenía a nadie con quien hablar. Sobre Gregory Bridgerton o cualquier otro asunto.
Incluso en la extraña ocasión en la que veía a alguien que conocía, no podía preguntarle por él de buenas a primeras. Las personas pensarían que estaba interesada, lo cual, por supuesto era cierto, pero nadie, absolutamente nadie, debía saberlo.
Iba a casarse con otra persona. En una semana. Y aun cuando no fuera así, Gregory Bridgerton no le había mostrado ninguna señal de que podría estar interesado en ocupar el lugar de Haselby.
La había besado, era verdad, y había parecido preocupado por su bienestar, pero si era de los que creían que un beso exigía una propuesta de matrimonio, no le había hecho ninguna indicación. No había sabido que su compromiso con Haselby había sido arreglado -no cuando la había besado, y tampoco a la mañana siguiente cuando habían estado torpemente de pie en el camino. Solo había creído que estaba besando a una muchacha quien estaba completamente sin compromiso. Uno simplemente no hacía tal cosa, a menos que estuviera listo y deseoso de caminar hacia el altar.
Pero no Gregory. Cuando ella finalmente se lo había contado, no había parecido herido. Ni siquiera ligeramente perturbado. No había habido ninguna suplica para reconsiderar, o para intentar encontrar una forma para salir de eso. Todo lo que vio en su cara -y ella lo había mirado, oh, como lo había mirado- fue… nada.
Su cara, sus ojos -se habían visto casi vacíos. Quizás un toque de sorpresa, pero no sufrimiento ni alivio. Nada que le indicara que su compromiso significaba algo para él, de una u otra manera.
Oh, ella no creía que fuera un sirvenguenza, y estaba bastante segura que se hubiera casado con ella, si hubiera sido necesario. Pero nadie los había visto, y de ese modo, para el resto del mundo, eso nunca había pasado.
No había consecuencias. Para ninguno de los dos.
¿Pero no hubiera sido agradable si él hubiera parecido un poco disgustado? La había besado y la tierra había temblado -seguramente él también lo sintió. ¿No debería él haber querido más? ¿No debería, haberla querido, sino era para casarse, entonces por lo menos para la posibilidad de seguir haciendo eso?
Pero en su lugar le había dicho, «le deseo lo mejor», y eso había sonado tan definitivo. Cuando había estado allí, mirando como sus baúles eran cargados en el carruaje, había sentido como su corazón se rompía. Lo había sentido, en su pecho. Eso había dolido. Y cuando se alejó, todo fue mucho peor, ya que sentía como si su pecho se apretara y exprimiera hasta que pensó que quedaría sin aliento. Había empezado a moverse más rápidamente -tan rápido como podía, mientras seguía caminando normalmente, y entonces finalmente dio vuelta en una esquina y se derrumbó en un banco, dejando que su cara cayera desvalidamente entre sus manos.
Y rezó para que nadie la viera.
Había querido mirar hacia atrás. Había querido robarle una última mirada y memorizar su postura -esa manera singular de apoyarse cuando estaba de pie, con las manos en la espalda, las piernas ligeramente apartadas. Lucy sabía que cientos de hombres asumían la misma postura, pero en él, era diferente. Él podía estar mirando en otra dirección, a metros y metros de distancia, y ella podría identificarlo.
También caminaba diferente, un poco desenvuelto y tolerante, como si una pequeña parte de su corazón todavía tuviera siete años. Se notaba en sus hombros, quizás en las caderas -era la clase de cosas que casi nadie podría notar, pero Lucy siempre le había prestado atención a los detalles.
Pero no había mirado atrás. Eso hubiera sido peor. Él probablemente no estaba mirándola, pero si lo estaba… y la veía dándose la vuelta…
Eso podría haber sido devastador. No estaba segura del por qué, pero lo hubiera sido. No quería que él la mirara a la cara. Había logrado permanecer serena en toda su conversación, pero una vez se había dado la vuelta, había sentido el cambio. Sus labios se habían apartado, y había tomado una enorme inspiración, como si se todo el aire se hubiese salido de sus pulmones.
Fue horrible. No quería que la viera así.
Además, él no estaba interesado. Había hecho de todo menos caerse de bruces, para disculparse por el beso. Sabía lo que tenía que hacer; la sociedad lo dictaba (sino era eso, entonces era un rápido viaje hacia el altar). Pero eso dolía al mismo tiempo. Quería pensar que él había sentido una diminuta fracción de lo que ella había sentido. Y no es que algo pudiera salir de eso, pero la habría hecho sentir mejor.
O quizás peor.
Y al final, eso no importaba. No importaba lo que su corazón supiera o no supiera, porque no podía hacer nada con eso. ¿Qué gracia tenían los sentimientos si uno no podía usarlos en un fin tangible? Tenía que ser práctica. Eso es lo que ella era. Era su única constante en un mundo que giraba demasiado rápidamente para su consuelo.
Pero aún -aquí en Londres- quería verlo. Era tonto y estúpido, seguramente era algo desaconsejable, pero lo quería de todos modos. Ni siquiera tenía que hablar con él. De hecho, probablemente no podría hablar con él. Pero un vistazo…
Un vistazo no le haría daño a nadie.
Pero cuando le había preguntado al tío Robert si podía asistir a una fiesta, se había negado, declarando que no tenía sentido perder tiempo o dinero en la temporada, cuando ya estaba en posesión del resultado deseado -una propuesta de matrimonio.
Además, le había informado, Lord Davenport deseaba que Lucy fuera presentada en sociedad como Lady Haselby, no como Lady Lucinda Abernathy. Lucy no estaba segura del por qué eso era importante, especialmente varios miembros de la sociedad ya la conocían como Lady Lucinda Abernathy, tanto los de la escuela y el «pulimento», que ella y Hermione habían sufrido esa primavera. Pero el tío Robert le había indicado (en su inimitable manera, en otras palabras, el decir algo sin palabras) que la entrevista había terminado, y estuvo listo para volver su atención a los papeles que estaban en su escritorio.
Por un breve instante, Lucy se quedó en el lugar. Tal vez si decía su nombre, él podría levantar la mirada. O quizás no. Pero si lo hacía, su paciencia podría estar a punto de acabar, y se sentiría disgustada, y no recibiría ninguna respuesta a sus preguntas, de todos modos.
Así que solo asintió y salió del cuarto. Aunque solo el cielo sabía por qué, se había molestado en asentir. El tío Robert nunca la miraba, una vez que la despedía.
Y ahora aquí estaba, en la cena que había pedido, y deseando -fervientemente- que nunca hubiera abierto su boca. Haselby estaba bien, incluso era absolutamente agradable. Pero su padre…
Lucy rezó para que no tuviera que vivir en la residencia de Davenport. Por favor, por favor que Haselby tenga su propia casa.
En Gales. O quizás en Francia.
Lord Davenport había, después de quejarse del tiempo, de la Cámara de los Comunes, y la ópera (los cuales encontraba, respectivamente, lluvioso, lleno de idiotas mal educados, y ¡por Dios ni siquiera está en inglés!) entonces volvió su ojo crítico hacia ella.
Le tomó a Lucy toda su fortaleza, no dar marcha atrás cuando descendió sobre ella. La miró como si fuera un pez con sobrepeso, con los ojos bulbosos y los labios gruesos, carnosos. Verdaderamente, Lucy no se había sorprendido de que él se hubiera arrancado la camisa para revelar sus agallas y escamas.
Y entonces… eeeeuhh… se estremecía de solo recordarlo. Se detuvo cerca de ella, tan ceca que su caliente y rancia respiración resoplaba alrededor de su cara.
Estaba de pie rígidamente, con la postura perfecta que había practicado desde su nacimiento.
Él le dijo que le mostrara los dientes.
Eso había sido humillante.
Lord Davenport la había inspeccionado como si fuera una yegua de cría, ¡incluso sobrepasándose al colocar sus manos en sus caderas para medirlas para el parto potencial! Lucy había quedado sin resuello y había mirado frenéticamente a su tío para que la ayudara, pero él tenía la cara endurecida y estaba mirando fijamente a otro lugar que no era su cara.
Y ahora que se habían sentado a comer…!Dios del cielo! Lord Davenport la estaba interrogando. Le había hecho cada pregunta concebible sobre su salud, de las áreas cubiertas que estaba segura no era conveniente para la compañía mixta, y entonces, solo cuando pensó que lo peor había terminado…
– ¿Se sabe las tablas?
Lucy parpadeó.
– ¿Discúlpeme?
– Sus tablas -le dijo él con impaciencia-. Seis, sietes.
Por un momento, Lucy no podía hablar. ¿Quería que le mostrara sus aptitudes matemáticas?
– ¿Y bien? -exigió él.
– Claro -tartamudeó ella. Miró nuevamente a su tío, pero aún seguía con su expresión de determinado desinterés.
– Enséñeme. -La boca de Davenport se estableció en una firme línea, en sus mejillas flácidas-. Será la del siete.
– Yo… ah… -Absolutamente desesperada, incluso intentó atrapar la mirada de la Tía Harriet, pero ella estaba completamente ignorante de los hechos y de hecho, no había proferido una palabra desde que había empezado la noche.
– Padre -lo interrumpió Haselby-, seguramente tú…
– Todo se trata de la cría -dijo Lord Davenport lacónicamente-. El futuro de la familia yace en su útero. Tenemos derecho a saber que estamos consiguiendo.
Lucy abrió la boca conmocionada. Luego comprendió que había movido una mano a su abdomen. Apresuradamente la dejó caer. Sus ojos fluctuaron de un lado al otro entre el padre y el hijo, sin estar segura de lo que se suponía debía decir.
– Lo último que necesitas, es una mujer que piense demasiado -estaba diciendo Lord Davenport-. Pero ella debe poder hacer algo tan básico como la multiplicación. Buen Dios, hijo, piensa en las ramificaciones.
Lucy miró a Haselby. Él apartó la mirada. Apologéticamente.
Tragó saliva y cerró los ojos por un momento para tomar fuerzas. Cuando los abrió, Lord Davenport estaba mirándola directamente, y sus labios estaban separados, comprendió que iba a hablar de nuevo, lo cual evidentemente no podría soportar, y…
– Siete, catorce, veintiuno -dijo bruscamente, interrumpiéndolo con su mejor esfuerzo-. Veintiocho, treinta y cinco, cuarenta y dos…
Se preguntó que haría él si no lo lograba. ¿Cancelaría el matrimonio?
– …cuarenta y nueve, cincuenta y seis…
Era tentador. Tan tentador.
– …sesenta y tres, setenta y siete…
Miró a su tío. Él estaba comiendo. Ni siquiera estaba mirándola.
– …ochenta y dos, ochenta y nueve…
– Eh, es suficiente -anunció Lord Davenport, deteniéndola cuando llego al ochenta y dos.
El sentimiento de euforia rápidamente se esfumó de su pecho. Se había rebelado -posiblemente por primera vez en toda su vida- y nadie lo había notado. Había esperado demasiado tiempo.
Se preguntó que otras cosas podría haber hecho.
– Bien hecho -dijo Haselby, con una sonrisa alentadora.
Lucy logró sonreírle en respuesta. Él realmente no estaba mal. De hecho, si no fuera por Gregory, hubiera pensado que era una excelente elección. El cabello de Haselby era quizás un poco escaso, y realmente era un poco delgado, pero de resto no tenía nada de que quejarse. Especialmente de su personalidad -seguramente era el aspecto más importante de todo hombre- que era perfectamente agradable. Habían tenido una corta conversación antes de la cena mientras su padre y su tío discutían sobre política, se había comportado de una forma encantadora. Incluso le había contado un chiste seco e indirecto sobre su padre, acompañado de una puesta de ojos en blancos, que hizo que Lucy se riera entre dientes.
De verdad, no debía quejarse.
Y no lo hizo. No podía. Es solo que deseaba algo más.
– ¿Puedo confiar en que su comportamiento en el establecimiento de la Srta. Moss fue aceptable? -le preguntó Lord Davenport, sus ojos se entrecerraron lo suficiente para que su pregunta no fuera precisamente amistosa.
– Sí, por supuesto -contestó Lucy, pestañeando sorprendida. Había pensado que la conversación, ya no giraba en torno a ella.
– Es una excelente institución -dijo Davenport, mientras masticaba un pedazo de cordero asado-. Saben lo que una muchacha debe saber y no debe saber. La hija de Winslow asistió allí. La de Fordham, también.
– Sí -murmuró Lucy, ya que su respuesta parecía ser esperada-. Ambas son muchachas muy dulces -mintió. Sybilla Winslow era una desagradable pequeña tirana, que se divertía pellizcándoles los antebrazos a las estudiantes más jóvenes.
Pero por primera vez en la noche, Lord Davenport aparentaba estar satisfecho con ella.
– ¿Entonces, las conoce bien? -preguntó él.
– Er, un poco -contestó Lucy evasivamente-. Lady Joanna era un poco mayor, pero no era una escuela grande. Uno realmente no puede no conocer a las demás estudiantes.
– Bien. -Lord Davenport asintió con aprobación, sus mejillas temblaron con el movimiento.
Lucy intentó no mirar.
– Esas son las personas que usted necesita conocer -siguió-. Conexiones que debe cultivar.
Lucy asintió respetuosamente, mientras pensaba todo el tiempo, en todos los lugares en los que preferiría estar. Paris, Venecia, Grecia, aunque ¿no estaban todos ellos en guerra? No importaba. Aún así preferiría estar en Grecia.
– … la responsabilidad con el nombre… ciertos estándares de conducta…
¿Estaría haciendo mucho calor en Oriente? Siempre había admirado los jarrones chinos.
– … no toleraré ninguna desviación de…
¿Cuál era el nombre de esa horrible zona de la ciudad? ¿St. Giles? Sí, también preferiría estar allí.
– … obligaciones. ¡Obligaciones!
Esto último fue acompañado por un puño en la mesa, que hizo que la platería se sacudiera y que Lucy se removiera en su asiento. Incluso la tía Harriet levantó la mirada de su comida.
Lucy volvió rápidamente su atención, y cuando se dio cuenta que todos los ojos estaban sobre ella, dijo:
– ¿Sí?
Lord Davenport continuó, casi amenazadoramente.
– Algún día usted será Lady Davenport. Tendrá obligaciones. Muchas obligaciones.
Lucy logró estirar sus labios, solo lo suficiente para que pareciera una respuesta. Dios Santo, ¿Cuándo iba a terminar esta noche?
Lord Davenport continuó, y aunque la mesa era enorme y estaba llena de comida, Lucy retrocedió instintivamente.
– No puede tomar sus responsabilidades a la ligera -continuó, subiendo el volumen de su voz aterradoramente-. ¿Me entiendes, muchacha?
Lucy se preguntó lo que pasaría si se ponía las manos en la cabeza y gritara.
¡Dios que estás en los cielos, acaba con esta tortura!!!
Sí, pensó, casi analíticamente, que eso podría enfurecerlo. Quizás la juzgaría como una enferma mental y…
– Claro, Lord Davenport -se escuchó decir.
Era una cobarde. Una miserable cobarde.
Y entonces, como si fuera alguna clase de juguete de cuerda, que alguien hubiera apagado, Lord Davenport se reclinó en su silla, perfectamente sereno.
– Me alegro de escuchárselo decir -dijo limpiándose las esquinas de su boca con la servilleta-. Estoy tranquilo al darme cuenta que aún enseñan deferencia y respeto en la escuela de la Srta. Moss. No estoy arrepentido de mi elección de enviarte allí.
El tenedor de Lucy se detuvo a medio camino de su boca.
– No sabía que usted había hecho los arreglos.
– Tenía que hacer algo -gruñó él, mirándola como si fuera una tonta-. Usted no tenía una madre que se asegurara de adiestrarla apropiadamente para su rol en la vida. Hay cosas que tendrá que aprender para ser una condesa. Habilidades que debe poseer.
– Claro -dijo ella deferentemente, después de haber decidido que una muestra de absoluta mansedumbre y obediencia, sería la forma más rápida de acabar con esa tortura-. Er, y gracias.
– ¿De qué? -preguntó Haselby.
Lucy se volvió hacia su novio. Parecía genuinamente curioso.
– Por qué, por haberme enviado a la escuela de la Srta. Moss -explicó, dirigiendo cuidadosamente su respuesta hacia Haselby. Quizás si no miraba a Lord Davenport, este olvidaría que estaba allí.
– ¿Lo disfrutó, entonces? -le preguntó Haselby.
– Sí, mucho -contestó ella, algo sorprendida de lo bien que se sentía, al habérsele hecho una pregunta cortes-. Fue maravilloso. Fui extremadamente feliz allí.
Haselby abrió la boca para contestar, pero para el horror de Lucy, la voz que surgió fue la de su padre.
– ¡Esto no se trata de lo que lo hace a uno feliz! -fue el rugido violento de Lord Davenport.
Lucy no podía apartar los ojos de la boca aún abierta de Haselby. En realidad, pensó, en un extraño momento de absoluta calma, eso había sido casi aterrador.
Haselby cerró la boca y se volvió a su padre con una sonrisa firme.
– ¿De que se trata entonces? -inquirió, y Lucy no pudo evitar sentirse impresionada por la absoluta falta de disgusto en su voz.
– Se trata sobre lo que uno aprende -contestó su padre, dejando que uno de sus puños cayera sobre la mesa de la manera más impropia-. Y de lo que lo beneficia a uno.
– Bueno, dominé las tablas de multiplicar -apuntó Lucy ligeramente, y no es que alguien estuviera escuchándola.
– Ella será una condesa -ladró Davenport-. ¡Una condesa!
Haselby observó a su padre serenamente.
– Ella solo será condesa cuando usted muera -murmuró.
La boca de Lucy cayó abierta.
– Muy cierto -continuó Haselby, haciendo estallar una minúscula mordida de pescado en su boca casualmente-: Eso no te importará mucho, ¿verdad?
Lucy se volvió hacia Lord Davenport, con los ojos abiertos de par en par.
La piel del conde estaba sonrojada. Era un horrible color -furioso, oscuro, y profundo, empeorado con el hecho de que su vena estaba saltando claramente en su sien. Él estaba mirando a Haselby, con los ojos entrecerrados de furia. No había malicia allí, ningún deseo de hacer mal o daño, pero aunque no tenía ningún sentido, Lucy habría jurado en ese momento que Davenport odiaba a su hijo.
Y Haselby solo dijo:
– Que buen clima estamos teniendo. -Y sonrió.
¡Sonrió!
Lucy lo miró boquiabierta. Estaba lloviendo y así lo mismo durante días. Pero para no salirse del tema, ¿acaso él no comprendía que su a su padre estaba a punto de darle un ataque por su comentario descarado? Lord Davenport parecía listo para explotar, y Lucy estaba muy segura de que podía escuchar como sus dientes rechinaban del otro lado de la mesa.
Y entonces, como el cuarto prácticamente pulsaba con la ira, el Tío Robert caminó en la brecha.
– Estoy contento de que hayamos decidido celebrar la boda aquí en Londres -dijo, su voz incluso era suave y matizada con la finalidad, como si dijera- Hemos terminado con eso, entonces-. Como sabe -continuó, mientras todos los demás recobraban su compostura-, Fennsworth se casó en la Abadía hace dos semanas, y mientras con ello hizo honor a la memoria de la historia ancestral -creo que los últimos siete condes celebraron sus bodas en esa residencia- en realidad, casi nadie pudo asistir.
Lucy sospechaba que se había hecho de ese modo, por la naturaleza apresurada del evento, más que por su ubicación, pero no parecía tener mucho tiempo para pensar en ese asunto. Le había encantado la boda por su pequeñez. Richard y Hermione habían estado muy felices, y todos los asistentes habían salido con una sensación de amor y amistad. Había sido una ocasión verdaderamente alegre.
Hasta que se marcharon al día siguiente para su viaje de luna de miel en Brighton. Lucy se había sentido tan miserable y sola, cuando estaba de pie en el camino y se despidió de ellos.
Pero pronto regresarían, recordó. Antes de su propia boda. Hermione sería su única dama de compañía, y Richard iba a entregarla.
Y mientras tanto tenía que permanecer en compañía de la tía Harriet. Y de Lord Davenport. Y de Haselby, quien, o era absolutamente inteligente o completamente loco.
Una sonrisa gorgoteante -irónica, absurda y altamente inapropiada- se apretó en su garganta, escapando a través de su nariz con un resoplido poco elegante.
– ¿Eh? -gruñó Lord Davenport.
– No es nada -dijo ella rápidamente, tosiendo como mejor podía-. Solo es un poco de comida. Quizás es una espina.
Era casi cómico. Habría sido cómico, incluso, si lo hubiera estado leyéndolo en un libro. Tendría que haber sido una sátira, decidió, porque ciertamente no se trataba de un romance.
Y no podía soportar pensar, que podría convertirse en una tragedia.
Echó una mirada alrededor de la mesa a los tres hombres, que actualmente estaban arreglando su vida. Iba a tener que sacar lo mejor de eso. No tenía nada más que hacer. No tenía sentido sentirse miserable, sin importar lo difícil que era ver el lado bueno de las cosas. Y de verdad, podría ser mucho peor.
Así que hizo su mejor esfuerzo, y trató de mirarlo todo desde un punto de vista más práctico, catalogando mentalmente, todas las formas en la que esto habría sido mucho peor.
Pero en su lugar, la cara de Gregory Bridgerton vino a su mente -y también, todas las formas en la que todo habría sido mucho mejor.