Capítulo 8

En el que nuestra heroína se entera de una verdad sobre su hermano (pero no la cree), nuestro héroe se entera de un secreto de la Srta. Watson (pero no está interesado en él), y ambos se enteran de una verdad sobre ellos (pero no son conscientes de ella).


Una hora después, Gregory todavía seguía felicitándose por la excepcional combinación de estrategia y cronometraje, que lo había conducido a su excursión con la Srta. Watson. Habían pasado un momento absolutamente estupendo, y Lord Fennsworth había -bueno, Fennsworth también pudo haber tenido un momento absolutamente estupendo, pero en ese caso, había estado en la compañía de su hermana, y no con la encantadora Hermione Watson.

La victoria era siempre muy dulce.

Como había prometido, Gregory la había llevado a dar un paseo a través de los jardines de Aubrey Hall, impresionándola con sus estupendas evocaciones de seis nombres de horticultura diferentes. Incluso, el delphinium, auque en realidad era por todo lo que Lady Lucinda había hecho.

Los otros eran, solo para darles el debido crédito: la rosa, la margarita, la peonía, el jacinto y el césped. Todo en su lugar, pensó que su desempeño había sido muy bueno. Los detalles nunca habían sido su fuerte. Y de verdad, todo había sido un juego a esas alturas.

La Srta. Watson parecía estar encantada en su compañía, también. Tal vez no había estado suspirando y batiendo sus pestañas, pero el velo cortés de desinterés se había ido, e incluso la había hecho reír dos veces en ese día.

Ella no lo había hecho reír a él, pero estaba seguro de que lo había intentado, y además, con seguridad había sonreído. En más de una ocasión.

Lo cual había sido algo positivo. De verdad. Era muy agradable tener todo su ingenio despierto. Ya no se sentía como si lo hubieran golpeado en el pecho, lo cual, pensaba, había sido muy bueno para su salud respiratoria. Estaba descubriendo que le gustaba más bien respirar, una tarea que parecía encontrar muy difícil cuando miraba fijamente la nuca de la Srta. Watson.

Gregory frunció el ceño, haciendo una pausa en su solitario paseo hacia el lago. Era una reacción muy extraña. Y ciertamente si había visto su nuca en la mañana. ¿No se había ella adelantado a oler unas flores?

Hmmm. Quizás no. En realidad no podía recordarlo.

– Buenos días, Sr. Bridgerton.

Se volvió, sorprendido de ver a Lady Lucinda sentada sola en un banco de piedra cercano. Siempre había pensado, que era una ubicación extraña para un banco, ya que este quedaba enfrente de un manojo de árboles nada más. Pero quizás ese era el punto. Darle la espalda a la casa, y a todos sus habitantes. Su hermana Francesca le había dicho a menudo, que después de algunos días con toda la familia Bridgerton reunida, los árboles podían ser una excelente compañía.

Lady Lucinda sonrió débilmente como saludo, y eso lo afectó, porque no parecía ella. Sus ojos se veían cansados, y su postura no estaba lo suficientemente recta.

Parece vulnerable, pensó, muy inesperadamente. Tal vez su hermano le había traído muy malas noticias.

– Usted tiene una expresión muy sombría -dijo él, caminando educadamente para ir a su lado-. ¿Puedo acompañarla?

Ella asintió, ofreciéndole una especie de sonrisa. Pero no era una sonrisa. No realmente.

Tomó asiento a su lado.

– ¿Tuvo la oportunidad de hablar con su hermano?

Ella asintió con la cabeza.

– Me contó algunas noticias familiares. No fue… nada importante.

Gregory inclinó la cabeza mientras la miraba. Le estaba mintiendo, claramente. Pero no quiso seguir presionándola. Si hubiera querido compartirlo, ya lo hubiera hecho. Y además, eso no era de su incumbencia.

Sin embargo, tenía curiosidad.

Ella miró fijamente un punto en la distancia, probablemente a algún árbol.

– Este es un lugar muy agradable.

Esa era una declaración bastante blanda, ya que había venido de ella.

– Sí -dijo él-. El lago queda a un corto trecho después de esos árboles. A menudo voy por ese camino cuando deseo pensar.

Ella se volvió de repente.

– ¿En serio?

– ¿Por qué está tan sorprendida?

– Yo… no lo sé. -Se encogió de hombros-. Supongo que es porque usted no parece ser esa clase de persona.

– ¿De las que piensan? -Muy bien, de verdad.

– Claro que no -dijo ella, ofreciéndole una mirada malhumorada-. Quiero decir, de la clase que no necesita escaparse para pensar.

– Perdóneme por mi excesiva arrogancia, pero usted no parece ser de esa clase, tampoco.

Ella pensó en eso un rato.

– No lo soy.

Él se rió entre dientes por eso.

– Debió haber tenido una verdadera conversación con su hermano.

Ella parpadeó sorprendida. Pero no le dio detalles. Nuevamente, no se comportaba como ella.

– ¿Qué vino a pensar por aquí? -preguntó ella.

Él abrió la boca para contestar, pero antes de que pudiera proferir una palabra, ella dijo:

– En Hermione, supongo.

No valía la pena negarlo.

– Su hermano está enamorado de ella.

Eso pareció sacarla de su nube.

¿Richard? No sea tonto.

Gregory la miraba escépticamente.

– No puedo creer que usted no se haya dado cuenta.

– No puedo creer que usted lo haya hecho. Por el amor de Dios, ella piensa en él como un hermano.

– Eso puede ser verdad, pero él no siente lo mismo por ella.

– Sr. Brid…

Pero él la detuvo al levantar una mano.

– Vamos, Lady Lucinda, le diré, he visto más tontos enamorados que usted…

La sonrisa literalmente explotó de su boca.

– Sr. Bridgerton -dijo ella, una vez que fue capaz-. He sido la compañera constante de Hermione Watson durante estos tres años. Hermione Watson -agregó, solo en el caso de que él no hubiese entendido lo que le quería decir-. Confíe en mí cuando le digo que no hay nadie que haya visto más tontos enamorados que yo.

Por un momento Gregory no supo como responderle. Ella tenía razón.

– Richard no está enamorado de Hermione -dijo ella con una temblorosa agitación de cabeza. Y con un resoplido. Uno elegante, pero aún así. Le había resoplado a él.

– Permítame discrepar -dijo él, porque tenía siete hermanos, y sabía como salir airoso de cualquier discusión.

– No puede estar enamorado de ella -dijo ella, pareciendo bastante segura de su afirmación-. Hay alguien más.

– Oh, ¿de veras? -Gregory ni siquiera se molestó en levantar sus esperanzas.

– De verdad. Siempre habla de una muchacha que conoció gracias a uno de sus amigos -dijo ella-. Creo que era su hermana. No puedo recordar su nombre. Mary, quizás.

Mary. Hmmmph. Sabía que Fennsworth no tenía imaginación.

– Por lo tanto -continuó Lady Lucinda-, no puede estar enamorado de Hermione.

Por lo menos se veía más como ella. El mundo parecía ser mucho más firme con Lucy Abernathy ladrando como un terrier. Se había sentido casi desequilibrado cuando la había visto mirando a los árboles fijamente con malhumor.

– Crea lo que usted quiera -dijo Gregory con un suspiro profundo-. Pero sepa esto: a su hermano se le romperá el corazón tarde o temprano.

– Oh, ¿de verdad? -se mofó ella-. ¿Por qué está tan convencido de su propio éxito?

– Porque estoy convencido de la falta de él.

– Usted ni siquiera le conoce.

– ¿Y ahora está defendiéndolo? Solo hace unos momentos, me dijo que él no estaba interesado.

– No lo está. -Se mordió el labio-. Pero es mi hermano. Y si estuviera interesado, yo tendría que apoyarlo, ¿no le parece?

Gregory levantó una ceja.

– Vaya, con que rapidez cambia sus lealtades.

Ella lucía casi arrepentida.

– Él es un conde. Y usted… no.

– Usted será una excelente matrona de sociedad.

Su espalda se puso rígida.

– ¿Discúlpeme?

– Subastando a su amiga para el mejor postor. Usted estará bien entrenada para cuando tenga una hija.

Ella se incorporó rápidamente, con los ojos encendidos con rabia e indignación.

– Es terrible lo que me ha dicho. Mi principal preocupación siempre ha sido la felicidad de Hermione. Y si puede ser feliz con un conde… que pasaría a ser mi hermano

Oh, genial. Ahora estaba tratando de emparejar a Hermione con Fennsworth. Bien hecho, Gregory. Bien hecho, de hecho.

– Ella puede ser feliz conmigo -dijo él, incorporándose. Y era verdad. La había hecho reír dos veces esa mañana, incluso aunque ella no había hecho lo mismo por él.

– Claro que puede -dijo Lady Lucinda-. Y cielos, ella probablemente lo hará, si usted no lo arruina todo. Richard es demasiado joven para casarse, de cualquier modo. Solo tiene veintidós años.

Gregory la miró con curiosidad. Ahora parecía como si opinara que él era un mejor candidato. ¿Qué estaba tramando, de todos modos?

– Y -agregó ella, envolviéndose un mechón de su oscuro pelo rubio, detrás de su oreja cuando el viento lo fustigó contra su cara-, él no está enamorado de ella. Estoy muy segura de ello.

Ninguno de los dos parecía tener algo que agregar a eso, por lo tanto, ya que ambos estaban de pie, Gregory apuntó hacia la casa.

– ¿Volvemos?

Ella asintió con la cabeza, y ambos partieron a paso lento.

– Esto aún no resuelve el problema del Sr. Edmonds -comentó Gregory.

Ella lo miró cómicamente.

– ¿Y por qué me mira así?

Y ella realmente soltó una risita. Bueno, quizás no era una risita, pero hizo esa cosa con la nariz que las personas hacen cuando están muy contentas.

– No es nada -dijo, aún sonriendo-. Estoy muy impresionada, de que usted no pretendiera no recordar su nombre.

– Qué, debí haberlo llamado Sr. Edwards, y luego Sr. Ellington, y luego Sr. Edifice, y…

Lucy lo miró con astucia.

– Usted ha perdido todo mi respeto, se lo aseguro.

– Que horror. Oh, que horror -dijo él, poniéndose una mano sobre el corazón.

Ella lo miró sobre su hombro con una sonrisa traviesa.

– Eso estuvo cerca de ser un error.

Él parecía indiferente.

– Tiro muy mal, pero se evadir una bala.

Ahora eso le dio curiosidad.

– Nunca he escuchado a un hombre que admita ser un mal tirador.

Él se encogió de hombros.

– Hay cosas que simplemente no se pueden evitar. Siempre seré el Bridgerton que no puede superar a su propia hermana.

– ¿Esa fue de la que usted me habló?

– Hablo de todas ellas -admitió él.

– Oh. -Frunció el ceño. Debía haber alguna clase de declaración prescrita para tal situación. ¿Qué se decía cuando un caballero confesaba una limitación? No podía recordar haber escuchado algo así antes, pero seguramente, alguien en el curso de la historia, algún caballero lo había hecho. Y alguien habría tenido que contestarle.

Parpadeó, esperando que algo importante viniera a su mente. Nada pasó.

Y entonces…

– Hermione no sabe bailar. -Solo salió de su boca, sin haber sido dirigido por su cabeza.

¡Dios mío! ¿Qué estaba pensando?

Él se detuvo, volviéndose hacia ella con una expresión de curiosidad. O quizás estaba sobresaltado. Probablemente las dos cosas. Y dijo la única cosa que imaginó uno podría decir en tales circunstancias:

– ¿Discúlpeme?

Lucy se lo repitió, ya que no podía dar marcha atrás.

– Ella no sabe bailar. Por eso no baila. Porque no sabe.

Y entonces esperó que un hoyo se abriera en la tierra para poder meterse en él. Tampoco ayudó que estuviera mirándola fijamente como si estuviera ligeramente desarreglada.

Logró sonreír débilmente, lo cual fue todo lo que llenó el largo momento hasta que él finalmente dijo:

– Debe haber una razón por la cual, usted me está diciendo esto.

Lucy soltó una nerviosa exhalación. No parecía furioso -solo un poco curioso. Y ella no había querido insultar a Hermione. Pero cuando él le había dicho que no sabía disparar, le pareció que era lo justo decirle que Hermione no sabía bailar. En realidad, encajaba. Los hombres supuestamente sabían disparar, y las mujeres supuestamente sabían bailar, y se suponía que las mejores amigas debían mantener sus tontas bocas cerradas.

Claramente, los tres necesitaban un poco de instrucción.

– Pensé que iba a hacerlo sentir mejor -dijo Lucy finalmente-. Porque usted no sabe disparar.

– Oh, yo sé disparar -dijo él-. Esa es la parte sencilla. Lo que no sé es como apuntar.

Lucy le sonrió abiertamente. No pudo evitarlo.

– Podría enseñarle.

Él giró la cabeza rápidamente.

– Oh, genial. No me diga que usted sabe disparar.

Ella se irguió.

– En realidad, lo hago muy bien.

Él negó con la cabeza.

– Este día solo necesitaba esto.

– Es una habilidad admirable -protestó ella.

– Estoy seguro que lo es, pero estoy harto de que todas las mujeres que conozco sean mejor que yo. La última cosa que necesito es -oh, genial otra vez, no me diga que la Srta. Watson también es una excelente tiradora.

Lucy pestañeó.

– Sabe, no estoy segura.

– Bien, todavía hay esperanzas, entonces.

– ¿No es extraño? -murmuró ella.

Él le ofreció una mirada inexpresiva.

– ¿Qué tenga esperanzas?

– No, que… -no podía decirlo. Cielo Santo, le parecía tonto incluso a ella.

– Ah, entonces piensa que es extraño que usted no sepa si la Srta. Watson sabe disparar.

Eso era. Él lo supuso, de todos modos.

– Sí -admitió-. Pero entonces, ¿por qué yo si puedo? La puntería no hacía parte del plan de estudios de la Srta. Moss.

– Eso es un gran alivio para todos los caballeros, se lo aseguro. -Le ofreció una sonrisa torcida-. ¿Quién le enseñó?

– Mi padre -dijo ella, y era extraño, porque sus labios se separaron antes de que contestara. Por un momento pensó que la había sorprendido la pregunta, pero no había sido eso.

Se había sorprendido por su respuesta.

– Cielo santo -respondió él-. ¿Lo hace desde que estaba en pañales?

– Casi -dijo Lucy, aún confundida por su extraña reacción. Probablemente era porque no pensaba a menudo en su padre. Él había fallecido hacia mucho tiempo, por lo tanto había muy pocas respuestas que tenían que ver con el último Conde de Fennsworth.

– Él pensaba que era una habilidad importante -continuó ella-. Incluso para las mujeres. Nuestra casa está cerca de la costa de Dover, y allí siempre había contrabandistas. La mayoría eran amistosos, todo el mundo sabía quienes eran, incluso el magistrado.

– Él debió haber disfrutado del brandy francés -murmuró el Sr. Bridgerton.

Lucy le sonrió en respuesta.

– Igual que mi padre. Pero no todos los contrabandistas nos conocían. Algunos, estoy segura, eran muy peligrosos. Y… -se apoyó hacia él. Uno realmente no podía decir algo así sin apoyarse. ¿Dónde estaría la diversión?

– ¿Y…? -la incitó él.

Ella bajó la voz.

– Creo que había espías.

– ¿En Dover? ¿Hace diez años? Había espías absolutamente. Aunque me pregunto, si era prudente armar a la población infantil.

Lucy se rió.

– Yo era un poco mayor que eso. Creo que empezamos cuando tenía siete años. Richard continuó con sus lecciones después que mi padre falleció.

– Supongo que él también es un excelente tirador.

Ella asintió con tristeza.

– Lo siento.

Reanudaron su paseo hacia la casa.

– No lo desafiaré a un duelo, entonces -dijo él, con un poco de brusquedad.

– Preferiría que no lo hiciera.

Se volvió hacia ella con una expresión que solo podría llamarse ladina.

– Por qué, Lady Lucinda, creo que usted ha declarado que siente afecto por mí.

Su boca cayó abierta como si fuera un pez inarticulado.

– Yo n… ¿por qué ha llegado a esa conclusión? -¿y por qué sus mejillas se sentían repentinamente calientes?

– Nunca sería un encuentro justo -dijo él, pareciendo notablemente a gusto con sus limitaciones-. Aunque la verdad, es que no conozco un hombre en Bretaña con quien pudiera tener un encuentro justo.

Ella aún sentía un poco atontada después de su sorpresa anterior, pero logró decir:

– Estoy segura que está exagerando.

– No -dijo él casualmente-. Su hermano seguramente me dejaría una bala en mi hombro. -Se detuvo, considerando ese hecho-. Asumiendo que no tenga la intención de metérmela en el corazón.

– Oh, no sea tonto.

Él se encogió de hombros.

– A pesar de todo, usted está más preocupada por mi bienestar de lo debería.

– A mi preocupa el bienestar de todo el mundo -murmuró ella.

– Sí -murmuró él-. Lo sé.

Lucy se echó hacia atrás.

– ¿Por qué eso sonó como si fuera un insulto?

– ¿Lo hizo? Le aseguro que esa no fue mi intención.

Lo miró con sospecha, por un rato tan largo que él finalmente levantó las manos como gesto de rendición.

– Es un cumplido, se lo juro -le dijo.

– Dado de mala gana.

– ¡En absoluto! -la repasó con la mirada, evidentemente incapaz de suprimir una sonrisa.

– Está riéndose de mí.

– No -insistió él, y luego por supuesto, se rió-. Lo siento. Ahora si lo estoy.

– Usted podría intentar ser amable y decir por lo menos que está riéndose conmigo.

– Puedo. -Sonrió abiertamente, y sus ojos se pusieron claramente diabólicos-. Pero sería una mentira.

Ella casi lo dio una palmada en el hombro.

– Oh, usted es terrible.

– Soy la perdición de la existencia de mis hermanos, se lo aseguro.

– ¿De verdad? -Lucy nunca había sido la perdición de la existencia de nadie, y parecía importante preguntarle-: ¿Cómo es eso?

– Oh, lo mismo de siempre. Que tengo que establecerme, encontrar un propósito, aplicarme.

– ¿Casarse?

– Eso, también.

– ¿Es por eso que está enamorado de Hermione?

Él hizo una pausa, solo por un momento. Pero lo hizo. Lucy lo sintió.

– No -dijo él-. Eso es algo completamente diferente.

– Claro -dijo ella rápidamente, sintiéndose tonta por haberle preguntado. Él le había hablado sobre eso la noche anterior -lo del amor que solo pasaba, sin poder elegir en el asunto. Él no quería que Hermione le agradara a su hermano; quería a Hermione porque no podía no quererla.

Eso la hizo sentir un poco más sola.

– Regresamos -dijo él, señalando la puerta del salón de reuniones, la cual, ni siquiera se había dado cuenta, habían alcanzado.

– Sí, claro. -Miró a la puerta, luego lo miró a él, y se preguntó por qué se sentía tan incómoda ahora que tenían que despedirse-. Gracias por la compañía.

– El placer fue todo mío.

Lucy dio un paso hacia la puerta, entonces se dio la vuelta para enfrentarlo con un:

– ¡Oh!

Sus cejas se levantaron.

– ¿Pasa algo malo?

– No. Pero debería disculparme, por haberlo obligado a regresar. Usted dijo que le gustaba ir por ese camino -que conduce hacia el lago- cuando necesitaba pensar. Y no lo hizo.

La miraba con curiosidad, su cabeza estaba inclinada ligeramente a un lado. Y sus ojos -oh, ella deseaba poder describir lo que veía en ellos. Porque no lo entendía, realmente no comprendía como hacía que su cabeza se inclinara al mismo tiempo que la suya, como la hacía sentir como si ese momento estuviera extendiéndose… más… más… hasta que podría durar toda una vida.

– ¿No deseaba ese tiempo para usted? -preguntó ella suavemente… tan suavemente que parecía un murmullo.

El negó con la cabeza, lentamente.

– Sí -dijo, como si las palabras salieran de él en ese mismísimo momento, como si sus pensamientos fueran nuevos y no en realidad lo que había esperado.

– Sí -dijo él otra vez-. Pero ahora no.

Ella lo miró, y él la miró. Y el pensamiento que estalló repentinamente en su cabeza fue…

Él no sabe por qué.

No sabía por qué ya no quería estar solo.

Y ella no sabía por qué eso era tan importante.

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