En el que nuestra heroína despliega una decidida falta de respeto por todas las cosas románticas.
Gregory era un perfecto caballero, y escondió muy bien su desilusión cuando le ofreció el brazo a Lady Lucinda y la acompañó a la pista de baile provisional. Ella era, estaba seguro, una joven absolutamente adorable y encantadora, pero no era la Srta. Hermione Watson.
Y él había esperado toda su vida para encontrarse con la Srta. Hermione Watson.
Pero aún así, esto debería ser considerado beneficioso para su causa. Lady Lucinda era claramente la mejor amiga de la Señorita Watson -la Srta. Watson había hablado efusivamente sin lugar a dudas sobre ella, durante su breve conversación, en la cual Lady Lucinda había mirado algo más allá de su hombro, sin escuchar aparentemente ni una palabra de lo dicho. Y con cuatro hermanas, Gregory sabía una cosa o dos sobre las mujeres, la más importante de las cuales era que siempre era una excelente idea, hacerse amigo de la amiga, si es que realmente eran amigas, y no solo mujeres que pretendían ser amigas y que solamente estaban esperando el momento perfecto para apuñalarse la una a la otra en las costillas.
Las mujeres eran criaturas misteriosas. Si pudieran aprender a decir lo que realmente querían decir, el mundo sería de lejos un lugar más sencillo.
Pero la Srta. Watson y Lady Lucinda daban la total apariencia de amistad y devoción, que era un sueño hecho realidad caminar al lado de Lady Lucinda. Y si Gregory deseaba aprender más sobre la Señorita Watson, Lady Lucinda Abernathy era el lugar más obvio para empezar.
– ¿Lleva mucho tiempo como invitada en Aubrey Hall? -preguntó educadamente Gregory, mientras esperaban que la música empezara.
– Solo desde ayer -contestó ella-. ¿Y usted? No lo había visto en ninguna de las reuniones.
– He llegado esta noche -dijo él-. Después de la cena. -Hizo una mueca. Ahora que no estaba mirando a la Señorita Watson, recordó que tenía hambre.
– Usted debe estar hambriento -exclamó Lady Lucinda-. ¿Preferiría dar una vuelta por el patio en lugar de bailar? Prometo que podemos pasearnos por la mesa de los refrescos.
Gregory hubiera podido abrazarla.
– Usted, Lady Lucinda, es una joven valiosa.
Ella sonrió, pero con una sonrisa extraña, y él no podía interpretarla realmente. Era obvio que le había gustado su cumplido, de eso estaba seguro, pero allí había algo más, algo un poco triste, quizá un poco de resignación.
– Usted debe tener un hermano -dijo él.
– Lo tengo -le confirmó, sonriendo ante su deducción-. Es cuatro años mayor que yo, y siempre está hambriento. Estaré por siempre asombrada de que hayamos tenido alguna clase de comida en la despensa cuando él llegaba a casa de la escuela.
Gregory acomodó la mano en la curva de su codo, y juntos se dirigieron al perímetro del patio.
– Por aquí -dijo Lady Lucinda, dándole a su brazo un pequeño tirón cuando él trató de dirigirlos en sentido contrario a las agujas del reloj-. A menos que usted prefiera los dulces.
Gregory sintió como su cara se iluminaba.
– ¿Hay bocadillos?
– Sándwiches. Son pequeños, pero están muy deliciosos, especialmente los de huevo.
Él asintió, un poco ausentemente. Había vislumbrado a la Srta. Watson por el rabillo del ojo, y era algo difícil concentrarse en nada más. Sobre todo al verla rodeada por hombres. Gregory estaba seguro de que ellos solo habían estado esperando que alguien alejara a Lady Lucinda de su lado, antes de dirigirse al ataque.
– Er, ¿Conoce a la Srta. Watson desde hace mucho? -preguntó él, intentando no ser demasiado obvio.
Hubo una ligera pausa y entonces dijo:
– Desde hace tres años. Estudiamos juntas donde la Srta. Moss. O más bien, ambas fuimos estudiantes. Completamos nuestros estudios más temprano, este año.
– ¿Debo asumir que planean hacer sus debuts en Londres esta primavera?
– Sí -contestó ella, haciendo señas hacia una mesa colmada de pequeños bocadillos-. Hemos pasado los últimos meses preparándonos. Es así como le gusta llamarlo a la madre de Hermione, el asistir a fiestas y a pequeñas reuniones.
– ¿Puliéndose? -preguntó él con una sonrisa.
Sus labios se curvaron como respuesta.
– Exactamente. Por ahora yo podría hacer las veces de un excelente candelero.
Él no pudo evitar sonreír.
– ¿Un simple candelero, Lady Lucinda? Por favor, no subestime su valor. Al menos usted debería ser una de esas urnas plateadas extravagantes que todos parecemos necesitar últimamente en nuestros salones de estar.
– Entonces, soy una urna -dijo ella, casi pareciendo considerar la idea-. Me pregunto, ¿qué podría ser Hermione?
Una joya. Un diamante. Un diamante engastado en oro. Un diamante engastado en oro rodeado por…
Se forzó a detener la dirección de sus pensamientos. Podía realizar sus habilidades poéticas después, cuando no se esperara que él le pusiera fin a una conversación. Una conversación con una joven muy diferente.
– Le aseguro que no lo sé -dijo él ligeramente, mientras le ofrecía un plato-. Después de todo, apenas acabo de conocer a la Señorita Watson.
Lady Lucinda soltó un pequeño suspiro.
– Probablemente debería saber que ellas está enamorada de alguien más.
Gregory volvió su mirada a la mujer a la cual debía prestarle atención.
– ¿Discúlpeme?
Ella se encogió de hombros delicadamente, mientras colocaba unos bocadillos pequeños en su plato.
– Hermione. Está enamorada de alguien más. Pensé que usted querría saberlo
Gregory quedó sin resuello ante ella, y entonces, contra la última gota de su juicio, volvió la mirada hacia la Srta. Watson. Era el gesto más obvio y patético, pero no pudo evitarlo. El solo… Dios Santo, solo quería mirarla y mirarla y nunca detenerse. Si eso no era amor, no podía imaginarse lo que era.
– ¿Jamón?
– ¿Qué?
– Jamón. -Lady Lucinda le estaba ofreciendo un pequeño sándwich con un par de tenazas de servir. Su cara estaba molestamente serena-. ¿Quiere uno? -le preguntó.
Él gruñó y le ofreció su plato. Y porque no podía apartarse del tema así como así, dijo rígidamente:
– Estoy seguro que eso no es de mi incumbencia.
– ¿Habla del sándwich?
– Sobre la Señorita Watson -soltó.
Aunque claro, no quería decir tal cosa. Hasta donde sabía, Hermione Watson era de su incumbencia, o por lo menos lo sería, muy pronto.
Estaba un poco desconcertado de que ella aparentemente no había sido golpeada por el mismo rayo que lo había golpeado a él. Nunca se le había ocurrido, que cuando se enamorara, su futura esposa no pudiera sentir lo mismo, y con la misma inmediatez, también. Pero por lo menos esa explicación -de que ella pensaba que estaba enamorada de alguien más- aliviaba su orgullo. Era mucho mejor pensar que ella estaba encaprichada con alguien más, que completamente indiferente a él.
Todo eso le haría comprender a ella, que quienquiera fuera ese otro hombre, no era el indicado.
Gregory no era tan presuntuoso como para creer que pudiera ganarse a cualquier mujer que viera, pero ciertamente nunca había tenido dificultades con el sexo más hermoso, y dada la naturaleza de la reacción de la Señorita Watson, era absolutamente inconcebible que sus sentimientos pudieran no ser recíprocos por mucho tiempo. Tendría que trabajar para ganarse su corazón y su mano, pero eso podría hacer que la victoria simplemente fuera más dulce.
O se dijo a sí mismo. La verdad era, que un rayo mutuo podría ser de lejos su menor problema.
– No se sienta mal -dijo Lady Lucinda, mientras levantaba su cuello para echarle un vistazo a los sándwiches, buscando, probablemente algo más exótico que el cerdo británico.
– No lo hago -ladró él, y luego esperó a que ella volviera su atención a él. Cuando lo hizo, dijo nuevamente-: No lo hago.
Ella se volvió, lo miró francamente y parpadeó.
– Bueno, eso es refrescante, debo decirle. La mayoría de los hombres se habrían vuelto locos.
Él frunció el ceño.
– ¿Qué quiere decir con que la mayoría de los hombres se habrían vuelto locos?
– Exactamente lo que dije -contestó ella, mirándolo con impaciencia-. Y si no se vuelven locos, se enfadan inexplicablemente. -Soltó un elegante resoplido-. Como si eso pudiera ser su culpa.
– ¿Culpa? -repitió Gregory, porque en realidad, le estaba costando mucho seguirla.
– Usted no es el primer caballero que imagina estar enamorado de Hermione -dijo ella, con una expresión bastante cansada-. Pasa todo el tiempo.
– Yo no me imagino enamorado… -se interrumpió, esperando que ella no notara la tensión en la palabra imagino. Buen Dios, ¿qué le estaba pasando? Solía tener sentido del humor. Incluso consigo mismo. Sobre todo con él.
– ¿De verdad? -parecía agradablemente sorprendida-. Bueno, eso es refrescante.
– ¿Por qué -preguntó él con los ojos entrecerrados-, es refrescante?
Ella se volvió.
– ¿Por qué está haciéndome tantas preguntas?
– No lo hago -protestó él, incluso aunque lo estaba haciendo.
Ella suspiró, entonces lo sorprendió absolutamente diciéndole:
– Lo siento.
– ¿Disculpe?
Le echó un vistazo al sándwich de ensalada de huevo en su plato, y luego a él, lo cual no encontró elogioso. Él normalmente estaba por encima de una ensalada de huevo.
– Pensé que usted deseaba hablar sobre Hermione -dijo ella-. Me disculpo si estaba equivocada.
Lo cual puso a Gregory en un completo dilema. Podría admitir que se había enamorado precipitadamente de la Srta. Watson, lo cual lo avergonzaría mucho, incluso a un romántico desesperado como él. O podría negarlo todo, lo cual ella claramente no creería. O podría hacer una concesión, y admitir que estaba algo encaprichado, lo cual normalmente podría utilizar como una mejor solución, excepto que con ello estaría insultando a Lady Lucinda.
Se había conocido con dos muchachas al mismo tiempo, después de todo. Y no se había enamorado precipitadamente de ella.
Pero como si pudiera leer sus pensamientos (lo cual francamente, lo asustaba) ondeó una mano y dijo:
– Le ruego que no se preocupe por mis sentimientos. Realmente estoy acostumbrada a esto. Como le dije, esto pasa todo el tiempo.
Corazón abierto, inserción de una daga sin punta. Torcedura.
– Sin mencionar -continuó ella alegremente-, que estoy prácticamente comprometida. -Y le dio un mordisco a su ensalada de huevo.
Gregory se preguntó que clase de hombre se ataría a una criatura tan extraña. No sentía lástima por el compañero, exactamente, solo… quería saber.
Lady Lucinda soltó un pequeño:
– ¡Oh!
Sus ojos siguieron a los de ella, hacia el lugar en donde había estado la Señorita Watson.
– Me pregunto a donde se ha ido ella -dijo Lady Lucinda.
Gregory se volvió inmediatamente hacia la puerta, esperando ver una última señal de ella antes de que desapareciera, pero ya se había ido. Eso era condenadamente frustrante. ¿Qué sentido tenía sentir una atracción tan loca, mala e inmediata, si no podía hacer nada sobre ella?
Y que no se olvidara que todo había sido unilateral. Buen Dios.
No estaba seguro de haber suspirado entre dientes, pero eso fue exactamente lo que hizo.
– Ah, Lady Lucinda, aquí está.
Gregory levantó la mirada para ver a su cuñada acercándose.
Y recordó que se había olvidado de ella. Kate no se ofendería; ella era fenomenalmente buena persona. Pero aún así, Gregory trataba de tener buenos modales con las mujeres de su familia.
Lady Lucinda le dio una cortesía bastante ligera.
– Lady Bridgerton.
Kate sonrió calurosamente a cambio.
– La Señorita Watson me ha pedido que le informe, que no se siente bien y que se ha retirado por toda la noche.
– ¿Lo ha hecho? Le dijo… Oh, no importa. -Lady Lucinda hizo un pequeño gesto con la mano, del tipo indiferente, pero Gregory notó un poco de frustración en el gesto dibujado en las esquinas de su boca.
– Un resfriado, creo -agregó Kate.
Lady Lucinda le ofreció una breve inclinación.
– Sí -dijo, luciendo un poco menos afectada de lo que Gregory hubiera imaginado, dadas las circunstancias-. Eso debe ser.
– Y tú -continuó Kate, volviéndose hacia Gregory-, no has tenido ni siquiera la decencia de saludarme. ¿Cómo estás?
Él tomó sus manos, y las besó en un gesto de disculpa.
– Tardío.
– Lo sé. -Su cara asumió una expresión que no era de irritación, sino un poco exasperada-. De todos modos, ¿Cómo estás?
– Muy bien -sonrió abiertamente-. Como siempre.
– Como siempre -repitió ella, dándole una mirada que era una promesa clara de una futura interrogación-. Lady Lucinda -continuó Kate, su tono era considerablemente menos seco-. ¿Confío en que ha conocido al hermano de mi esposo, el Sr. Gregory Bridgerton?
– Por supuesto -contestó Lady Lucinda-. Estábamos admirando la comida. Los sándwiches están deliciosos.
– Gracias -dijo Kate, y luego agregó-. ¿Y Gregory le ha prometido un baile? No puedo prometerle música de calidad profesional, pero hemos logrado encontrar un cuarteto de cuerdas entre nuestros invitados.
– Lo hizo -contestó Lady Lucinda-. Pero lo liberé de su obligación para que pudiera mitigar su hambre.
– Usted debe tener hermanos -dijo Kate con una sonrisa.
Lady Lucinda miró a Gregory con una expresión ligeramente sobresaltada antes de contestar:
– Tengo uno.
Él se volvió hacia Kate.
– Le hice la misma observación un poco más temprano -explicó él.
Kate soltó una breve risa.
– Que coincidencia, con seguridad. -Se volvió hacia la joven dama y le dijo-: eso es muy bueno para entender el comportamiento de los hombres, Lady Lucinda. Uno nunca debe subestimar el poder de la comida.
Lady Lucinda la miró con los ojos bien abiertos.
– ¿Para obtener el beneficio de un humor agradable?
– Bueno, eso -dijo Kate, casi desenvueltamente-. Pero uno realmente no debe descontar sus usos para ganar una discusión. O simplemente para conseguir lo que se desea.
– Ella acaba de salir de las aulas de clases, Kate -la reprendió Gregory.
Kate lo ignoró y en su lugar le sonrió ampliamente a Lady Lucinda.
– Uno nunca es demasiado joven para adquirir habilidades importantes.
Lady Lucinda miró a Gregory, y después a Kate, y entonces sus ojos empezaron a chispear con humor.
– Entiendo porque muchos la admiran, Lady Bridgerton.
Kate sonrió.
– Es usted muy amable, Lady Lucinda.
– Oh, por favor, Kate -la cortó Gregory. Se volvió hacia Lady Lucinda y agregó-: Se quedará aquí toda la noche si sigue ofreciéndole sus cumplidos.
– No le preste atención -dijo Kate con una mueca-. Es joven y tonto, y no sabe lo que dice.
Gregory estuvo a punto de hacer otro comentario -no podía permitir que Kate saliera impune después de haber dicho eso- pero entonces, Lady Lucinda lo interrumpió.
– Le cantaría alabanzas alegremente el resto de la noche, Lady Bridgerton, pero creo que es el momento de que me retire. Debo ir a ver como está Hermione. Ella ha estado bajo el clima todo el día, y debo asegurarme que está bien.
– Por supuesto -contestó Kate-. Por favor, salúdela de mi parte, y hágame saber si necesita algo. Nuestra Ama de Llaves dice ser una muy buena botánica, y siempre está mezclando sus pociones. Muchas de ellas funcionan. -Sonrió abiertamente, y la expresión era tan amistosa que Gregory comprendió al instante que aprobaba a Lady Lucinda. Eso significaba algo. Kate nunca había soportado a los necios, de ninguna manera.
– La acompañaré a la puerta -dijo él rápidamente. Era lo menos que podía hacer para ofrecerle su cortesía, y además, no iba a insultar a la mejor amiga de la Señorita Watson.
Se despidieron de Lady Bridgerton, y Gregory metió el brazo en la curva de su codo. Caminaron en silencio hacia la puerta del cuarto de dibujo, y Gregory dijo:
– ¿Puedo confiar en que pueda dirigirse a su cuarto desde aquí?
– Claro -contestó ella. Y entonces levantó la mirada -tenía los ojos azules, lo notó casi ausentemente- y preguntó:
– ¿Quiere que le transmita algún mensaje a Hermione de su parte?
Sus labios se separaron de sorpresa.
– ¿Por qué haría eso? -preguntó él, antes de poder mesurar su respuesta.
Ella solo se encogió de hombros y dijo:
– Usted es el menor de dos males, Sr. Bridgerton.
Quería pedirle desesperadamente que aclarara ese comentario, pero no podía hacerlo, teniendo en cuenta que la acababa de conocer, por ello se esforzó en mantener un semblante tranquilo, cuando dijo:
– Salúdela de mi parte, eso es todo.
– ¿De verdad?
Maldición, la expresión de su mirada era tan irritante.
– De verdad.
Ella se despidió con la más pequeña de las cortesías, y se marchó.
Gregory miró fijamente un rato, la puerta a través de la cual ella había desaparecido y luego regresó a la fiesta. Muchos de los invitados habían empezado a bailar, y llenaban el aire con más sonrisas, pero de algún modo la noche se había vuelto aburrida e inanimada.
La comida, decidió. Se comería otros veinte sándwiches diminutos y luego se iría a dormir.
Todo se aclararía por la mañana.
Lucy sabía que Hermione no tenía dolor de cabeza, y tampoco ninguna clase de dolor, no se sorprendió cuando la encontró sentada en la cama, mirando concentradamente lo que parecía ser una carta de cuatro páginas.
Escrita en una letra extremadamente compacta.
– Un lacayo me la entregó -dijo Hermione, sin siquiera mirarla-. Me dijo que llegó en el correo de hoy, pero se había olvidado de traerla más temprano.
Lucy suspiró.
– ¿Es del Señor Edmonds?
Hermione asintió con la cabeza.
Lucy cruzó el cuarto que estaba compartiendo con Hermione actualmente, y se sentó en la silla del tocador. Esta no era la primera carta que Hermione había recibido del Señor Edmonds, y Lucy sabía por experiencia que Hermione tendría que leerla dos veces, y luego una vez más para hacerle un análisis más profundo, y luego finalmente una última vez, solo para identificar cualquier significado oculto en el significado del saludo y el cierre de la misiva.
Lo que significaba que Lucy no tendría nada que hacer excepto examinarse las uñas durante por lo menos cinco minutos.
Y eso fue lo que hizo, no porque estuviera terriblemente interesada en sus uñas, ni porque fuera una persona particularmente paciente, sino porque conocía una situación inútil cuando la veía, y no vio ninguna razón para gastar energía en someter a Hermione a una conversación cuando estaba tan patentemente indiferente a lo que ella tuviera que decir.
Sin embargo, las uñas solo podían ocupar a una muchacha un rato, especialmente cuando estaban meticulosamente aseadas y cuidadas, por eso Lucy se puso de pies y caminó hacia el armario, observando ausentemente sus pertenencias.
– Oh, rayos -murmuró-. Odio cuando ella hace eso -su criada le había dejado un par de zapatos mal ubicados, con el izquierdo a la derecha, y el derecho a la izquierda, y aunque Lucy sabía que no había nada malo con eso, la ofendía de un modo extraño (y extremadamente ordenado) a sus sensibilidades, por eso enderezó el par de zapatillas, y luego se incorporó para inspeccionar su manualidad, después se puso las manos en las caderas y se dio la vuelta.
– ¿No has terminado aún? -le demandó.
– Ya casi -dijo Hermione, y casi parecía que sus palabras estuvieran descansando en el borde de sus labios todo el tiempo, como si las hubiera preparado para soltarlas sobre Lucy cuando le hiciera una pregunta.
Se sentó nuevamente, enfadada. Esa era una escena que habían representado innumerables veces con anterioridad. O al menos cuatro veces.
Sí, Lucy sabía cuantas cartas había recibido exactamente Hermione del romántico Sr. Edmonds. Le habría gustado no saberlo; de hecho, estaba un poco irritada de que ese punto estuviera invadiendo un valioso espacio en su cerebro que podría haber sido utilizado para algo útil, como la botánica o la música, o cielo santo, incluso otra página de De-Brett´s, pero desafortunadamente, el hecho era, que las cartas del Sr. Edmonds no eran más que un evento, y cuando Hermione tenía un evento, bueno, pues Lucy estaba forzada también a tenerlo.
Habían compartido un cuarto durante tres años en lo de la Srta. Moss, y como Lucy no tenía ninguna pariente femenina cercana, que pudiera ayudarla a relacionarse con la sociedad, la madre de Hermione había estado de acuerdo en patrocinarla, y por ello allí estaban, todavía juntas.
Lo cual en realidad era estupendo, salvo por el siempre presente (en espíritu, al menos) Sr. Edmonds. Lucy solo lo había visto una vez, pero sentía como si siempre estuviera allí, rodeándolas, haciendo que Hermione suspirara en extraños momentos y mirara un punto en la distancia como si estuviera componiendo un soneto de amor, para poder incluirlo en su siguiente respuesta.
– Eres consciente -dijo Lucy, aunque Hermione no había dado indicios de haber terminado con su lectura-, de que tus padres nunca te permitirán casarte con él.
Eso fue suficiente para lograr que Hermione bajara la carta, al menos un poco.
– Sí -dijo, con una expresión de irritación-. Ya me lo has dicho muchas veces.
– Él es un secretario -dijo Lucy.
– Ya lo sé.
– Un secretario -repitió Lucy, aunque habían tenido esa misma conversación muchas veces-. El secretario de tu padre.
Hermione había tomado la carta nuevamente, en un esfuerzo por ignorar a Lucy, pero finalmente se rindió y la bajó, confirmando las sospechas de Lucy de que hace mucho tiempo había terminado y estaba ahora en su primera, o posiblemente su segunda, releída.
– El Sr. Edmonds es un hombre bueno y honorable -dijo Hermione, con los labios fruncidos.
– Estoy segura que lo es -dijo Lucy-. Pero no puedes casarte con él. Tu padre es un vizconde. ¿Acaso crees que permitirá que su única hija se case con un secretario sin dinero?
– Mi padre me ama -murmuró Hermione, pero su voz no estaba precisamente llena de convicción.
– No estoy tratando de disuadirte de que hagas un mejor partido -empezó Lucy-. Pero…
– Eso es exactamente lo que estás intentando hacer -la cortó Hermione.
– En absoluto. Es solo que no veo por qué no puedes tratar de enamorarte de alguien que tus padres puedan aprobar.
La preciosa boca de Hermione dibujó una línea de frustración.
– Tú no entiendes.
– ¿Qué es lo que hay que entender? ¿No crees que tu vida pueda ser más fácil si te enamoras de alguien más conveniente?
– Lucy, nosotros no escogemos a la persona de la cual nos enamoramos.
Lucy cruzó los brazos.
– No veo por qué no.
Hermione dejó caer la boca literalmente.
– Lucy Abernathy -dijo-. Tú no entiendes nada.
– Sí -dijo Lucy secamente-. Ya lo habías mencionado.
– ¿Cómo crees que puede ser posible que una persona puede elegir de quien se enamora? -dijo Hermione apasionadamente, aunque no tan apasionadamente lo que la obligó a incorporarse de su posición semireclinada en la cama-. Uno no escoge. Solo pasa. En un instante.
– Ahora, eso yo no lo creo -contestó Lucy, y agregó, porque no pudo resistirse-: No en un instante.
– Bien, pues sucede -insistió Hermione-. Lo sé, porque a mí me sucedió así. Y no estaba buscando enamorarme.
– ¿No lo estabas haciendo?
– No. -Hermione la miró-. No lo estaba. Tenía todas las intenciones de encontrar un esposo en Londres. En verdad, ¿Quién hubiera esperado que yo encontraría a alguien en Fenchley?
Decir eso con esa clase de desdén, solo podría lograrlo un nativo Fenchleyan.
Lucy puso los ojos en blanco e inclinó la cabeza a un lado, esperando que Hermione siguiera con eso.
Lo cual Hermione no parecía apreciar.
– No me mires así -la cortó.
– ¿Cómo?
– Así.
– Te repito, ¿Cómo?
Toda la cara de Hermione se contrajo.
– Sabes exactamente que es lo que te estoy diciendo.
Lucy se golpeó con una mano en la cara.
– Oh -jadeó-. Luces exactamente como tu madre.
Hermione se retiró con la afrenta.
– Eso fue duro de tu parte.
– ¡Tu madre es encantadora!
– No cuando tiene toda la cara arrugada.
– Tu madre es encantadora aunque tenga la cara arrugada -dijo Lucy, intentando acabar con el asunto-. Ahora, ¿vas a hablarme del Sr. Edmonds o no?
– ¿Planeas burlarte de mí?
– Claro que no.
Hermione levantó las cejas.
– Hermione, te prometo que no me burlaré de ti.
Hermione todavía parecía dudosa, pero dijo:
– Muy bien. Pero si lo haces…
– Hermione.
– Como te dije -dijo ella, dándole a Lucy una mirada de advertencia-. No esperaba encontrar el amor. Ni siquiera sabía que mi padre había contratado a un nuevo secretario. Simplemente estaba caminando en el jardín, decidiendo que rosas deseaba cortar para la mesa, y entonces… Lo vi.
Dijo eso con suficiente drama para garantizar un rol en la escena.
– Oh, Hermione -suspiró Lucy.
– Dijiste que no te burlarías de mí -dijo Hermione, y apuntó con un dedo en su dirección, lo cual dejó a Lucy lo suficientemente fuera de rol, por lo que tuvo que tranquilizarse.
– Ni siquiera le vi la cara al principio -continuó Hermione-. Solo vi la parte de atrás de su cabeza, la manera en la que su cabello se rizaba en el cuello de su chaqueta. -Entonces suspiró. Realmente suspiró mientras se volvía hacia Lucy con la más patética de las expresiones-. Y el color. Verdaderamente, Lucy, ¿has visto un color tan espectacularmente rubio?
Considerando el número de veces que Lucy había tenido que escuchar a los caballeros haciendo la misma declaración sobre el pelo de Hermione, pensó que era mejor no hacer ningún comentario.
Pero Hermione no lo hizo. Ni de cerca.
– Entonces él se volvió -dijo-. Y vi su perfil, y te juro que es como si hubiera escuchado música.
A Lucy le habría gustado señalar que el conservatorio Watson estaba localizado justo al lado del jardín de las rosas, pero contuvo su lengua.
– Y entonces él se volvió -dijo Hermione, con su voz creciendo suavemente y en los ojos esa expresión de Estoy-memorizando-un-soneto-de amor-. Y todo lo que pude pensar es: Estoy arruinada.
Lucy jadeó.
– No digas eso. Ni siquiera lo menciones.
La ruina no era la clase de cosas que una joven dama debía mencionar a la ligera.
– No arruinada de arruinada -dijo Hermione con impaciencia-. Cielo Santo, Lucy, estaba en el jardín de las rosas, ¿me has estado escuchando? Pero sabía, yo sabía que estaba arruinada para los demás hombres. Nunca habría otros para comparar.
– ¿Y supiste todo eso con solo verle la nuca? -preguntó Lucy.
Hermione le disparó una expresión sumamente irritada.
– Y su perfil, pero ese no es el punto.
Lucy esperó pacientemente por el punto, aunque estaba bastante segura de que no sería uno con el cual estaría de acuerdo. O probablemente ni siquiera lo entendería.
– El punto es -dijo Hermione, su voz era tan suave que Lucy tuvo que inclinarse para poder escucharla-, que posiblemente no puedo ser feliz con él. No es posible.
– Bien -dijo Lucy despacio, porque no estaba precisamente segura de cómo debía agregar eso-. Te ves feliz ahora.
– Eso es porque él está esperando por mí. Y -Hermione levantó la carta-, me dijo que me ama.
– Oh Dios -dijo Lucy para sí misma.
Hermione la debió haber escuchado, porque su boca se apretó, pero no dijo nada. Ambas se quedaron allí, en sus respectivos lugares, durante un completo minuto y entonces Lucy se aclaró la garganta y dijo:
– Ese agradable Sr. Bridgerton parecía estar interesado en ti.
Hermione se encogió de hombros.
– Él es el hijo más joven, pero creo que tiene una buena posición. Y ciertamente es de una excelente familia.
– Lucy, te dije que no estoy interesada.
– Bueno, él es muy guapo -dijo Lucy, quizás un poco más enfáticamente de lo que debía.
– Persíguelo, entonces -le replicó Hermione.
Lucy la miró sobresaltada.
– Tú sabes que no puedo. Estoy prácticamente comprometida con Lord Haselby.
– Prácticamente -le recordó Hermione.
– También podría ser oficial -dijo Lucy. Y era verdad. Su tío había discutido ese asunto con el Conde de Davenport, el padre del vizconde de Haselby, años atrás. Haselby tenía diez años más que Lucy, y todos estaban esperando simplemente a que ella creciera.
Lo cual, se suponía ya había hecho. Seguramente la boda no estaría ahora demasiado lejana.
Y era un buen partido. Haselby era un compañero absolutamente agradable. No le hablaba como si fuera una idiota, parecía ser muy amable con los animales, y su apariencia era lo suficientemente agradable, aun cuando su pelo estaba comenzando a escasear. Claro, Lucy solo se había encontrado con su futuro esposo tres veces, pero todos sabían que las primeras impresiones eran sumamente importantes y normalmente daban en el blanco.
Además, su tío había sido su tutor desde que su padre había muerto hacia diez años, y aunque él no hubiera derramado todo su amor y afecto sobre ella y su hermano Richard, había cumplido su deber para con ellos, y los había criado bien, y Lucy sabía que era su deber obedecer a sus deseos y honrar los esponsales que había arreglado.
O prácticamente ordenado.
Realmente, no representaba mucha diferencia. Ella se iba a casar con Haselby. Todo el mundo lo sabía.
– Creo que lo utilizas a él como una excusa -dijo Hermione.
Lucy puso rígida su espina dorsal.
– ¿Discúlpame?
– Utilizas a Haselby como excusa -repitió Hermione, y su cara asumió una expresión tan elevada que a Lucy no le gustó ni un poco-. Es por eso que no permites que tu corazón se comprometa en otra parte.
– Y donde está esa otra parte, precisamente, ¿Dónde yo podría haber comprometido mi corazón? -le exigió Lucy-. ¡La temporada ni siquiera ha empezado!
– Quizás -dijo Hermione-. Pero hemos salido y nos hemos «pulido» como mi madre y tú insisten en llamarlo. No has estado viviendo debajo de una piedra, Lucy. Has conocido a un sinnúmero de hombres.
No había forma de señalarle que ninguno de esos hombres la había mirado cuando Hermione estaba cerca. Hermione intentaría negarlo, pero ambas sabían que solo iba a ser un esfuerzo por respetar los sentimientos de Lucy. Así que refunfuñó algo en su lugar entre dientes, que iba a hacer las veces de una respuesta, sin ser realmente una respuesta.
Hermione no dijo nada; solo miró a Lucy de esa forma arqueada que no solía utilizar con nadie más, y finalmente Lucy tuvo que defenderse.
– No es una excusa -dijo, mientras cruzaba los brazos, luego se puso las manos en las caderas cuando no se sintió bien-. En verdad, ¿Qué ganaría con eso? Sabes que voy a casarme con Haselby. Eso está planeado desde hace años.
Cruzó los brazos otra vez. Y luego los dejó caer. Finalmente se sentó.
– No es un mal partido -dijo Lucy-. Y con todo lo que le pasó a Georgiana Whiton, yo debería arrodillarme y besarle los pies a mi tío por arreglar una alianza aceptable.
Ese fue un momento de horror, que hizo que se diera un silencio casi reverente. Si hubieran sido católicas, habrían hecho la señal de la cruz.
– Pero por la gracia de Dios -dijo Hermione finalmente.
Lucy asintió despacio. Georgina se había casado con un setentón jadeante con gota. Y ni siquiera había sido un setentón con titulo y gota. Cielos Santos, al menos debió haber ganado un «Lady» antes de su nombre por ese sacrificio.
– Para que veas -terminó Lucy-. Haselby realmente no es tan malo. Es mejor que la mayoría, realmente.
Hermione la miró. Estrechamente.
– Bueno, si eso es lo que deseas, Lucy, sabes que te apoyaré abiertamente. Pero en cuanto a mí… -suspiró y sus ojos verdes asumieron esa mirada perdida que hacía que los hombres suspiraran-. Quiero algo más.
– Sé que lo quieres -dijo Lucy, intentando sonreír. Pero no podía ni siquiera imaginar como Hermione lograría sus sueños. En el mundo en el que ellas vivían, las hijas de los vizcondes, no se casaban con los secretarios de los vizcondes. Y por eso Lucy pensaba que tendría mucho más sentido ajustar los sueños de Hermione, que reformar el orden social. También, era más fácil.
Pero en ese momento estaba cansada. Y quería acostarse. Trabajaría en Hermione por la mañana. Empezando con ese guapo Sr. Bridgerton. Él podría ser perfecto para su amiga, y el cielo sabía que él estaba interesado.
Hermione volvería en sí. Lucy se aseguraría de eso.