Capítulo 11

En el que nuestro héroe hace la única cosa que jamás habría anticipado.


La ironía de la noche no estaba perdida para Lucy mientras caminaba de regreso a su cuarto.

Sola.

Después del pánico del Sr. Bridgerton por la desaparición de Hermione… después de que Lucy le había reñido minuciosamente por escaparse sola en medio de lo que estaba resultando ser una noche escandalosa… después de que una pareja había sido forzada a comprometerse, por el amor de Dios -nadie había notado cuando Lucy abandonó el baile de máscaras sola.

Todavía no podía creer que Lady Bridgerton le hubiera insistido que regresara a la fiesta. Había llevado prácticamente a Lucy por el cuello, depositándola al cuidado de alguien o de otra tia soltera antes de buscar a la madre de Hermione, quien, se presumía, no tenía idea de la emoción que esperaba por ella.

Y por eso se había quedado de pie al extremo del salón de baile como una tonta, mirando al resto de los invitados, preguntándose como ellos, no hubieran podido ser conscientes de los eventos de la noche. Parecía inconcebible que tres vidas pudieran haber cambiado tan completamente, y que el resto del mundo continuara como de costumbre.

No, pensó, con mucha tristeza, en realidad -eran cuatro; el Sr. Bridgerton tenía que ser considerado. Sus planes para el futuro habían resultado ser decididamente diferentes a como habían sido al inicio de la noche.

Pero no, todo el mundo parecía perfectamente normal. Bailaban, reían, comían sándwiches que aún seguían penosamente revueltos en una fuente.

Era la visión más extraña. ¿Algo no debería parecer distinto? Alguien no debería acercarse a Lucy y decirle, con ojos inquisidores -Usted luce un poco alterada. Ah, ya sé. Su hermano debió haber seducido a su mejor amiga.

Nadie lo hizo, claro, y cuando Lucy miró su imagen en el espejo, estaba sorprendida de verse completamente inalterada. Un poco cansada, quizás, tal vez un poco pálida, pero aparte de eso, se veía como la Lucy de siempre.

Cabello rubio, no demasiado rubio. Ojos azules -otra vez, no demasiado azules. La boca torpemente formada que nunca parecía verse de la forma que quería, y la misma nariz indefinible con las mismas siete pecas, incluida aquella cercana a su ojo que nadie nunca parecía notar, excepto ella.

Se parecía a Irlanda. No sabía por qué eso le interesaba, pero siempre lo había hecho.

Suspiró. Nunca había ido a Irlanda, y probablemente nunca lo haría. Parecía tonto que eso le molestara tan de repente, ya que nunca había querido ir a Irlanda.

Pero si lo deseara, tendría que pedírselo a Lord Haselby, ¿verdad? No era muy diferente a tener que pedirle permiso al Tío Robert para hacer, bueno, algo, pero de algún modo…

Agitó la cabeza. Suficiente. Esa había sido una noche extraña, y ahora estaba de un extraño humor, atrapada en toda su extrañeza en medio de un baile de máscaras.

Estaba claro que tenía que acostarse.

Y entonces, después de treinta minutos de intentar aparentar como si estuviera disfrutando, finalmente fue claro que la tía solterona a la que le habían confiado su cuidado, no entendía el alcance de su asignación. No era una difícil deducción; ya que cuando Lucy había intentado hablarle, ella había entornado los ojos a través de su máscara y le había chillado:

– ¡Levanta la barbilla, niña! ¿Te conozco?

Lucy decidió que esa no era una oportunidad que debía ser desaprovechada, y por eso le contestó:

– Lo siento. Pensé que usted era otra persona -y salió directamente del salón de baile.

Sola.

De verdad, era casi cómico.

Casi.

Sin embargo, no era tonta, y ya que había cruzado lo suficiente de la casa esa noche para saber que mientras los invitados se habían esparcido hacia la parte oeste y sur del salón de baile, nunca se habían aventurado al ala norte, donde la familia tenía sus cuartos privados. Estrictamente hablando, Lucy tampoco debió haber salido de esa manera, pero después de lo que había sucedido en las últimas horas, pensaba que a lo mejor merecía un poco de libertad.

Pero cuando llegó al enorme pasillo que conducía al ala norte, vio una puerta cerrada. Lucy parpadeó sorprendida; nunca había visto una puerta en ese lugar antes. Supuso que los Bridgertons las dejaban abiertas normalmente. Entonces su corazón se hundió. Seguramente debía estar con llave -¿por qué, cual era el propósito de cerrar una puerta, si no era parar a las personas afuera?

Pero el pomo de la puerta se volvió con facilidad. Lucy cerró cuidadosamente la puerta detrás de ella, derritiéndose prácticamente con el alivio. No podía soportar la idea de tener que regresar a la fiesta. Solo quería arrastrarse dentro de la cama, enroscarse debajo de las sábanas, cerrar los ojos y dormir, dormir, dormir.

Eso sonaba como el cielo. Y con suerte, Hermione no habría regresado todavía. O mejor aún, su madre le insistiría que permaneciera esa noche en su cuarto.

Sí, la privacidad parecía ser extremadamente atractiva en ese momento.

Estaba oscuro mientras caminaba, y callado, también. Después de un minuto, los ojos de Lucy se ajustaron a la oscuridad. No había linternas o velas para iluminar el camino, pero algunas puertas habían quedado abiertas, permitiendo que pálidos ejes de luz de luna, hicieran paralelogramos en la alfombra. Caminó despacio, y con una extraña clase de deliberación, cada paso era cuidadosamente medido y dirigido, como si estuviera balanceándose en una línea delgada, que se extendía directamente en el centro del pasillo.

Uno, dos…

Nada excepcional. Frecuentemente contaba sus pasos. Y siempre en los escalones. Se había sorprendido cuando llegó a la escuela y comprendió que las demás personas no lo hacían.

… tres, cuatro…

La alfombra del corredor lucía monocromática bajo la luz de la luna, pero Lucy sabía que los diamantes grandes eran rojos, y los más pequeños eran dorados. Se preguntó si era posible caminar únicamente sobre los dorados.

… cinco, seis…

O quizás sobre los rojos. Los rojos podrían ser más fáciles. Esta no era una noche para desafiarse.

… siete, ocho, n…

– ¡Oomph!

Chocó en algo. O estimado cielo, en alguien. Estaba mirando hacia abajo, siguiendo los diamantes rojos, y no había visto… ¿pero no debía la otra persona haberla visto a ella?

Manos fuertes la agarraron por los brazos y la sostuvieron. Y entonces…

– ¿Lady Lucinda?

Se congeló.

– ¿Sr. Bridgerton?

Su voz era baja y suave en la oscuridad.

Esta si que es una coincidencia.

Se desenredó cuidadosamente -ya que él la había agarrado por los brazos para no permitir que se cayera- y dio un paso atrás. Él parecía muy grande en los cerrados confines del pasillo.

– ¿Qué está haciendo aquí? -preguntó ella.

Él le ofreció una mueca sospechosamente tranquila.

– ¿Qué está haciendo usted aquí?

– Voy a acostarme. Este pasillo parecía ser la mejor ruta -le explicó, y luego agregó con una expresión retorcida-: dado mi estado de desacompañamiento.

Él inclinó la cabeza. Arrugó la frente. Parpadeó. Y finalmente:

– ¿Es esa una queja?

Por alguna razón eso la hizo sonreír. No a sus labios, exactamente, sino a su interior, donde más importaba.

– Creo que no -contestó-, pero en realidad, no podría preocuparme.

Él sonrió débilmente, luego señaló con su cabeza al cuarto de donde había acabado de salir.

– Estaba en la oficina de mi hermano. Reflexionando.

– ¿Reflexionando?

– Había muchas cosas de las cuales reflexionar esta noche, ¿no le parece?

– Sí. -Echó un vistazo alrededor del pasillo. Solo en el caso de que hubiera alguien más, aunque estaba muy segura que no lo había-. En realidad, no debería estar aquí sola con usted.

Él asintió solemnemente.

– Yo no querría interrumpir su práctico compromiso.

Lucy ni siquiera había pensado en eso.

– Lo que quise decir fue, que después de lo que pasó con Hermione y… -y entonces parecía de algún modo insensible, aclararlo-. Bueno, estoy segura que usted lo sabe.

– Efectivamente.

Ella tragó saliva, luego intentó aparentar que no estaba mirando su rostro, para ver si estaba disgustado.

Él solo parpadeó, luego se encogió de hombros, y su expresión era…

¿Indiferente?

Se mordisqueó el labio. No, eso no podía ser. Debió haberlo interpretado mal. Había sido un hombre enamorado. Él se lo había dicho.

Pero eso no era de su incumbencia. Eso requería una cierta medida de autoreminiscencia (para agregar otra palabra rápidamente a la creciente colección) pero eso era. No era de su incumbencia. Ni un poco.

Bueno, excepto la parte sobre su hermano y su mejor amiga. Nadie podía decir que eso no le concernía. Si hubiera sido solo Hermione, o solo Richard, podría tener un argumento para dejar su nariz fuera de eso, pero con ambos envueltos, bueno, claramente estaba involucrada.

Con respecto al Sr. Bridgerton, sin embargo… nada era de su incumbencia.

Lo miró. El cuello de su camisa estaba aflojado, y podía ver un diminuto trozo de piel, donde sabía, no debía mirar.

Nada. ¡Nada! Era. De su incumbencia. Nada de eso.

– Bien -dijo, estropeando su tono determinado con una tos evidentemente involuntaria. Intermitente. Tos intermitente. Vagamente interrumpida por un-: Debo irme.

Pero salió más como… Bueno, salió como algo, que estaba segura, no podía deletrear con las veintiséis letras del idioma inglés. Tal vez con el cirílico podría hacerlo. O con el hebreo.

– ¿Está bien? -le preguntó él.

– Perfectamente bien -jadeó, entonces comprendió que volvía a mirar ese punto que ni siquiera estaba en su cuello. Era más bien en su pecho, lo que significaba que era una parte obviamente mucho más inapropiada.

Apartó sus ojos rápidamente, luego tosió de nuevo, pero esa vez fue a propósito. Porque tenía que hacer algo. Por otra parte sus ojos volvieron en seguida a donde no debían.

Él la miró, casi con solemnidad en su expresión, mientras se recuperaba.

– ¿Mejor?

Ella asintió con la cabeza.

– Me alegra.

¿Alegre? ¿Alegre? ¿Qué quería decir con eso?

Él se encogió de hombros.

– Odio cuando eso pasa.

Él solo es un ser humano, Lucy tonta. Uno que sabe como se siente una garganta reseca.

Se estaba volviendo loca. Estaba muy segura de eso.

– Debo irme -dijo ella bruscamente.

– Usted debe.

– De verdad debo.

Pero se quedó allí.

Él la estaba mirando de una forma muy extraña. Sus ojos entrecerrados -no de esa forma de persona con rabia, que usualmente se asociaba con los ojos entornados, sino como si estuviera pensando mucho en algo.

Reflexionando. Eso era. Estaba reflexionando, eso era lo que había dicho.

Solo que estaba reflexionando sobre ella.

– ¿Sr. Bridgerton? -preguntó ella con vacilación. Y no es que supiera que podría preguntarle cuando la reconociera.

– ¿Usted bebe, Lady Lucinda?

¿Beber?

– ¿Discúlpeme?

Él le ofreció una media sonrisa tímida.

– Brandy. Sé donde mi hermano guarda un material muy bueno.

– Oh. -Dios del cielo-. No, por supuesto que no.

– Lastima -murmuró.

– De veras, no puedo -agregó ella, porque, bueno, se sentía como si tuviera que explicarle.

Aunque claro, ella no bebía alcohol.

Y claro, él lo sabía.

Él se encogió de hombros.

– No sé por qué se lo pregunté.

– Debo irme -dijo ella.

Pero él no se movió.

Y ella tampoco.

Se preguntó a que sabría el brandy.

Y se preguntó si algún día lo sabría.

– ¿Disfrutó la fiesta? -preguntó él.

– ¿La fiesta?

– ¿Acaso no fue obligada a regresar?

Ella asintió, poniendo los ojos en blanco.

– Eso fue fuertemente sugerido.

– Ah, entonces ella la arrastró.

Para la gran sorpresa de Lucy, eso la hizo reír entre dientes.

– Algo así. Yo no tenía puesta mi máscara, lo cual me hacía destacar mucho.

– ¿Cómo un champiñón?

– ¿Cómo un…?

Él miró su vestido y asintió ante el color.

– Como un champiñón azul.

Ella se miró así misma y luego a él.

– Sr. Bridgerton, ¿está borracho?

Él se inclinó con una sonrisa maliciosa y ligeramente tonta. Levantó la mano, marcando una pulgada entre su dedo pulgar e índice.

– Solo un poco.

Lo miró dudosamente.

– ¿De verdad?

Él bajó la mirada hacia sus dedos con la frente arrugada, luego agregó otra pulgada, para sumarla en el espacio entre ellos.

– Bueno, quizás un poco más.

Lucy no sabía mucho sobre hombres, o mucho sobre las bebidas alcohólicas, pero sabía lo suficiente de ambos para preguntar:

– ¿Acaso no siempre le pasa lo mismo?

– No. -Levantó las cejas y la miró bajo su nariz-. Normalmente sé exactamente cuan borracho estoy.

Lucy no tenía ni idea de que decir ante eso.

– Pero no estoy seguro de que lo sepa esta noche -y parecía sorprendido por eso.

– Oh. -Porque ella estaba comunicándose mejor esa noche.

Él sonrió.

Su estómago se sentía extraño.

Trató de sonreírle también. En realidad debía irse.

Pero naturalmente, no se movió.

Él inclinó la cabeza a un lado y soltó una pensativa exhalación, y se le ocurrió que estaba haciendo exactamente lo que le había dicho que estaba haciendo -reflexionando.

– Estaba pensando -dijo él lentamente-, que dados los eventos de la noche…

Se inclino adelante a la expectativa. ¿Por qué las personas siempre dejaban que sus voces salieran arrastradas solo cuando estaban a punto de decir algo de suma importancia?

– ¿Sr. Bridgerton? -lo tocó con el codo, porque ahora él estaba mirando fijamente a alguna pintura en la pared.

Sus labios se retorcieron pensativamente.

– ¿Usted no cree que yo debería estar un poco más disgustado?

Sus labios se separaron con la sorpresa.

– ¿Usted no está disgustado? -¿Cómo era posible?

Él se encogió de hombros.

– No tanto como debería, ya que mi corazón dejó prácticamente de latir cuando vi por primera vez a la Srta. Watson.

Lucy sonrió apretadamente.

Su cabeza se reacomodó verticalmente, y la miró, y ella parpadeó -tenía los ojos perfectamente claros, como si hubiera sacado una conclusión obvia.

– Es por eso que sospecho del brandy.

– Ya veo -no lo veía, por supuesto, pero ¿Qué mas podría decir?-. Usted… ah… usted parecía muy disgustado.

– Estaba enfadado -le explicó él.

– ¿Ya no lo está?

Él pensó en eso.

– Oh, todavía estoy enfadado.

Y Lucy sintió que tenía que disculparse. Lo cual sabía, era ridículo, porque nada de eso era su culpa. Pero estaba tan arraigado en ella, esa necesidad de disculparse por todo. No podía evitarlo. Quería que todo el mundo estuviera feliz. Siempre había sido así. Era mejor de esa manera. Más ordenado.

– Siento mucho no haberle creído lo que me dijo sobre mi hermano -dijo-. No lo sabía. De verdad, no lo sabía.

Él bajó la mirada hacia ella, y sus ojos eran amables. No estaba segura cuando había pasado, porque hace un momento, él se veía mareado e indiferente. Pero ahora… estaba distinto.

– Sé que usted no lo sabía -dijo él-. No tiene necesidad de disculparse.

– Estaba tan sobresaltada como usted cuando los encontramos.

– Yo no estaba sobresaltado -dijo. Suavemente, como si estuviera intentando proteger sus sentimientos. Eso la hacía sentir tonta por no haberse dado cuenta de lo obvio.

Asintió.

– No, supongo que usted no lo estaba. Ya sabía lo que estaba pasando, y yo no. -Y de verdad, se sentía como una tonta. ¿Cómo podía estar tan completamente inconsciente? Se trataba de Hermione y su hermano, por el amor de Dios. Si alguien debía descubrir un romance en ciernes, esa debía ser ella.

Hubo una pausa -una incómoda- y entonces él dijo:

– Estaré bien.

– Oh, claro que lo estará -dijo Lucy tranquilizadoramente. Y entonces se sentía tranquilizada, porque se sentía tan estupendo y normal ser la única intentando hacerlo todo bien. Eso es lo que hacía. Se esforzaba todo el tiempo. Se aseguraba que todo el mundo estuviera feliz y cómodo.

Así era ella.

Pero entonces él le preguntó -oh por qué le preguntó:

– ¿Lo estará usted?

Ella no dijo nada.

– Estará bien -aclaró él-. ¿Usted estará bien -hizo una pausa, y luego se encogió de hombros- de bien?

– Por supuesto -dijo ella, un poco demasiado rápido.

Había pensado que eso era todo, pero entonces él dijo:

– ¿Está segura? Porque parecía un poco…

Ella tragó saliva, esperando incómodamente su evaluación.

– … preocupada -terminó.

– Bueno, estaba sorprendida -dijo, feliz de tener una respuesta-. Y por eso naturalmente estaba un poco desconcertada. -Pero escuchó un ligero tartamudeo en su voz, y estaba preguntándose, a cual de ellos dos, estaba intentando convencer.

Él no dijo nada.

Tragó saliva. Era incómodo. Ella estaba incómoda, y todavía seguía hablando, seguía explicándole todo. Y dijo:

– No estoy completamente segura de lo que pasó.

Él todavía, no hablaba.

– Me sentí un poco… aquí… -su mano fue a su pecho, al punto donde se había sentido tan paralizada. Levantó la mirada hacia él, pidiéndole prácticamente con los ojos que dijera algo, que cambiara el objeto y el fin de la conversación.

Pero él no lo hizo. Y el silencio la hizo explicar.

Si él le hubiera hecho una pregunta, o le hubiera dicho una palabra consoladora, no se lo habría dicho. Pero el silencio era demasiado. Tenía que ser llenado.

– No podía moverme -dijo, probando las palabras mientras salían de sus labios. Era como si al hablar, estuviera confirmando lo que había pasado finalmente-. Llegué a la puerta, y no pude abrirla.

Lo miró, buscando respuestas. Pero claro, él no tenía ninguna.

– Yo… yo no sé por qué estaba tan abrumada. -Su voz sonó rasposa, incluso nerviosa-. Quiero decir… era Hermione. Y mi hermano. Yo… siento mucho su dolor, pero esto ahora es bastante ordenado, en realidad. Es agradable. O por lo menos debe serlo. Hermione será mi hermana. Siempre he querido una hermana.

– Son entretenidas de vez en cuando -dijo él con una medio sonrisa, y eso hizo que Lucy se sintiera bien. Era notable lo mucho que lo hacía. Y eso fue suficiente, para que sus palabras se derramaran, esa vez, sin ninguna vacilación, sin siquiera tartamudear.

– No podía creer que ellos hubiera salido juntos. Debieron haber dicho algo. Me debieron haber dicho que se querían el uno al otro. No tenía por qué descubrirlo de esta manera. No está bien. -Le agarró el brazo y levantó la mirada hacia él, sus ojos estaban serios y desesperados-. No está bien, Sr. Bridgerton. No está bien.

Él agitó su cabeza, pero sólo un poco. Su barbilla apenas se movió, y sus labios menos, cuando dijo:

– No.

– Todo está cambiando -susurró ella y ya no estaba hablando sobre Hermione. Pero eso no le importaba, porque ya no quería pensar. No en eso. No en el futuro-. Todo está cambiando -susurró-, y no puedo detenerlo.

De algún modo su cara estaba más cerca cuando dijo, de nuevo:

– No.

– Es demasiado. -No podía dejar de mirarlo, no podía apartar los ojos de los suyos, y todavía estaba susurrándole -todo es demasiado- cuando ya no hubo ninguna distancia entre ellos.

Y sus labios… tocaron los suyos.

Era un beso.

Ella había sido besada.

Ella. Lucy. Por una vez le había pasado a ella. Estaba en el centro del mundo. Era la vida. Y le estaba pasando a ella.

Era extraordinario, porque eso se sentía tan grande, tan renovador. Y aunque fuera solo un beso -suave, solo un roce, tan ligero que le hacía cosquillas. Sentía una prisa, un escalofrío, un hormigueo muy ligero en el pecho. Su cuerpo parecía renacer, y al mismo tiempo congelarse en el lugar, como si un movimiento equivocado pudiera hacer que todo acabara.

Pero no quería que todo acabara. Que Dios la ayudara, quería esto. Quería este momento, y quería este recuerdo y quería…

Solo quería.

Todo. Algo que pudiera conseguir.

Algo que pudiera sentir.

Sus brazos vinieron alrededor de ella, y se apoyó en ellos, suspirando contra su boca mientras su cuerpo entraba en contacto con el suyo. Esto era, pensó confusamente. Esto era la música. Esto era una sinfonía.

Esto era una vibración. Más que una vibración.

Su boca se puso más urgente, y ella se abrió para él, disfrutando del calor de su beso. Le habló, le habló a su alma. Sus manos la apretaban más y más fuerte, y las de ella se enroscaron alrededor de él, descansando finalmente donde su cabello se unía con su cuello.

No había querido tocarlo, ni siquiera había pensado en ello. Sus manos parecían saber a dónde ir, cómo encontrarlo, atraerlo más cerca. Su espalda se arqueó y el calor entre ellos creció.

Y el beso siguió… y siguió.

Lo sentía en su estómago, lo sentía en las puntas de sus pies. Ese beso parecía estar en todas partes, por toda su piel, directamente debajo de su alma.

– Lucy -susurró él, sus labios habían dejado los suyos finalmente, para encender un caliente sendero desde su mandíbula hasta su oreja-. Dios mío, Lucy.

No quería hablar, no quería decir nada para romper ese momento. No sabía como llamarlo, no podía decirle Gregory, pero Sr. Bridgerton, ya no era lo correcto.

Él era ahora más que eso. Más suyo.

Había tenido razón antes. Todo estaba cambiando. No se sentía igual. Se sentía…

Despierta.

Su cuello se arqueó cuando él le pellizcó el lóbulo de su oreja, y gimió -sonidos suaves e incoherentes que se resbalaron de sus labios como una canción. Quería hundirse en él. Quería deslizarse a la alfombra y llevarlo con ella. Quería su peso, y quería tocarlo -quería hacer algo. Quería actuar. Quería ser atrevida.

Movió las manos hacia su pelo, hundiendo los dedos en sus mechones sedosos. Él soltó un pequeño gemido, y ese único sonido de su voz fue suficiente para hacer que su corazón latiera más rápido. Le estaba haciendo cosas extraordinarias en su cuello -con sus labios, su lengua, sus dientes- no sabía cual, pero una de ellas la estaba haciendo arder.

Sus labios bajaron por la columna de su garganta, derramando fuego a lo largo de su piel. Y sus manos -se habían movido. La estaban ahuecando, presionando contra él, y todo se sentía tan urgente.

Esto no era solo lo que quería. Era lo que necesitaba.

¿Esto era lo que le había pasado a Hermione? ¿Había salido inocentemente a dar un paseo con Richard y entonces… esto?

Lucy lo entendía ahora. Entendía lo que significaba querer algo que estaba equivocado, dejar que sucediera aunque pudiera conducir a un escándalo y…

Y entonces lo dijo. Lo probó.

– Gregory -susurró, probando el nombre en sus labios. Se sentía como una fiesta, intimo, como si pudiera cambiar al mundo y todo lo que la rodeaba con solo una palabra.

Si decía su nombre, entonces él podría ser suyo, y ella podría olvidarse de todo lo demás, podría olvidarse de…

Haselby.

Dios, estaba comprometida. Ya ni siquiera era un arreglo. Los papeles habían sido firmados. Y ella estaba…

– No -dijo, presionando las manos en su pecho-. No, no puedo.

Él le permitió empujarlo lejos. Ella volvió la cabeza, temerosa de mirarlo. Sabía… que si miraba su rostro…

Era débil. No podría resistirse.

– Lucy -dijo él, y comprendió que su sonido era tan difícil de soportar como ver su rostro.

– No puedo hacer esto -agitó la cabeza, sin todavía mirarlo-. No está bien.

– Lucy. -Y esta vez sintió sus dedos en su barbilla, instándole suavemente a enfrentarlo.

– Por favor permíteme escoltarte arriba -dijo.

– ¡No! -le salió demasiado fuerte, y se detuvo, tragando saliva incómodamente-. No puedo arriesgarme -dijo, permitiendo que sus ojos se encontraran finalmente con los suyos.

Fue un error. La forma en la que estaba mirándola a los ojos -sus ojos lucían severos, pero había algo más. Un toque de suavidad, de calor. Y curiosidad. Como si… como si no estuviera seguro de lo que estaba viendo. Como si estuviera mirándola por primera vez.

Cielo santo, esa era la parte que no podía soportar. Ni siquiera estaba segura del por qué. Quizás era porque la estaba mirando. Quizás era porque la expresión era tan… suya. Quizás era por ambas cosas.

Quizás eso no importaba.

Pero todo la aterraba al mismo tiempo.

– No me disuadirá -dijo-. Su seguridad es mi responsabilidad.

Lucy se preguntó lo que le había pasado al hombre ligeramente borracho, y muy jovial con el que había estado conversando sólo hace unos momentos. En su lugar había una persona completamente diferente. Alguien que estaba realmente a cargo de la situación.

– Lucy -dijo, y no era exactamente una pregunta, era un recordatorio. Él ganaría de todos modos, tenía que reconocerlo.

– Mi cuarto no está lejos -dijo ella, probando una última vez, de todos modos-. De verdad, no necesito su ayuda. Está arriba de esas escaleras.

Y por el pasillo y alrededor de una esquina, pero él no tenía que saber eso.

– La acompañaré a las escaleras, entonces.

Lucy sabía que era mejor no discutir. Él no cedería. Su voz era queda, pero con una agudeza, que no sabía si había escuchado allí antes.

– Y me quedaré allí hasta que llegue a su cuarto.

– Eso no es necesario.

Él la ignoró.

– Golpee tres veces cuando llegue.

– No voy a…

– Si no la escucho golpear, subiré las escaleras y me aseguraré personalmente de su bienestar.

Cruzó los brazos, y cuando lo miró se preguntó si él hubiera sido el mismo hombre si hubiera sido el hijo primogénito. Había una inesperada imperiosidad en él. Hubiera sido un excelente vizconde, decidió, aunque no estaba segura de que le hubiera gustado de ese modo. Lord Bridgerton la aterraba francamente, aunque debía tener su lado suave, para adorar a su esposa y a sus hijos como obviamente lo hacía.

Aún…

– Lucy.

Tragó saliva y rechinó los dientes, odiando tener que admitir que le había mentido.

– Muy bien -dijo de mala gana-. Si desea oír mi golpe, debe subir a la cima de las escaleras.

Él asintió con la cabeza y la siguió, los diecisiete pasos de camino hasta la cima.

– La veré mañana -dijo él.

Lucy no dijo nada. Tenía el presentimiento de que sería algo imprudente.

– La veré mañana -repitió.

Ella asintió, ya que parecía ser necesario, y no veía cómo podría evitarlo, sin embargo.

Y quería verlo. No debía quererlo, y sabía que no debía hacerlo, pero no podía evitarlo.

– Sospecho que nos marcharemos -dijo-. Quiero decir, regresaré con mi tío, y Richard… bueno, el tendrá asuntos que atender.

Pero sus explicaciones no cambiaron su expresión. Su cara aún estaba resuelta, sus ojos tan firmemente clavados en los suyos, que la hizo estremecer.

– La veré mañana -fue todo lo que dijo.

Ella asintió de nuevo, y luego se marchó, tan rápidamente como pudo sin irrumpir en una carrera. Giró en la esquina y finalmente vio su cuarto, solo a tres puertas abajo.

Pero se detuvo. Justo en la esquina, fuera de su vista.

Y golpeó tres veces.

Solo porque podía.

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