Capítulo 20

En el que nuestro héroe tiene una pésima mañana.


Tiempo después, después de dormir, y luego más pasión, y después de no dormir en realidad, sino de una pacífica y callada quietud, y luego más pasión -porque ellos simplemente no podían evitarlo- fue el momento de que Gregory partiera.

Era lo más difícil que había hecho en la vida, y sin embargo, podía hacerlo con la alegría de su corazón porque sabía que este no era el final. Tampoco era un adiós; no era nada tan permanente como eso. Pero la hora estaba volviéndose más peligrosa. El amanecer llegaría en breve, y si bien, tenía todas las intenciones de casarse con Lucy tan pronto como pudiera arreglarlo, no podía hacerla pasar por la vergüenza de ser sorprendida en la cama con él, en la mañana de su boda con otro hombre.

También tenía que considerar a Haselby. Gregory no lo conocía bien, pero siempre le había parecido un tipo amable y no se merecía la humillación pública que vendría a continuación.

– Lucy -susurró Gregory, tocando su mejilla con la punta de su nariz-. La mañana está cerca.

Ella hizo un sonido soñoliento, luego giró la cabeza.

– Sí -dijo. Solo , no Es todo tan injusto o Esto no debería ser de esta manera. Pero así era Lucy. Era pragmática, prudente y encantadoramente razonable, y la amaba por todo eso y más. Ella no quería cambiar el mundo. Solo quería hacerlo encantador y maravilloso para la gente que amaba.

El hecho de que hubiera hecho esto-que lo hubiera dejado hacerle el amor y estuviera planeando cancelar su boda, la misma mañana de la ceremonia-solo le demostraba lo profundamente que lo quería. Lucy no buscaba atención y dramatismo. Solo pedía estabilidad y rutina, para hacer el salto que estaba preparando para…

Eso lo hizo sentir humilde.

– Deberías venir conmigo -dijo él-. Ahora. Debemos salir juntos antes que toda la casa se despierte.

Su labio inferior se estiró un poco de lado a lado en un oh Dios -esa expresión lo atrajo tanto que simplemente tuvo que besarla. Ligeramente, ya que no tenía tiempo para hacer nada más, y solo un pequeño besito en la esquina de su boca. Nada que interfiriera con su respuesta, la cual, fue un decepcionante:

– No puedo.

Él se echó para atrás.

– No puedes quedarte.

Pero ella estaba agitando la cabeza.

– Yo… debo hacer lo correcto.

La miró inquisidoramente.

– Debo comportarme honorablemente -le explicó ella. Luego se sentó, sus dedos apretaban la ropa de cama tan herméticamente que sus nudillos se pusieron blancos. Parecía nerviosa, lo que supuso, tenía sentido. Él se sentía al filo de un nuevo amanecer, mientras que ella…

Ella aún tenía una enorme montaña que escalar antes de alcanzar su final feliz.

Él extendió el brazo, intentando tomar una de sus manos, pero ella no era receptiva. Y no es que estuviera alejándose de él; más bien, se sentía casi, como si ni siquiera fuera consciente de su toque.

– No puedo salir furtivamente y permitir que Lord Haselby espere en la iglesia en vano -dijo ella, las palabras se apresuraron a salir, cayendo de sus labios mientras sus ojos se volvían a los de él, abiertos de par en par e implorantes.

Pero eso solo fue por un momento.

Luego apartó la mirada.

Ella tragó saliva. Él no podía ver su cara, pero podía ver la forma en la que se movía.

Murmuro:

– Seguramente puedes entender eso.

Y él lo hacía. Era una de las cosas que más amaba de ella. Tenía un sentido tan fuerte del bien y el mal, que algunas veces, podía llegar al punto de ser intratable. Pero nunca era moralista, ni tampoco condescendiente.

– Esperaré por ti -dijo él.

Su cabeza se volvió rápidamente, y sus ojos se abrieron como platos.

– Quizás necesites mi ayuda -dijo él suavemente.

– No, eso no será necesario. Estoy segura que puedo…

– Insisto -dijo él, con suficiente fuerza como para imponerle silencio-. Esta será nuestra señal. -Levantó las manos, con los dedos unidos y la palma hacia fuera. Luego giró la muñeca, una vez, para llevar la palma hacia su cara, y luego otra vez, para volverla a su posición original-. Esperaré por ti. Si necesitas mi ayuda, te acercas a la ventana y haces la señal.

Ella abrió la boca, como si pudiera protestar una vez más, pero al final simplemente asintió.

El se puso de pies, abriendo las cortinas pesadas que rodeaban la cama, y empezó a buscar su ropa. Sus prendas estaba diseminadas por todas partes -sus calzones por aquí, su camisa notablemente por allí, pero rápidamente recogió lo que necesitaba y se vistió.

Lucy permaneció en la cama, sentada con las sábanas envueltas debajo de su brazo. Él encontró a su modestia encantadora, y casi la molestó por eso. Pero en su lugar, decidió ofrecerle simplemente una sonrisa divertida. Había sido una noche muy importante para ella; no debía hacerla sentirse avergonzada por su inocencia.

Él caminó hacia la ventana para asomarse. Todavía no había amanecido pero el cielo estaba anticipándose, el horizonte estaba pintado con ese débil resplandor de luz que solo se veía antes de la salida del sol. Brillaba suavemente, en un sereno azul purpúreo, y era tan hermoso que le hizo señas para que se le uniera. Se puso de espaldas mientras ella se ponía su camisa de dormir y una vez ella se movió silenciosamente para atravesar el cuarto con los pies descalzos, la tiró suavemente contra sí, con su espalda vuelta hacia su pecho. Apoyó su barbilla sobre su cabeza.

– Mira -susurró él.

La noche parecía bailar, chispeando y hormigueando, como si el propio aire entendiera que nada volvería a ser lo mismo. El amanecer estaba esperando del otro lado del horizonte, y las estrellas ya estaban comenzando a verse menos luminosas en el cielo.

Si él pudiera detener el tiempo, lo habría hecho. Nunca había experimentado ni un solo momento que fuera tan mágico, tan… completo. Todo estaba allí; todo lo que era bueno, honesto y verdadero. Y finalmente entendió la diferencia entre la felicidad y el contento, y cuan afortunado y bendito era al sentirlos a ambos, en cantidades tan impresionantes.

Era Lucy. Lo completaba. Hacía que su vida fuera todo lo que había conocido y todo lo que podía ser algún día.

Este era su sueño. Estaba haciéndose realidad, alrededor de él, allí en sus brazos.

Y mientras estaban de pie frente a la ventana, una de las estrellas salió disparada a través del cielo. Hizo un arco ancho y poco profundo, a Gregory casi le pareció escuchar como viajaba, chispeando y crujiendo hasta que desapareció en el horizonte.

Eso hizo que la besara. Supuso que un arco iris haría lo mismo, o un trébol de cuatro hojas, o incluso un simple copo de nieve, que aterrizara en su manga sin fundirse. Era simplemente imposible disfrutar de uno los pequeños milagros de la naturaleza y no besarla. Le besó el cuello, luego le dio la vuelta en sus brazos para poder besarle la boca, la frente, e incluso la nariz.

Y las siete pecas, también. Dios, amaba sus pecas.

– Te amo -susurró él.

Ella puso la mejilla contra su pecho, y su voz era ronca, casi ahogada cuando dijo:

– Yo también te amo.

– ¿Estás segura que no quieres venir conmigo ahora? -sabía su respuesta, pero se lo preguntó de todos modos.

Como lo había esperado, ella asintió.

– Debo hacer esto yo sola.

– ¿Cómo reaccionará tu tío?

– No estoy… segura.

Él dio un paso atrás, tomándola por los hombros, e incluso doblando las rodillas para que sus ojos no perdieran el contacto con los de ella.

– ¿Te hará daño?

– No -dijo ella, lo suficientemente rápido como para que él le creyera-. No. Te lo prometo.

– ¿Te obligará a casarte con Haselby? ¿Te encerrará en el cuarto? Porque podría quedarme. Si crees que me necesitarás, puedo quedarme aquí. -Eso armaría un escándalo incluso peor, que el que actualmente esperaba por ellos, pero si era una cuestión de su seguridad…

No había nada que él no hiciera.

– Gregory…

La silenció con una agitación de su cabeza.

– ¿Entiendes -empezó él- cuan completa y absolutamente esto va en contra de cada instinto que poseo, el tener que dejarte aquí para que enfrentes esto tu sola?

Sus labios se separaron y sus ojos…

Se llenaron de lágrimas.

– He jurado con todo mi corazón protegerte -dijo él, su voz era apasionada y feroz, y quizás un poco reveladora. Porque comprendió que hoy, era el día en el que se había convertido en un verdadero hombre. Después de veintiséis años de una existencia amigable, y, sí, sin objeto, había encontrado finalmente su propósito.

Finalmente sabía para qué había nacido.

– Lo he jurado con mi corazón -dijo-. Y lo juraré ante Dios tan pronto como podamos. Siento como ácido en mi pecho al tener que dejarte sola.

Sus manos encontraron las suyas, y sus dedos se entrecruzaron.

– Esto no está bien -dijo él, sus palabras eran bajas pero feroces.

Ella asintió lentamente en acuerdo.

– Pero es lo que debe hacerse.

– Si hay algún problema -dijo él-. Si sientes que estás en peligro, debes prometerme que me darás la señal. Vendré por ti. Puedes refugiarte con mi madre. O con cualquiera de mis hermanas. A ellas no les importará el escándalo. Solo se preocuparán por tu felicidad.

Ella tragó saliva, y luego sonrió, y sus ojos parecían nostálgicos.

– Tú familia debe ser maravillosa.

Él tomó sus manos y se las apretó.

– Ellos son ahora tu familia. -Esperó a que ella le dijera algo, pero no lo hizo. Trajo las manos de ella a sus labios y besó cada uno de sus dedos-. Pronto -susurró-, esto solo será parte de nuestro pasado.

Ella asintió con la cabeza, entonces miró sobre su hombro hacia la puerta.

– Los sirvientes se despertarán muy pronto.

Y él se marchó. Se movió sigilosamente para salir por la puerta, con las botas en la mano y salió de la casa de la misma forma en la que había entrado.

Todavía estaba oscuro cuando llegó al pequeño parque que llenaba el cuadrado del otro lado de su casa. Todavía faltaban horas antes de la boda, y seguramente tenía tiempo suficiente para regresar a su casa y cambiarse de ropa.

Pero no estaba preparado para arriesgarse. Le había dicho que la protegería, y nunca rompería esa promesa.

Pero se le ocurrió -que no tenía que hacer esto solo. De hecho, no debería hacerlo solo. Si Lucy lo necesitara, lo iba a necesitar en buena forma y completo. Si Gregory tuviera que acudir a la fuerza, ciertamente podría usar un par de manos extra.

Nunca les había pedido ayuda a sus hermanos, nunca les había pedido que lo sacaran de un embrollo. Era un hombre relativamente joven. Había bebido alcohol, jugado y flirteado con mujeres.

Pero nunca había bebido demasiado, o jugado más de lo que tenía, o, hasta la noche anterior, flirteado con una mujer que hubiera arriesgado su reputación para estar con él.

No había buscado responsabilidades, pero tampoco se había metido en problemas.

Sus hermanos siempre lo habían visto como un niño. Aún ahora, a los veintiséis años cumplidos, sospechaba que no lo veían como alguien completamente crecido. Y por eso no les pedía ayuda. No se ponía en cualquier posición donde pudiera necesitarla.

Hasta ahora.

Uno de sus hermanos mayores no vivía muy lejos. A menos de medio kilómetro de distancia, quizás solo era a doscientos metros. Gregory podría estar allí y regresar en veinte minutos, incluyendo el tiempo que le tomaría sacar a Colin de su cama.

Gregory estaba moviendo los hombros de un lado a otro, distendiéndose para prepararse para una carrera corta, cuando vio a un barredor de chimeneas, caminando por la calle. El tipo era joven -de veinte o quizás treinta- y ciertamente estaba ávido de una guinea.

Y la promesa de otra, si le entregaba el mensaje de Gregory a su hermano.

Gregory lo observó dar la vuelta por la esquina a toda velocidad, luego regresó al jardín público. No había ningún lugar para sentarse, ningún lugar ni siquiera para estar de pie donde no pudiera ser inmediatamente visible desde Fennsworth House.

Se subió a un árbol. Se sentó en una rama baja y gruesa, apoyada contra el tronco, y esperó.

Algún día, se dijo, se reiría de esto. Algún día le contarían este cuento a sus nietos, y todo eso sonaba tan romántico y excitante.

Pero por ahora…

Romántico, sí. Excitante, no tanto.

Se frotó las manos.

Sobre todo, hacía frío.

Se encogió de hombros, esperando dejar de notarlo. Nunca lo hacía, pero no le importaba. ¿Qué eran unas yemas azules en comparación con toda su vida?

Sonrió, levantando su mirada hacia la ventana. Allí estaba, pensó. Allí, detrás de esa cortina. Y la amaba.

La amaba.

Pensó en sus amigos, la mayoría de ellos cínicos, siempre luciendo una mirada aburrida sobre la última selección de debutantes, suspirando que el matrimonio era aburrido, que las damas eran intercambiables, y que el amor era mejor dejárselo para los poetas.

Tontos, la mayoría de ellos.

El amor existía.

Estaba allí, en el aire, en el viento, en el agua. Uno solo tenía que esperar por él.

Esperar por él.

Y luchar por él.

El lo haría. Con Dios como su testigo, lo haría. Lucy solo tenía que hacerle una señal, y él la recuperaría.


* * * * *

– Esta no es, comprenderás, la forma en la que había pensado pasar mi mañana del sábado.

Gregory solo le respondió con un asentimiento de cabeza. Su hermano había llegado cuatro horas antes, saludándolo de forma ingeniosa como de costumbre.

– Esto es interesante.

Gregory le había contado todo a Colin, incluso los eventos de la noche anterior. No le gustaba hablar de Lucy, pero uno realmente no podía pedirle a su hermano que se sentara en un árbol durante horas sin explicarle por qué. Y Gregory había encontrado un cierto consuelo descargándose con Colin. Él no lo había reprendido. No lo había juzgado.

De hecho, lo había entendido.

Cuando había terminado su historia, explicándole concisamente por qué estaba esperando fuera de Fennsworth House, Colin simplemente había asentido y había dicho:

– Supongo que no tienes nada que comer.

Gregory negó con la cabeza y sonrió abiertamente.

Era bueno tener un hermano.

– Una planificación bastante pobre de tu parte -murmuró Colin. Pero también estaba sonriendo.

Regresaron a la casa, la cual hacia rato había empezado a mostrar señales de vida. Las cortinas se habían abierto, las velas se habían encendido y luego las habían apagado cuando el amanecer le dio paso a la mañana.

– ¿Ella no debería haber salido ya? -preguntó Colin, mientras miraba con los ojos entornados hacia la puerta.

Gregory frunció el ceño. Había estado preguntándose lo mismo. Se había estado diciendo a sí mismo, que su ausencia presagiaba algo bueno. ¿Si su tío la estuviera obligando a casarse con Haselby, no tendría que estar saliendo ahora para ir a la iglesia? Según su reloj de bolsillo, que admirablemente no era el más exacto de los relojes, la ceremonia debía empezar en menos de una hora.

Pero ella no había hecho señas para pedirle ayuda tampoco.

Y eso no le sentaba nada bien.

De repente Colin se irguió.

– ¿Qué pasa?

Colin le hizo señas con la cabeza hacia el frente.

– Un carruaje -dijo-. Viene desde las caballerizas.

Los ojos de Gregory se abrieron de par en par con horror, cuando la puerta delantera de la Fennsworth House se abrió. Los sirvientes salieron, riendo y alegres mientras el vehiculo se detenía frente de Fennsworth House.

Era blanco, abierto, y adornado con flores perfectamente rosas, y cintas rosadas anchas, que se arrastraban detrás, vibrando en la brisa ligera.

Era un carruaje de bodas.

Y nadie parecía encontrarlo extraño.

La piel de Gregory le empezó a hormiguear. Sus músculos ardían.

– No todavía -dijo Colin, poniendo una mano restrictiva en el brazo de su hermano.

Gregory negó con la cabeza. Su visión periférica estaba empezando a fallar, y todo lo que podía ver era a ese condenado carruaje.

– Tengo que alcanzarla -dijo-. Tengo que ir.

– Espera -lo instruyó Colin-. Espera para ver que es lo que pasa. Ella podría no salir. Podría…

Pero ella salió.

No primero. Ese era su hermano, y su nueva esposa de su brazo.

Entonces salió un hombre mayor -su tío, probablemente- y una anciana que Gregory había conocido en el baile de su hermana.

Y después…

Lucy.

En un traje de novia.

– Dios santo -susurró él.

Ella estaba caminando libremente. Nadie la estaba forzando.

Hermione le dijo algo, susurrado en la oreja.

Y Lucy sonrió.

Ella sonrió.

Gregory empezó a jadear.

El dolor era palpable. Real. Se disparó por sus entrañas, le apretó los órganos hasta que ya no podía ni moverse.

Solo podía mirar fijamente.

Y pensar.

– ¿Ella no te dijo que no iba a llevarlo a cabo? -susurró Colin.

Gregory intentó decir que sí, pero la palabra lo estranguló. Intentó recordar su última conversación, cada última palabra de ella. Le había dicho que debía comportarse honorablemente. Le había dicho que debía hacer lo que era correcto. Le había dicho que lo amaba.

Pero nunca le había dicho que no se casaría con Haselby.

– Oh Dios mío -susurró.

Su hermano le puso la mano sobre su hombro.

– Lo siento -dijo.

Gregory observó como Lucy caminaba hacia el carruaje abierto. Los sirvientes todavía estaban celebrando. Hermione estaba preocupándose por pequeñeces con su cabello, ajustándole en velo, riéndose cuando el viento le levantó el tejido brumoso en el aire.

Esto no podía estar pasando.

Esto tenía que tener una explicación.

– No -dijo Gregory, porque era la única palabra que podía pensar en decir-. No.

Entonces recordó. La señal de la mano. El saludo. Ella lo haría. Le haría la señal. Tal vez había pasado cualquier cosa en la casa, que le había impedido detener la ceremonia. Pero ahora, al aire libre, donde él la podía ver, le haría la señal.

Tenía que hacerlo. Ella sabía que podía verla.

Sabía que estaba allí afuera.

Mirándola.

Tragó saliva convulsivamente, sin apartar los ojos de la mano derecha de ella.

– ¿Todos estamos aquí? -se escuchó gritar al hermano de Lucy.

No escuchó la voz de Lucy en el coro de respuestas, pero nadie estaba cuestionando su presencia.

Ella era la novia.

Y él un tonto, al mirar como se alejaba.

– Lo siento -dijo Colin con voz queda, mientras observaban como el carruaje desaparecía al dar la vuelta por la esquina.

– Esto no tiene sentido -susurró Gregory.

Colin saltó para bajarse del árbol y le ofreció silenciosamente su mano a Gregory.

– Esto no tiene sentido -dijo Gregory de nuevo, demasiado desconcertado como para hacer algo diferente a dejar que su hermano lo ayudara a bajar-. Ella no haría eso. Me ama.

Miró a Colin. Sus ojos eran amables, pero también llenos de lástima.

– No -dijo Gregory-. No. Tú no la conoces. Ella no haría… No. No la conoces.

Y Colin, cuya única experiencia con Lady Lucinda Abernathy había sido el momento en el cual, había roto el corazón de su hermano, preguntó:

– ¿Acaso la conoces?

Gregory dio un paso atrás, como si lo hubieran golpeado.

– Sí -dijo-. Sí, lo hago.

Colin no dijo nada, solo levantó las cejas, como si dijera, Bueno, ¿Y entonces?

Gregory se volvió, sus ojos se movieron a la esquina por donde Lucy había desaparecido recientemente. Por un momento se quedó absolutamente quieto, su único movimiento era un parpadeo deliberado y pensativo de sus ojos.

Se dio la vuelta, y miró a su hermano a la cara.

– La conozco -dijo-. Lo hago.

Los labios de Colin se juntaron, como si intentara formularle una pregunta, pero Gregory ya se había dado la vuelta.

Estaba mirando la esquina otra vez.

Y entonces, empezó a correr.

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