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Durante las dos semanas siguientes Doug sólo telefoneó un par de veces. Cuando hablaron la tensión cortaba el aire. No aludieron al encontronazo que habían tenido. India reflexionó a fondo sobre su matrimonio y estuvo a punto de llamar a Raúl y pedirle que la colocara en el primer puesto de la lista de reportajes locales, pero al final decidió esperar a que acabase el verano. Necesitaba evaluar las posibilidades, los riesgos y el impacto que esa decisión causaría en sus hijos. Tenía que volver a hablar con Doug. Era necesario resolver algunas cuestiones candentes. No deseaba apresurarse. Le urgía volver al trabajo, pero había mucho en juego y prefería tener claro a lo que se enfrentaba.

Durante el fin de semana que Doug volvió, ni siquiera intentó hacer el amor y apenas le dirigió la palabra. Se comportó como si India hubiese cometido una transgresión imperdonable.

El domingo, después de su partida, Jason – que era el que más congeniaba con su padre – la miró inquisitivo y mientras la ayudaba a poner la mesa preguntó sin ambages:

– ¿Estás enfadada con papá?

– No. ¿Por qué lo preguntas?

No quería comentar con los chicos la conversación que habían sostenido. De nada serviría que se enterasen de las tensiones existentes. Era inútil perturbarlos. Ya había sido muy duro compartir el fin de semana con Doug prácticamente sin dirigirse la palabra.

– Porque no le has hablado en todo el fin de semana.

– Estoy cansada y tu padre tiene que atar muchos cabos sueltos antes de empezar sus vacaciones.

El fin de semana siguiente Doug retornaría y se quedaría tres semanas. A India ya no le apetecía verle. Tal vez les haría bien, al menos deseaba que así fuera. Seguía sin creer que Doug estuviera dispuesto a arriesgar su matrimonio sólo porque ella quería realizar algunos reportajes. Al parecer no valía la pena. De todos modos, India no pensaba prometerle que no los haría. Le parecía una situación injusta; mejor dicho, todo le parecía injusto.

La respuesta satisfizo a Jason, que se fue a la playa con los amigos. Volvió a cenar con dos compañeros.

Aquella noche la cena transcurrió en silencio. Aunque no supiesen de qué se trataba, todos percibieron que había un problema. A veces los niños son muy instintivos y perciben sin saber qué ocurre realmente.

India se había acostado a leer cuando sonó el teléfono. Pensó que tal vez Doug llamaba para pedir disculpas por el espantoso fin de semana que acababan de pasar. Al menos no había habido amenazas, ultimátums ni estallidos, solamente silencio y depresión.

Cogió el auricular convencida de que era Doug y se sorprendió al oír la voz de Paul Ward, que sonó tan nítida como si estuviera en el dormitorio.

– ¿Dónde estás? – preguntó India y se alegró de escucharlo.

No sabía por qué la llamaba, a menos que hubiera decidido regresar a Cape Cod y, tal como había prometido, invitar a Sam. El niño estaba dispuesto a recordarle eternamente esa promesa.

– En el velero. Son las cuatro de la madrugada y nos aproximamos a Gibraltar. Decidí realizar la travesía a Europa en el Sea Star.

A India le pareció muy valiente aunque sabía que su amigo había hecho esa travesía a menudo y le encantaba. Lo había comentado con Sam mientras comían en el club náutico de New Seabury.

– ¡Qué emocionante! – India sonrió. Paul parecía feliz de cruzar el charco en el velero -. ¿Me equivoco al decir que Serena no te acompaña?

El magnate rió. Ella ya conocía la respuesta.

– No, no te equivocas. Está en Londres, en una reunión con sus editores británicos. Viajó en el Concorde. ¿Cómo estás? ¿Qué me cuentas?

– Estoy bien. – Pensó en decirle la verdad y contarle la pelea que había tenido con Doug y el ultimátum que le había planteado, pero supo que Paul se sentiría afectado por ello -. ¿Cómo va todo por ahí?

– De maravilla. Reina la paz. El tiempo ha sido bueno y la travesía ha discurrido sin dificultades.

– Tendrás que contárselo a Sam.

India volvió a preguntarse a qué se debía la llamada de Paul a las cuatro de la madrugada. Tal vez no tenía nada que hacer y le apetecía charlar.

– Estuve pensando en ti. Quería saber cómo estabas y cómo va tu plan de volver al trabajo. ¿Has hablado con tu marido?

– Sí, hace dos semanas. – Suspiró -. Desde entonces no me dirige la palabra. Estuvo aquí, hemos pasado un fin de semana muy frío y no me refiero precisamente a la temperatura. – Le encantaba charlar con Paul. No sabía muy bien por qué pero era como hablar con un viejo amigo. Gail seguía en Europa y no tenía a nadie más en quien confiar -. Más o menos me dijo que si vuelvo a trabajar me dejará. Mejor dicho, apuntó en esa dirección. Considera que no es negociable – explicó con desaliento.

– India, ¿tú qué piensas? ¿Qué opinas?

– Me siento bastante mal. A Doug no le importa mi opinión. Paul, no sé… me parece que habla en serio. Es una decisión trascendental y quizá no vale la pena.

– ¿Qué ocurrirá si cedes? ¿Cómo te sentirás?

Paul habló como si la situación le importara, hecho que conmovió a India.

– Si doy marcha atrás me sentiré interiormente muerta – replicó -. Pero la ruptura de mi matrimonio es un precio muy alto a cambio de un poco de autoestima y un mínimo de independencia personal.

– India, eres tú la que debes tomar esa decisión. Nadie más puede hacerlo. Ya conoces mi opinión.

– Sé cómo reaccionaría Serena – repuso ella y sonrió pesarosa -. Ojalá tuviera sus agallas.

– A tu manera las tienes, pero no lo sabes.

India sabía que, en el fondo, no era tan valiente. Serena no habría aguantado más de cinco minutos a Doug, ya ni se habría casado con él. Pero ella lo había hecho y debía asumir las consecuencias. La idea de permitir que la amenazase la deprimió. En los últimos tiempos no obtenía nada de Doug, no le proporcionaba ternura, comprensión, apoyo ni afecto. Se percató de que hacía mucho tiempo que era así. Se habían implicado en la rutina de criar a los hijos y, de repente, para ella ya no era suficiente.

– ¿Cómo está mi amigo Sam? – preguntó Paul.

Ambos sonrieron al pensar en el niño.

– En este momento duerme a pierna suelta. Se ha divertido con los amigos, y sólo les habla del Sea Star.

– Me gustaría que estuviera a mi lado… y tú también – comentó con tono peculiar y ella sintió que la recorría la misma corriente eléctrica que experimentaba cada vez que hablaba con él. Paul desprendía algo muy atractivo y poderoso. India no supo con claridad qué le decía y por qué la llamaba. Paul no planteó insinuaciones directas y estaba segura de que no lo haría, aunque también percibió que la apreciaba -. Te encantaría esta travesía. Es realmente apacible. – Era una de sus actividades favoritas. Leía, dormía y montaba guardia cuando le apetecía, como acababa de hacer. Por eso había telefoneado a una hora tan inadecuada. Mientras contemplaba el mar no había hecho más que pensar en India y al final decidió llamarla -. Dentro de unos días navegaremos hasta el sur de Francia. Antes tengo que arreglar unos asuntos en París. Serena cogerá el avión y nos reuniremos allí. París es la ciudad de sus sueños, y también de los míos – reconoció.

– Hace siglos que no voy a París – comentó India soñadora y recordó su última visita. Era muy joven y se había hospedado en un albergue de juventud. Estaba segura de que Paul prefería el Ritz, el Plaza Athénée o el Crillon -. ¿En qué hotel te hospedas?

– En el Ritz. A Serena le encanta. A veces me quedo en el Crillon, pero ella prefiere el Ritz. Si quieres que te sea sincero, no los distingo muy bien. Mi esposa domina el francés a la perfección y yo me siento ridículo cuando intento hablar con los taxistas. India, ¿sabes francés?

– Lo justo para que me entiendan y pedir de comer, pero soy incapaz de sostener una conversación inteligente. Lo aprendí cuando estuve un mes y medio en Marruecos, pero mis amigos se burlaban de mi acento. Sé lo suficiente para hablar con los taxistas y en el club de prensa.

– Serena estudió un año en la Sorbona y su dominio del francés es magistral.

Serena era un personaje imposible de igualar. Al nacer habían roto el molde. India comprendió que se amaban con locura.

– Antes de que me olvide, ¿cuándo regresas a Westport? – se interesó Paul.

– A finales de agosto. – No tenían mucho de qué hablar, pero a India le gustaba oír su voz y saber dónde estaba a las cuatro de la madrugada -. Los niños volverán a la escuela y tendré que organizarlos. – Paul rió. Esperaba que la vida le sonriese y que India tuviera valor y consiguiese lo que quería -. ¿Cuánto tiempo pasarás en Europa?

– Hasta el Día del Trabajo, es decir, hasta el primer lunes de septiembre. Serena debe regresar antes a Los Ángeles. No creo que le moleste. Se inventa compromisos para no pasar mucho tiempo en el mismo sitio. Es muy independiente y enseguida se pone nerviosa, sobre todo en el velero.

– En ese caso detestaría estar aquí. Lo único que hago es tumbarme todo el día en la playa y por la tarde vuelvo a casa a preparar la cena.

– Para mí es una buena vida y estoy seguro de que a tus hijos les encanta.

– Así es. De todos modos, te aseguro que a bordo del Sea Star la vida es más divertida. En mi opinión se trata de la existencia perfecta.

– Y lo es, pero sólo para ciertas personas. Tienes que amar este estilo de vida, te tienen que gustar las embarcaciones, la navegación y el mar. Lo llevas en la sangre o no lo llevas. En la mayoría de los casos no se trata de un gusto adquirido. Esta vida te atrapa desde la más tierna infancia, como en mi caso. Tenía más o menos la edad de Sam cuando me di cuenta de lo mucho que me apasionaba.

– No sabía que podía ser tan hermoso hasta que navegamos en tu velero. No podía tener mejor comienzo. Sospecho que me has malcriado para siempre, por no hablar de Sam, que ya no se conformará con una embarcación más pequeña.

– Claro que sí. Es un navegante nato, como yo. Incluso le encantó el bote. Ésa es la prueba de fuego y la aprobó con matrícula de honor.

– Pues yo prefiero los barcos grandes.

– Me parece una buena decisión. Veré un montón de embarcaciones preciosas, sobre todo algunos modelos clásicos. Algún día compraré otro barco y probablemente Serena me pedirá el divorcio. Con una embarcación hay más que suficiente y dos son excesivas. Temo que me faltará valor para decírselo.

Paul dejó escapar una carcajada.

– Probablemente es lo que espera de ti.

India sonrió. Si cerraba los ojos lo imaginaba en la cubierta del Sea Star, acompañado de Sam, o hablando con ella en la caseta del timón mientras su hijo parloteaba con el capitán. Habían vivido una inolvidable jornada de navegación con Paul Ward.

Paul le habló de las competiciones en que participaría en Cerdeña y de las personas que vería, incluido el Aga Kan.

– Paul, me parece vergonzoso que te muevas en círculos tan modestos – bromeó -. No tiene nada que ver con Westport.

– Lo mismo podemos decir de Botsuana y tienes que volver a esa tierra – la presionó Paul pues sabía que necesitaba estímulos y alicientes.

Probablemente ella los necesitaba más que nunca debido a las amenazas de su marido. Su comportamiento era realmente imperdonable. A Paul le desagradaba que su amiga desperdiciase su talento y por ello no le costaba entender por qué Doug se sentía en peligro. No estaba dispuesto a que India tuviera una vida más interesante que la suya, ya que entonces resultaría mediocre y carente de sentido. El magnate se preguntó si Doug estaba celoso de su esposa o la envidiaba.

– A veces me pregunto si volveré a esos países – comentó ella con pesar -. Ni siquiera he logrado convencer a Doug de viajar a Europa.

– Me encantaría que estuvieras con nosotros. Te apasionaría. Por cierto, he visto las pruebas de la cubierta del libro de Serena y la foto que le hiciste queda fantástica.

– Me alegro. Fue un trabajo muy divertido – y sonrió al recordar aquella mañana.

Charlaron unos minutos más y ella pensó que Paul estaba cansado, ya que en su franja horaria era muy tarde.

– Tengo que cortar. Nos queda un rato de navegación. Nos aproximamos cada vez más y el sol no tardará en salir. – India se imaginó en compañía de Paul en el velero acercándose a Gibraltar. Era una fantasía exquisitamente exótica y muy romántica -. Supongo que te irás a la cama. – A Paul le agradaba pensar que India llevaba una vida tranquila en Cape Cod. La consideraba una existencia muy pacífica y se alegró de haber conocido a la fotógrafa -. No te olvides del Sea Star, Espero que no pase mucho tiempo hasta que llegue el momento en que Sam y tú volváis a navegar conmigo.

– Creo que no existe nada más agradable.

– Pues yo sí creo que existe – repuso Paul y un repentino silencio se adueñó de la línea telefónica.

India no supo qué responder. Se alegraba de haber conocido a Paul y estimaba su amistad tanto como para no ponerla en peligro o decir desatinos de los que luego se arrepintiese. Él no hizo más comentarios. Ambos sabían que estaban atados de pies y manos.

India agradeció la llamada y poco después se despidieron. Hizo exactamente lo que Paul había sugerido: se acostó y lo imaginó navegando en el Sea Star rumbo a Gibraltar. Supuso que el velero estaba iluminado tal como lo vio la primera noche a través de la ventana de su casa, como si fuera una isla mágica poblada de sueños y seres felices. Lo imaginó en el puente, a solas y a oscuras poco antes del alba. Pero esa noche no soñó con Paul ni con su maravillosa existencia a bordo del Sea Star. Sufrió pesadillas en las que Doug le gritaba. Ésa era su realidad y tenía que resolverla o aprender a convivir con ella. En su caso el Sea Star no era más que una fantasía, una estrella lejana en un firmamento que no le pertenecía.

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