A lo largo de los días siguientes los periódicos dedicaron una amplia cobertura al accidente e India leyó todo lo que cayó en sus manos. Pasó horas en la cocina hojeando los artículos. No era mucho lo que se sabía. Sospechaban de distintos grupos árabes, pero ninguno reivindicó el atentado; pero eso no tenía la menor importancia para los familiares de las víctimas. Los periódicos no hacían el menor comentario sobre Paul. Sin duda estaba muy afectado y se había aislado del mundo. A India se le partió el corazón.
El jueves vio una nota en el periódico, anunciando que el funeral de Serena se celebraría al día siguiente en la iglesia de San Ignacio. Permaneció largo rato con el diario en la mano.
Por la noche subió con Doug al dormitorio sin haber decidido si acudiría o no. Toda la semana la tensión entre ellos había ido ganando enteros. Tanto sus palabras como sus actos habían causado graves daños irreparables. India decidió que debía hablar con su marido. La palabra era lo único que les quedaba.
– Creo que mañana acudiré al funeral de Serena Smith en Nueva York – dijo y sostuvo en alto la percha con el traje negro que Doug le había regalado por Navidades.
– ¿No estas exagerando? Apenas la conocías. ¿Tanto te afecta la muerte de una desconocida a la que el verano pasado viste sólo una vez?
Doug no la comprendía. Pero ignoraba el vínculo que había establecido con Paul y que Serena era uno de los eslabones. Ella no podía explicárselo.
– Me parece una muestra de respeto después de haber trabajado con ella.
Era la explicación más sencilla que se le ocurrió. Paul se había portado muy bien con Sam y se sentía en deuda con él. No había tenido noticias suyas desde el envío de la nota con la foto, pero tampoco las esperaba.
– Eres demasiado soñadora. – Doug la miró irritado -. El que fuera famosa no significa que la conocieses.
– Así es, pero me caía bien.
– A mí también me agradan muchas personas que conozco por la prensa, pero no asisto a su funeral. Deberías recapacitar.
– Mañana decidiré qué hago.
El día amaneció lluvioso, gris y con un viento que hacía volar los paraguas. El funeral resultaría aún más deprimente.
Doug no hizo el menor comentario antes de irse a trabajar. India se ocupó de los chicos y por la mañana hizo recados. Como tenía la tarde libre no le costó tomar una decisión. El funeral comenzaba a las tres de la tarde, de modo que a mediodía se duchó y se puso un traje que le sentaba de maravilla. Se recogió la melena rubia y se maquilló discretamente. Se puso medias negras y tacones. Antes de salir se miró en el espejo y entendió por qué solían decir que se parecía a Grace Kelly. Mientras se dirigía a la estación no pensaba en sí misma, sino en Paul y en la tristeza que le debía de embargar. La deprimía pensar en lo destrozado que estaría su amigo.
Aparcó en la estación, cogió el tren de la una y cuarto y una hora después llegó a Nueva York. La lluvia había arreciado y le costó encontrar taxi. Arribó a la calle Cincuenta y ocho con Park Avenue cinco minutos antes de que comenzase el funeral y constató que la iglesia ya estaba atestada. Vio hombres de traje oscuro y mujeres vestidas con ropa de marca. Después se enteró de que había asistido la comunidad literaria en pleno, aunque no reconoció a nadie.
También acudieron personajes de Hollywood y muchísimos amigos. Todos los bancos estaban ocupados y había personas de pie en las naves laterales. El oficio comenzó con una sonata de Bach.
Fue muy correcto, elegante y conmovedor. Después de que hablaran la agente literaria, el editor y una amiga hollywoodense de Serena, Paul Ward subió al altar e hizo un panegírico de su esposa que hizo saltar lágrimas en los ojos de los presentes. Fue solemne y rindió homenaje a sus muchos logros y a su gran éxito y luego aludió a Serena como mujer. Paul hizo llorar y reír a los asistentes, los llevó a reflexionar sobre la vida de su esposa y cuando terminó nadie tenía los ojos secos. India notó que le temblaban los hombros y le habría gustado tenderle la mano y consolarlo.
Paul fue el primero en abandonar la iglesia en cuanto acabó el funeral y nadie lo abordó cuando, lloroso, subió a la limusina. Segundos después un joven se reunió con él e India supuso que se trataba de su hijo. Eran muy parecidos. Como los deudos no saludaron a los presentes y la congoja era tan grande, casi todos los asistentes se dispersaron deprisa y se alejaron bajo la lluvia. India esperó a que se marchase la limusina de Paul y llamó un taxi. Durante el funeral no había apartado los ojos del magnate, pero estaba segura de que él no la había visto. Sólo había asistido para presentar sus respetos a la pareja y apoyar a Paul. Tal vez Doug tenía razón, podría haber hecho lo mismo desde su casa. Pero deseaba acudir y se alegró de haberlo hecho.
Telefoneó a Doug desde la estación. Le dijo que había asistido al funeral y le preguntó si quería que lo esperase para volver juntos. De lo contrario cogería el tren de las cuatro y media y regresaría a preparar la cena.
– Hoy llegaré tarde, no me esperes – replicó Doug con tono seco -. A las seis tomaré una copa con unos clientes. No estaré en casa antes de las nueve. No me guardes cena. Tomaré un bocadillo o cualquier otra cosa antes de llegar a casa. – Se mostraba distante y frío e India supuso que estaba molesto porque había asistido al funeral -. ¿Has visto a muchos famosos? – inquirió bruscamente.
India suspiró y lamentó que su marido no entendiese sus sentimientos.
– No asistí para ver gente conocida.
Había supuesto que se encontraría con los Parker, pero no los había visto entre el gentío, aunque era muy probable que estuviesen presentes.
– Pensé que habías ido para ver a las estrellas que la conocían.
El comentario fue muy desagradable e India se mordió la lengua para no replicarle.
– Quise presentar mis respetos a una mujer que admiro, eso es todo. Ya ha terminado. Tengo que colgar o perderé el tren. Nos veremos en casa.
– Hasta luego – dijo Doug y colgó.
En los últimos días su marido parecía carecer de emociones y era incapaz de conectar con ella. Se preguntó si siempre había sido igual y no se había percatado o si Doug había empeorado después de las disputas estivales. En cualquier caso, lo cierto es que India se sintió muy sola, pero no tanto como Paul. No podía olvidar su imagen mientras abandonaba el altar deshecho en lágrimas. Parecía totalmente destrozado y a India se le encogió el corazón.
Durante el regreso a Westport sólo pensó en Paul y en las charlas que habían sostenido en el Sea Star. Cuando llegó había dejado de llover. Los chicos estaban en casa y se alegraron de verla.
– Mamá, ¿dónde fuiste? – preguntó Sam en cuanto ella franqueó la puerta y se quitó el impermeable.
– Asistí al funeral de Serena Smith. Fue muy triste.
– ¿Has visto a Paul? – preguntó el pequeño.
– Lo vi de lejos.
– ¿Lloraba?
Sam compartía con los niños de su edad la macabra fascinación por la tragedia, la muerte y el drama.
– Sí, lloraba. Tenía muy mal aspecto.
– Puede que le escriba una carta – dijo Sam con tono solidario.
Su madre le sonrió y sus hermanos lo escucharon sin decir nada. No habían conocido a Serena y Paul sólo era amigo de Sam.
– Estoy segura de que te agradecerá el detalle.
– La escribiré después de cenar – informó Sam y se puso a ver la tele.
Media hora después India sirvió la cena. Volvieron a tomar hamburguesas con patatas fritas congeladas. Nadie se quejó y, como hablaron sin parar, compensaron el solitario silencio de India, que no lograba quitarse de la cabeza a Paul ni los recuerdos de Serena.
Todavía llevaba el traje negro cuando Doug llegó a las nueve y media y declaró, sorprendido:
– Estás muy guapa.
Últimamente India iba muy desastrada. Había estado tan deprimida que no se ocupaba de su aspecto. El traje que Doug le había regalado era muy elegante y resaltaba su figura.
– ¿Cómo ha ido el funeral?
– Ha sido muy triste.
– No me sorprende. ¿Queda algo de cenar? No tuve tiempo de comer un bocadillo y tengo hambre.
Hacía horas que India había tirado las hamburguesas sobrantes y en la nevera sólo había unos trozos de pavo frío y pizza congelada. Por la mañana haría la compra semanal. Al final Doug aceptó un par de huevos fritos y por primera vez en meses le preguntó qué harían ese fin de semana.
– Nada. ¿Por qué lo preguntas?
India estaba sorprendida.
– Podríamos salir a cenar o hacer otra cosa.
La distancia entre ellos era cada vez más abismal y hasta Doug empezaba a preocuparse, pues ya no podía ignorarlo. Lo comprobó cuando India se negó a tener relaciones sexuales. No le había importado mientras la decisión dependía de él, pero la falta de interés de su esposa lo inquietó. Por eso pensó que salir a cenar era una buena idea.
Ella tuvo la sensación de que su propuesta sonaba a penosa obligación y simplemente repuso:
– Podemos dejarlo si no te apetece.
– Si no me apeteciera no lo habría dicho. ¿Quieres que vayamos a Ma Petite Amie?
Era el primer gesto de paz por su parte, pero India no estaba en condiciones de aceptarlo y aún recordaba con dolor la última vez que habían ido a ese restaurante.
– Francamente, no. ¿Por qué no vamos a una pizzería?
– ¿Qué te parece si mañana cenamos una pizza y vamos al cine?
Merecía la pena intentarlo. Si decidía compartir el resto de su vida con él tendrían que hacer las paces. Tenía muy poco que ver con el amor al que aspiraba, pero no había nada más. Tuvo la sensación de que trababa amistad con un compañero de viaje del Titanic. Por muy bueno que fuera el servicio acabarían en el fondo del mar. Hacía tiempo que experimentaba esa sensación.
– Me parece una buena idea.
Lo único que podía perder era tiempo. Doug ya había destruido su corazón y su autoestima. Ir al cine con él no le haría daño, por lo que podía intentarlo.
Acostó a los niños, se desvistió y se fue a la cama. Esa noche Doug no se insinuó. Tendrían que tomárselo con calma y empezar por compartir algo sencillo, como una pizza y una película. Ya verían qué sucedía. Doug pensaba que con el tiempo y algo de atención India recobraría los cabales.
Al igual que desde hacía mucho tiempo, se durmieron sin desearse buenas noches. Ella casi se había acostumbrado a esa actitud y permaneció largo rato ensimismada mientras lo oía roncar. A falta de ternura, ese sonido era algo conocido, lo mismo que la soledad que la envolvía.