Era más de medianoche cuando India telefoneó a Gail. Le habían dado catorce puntos en la cabeza y tenía un brazo roto, conmoción cerebral leve y contusión cervical. La camioneta había quedado para el desguace. El accidente podría haber sido mucho más grave. En total había chocado con tres coches pero, por suerte, no hubo más heridos. La habían llevado al hospital de Westport. Lloró mientras explicaba a Gail lo que había pasado. En un primer momento había pensado en llamar a Paul pero, a pesar de lo aturdida que estaba, optó por no hacerlo. No quería que se sintiese culpable ni la compadeciera. Era ella la que se había equivocado y era injusto responsabilizarlo del accidente.
Sollozaba y hablaba incoherentemente cuando telefoneó a Gail y le pidió que fuera a buscarla al hospital. Gail se asustó y se presentó media hora después, con zapatillas de deporte y el abrigo echado sobre el camisón. Sus hijos se habían quedado con Jeff.
– India, ¿qué ha ocurrido?
– Nada… Estoy bien.
La fotógrafa no dejaba de sollozar y estaba muy afectada.
– Tienes muy mal aspecto – dijo Gail y se dio cuenta de que, por si fuera poco, India acabaría con un ojo a la funerala. Era el primer accidente de coche que sufría y se la veía conmocionada -. ¿Habías bebido? – preguntó.
La policía ya la había interrogado y en urgencias las enfermeras iban y venían a su alrededor.
– No – repuso India e intentó incorporarse, pero dos minutos después vomitó. Aunque le habían dado el alta, Gail consideraba que era pronto para dejar el hospital -. No puedo quedarme, tengo que volver con los chicos. Seguro que están preocupados.
– Y más se preocuparán si te ven en este estado – aseguró Gail.
India insistió. Sólo deseaba volver a casa, meterse en la cama y morir en silencio.
Diez minutos después abandonaron el hospital. India sé cubría la ropa manchada de sangre con una manta y llevaba una bolsa de plástico por si volvía a sufrir náuseas. Durante el trayecto siguió llorando quedamente y vomitó cuatro veces.
– ¿Qué ha pasado? ¿Te has peleado con Doug?
Gail intuía que a su amiga le había sucedido algo traumático.
– No; estoy bien – repitió -. No ha pasado nada. Lo siento mucho.
– Deja ya de decir que lo sientes.
Gail estaba preocupadísima. Ayudó a su amiga a subir la escalera, la acostó y permaneció a su lado. Preparó una taza de té que India ni probó. La arropó en la cama y lloró hasta que, a las seis de la mañana, el cansancio la venció. Cuando los niños despertaron Gail les explicó que su madre había sufrido un leve accidente y que estaba bien. Sólo un golpe en la cabeza que le dolía mucho.
– ¿Y el coche? – preguntó Sam, desconcertado al ver a Gail preparando el desayuno en lugar de su madre.
– El coche ya no existe – comentó ella mientras preparaba crepes. Había pasado la noche despierta, vigilando a India, y se notaba. Añadió -: Está definitivamente muerto.
Jason lanzó un silbido.
– ¡Caray! Seguro que se ha dado una buena torta.
– Así es, pero ha tenido mucha suerte.
– ¿Puedo verla? – pidió Aimee, muy preocupada.
– Ahora está descansando.
Los chicos desayunaron en silencio pues percibieron que el accidente era más grave de lo que Gail había dicho. En cuanto se fueron a la escuela subió a ver a India, que aún dormía. Le dejó una nota en la que explicaba que iba a casa a cambiarse y que volvería más tarde.
India despertó a mediodía y, muy a su pesar, telefoneó a Paul: necesitaba oír su voz. No estaba segura de que contestara y había decidido no mencionar el accidente. Se sorprendió de que él contestase a la primera.
– ¿Estás bien? – preguntó él.
Había pasado la noche en vela, pero prefería estar despierto a sufrir pesadillas. Estaba muy preocupado por India.
– Claro que estoy bien.
Aunque su tono era débil y soñoliento, intentó parecer normal para no angustiarlo.
– ¿Anoche regresaste sin problemas?
– Sí, ningún problema – mintió mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Paul se percató de que India no decía la verdad y recordó su mirada de aflicción la noche anterior.
– Estabas demasiado alterada para conducir. Me di cuenta cuando te marchaste. No te llamé porque temí despertar a los niños.
– Los niños se encuentran perfectamente y yo también. ¿Cómo estás tú?
India hablaba como si estuviera exhausta y Paul supuso que había dormido tan poco como él.
– Nada bien – reconoció con seriedad -. Esta noche viajo a Gibraltar, donde está atracado el velero. Navegaré hasta Antigua o me largaré a otra parte, aún no lo he decidido.
– Ah – masculló ella y se le revolvió el estómago.
Abrigaba la esperanza de que Paul hubiera cambiado de idea. Suponía que todo era posible pero, por lo visto, se había equivocado.
– India, quiero pedirte que no me llames más.
Paul le asestó el golpe de gracia directamente corazón.
– ¿Porqué?
– Porque sólo servirá para que nos volvamos locos. Tenemos que dejarlo. Me equivoqué, me equivoqué de plano y lo siento muchísimo.
– Yo también me equivoqué – reconoció ella, y pensó que el dolor de cabeza era una tontería si lo comparaba con el resto de lo que sentía.
– Soy mayor que tú y tendría que haberlo sabido. Pero lo superarás. Ambos lo superaremos. – Paul sabía que jamás se sobrepondría a la muerte de Serena y que para compensarla había matado a India. Esperaba que, dondequiera que estuviese, Serena fuera feliz. También esperaba que su desdicha compensara de alguna manera la deuda contraída con ella por no haber muerto a su lado -. Cuídate.
India asintió con la cabeza y el llanto le impidió articular palabra. Él guardó silencio.
– Te amo y quiero que lo sepas dijo ella al cabo -. Si recuperas la cordura, llámame.
– Estoy cuerdo. Por fin estoy cuerdo. Te aseguro que no te llamaré. – No quería que se formara ilusiones, pues habría sido demasiado cruel. Sabía que Serena era la dueña de su alma por toda la eternidad y que el resto no merecía la pena -. Adiós – se despidió suavemente y colgó.
India oyó el tono de marcar y colgó. Cerró los ojos, lloró desconsoladamente y deseó haber muerto en el accidente, porque así todo habría sido más sencillo.
Por la tarde Gail recogió a los niños en la escuela y fue a visitarla. Se sentó en la cama y pensó que su amiga estaba aún peor. No había probado bocado en todo el día e insistía en que no tenía hambre.
– Querida, tienes que comer o te sentirás peor.
Gail le preparó una taza de té. Al llevársela a los labios, India se acordó de Paul y tuvo un acceso de tos. Ni siquiera podía tragar.
A Gail le bastó mirarla para saber qué había ocurrido. Ignoraba con quién, pero su amiga tenía un problema amoroso.
– Tiene que ver con un hombre, ¿no? – preguntó delicadamente. India guardó silencio -. No permitas que ningún hombre te haga daño. No te lo mereces, no es justo que vuelvas a sufrir. – Con Doug ya lo había pasado bastante mal y lo único que le faltaba era alguien peor que él -. Te recuperarás. Estoy segura de que, sea quien sea, no vale la pena.
– Vaya si vale la pena. – India se echó a llorar y, sin haber probado el té, apoyó la taza en el plato -. El problema es que vale la pena.
Gail no se atrevió a preguntar a quién se refería, pero tuvo un curioso pálpito. India no había mencionado a Paul Ward desde el verano anterior, pero cuando sus miradas se cruzaron Gail puso en marcha su sexto sentido. El hombre en cuestión sólo podía ser él. Era un misterio cuándo se habían visto y qué habían hecho. Por lo que Gail recordaba, él se encontraba en Europa. De pronto tuvo la certeza de que había regresado y provocado en su amiga ese estado calamitoso. Nunca había visto tan mal a India. Solo había tratado con otra mujer tan desesperada: su hermana. A los veinte años se había suicidado por el vecino de al lado y Gail fue quien la encontró. Era la tragedia de su vida y jamás lo olvidaría. Miró a India, se asustó y se preguntó si la víspera había intentado matarse.
Ni siquiera India lo sabía. Volvió a tumbarse, cerró los ojos y pensó en Paul mientras Gail la contemplaba con el corazón encogido.