A lo largo de los dos días siguientes India estuvo ocupada con sus hijos y reveló las fotos tomadas en el Sea Star. Las llevó al club náutico, pero Paul estaba fuera con sus amigos y no lo vio. Se sorprendió cuando este la telefoneó. Dick Parker le había dado su número.
– ¿Cómo te va?
Paul tenía una voz grave y resonante que a India le resultaba reconfortante. Habían charlado tanto que se sentía cómoda, como si se tratara de un amigo de toda la vida, y se alegró al oírlo.
– Bien, pero no paro. Llevo a mis hijos a jugar a tenis y vamos a la playa. Lo de siempre. No hago nada del otro mundo.
– Las fotos me gustaron mucho y te las agradezco. – India había incluido un precioso primer plano de Sam que Paul había contemplado sonriente. Había echado de menos al niño durante cada minuto del día siguiente -. ¿Cómo está mi amigo Sam?
Ambos sonrieron.
– Habla constantemente de ti. De su boca solo salen comentarios sobre las aventuras vividas en el Sea Star.
– Sus hermanos deben de estar hartos.
– No. Creen que se lo inventa.
– Deberías traerlos para que conozcan el velero.
Intentaron concertar un encuentro pero se dieron cuenta de que no había tiempo. Al día siguiente Paul se trasladaba a Boston para recoger a Serena. Ya habían hecho planes para celebrar el 4 de Julio y al día siguiente partirían en el Sea Star rumbo a Nueva York. Por motivos inexplicables India se sintió apenada, aunque reconoció que era absurdo. Paul tenía su vida, dirigía un imperio, su mundo lo aguardaba, su esposa era una escritora internacionalmente reconocida y una estrella con luz propia. En su existencia no había espacio para un ama de casa casada y con hijos. ¿Qué haría? ¿Acaso conduciría durante horas para comer con ella? ¿Sería como los amigos con los que Gail se citaba en Greenwich? Al pensarlo se estremeció. Paul no tenía nada que ver con esa clase de gente.
– ¿Cuándo te vas a Francia? – preguntó ella con melancolía.
– Dentro de una semana. Enviaré el velero. La travesía dura dieciocho días. Solemos ir al Hotel du Cap a principios de agosto. Para Serena equivale a un viaje plagado de dificultades por un país exótico.
Ambos rieron. No tenía nada que ver con los lugares en que ambos habían estado en el pasado y lo cierto es que Cap d'Antibes era un rincón encantador. A India le habría gustado mucho visitar la costa mediterránea.
– Te llamaré antes de que nos vayamos – dijo Paul -. Me gustaría que vinieras al velero y conocieses a Serena. Podríamos organizar un desayuno.
El magnate no explicó que Serena se levantaba a mediodía y no se retiraba hasta las tres o cuatro de la madrugada, pues solía quedarse trabajando. Aseguraba que escribía mejor después de medianoche.
– Me encantaría – musitó India.
Resultaría fabuloso ver de nuevo a Paul y conocer a su esposa. Era la primera vez que sentía algo por un hombre desde que veinte años atrás conociera a Doug en el Cuerpo de Paz. Pero en esta ocasión sus sentimientos solo eran amistosos.
– Cuida de Sam y de ti – pidió Paul con voz ronca. Tenía la sensación de que debía proteger a esa mujer y su hijo, pero no sabía por qué. Tal vez era mejor que Serena estuviese a punto de llegar. Esa misma mañana había telefoneado desde Los Ángeles para comunicárselo -. Te llamaré.
Se despidieron y, durante unos segundos, India permaneció muda con la vista fija en el teléfono. Le costaba pensar que Paul se encontraba tan cerca, en su mundo, cómodamente instalado en el Sea Star. Estaba a una vida de distancia de la suya. Aunque sus almas se comprendían, sus vidas no tenían nada en común, no había fronteras compartidas. Conocer a Paul había sido una especie de accidente, una mera casualidad del destino. De todos modos, tanto por Sam como por sí misma se alegró de que hubiese ocurrido.
Por la noche se acostó y se puso a recordar las horas compartidas con Paul, las charlas sobre su vida y las opiniones del magnate acerca de lo que ella debía hacer. Se preguntó si tendría valor para ponerlo en práctica. Plantearle a Doug su deseo de volver a trabajar provocaría un huracán en su matrimonio.
Por la mañana, acompañada por su perro, dio un largo paseo por la playa, que le sirvió para recapacitar. Al parecer, lo más simple consistía en retomar la vida que durante catorce años había llevado. Ignoraba si sería capaz de hacerlo. Equivalía a retroceder, algo imposible por mucha voluntad que pusiese. Sabía que Doug no reconocía sus sacrificios y no le apetecía retornar al pasado. Si Doug no admitía sus esfuerzos, ¿qué sentido tenía continuar?
El día siguiente era 4 de Julio. Los niños durmieron hasta mediodía y, como siempre, por la tarde acudieron a casa de los Parker. La barbacoa ya estaba encendida y los vecinos charlaban animadamente. Había barriles de cerveza y una mesa larga con la comida preparada por el servicio de catering. Nada estaba quemado y el aspecto de los platos era apetecible.
Los cuatro hijos de India estaban presentes. Ella charlaba con una vieja amiga cuando de repente vio entrar a Paul – que vestía tejano blanco y camisa azul – en compañía de una mujer alta, atractiva, de larga melena oscura y figura espectacular. Lucía enormes aros de oro y, cuando rió, India pensó que jamás había visto a una mujer tan hermosa. Serena. Era tan fascinante, con aplomo y atractiva como la había imaginado. Bastaba mirarla para quedar hipnotizado. Vestía minifalda blanca, top del mismo color, sandalias blancas de tacón y llevaba un collar de oro. Parecía salida de una revista de moda de París. Rezumaba una elegancia sensual. Cuando se acercó, India vio que en la mano izquierda lucía un enorme diamante. Serena se detuvo y comentó algo con Paul. El magnate rió, feliz de estar con su esposa. Era una mujer imposible de ignorar o pasar inadvertida en medio de la multitud. Daba la sensación de que todos se giraban para mirarla y algunos invitados la conocían. India vio que besaba a Jenny y Dick y aceptaba una copa de vino blanco sin reparar en la persona que se la ofrecía. Parecía una mujer totalmente acostumbrada a una vida de lujos y servicios.
Como si percibiese la mirada de India, Serena se volvió lentamente y la vio. Paul se inclinó y le comentó algo al oído. Serena asintió con la cabeza y se acercaron. India se preguntó qué le había dicho Paul a su esposa, hasta qué punto había revelado sus intimidades… Seguramente le había dicho que conocía a esa pobre desgraciada de Westport que hacía catorce años había renunciado a su profesión para consagrarse a la familia. Con toda probabilidad le había pedido que fuese amable. Bastaba mirar a Serena Smith para saber que jamás cometería la insensatez de renunciar a su identidad o a su profesión ni se dejaría tratar por su marido como «una compañía fiable que cuida de mis hijos». Serena era atractiva, guapísima, sofisticada, tenía unas piernas impresionantes y una figura envidiable. India se sintió como el patito feo. Se quedó sin aliento cuando Paul se detuvo a su lado, sonrió y le puso la mano en el hombro. Tuvo la sensación de que una corriente eléctrica recorría su interior.
– India, te presento a mi esposa, Serena Smith… Cariño, ella es la magnífica fotógrafa de la que te hablé, la que ha realizado las excelentes fotos que te mostré. También es la madre del joven navegante.
Al menos le había explicado a Serena quién era. India se sintió muy poca cosa junto a la escritora. La esposa de Paul lucía una sonrisa perfecta y aparentaba quince años menos que Jenny, de la que había sido compañera de habitación en la época universitaria. Claro que Jenny no se maquillaba desde los dieciocho años y Serena se acicalaba como las modelos.
– Deseaba conocerte – dijo India en un modo que no quería parecer indiferente ni hablar como una gimoteante seguidora -. Hace años leía todos tus libros, pero ahora estoy tan ocupada con los niños que no tengo tiempo.
– Lo imagino. Paul me ha dicho que tienes muchos hijos. Es fácil de comprender. El chiquillo de las fotos es un encanto y, por lo que me han dicho, todo un marino. – Serena puso los ojos en blanco -. Haz lo que esté en tus manos y no se lo permitas. Prohíbele que vuelva a poner los pies en un barco. Se trata de una enfermedad que corroe el cerebro. En cuanto se apodera de ti no hay nada que hacer.
India rió, lo que la llevó a sentirse desleal con Paul. Lo habían pasado francamente bien en el Sea Star.
– Los barcos no son mi especialidad – reconoció Serena -. Supongo que Paul te lo ha contado.
India no supo si confirmarlo pero Paul se dirigió al barril de cerveza presidido por Dick.
– Hay que reconocer que el velero es imponente – declaró India con elegancia -. A mi hijo pequeño le encantó.
– Resulta divertido como máximo durante diez minutos.
Serena observó con expresión extraña a India. La fotógrafa temió ruborizarse. ¿Y si Serena deducía lo bien que le caía su marido y todo lo que le había contado sobre su vida? Seguro que le sentaría fatal. Era difícil evaluar lo que un marido contaba a la esposa o a la inversa. Doug y ella apenas tenían secretos; en su caso solo callaba las infidelidades de Gail por lealtad a su amiga.
– Me gustaría pedirte un favor – dijo Serena.
India imaginó que le pediría que no se acercase a su marido y se sintió culpable. Paul era muy apuesto, ella había compartido un día entero con él y le había confiado que era desgraciada con su esposo. Podía tratarse de una situación muy incómoda, sobre todo si la había comentado con Serena. Se sintió ridícula y temió las palabras de la escritora:
– Mañana nos vamos, pero necesito urgentemente una foto para la cubierta de mi nuevo libro y todavía no he podido posar. ¿Existe alguna posibilidad de que mañana por la mañana nos veamos y me hagas algunas fotos? A primera hora parezco un fantasma y tendrás que hacer unos cuantos retoques. Necesitarás un soplete. En serio, he visto tu trabajo y es de primera. No tengo buenas fotos de Paul y tú has conseguido varias cuando ni siquiera estaba atento. Suele poner caras ridículas y parece a punto de asesinar a alguien. ¿Te gustaría retratarme? Ya sé que no es tu especialidad. Según Paul te dedicas a fotografiar conflictos, revoluciones, cadáveres y esas cosas.
India sonrió aliviada. A Serena no le había molestado que pasara el día en el velero y tomase fotos de su marido. Se sintió tan relajada que habría besado a la escritora. Era posible que, después de todo, Paul no hubiese revelado todos sus secretos. Al menos era lo que esperaba. Pero también pudiera ser que Serena la compadeciera tanto que ni siquiera le importara.
– En realidad, hace diecisiete años que no cubro zonas en conflicto. Sólo fotografío el equipo de fútbol de Sam y a los recién nacidos de mis amigas. Me encanta. Me halaga que me lo pidas. No soy muy buena retratista. Fui reportera gráfica y ahora simplemente soy madre.
– Yo no he sido ni una ni otra cosa y ambas me impresionan. Si quieres venir a las nueve, haré un esfuerzo para levantarme e intentaré no mancharme la blusa con café antes de que llegues. Me pondré algo sencillo, por ejemplo, blusa blanca y tejano. Estoy hasta la coronilla de fotos rebuscadas, quiero algo natural.
– Tu propuesta me halaga. Espero que alguna de mis fotos te resulte útil.
India tenía la certeza de que haría un buen trabajo. Serena era muy guapa, poseía una magnífica silueta y una piel perfecta, por lo que costaba imaginar que tuviese dificultades para fotografiarla. Incluso supuso que no harían falta muchos retoques. Estaba deseosa de poner manos a la obra y la alegraba la posibilidad de volver al Sea Star. Podría ver de nuevo a Paul aunque estuviera con Serena. Al fin y al cabo era su esposa y formaba parte de su vida.
Las mujeres charlaron un rato sobre la película que Serena supervisaba, su última novela y el viaje que pocas semanas más adelante emprendería al sur de Francia. Incluso tuvieron tiempo de referirse a los hijos de India.
– Francamente, no sé cómo te las apañas – reconoció Serena admirada -. Siempre imaginé que sería incapaz de compatibilizar los hijos y la escritura y que habría sido una pésima madre. Ya lo pensaba cuando tenía veinte años. Jamás he deseado tener hijos. Cuando se casó conmigo a Paul le habría gustado volver a ser padre, pero yo tenía treinta y nueve años y no estaba por la labor. Me veía incapaz de asumir esa responsabilidad, las exigencias constantes que plantea y la confusión que crea.
– Tengo que reconocer que a mí me encanta ser madre – admitió India modestamente y pensó en sus vástagos.
Dos de sus hijos jugaban al voleibol a pocos metros de allí. India respetó la franqueza de la novelista y se percató de que eran radicalmente distintas. Cada una era todo lo que la otra no era. India era directa, sencilla y no hacía ostentación de nada. Serena era compleja, maquinadora y, a su manera, agresiva. India se sorprendió de que le cayese bien, pues de alguna manera había creído que le cogería antipatía. Fue consciente de los motivos por los que Paul la amaba. Serena tenía tanta fuerza que estar a su lado era como cabalgar a lomos de un purasangre. No resultaba de trato fácil y no le molestaba que la considerasen complicada, más bien le gustaba. Sólo compartían una profunda femineidad que expresaban de maneras muy distintas.
Los matices de la personalidad de India resultaban más sutiles, lo cual había despertado la curiosidad de Paul. Serena ocultaba muy pocos misterios pues era pura fuerza, poder y control. India se mostraba tierna y amable y era mucho más compasiva y humana. Paul quedó muy sorprendido con estas cualidades durante las horas de charla en el velero.
Al cabo de un rato el magnate se acercó, las observó y admiró sus contrastes. Era como contemplar dos extremos femeninos y, de haberse atrevido, habría reconocido que ambas lo fascinaban de maneras distintas y por motivos diferentes.
Paul se sintió aliviado cuando Sam se acercó e India le presentó a Serena. El niño le tendió educadamente la mano y al hablar con ella se sintió incómodo, pues notaba que Serena no sabía tratar con niños. Le hablaba como si fuera un hombre bajito y Sam no entendió sus bromas.
– Es un niño delicioso – comentó Serena cuando Sam regresó con sus amigos -. Supongo que estás muy orgullosa de él.
– Lo estoy.
– India, si alguna vez desaparece ya sabes dónde encontrarlo. Paul se lo llevará a Brasil en el velero.
– A Sam le gustaría.
– Esa es la pega. A la edad de Paul resulta patético. Los hombres son muy infantiles, ¿no te parece? Son como críos. En el mejor de los casos, cuando crecen se convierten en adolescentes y reaccionan como tales cuando no se salen con la suya.
India la oyó y no pensó en Doug, sino en Paul. No tenía nada de adolescente, lo había considerado muy maduro y sensato y le agradecía de corazón los consejos que le había dado.
Charlaron un rato más y concertaron la sesión fotográfica para la mañana siguiente. Serena habló unos minutos con Jenny y se marchó con su marido. India fue a ver a sus hijos, que se divertían mucho.
Regresaron tarde a casa, todos contentos y cansados. India contó a Sam que por la mañana iría al velero y le preguntó si le apetecía acompañarla.
– ¿Veré a Paul? – preguntó soñoliento.
India asintió y Sam aceptó acompañarla. Planteó lo mismo a los otros, que respondieron que preferían dormir. El Sea Star era la pasión de Sam y lo dejaban en sus manos.
Lamentó que sus tres hijos mayores no conocieran el barco porque sabía que en cuanto lo viesen les encantaría.
India despertó a Sam a primera hora y le sirvió cereales y tostadas para que no pedalease hasta el club náutico con el estómago vacío. Paul los esperaba y los invitó a tomar crepes. Serena estaba en el comedor y bebía café. Cuando entraron levantó la cabeza. Pese a lo que había dicho el día anterior, India consideró que tenía un aspecto inmejorable incluso a la hora del desayuno. Vestía blusa blanca almidonada, tejano perfectamente planchado y náuticas con suela de goma. Llevaba la cabellera larga y lacia recogida con una goma. Se había maquillado lo suficiente para resaltar sus facciones.
– ¿Ya estás preparada? – preguntó la escritora en cuanto la vio.
– Sí, jefa.
India sonrió, Sam se sentó ante el plato de crepes y Paul se instaló a su lado.
– Haré compañía a Sam – propuso el magnate. No era un sacrificio y bastaba mirarlo para saber lo bien que el niño le caía -. Saldremos a navegar en el bote o haremos cualquier otra cosa.
– ¡Uff! – resopló Serena.
La escritora se dirigió a cubierta e India la siguió. La mañana pasó volando.
India tiró seis carretes y estaba convencida de que algunas fotos eran muy buenas. Serena era una modelo dócil.
Esta conversó animadamente y le contó anécdotas de Hollywood y locuras cometidas por escritores famosos. India se divertía con sus chanzas. Cuando terminó la sesión fotográfica Serena la invitó a comer. Los Ward habían postergado para la mañana siguiente la travesía a Nueva York.
Tomaron bocadillos en cubierta porque a la escritora le desagradaba el comedor, que encontraba pretencioso y claustrofóbico. A India le encantaba, aunque también la satisfacía comer al aire libre. Casi habían terminado cuando Paul y Sam regresaron del paseo en bote.
– ¿Queda algo para nosotros? – preguntó Paul cuando se reunieron en cubierta -. ¡Estamos hambrientos!
– Sólo las migas – bromeó Serena.
Uno de los camareros anotó el pedido de Paul: bocadillos extragrandes, patatas fritas y encurtidos, añadió, al recordar que a Sam le encantaban.
El magnate comentó que lo habían pasado bien y Sam lo confirmó con una sonrisa de oreja a oreja. No contó a su madre que habían volcado y que Paul se apresuró a enderezar el bote.
En cuanto acabaron de comer India dijo que era hora de volver. Deseaba revelar las fotos de Serena.
– Dentro de unos días te enviaré las pruebas – prometió a Serena y se puso de pie. Con modestia añadió -: Espero que me digas qué te parecen.
– Seguro que me encantan. Si logras que quede la mitad de guapa que Paul las utilizaré para empapelar el apartamento. Hay que reconocer que soy más bonita que él.
Serena rió e India la imitó. Era todo un personaje y era fácil comprobar las razones por las que Paul la adoraba. Ciertamente no era una mujer aburrida. Tenía mucha chispa y le encantaba contar anécdotas jugosas de los famosos. Estaba al tanto de quién había dicho qué o qué le había hecho a quién. Escucharla equivalía a leer la prensa del corazón. Además, Serena no sólo era hermosa, sino indescriptiblemente atractiva. A India le caía muy bien.
India le agradeció la oportunidad de hacerle fotos y a Paul que hubiese cuidado de Sam.
– Sam cuidó de mí – aseguró él sonriente. Se agachó para darle un abrazo de oso, que el chiquillo devolvió con entusiasmo -. Te echaré de menos – dijo el magnate, pero no estaba tan triste como Sam, que jamás olvidaría los ratos pasados en el Sea Star -. Si tu madre está de acuerdo, un día de éstos harás una travesía conmigo. ¿Te gustaría?
– ¿Es una broma? – El niño no cabía en sí de alegría -. ¡Cuenta conmigo!
– Trato hecho.
Paul se incorporó y abrazó a India.
Mientras madre e hijo descendían por la pasarela hacia el muelle el magnate tuvo la sensación de que se separaba de amigos de toda la vida. La tripulación al completo despidió a Sam agitando los brazos. Se había ganado el cariño de todos.
Durante el regreso India se sumió en sus pensamientos y se cayó de la bicicleta, algo que solía ocurrirle cuando no estaba atenta.
– Mamá, ¿qué te pasa?
Sam la ayudó a incorporarse. Su madre era una patosa. Ella sonrió al pensar en su torpeza y se sintió ridícula al ver la expresión de su hijo. Las horas que habían pasado en el velero, compartiendo la magia de esos momentos, los había aproximado todavía más.
– El año que viene tendré que comprar una bicicleta de tres ruedas, como las que usan los abuelitos – comentó y se sacudió la ropa.
– No es mala idea – sonrió Sam.
Guardaron silencio mientras pedaleaban rumbo a casa. Ambos pensaban en el velero y en las personas que habían conocido. Paul los había impresionado aunque, después de conocer a Serena, India lo encontraba distinto. Al verlos juntos había recuperado la perspectiva, se había percatado de su compromiso matrimonial y de las cosas que consideraba importantes.
En cuanto llegó a casa India se dirigió al cuarto oscuro. Reveló las fotos y quedó muy entusiasmada con los resultados. Los retratos de Serena eran fabulosos. Estaba espectacular y tuvo la certeza de que a la escritora le encantarían. Incluso había una deliciosa foto de Serena con Paul cuando éste regresó de la travesía en el bote. Él estaba apoyado en el respaldo del sillón que ocupaba Serena y se los veía muy elegantes con el palo mayor y el océano de fondo. Formaban una pareja muy atractiva. Estaba deseosa de enviarlas y conocer la opinión de los Ward.
A la mañana siguiente India llamó al servicio de mensajería y envió las fotos a Nueva York. Serena telefoneó en cuanto las recibió.
– ¡Eres genial! – exclamó una voz ronca que en principio India no reconoció -. Ojalá me pareciese a la mujer de las fotos.
India la reconoció y sonrió.
– En directo eres más guapa. ¿Te gustan de verdad?
India estaba emocionada. Se sentía orgullosa de las fotos y reconocía que Serena había sido una buena modelo.
– ¡Son adorables!
– ¿Te gusta la foto en la que sales con Paul?
– No la he visto.
Serena parecía desconcertada e India se llevó un chasco.
– Vaya. Supongo que me olvidé de incluirla. Probablemente está en el cuarto oscuro. Te la enviaré porque es especial.
– Como tú. Esta mañana hablé con la editorial, te pagarán por publicar las fotos y figurarás en los créditos.
– Olvídalo – dijo India -. Son un regalo. Sam se divirtió tanto que es lo mínimo que puedo hacer para daros las gracias.
– Déjate de tonterías. Se trata de un encargo. ¿Qué diría tu representante?
– Ojos que no ven corazón que no siente. Le diré que las hice por amistad. No quiero que me pagues nada por ellas.
– Si eres tan desprendida con tu trabajo nunca afianzarás tu carrera. La sesión te llevó una mañana y luego revelaste las fotos. Como mujer de negocios te arruinarías. Debería convertirme en tu representante. Las fotos son tan buenas que no sé cuál elegir. – Serena se moría de ganas de mostrárselas a Paul, que estaba en el despacho -. Ya te llamaré para decírtelo. India, me encantaría publicar todas las fotos. Te lo agradezco de corazón. Me gustaría pagarte por el trabajo.
– La próxima vez – replicó India, segura de que habría una próxima vez.
Había decidido buscar la foto de Serena y Paul, pero se olvidó porque apareció Aimee, que se había clavado una espina y venía para que se la quitara.
Los días siguientes transcurrieron muy deprisa y Doug llegó para pasar el fin de semana con su familia. Hacía casi dos semanas que no se veían. Doug se alegró de encontrarse con sus hijos pese al agotamiento del largo viaje. Como de costumbre, se dio un baño en el mar antes de cenar. Esa noche toda la familia se reunió alrededor de la mesa y, en cuanto pudieron, los chicos salieron a buscar a sus amigos. Les gustaba jugar de noche al pillapilla en la playa, contarse historias de terror y reunirse en una casa u otra.
Cape Cod era ideal para los niños y Doug sonrió cuando los vio franquear la puerta a la carrera. Se alegraba de estar en la casa de la playa.
Una vez a solas con India, se repantigaron en la sala y de pronto ella se sintió incómoda. No había dejado de pensar febrilmente en el problema que tenían. Además, en el ínterin había conocido a Paul Ward, pasado varias horas en el Sea Star con Sam y realizado la sesión fotográfica con Serena. Tenía muchas cosas que contarle, pero percibió que no le apetecía. No estaba deseosa de compartirlo con su esposo. Experimentaba la necesidad de guardar algo para sí.
– ¿Qué has hecho? – preguntó él como si se hubiera encontrado con una vieja amiga a la que no veía desde el verano anterior.
Doug no la había saludado con cariño ni complicidad e India se percató de que siempre había sido igual. Lo que ocurría es que ahora reparaba en cualquier detalle que hasta entonces no había notado. Se preguntó en qué momento habían cambiado las cosas entre ellos.
– Nada del otro mundo, lo habitual. – Como habían hablado por teléfono, India ya le había dado el parte de lo más importante -. Los niños lo están pasando bien.
– Tengo ganas de que llegue agosto para venir – dijo Doug -. En Westport hace un calor infernal y en Nueva York todavía es peor.
– ¿Qué tal los nuevos clientes? – preguntó ella y tuvo la sensación de que hablaba con alguien a quien apenas conocía.
– Exigen mucho tiempo. Me he tenido que quedar en el despacho hasta las nueve o diez de la noche. Como no estáis en casa no necesito coger corriendo el tren de las seis y me resulta más fácil terminar el trabajo.
India asintió con la cabeza y pensó que aquella conversación era deprimente. Después de dos semanas separados tendrían que haber hablado de algo más que los clientes y la ola de calor. Desde su llegada Doug no le había dicho que la echaba de menos o la quería. India ni siquiera recordaba cuándo le había expresado por última vez algo parecido. Se preguntó por qué no le había llamado la atención que no se lo dijese más a menudo. Se planteó si los encuentros de Paul y Serena eran tan aburridos y supuso que no. Serena no lo habría tolerado ni un segundo. Todo en ella denotaba pasión. Pero en su relación con Doug no había nada apasionado. En realidad, hacía casi veinte años que no lo había. La idea la deprimió aún más.
Aguardaron el regreso de los chicos, hablaron de esto y aquello y Doug encendió la televisión. Cuando apareció Jessica apagaron las luces y se dirigieron al dormitorio. India se duchó, pues supuso que su marido querría hacer el amor. Se puso el camisón que a Doug le gustaba pero cuando entró en el dormitorio comprobó que estaba dormido. Roncaba suavemente con la cara hundida en la almohada. Lo contempló. Volvió a sentirse sola y supo que era el broche que correspondía a la velada que habían pasado. Demostraba a las claras el sentido de su convivencia.
India se acostó en silencio, sin molestar a Doug, y tardó mucho en dormirse. Sollozó quedamente a la luz de la luna y deseó estar en cualquier otra parte.