Paul telefoneó a India a las siete de la mañana y se mostró desalentado y agotado. Reconoció que había pasado una noche de perros, y añadió que se mudaba al Carlyle.
– Paul, lo siento. – Era previsible porque el apartamento evocaba agudamente a Serena -. Tendrás que asistir a la reunión muerto de sueño.
– Ha sido espantoso, peor de lo que imaginaba. No tendría que haberme quedado.
India tuvo la sensación de que había estado llorando.
– Es posible que más adelante puedas introducir algunos cambios.
La reconfortaba volver a hablar por teléfono y en el acto se armó de valor. Conocía muy bien esa voz que desde hacía tiempo era una constante en su vida.
– No sé qué hacer, supongo que lo venderé tal como está. – Aún no estaba en condiciones de tomar esa decisión e India lo percibió -. Por la noche nos veremos en el Carlyle. Te espero en el bar Bemelmans a las siete. Tomaremos una copa antes de ir a Daniel.
– Allí estaré. Por cierto, acuérdate de desayunar. No puedes ir a la reunión con el estómago vacío.
Como tenía hijos India se preocupaba por esas cuestiones. Paul sonrió. Hacía años que nadie lo tenía en tanta consideración. Ni siquiera Serena, que incluso lo habría dejado morir de hambre. Ella jamás desayunaba y consideraba que su marido tampoco necesitaba hacerlo.
– Tomaré algo en el despacho. Allí tienen de todo y, como mínimo, me darán una taza de café. Iré temprano. – Se habría largado a cualquier sitio con tal de salir del apartamento. La víspera, los armarios casi habían podido con él y desde las seis de la mañana no dejaba de llorar -. No creo que vuelva a poner los pies en este piso – comentó con voz quebrada.
– Ya te calmarás – lo tranquilizó India.
Pensó que al principio a su amigo incluso le había resultado difícil refugiarse en el Sea Star. El regreso al apartamento que había compartido con su esposa era una dosis de realidad excesiva y el retorno a Nueva York probablemente había sacudido sus emociones. India sabía que nada era fácil.
– Gracias por hablar conmigo – murmuró Paul y de repente oyó golpes y ladridos -. ¿Dónde te has metido? Oigo un gran alboroto.
– Hay un gran alboroto. – La fotógrafa sonrió -. Estoy preparando el desayuno y el perro está loco por salir.
El estrépito agradó a Paul, que lo encontró acogedor.
– ¿Cómo está Sam?
– Hambriento.
– Dale el desayuno. Te llamaré más tarde.
India pasó la tarde fuera y regresó a casa después de recoger a los chicos en la escuela. Se encontró con Gail, quien le contó que la novia de Doug y sus hijos habían pasado el fin de semana con él. Se lo habían contado dos mujeres a las que vio en el supermercado. India se sorprendió al percatarse de que le molestaba. Doug tenía derecho a hacer lo que quisiese, pero no había guardado las formas. Sólo hacía dos meses que estaban separados. Ella no tenía a nadie, salvo a Paul. Claro que era muy distinto. Tampoco le abrió su corazón a Gail, por lo que su amistad con Paul siguió siendo un secreto celosamente guardado.
La canguro llegó a las cinco. India se cambió de atuendo y a las seis se fue a Nueva York. Esta vez los niños protestaron.
– ¿Por qué vuelves a salir? – se quejó Sam cuando su madre le dio un beso de despedida -. Anoche saliste.
– Tengo amigos en la ciudad. Nos veremos por la mañana.
Como sabía que su hijo preguntaría quiénes eran se batió rápidamente en retirada. No pensaba decírselo. No era asunto de él ni quería preocuparle. Sabía que sus hijos estaban inquietos por la novia de Doug y sus dos hijos. Por mucho que Paul no representase una amenaza para ellos, tampoco era necesario angustiarlos.
Había tanto tráfico que se retrasó diez minutos. Llevaba el traje negro, zapatos nuevos, la melena recogida a la francesa y los únicos pendientes de perlas que tenía. Arreglarse y conducir a la ciudad para ir a cenar era una experiencia nueva para India. Paul había insistido en que la recogiese un chófer con limusina, pero sus hijos se habrían inquietado al verla partir como si fuera Cenicienta. Rió al pensar que la confundirían con una estrella cinematográfica o con una traficante de drogas. Era mucho más sencillo coger su coche y ahorrarse preguntas y comentarios.
En cuanto la vio, Paul la piropeó e India percibió que estaba cansado. Había tenido una jornada agotadora, sobre todo a causa de permanecer tantos meses al margen del trabajo. Todos requirieron su atención pese a que todavía no se había adaptado al nuevo horario.
– ¿Cómo has pasado el día? – inquirió él mientras India se sentaba -. Espero que no tan ocupada como yo. Casi había olvidado lo que agota el trabajo.
Paul sonrió y ella pidió una copa de vino blanco.
– Hice varios recados y recogí a los chicos en la escuela.
Le contó lo que Gail había dicho sobre Doug y Paul arrugó el entrecejo.
– No ha perdido un segundo.
De todos modos se alegró, pues significaba que Doug ya no molestaría a India.
– ¿Qué tal la reunión de la junta? – preguntó ella.
– Muy estimulante. He hablado con mi hijo. Esperan otro crío. Es una señal positiva. Siempre he pensado que un bebé es una apuesta de futuro. Claro que a su edad no reflexionan tanto.
India se dijo que no tenía pinta de abuelo. Era muy apuesto y no aparentaba la edad que tenía, aunque esa noche él aseguró que le pesaban los años. India comentó que tal vez se debía al jet-lag. Paul repuso que la noche anterior lo había dejado muy perturbado.
– Creo que trasladarte al hotel te sentará bien.
– Ya. Resulta absurdo porque el apartamento está muy cerca, pero soy incapaz de pasar otra noche allí. He vuelto a tener las mismas pesadillas… en las que Serena me dice que tendría que haber muerto con ella.
– Sabes que ella jamás habría dicho semejante desatino – declaró India con firmeza.
Se tomó la libertad de opinar como lo habría hecho por teléfono ya que cada vez se acostumbraba más a su presencia. Le agradaba verlo al final del día, arreglados para salir a cenar. Hacía mucho que no lo hacía y cuando bebió un sorbo de su copa notó que Paul le sonreía.
– Casi has hablado como Serena – dijo él. Desde luego India era muy suya. Detestaba que se autocompadeciera y no se privaba de decírselo con toda claridad -. Como de costumbre, tus palabras son atinadas. Tienes razón en muchas cosas.
Sólo se había equivocado en su matrimonio. Tendría que haberse plantado mucho antes sin importarle que Doug se fuese. Paul sabía que, sin su apoyo, India jamás lo habría conseguido.
Cuando terminaron las copas fueron a Daniel, donde les asignaron una de las mejores mesas. El maître celebró la aparición de Paul y a India le quedó claro que había acudido con frecuencia al restaurante. El maître sentía curiosidad por ella.
– Todos se preguntan quién eres – comentó Paul sonriente -. El traje te queda muy bien, pareces una top model. Además, el peinado te sienta de maravilla.
Pero echaba de menos la trenza y el aspecto de su amiga cuando estuvo en el Sea Star. Ella se había sentido totalmente a sus anchas en el velero y se habían divertido mucho con Sam. Paul ansiaba volver a navegar con él. En ese instante decidió trasladar el barco a Antigua y proponer a India que llevase a sus hijos por las vacaciones de Pascua.
Encargaron la cena: de primero, sopa de langosta; de segundo, pichones para ella, bistec a la pimienta para él, ensalada de endivias y, de postre, soufflé.
Cuando el camarero escanció el vino, Paul comentó que le gustaría que en Pascua se trasladara a Antigua con sus hijos para pasar las vacaciones.
– ¿No prefieres otro invitado? Somos muchos y los chicos te volverán loco.
– Todo lo contrario, si son como Sam. Acomodaremos a los cuatro en dos camarotes y, si nos apetece, tendremos más invitados. Será divertido tenerlos a bordo. Me gustaría invitar a Sean, pero navegar no es una de sus pasiones y como su esposa está embarazada no creo que acepten. De todos modos, puedo consultárselo. Los niños se divertirán mucho. Sam y yo saldremos en el bote mientras los demás jugáis, veis vídeos o hacéis lo que os dé la gana.
A India le encantó la idea. Además, Doug ya le había comunicado sus planes para las vacaciones. Visitaría Disney World con su novia y los hijos de ésta. A sus hijos les había afectado que no los invitaran. Como había repetido Gail, era lo que solía ocurrir con los divorciados. Muchos padres se despreocupan de sus hijos en cuanto tienen una nueva novia…
– Paul, ¿lo de Antigua va en serio? – preguntó India mientras tomaban la sopa -. No estás obligado.
– Claro que no, pero me apetece. Si te pone nerviosa puedes quedarte en tu camarote y llamarme por teléfono a la cabina de mando. Así recordarás quién soy.
Era una broma y Paul reparó en que la fotógrafa se estaba adaptando a la nueva situación. Ambos tenían que introducir muchos ajustes en sus vidas. La víspera, Paul se había dado de narices con la realidad en el apartamento. India se echó a reír.
– Pues podría funcionar. Creo que saldré del restaurante y te llamaré desde la cabina más cercana.
– No pienso responderte – repuso él con fingida seriedad.
– ¿Por qué?
Paul le dirigió una mirada significativa.
– Porque tengo una cita. Es mi primera cita en muchos años. Tengo que aprender muchas cosas. No recuerdo bien lo que se hace en una cita.
Su expresión denotaba tanta vulnerabilidad que India musitó:
– ¿Es una cita? Creí que sólo éramos amigos.
Paul la había dejado confundida.
– Una cosa no excluye la otra.
Paul le clavó la mirada. Aunque no se lo había dicho, su traslado a Nueva York era para algo más que por una reunión de junta. Después de las conferencias telefónicas de los últimos meses necesitaba verla.
– Creo que tienes razón – admitió ella, y de pronto se puso muy nerviosa.
– Derramarás la sopa – advirtió Paul y ella sonrió desconcertada -. India, cuando salgas a cenar conmigo no puedes derramar la sopa sobre la mesa.
El magnate se reclinó y la contempló dejar la cuchara.
– Me parece que no entiendo lo que dices.
India no quería entenderlo. No quería que Paul cambiase nada. Por Navidad, antes de que Doug la dejara, Paul ya había aclarado que sólo eran amigos. Estaba muerta de frío en una cabina telefónica cuando le comunicó que él no sería la luz que encontraría al final del túnel. Si era así, ¿por qué decía ahora que tenían una cita? ¿A qué se refería? ¿Qué había cambiado?
– Creo que sólo intentas intimidarme – aseguró India.
A Paul se le escapó una sonrisa. Encontraba muy bella, juvenil e ingenua a India, que llevaba más tiempo que él sin tener una cita. Habían transcurrido más de veinte años desde que conociera a Doug en el Cuerpo de Paz.
– India, ¿te he asustado? – Súbitamente se inquietó -. Lo siento, no pretendía… ¿Lo dices en serio?
– Hasta cierto punto, sí. Pienso que sólo somos amigos. Al menos es lo que dijiste en Navidad…
– ¿De verdad? Desde entonces ha pasado mucho tiempo. – De repente se acordó de sus palabras. Hablaba en serio. Habían transcurrido tres meses y la angustia por la pérdida de Serena ya no lo obnubilaba -. No sé muy bien qué dije, aunque probablemente fue una sarta de tonterías. – A India le dio un vuelco el corazón -. Me parece que hice un comentario de muy mal gusto acerca de que no sería la luz al final del túnel. – Ella no entendía qué había cambiado. Paul la miró, suspiró y le cogió la mano -. A veces me asusto, me entristezco, añoro a Serena, y digo cosas que no debería…
India se preguntó cuándo hablaba en serio, ahora o entonces. Las lágrimas afloraron a sus ojos. No quería hacer nada que pusiese en peligro esa relación. No quería perderlo. Si seguían adelante, Paul podría arrepentirse y refugiarse nuevamente en la seguridad del velero. Y tal vez en este caso huiría para siempre.
– Creo que no sabes lo que haces – comentó mientras él le enjugaba las lágrimas con la servilleta.
– Puede que tengas razón, pero déjame que lo averigüe y no te preocupes demasiado. India, confía en mí. Descubrámoslo juntos.
Ella cerró los ojos unos segundos, asumió la situación y asintió con la cabeza. Al mirarlo esbozó una amplia sonrisa. A Paul le agradaba lo que ocurría y lo que sentía. En lugar de llorar por el fin de algo, ahora saboreaba la ternura del comienzo.
A partir de ese momento hablaron de muchas cosas. Paul contó anécdotas divertidas ocurridas en el velero, personas que habían bebido más de la cuenta o hecho trastadas. Se refirió a una mujer que se había liado con el capitán y a otra que, al dejar abiertas las portillas del camarote, estuvieron a punto de hundirse. Al oír la última historia India se estremeció.
– Te prometo que las cerraré – dijo ella, a la defensiva.
– Ya te lo recordaré. Es una situación muy incómoda y estropea la moqueta. – La fotógrafa lo escuchó con gran atención. Sabía de veleros menos que Sam y Paul se aprovechaba, aunque la anécdota de las portillas era verídica y habían colocado rótulos en los camarotes por si alguien se olvidaba. Paul la miró sin inmutarse y apostilló -: Te contaré algo extraordinario. El Sea Star está tan bien construido que sólo zozobramos una vez.
India quedó boquiabierta, pero al punto se percató que era otra broma.
– Te odio – declaró como si fuera Sam.
El magnate se tronchó de risa.
– ¿Te has asustado? Sólo pretendía impresionarte. El velero reacciona muy bien cuando zozobra, se da la vuelta y vuelve a la posición correcta. Lo único farragoso es secar las velas. Ya te lo demostraré.
– Olvídate de las vacaciones en Antigua – repuso ella con un mohín, aunque ya se había dado cuenta de que Paul le tomaba el pelo -. Cuéntale estas aventuras a Sam. Al menos él no te creerá.
– Yo no estaría tan seguro. – A Paul le brillaban los ojos. Disfrutaba de la compañía de India, la cena y el vino. Hacía mucho que no se divertía tanto -. Te garantizo que puedo resultar muy convincente.
– Ya lo creo – reconoció ella.
India estaba encantada con el sentido del humor y el estilo de Paul y se sentía tan relajada como cuando hablaban por teléfono.
Fue una velada inolvidable. Después de cenar caminaron lentamente hasta el Carlyle. Era temprano y Paul la invitó a subir un rato, pues ella disponía de tiempo antes de regresar a Westport. En realidad, disponía de todo el tiempo del mundo porque la canguro había accedido a quedarse toda la noche por si volvía demasiado tarde.
– Mi suite no está mal, pero tampoco es el Palacio de Versalles – se disculpó el magnate -. Creo que alguien la usa como apartamento. En ocasiones las alquilan por meses.
Paul no propuso ir al bar. Mientras subían en el ascensor siguió hablando del Sea Star y explicó lo que podrían hacer en Antigua, como visitar otras islas.
El ascensor se detuvo en el noveno piso. Paul la condujo a una estancia amplia, cómoda y elegantemente decorada, aunque no tenía nada que ver con su piso. Previsiblemente impersonal, estaba llena de flores y tenía un bar muy bien surtido. Paul le sirvió vino, pero India rehusó pues tenía que conducir. El hotel tenía el detalle de ofrecer fruta y pasteles pero, después de la copiosa cena en Daniel, no tenían apetito.
India se sentó en el sofá y Paul se acomodó a su lado. Siguió hablando del velero, pero de pronto calló y la contempló. India experimentó la misma electricidad en su cuerpo que había notado al conocerlo. Aparte de su apostura, Paul poseía algo irresistiblemente atractivo.
– No puedo creer que estemos aquí – comentó él -. Pienso que voy a despertar en el velero y alguien me dirá que estás al teléfono.
– Es extraño, sí.
India sonrió al recordar la infinidad de veces que se habían telefoneado y lo que se habían contado a lo largo de tantos meses, las ocasiones en que ella había llamado desde una cabina antes de que Doug la dejase. Rió al recordar que había estado a punto de congelarse y que siempre iba cargada de monedas para llamarlo si surgía la ocasión.
– Hemos superado muchas dificultades – murmuró Paul.
En ese momento sólo pensaba en India, ya no recordaba al ser querido que había perdido ni a la persona que había sido en el pasado. Lo único que veía eran los ojos afables de su amiga y sólo sentía lo que había madurado entre ellos durante los meses que permaneció recluido en el Sea Star.
No dijo nada más. Se inclinó lentamente, la abrazó y la besó. Cuando sus labios se unieron India encontró respuesta a todas sus preguntas. Tardaron un rato en recuperar la palabra.
– Creo que me he enamorado de ti – susurró él embargado por la pasión.
En modo alguno era lo que Paul esperaba ni lo que India suponía que sucedería. Hacía mucho tiempo que la fotógrafa estaba convencida de que eso jamás ocurriría.
– Hice lo imposible por reprimirlo, incluso por no sentir lo que siento – susurró ella, tan enamorada como Paul.
– A mí me ocurrió lo mismo – reconoció él y la estrechó entre sus brazos -. Hace tiempo que yo siento lo mismo, pero temía que tú no pensaras igual.
– Pensé… tuve miedo de que…
Estaba segura de que, a los ojos de Paul, jamás estaría a la altura de Serena. No se había atrevido a albergar esperanzas, pero en ese momento no lo mencionó. Él volvió a besar la y la abrazó con tanta fogosidad que la dejó sin aliento. Sin decir palabra, se puso de pie y la condujo lentamente al dormitorio. Se detuvo en la puerta y le dijo:
– Haré todo lo que me pidas. – Sabía que con esa actitud dejaba atrás una vida y comenzaba otra, siempre que fuese lo que India quería. La amaba más de lo que podía imaginar y en ese instante lo supo con toda claridad -. Si quieres regresar a Westport, adelante… Lo comprenderé.
India lo miró y negó con la cabeza. Ya no le apetecía ir a ninguna parte sin Paul. Al igual que él, sabía lo que sentía. Había defendido con uñas y dientes esa amistad, lo había apoyado y lo había llamado desde heladas cabinas, pero todo eso pertenecía al pasado.
– Paul, te quiero – musitó.
Él apagó las luces, la tumbó en la cama, se tendió a su lado, la acarició y se deleitó con su calidez, su delicadeza y su gloria. Le quitó el traje negro y se abrazaron con un ansia que ninguno de los dos presentía. Ella permaneció desnuda a su lado y él la contempló con amor y ternura.
– India, eres tan hermosa…
La fotógrafa lo rodeó con los brazos, le dedicó su entrañable sonrisa y lo estrechó delicadamente.
Se abrazaron y tocaron el cielo, pues al fin estaban unidos a lo que tanto buscaban, entre los brazos de alguien a quien amar y ser correspondido. Era lo que les faltaba y que por fin habían encontrado. Fue como renacer pues se aferraron a la vida, a las esperanzas y los sueños olvidados o en los que habían dejado de creer. India gimió entre sus brazos cuando él la llevó a reinos desconocidos e inimaginables. El encuentro amoroso terminó, pero no fue un final, sólo un principio.
Permanecieron tumbados uno junto al otro. Paul volvió a besarla y al cabo de unos minutos India se durmió. La contempló largo rato. Por último cerró los ojos y descansó como hacía meses que no lo hacía, ya que el amor de India lo devolvía a casa al cabo de un doloroso itinerario.
Amanecía cuando despertaron. Volvieron a hacer el amor y después India se cobijó en sus brazos. Suspiró y comentó que no se imaginaba que pudiera ser tan hermoso.
– No existe nada tan maravilloso – aseguró Paul sonriente, asombrado de los sentimientos que compartían. India era todo aquello que buscaba desesperadamente y que no había estado dispuesto a reconocer durante los meses que habían hablado por teléfono -. No me separaré de ti. Tendrás que ir a todas partes conmigo. No puedo vivir sin ti.
– Tendrás que hacerlo. Debo regresar a Westport.
Sonrió con picardía.
Paul protestó ante la perspectiva de dejar de verla ni siquiera unas horas.
– ¿Volverás esta noche? – preguntó antes de liberarla de su abrazo.
Él deseaba volver a hacer el amor, pero necesitaban tiempo para recuperarse.
India sabía que le resultaría difícil salir por tercera noche consecutiva y de pronto se le ocurrió una idea.
– Ven tú a Westport – propuso.
– ¿Y los chicos?
– Ya se nos ocurrirá algo… Dormirás con Sam.
– ¡Muy interesante!
Paul lanzó una carcajada e India dejó escapar una risita mientras se apartaba lentamente, todavía abrumada por los acontecimientos.
El magnate la vio cruzar la habitación y no le dijo que era la mujer más hermosa que conocía, temiendo ser irrespetuoso con Serena. Con India acababa de descubrir algo que con la escritora jamás había compartido. Lo fascinante de Serena consistía en que nunca se había entregado totalmente, ni siquiera después de tantos años de convivencia. Siempre se reservaba una parte de sí misma, como si quisiera demostrarle que jamás la poseería. Pero India se entregaba en cuerpo y alma, se abría con toda su calidez y vulnerabilidad, y Paul sintió que podía perderse mil años en cuanto ella le había dado. Con India se sentía a salvo y compartían una pasión que los satisfacía plenamente.
Se ducharon juntos. Paul la contempló mientras se vestía y luego India hizo lo propio. Sonrió. Pensaba que quien había dicho que Paul era indecentemente guapo no faltaba a la verdad.
Bajaron en el ascensor. Paul caviló sobre lo que India representaba para él y cuando ella subió al coche la contempló y deseó recordar eternamente ese instante.
– Cuídate… India, te quiero.
Ella asomó la cabeza por la ventanilla para besarlo y la larga melena rubia le colgó por debajo de los hombros. Paul la acarició como si fuera de seda y ella sonrió, pura inocencia, confianza, esperanza y fantasía, con los ojos brillantes por todo lo que había sucedido. Su expresión reflejaba una profunda paz.
– Yo también te quiero. Llámame y te explicaré cómo llegar.
Embriagado de amor, Paul la observó mientras el coche se alejaba. Al regresar al hotel se acordó de Serena y sintió que los remordimientos herían profundamente su alma.