La tensión aún se mantenía cuando Doug llegó a Harwich para iniciar sus vacaciones. El tema del trabajo de India no volvió a plantearse ni repitieron la discusión que habían mantenido, pero en el ambiente perduraba una nube brumosa. Por momentos India tenía la sensación de que la niebla le impedía ver y de que vivía con un desconocido. Los niños también captaron la tensión pero no dijeron nada. Les habría aterrado reconocer el malestar palpable aunque implícito y no resuelto entre sus padres. Era como un olor pútrido que persistía y no se podía ignorar.
India sólo habló con Doug del tema durante los últimos días que pasaron en Harwich.
– ¿Qué haremos cuando volvamos a casa? – inquirió con cautela.
Los niños no estaban presentes, pues aprovechaban hasta el último minuto para reunirse con sus amigos. El final de las vacaciones aumentaba su frenesí. Solían organizar una barbacoa, pero ese año decidieron no hacerla. Era muy significativo, aunque India no cuestionó la decisión de Doug cuando éste explicó que no tenía ganas. A ella tampoco le apetecía. Estaba harta de fingir que todo iba bien. Por primera vez en diecisiete años tenían problemas. Las encarnizadas semillas plantadas en junio habían prendido y se habían convertido en un árbol cuyas ramas comenzaban a asfixiarlos. India no sabía si talarlo o dejar que se secase solo. La solución a los problemas todavía era un misterio.
– ¿A qué te refieres?
Doug fingió que no se enteraba, pero era difícil ignorar la atmósfera hostil que los envolvía. India deseaba resolver la situación antes de regresar a Westport porque envenenaba la vida cotidiana. Ya había sido bastante negativo sacrificar el verano y había que poner límites antes de que fuese demasiado tarde.
– ¿No crees que hemos pasado un verano espantoso? – le preguntó y lo miró desde el otro lado de la mesa de la cocina.
– Ambos hemos estado ocupados. No es el primer año que ocurre – replicó con una flagrante mentira.
Jamás habían vivido un año tan malo e India esperaba que no volviera a repetirse.
– Tú has estado ocupado y los dos nos hemos alterado demasiado. Me gustaría saber dónde pisamos. No podemos continuar así. Aclaremos lo que pasa o nos volveremos locos.
Era terrible no dirigirse la palabra ni tocarse; cada uno estaba atrapado en su islote y no había barco ni puente que les permitiera salvar las distancias. India jamás se había sentido tan sola y abandonada. Le parecía haber traicionado a Doug al expresar sus crecientes necesidades, al presionarlo para que le permitiese volver a trabajar y al pedirle más de lo que él le proporcionaba.
– Creo que debería preguntarte dónde pisas. De eso se trata, ¿no? Me presionas porque quieres volver a trabajar. ¿Es lo que pretendes hacer cuando regresemos a Westport?
India ya no estaba tan segura. El precio era muy alto, tal vez excesivo. Doug le había dicho que no era un asunto negociable y le creía. No estaba preparada para romper el pacto que habían establecido, y quizá nunca lo estaría.
– Sólo pretendo que en la agencia sepan que estoy dispuesta a realizar un reportaje de vez en cuando, a ser posible cerca de casa. No pretendo aceptar un encargo que requiera mucho tiempo, pero quiero dejar entreabierta una rendija.
– Esa rendija acabará por inundar nuestras vidas y nos ahogaremos. No hace falta que te lo diga. India, lo sabes perfectamente y creo que es en lo único que piensas.
– Estás muy equivocado. Rechacé el trabajo en Corea. No quiero destruir nuestra vida en común, sólo intento salvar la mía.
India ya se había dado cuenta de que las diferencias eran irreconciliables. Aunque su marido le permitiera aceptar algún encargo ocasional, seguía sin resolver la cuestión referente a lo que sentía por ella y de lo aburrida y monótona que consideraba la convivencia. Sabía que para Doug ella no era precisamente la mujer amada. Era su ayudante, un ser útil, la niñera de sus hijos. No había pasión, excitación ni romance en sus sentimientos hacia ella. Trabajara o no, India ya no podía engañarse y pensar que su matrimonio marchaba sobre ruedas.
– Te he dicho claramente que no estoy dispuesto a que trabajes. Mi opinión no ha cambiado. Lo que hagas es cosa tuya. Si quieres correr ese riesgo, adelante.
– Doug, planteas un desafío aterrador – reconoció ella con lágrimas en los ojos -. Es como si me retaras a saltar del tejado sin saber si abajo hay red.
– ¿Cuál es la diferencia? Al parecer, no te importa que haya red, ¿verdad? Con tal de hacer lo que te apetece estás dispuesta a sacrificar a nuestros hijos, nuestra vida y el pacto que hicimos. Si es lo que quieres, arriésgate.
– No soy tan insensata. Date cuenta de que tú también te arriesgas. Piensa que si lo que siento no te preocupa, tarde o temprano la situación se cobrará su precio. – Pensó en las últimas semanas y en el mes anterior y apostilló quedamente -: En realidad, ya se lo ha cobrado.
– Por lo visto, hagamos lo que hagamos no tenemos salida. – Doug estaba anonadado. Sólo manifestaba cólera y no expresaba la menor compasión por su mujer. Al menos ella presentía que era así -. India, haz lo que quieras. Parece que, de todos modos, te saldrás con la tuya.
– No necesariamente. No quiero ser irresponsable. Tampoco pretendo hacer la revolución – declaró apenada.
– Pues ya la has hecho. De eso se trata. Te lo diré claramente por última vez: no puedes tener todo lo que quieres. No puedes tenerme a mí, a nuestra familia y tu profesión. Tarde o temprano tendrás que elegir.
La elección que Doug reclamaba le costaría el precio de su integridad; el asunto tomaba un cariz preocupante.
– Lo has dejado muy claro. Si no vuelvo a trabajar, ¿qué sucederá? ¿Pensarás que soy maravillosa, fabulosa y generosa, me adorarás y lo agradecerás el resto de la vida?
India habló con amargura y de pronto recordó los comentarios de Paul sobre lo que significaba dar demasiado y las consecuencias, a largo plazo. No quería vivir resentida y triste y sentirse engañada hasta el fin de sus días.
– No sé de qué hablas – replicó Doug, colérico -. Creo que te has vuelto loca y me gustaría saber quién te llenó la cabeza de esas tonterías. Sigo pensando que fue Gail.
Se debía a muchas cosas, a diversas personas, a tantos sueños que por fin había recuperado y a los que durante muchos años había renunciado. Tenía que ver con los comentarios que Gail había hecho en junio, con lo que Doug no había expresado, con las charlas con Paul y con haber conocido a Serena. A todo esto había que sumar sus reflexiones de los tres últimos meses y la frialdad de su marido. No la tocaba desde julio. Sabía que era el castigo al que la sometía por su actitud y no pudo dejar de preguntarse cuánto duraría.
– Te comportas como si esperaras un premio por ser esposa y madre. India, es tu trabajo. Yo no espero un galardón por cumplir con mis obligaciones. No conceden el Pulitzer o el Nobel por llevar una vida normal. Es lo que pactaste. Si esperas un premio o que te bese los pies cada vez que vas a buscar a los chicos al colegio estas muy equivocada. India, no sé qué bicho te ha picado, pero si pretendes ser profesional o una fotógrafa que se dedica a dar vueltas por el mundo tendrás que pagar un precio.
– Doug, siento que ya lo estoy pagando por habértelo planteado. Hace dos meses que me castigas.
Doug guardó silencio e India vio frialdad e ira en su mirada. Finalmente él replicó:
– Creo que eres injusta, y que con tus palabras nos traicionas. Jamás dijiste que en el futuro querrías volver a trabajar. Nunca lo mencionaste.
Por su modo de reaccionar desde el momento en que ella había planteado sus prioridades era evidente que se sentía muy traicionado.
– No lo sabía – reconoció francamente -. Jamás imaginé que me apetecería volver al trabajo y, si a eso vamos, no es lo que pretendo. Sólo deseo realizar un reportaje de vez en cuando.
Ambos conocían perfectamente esa cantinela.
– ¿Cuál es la diferencia? Para mí es lo mismo. – Doug se incorporó y la contempló con rígida desaprobación. India tuvo la sensación de que su marido le tenía una profunda inquina -. Ya hemos hablado suficiente. Tienes que tomar una decisión.
Ella asintió con la cabeza y lo miró mientras abandonaba la cocina. Pasó largo rato a solas. Desde la ventana veía jugar a sus hijos en la playa y se preguntó si para ellos la ruptura sería tan terrible como auguraba Doug. ¿Representaría una conmoción tan grande, un golpe tan duro, una traición? No acababa de creer que fuese así. Muchas mujeres trabajaban, viajaban y cuidaban de sus hijos sin que éstos terminaran en la cárcel o enganchados a la droga. Era Doug quien la quería siempre en casa haciendo el trabajo para el que la había contratado y sin ofrecerle amor o comprensión. Era Doug quien la obligaba a tomar una decisión. ¿Qué opciones tenía? ¿Le debía obediencia absoluta, como los esclavos de las galeras, sin poder ser más que su ama de casa y de compañía? ¿Se debía algo más a sí misma? Supo qué habría contestado Paul.
Mientras reflexionaba por enésima vez se percató de que no tenía alternativa. Doug no cedería ni aceptaría sus necesidades. A decir verdad, no podía hacer otra cosa salvo que estuviese dispuesta a renunciar a su marido. De momento todavía era un precio demasiado elevado a cambio de saborear la libertad.
No intercambió una sola palabra con Doug cuando entró en el dormitorio para preparar el equipaje. No le comunicó que había tomado una decisión. Simplemente había tirado la toalla. Sus sueños exigían un precio demasiado elevado y lo sabía.
Durante la cena estuvo cariacontecida y triste, lo cual era impropio de ella. Pidió a sus hijos que al día siguiente preparasen las maletas y lo arregló todo para cerrar la casa hasta el verano siguiente. No se despidió de los Parker ni de sus otros amigos. Sólo hizo lo que se esperaba de ella, lo que Doug llamaba «su trabajo» y al día siguiente subió al coche con su familia.
Durante el trayecto pararon en un McDonald's. India pidió comida para los niños y para Doug, alimentó al perro y no probó bocado.
Cuando llegaron a Westport y descargaron el equipaje India entró sola en la casa. Jessica le preguntó a su padre:
– ¿Qué le pasa a mamá? ¿Está enferma?
Todos habían percibido la tensión, pero Jessica fue la única que se atrevió a mencionarlo.
– Creo que está cansada – respondió Doug sin inmutarse -. Adecentar la casa de la playa para el año próximo agota a cualquiera.
Jessica asintió con la cabeza pues deseaba creer a su padre, pero todos los veranos su madre hacía lo mismo y nunca había tenido ese aspecto. Estaba pálida y afligida; en más de una ocasión había percibido lágrimas en sus ojos y durante todo el viaje a Westport sus padres no se habían dirigido la palabra.
Esa misma noche India habló con Doug. Estaban a punto de acostarse cuando lo miró, hizo un esfuerzo por contener las lágrimas y dijo:
– No estoy dispuesta a borrar mi nombre de la lista de colaboradores de la agencia, pero si me llaman no aceptaré encargos.
– ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué no haces las cosas correctamente? ¿Para qué quieres que te llamen si has decidido rechazar los encargos?
– Porque lo prefiero así. Al final dejarán de llamar. Cuando llaman me siento bien porque compruebo que todavía valgo.
Doug la observó detenidamente y se encogió de hombros. No sólo quería su corazón, sino su hígado y sus riñones. No le bastaba con que hubiese cedido, también quería remacharla pese a que sabía que había triunfado. Necesitaba cerciorarse de que no volvería a plantear el tema. Quería corroborar que India era de su propiedad y, aún más importante, pretendía que ella lo supiese.
No se lo agradeció, no la alabó, no le dijo que había hecho algo grandioso para la humanidad o para él. Se dirigió al cuarto de baño y cerró la puerta para ducharse. India ya se había acostado cuando media hora después Doug regresó al dormitorio.
Apagó las luces, se acostó, y permaneció inmóvil y en silencio. Al final se volvió hacia ella y le acarició la espalda.
– ¿Estás despierta? – susurró.
– Sí.
En lo más profundo de su alma India deseaba que él le dijera que la amaba, que lamentaba lo mal que lo habían pasado, que la mimaría y la haría feliz el resto de su vida. La rodeó en silencio con el brazo y le acarició los pechos. India sintió que su cuerpo se envaraba. Habría querido abofetearlo por su actitud, por lo que se había callado y por lo poco que le importaban sus sentimientos, pero no dijo nada y le dio la espalda en la oscuridad.
Doug intentó acariciarla. Ella no reaccionó ni se volvió hacia él, como solía hacer. Al cabo de un rato Doug desistió.
Continuaron acostados en la penumbra, separados por un abismo, en un mar de pena, sufrimiento y desilusión. Doug la había vencido. India había perdido parte de su integridad y lo único que le quedaban eran las obligaciones domésticas. Podía cocinar, lavar y fregar para Doug, llevar en coche a sus hijos y cerciorarse de que no les faltaba nada. Podía preguntarle cómo iban las cosas en el despacho y abrigar la esperanza de que no estuviese demasiado cansado para responder. Podía darle lo que, para bien o para mal, le había prometido hacía muchos años. En lo que a ella se refería, la derrota era total, y todas sus ilusiones se habían perdido en el pasado.