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Las dos semanas siguientes pasaron volando, aunque India echó de menos a sus hijos. Acompañó a Paul en varias misiones aéreas de transporte y realizó varios viajes en jeep con Randy e Ian. Fotografió a cuantos niños vio, y entrevistó a toda la gente que pudo. Sabía que su reportaje sería extraordinario.

Por las noches Paul e India sostenían charlas interminables. Habían hecho las paces con el pasado y juntos lo pasaban de maravillas. Bromeaban y compartían el sentido del humor. Ella descubrió que, aunque no mantuvieran la misma relación de antaño, se respetaban mucho el uno al otro. Parecía que Paul la rondaba sin cesar, la protegía y se ocupaba de facilitarle las cosas. Ella se interesaba por su bienestar.

Se las ingeniaron para compartir la última noche de India en Ruanda. Paul le contó sus proyectos. En junio dejaría Ruanda y organizaría otro puente aéreo en Kenia. Aunque no era seguro, seguía pensando que en verano regresaría a Europa o Estados Unidos y pasaría una temporada en el Sea Star.

– En ese caso, llámame.

Paul le preguntó si iría a Cape Cod. Ella respondió que pasaría julio y la primera semana de agosto en la playa. Después dejaría la casa y los niños a Doug y Tanya.

– Es un acuerdo bastante civilizado – opinó Paul mientras compartían una coca-cola.

– Lo es.

– ¿Qué harás el resto de agosto?

Paul sabía que no le quedaba más alternativa que regresar a Westport.

– Me gustaría trabajar. Le he pedido a Raúl que me busque algo interesante.

El reportaje de Ruanda le había encantado. Había sido mucho mejor de lo que esperaba y encontrar a Paul lo había convertido en una experiencia inolvidable. Por fin la última pieza del rompecabezas estaba colocada: aunque aún lo amaba estaba en condiciones de dejar que siguiese con su vida.


A la mañana siguiente Paul la llevó en avión a Kigali. Tenía que coger el vuelo de Kampala a Londres. A partir de allí todo sería muy fácil.

India sabía que los niños la estaban esperando y se moría de ganas de verlos. Mientras aguardaban el embarque, Paul le pidió que le diese recuerdos a Sam y que saludase a los otros tres.

– Lo haré si no están entre rejas – bromeó.

Todo era más fácil porque los arraigados temores del magnate ya no se interponían e India no tenía expectativas. Sus sueños habían dejado de depender de Paul. Aunque habían perdido algo de valor incalculable, en África habían encontrado algo pequeñito y precioso.

Anunciaron la salida del vuelo. India lo miró con cariño y lo abrazó con todas sus fuerzas.

– Paul, cuídate mucho… Sé bueno contigo. Te lo mereces.

– Tú también… Si veo a un hombre con impermeable en medio de un huracán te lo enviaré.

– No te tomes demasiadas molestias – apostilló sonriente, pero hablaba en serio.

India sabía que lo añoraría mucho aunque no existiera el amor.

– Si regreso a la civilización te llamaré.

Paul había dejado de sentirse amenazado, pero no prometía nada.

– Encantada.

La rodeó con los brazos y la estrechó. Le habría gustado decirle muchas cosas, pero no sabía cómo expresarlas. Ante todo quería darle las gracias pero no sabía muy bien por qué. Tal vez por saber que era como era. De algún modo habían aprendido a aceptarse sin condiciones.

India subió al avión con lágrimas en los ojos. Paul permaneció en la pista y la contempló. El avión despegó y trazó un círculo alrededor del aeródromo, llevándose a India de regreso a casa.

El magnate voló a Cyangugu y experimentó una agradable sensación de paz mientras pensaba en su amiga. India ya no lo asustaba, no lo hacía huir y, fueran cuales fuesen, sus sentimientos por ella no le creaban culpa. La amaba como amiga, madre y hermana. Sabía que echaría en falta su risa, su mirada traviesa y su enfado cada vez que Paul decía una tontería. Él ya no le hacía daño, no estaba enfadada ni le temía. No buscaba desesperadamente su amor ni lo necesitaba. En realidad, nada la desesperaba. Era un ave que surcaba su propio cielo. Esa metáfora lo llevó a sentirse extrañamente satisfecho.

Cuando llegó al campamento y todos comentaron lo mucho que echarían de menos a la fotógrafa, Paul reparó en el vacío de su ausencia, que lo golpeó con más dureza de lo que esperaba.

Más tarde pasó por la tienda que India había ocupado y experimentó un profundo malestar al comprender que no la vería. De pronto la felicidad que ella le había proporcionado adquirió gran importancia. Por mucho que se jactaba de ser independiente, se sintió perdido sin India. Estar en Ruanda sin ella lo hacía sufrir.

Esa noche se acostó como de costumbre en la tienda de los pilotos y por primera vez en meses tuvo pesadillas. Soñó que India iba en un avión que estallaba en mil pedazos en pleno vuelo. Él la buscaba por todas partes, gritaba, sollozaba y pedía ayuda. Pero no lograba encontrarla.

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