Cuando India despertó notó que el día era muy soleado y que una suave brisa agitaba las cortinas de la ventana de su dormitorio. Se desperezó, se levantó, contempló el océano y divisó el velero más grande que había visto en su vida. Varias personas trajinaban en cubierta, en el palo mayor ondeaban diversas banderas, el casco era azul oscuro y la superestructura plateada. El conjunto ofrecía una vista espectacular y en el acto supo a quién pertenecía la embarcación. No hacía falta que los Parker telefoneasen. El velero se veía a kilómetros mientras navegaba majestuoso. Corrió a despertar a su hijo.
– ¡Venga, Sam! ¡Levántate! ¡Quiero mostrarte algo! ¡Ya ha llegado!
– ¿Qué dices?
El niño se levantó adormilado y siguió a su madre hasta la ventana.
Ella señaló el velero.
– ¡Caray, mamá! ¡Es fantástico! ¡Seguro que se trata del velero más grande del mundo! ¿Ya se va?
A Sam le aterraba perderse la posibilidad de subir a bordo.
– Está entrando en el club náutico.
Habían izado una vela balón de colores vivos y el espectáculo era increíble. El viento arreció y la embarcación avanzó con elegancia hacia el muelle. India corrió a su dormitorio y cogió la cámara. Salió con su hijo pequeño a la terraza y fotografió el velero. Se dijo que, en cuanto las revelase, regalaría las fotos a Dick Parker. El barco era maravilloso.
– ¿Por qué no llamamos a Dick? – preguntó Sam, a quien le costaba refrenar su entusiasmo.
– Deberíamos esperar un rato. Sólo son las ocho de la mañana.
– ¿Y si regresan a Nueva York antes de que podamos visitarlo?
– Cariño, acaban de llegar y Dick ha dicho que se quedarán una semana. No te perderás nada. ¿Qué te parece si antes de telefonear preparo unas crepes?
Fue lo único que se le ocurrió para ganar tiempo y Sam accedió de mala gana. A las ocho y media el niño ya no aguantaba más y suplicó a su madre que telefonease.
Contestó Jenny. India se disculpó por llamar tan temprano y le expuso la situación. Jenny rió al enterarse de la impaciencia de Sam.
– Si quieres que te diga la verdad, acaban de llamar desde el barco y nos han invitado a comer. Atracarán en el club náutico.
– Es precisamente lo que le dije a Sam. Me pareció que el velero navegaba en esa dirección.
Sam había salido a la terraza con los prismáticos, pero el velero ya había doblado el promontorio y no se divisaba.
– ¿Por qué no venís con nosotros? – propuso Jenny -. Estoy segura de que les da igual que seamos dos más. ¿Los otros también querrán venir? Llamaré a Paul, aunque sé que no le molestará.
– Lo consultaré y te llamaré de nuevo. Jenny, muchas gracias. Aunque no creo que Sam pueda resistir hasta mediodía. Quizá necesite que le administres un calmante.
– ¡Ya verás cuando Sam suba a bordo! – exclamó Jenny.
Cuando sus hijos mayores se levantaron, India les comunicó la llegada del velero y les preguntó si querían visitarlo. Habían hecho planes y estar con sus amigos les interesaba más que el barco.
– ¡No sabéis lo que os perdéis! – comentó Sam mientras sus hermanos desayunaban. India había preparado crepes para todos y, aunque Sam ya había comido, los acompañaba -. ¡Es el velero más grande del mundo! ¡Deberíais verlo!
– ¿Cómo lo sabes? – preguntó Jason sin inmutarse.
Los jóvenes Tilton habían recibido la visita de una prima de Nueva York, a la que Jason consideraba la chica más guapa del mundo. No había velero que le llegase a la suela de los zapatos, y no estaba dispuesto a desaprovechar la ocasión de pasar el día con ella.
– Mamá y yo lo vimos esta mañana. Es tan grande como… es tan grande como…
Sam se quedó sin palabras e India sonrió.
Aimee era la única que, como su padre, se mareaba, por lo que se negaba a navegar ni aunque la ataran en cubierta. Jessica ya había hecho planes más interesantes con los Boardman. Tres muchachos, uno de los cuales estudiaba el primer curso en Duke, y su mejor amiga la atraían mucho más que el mejor de los veleros.
– A Sam y a mí nos han invitado a comer a bordo – explicó India -. Tal vez nos inviten de nuevo y podréis venir. Recorreremos el barco de arriba abajo y haré muchas fotos.
Un velero de cincuenta metros de eslora era algo que no podía perderse por nada del mundo.
A mediodía madre e hijo cogieron las bicicletas y se dirigieron al club náutico. El niño estaba tan nervioso que le costaba mantener el equilibrio. En dos ocasiones estuvo a punto de caer e India le instó a que se serenase y le aseguró que el velero no zarparía sin ellos.
– Mamá, ¿crees que hoy navegaremos?
– No lo sé, aunque es posible. Supongo que es bastante trabajoso entrar y salir del puerto. Tal vez no quieran navegar. Al menos lo visitaremos.
– No te olvides de tomar muchas fotos – insistió Sam.
India rió. Era muy divertido ver tan feliz y emocionado a su hijo. Compartir esa experiencia con él era como verla a través de los ojos de un niño y estaba casi tan entusiasmada como Sam.
Llegaron sin dificultades al club náutico y pedalearon por el muelle sin apartar la mirada del velero. Era imposible pasar de largo, ya que sobresalía en un extremo del muelle y el palo mayor se elevaba tanto como un edificio de varios pisos. A primera vista parecía más grande que el club náutico. Varios veleros estaban fondeados, pero ninguno podía compararse con el que se encontraba al final del muelle.
India comprobó aliviada que los Parker habían llegado y los esperaban. Habría sido incómodo subir al velero rodeada de desconocidos, pero a Sam le habría dado lo mismo tener que avanzar entre piratas. Nada lo habría amedrentado. Corrió por la pasarela y se arrojó a los brazos de Dick Parker mientras su madre recogía las bicicletas. India vestía camiseta y pantalón corto blancos y se había recogido la melena en una coleta sujeta con una cinta blanca. Más que la madre parecía la hermana mayor de Sam. Vio a los Parker y sonrió.
Diversas personas se encontraban en cubierta, repantigadas en cómodos sillones y en dos sofás grandes y elegantes, forrados con lona azul. Marineros y tripulantes con pantalón corto azul marino y camiseta blanca trajinaban sin cesar. India contó como mínimo seis invitados, entre los que destacaba un individuo canoso, alto y de aspecto juvenil. Cuando se acercó vio que su cabello había sido del mismo tono que el suyo y que estaba salpicado de canas. De penetrantes ojos azules y apuestas facciones bien cinceladas, tenía hombros anchos y un cuerpo largo, delgado y atlético. Vestía pantalón corto blanco y camiseta roja. El hombre se acercó presuroso a Dick Parker. Cruzó su mirada con la de India y rápidamente se dirigió a Sam, sonrió y le tendió la mano.
– Seguro que eres Sam, el amigo de Dick. ¿Por qué has tardado tanto? Te estábamos esperando.
– Mi mamá pedalea muy despacio. Si voy muy rápido se cae de la bici – explicó el niño.
– Me alegro de que estéis aquí – declaró el anfitrión con gesto afable y miró a India con expresión risueña.
Paul experimentó una afinidad instantánea con Sam y quedó intrigado por su madre. Era una mujer atractiva, parecía inteligente y su expresión denotaba un carácter afable. Evidentemente se sentía orgullosa de su hijo y, al hablar con él, Paul llegó a la conclusión de que tenía sobrados motivos para estarlo. Sam era listo, educado, se interesaba por todo y hacía infinidad de preguntas sorprendentemente complejas. Incluso sabía que el yate era un queche, había calculado correctamente la altura del palo mayor basándose en la eslora y conocía los nombres de las velas. Era evidente que los veleros lo apasionaban, razón por la cual el anfitrión simpatizó aún más con él. Al cabo de cinco minutos Sam se sentía a sus anchas. Se hicieron amigos en un abrir y cerrar de ojos y Paul no tardó en llevarlo a la cabina de mando.
Dick Parker presentó a India al resto de los invitados. India tomó asiento y se puso a charlar al tiempo que una camarera le ofrecía champán o un Bloody Mary. Pidió zumo de tomate y se lo sirvieron poco después en un grueso vaso de cristal con el nombre del barco tallado: Sea Star. Según contó uno de los invitados, lo construyeron específicamente para Paul en Italia y era el segundo de esas características que poseía. Tanto en el primero como en éste había dado la vuelta al mundo y le ensalzaron como un navegante excepcional.
– Tu hijo aprenderá mucho con Paul – aseguró una invitada -. De joven participó en la Copa América y no ha dejado de interesarse por la vela. Siempre insiste que se retirará de Wall Street y se dedicará a navegar por el mundo, pero no creo que Serena lo permita.
Todos rieron.
– ¿Navega siempre con él? – preguntó India con interés.
Estaba deseosa de tomar fotos del velero, pero quería hacerlo con discreción y suponía que más tarde se presentaría la oportunidad. Todos se desternillaron de risa al oír su pregunta. Por lo visto era una broma entre amigos y al final una de las invitadas le explicó la situación:
– Para Serena, navegar de Cannes a Mónaco es muy peligroso y Paul se siente decepcionado a menos que salga airoso de un tifón en pleno océano Índico. Serena se las apaña para reunirse con su marido en distintos puertos… con la menor frecuencia posible. Intenta convencerlo de que compre un avión y dedique menos tiempo al velero, pero sospecho que tiene la batalla perdida.
El hombre que estaba a su lado asintió con la cabeza.
– Pues yo apuesto por Serena. Detesta que Paul haga largas travesías. Se siente mejor cuando están firmemente amarrados en Cap d'Antibes o en Saint-Tropez. Es evidente que a Serena no le gusta navegar.
A India le costaba imaginar una travesía en el Sea Star como algo desagradable, aunque era posible que la famosa escritora se marease. Su rechazo a los recorridos en velero era perfectamente conocido y desató comentarios. Al oírlos, India pensó que se trataba de una mujer interesante y difícil. Mientras charlaban sacó discretamente la cámara y se dedicó a tomar fotos. Los invitados estaban tan ocupados que apenas repararon en lo que hacía y transcurrieron varios minutos hasta que alguien se fijó en la cámara. Era la nueva, la que deseaba mostrar a Dick Parker, y a su amigo le encantó. A Dick le pareció el momento adecuado de explicar a los demás quién era India, por lo que comentó en su nombre:
– A su padre le concedieron el Pulitzer y a India se lo darán cualquier día, siempre y cuando decida volver a trabajar. Ha visto tanto mundo como Paul y en la mayoría de los lugares la apuntaban con armas de fuego o las bombas estallaban a su alrededor. Tendríais que ver las fotos que ha tomado.
Era evidente que Dick Parker estaba orgulloso de India.
– Hace mucho que no me dedico a mi trabajo – explicó con modestia -. Lo dejé hace muchos años, cuando me casé.
– Aún estás en condiciones de cambiar el orden de las cosas – declaró Jenny.
Los invitados reanudaron afablemente la conversación y transcurrió media hora. Sam y Paul Ward volvieron y el niño no cabía en sí de alegría.
Paul le había mostrado hasta el funcionamiento de las velas. Todo estaba informatizado y, si era imprescindible, podía gobernar la nave con una sola mano, como había hecho con frecuencia. Era un navegante extraordinario y hasta Sam lo había comprendido. Paul le había dado las explicaciones con términos muy sencillos y él quedó todavía más impresionado por las agudas preguntas del chico. Incluso dibujó varios diagramas para mostrarle el funcionamiento de algunos dispositivos.
– Temo que tienes entre manos un navegante de tomo y lomo – dijo a India en cuanto regresaron y Sam bebió el refresco que la camarera le ofreció -. Es una adicción grave. En tu lugar me preocuparía. Compré mi primer velero a los veinte años, cuando no tenía dónde caerme muerto y para conseguirlo a punto estuve de vender mi alma.
– Paul, ¿puedo ayudarte a gobernar el velero? – preguntó Sam y lo miró con adoración.
El magnate sonrió y le revolvió el cabello. Se llevaba francamente bien con los niños y Sam le encantaba.
– Hijo, no creo que hoy volvamos a salir. ¿Qué te parece mañana? Visitaremos algunas islas. ¿Quieres venir? – Sam estaba radiante. Paul miró a India y preguntó -: ¿Nos acompañaréis mañana? Estoy seguro de que tu hijo lo pasará muy bien.
– No me cabe duda. – India le sonrió -. ¿No es un abuso?
La fotógrafa no quería molestar y sabía que el entusiasmo de Sam podía resultar agobiante.
– Sam sabe de veleros más que muchos amigos míos. Me encantará mostrarle cómo funciona cada elemento del velero. Es difícil tener la oportunidad de educar a un joven navegante. La mayoría de los que suben a bordo sólo se preocupan por el bar y por el tamaño de los camarotes. Creo que Sam puede aprender mucho.
– Será fantástico. Te lo agradezco.
India se sentía extrañamente cohibida. Paul era un hombre importante y poderoso, lo que la intimidaba ligeramente. Por su parte, Sam se sentía a sus anchas con su nuevo amigo, con los invitados y con los tripulantes. Paul había 1ogrado que el pequeño estuviera cómodo e India se sorprendió. Esa actitud decía mucho de Paul y al cabo de unos minutos se puso a charlar con él y le preguntó si tenía hijos. Pensaba que sí, pues era muy hábil con un crío de la edad de Sam. No se llevó una sorpresa cuando Paul asintió sonriente.
– Tengo un hijo que detesta los barcos. – Rió -. Si tiene que pasar diez minutos en un velero prefiere que lo quemen en la hoguera. Es un hombre hecho y derecho y tiene dos hijos que detestan la navegación tanto como su padre. Mi esposa es igual que mi hijo. Soporta la vida en el Sea Star, pero le cuesta. Serena y yo no hemos sido padres. Sospecho que Sam disfrutará de mi necesidad de enseñar a navegar a alguien, aunque tal vez sea muy pesado para él. – Cogió una copa de champán de la bandeja de plata que la camarera le ofreció, sonrió a India y reparó en la cámara fotográfica -. Dick me ha dicho que eres una mujer de extraordinario talento.
– Me temo que exagera. Al menos en el presente. Actualmente me limito a hacer buenas fotos de mis hijos.
– Por lo que Dick me ha contado pecas de modesta. Parece ser que tu especialidad son los bandidos, guerrilleros y conflictos bélicos. – India rió al oír esa descripción, pero no estaba tan lejos de la verdad. Había realizado muchos reportajes peligrosos en lugares insólitos -. He hecho lo mismo, aunque no tomando fotos. Fui piloto de la Marina y más adelante, antes de volver a casarme, participé en transportes por puente aéreo a sitios remotos. Organicé un grupo de pilotos voluntarios para llevar a cabo misiones de rescate y trasladar provisiones. Es probable que hayamos coincidido en varios lugares.
A India le bastó escucharlo para saber que le habría encantado fotografiar sus aventuras.
– ¿Aún te dedicas a esas empresas? – preguntó.
Paul era un individuo polifacético. Evidentemente llevaba una existencia lujosa, pero aderezada de peligros y emociones. India también estaba al tanto de sus éxitos en Wall Street. Tenía fama de íntegro y de triunfador legendario.
– Hace años que no realizo transportes por puente aéreo. Mi esposa se opone tajantemente. Lo encuentra muy peligroso y no está desesperada por quedarse viuda.
– Seguro que es muy sensata.
– Nunca perdimos un avión ni un piloto. De todos modos, no quise alterarla. Sigo apoyando económicamente el proyecto, pero ya no vuelo. Organizamos varias misiones a Bosnia para ayudar a los niños cuando las cosas se pusieron difíciles. También colaboramos en Ruanda.
Todo en Paul era admirable e impresionante e India estaba fascinada. Le habría gustado coger la cámara y retratarlo.
Paul conversó con los demás invitados y media hora después pasaron al comedor. La mesa estaba impecablemente puesta, la porcelana y la cristalería eran exquisitas y los manteles y servilletas estaban bordados. Paul abastecía al velero como si fuese un hotel de cinco estrellas o una bella mansión. Hasta el más mínimo detalle era perfecto. Por lo visto su hospitalidad era tan excelsa como sus dotes para la navegación.
India se sorprendió y se sintió honrada al sentarse a la derecha del anfitrión. Durante la comida dispusieron de tiempo para conversar. Era fascinante charlar con él. Conocía el mundo entero, sabía mucho de arte, sentía pasión por la política y manifestó muchas opiniones firmes y puntos de vista interesantes. Al mismo tiempo mostró una delicadeza, una amabilidad y una sabiduría encantadoras. En más de una ocasión la hizo reír con las anécdotas que contaba. Poseía un espíritu liberal y un ácido sentido del humor. Por muchos temas que abordaran, siempre terminaban hablando de navegación, la pasión de su vida. A la izquierda de India, Sam hablaba con Dick Parker del mismo tema. De vez en cuando el niño miraba a Paul y sonreía, ya que en pocas horas se había convertido en su héroe.
– Creo que me he prendado irremediablemente de tu hijo – confió el magnate con voz baja mientras las camareras servían café en preciosas tazas de Limoges -. Es un niño encantador y sabe mucho de barcos. Ojalá yo hubiera tenido más hijos.
India pensó que no era demasiado tarde para que Paul tuviese más descendencia. Por lo que recordaba, en la revista Fortune había leído que tenía cincuenta y siete años y que Serena rondaba los cincuenta. Dado sus sentimientos, se sorprendió de que Paul no hubiera tenido hijos con Serena. Por un comentario que hizo durante la comida supo que llevaban once años de matrimonio, aunque Paul también se refirió a lo ocupada que estaba su esposa escribiendo novelas y supervisando hasta el último detalle la producción de las películas basadas en sus obras. En ese momento estaba en Los Ángeles inmersa en el rodaje de una película. Paul la describió como una perfeccionista totalmente entregada a lo que hacía y añadió que en el trabajo desplegaba todo su talento compulsivo.
Durante la comida Paul le contó que se casó por primera vez cuando todavía estaba en la universidad; fruto de ese matrimonio nació el único hijo al que ya se había referido. Estuvo quince años casado y aguardó diez más antes de casarse con Serena. Esta tenía treinta y nueve cuando dieron el paso y era su primer matrimonio.
– En realidad, Serena no ha querido hijos. Su profesión la apasiona y teme que los niños interfieran en ella.
Paul no hizo comentarios sobre la decisión de Serena. India dedujo que no le había importado porque ya tenía un hijo. Encontró que la perspectiva era interesante, ya que ella había renunciado a su profesión para tener, entre otras cosas, cuatro hijos.
Paul aclaró con toda franqueza:
– Creo que jamás se ha arrepentido de la decisión que tomó. Sinceramente, no sé si Serena habría sido competente como madre. Es una mujer muy compleja.
India tuvo ganas de preguntarle qué quería decir con eso, pero no se atrevió. Pese a la ambigüedad de sus palabras, intuyó que Paul era feliz con su esposa.
Paul e India abordaron muchos temas y al final se concentraron en sus amplios conocimientos del mundo. Paul todavía disfrutaba perdiéndose por sitios remotos, casi siempre con el velero.
– No lo hago tanto como me gustaría, pero todo llegará – reconoció -. No hago más que repetirme que me jubilaré pronto, pero Serena está tan ocupada que no tiene sentido mientras no disponga de tiempo para compartirlo conmigo. Si no he perdido el rumbo, cuando Serena baje el ritmo yo estaré en silla de ruedas – sonrió apesadumbrado.
– Espero que no sea así.
– Lo mismo digo. ¿Cuáles son tus planes? ¿Piensas volver a trabajar o los hijos todavía requieren todo tu tiempo?
Paul imaginaba que cuatro hijos tenían que ser agotadores. Mejor dicho, le parecía una tarea abrumadora, aunque a juzgar por sus palabras a India le encantaba. La única persona de la que apenas había hablado era su marido, lo que a Paul no le pasó inadvertido. Había reparado enseguida en la falta de alusiones a su esposo.
– Supongo que no volveré a trabajar – dijo ella -. Mi marido se opone a rajatabla. Ni siquiera concibe que piense en volver a trabajar.
Casi sin darse cuenta, India le habló del reportaje en Corea y de la reacción de Doug. Su marido no había entendido los motivos por los que le apetecía ese reportaje ni la desilusión que la embargó al rechazarlo.
– Al parecer tu marido no sabe en qué siglo vive. Es absurdo pretender que una mujer renuncie a su profesión, así como a la identidad y la autoestima que conlleva, y suponer que no reaccionará ante semejante sacrificio. Personalmente, yo no sería tan valiente.
Paul pensó que tampoco sería tan insensato, pero se abstuvo de expresarlo en voz alta. Sabía que, tarde o temprano, el marido de India lo pagaría… y muy caro. Serena le había dado esa lección. Pedirle que le reservara un poco de tiempo para navegar a su lado sólo provocaba el enfado de su esposa, aunque en su caso Serena era muy compulsiva con su trabajo.
Al cabo de unos segundos el magnate preguntó: – Añoras tu profesión, ¿verdad? ¿Me equivoco?
Paul deseaba conocerla. Aquella mujer destilaba una serenidad que lo atraía y cada vez que la veía hablar con Sam se conmovía pues el diálogo era cálido y afectuoso. Podía citar muchos elementos positivos de su esposa, pero las muestras de cariño nunca habían sido su fuerte y jamás la habría definido como afectuosa. Serena era excitante, apasionada, obstinada, poderosa, sofisticada y genial. Daba la sensación de que su esposa e India habían nacido en planetas distintos y vivían en mundos diferentes. India estaba dotada de suavidad, sensualidad sutil, mente aguda e ingenio travieso, cualidades que Paul encontró muy atractivas. Su sencillez y franqueza lo impactaron. Su relación con Serena siempre había sido fascinantemente compleja. Serena era así y en esta vida lo que más le gustaba era provocarlo. Por lo visto, India era muy tranquila aunque, ciertamente, no parecía débil.
Ella reflexionó antes de responder:
– Sí, la añoro. Lo curioso es que durante mucho tiempo no la eché de menos. Estaba tan ocupada que ni siquiera pensaba. Los niños han crecido y últimamente noto un vacío en el lugar que ocupaba mi trabajo. Todavía no lo tengo muy claro, pero creo que necesito llenarlo con algo que no se relacione con mis hijos.
Doug se había negado de plano a escucharla cuando intentó explicárselo. Despreció sus opiniones y obvió la naturaleza de sus sentimientos. Por primera vez India convertía sus pensamientos en palabras y expresaba lo que realmente sentía.
– No creo que nada te impida recuperar tus ilusiones ahora mismo, siempre y cuando aceptes encargos de menos riesgo – opinó Paul con sensatez.
Era más o menos lo mismo que le había planteado a su esposa. Le sugirió que supervisara una película por año y escribiera una novela cada dos o tres. No era necesario que Serena controlase dos filmes por año, asistiera a innumerables programas de televisión y firmase un contrato blindado por seis novelas a entregar en tres años. Serena se sintió amenazada por sus palabras y acabaron peleando.
– Hace tres años realicé un reportaje en Harlem sobre el abuso a menores – contó India -. Para mí fue el encargo ideal. Estaba cerca de casa y mi vida no corría peligro. Fue un buen reportaje. El problema es que esta clase de encargos no es frecuente. Suelen llamarme para que haga reportajes como los de antes, sobre todo en lugares donde abundan los disturbios o los movimientos revolucionarios. Evidentemente piensan que es para lo que sirvo, pero aceptar encargos así sería muy duro para Doug y mis hijos.
– Y no hablemos de lo peligroso que sería para ti – observó Paul. Supuso que tampoco le gustaría que su esposa se jugase el pellejo por un reportaje. Los peores lugares donde Serena había estado eran el salón Polo del hotel Beverly Hills y el despacho neoyorquino de su editorial. En toda su vida, nunca había corrido peligro alguno -. India, tendrás que buscar un término medio. No puedes privarte eternamente de algo que necesitas como el aire que respiras. Te hace falta, como a todos. Por eso yo no me jubilo. Mal que me pese, hasta cierto punto ostentar poder alimenta mi orgullo.
A India le agradó que Paul lo reconociese. De algún modo lo volvía vulnerable, palabra que muy pocos habrían utilizado para describirlo. India percibió claramente su accesibilidad al oírle contar lo que sentía por su esposa, en la manera de hablarle, en las cosas que compartían e incluso en su actitud con Sam. El magnate poseía mucho valor moral, sinceridad y ternura oculta. Le caía francamente bien, parecía un hombre apasionante.
Se levantaron de la mesa a las tres y media. Paul se ofreció a salir con Sam en el pequeño bote de vela que llevaban a bordo y enseñarle a navegar. El niño no cabía en sí de gozo. Paul le puso un chaleco salvavidas y pidió a los marineros que arriasen el bote. Descendieron por la escala y al cabo de unos minutos India los vio alejarse. Le preocupaba que pudiesen zozobrar, pero los amigos y la tripulación aseguraron que Paul era responsable y un excelente nadador. Le bastó ver la cara de su hijo para darse cuenta de que era feliz.
India vio que Sam reía y miraba a Paul. Desenfundó la cámara y con ayuda del teleobjetivo realizó una serie de tomas magníficas. Divisaba claramente los rostros y tuvo que reconocer que era difícil ver expresiones más dichosas que la de su hijo y la de su nuevo amigo.
Eran más de las cinco cuando, a regañadientes, Paul y Sam retornaron al Sea Star. Sam subió a bordo y exclamó sonriente:
– ¡Caray, mamá, ha sido fabuloso! ¡Fantástico! ¡Paul me enseñó a gobernar el bote!
Sam estaba feliz y Paul parecía contento. Era evidente que en el bote habían profundizado aún más su incipiente amistad.
– Lo sé. Cariño, os he visto y he hecho muchas fotos – dijo ella mientras Paul la miraba y sonreía.
Sam fue a buscar refrescos. Gracias a la hospitalidad de Paul se sentía a sus anchas en el velero y sabía que serían amigos para toda la vida. India tuvo la certeza de que su benjamín nunca olvidaría ese día.
– Es un niño genial. Debes de estar muy orgullosa de él. Es un chico listo, cortés, íntegro y con gran sentido del humor. Igual que su madre.
Paul tenía la sensación de que, al intimar con Sam, también conocía mejor a su madre. El pequeño actuaba como una especie de puente entre ambos.
– ¿Averiguaste tantas cosas en la hora que pasaste en un bote del tamaño de una bañera? – repuso India con tono burlón, aunque estaba emocionada por lo que Paul había dicho de su hijo.
– Es el mejor lugar para percibirlo. La navegación enseña muchas cosas sobre las personas, especialmente en un bote tan pequeño. Sam se mostró muy inteligente, sensato y cuidadoso. No tienes que preocuparte por él.
– De todos modos, me preocupo. – Sonrió y miró a Paul con confianza -. Forma parte de mis obligaciones. No cumpliría mi parte del pacto si no me ocupase de él.
– Es un navegante nato – declaró Paul.
– Como tú – repuso India sin ambages -. No dejé de observarte.
– Me gustaría ver las fotos.
– Las revelaré y mañana te las traeré.
– De acuerdo.
Sam se acercó a la carrera con dos latas de coca-cola, entregó una a Paul y sonrió a su madre. De momento, aquél venía siendo el mejor día de su vida.
Tomaron sus refrescos. Estaban cansados y sedientos, pero muy contentos. Al aumentar la brisa, a Paul le había costado gobernar el bote. No era fácil distinguir quién había disfrutado más.
Dirigieron sus miradas al bar, donde algunos invitados jugaban a los dados. Otros tomaban el sol, un par leía y alguien dormía. Había sido una tarde tranquila e India lo había pasado muy bien, pero ya era hora de irse y volver a casa. El niño se mostró alicaído.
– Sam, mañana volverás – recordó Paul -. Si te apetece venir temprano, adelante. Haremos varias cosas antes de zarpar.
– ¿A qué hora puedo venir, Paul? – preguntó Sam esperanzado.
Paul e India vieron su expresión y rieron.
– ¿A las nueve te parece demasiado tarde? – El magnate pensó que el niño estaba dispuesto a presentarse a las cinco de la madrugada -. No, mejor a las ocho y media. – Miró a India -. ¿Estás de acuerdo?
– Muy bien. Antes de salir de casa prepararé la comida y organizaré a los demás. Son bastante autosuficientes. Además, pasan todo el día con sus amigos y no creo que nos echen en falta.
– Si quieres, tráelos. Mis invitados no pasarán el día en el velero. Sólo estaremos Sam, tú y yo. Hay sitio de sobra para tus hijos si quieren venir.
– Lo consultaré. – Era una pena perderse semejante oportunidad, pero India tuvo la certeza de que a sus hijos no les atraería la invitación. Querían pasar hasta el último segundo con sus amigos y Sam era el único al que le gustaba navegar -. De todos modos, gracias por la invitación y por tu hospitalidad.
India estrechó la mano de Paul y sus miradas se encontraron. Ella percibió algo y no supo si era admiración, curiosidad, amistad… Algo eléctrico e inefable recorrió su interior y el momento pasó.
Madre e hijo montaron en las bicicletas mientras los invitados y los tripulantes los despedían con la mano. Súbitamente, la fotógrafa tuvo la sensación de que abandonaba su hogar o que las vacaciones más mágicas de su vida tocaban a su fin. Al igual que Sam, mientras pedaleaban sólo deseaba dar media vuelta y regresar al Sea Star.
Había sido una jornada perfecta y sólo pensaba en Paul mientras pedaleaba detrás de su hijo y hacía esfuerzos por no caerse de la bicicleta. El hombre que había conocido poseía unas cualidades muy peculiares y profundas, y estaba convencida de que tenía más fondo del que había percibido. No por nada lo llamaban el León de Wall Street. Sin duda, tenía un lado duro, tal vez implacable, aunque India había tratado con un hombre muy delicado y afectuoso. Tuvo la certeza de que Sam y ella jamás olvidarían aquel día.