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La boda se celebró al día siguiente y fue excelsa, pura pompa y ceremonial. Incluso antes de revelarlas India supo que había hecho unas fotos magníficas. La novia estaba fabulosa con un vestido de Dior. Era una mujer menuda y delicada y daba la sensación de que la cola del traje medía kilómetros. La suegra le había regalado una tiara exquisita. La celebración del enlace rozó la perfección. Se ofició en la catedral de San Pablo y contó con catorce damas de honor. Semejaba un cuento de hadas e India estaba impaciente por mostrar las fotos a sus hijos, pues así comprobarían a qué había ido a Londres.

La recepción se celebró en el palacio de Buckingham y la fotógrafa regresó temprano al hotel. Habló con sus hijos, que acababan de volver de patinar y bebían chocolate caliente en la cocina. Cuando preguntó por Doug respondieron que no estaba en casa, pero no les creyó. Era muy improbable que los hubiera dejado solos. De todos modos, decidió no insistir. Eran las diez y cuarto cuando colgó e inmediatamente telefoneó a Paul. El magnate estaba en el salón de su velero. Comentó que su guardia empezaba a medianoche.

– ¿Cómo ha ido la boda? – preguntó.

– Ha sido increíble, como un cuento de hadas. Supongo que ha costado millones.

– Es muy probable. – Paul rió y ella tuvo la sensación de que su amigo estaba de excelente humor -. Serena y yo nos casamos en el ayuntamiento. Después comimos frankfurts picantes en la calle y dormimos en el Plaza. Fue heterodoxo y muy romántico. Serena estaba tan empecinada en no casarse conmigo que cuando aceptó pensé que era mejor hacerlo sin esperar un segundo. Dedicó la noche de bodas a decirme lo que no haría por mí, a recalcar que jamás sería una esposa tradicional y a insistir en que no era de mi propiedad. Fue coherente con casi todo, aunque creo que a la larga se olvidó de hacerme cumplir lo que siempre prometí.

Paul aún se refería constantemente a Serena, pero a India eso no la molestaba.

– Hoy miraba a la novia y, como sé que los seres humanos podemos fastidiar nuestra vida, me preguntaba si saldrá bien o se llevarán un chasco. Después de tanto alboroto ha de ser muy incómodo que la pareja no funcione.

– No creo que el alboroto tenga demasiada importancia. A nosotros nos fue bien con los frankfurts y la noche de bodas en el Plaza.

– Probablemente mejor que a la mayoría – exclamó India apenada.

Las bodas desataban su nostalgia, sobre todo últimamente.

– A ti también te fue bien – comentó Paul en voz baja.

El magnate estaba relajado. Bebía una copa de vino y leía cuando India telefoneó. Le encantaba sentarse a leer durante horas.

– ¿Cómo ha ido la travesía? – preguntó India, sonriente, pues sabía que cuanto más accidentada mayor era el disfrute de Paul.

– Sin sobresaltos. – De repente cambió de tema -. ¿Te has reunido con la policía para hablar del reportaje?

– Estuve hablando con ellos antes de la boda. La investigación ha dado resultados muy desagradables. Prostituyen a niñas de ocho años. Cuesta creer que haya gente tan desalmada.

– Es una historia estremecedora.

– Lo será.

Ese reportaje estaba más en su línea que el enlace real, aunque se había angustiado al ver las fotos de las pequeñas. Dos días después la policía había planeado una redada y la habían invitado a estar presente.

– ¿Correrás peligro?

– Tal vez.

Por nada del mundo se lo habría dicho a su marido, ya que Doug ni siquiera estaba al tanto del reportaje.

– Espero que no te arriesgues – dijo Paul con cautela pues no quería meterse en el trabajo ni en la vida de su amiga.

De todas maneras, tampoco le gustaba que se metiese en problemas.

La policía hará cuanto esté en su mano para proteger a las niñas. Los jefes de la red son muy duros. Según la policía, los padres vendieron como esclavas a algunas de ellas.

– ¡Qué espanto!

India asintió como si Paul pudiera verla y luego hablaron de cuestiones menos sórdidas.

El magnate le resumió el libro que leía y lo que pensaba hacer cuando llegara a Sicilia. La visita a Venecia lo entusiasmaba porque nunca había llegado en velero a la ciudad de los canales.

– No se me ocurre algo más hermoso que estar en Venecia a bordo del Sea Star – comentó ella soñadora.

– Es una pena que Sam y tú no me acompañéis.

– A mi hijo le encantaría.

– Y a ti.

Conversaron un rato más, hasta que Paul dijo que tenía que ajustar las velas y verificar el radar. Añadió que la llamaría a la noche siguiente e intercambiaron opiniones sobre Annabelle's, Harry's Bar, Mark's Club y otros locales londinenses que eran los preferidos del magnate. Paul sabía que transcurriría mucho tiempo hasta que volviera a poner los pies en ellos.


A partir de la mañana siguiente el trabajo elegante tocaba a su fin. Vestiría informalmente, colaboraría codo con codo con la policía, se metería en habitaciones llenas de humo y bebería café de máquina.

Esa misma noche leyó parte del material que la policía le había entregado para tener más datos y saber quiénes dirigían la red de prostitución. Le parecían monstruos y se le revolvía el estómago cada vez que pensaba que utilizaban como esclavas y prostitutas a niñas de la edad de Aimee. Se trataba de un mundo que sus hijos jamás conocerían y que ni siquiera podían imaginar. Desde su perspectiva adulta le resultaba impensable, y lo mismo le ocurría a Paul.


A las doce del día siguiente se reunió con los policías y a las ocho de la noche aún seguía con ellos. En cuanto ultimaron los planes de la redada, dos inspectores la llevaron a cenar a un pub cercano y la charla fue muy instructiva. Le proporcionaron gran cantidad de información privilegiada.

Cuando regresó al Claridge's encontró un mensaje de sus hijos, que le enviaban recuerdos y le contaban que se iban al cine. Había otro de Paul, pero cuando llamó comunicaba.

Su amigo volvió a telefonear por la mañana, justo antes de que India saliera.

– Lamento no haber hablado anoche contigo. Había temporal y el viento rondaba los cincuenta nudos.

Por su tono India tuvo claro que a su amigo le había encantado tropezar con el mal tiempo.

Le transmitió la información que la policía le había proporcionado y añadió que la redada estaba prevista hacia las doce de la noche.

– Ten cuidado. Pensaré en ti.

– Me cuidaré.

India se dijo que su diálogo con Paul era muy curioso. Aunque jamás habían mencionado la palabra romance, en ocasiones el magnate la trataba como si fuese su marido. Dedujo que probablemente lo hacía por costumbre y porque echaba de menos a Serena. Nunca había dado pie a que pensase que ella le interesaba en ese aspecto, pero seguía telefoneando. Más que un vínculo entre amantes sus charlas parecían el encuentro de viejos amigos.

– No sé a qué hora terminará la redada, aunque supongo que será a las tantas de la madrugada.

– Espero que no sea así. – Paul era cada vez más consciente de los riesgos que su amiga corría. Los jefes de la red de prostitución no se quedarían cruzados de brazos y de pronto temió hubiese disparos e India resultase herida -. No corras el menor riesgo, por favor. Si es necesario olvídate de los premios e incluso del reportaje. No merece la pena. – Para India se trataba de algo muy importante, pero debía pensar en sus hijos, su situación no era la misma que en el pasado. Lo sabía y pensaba poner mucho cuidado en todo -. Llámame cuando termines. Necesito saber que estás a salvo. Entretanto me quedaré muy preocupado.

– No padezcas. Estaré acompañada por quince agentes y probablemente por un equipo de especialistas.

– Diles que te protejan.

– Lo haré.

Colgó, y fue a Hamley's a comprar cosas para los niños. En Harvey Nichols adquirió un precioso par de zapatos y un bonito sombrero para Jessica y, tal como había quedado, luego se reunió con la policía.

Durante un par de horas se limitó a escuchar a los agentes y a tomar notas y fotos. A medianoche comenzó la redada e India estaba tan preparada como ellos. Entró con el primer equipo, protegida por el chaleco antibalas que le habían proporcionado y con la cámara a punto. Lo que vio en aquella casa de Wilton Crescent, en el barrio del West End, fue desgarrador y patético: niñas de ocho, nueve y diez años encadenadas a las paredes y atadas a las camas, azotadas, maltratadas, drogadas y violadas por hombres de todas las edades y características. Con gran sorpresa, los policías detuvieron a un par de conocidos parlamentarios. Lo más importante fue que atraparon a todos los que dirigían la red. India hizo cientos de fotos de los cabecillas y las menores. La mayoría ni siquiera hablaba inglés. Procedían en su mayoría de Oriente Próximo y de otros sitios y sus padres las habían vendido.

Enviaron a las víctimas a refugios infantiles y hospitales para que les hicieran el reconocimiento médico, las curasen y las atendieran. Contaron más de treinta menores. A India se le partió el corazón, pero supo que tenía entre manos un reportaje fenomenal. Había trasladado personalmente a una menor, una niña de la edad de Sam, con quemaduras de cigarrillo y marcas de latigazos en todo el cuerpo. La pequeña gimió lastimeramente cuando la cogió en brazos y la llevó a la ambulancia. Un sesentón corpulento, gordo y desagradable acababa de tener relaciones con la pequeña. A India le habría gustado golpearlo con la cámara, pero la policía le aconsejó que se contuviera.


Fiel a su palabra, India telefoneó en cuanto llegó al hotel a las seis de la mañana. Paul había pasado la noche en vela, muy preocupado, y en cuanto oyó su voz preguntó angustiado:

– ¿Estás bien?

– Físicamente estoy bien. Mentalmente no estoy tan segura. Paul, no sé si podré describirte lo que he visto esta noche. Te aseguro que jamás lo olvidaré.

– Y el mundo tampoco en cuanto vea tus fotos. Supongo que ha sido espantoso.

– Es incalificable.

India le refirió algunos detalles y con sólo escucharla a Paul se le revolvió el estómago. Lamentó que su amiga hubiese tenido que vivirlo. Supuso que en su juventud había visto cosas peores, aunque no existía nada tan angustiante como las criaturas a las que habían rescatado. India añadió que la red también incluía algunos chiquillos.

– ¿Podrás dormir? – le preguntó, más preocupado si cabe, aunque contento de que India no hubiese resultado herida.

– Lo dudo – respondió sinceramente -. Sólo me apetece caminar, darme un baño o hacer algo. Si me acuesto me volveré loca.

– Lo siento muchísimo.

– Alguien tenía que hacerlo y me alegro de que me haya tocado.

India le habló de la niña que había trasladado a la ambulancia y de las quemaduras de cigarrillo que cubrían su delgado cuerpecillo.

– Cuesta imaginar que un hombre sea capaz de hacer cosas así a menores. ¿Has acabado el reportaje?

Paul abrigaba la esperanza de que lo hubiese terminado, pero estaba equivocado. India tendría que regresar varias veces para completar y pulir la historia. Añadió que el jueves lo terminaría y que el viernes cogería el avión a Nueva York. Él había estado a punto de proponerle que volase a Sicilia y pasaran un par de días en el velero, pero comprendió que ella no podía. Además, no sabía si estaba en condiciones de verla. Casi tenía la certeza de que no era así. Pero se habrían visto si de esta forma la hubiera ayudado a olvidar esa historia truculenta, que era el polo opuesto de la boda real.

Estuvieron largo rato al teléfono y mientras charlaban amaneció en Londres. Paul tuvo la sensación de que India estaba a su lado y ella se alegró de charlar con él. Doug jamás habría comprendido sus sentimientos.

Al final Paul le aconsejó que tomase un baño caliente, intentara descansar y luego lo llamase.

En cuanto colgaron el magnate deambuló por cubierta, contempló el mar y pensó en la fotógrafa. India era muy distinta a Serena y poseía algo innatamente tan poderoso, puro, fuerte y maravilloso que lo aterrorizaba. No sabía qué sucedería ni en qué se estaban metiendo, pero tampoco le apetecía reflexionar sobre la cuestión.

Paul sólo sabía que necesitaba hablar con ella… cada vez más a menudo. A esas alturas le parecía normal que se comunicaran todos los días.

India pensaba exactamente lo mismo mientras se relajaba en la bañera y se preguntaba adónde conduciría esa relación. ¿Qué haría cuando regresase a Westport? No podía llamar de forma constante a Paul. Doug lo vería reflejado en la factura del teléfono y le pediría explicaciones.

No sabía en qué acabaría aquello. Sin embargo, era consciente de que lo necesitaba. Era una especie de droga a la que, sin darse cuenta, se había enganchado. Ésa era la realidad; cada uno necesitaba al otro más de lo que eran capaces de reconocer. Poco a poco, con el paso del tiempo y desde muy lejos se aproximaban lentamente. Cerró los ojos y se preguntó qué sucedería a continuación. ¿Qué estaban haciendo? Abrió los ojos y se percató de que era otra pregunta sin respuesta.

A bordo del Sea Star, Paul pensó en India y se sintió muy aliviado de saber que estaba bien. Con actitud reflexiva, se metió las manos en los bolsillos y regresó lentamente a su camarote.

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