India siguió colaborando con la policía e incorporó detalles para el artículo. Tomó más fotos a los presuntos delincuentes e hizo varios retratos desgarradores de los menores. En total había treinta y nueve niños implicados, la mayoría de los cuales fueron ingresados en hospitales, refugios infantiles y orfanatos. Sólo una niña, secuestrada dos años antes, fue devuelta a sus padres. Los restantes habían sido abandonados, vendidos o regalados. Eran niños perdidos y a India le resultaba difícil creer que se recuperaran de las atrocidades sufridas.
Cada noche comentaba con Paul los horrores que había visto, lo que los llevaba a hablar de otras cuestiones, como sus valores, sus temores y sus infancias. Ambos habían perdido a sus progenitores y Paul era hijo único. Su padre había tenido un éxito relativo, en modo alguno comparable con el suyo. Los demonios interiores lo habían arrastrado al éxito y conducido a superar con creces a cuantos lo rodeaban. Cuando India se refirió a su padre y su trabajo, Paul comprendió que lo consideraba un héroe, y lo que sus constantes ausencias habían representado para ella. Nunca formaron una familia de verdad porque él casi siempre estaba viajando, razón por la cual la vida familiar había adquirido tanta importancia para la fotógrafa. Se percató de que ése era el poder que Doug ejercía en ella y el motivo por el cual ella no quería perderlo. Por esta razón hacía cuanto le decía, cumplía sus órdenes y satisfacía sus expectativas. No estaba dispuesta a que sus hijos vivieran sin padre. Aunque había trabajado, la madre de India nunca había atribuido importancia a su quehacer. El padre había sido la figura central de sus vidas y su muerte estuvo a punto de destruir la familia. India también reconoció que las tensiones provocadas por el estilo de vida y el trabajo de su padre pusieron en peligro su matrimonio. Su madre jamás lo consideró un héroe y casi siempre estaba enfadada con él. Sus prolongadas ausencias le habían causado mucha congoja. Por eso India vacilaba en seguir sus pasos y por eso había permitido que Doug le impusiera el abandono de una vida y una profesión tan significativas para ella. De la misma manera que su padre había sido incapaz de renunciar a la pasión por su trabajo y pese a que durante tanto tiempo había sublimado su profesión, ahora India la había recuperado y había comprobado lo mucho que le gustaba.
Mientras fotografiaba los rostros, las miradas y las vidas estragadas de los menores, se dio cuenta de que su trabajo marcaba la diferencia. A través de la cámara y de su propia perspectiva exponía a los ojos del mundo el dolor de esos niños e impedía que volviera a suceder algo tan espantoso con tanta facilidad, que la humanidad reparase en el sufrimiento de los pequeños. Era exactamente lo mismo que había hecho su padre y por eso había ganado aquel Pulitzer que tanto merecía.
Era su última noche en Londres. Había dado los últimos toques al reportaje y se marchaba por la mañana. A pesar de que no había visto a Paul tenía la sensación de que habían pasado juntos esa semana. Cada uno había descubierto en el otro características que nunca hubieran imaginado poseer y que apenas habían supuesto en el otro. El magnate se había mostrado sincero y le había revelado sus sueños, sus convicciones más íntimas y los años compartidos con Serena. El retrato que trazó de su difunta esposa permitió que India no sólo aprendiera mucho sobre ella, sino acerca de él y sus necesidades.
En muchos aspectos Serena había sido incólume, acompañándole en su enorme éxito y apoyándolo cuando las dudas lo asaltaban. Había sido la fuerza impulsora y solidaria. En cambio, ella casi nunca se había apoyado en su esposo, recelaba de necesitarlo y, pese a ser su mejor amiga, temía compartir demasiada intimidad con él o cualquier otra persona. Al magnate no parecía importarle. Habían sido compañeros, pese a que Serena jamás lo había arropado, como hacía India con cuantos la rodeaban. Era imposible encontrar dos mujeres tan distintas. En la amistad con la fotógrafa Paul había encontrado una fuente infinita de cariño, ternura y apoyo. Confiaba en la delicada mano que India le tendía. Parecía que la amabilidad de India era lo que lo mantenía a flote, de la misma manera que daba la sensación de que el apoyo omnipresente de Paul se había vuelto imprescindible para la supervivencia de la fotógrafa. Ambos se preguntaban adónde conduciría la relación.
La víspera de la partida Paul telefoneó a última hora de la noche y parecía sentirse más solitario de lo habitual.
– ¿Me llamarás cuando regreses a tu casa? – quiso saber el magnate.
India nunca había telefoneado, era Paul quien siempre lo hacía, pero comprendió que resultaría incómodo llamarla regularmente a Westport.
– No creo que pueda – respondió con franqueza y lo pensó repantigada en la cama de su acogedora habitación -. Dudo mucho que Doug lo entienda. Creo que ni yo lo comprendo.
Sonrió y esperó a que Paul se lo aclarase. El magnate no podía hacerlo, seguía inmerso en los recuerdos de su esposa para saber qué esperaba de India… si es que esperaba algo. Lo que cada uno apreciaba del otro era el vínculo de la amistad. Además, India seguía casada.
– ¿Puedo llamarte a menudo… como ahora?
Se habían habituado a charlar todos los días. India aguardaba impaciente sus largas conversaciones después de hablar con sus hijos. Cuando regresase a Westport todo sería distinto.
– Supongo que sí. Llama durante el día. – La diferencia horaria les vendría bien mientras Paul estuviera en Europa. India pensó en Doug y en lo que le debía y suspiró -. Debería sentirme culpable de hablar contigo. Me sentaría muy mal que Doug hiciese lo mismo… que hablara con otra mujer…
– Pero a ti no se te ocurriría tratarlo como él ha hecho contigo, ¿verdad?
Ambos sabían que India no lo había descuidado. Siempre se había mostrado cariñosa, solidaria, amable, sensata y comprensiva. Había cumplido satisfactoriamente su parte del acuerdo, el «pacto» al que Doug se refería sin cesar. Era Doug quien había fallado al negarse a satisfacer sus necesidades, comprender sus sentimientos y darle tan poco cariño y apoyo.
– Doug no es mala persona… Durante mucho tiempo fui feliz con él. Supongo que he madurado. A lo largo de muchos años estuvimos tan ocupados con los niños… mejor dicho, estuve tan ocupada que dejé de hacer caso de lo que Doug me daba o dejaba de darme. Ni se me ocurrió decir que necesitaba más de esto o de aquello o preguntarle si me quería. Tengo la sensación de que ahora es demasiado tarde. Está tan acostumbrado a darme lo mínimo que le resulta imposible entender que necesito más, que necesito que sea generoso conmigo. Cree que me he vuelto loca.
– No te confundas, no te has vuelto loca – la tranquilizó Paul -. ¿Crees que conseguirás lo que necesitas? ¿Volverás a obtener lo que deseas?
– No lo sé. – Se había planteado infinidad de veces las mismas preguntas -. No lo sé. Creo que Doug no me escucha.
– Si no te escucha es un insensato.
Paul sabía que era una mujer que merecía la pena cuidar y mimar.
– ¿Tuviste esta clase de problemas con Serena?
En ocasiones Paul había hecho comentarios jocosos sobre su esposa, sobre lo exigente y complicada que era, pero no parecía importarle.
– En absoluto. Había muchas cosas que Serena no soportaba. Cuando me entrometía en sus asuntos me ponía los puntos sobre las íes. Serena manifestaba claramente sus necesidades, sus expectativas y sus límites. Supongo que eso facilitó la convivencia. Siempre supe cuál era mi posición. En mi primer matrimonio la fastidié. Supongo que me comporté como Doug, probablemente peor. Estaba tan ocupado creándome una posición y ganando dinero que permití que la pareja se fuera al garete sin siquiera enterarme. Sin darme cuenta pisoteé a mi esposa. Ya te he dicho que aún me odia y, francamente, no se lo reprocho. – Rió al recordarlo -. Creo que Serena me educó porque hasta entonces fui muy corto de vista.
Pero ahora ya no lo era. India sabía que Paul era un hombre muy sensible, extraordinariamente perspicaz y capaz de expresar sus sentimientos. Además, le contara lo que le contase, siempre la entendía.
– El problema es que soy incapaz de volver a hacerlo sin Serena – prosiguió él -. No se trata de algo genérico. Funcionó gracias a ella, porque era como era, con su capacidad y su magia. No creo que vuelva a amar. – Fue un comentario muy duro e India le creyó -. En mi vida no volverá a aparecer otra persona como Serena.
Durante la reclusión en el Sea Star Paul había decidido que tampoco buscaría otra mujer como su difunta esposa.
– Puede que ahora sea cierto, pero no sabes qué te deparará el futuro – comentó India con cautela mientras lo imaginaba tumbado en el camarote -. No eres tan mayor como para renunciar al amor. Es posible que con el tiempo cambies de opinión y conozcas a alguien que para ti sea importante.
India no se refería a sí misma, lo único que pretendía era animar a Paul. Resultaba imposible pensar que, con sólo cincuenta y siete años, esa faceta de su vida estuviera cumplida. Paul era aún joven, vital y bueno, pero de momento la soledad lo dominaba.
– Sé que es imposible – declaró con firmeza.
La fotógrafa siguió pensando que con el paso del tiempo cambiaría.
– No es necesario que lo decidas ahora.
Era muy prematuro para que Paul pensase en otra mujer. Sin embargo, la llamaba todos los días y se habían hecho muy amigos. En los ratos de charla siempre se colaba subrepticiamente el indicio de algo más; aunque defendían a capa y espada la neutralidad de la relación, lo cierto es que reaccionaban como hombre y mujer. Cada vez que pensaba en esta cuestión Paul se convencía de que no estaba enamorado de India ni la pretendía como mujer. Sólo eran amigos y necesitaba su ayuda para salir de una situación difícil. Nunca lo había manifestado sin ambages, pero opinaba que su matrimonio era un desastre y Doug un desalmado que la explotaba, ignoraba y usaba. El magnate tenía el convencimiento de que a Doug le daba lo mismo lo que le ocurriese a su mujer. Si le hubiera importado algo le habría permitido continuar con su actividad profesional e incluso la habría apoyado, mimado y, como mínimo, le habría dicho que la quería. Por su propia conveniencia la había chantajeado y encerrado en un recinto asfixiante. Paul sentía un profundo desprecio por Doug. Pese a sus sentimientos no quería que India corriese riesgos y prometió ser cauteloso cuando telefonease.
– ¿No puedes contarle que somos amigos? Explícale que soy una especie de hermano mayor adoptivo.
La ingenua sugerencia de Paul hizo reír a India. ¿Existía algún hombre capaz de entender esa situación? Sabía que Doug la consideraba de su propiedad y no estaba dispuesto a que otro hombre usara lo que era suyo, aunque sólo fuese para conversar y dar ánimos.
– Sé que no lo entendería.
Pero India tampoco. En el fondo, lo que sentía por Paul no era lo que habría sentido por un hermano. Era consciente de que se trataba de un sentimiento más fuerte. Claro que Paul no estaba en condiciones de afrontarlo, aunque sólo fuese por lealtad a Serena.
El magnate le contó que esa semana había soñado con su esposa: viajaban juntos en el avión, el accidente se producía y él se salvaba. En sueños Serena lo acusaba de que no había intentado ayudarla y lo culpaba de no morir con ella. No era difícil descifrar las implicaciones psicológicas de esa pesadilla.
India le preguntó si se consideraba responsable o culpable de la muerte de Serena.
Con voz quebrada Paul respondió que se censuraba por no haber muerto a su lado. India percibió que lloraba amargamente.
Ella insistió en que no se culpara y que era algo que no debía haber ocurrido. Paul sufría la culpa del superviviente y era una de las razones por las que se había recluido en el Sea Star. India sabía que, tarde o temprano, el magnate tendría que afrontar su regreso al mundo. La pérdida todavía era muy reciente. Sólo hacía tres meses de la muerte de Serena y Paul aún no estaba preparado. Con el transcurso del tiempo tendría que volver; no podía esconderse eternamente. India le aconsejaba que se concediese tiempo y Paul repetía tercamente que estaba seguro de que jamás lo superaría.
La fotógrafa insistía en que lo conseguiría si se lo proponía y le preguntó qué opinaría Serena.
Paul respondió risueño que Serena le habría dado una patada en el trasero. Si estuviera en su lugar, la escritora habría vendido el velero, comprado un piso en Londres y una casa en París para dedicarse a organizar fiestas. Siempre había dicho que no interpretaría el papel de viuda inconsolable y que era mejor que Paul no se molestase en sufrir un infarto a causa del exceso de trabajo. Insistía en que la situación le resultaría espantosamente aburrida. Paul sabía que no hablaba en serio pero tenía la certeza de que Serena habría afrontado la realidad mucho mejor que él porque, probablemente, era más fuerte.
India sabía que Paul también era fuerte, pero estaba muy unido a su esposa y le resultaba difícil deshacer esos vínculos. Le repetía que conservara las partes positivas de Serena: los recuerdos, las alegrías, el ingenio, el humor, el entusiasmo compartido y la felicidad que le había proporcionado. De momento Paul no había hallado el camino. Entretanto, en India encontraba un rincón cálido donde esconderse, una mano que estrechar, un alma sensible que lo consolaba. Durante la última semana había llegado a necesitarla más de lo que estaba dispuesto a reconocer. La imposibilidad de hablar con ella cuando quisiese comenzaba a afectarlo. Se preocuparía mucho porque sabría que India estaba en territorio enemigo. Y el temido enemigo era, en realidad, su marido. Paul no era más que una voz por teléfono, un hombre al que había visto un par de veces durante el verano anterior. En modo alguno estaba preparado para ser algo más. De todas maneras, quería mantener lo que juntos habían encontrado.
– Te llamaré todos los días a la hora de comer – prometió el magnate y de pronto reparó en que los fines de semana quedaban sin resolver.
– Los fines de semana telefonearé yo – sugirió India y se sintió culpable -. Tal vez pueda acercarme a una cabina cuando lleve a Sam a jugar al fútbol.
Esa solución contenía algo subrepticio que la inquietó. Lo cierto es que no quería que en la factura telefónica se reflejaran sus llamadas. Por muy inocente que fuese le resultaría imposible hacérselo entender a su marido. Fue el primer pacto secreto que estableció en su vida, su primer acto clandestino. Cuando recapacitó se dio cuenta de que era distinto a los encuentros que Gail tenía en los moteles. Muy distinto.
Esa noche charlaron más de lo habitual y se sintieron muy solos al poner fin a la conversación. India tenía la sensación de que su última velada en Londres la había pasado con Paul. Los inspectores de policía con los que había trabajado esa semana la invitaron a salir, pero se excusó en que estaba muy cansada. Se alegró de permanecer en la habitación del hotel y hablar por teléfono con Paúl.
Por la mañana acabó de cerrar la maleta y estaba a punto de irse cuando sonó el teléfono.
– Sólo quiero despedirme y desearte buen viaje – murmuró Paul ligeramente cohibido. A veces se sentía como un adolescente cuando la llamaba, pero le gustaba -. Dale recuerdos a Sam.
Paul se preguntó si se los daría o si lo comentaría con Doug. La situación de amigos telefónicos era realmente peculiar.
– Paul, cuídate mucho, y gracias de nuevo…
El magnate le había prestado muchísimo apoyo mientras realizaba los reportajes. Había defendido su deseo de volver a trabajar y, finalmente, ella lo había conseguido gracias a su estímulo.
– No te olvides de enviarme las fotos. Ya te diré a qué señas. – Contaba con varias direcciones en las que recibía el correo, los contratos y los documentos que le enviaban del despacho -. Me muero de ganas de verlas.
Charlaron unos minutos más y de repente se produjo un extraño silencio. India contempló por la ventana los tejados de Londres.
– Te echaré de menos -murmuró tan quedamente que Paul apenas la oyó.
Aunque no se vieran era agradable saber que se encontraban en la misma zona del mundo. En Westport tenía la sensación de hallarse en otro planeta.
– Yo ya te añoro – reconoció Paul, olvidando su dolor y su lealtad a Serena -. No permitas que abusen de ti.
Ambos sabían a quién se refería y la fotógrafa asintió con la cabeza.
– Y tú no seas tan duro contigo mismo y tómatelo con calma…
– Lo haré. Tú también. Te llamaré el lunes.
Era viernes, por lo que había un fin de semana de por medio, a no ser que India llamase desde una cabina. De pronto, se preguntó si era factible. Durante su estancia en Londres hablaban mucho cada noche y pensó cómo se sentiría si durante un par de días no se comunicaban. Le bastó pensarlo para que la soledad la dominase.
India debía apresurarse para llegar al aeropuerto y colgaron. Durante el trayecto y el vuelo pensó en Paul. Estuvo largo rato mirando por la ventanilla y reflexionó sobre lo que el magnate había dicho sobre sí mismo y acerca de Serena. Él estaba seguro de que no volvería a amar, pero ella no acababa de creérselo. Otra parte de su ser se preguntaba si estaba enamorado de ella. ¡Qué disparate! Sólo eran amigos. Se repitió esa frase durante todo el vuelo a Estados Unidos. Sus propios sentimientos no contaban. Paul había dicho que sólo eran amigos.