El día siguiente al funeral Doug llevó a Sam a jugar un partido de fútbol e India ayudó a Jessica a limpiar sus armarios. Había acumulado más trastos de los que su madre había visto en toda su vida.
India iba cargada con ropa que su hija ya no usaba y que estaba dispuesta a regalar cuando sonó el teléfono.
Como de costumbre supuso que llamaban a uno de sus hijos y ni se molestó en responder. Dejó la ropa en el suelo del garaje y regresó a la cocina. El teléfono seguía sonando. Al final respondió exasperada.
– Diga.
– Hola.
Esa voz masculina le resultó desconocida y de adulto, aunque había que reconocer que últimamente los que llamaban a Jessica parecían más hombres hechos y derechos que jóvenes.
– Perdón, ¿quién habla?
– Soy Paul Ward y quiero hablar con la señora Taylor.
A India le dio un vuelco el corazón y se apoyó en la mesa de la cocina.
– ¡Paul! Soy yo. ¿Cómo estás?
India recordó su rostro bañado en lágrimas al abandonar el altar de la iglesia de San Ignacio.
– Bastante desorientado. Alguien me comentó que asististe al funeral. Lamento no haberte visto.
La tripulación del Sea Star había viajado en avión para acudir al oficio fúnebre y una de las camareras le había mencionado al magnate la presencia de India.
– Me hago cargo. Fue una ceremonia conmovedora. Paul, lo siento mucho… No sé qué decir…
A India le faltaban las palabras y se sentía muy sorprendida por la llamada de Paul.
– He recibido tu carta… y es maravillosa. Ah, y la foto. – India lo oyó sollozar -. Me ha encantado. – Intentó recobrar la calma e inquirió -: ¿Cómo estás?
Deseaba agradecerle la asistencia al funeral y la carta, pero las emociones lo abrumaron. Sabía que su amiga era muy amable y delicada y, por algún motivo, hablar con ella lo volvió muy vulnerable. Aún no había asimilado la tragedia y estaba desolado.
– Yo estoy bien – contestó India con escasa convicción.
– ¿Qué quieres decir? ¿Volverás a trabajar?
– No. Dedicamos el verano a librar la Tercera Guerra Mundial. – Suspiró -. No puedo volver a mi profesión. Doug lo planteó con toda claridad. No es negociable. Supongo que no tiene tanta importancia.
– Sabes que es fundamental porque se relaciona con lo que necesitas – puntualizó él -. India, no abandones tus sueños… Si los abandonas te perderás. Sabes que es así.
Serena jamás habría renunciado a sus sueños. Costara lo que costase, siempre había sido fiel a sí misma y tanto Paul como ella lo tenían claro. Aunque Serena, por supuesto, no se había casado con Doug Taylor ni había establecido un pacto con él. A Paul jamás se le habría ocurrido plantear el ultimátum que Doug le había dado.
– Hace muchos años que renuncié a esos sueños – reconoció ella con voz queda -. Por lo visto, no tengo derecho a recuperarlos. Esta noche saldremos a cenar por primera vez en meses. Desde el verano nuestra vida es una pesadilla.
– Lo lamento. – Paul la compadeció. India estaba hecha un lío y lo sabía. Ambos lo sabían -. ¿Cómo está mi amigo Sam?
– Muy bien. Ha ido a jugar a fútbol. Ha dicho que te escribirá.
– Me encantaría recibir noticias suyas.
La voz de Paul no era la misma que la del hombre que había conocido a bordo del Sea Star. Lo notó cansado, triste y desilusionado. Acababan de arrebatarle lo que más quería y no sabía cómo se las arreglaría para vivir sin Serena.
– ¿Qué planes tienes? ¿Qué harás?
– Me dedicaré a navegar. Estaré una temporada sin trabajar. En este momento no sirvo para nada. No sé a dónde iré. El velero está en Italia y probablemente viajaré a Yugoslavia y Turquía. El rumbo me da igual, siempre y cuando esté lejos y sólo vea agua a mi alrededor.
En esa situación el mar era lo que Paul necesitaba para curar sus heridas.
– ¿Puedo ayudarte de alguna manera?
A India le habría gustado ser útil, pues lo único que había podido ofrecerle era una foto.
Paul se apresuró a responder:
– Llámame de vez en cuando. Quiero tener noticias tuyas. – Se le quebró la voz -. India, me siento espantosamente solo. Hace cinco días que falta y me resulta casi insoportable. A veces me alteraba los nervios, pero era fantástica. Nadie podrá ocupar su lugar.
Lloró abiertamente e India lamentó no estar a su lado y abrazarlo.
– Tienes razón, no hay nadie como ella – coincidió -. De todos modos, a Serena no le gustaría que te derrumbaras, se pondría furiosa. Llora, grita, patea el suelo y navega en el Sea Star, pero al final tendrás que regresar y ser fuerte precisamente por ella. Es lo que querría que hicieras.
– Es verdad. – Reflexionó y sonrió en medio del llanto -. Me lo habría dicho de manera muy clara. – Ambos rieron. Paul había llorado intermitentemente durante cinco días y tenía la sensación de que derramaría lágrimas toda la vida, pero en ese momento se calmó -. Ya sé qué haré. Con el paso del tiempo me repondré si me prometes que no renunciarás a tus sueños. No debes abandonarlos.
– No puedo mantener mis sueños y mi matrimonio. Es así de simple. En este caso no hay conciliación posible. Se trata de todo o nada. Tal vez Doug ceda en el futuro, pero de momento no hay nada que hacer.
– Mantén la calma y no cierres todas las puertas. – De repente Paul preguntó con preocupación -: ¿Te has dado de baja en la agencia?
– No.
– Me alegro. No lo hagas. Él no tiene derecho a chantajearte para que renuncies a tu talento.
– Paul, puede hacer lo que le dé la gana. Soy de su propiedad… o al menos eso cree.
– No lo eres y lo sabes. No se lo permitas. Eres la única persona que puedes dar pie a que crea que te posee.
– Es lo que hice hace diecisiete años. En su opinión establecimos un pacto y espera que cumpla mi parte.
– Prefiero callar lo que opino de sus teorías… y sus actitudes – apostilló Paul con más energía, con la misma actitud del hombre que ella había conocido el verano anterior. Aunque no conocía a Doug, Paul consideraba que maltrataba a India. Era evidente que su esposa no era feliz a su lado -. India, estos días he pensado mucho en ti y en todo lo que hablamos en verano. Solemos creer que nuestra situación está resuelta de por vida. Estamos endiabladamente seguros de que lo sabemos y lo tenemos todo, pero de repente se hace añicos y nos quedamos con las manos vacías. Es lo que siento. En ese avión se perdieron demasiadas vidas, niños, jóvenes, adultos que merecían vivir… que merecían vivir tanto como Serena. Me habría gustado morir con ella.
India no supo qué decir. No censuró la posición de Paul, pero lo cierto es que no había muerto y debía continuar su camino.
– No estabas destinado a morir. Sigues aquí y a ella no le gustaría que desperdiciaras tu vida.
– Lo sé, pero los terroristas la han echado a perder. Destrozaron mi vida y la de los demás.
– Te comprendo. – Le pareció inoportuno añadir que con el tiempo se sentiría mejor, pero algún día se recuperaría. La vida es así. Jamás olvidaría a Serena ni dejaría de amarla, pero con el tiempo aprendería a vivir sin ella porque no tenía otra alternativa -. Una temporada en el Sea Star te sentará bien.
India vio que Aimee atravesaba la cocina y salía y se preguntó cuánto tardarían Doug y Sam. De momento seguía estando sola.
– ¿Prometes llamarme? – insistió Paul, que se sentía desesperadamente solo.
– Claro. Tengo tu número.
– Yo también te llamaré. A veces necesito hablar con alguien.
India deseaba ayudarlo y la conmovió que se hubiese puesto en contacto con ella.
– Este verano me ayudaste mucho. – Presa de la desesperación, India sintió que le debía disculpas o una explicación -. Lamento decepcionarte.
– India, no me has decepcionado. Lo que no quiero es que te falles a ti misma y luego lo lamentes. No lo harás, lo verás. Tarde o temprano te armarás de valor y harás que tienes que hacer.
Ella se preguntó qué tenía que hacer. ¿Plantar cara a su marido? Si actuaba así lo perdería, y no era lo que quería.
– Aún no he llegado a ese punto y tal vez nunca lo alcance – reconoció con sinceridad.
– Algún día llegarás. Guarda tus sueños en lugar seguro y no olvides dónde los has dejado.
Este comentario fue muy cariñoso e India se emocionó.
– Paul, me alegro de tu llamada.
– Yo también.
El magnate parecía hablar totalmente en serio.
– ¿Cuándo te marchas?
Ella deseaba saber dónde estaba para imaginárselo y, si era necesario, ponerse en contacto con él.
– Esta noche. Vuelo a París, cambio de avión y me traslado a Niza, donde me espera el velero. – Los tripulantes habían viajado esa misma mañana y de Portofino a Niza la distancia era corta. Paul sabía que lo estarían esperando. Suspiró y miró a su alrededor. La estancia estaba llena de fotos de Serena y de tesoros coleccionados a lo largo de los años de matrimonio. Aquello le resultó insoportable -. Supongo que al final venderé el apartamento. No quiero quedarme aquí. Puede que lo vendan mientras no estoy y dejen el mobiliario en un guardamuebles.
– No tomes decisiones apresuradas – aconsejó India con sensatez -. Paul, necesitas tiempo. De momento no sabes qué hacer.
– Es verdad, no lo sé. Me gustaría echar a correr y retrasar el reloj.
– Podrás hacerlo en cuanto abordes el Sea Star – afirmó ella mientras Doug entraba en la cocina y se detenía a sus espaldas -. Cuídate e intenta ser fuerte – prosiguió cuando su marido salió a buscar algo -. Cuando te sientas débil, llámame. Aquí estaré.
– Lo sé. Lo mismo digo. India, siempre podrás contar conmigo. No lo olvides. No permitas que nadie te considere una posesión. Está muy equivocado. – Ambos supieron que se refería a Doug -. Eres dueña de ti misma, ¿me has entendido?
– Sí.
– Cuídate.
India percibió que Paul volvía a llorar y una profunda congoja la invadió de nuevo.
– Paul, cuídate mucho. No estás tan solo como crees. Recuerda lo que digo. A su manera, Serena está a tu lado… incluso en este instante.
El magnate rió en medio del llanto.
– Probablemente es la única manera en que navegaría conmigo en el Sea Star, aunque resulta muy dolorosa. – Era agradable volver a oír su risa -. Hasta pronto, India.
– Gracias por llamar.
Colgaron. India suspiró, se incorporó y vio a Doug apoyado en el vano de la puerta y con el ceño fruncido.
– ¿Con quién hablabas? – inquirió él.
– Con Paul Ward. Telefoneó para agradecer que le enviara una foto de su esposa.
– Está claro que el viudo inconsolable se recupera deprisa. ¿Cuánto hace que ha muerto? ¿Una semana o menos?
– Acabas de decir algo horrible. – Las sospechas de Doug la afectaron profundamente -. Paul lloraba por teléfono.
– Seguro que sí. Es el truco más antiguo que conozco. Basta quejarse un poco, lograr que lo compadezcas y ya está. India, has mordido el anzuelo. Te comportabas como si hablases con tu novio.
– ¡Eres repugnante! Paul es un hombre educado e íntegro. Está destrozado por la muerte de su esposa. Se siente muy afligido y solo y este verano nos hicimos amigos.
– Ya lo creo. Apuesto lo que quieras a que, como yo, su esposa tampoco estaba presente. Por lo que recuerdo, la primera vez que me hablaste de él hiciste hincapié en la ausencia de su esposa. ¿Dónde se había metido si tanto lo quería?
Doug la atacaba con recelos y resentimientos.
– Estaba trabajando – repuso India con serenidad -. Por si no lo sabes, algunas mujeres trabajan.
– ¿Es ella la que te llenó la cabeza de tonterías? ¿Paul forma parte del plan?
Hacía denodados esfuerzos por descalificar al magnate.
India se enojó con él. Sintiera lo que sintiese por Paul, no pensaba comentarlo con su marido. No sabía exactamente cuáles eran sus sentimientos, pero el afecto que compartían había tomado el rumbo de la amistad y nada indicaba que pudiera llegar más lejos.
– Eres tonta si no te das cuenta de lo que pretende – añadió Doug -. Además, no quiero que vuelva a llamar a casa. Parecía que hablabas con tu amante.
– No tengo ningún amante – precisó ella gélidamente y ya no pudo contener su ira. Odiaba todo lo que Doug había dicho -. Si lo tuviera tal vez estaría más contenta. Pero Paul Ward no es mi amante. Amaba a su esposa, la respetaba y apreciaba su profesión, algo de lo que tú no tienes ni idea. Me temo que llorará su muerte durante mucho tiempo.
– ¿Lo estarás esperando cuando se canse de llorar? ¿A eso te refieres? Tal vez te gustaría ser la amante de un hombre tan rico.
– Doug, me das asco – le espetó ella, y subió a la habitación de Jessica para terminar de ordenar los armarios.
No tenía ganas de ver a su marido y lo evitó toda la tarde.
Cuando salieron a cenar la situación continuaba tensa. India no tenía ganas de acompañarlo, pero pensó que si se quedaba crearía más problemas.
Si hubiera reflexionado, quizá se habría sentido halagada de que Doug estuviera celoso de Paul, pero sus comentarios habían sido tan ofensivos que se enfureció. Sus palabras le resultaron repugnantes. Paul Ward no era su amante y jamás lo sería. Sólo se trataba de un buen amigo.
La cena fue muy tensa, pese a las intenciones conciliatorias con que Doug había planteado la salida. Pero sus comentarios de la tarde la habían condenado al fracaso. Apenas se dirigieron la palabra y la película era tan deprimente que India no dejó de sollozar.
Se sintió todavía peor cuando regresaron y Doug pagó a la niñera. En lo que a India se refería, la velada había sido desastrosa y Doug tenía más o menos la misma opinión.
Cuando subieron al dormitorio él estaba cabizbajo. No tenían ganas de acostarse, por lo que se repantigaron en los sillones, encendieron el televisor y vieron una vieja película que les gustaba. Les agradó más que la del cine. Estuvieron levantados hasta tarde y a la una de la madrugada bajaron a la cocina a tomar un tentempié.
– Lamento lo que te dije – reconoció Doug súbitamente y la miró apenado. India se sorprendió -. Sé que no es tu amante.
– Me lo imagino – replicó con rigidez y al final se relajó un poco -. Yo también me arrepiento de lo que dije. Últimamente las cosas no han ido muy bien, ¿eh?
Todo había sido muy arduo: cada conversación, cada comentario, cada hora, cada contacto.
– A veces el matrimonio es así. Te he echado mucho de menos.
Esas palabras conmovieron a India.
– Yo también.
La fotógrafa sonrió, pues se había sentido muy sola sin el apoyo de su marido. En los últimos meses apenas le había dirigido la palabra y se había mostrado tan contrariado cuando ella comentó que le apetecía realizar algunos reportajes que tenía la sensación de que habían estado separados todo el verano.
Terminaron de comer y subieron. Los chicos dormían e India cerró discretamente la puerta del dormitorio. Se desvistieron y Doug apagó el televisor. Al acostarse, él se acercó, e India no le volvió la espalda ni lo rechazó. La abrazó delicadamente e hicieron el amor, aunque sin la pasión a la que ella aspiraba. Después de tanto tiempo Doug parecía torpe y en ningún momento le dijo que la amaba. Claro que esa era la vida que compartían, el pacto que habían establecido y, para bien o para mal, se trataba de su marido. Era todo lo que tenía y debía darse por satisfecha por ello.