14

A lo largo de los dos meses siguientes India y Doug sobrevivieron como pudieron. Restañaron algunas heridas, pero la relación ya no era tan firme. Por suerte los niños la mantuvieron tan ocupada que no tuvo tiempo de pensar. A esas alturas sabía que nada cambiaría. Doug era como era y había expresado claramente sus pretensiones. A India le bastaba con seguir aceptándolas, pero se le hacía una montaña.

Coincidió con frecuencia con Gail en los partidos de fútbol, las reuniones de padres y las comidas de la escuela secundaria. Al igual que en el pasado, y como sin duda volvería a ocurrir, en octubre Gail le confió que salía con un hombre casado. Al menos, su amiga parecía feliz.

– ¿Qué tal va todo? – preguntó Gail una tarde a última hora, mientras se helaban de frío en las gradas -. ¿Doug se ha calmado?

– Muchísimo. Tiene varios clientes nuevos y está muy ocupado. Desde el verano no hemos vuelto a hablar de cuestiones conflictivas.

La vida sexual tampoco era la misma de antes, aunque periódicamente intentaban reanimarla. Algunas facetas de la relación no habían sobrevivido a los embates del verano. India había terminado por aceptar lo que tenía, en lugar de luchar por lo que quería.

– ¿Paul Ward te ha vuelto a llamar?

– No. Supongo que está en Europa.

Era la primera vez que mentía a Gail, pero era algo que no quería compartir; además, la información era potencialmente explosiva si caía en manos de Gail. Paul la había telefoneado en septiembre y, de momento, dos veces en octubre. Siempre llamaba a horas en las que sabía que ella estaba sola en casa, lo que para él representaba la hora de la cena. Jamás se propasaba y por su tono parecía sentirse desesperadamente solo. En una ocasión India tuvo la sensación de que estaba ebrio; pero todavía no se habían cumplido dos meses de la muerte de Serena y ella sabía mejor que nadie lo mal que lo estaba pasando. En su última llamada le había comentado que estaba surcando por aguas yugoslavas y, aunque no se divertía, aún no estaba en condiciones de emprender el regreso.

Paul no expresó deseos de verla ni mencionó cuándo regresaría. India se preguntó si por Navidades retornaría a Estados Unidos para ver a su hijo y sus nietos. Tal vez le resultaría demasiado doloroso. Sabía que por Navidad él y Serena solían esquiar en Suiza y había jurado que no volvería a pisar Saint Moritz. No quería regresar a los lugares en los que había estado con su mujer, recorrer los mismos caminos y recordar los sueños compartidos.

Con tono de broma India le comentó que así excluía muchos lugares y Paul dejó escapar una risilla. Tenía graves dificultades para adaptarse a su realidad. Siempre le preguntaba cómo estaba e India respondía con sinceridad. Había hecho las paces con su situación, pero no podía decirse que fuese feliz. Seguía negándose a sacudir los cimientos de su matrimonio. Dijo que se daba por satisfecha con fotografiar a sus hijos y Paul la regañó por ello; opinaba que debía ser más valiente. En realidad, no lo era. India no se parecía en nada a Serena, pero aunque así fuera, a Paul le encantaba hablar con ella por el gran consuelo que le proporcionaba.

Ella jamás le preguntaba qué tenía previsto hacer o si pensaba volver a trabajar; no planteaba preguntas ni lo presionaba. Con su voz dulce y su actitud serena estaba a su lado cada vez que Paul telefoneaba, ya que era lo que éste necesitaba. No había garantías de que volvieran a verse ni alusiones a una aventura. Él era muy circunspecto, pero a la vez cariñoso, amable e interesado en sus actividades. A diferencia de Doug, siempre que le explicaba sus sentimientos la entendía. En muchos aspectos India lo vivía como un regalo del cielo y dejó de contarle a Doug que la llamaba. No tenía ganas de rebatir la acusación de que Paul era o quería ser su amigo íntimo. Al fin y al cabo, India no era Gail. Era honesta en todos los aspectos y poseía una gran integridad; a los ojos de Paul, era más íntegra que su marido, que la sometía a un chantaje emocional para salirse con la suya.


Hacía dos semanas que no tenía noticias de Paul cuando una tarde sonó el teléfono en la cocina. Suponía que su amigo había regresado a Italia. Para él serían las seis de la tarde, hora en que solía llamar.

Contestó sonriente a la espera de oír la voz de Paul y se sorprendió al escuchar a Raúl López. Hacía seis meses que no sabía nada de él; concretamente, desde que había rechazado el encargo de Corea.

– India, ¿a qué te dedicas últimamente? ¿Ya te has hartado de tus hijos?

– Claro que no – replicó con firmeza y pensó que quizá había hecho una tontería al no darse de baja.

Raúl se pondría furioso cuando le dijera que no podía aceptar ningún trabajo. Doug estaba en lo cierto, tendría que haber abandonado la agencia.

– Esperaba otra respuesta. Quiero proponerte algo – añadió entusiasmado.

Acababan de pasarle el encargo y él enseguida pensó en India como la persona ideal para el reportaje.

– Raúl, creo que no hace falta que me digas nada más. A mi marido le molestó mucho lo de Corea.

– ¿Qué dices de Corea? Si al final no lo hiciste. – Era cierto, pero la sola posibilidad de aceptar había desencadenado tres meses de discusiones y casi había desatado una revolución. Por maravillosa que fuese la propuesta, India no quería que volviese a suceder lo mismo -. Haz el favor de escucharme. Va a celebrarse una boda real en Inglaterra. Se trata de un acontecimiento digno y sin riesgos. Asistirán todas las testas coronadas de Europa. La revista que nos ha pasado el encargo exige alguien que sepa comportarse, no quiere que uno de plantilla haga una chapuza. Tal como me explicaron hace diez minutos, buscan una verdadera dama que sepa codearse con las personalidades del planeta. La boda se celebrará en Londres y, evidentemente, tu vida no correrá peligro. Mientras estés en Londres quiero que cubras otra noticia. Se trata de una red clandestina de prostitución en el West End que explota a niñas de diez a catorce años. Es una de las peores formas del abuso de menores. En este caso colaborarás con la policía. Lo que averigües se publicará en la prensa internacional a través de agencias, y podría salir un artículo fabuloso. En una semana cubrirás la boda y la red de menores.

– ¡Mierda! – bufó ella, pues era una propuesta muy tentadora, en particular la red de prostitución de niñas de diez años. Era una infamia y le encantaría denunciarla -. Raúl, ¿por qué me llamas para ofrecerme estos trabajos? Destruirás mi matrimonio – suspiró.

– Te llamo porque te quiero y porque eres la mejor. Recuerda tu reportaje en Harlem.

– Fue muy distinto. Sólo queda a una hora en tren y tenía suficiente tiempo para regresar a casa a preparar la cena a mis hijos.

– Pagaré una cocinera mientras estés fuera y, si no queda más remedio, yo mismo les prepararé la cena. Te ruego que no lo rechaces. Esta vez tienes que aceptarlo.

Raúl estaba desesperado y ella lo percibió. Además, los temas le interesaban.

– ¿Cuándo? – preguntó.

Si disponía de tiempo podría convencer a Doug, suplicarle o prometerle que si se lo permitía le lustraría los zapatos hasta el fin de sus días. Se moría de ganas de cubrir esas noticias y no quería rechazar el ofrecimiento.

– La boda se celebra dentro de tres semanas – respondió el representante.

India calculó mentalmente la fecha.

– ¿Tres semanas? – repitió mientras calculaba, pero frunció el entrecejo cuando comprobó que el resultado era el mismo -. Es para Acción de Gracias.

– Más o menos – reconoció Raúl, al tiempo que rogaba para que India aceptase.

– ¿Qué quieres decir? ¿Coincide o no con el Día de Acción de Gracias?

– De acuerdo, está bien. Coincide con el fin de semana de Acción de Gracias, pero debes estar en Londres el jueves. Antes de la boda hay dos grandes celebraciones a las que asistirán los jefes de Estado, incluidos nuestro presidente y la primera dama. Compartirás el pavo con ellos o, mejor aún, puedes llevártelo.

– Te odio. Lo que dices no me hace ninguna gracia. Doug me matará.

– Seré yo quien lo mate si no te permite cubrir esta noticia. India, tienes que hacer este reportaje. Hazme un favor: reflexiona y llámame mañana.

– ¿Mañana? ¿Te has vuelto loco? ¿Sólo me concedes una noche para decirle a mi marido que no estaré en casa el Día de Acción de Gracias? ¿Qué pretendes de mí?

– Intento salvarte de una vida tediosa y de un marido que no aprecia tu valía. Por no hablar de un montón de críos que, por encantadores que sean, no merecen tener como cocinera y chófer particular a una de las fotógrafas con más talento que conozco. India, date esta oportunidad. Te necesito, y a ti te hace falta. Haz este reportaje.

– Veré qué puedo hacer – declaró sombría -. Te llamaré mañana… o pasado… si sigo viva.

– Eres un encanto. – Raúl estaba entusiasmado, pues Indía era la reportera perfecta para ambas noticias -. Gracias. Hablaremos mañana.

– Prométeme que te sentirás culpable cuando encuentren mi cadáver en el centro comercial de Westport.

– Dile a Doug que madure y se entere de con quién está casado. No puede mantenerte encerrada de por vida.

– No puede pero lo intenta. Ya hablaremos.

India permaneció de pie en medio de la cocina, temblando. La aterrorizaba hablar con Doug, pero estaba tan entusiasmada como su representante, sobre todo con la red de prostitución infantil. Y cubrir la boda sería divertido. Se moría de ganas por volver al trabajo. Pero ¿cómo se lo explicaría a Doug? Se sentó en un taburete, recapacitó y salió a hacer la compra.

Compró aquellos productos que más agradaban a su marido. Había decidido prepararle una cena inolvidable que incluía caviar. Prepararía los platos que mejor le salían y los preferidos de Doug, tomarían vino, después charlarían… y su marido la mataría.

Pero al menos decidió intentarlo.


Cuando llegó a casa y vio la cena preparada Doug se entusiasmó. Su mujer había comprado chateaubriand y lo había preparado con su salsa favorita de pimienta y mostaza, patatas al horno, judías verdes a la francesa, champiñones rellenos y, como entrante, salmón ahumado y caviar. Cuando se sentaron a la mesa Doug tuvo la sensación de que había ascendido al cielo.

– Mamá, ¿has abollado el coche? – bromeó Jason al tiempo que cubría la patata asada con nata agria.

– Claro que no – replicó India sorprendida -. ¿Por qué lo preguntas?

– Has preparado una cena fantástica. Supongo que has hecho algo que enfurecerá a papá, que lo enfurecerá realmente – precisó y miró el caviar.

– No digas tonterías.

Jason demostraba ser más inteligente que su padre, ajeno a todo y sin sospechar nada. Después de la cena se repantigó en su sillón preferido con aspecto satisfecho. De postre, India había servido mousse de chocolate con galletas. Su táctica no era nada sutil.

– ¡Vaya cena! – exclamó Doug y sonrió cuando, después de recoger la cocina, su esposa se sentó a su lado en la sala. Los niños habían subido a terminar los deberes -. ¿Qué he hecho para merecer esto?

– Casarte conmigo – respondió ella y se acomodó más cerca de Doug.

India pidió a los dioses que, por una vez en su vida, fuesen compasivos con ella. Estaba dispuesta a suplicar a su marido. Se moría de ganas de ir a Londres aunque coincidiese con la fiesta de Acción de Gracias.

– Por lo visto he tenido suerte – comentó él y se frotó el vientre.

– Yo también – concordó ella cariñosamente. Era el diálogo más amable que sostenían desde el verano, pero en esta ocasión encubría segundas intenciones -. Doug…

Miró a su marido y en un santiamén éste se percató de la jugarreta. La mirada de India traslucía interés y Doug frunció el entrecejo.

– Vaya, vaya. – Doug rió porque la situación todavía lo divertía -. ¿Jason tiene razón? ¿Has abollado el coche?

– Mi carné de conducir sigue impoluto, y el coche está en perfecto estado. Si quieres, compruébalo.

– ¿Te han detenido por robar en el supermercado?

– ¡Qué cosas dices! – India decidió ser explícita. No le quedaba otra salida pues al día siguiente o, como máximo, el otro debía dar una respuesta a Raúl -. He recibido una llamada.

– ¿De quién?

India se sintió como si, con catorce años, pidiera permiso a su padre para salir, aunque la situación que vivía le resultaba diez veces más difícil y aterradora. Quizá fuera cien veces peor. Sabía perfectamente cuál sería la respuesta de su marido.

– De Raúl – respondió francamente.

– No volvamos a las andadas.

Doug se incorporó y la miró furibundo.

– Escucha, es el trabajo más civilizado que me han ofrecido en la vida y necesitan una dama. Ya había decidido que no mencionaría la red de prostitución del West End. Doug jamás permitiría que cubriera esa noticia, mientras que una boda real… -. Un miembro muy importante de la familia real británica va a contraer matrimonio y necesitan que alguien cubra la noticia. Asistirán al acontecimiento jefes de Estado, reyes de toda Europa, nuestro presidente y la primera dama…

– Y tú no irás – apostilló Doug con firmeza -. Cualquier fotógrafo puede hacer ese trabajo.

– Pues quieren que vaya yo. Doug, te lo ruego, me encantaría cubrir esa noticia.

– Pensaba que ya habíamos aclarado esta cuestión. ¿Cuántas veces tendremos que librar la misma batalla? Por eso te pedí que quitaras tu nombre de la lista de colaboradores de la agencia. Raúl insistirá y te seguirá llamando. Deja de torturarme… y de torturarte. Tienes hijos y responsabilidades que cumplir, no puedes salir corriendo y olvidarte de todo.

– Doug, sólo será una semana. Sólo pido una semana, nada más. Los chicos no se suicidarán si no estoy en casa el Día de Acción de Gracias.

El pánico dominó a India en cuanto pronunció esas palabras. Pensaba decirlo más tarde, pero ya estaba todo dicho, por lo menos todo lo que estaba dispuesta a explicar a su marido.

– No me lo puedo creer. ¿Me pides que te deje ir en el Día de Acción de Gracias? ¿Qué pretendes, que yo prepare el pavo?

– Lleva a los niños al restaurante. Prepararé la verdadera cena de Acción de Gracias antes de irme, el día antes. No notarán la diferencia.

– Tus hijos no, pero yo sí. Ya sabes cuál es nuestro pacto. Este verano lo discutimos hasta la saciedad.

– Lo sé, pero se trata de algo importante para mí.

– ¿No es más importante estar casada y tener hijos? No pienso aguantar a una esposa que no esté en casa el Día de Acción de Gracias. Si haces el reportaje me da igual que te metas en una zona en conflicto.

– En la boda no correré peligro.

– A no ser que los terroristas coloquen una bomba, como en el avión de tu amiga. Presta atención a lo que acabo de decir. ¿Estás dispuesta a correr ese riesgo?

Doug estaba decidido a tocar todas las teclas con tal de que su esposa no aceptara el encargo.

– También puedo quedarme el resto de mi vida en casa, metida en la cama. Ya está bien, Doug, incluso los rusos podrían bombardear Westport si fueran capaces de montar sus artilugios bélicos.

– India, ¿por qué no te dejas de tonterías y maduras de una vez? Lo que dices es agua pasada o debería serlo.

– ¡Pues no lo es! Forma parte de mí y siempre será así. Tienes que entenderlo.

– Yo no tengo que entender nada – replicó colérico y se puso de pie -. No pienso acceder, India. Si decides irte es asunto tuyo. De todos modos, si te largas no esperes seguir casada conmigo.

– Te agradezco que dejes tan claras las posibilidades – espetó ella, se incorporó y lo miró a los ojos -. ¿Sabes una cosa? Nunca más permitiré que me intimides o me chantajees. Soy la persona que soy, la misma con la que te casaste. Puedes establecer las reglas que te dé la gana, pero no me amenaces – advirtió con serenidad, sin saber de dónde salían aquellas palabras. De pronto supo exactamente qué haría y adónde iría -. Viajaré a Inglaterra para hacer el reportaje. Me quedaré una semana, volveré y cuidaré de nuestros hijos como siempre he hecho. Si a eso vamos, también seguiré cuidando de ti. ¿Quieres que te dé mi opinión? Sobreviviremos. No permitiré que vuelvas a decirme lo que tengo que hacer. No es justo ni lo aceptaré.

Doug la escuchó sin pronunciar palabra, luego le volvió la espalda, subió la escalera y cerró violentamente la puerta del dormitorio.

Por fin India se había armado de valor para defender lo que quería. Al ser la primera vez estaba aterrorizada pero, al mismo tiempo, se sentía muy bien. Era consciente de que hacía años que su marido la amenazaba. Fue su ultimátum lo que diecisiete años antes la llevó a abandonarlo todo para casarse con él. Doug entonces le dijo que si no volvía lo perdería. Como había perdido muy jovencita a su padre, India supuso que lo peor que podía ocurrirle era perder a Doug. Diecisiete años después comprendía que, en realidad, era peor perderse a sí misma, que era lo que había estado a punto de ocurrir. Supuso que después de tantos años no cumpliría su amenaza y, si así era, tendría que afrontarlo. De todos modos, abrigaba esperanzas de continuar con Doug.

Esperó un rato y se dirigió al dormitorio.

Doug estaba acostado y con la luz apagada, pero no lo oyó roncar.

– ¿Estás despierto? – susurró India, pero no obtuvo respuesta. Intuyó que su marido no dormía y al acercarse comprobó que tenía razón. Se detuvo a oscuras al pie de la cama y notó que él se movía, aunque no dijo nada -. Doug, lamento lo ocurrido. Habría preferido que estuvieras de acuerdo. Te quiero muchísimo… pero tengo que hacerlo… Tengo que hacerlo por mí. Es difícil de explicar. – A decir verdad, no lo era; simplemente, a Doug le resultaba imposible comprenderlo. Pretendía dictar las normas con amenazas. Desde siempre, ésa había sido su forma de dominarla, a lo que había que sumar el terror a perderlo. Sin embargo, ella no podía continuar eternamente asustada -. Doug, te quiero – repitió.

Silencio por respuesta. Poco después se dirigió al cuarto de baño y se metió en la ducha. Estuvo una eternidad bajo el agua caliente, pero una sonrisa dibujaba sus labios. ¡Lo había conseguido!

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