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Como de costumbre, la mañana siguiente fue caótica e India tuvo que llevar a Jessica al instituto porque se retrasó. Doug no hizo el menor recordatorio sobre la charla de la víspera y se fue antes de que India pudiese despedirlo.

De regreso en casa India se puso a limpiar la cocina y se preguntó si su marido estaba arrepentido. Seguramente por la noche se disculparía. No era propio de él guardar silencio. Tal vez el día anterior había sido extenuante en el despacho o estaba de mal humor y quería provocarla. Doug se había expresado con gran calma, mostrando muy poca consideración por lo que ella había hecho antes de casarse. Él nunca se había comportado de un modo tan insensible y descaradamente explícito. El teléfono sonó cuando terminaba de colocar los platos en el lavavajillas y pensaba dirigirse al cuarto oscuro para revelar las fotos del partido. Había prometido al capitán del equipo que se las entregaría enseguida.

Respondió al cuarto timbrazo y supuso que era Doug para disculparse. Esa noche cenarían en un elegante restaurante francés y la velada resultaría más gozosa si, como mínimo, Doug reconocía su error al hacerla sentir tan poca cosa.

– ¿Sí?

India sonrió con la certeza de que era su esposo, pero no oyó la voz de Doug, sino la de su representante, Raúl López. Era muy conocido en el campo de la fotografía y el periodismo gráfico y estaba en la cresta de la ola. La misma agencia, aunque no Raúl personalmente, había representado a su padre.

– ¿Cómo está la progenitora del año? ¿Sigue haciendo fotos de los niños sentados en el regazo de Papá Noel y se las regala a las madres?

Las Navidades anteriores, India colaboró desinteresadamente con un refugio infantil y había realizado esa tarea, pero a Raúl no le había sentado demasiado bien. Hacía años que insistía en que India desaprovechaba su talento. Cada dos años realizaba para la agencia algún reportaje que convencía a Raúl de que algún día la fotógrafa retornaría al mundo real. Tres años antes había llevado a cabo un magnífico reportaje sobre los abusos a menores en Harlem. Lo realizó mientras sus hijos estaban en la escuela y no se había saltado ni un solo día para recogerlos en coche. Aunque no estuvo de acuerdo, Doug le permitió hacerlo. Durante semanas India habló con su marido de las condiciones de vida de esos niños. Al igual que antes de casarse, fue galardonada por el reportaje.

– Muy bien. ¿Y tú, Raúl?

– Agobiado de trabajo. Estoy cansado de intentar que los artistas que represento sean razonables. ¿Por qué a las personas creativas os cuesta tanto tomar decisiones inteligentes?

Raúl había empezado la mañana con mal pie. India rogó que no le pidiera que hiciese una locura. Pese a las limitaciones que había impuesto a medida que pasaban los años, ocasionalmente Raúl todavía le solicitaba algo imposible. El representante también estaba alterado porque a comienzos de abril había perdido a uno de sus mejores clientes, un hombre simpatiquísimo y gran amigo, en la corta guerra santa librada en Irán.

– ¿Qué estás haciendo? – preguntó Raúl e intentó mostrarse más amable.

Cuando tenía carta blanca Raúl era genial para emparejar el fotógrafo con el reportaje adecuado.

– La verdad, estaba cargando el lavavajillas. ¿Encaja con la imagen que tienes de mí? – India rió.

Él se lamentó.

– Desgraciadamente encaja a la perfección. ¿Cuándo crecerán tus hijos? El mundo no esperará una eternidad.

– Pues tendrá que esperar.

Ella no sabía si, una vez crecieran sus hijos, Doug estaría dispuesto a que aceptase encargos. De momento lo que quería era ocuparse de su familia y su hogar. Lo había repetido tantas veces que Raúl casi la creía, aunque nunca se daba totalmente por vencido. Todavía abrigaba la esperanza de que un día ella abriría los ojos y dejaría Westport deprisa y corriendo.

– ¿Llamas para encomendarme una misión a lomos de una mula en un rincón perdido del norte de China?

Era la clase de encargo para el que la llamaba, aunque ocasionalmente le proponía un trabajo factible, como el reportaje de Harlem. A India le encantaba, razón por la cual no quiso que eliminaran su nombre de la lista de colaboradores de la agencia.

– No exactamente, aunque tampoco vas tan desencaminada – repuso mientras pensaba cómo plantear la cuestión. Sabía que era muy difícil convencerla, pues vivía dedicada exclusivamente a sus hijos y su marido. Como no estaba casado ni tenía familia le resultaba difícil entender que la fotógrafa estuviese tan empeñada en arrojar su profesión por la borda. Era una mujer de un talento fuera de serie y Raúl consideraba que su renuncia era imperdonable. De pronto decidió jugarse el todo por el todo -: Se trata de un trabajo en Corea. El reportaje es para la revista dominical del Times y quieren asignarlo a un independiente en lugar de a un fotógrafo de plantilla. En Seúl hay una mafia de adopciones que se ha desmandado. Corre la voz de que matan a los niños que no son adoptados. El trabajo es relativamente seguro a menos que husmees demasiado. India, se trata de una noticia interesantísima, y cuando la revista publique el reportaje podrás venderlo a las agencias de prensa. Alguien tiene que hacerlo, necesito tus fotos para dar validez al artículo y te prefiero al resto de los fotógrafos. Sé que adoras a los niños y pensé… bueno, es perfecto para ti.

India experimentó una subida de la adrenalina. El tema la afligió como nada la había afectado desde el reportaje de Harlem. Pero Corea quedaba muy lejos. ¿Qué diría a Doug y sus hijos? ¿Quién los llevaría en coche y les prepararía la cena? La mujer de la limpieza sólo iba dos veces por semana, hacía muchos años que India se ocupaba de todas las tareas domésticas y sin ella no se las arreglarían.

– ¿De cuánto tiempo hablamos?

Si sólo era una semana tal vez Gail accedería a sustituirla, pero India oyó suspirar a Raúl. Tenía la costumbre de hacerlo cada vez que se preparaba para decir algo que sabía que no le gustaría.

– De tres semanas, quizá cuatro – respondió finalmente.

India se sentó en un taburete y cerró los ojos. No quería perderse el reportaje, pero debía pensar en sus hijos.

– Raúl, sabes que no puedo. ¿Para qué me has llamado? ¿Para que me sienta fatal?

– Tal vez. Puede que un día de éstos te enteres de que el mundo necesita tu trabajo. No quiere que le muestren fotos bonitas, sino las injusticias que existen. Podrías convertirte en la persona que acabe con el asesinato de bebés en Corea.

– ¡No eres justo! – exclamó acalorada -. No tienes derecho a hacerme sentir culpable. Sabes que no puedo aceptar un encargo de cuatro semanas. Tengo cuatro hijos y un marido y no dispongo de ayuda.

– Contrata una niñera o divórciate. No puedes seguir sentada viendo pasar los años. Ya has desperdiciado catorce. Me extraña que todavía haya alguien dispuesto a ofrecerte trabajo. Eres tonta si desperdicias tu talento.

Sus palabras disgustaron a India.

– Raúl, no he desperdiciado catorce años. Tengo hijos sanos y felices precisamente porque cada día los llevo a la escuela, los recojo, asisto a sus actividades deportivas y les preparo la cena. Si en esos catorce años hubiera muerto, tú no estarías aquí para ocupar mi lugar.

– En eso tienes razón – reconoció él -. Pero tus hijos ya son mayores. Podrías volver a trabajar, al menos en reportajes como este. Tus hijos ya no son bebés. Estoy seguro de que tu marido lo entendería.

A juzgar por el episodio de la noche anterior, era imposible que Doug lo comprendiese. India ni siquiera consiguió imaginarse diciéndole que se iba un mes a Corea. Quedaba descartado en el contexto de su matrimonio.

– Raúl, no puedo y lo sabes. Sólo has conseguido hacerme sentir desgraciada – aseveró con tono nostálgico.

– Me alegro. Tal vez decidas volver al mundo real. Si con mi llamada lo consigo habré prestado un gran servicio a la humanidad.

– Tal vez. De todos modos, me siento halagada. No creo haber sido tan competente. Puedes estar seguro de que no prestarías un servicio a mis hijos.

– Muchas madres trabajan y sus hijos sobreviven.

– ¿Y si yo no sobreviviera?

India tenía el ejemplo de su padre, muerto cuando ella sólo contaba quince años. Nadie podía garantizar que no le sucedería lo mismo, sobre todo dada la clase de reportajes que la habían hecho famosa. El de Corea habría sido seguro en comparación con los realizados antes de casarse.

– No pasaría nada – aseguró Raúl -. Yo jamás te haría encargos de alto riesgo. Lo de Corea es algo peligroso, aunque no puede compararse con Bosnia u otros puntos candentes del planeta.

– Raúl, lo siento mucho, pero no puedo.

– Lo sabía. Llamarte fue una tontería, pero tenía que intentarlo. Ya encontraré otro fotógrafo, no te preocupes – dijo desilusionado.

– No te olvides completamente de mí – dijo India apenada.

Experimentó algo que hacía años no sentía. Deseaba cubrir ese reportaje y se sintió amargamente decepcionada por tener que descartarlo. Era la clase de sacrificio del que había hablado la víspera con Doug y este no le había dado la menor importancia. Su marido le había transmitido la sensación de que aquello a lo que había renunciado por él y por los niños no tenía el menor sentido.

– Si tardas mucho en volver a hacer algo significativo es posible que me olvide de ti. No puedes retratar eternamente a Papá Noel.

– Tal vez tenga que hacerlo. Consigue un reportaje más cercano, como el de Harlem.

– Sabes perfectamente que esos encargos son poco habituales y se los asignan a los fotógrafos de plantilla. Quisieron resaltar la importancia de ese artículo y tuviste suerte. – Raúl hizo una pausa, suspiró y apostilló -: Veremos qué consigo. Di a tus hijos que crezcan más rápido.

¿Y a qué velocidad crecería Doug, si es que maduraba? A juzgar por los comentarios de la víspera, no comprendía que su profesión había sido muy importante para India.

– Te agradezco que hayas pensado en mí. Deseo de todo corazón que encuentres un fotógrafo excelente.

India ya estaba preocupada por los bebés coreanos.

– Una excelente fotógrafa acaba de rechazar el encargo. Volveré a llamarte. No olvides que me debes el próximo reportaje.

– En ese caso ocúpate de que no tenga que trepar a la copa de un árbol en Bali.

– Hago lo que puedo. Cuídate.

– Tú también. Gracias por llamar. – Como si de pronto se acordara de algo, India añadió -: Por cierto, pasaré el verano en Cape Cod. Estaré julio y agosto enteros. ¿Tienes el número de teléfono?

– Sí. Avísame si haces buenas fotos de veleros. Las venderemos a Hallmark.

Había realizado ese trabajo cuando los niños eran muy pequeños. Le había gustado, pero Raúl se había puesto furioso. En lo que a él se refería, India era una valiosa reportera gráfica y no debía tomar fotos de nada ni de nadie que no estuviese sangrando, muerto o agonizante.

– No seas tan criticón. Sirvieron para pagar dos años de guardería.

– Eres imposible.

Colgaron, pero India no recobró la calma. Por primera vez en mucho tiempo tuvo la sensación de que le faltaba alguna cosa.


Aún estaba triste cuando por la tarde se encontró con Gail en el supermercado. Su amiga parecía más animada que de costumbre y llevaba falda y tacones. Al acercarse India notó que se había perfumado.

– ¿Adónde te habías metido? ¿Has ido de compras a la ciudad?

Gail meneó la cabeza, sonrió con complicidad y bajó la voz para responder:

– He comido con Dan Lewison en Greenwich. No está tan desesperado como me imaginaba. Lo pasamos francamente bien y bebimos un par de copas de vino. Es un encanto y si lo miras un rato acabas por encontrarlo muy atractivo.

– Me parece que has bebido más que dos copas de vino.

Lo que su amiga acababa de decir la deprimió. ¿Qué sentido tenía que comiese con Dan Lewison? No lo entendía.

– ¿Qué te ocurre?

Era raro que India estuviese desmoralizada. En general todo la entusiasmaba. Siempre le pedía a Gail que se animase y aseguraba que la vida era fantástica.

– Anoche discutí con Doug y mi representante acaba de telefonear para encargarme un reportaje en Corea. Por lo visto, la mafia de las adopciones mata a los niños que no consigue colocar.

– ¡Qué espanto! Puedes estar contenta de no tener que ir allí. – Puso cara de asco -. ¡Es francamente horroroso!

– Me habría encantado ese reportaje. Es muy interesante, pero requiere desplazarse por un período de tres a cuatro semanas. Tuve que rechazarlo.

– ¡Vaya novedad! ¿Por qué tienes tan mala cara?

El día anterior Gail había influido en India como nunca antes y los comentarios de Doug y la llamada de Raúl la habían deprimido todavía más.

– Anoche Doug dijo muchas tonterías acerca de que mi profesión era una especie de juego o pasatiempo, por lo que no había renunciado a nada importante. Ganarse la vida con la cámara fotográfica permite que cualquiera piense que podría hacerlo, siempre y cuando se tome la molestia.

Gail sonrió y no negó la verdad de ese comentario.

– ¿Qué le pasa a Doug?

Gail sabía que no solían discutir e India parecía muy afectada.

– No lo sé. Habitualmente no es tan insensible. Tal vez tuvo una jornada agotadora.

– O tal vez no quiere saber a qué renunciaste por él y por tus hijos. – Era precisamente lo que India temía y se sorprendió al comprender que le atribuía mucha importancia -. Tal vez deberías aclarar el asunto y hacer el reportaje en Corea.

Gail intentó provocarla y convencerla, pero India intuía que sería desaforado.

– No creo que los chicos tengan que sufrir porque Doug haya herido mis sentimientos. Además, no puedo dejarlos un mes. Dentro de tres semanas partimos para Cape Cod… Es imposible.

– En ese caso tendrías que aceptar el próximo encargo.

– Si lo hay. Supongo que Raúl está harto de telefonear para que le diga que no puedo.

Aunque lo cierto es que Raúl apenas la llamaba, pues muy pocos trabajos se adecuaban a sus limitaciones.

– Probablemente Doug se presentará en casa con un ramo de flores y te olvidarás de todo esto – afirmó Gail para tranquilizarla.

Compadeció a su amiga. India era inteligente, guapa, con talento y, como tantas mujeres, desaprovechaba la vida limpiando la cocina y haciendo infinitos trayectos en coche. Era la anulación de un talento extraordinario.

– Cenaremos en Ma Petite Amie. Tenía ganas de ir hasta que Doug me puso de mal humor.

– Bebe mucho vino y no te acordarás. Por cierto, el martes comeré de nuevo con Dan.

– Menuda tontería – espetó India y metió una caja de tomates en la cesta -. ¿Para qué te sirve?

– Me divierto. ¿Qué tiene de malo? No hacemos daño a nadie. Rosalie está enamorada de Harold. Jeff no se enterará y contará con toda mi dedicación las seis semanas que pasaremos en Europa.

A Gail le parecía una justificación infalible, pero India lo veía desde otra perspectiva.

– Sigo pensando que no tiene sentido. ¿Y si te enamoras de Harold?

Si lo que Gail necesitaba era enamorarse locamente podía ocurrir en cualquier momento. Pero ¿qué haría en ese caso? ¿Abandonar a Jeff? ¿Divorciarse? En opinión de India los riesgos no compensaban. En este aspecto eran muy distintas.

– No pienso enamorarme. Sólo nos divertimos. No seas aguafiestas.

– ¿Te molestaría que Jeff hiciese lo mismo?

– Me llevaría una sorpresa mayúscula – respondió Gail con expresión divertida -. Lo único que Jeff hace a la hora del almuerzo es acudir al podólogo o cortarse el pelo.

– ¿Y si no fuera así? ¿Y si cada uno engañara al otro?

Dado su estado de ánimo, a India le resultó francamente patético.

– Tienes que cortarte el pelo y hacerte la manicura o un masaje. Anímate. Dudo que rechazar un reportaje sobre niños asesinados en Corea deprima tanto. Sería mejor que te deprimieras por algo que realmente valga la pena perderse, por algo divertido… por una aventura… – añadió Gail.

Su amiga le tomaba el pelo y, muy a su pesar, India no pudo evitar sonreír.

– No sé por qué te aprecio, ya que eres la persona más inmoral que conozco – repuso India y la miró con afecto pese a que no estaba de acuerdo -. Si no te conociera y alguien me hablase de ti pensaría que eres una perdida.

– No, no te equivoques. Simplemente digo lo que hago y lo que pienso. Sabes que la mayoría de las personas lo ocultan.

Había algo de verdad en esas palabras, aunque Gail exageraba a la hora de manifestar sus opiniones con franqueza.

– De todos modos te quiero, pero un día de éstos te meterás en un buen lío y Jeff se enterará.

– No creo que le preocupe, a no ser que me olvide de recoger su ropa de la tintorería.

– Yo no estaría tan segura.

– Dan dice que hace dos años que Rosalie se acuesta con Harold y que no se dio cuenta hasta que se lo contó. Casi todos los hombres son así.

Repentinamente India se preguntó si Doug recelaría en el caso de que ella comiese con otro hombre. Quiso creer que le molestaría.

– Tengo que irme corriendo – dijo Gail -. Debo llevar a los niños al médico para que les hagan un chequeo antes del viaje a Europa. En cuanto volvamos irán de campamento y todavía no he rellenado las solicitudes.

– Si para variar te quedaras algún día en casa podrías hacerlo a la hora de comer – bromeó India.

Gail se despidió y correteó hasta la caja.

India terminó de comprar lo que necesitaba para el fin de semana. Evidentemente su vida no era muy emocionante, aunque tal vez Gail tenía razón. El reportaje en Corea habría sido muy deprimente. Habría querido volver rodeada de bebés coreanos para salvarlos de una muerte segura porque nadie quería adoptarlos.


Seguía con el ánimo por los suelos cuando por la tarde recogió a los niños. Jason y Aimee llevaron a sus amigos a casa y armaron tanto jaleo que nadie se dio cuenta de que ella apenas hablaba.

Preparó la merienda, la sirvió en la mesa de la cocina y decidió tomar un baño. Había contratado a una canguro y pensaba preparar la cena y alquilar vídeos para sus hijos. Para variar, disponía de un rato para sí misma y se relajó en la bañera mientras pensaba en su marido. Todavía la afectaba lo que había dicho la noche anterior y quería convencerse de que había tenido una jornada muy agitada en el despacho.

Cuando Doug llegó, su esposa lucía un vestido negro corto, calzaba tacones y se había recogido el largo cabello en un elegante moño.

Él se preparó un cóctel, que era lo que solía hacer los viernes por la noche, y cuando subió se alegró de verla.

– ¡Vaya, cariño, estás espectacular! – exclamó y bebió un trago de Bloody Mary -. Parece que has dedicado todo el día a arreglarte.

– Pues no. Sólo he tardado una hora. ¿Qué tal ha ido la jornada?

– Bastante bien. La reunión con el nuevo cliente fue sobre ruedas. Estoy seguro de que conseguiremos el trabajo. Será un verano muy ajetreado.

Era la tercera cuenta que le encargaban y le había comentado a su secretaria que podría considerarse afortunado si lograba ir a Cape Cod en agosto, pero esto no lo mencionó a India.

– Me alegro de que esta noche cenemos fuera – afirmó ella y le dirigió la misma mirada nostálgica que en el supermercado había cruzado con Gail. A diferencia de su amiga, su marido no la percibió -. Necesitamos una tregua o divertirnos.

– Por eso propuse que cenáramos fuera.

Doug sonrió y se llevó el Bloody Mary al cuarto de baño. Se duchó y se vistió para salir. Reapareció media hora después con el pantalón gris y la americana y la corbata azul marino que India le había regalado por Navidad.

Formaban una pareja impresionante cuando se despidieron de los niños. Diez minutos después llegaron al restaurante y se dirigieron a la mesa reservada.

Era un local pequeño y bonito y los fines de semana bullía de actividad. La comida era deliciosa y el ambiente acogedor y romántico. Precisamente lo que necesitaban para relajar las tensiones de la víspera.

India sonrió a su marido cuando el camarero descorchó la botella de vino francés. Doug lo cató y lo aprobó.

– ¿Qué has hecho hoy? – preguntó retóricamente Doug dejando la copa en la mesa, aunque sabía que se había dedicado a los niños.

– Me ha llamado Raúl López. – Su marido se sorprendió pero no mostró demasiada curiosidad. Las llamadas del representante se reducían cada vez más y en general no servían de nada -. Me propuso un reportaje muy interesante en Corea.

– Típico de Raúl. – Doug parecía divertirse y en modo alguno se sintió inquieto por la información -. ¿Cuál es el país al que intentó enviarte la última vez? ¿Zimbabue? Me sorprende que te siga llamando.

– Supuso que estaría dispuesta a aceptar. Es para la revista dominical del Times y tiene que ver con la mafia de adopciones que asesina bebés en Corea. Raúl dice que requiere tres o cuatro semanas de trabajo y le he dicho que no puedo.

– Desde luego. No puedes ir a Corea, ni siquiera tres o cuatro minutos.

– Es lo que respondí. – India esperó que su marido le agradeciese su negativa. Deseaba que entendiese a qué había renunciado y que le habría encantado realizar ese encargo -. Dijo que volverá a llamar para un artículo más accesible, como el reportaje de Harlem – añadió India.

– ¿Por qué no te borras de la lista de colaboradores de la agencia? Sería lo más sensato. ¿De qué te sirve que cuenten contigo y que Raúl te llame para encargarte reportajes que, de todos modos, no realizarás? Francamente, me sorprende que siga llamando. ¿Por qué insiste?

– Porque soy muy buena en mi trabajo y todavía intereso a los directores de los medios de comunicación – replicó ella -. Te aseguro que resulta muy halagador.

India buscaba algo a tientas e intentaba recurrir a Doug, pero éste no captaba el mensaje. En ese aspecto nunca se daba por enterado y la situación lo superaba.

– No tendrías que haber cubierto la noticia de Harlem. Probablemente creó la sensación errónea de que estás dispuesta a recibir ofertas.

Era evidente que Doug deseaba que la puerta de su profesión estuviera cerrada todavía con más firmeza. De pronto le interesó la posibilidad de abrirla, aunque sólo fuera un poquito, siempre y cuando consiguiese un encargo como el de Harlem.

– Fue un reportaje extraordinario y me alegró haber participado en él – aseguró mientras el camarero les entregaba la carta.

De repente se le pasó el hambre. Volvió a sentirse fatal. Por lo visto, Doug no lo entendía. Tal vez no era culpa suya, ya que ni ella misma estaba segura de comprender lo que le pasaba. De la noche a la mañana le faltaba algo a lo que prácticamente había renunciado hacía catorce años y pretendía que Doug lo supiese sin habérselo explicado.

– Me encantaría volver a trabajar, aunque sólo sea parcialmente, si consigo combinarlo con el resto de mis tareas. En todos estos años no había vuelto a pensar en el trabajo, pero empiezo a echarlo de menos.

– ¿A qué se debe?

– No lo sé muy bien – respondió con franqueza -. Ayer Gail insistió en que desperdicio mi talento. Hoy telefoneó Raúl y el reportaje es muy interesante.

La discusión de la víspera había añadido leña al fuego. De repente experimentó la necesidad de confirmar su existencia. Tal vez Gail tenía razón y se había convertido, lisa y llanamente, en criada, cocinera y chófer. Quizá había llegado el momento de recuperar su profesión.

– Gail es una metomentodo, ¿no crees…? ¿Te apetece comer mollejas?

Al igual que la noche anterior, Doug despojaba de sentido sus palabras, por lo que se sintió muy sola.

– Creo que todavía se arrepiente de haber abandonado su profesión. No tendría que haberlo hecho – aseguró India e ignoró la pregunta sobre las mollejas. Pensó que probablemente Gail no comería con Dan Lewison si tuviera algo mejor que hacer, pero no lo comentó con Doug -. Me considero privilegiada. Si regreso al mundo laboral podré elegir lo que haga. No estoy obligada a trabajar a jornada completa ni a ejercer mi profesión en Corea.

– ¿Qué intentas decir? – Doug había pedido la cena y la miró. No estaba nada contento de lo que acababa de oír -. ¿Intentas decir que quieres volver a trabajar? Sabes perfectamente que es imposible.

Ni siquiera le dio la posibilidad de responder a la pregunta.

– Nada me impide hacer algún reportaje local, ¿verdad?

– ¿Para qué? ¿De qué te servirá exhibir tus fotos?

Su marido logró que sonara tan superficial e inútil que estuvo a punto de sentirse incómoda por lo que acababa de plantear. Repentinamente la resistencia de Doug la empecinó.

– No se trata de exhibirme, sino de utilizar el talento que poseo.

Con sus preguntas incisivas el día anterior Gail había abierto las compuertas y desde entonces la cascada iba creciendo. El rechazo de Doug logró que la cuestión se volviese todavía más importante.

– Si tanto deseas desarrollar tu talento aplícalo con los niños – le espetó Doug con desdeño -. Siempre has hecho excelentes fotos de nuestros hijos. ¿No te basta eso o se trata de otra de las cruzadas de Gail? Por alguna razón me parece que tiene algo que ver con eso. Raúl te ha alterado. Sólo pretende ganar dinero. Que se aproveche de otros. Dispone de muchos fotógrafos a los que puede enviar a Corea.

– Estoy segura de que dará con alguien – opinó India quedamente mientras les servían el paté -. No creo ser insustituible, pero los niños crecen y considero que de vez en cuando podría aceptar un encargo.

– Déjate de tonterías. No necesitamos otro salario y Sam sólo tiene nueve años. Nuestros hijos te necesitan.

– Doug, no se me ocurriría pensar en abandonarlos, simplemente digo que el trabajo es importante para mí.

Necesitaba que su marido la entendiera. La víspera le había dicho a Gail que apenas le importaba haber renunciado a su profesión, pero después de escuchar a su amiga y a Raúl y ver la actitud de Doug la cuestión adquiría gran importancia. Su marido se negó a tomarla en serio.

– ¿Por qué es importante? No lo entiendo. ¿Qué tiene de importante tomar fotos?

India tuvo la impresión de que intentaba escalar una montaña y no avanzaba ni un centímetro.

– Es mi modo de expresarme, lo hago bien y me encanta, eso es todo.

– Bien, pues, fotografía a los niños. También puedes retratar a sus amigos y regalar las fotos a sus padres. Puedes hacer muchas cosas con la cámara sin necesidad de aceptar encargos.

– ¿No has pensado que tal vez me gustaría hacer algo significativo? Quizá me apetece tener la certeza de que mi vida tiene sentido.

– ¡Pero bueno! – Doug depositó el tenedor en el plato y la miró contrariado -. ¿Qué diablos te pasa? Estoy seguro de que la culpa de todo es de Gail.

– No tiene nada que ver con Gail. – Aunque intentó defenderse, India se sintió impotente -. Se trata de mí. En la vida hay algo más que recoger el zumo de manzana que los niños derraman.

– Hablas como Gail – la acusó Doug molesto.

– ¿Y si ella tiene razón? Hace muchas tonterías porque se siente inútil y su vida carece de sentido. Si se dedicara a algo inteligente no necesitaría hacer cosas que realmente no sirven para nada.

– Si intentas decirme que engaña a Jeff, lo sé hace años. Si Jeff es tan ciego que no lo ve, no es mi problema. Gail persigue a todo lo que lleve pantalones en Westport. ¿Me amenazas con la infidelidad? ¿Es lo que pretendes decir?

Doug estaba furioso.

El camarero les sirvió el segundo plato mientras la cena romántica se iba al garete.

– Por supuesto que no. – India se apresuró a tranquilizarlo -. No sé qué hace Gail – mintió para proteger a su amiga, si bien las aventuras de Gail no venían a cuento ni eran asunto de Doug -. Solo hablo de mí y digo que en esta vida necesito algo más que los niños y tú. Por muy poco importante que te parezca, en el pasado tuve una trayectoria brillante y es posible que quiera recuperarla para ensanchar mis horizontes en la vida.

– Pues no dispones de tiempo para ensanchar horizontes – aseguró Doug pragmáticamente -. Los niños te ocupan demasiadas horas a no ser que te dediques a contratar canguros o los dejes en manos de otra. ¿Es esto lo que se te ha ocurrido? Es la única manera en que puedes hacerlo y, si quieres que te sea sincero, no lo permitiré. Eres su madre y te necesitan.

– Lo sé y lo comprendo, pero hice el reportaje en Harlem sin desatenderlos. Puedo hacer otros encargos por el estilo.

– Lo dudo. Además, no creo que tenga sentido. Hiciste aquellos trabajos, te divertiste y maduraste. No se puede volver al pasado. Ya no eres una veinteañera sin responsabilidades. Eres una adulta casada y con hijos.

– Una cosa no excluye la otra siempre y cuando tenga claras las prioridades. En primer lugar está mi familia y el resto debe acoplarse.

– ¿Sabes una cosa? Al oírte me da la sensación de que confundes las prioridades. Tus palabras son increíblemente egoístas. Sólo quieres divertirte como tu amiguita, que engaña a su marido porque los hijos la aburren. ¿Es eso? ¿Te aburrimos?

Doug estaba muy ofendido y enfadado. India había fastidiado la cena y él cuestionaba su autoestima y su futuro.

– Es evidente que vosotros no me aburrís. No soy Gail.

– ¿Qué demonios persigue tu amiga? – Doug troceó enérgicamente el bistec -. No es posible que el sexo le guste tanto. ¿Qué pretende? ¿Humillar a su marido?

– Yo diría que no. Me parece que se siente sola e insatisfecha y la compadezco. Doug, no estoy diciendo que lo que Gail hace sea correcto. Me parece que le ha dado un ataque de pánico. Tiene cuarenta y ocho años, ha abandonado su profesión y en el futuro no ve más que traslados en coche de arriba abajo. Tú no lo comprendes. Estás en activo y jamás has tenido que renunciar a nada. Has incorporado facetas nuevas a tu vida.

– ¿Eso crees? ¿Gail opina lo mismo?

Doug parecía preocupado.

– Francamente, no. Estoy más satisfecha que Gail, pero también pienso en mi futuro. ¿Qué pasará cuando los chicos crezcan y se vayan de casa? ¿Qué haré? ¿Saldré a fotografiar a niños desconocidos en los parques cercanos a casa?

– Ya tendrás tiempo de pensarlo. De momento quedan nueve años con los niños en casa, tiempo de sobra para decidir a qué te dedicarás en el futuro. Tal vez nos mudemos a la ciudad, en cuyo caso podrás visitar los museos.

¿Eso era todo? ¿Visitar museos? Semejante opción de futuro le produjo escalofríos. India esperaba mucho más del futuro. Desde cierta perspectiva Gail acertaba. Al cabo de nueve años India quería hacer algo más que pasar el rato. Claro que nueve años después sería mucho más difícil reanudar su profesión, incluso en caso de que Doug se lo permitiera. A juzgar por sus comentarios, no estaba dispuesto a aceptar que volviese a trabajar.

– Los niños son demasiado pequeños para que te plantees la posibilidad de trabajar. Cuando sean mayores podrás trabajar en una galería de arte o algo parecido. ¿Para qué te preocupas ahora de estas cosas?

– ¿Qué haría? ¿Contemplar las fotos tomadas por otros y pensar que las mías son mejores? Tienes razón, de momento estoy ocupada, pero ¿qué pasará en el futuro?

A lo largo de las últimas veinticuatro horas la cuestión había adquirido tintes muy definidos para India.

– No asumas los problemas de los demás. Deja de hacer caso a esa mujer. Ya te he dicho que es una entrometida y una lianta. Se siente desgraciada, está decepcionada con la vida y sólo quiere crear dificultades.

– Gail no sabe lo que necesita – declaró India apenada -. Seguramente busca amor porque Jeff no la excita.

Se percató de que había sido demasiado explícita, pero no era grave porque Doug estaba al tanto de sus devaneos.

– A nuestra edad es absurdo buscar el amor – afirmó él severamente; bebió un trago de vino y fulminó a su esposa con la mirada -. ¿Qué tiene Gail en la cabeza?

– No creo que vaya tan errada. Yo diría que busca por un camino equivocado – respondió sin inmutarse -. Según dice, la deprime la idea de no volver a estar enamorada. Me temo que Jeff y ella no se aman apasionadamente.

– ¿Quiénes se aman apasionadamente después de veinte años de matrimonio? – preguntó con expresión contrariada, ya que la última frase de India le pareció ridícula -. A los cuarenta y cinco o cincuenta años nadie siente lo mismo que a los veinte.

– Tienes razón, pero puedes experimentar otras emociones. Con un poco de suerte sientes más que al principio.

– Sólo dices tonterías románticas y lo sabes.

India observó a su marido y experimentó una creciente sensación de pánico.

– ¿Consideras una tontería seguir enamorado de tu cónyuge quince o veinte años después de la boda?

A India le costó dar crédito a sus oídos.

– Creo que para entonces nadie está enamorado y, si tiene dos dedos de frente, tampoco espera estarlo.

– ¿Y qué esperas entonces? – repuso ella con voz quebrada mientras dejaba la copa sobre la mesa y miraba a su marido.

– Compañía, franqueza, respeto, alguien que cuide de los niños, alguien en quien confiar. Es todo lo que cabe esperar del matrimonio.

– La mujer de la limpieza o el perro te ofrecen las mismas cosas.

– ¿Qué supones que hay que esperar? ¿Corazones, ramos de flores y tarjetas del día de los Enamorados? Déjate de fantasías. Me cuesta admitir que creas en todo eso. Si respondes afirmativamente sabré que has pasado con Gail más horas de las que dices.

– Doug, no espero milagros, pero pretendo algo más que «alguien en quien confiar» y supongo que tú deseas algo más que «alguien que cuide de los niños». ¿Nuestro matrimonio tiene ese significado?

No tardaron en entrar en detalles.

– Tenemos algo que durante diecisiete años ha funcionado bien y que seguirá funcionando si no sacudes las estructuras con esa historia de tu profesión, los reportajes, los viajes a Corea y las chorradas de seguir como dos tortolitos después de tanto tiempo. Dudo que haya alguien así y creo que nadie tiene derecho a esperarlo.

India se sintió como si la hubieran abofeteado. Las palabras de Doug la horrorizaron.

– Si quieres que te sea franca, yo lo espero. Siempre lo he esperado e ignoraba que tú no eras del mismo parecer. Espero que estés enamorado de mí hasta el día en que te mueras porque, de lo contrario, nuestro matrimonio no tiene sentido. Espero que estés tan enamorado de mí como yo siempre lo he estado de ti. ¿Por qué crees que sigo aquí? ¿Por lo emocionante que es nuestra vida? Pues no lo es. Nuestra convivencia puede resultar muy tediosa y en ocasiones aburrida, pero sigo aquí por lo mucho que te quiero.

– Me alegra que lo digas, porque tenía mis dudas. No creo que, a estas alturas de la vida, alguien se haga demasiadas ilusiones románticas. El matrimonio no tiene nada de romántico.

– ¿Estás seguro? – India decidió jugarse el todo por el todo. Puesto que en una noche Doug había hecho añicos casi todos sus sueños, ¿por qué no llegar hasta el final? ¿Cambiaría significativamente la situación? -. Podría serlo, ¿no te parece? Tal vez la gente no se esfuerza lo necesario ni piensa lo suficiente en la fortuna que significa tenerse el uno al otro. Es posible que si Jeff se esforzara y pensase más Gail no compartiría la comida y Dios sabe qué más con los maridos de otras.

– Estoy seguro de que, más que un fracaso por parte de Jeff, esa actitud tiene que ver con la integridad y la moralidad de Gail.

– Yo no pondría las manos en el fuego. Puede que Jeff sea un hombre estúpido – espetó India.

– No; Gail es la estúpida porque todavía abriga ilusiones pueriles sobre el amor y el romance. Sabes perfectamente que no son más que tonterías.

Ella guardó silencio y asintió con la cabeza. Sabía que si hablaba se echaría a llorar o se levantaría y se iría. Continuó sentada hasta que acabaron de cenar y hablaron de naderías.

Esa noche India oyó cosas más que suficientes para toda una vida. En una sola velada Doug cuestionó sus creencias, destrozó sus sueños cuando le explicó qué opinaba del matrimonio y, sobre todo, de ella. La consideraba alguien en quien confiar, alguien que cuidaba de sus hijos. Durante el regreso se planteó llamar a Raúl y aceptar el reportaje en Corea, pero no podía hacerle eso a sus hijos por muy enfadada o decepcionada que estuviese con su marido.

– Esta noche lo he pasado bien – aseguró Doug cuando estaban a punto de llegar a casa. India procuró no pensar en el nudo que tenía en el estómago -. Me alegro de que hayamos aclarado la cuestión de tu profesión. Supongo que ahora sabes qué pienso al respecto. Considero que la semana que viene debes llamar a Raúl y darte de baja en la agencia.

Ella tuvo la sensación de que Doug esperaba que cumpliese sus órdenes. El oráculo había hablado. Nunca la había tratado así, aunque lo cierto es que en el pasado ella tampoco lo había cuestionado.

– Sé lo que piensas sobre muchas cosas – repuso India en voz baja.

Permanecieron un rato en el coche y finalmente Doug apagó el motor.

– India, no permitas que Gail te llene la cabeza de tonterías. Dice muchos disparates con tal de justificar su comportamiento y, si te convence, mejor para ella. Aléjate de Gail. Te altera.

Era mentira. No era Gail quien la alteraba, sino él. Había dicho cosas que la perturbarían durante años y que jamás olvidaría. No la amaba, tal vez nunca la había amado. En su opinión el amor era cuestión de adolescentes y de insensatos.

– Tarde o temprano tenemos que madurar – afirmó Doug, abrió la portezuela del coche y miró a su esposa -. El problema es que Gail no ha madurado.

– Ella no, pero tú sí, ¿verdad?

India se expresó con profunda tristeza y, al igual que la víspera y esa noche en el restaurante, Doug no captó el significado. En veinticuatro horas había definido lo que para él era el matrimonio, había pasado por alto la importancia de la trayectoria profesional de India y lo que era más importante le había transmitido que no la amaba o, como mínimo, que no estaba enamorado de ella. India no sabía qué pensar, qué sentir o cómo continuar igual que antes sin que la afectase.

– Ese restaurante me encanta. ¿Qué opinas? – preguntó Doug mientras entraban -. La cena estaba mejor que otras veces.

En la casa reinaba el silencio e India supuso que sólo Jessica seguía despierta. Seguramente los demás dormían. Habían estado mucho rato fuera y Doug había necesitado varias horas para destruir la última y más querida ilusión de su esposa. Doug habló sin reparar en el daño que le había infligido. Se comportó como el iceberg que hundió al Titanic. India se preguntó si su barco se hundiría. Costaba pensar que se mantendría a flote, aunque tal vez ella debería seguir adelante como alguien en quien confiar, estable y una buena compañía. Era lo que Doug quería y esperaba. No quedaba espacio para su corazón y su alma ni tenía con qué alimentarlos.

– Estuvo bien. Muchas gracias por la invitación – dijo India y subió a ver a sus hijos.

Estuvo un rato con Jessica, que estaba viendo la tele. Tal como había supuesto, los demás dormían, así que pasó por sus habitaciones y se dirigió a su dormitorio. Doug se desvestía y la contempló con ceño. Percibió algo muy extraño en la postura de su esposa.

– ¿Sigues alterada por las tonterías que te dijo Gail?

India vaciló un segundo y negó con la cabeza. Doug era tan ciego y sordo que no se percató del daño que había provocado a su esposa y su matrimonio. No tenía sentido seguir hablando ni dar explicaciones. Lo miró y supo con certeza que nunca olvidaría ese momento.

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