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Cuando India despertó el sol brillaba y el océano relumbraba como si estuviese salpicado de plata. Entró en la cocina y vio a sus hijos levantados y preparándose los cereales del desayuno. Se había puesto una camiseta, pantalón corto y sandalias, y llevaba el pelo recogido con dos pinzas de carey. Aunque no lo sabía, estaba muy guapa.

– ¿Qué planes tenéis? – inquirió.

Preparó la cafetera. Le parecía absurdo hacer café sólo para ella, pero le encantaba sentarse en la terraza con una taza de café, leer y contemplar de rato en rato el océano. Era otro de sus pasatiempos preferidos en Cape Cod.

– Me acercaré a casa de los Boardman – se apresuró a responder Jessica.

Los Boardman tenían tres chicos mayores que su hija y una adolescente de su edad. Habían crecido codo a codo, Jessica los adoraba y los muchachos le resultaban muy interesantes porque dos cursaban estudios secundarios y el tercero estaba en primer año de universidad.

Jason tenía un amigo calle abajo, al que la víspera había telefoneado y con quien quedó para pasar la jornada. Aimee quería ir a nadar a casa de una amiga e India se comprometió a llamar y arreglarlo en cuanto se bebiese su taza de café. A Sam le apetecía caminar por la playa con su madre y con Crockett, el labrador. La propuesta le resultó interesante y aceptó hacerlo un poco más tarde. Entretanto, Sam decidió sacar los juguetes del año anterior y la bicicleta.

A las diez ya no quedaba nadie en casa. Sam y su madre bajaron la escalera que conducía a la playa con el perro pisándoles los talones. Sam había llevado una pelota y la lanzaba a Crockett. El perro la recuperaba fielmente incluso cuando el niño la arrojaba al agua. India caminó encantada y los observó con la cámara colgada del hombro. Después de treinta años parecía formar parte de su cuerpo y a sus hijos les resultaba difícil imaginarla sin la cámara.

Habían recorrido un kilómetro y medio cuando se encontraron con los primeros conocidos. La temporada acababa de empezar y todavía había pocos veraneantes. Se topó con un matrimonio que Doug y ella conocían desde hacía años. Eran médicos y vivían en Boston. El marido era mayor que Doug y la esposa tenía un par de años más, rondaba la cincuentena. Su hijo estudiaba Medicina en Harvard y los dos últimos años no había veraneado en Cape Cod debido a sus estudios. Sus padres estaban orgullosos de que hubiese decidido seguir sus pasos. Jenny y Dick Parker sonrieron en cuanto los vieron.

– Me preguntaba cuándo llegaríais – comentó Jenny muy contenta.

Como de costumbre, India había recibido una tarjeta navideña de los Parker, aunque en invierno casi nunca se comunicaban. Sólo se veían en verano en Cape Cod.

– Llegamos anoche – les informó India -. Doug no vendrá hasta dentro de dos semanas. Tiene muchos clientes nuevos.

– ¡Qué pena! – exclamó Dick mientras jugaba a boxear con Sam y el perro ladraba agitado, dando vueltas alrededor de ellos -. El Cuatro de Julio celebramos una fiesta y pensé que vendríais. Supongo que asistirás aunque no venga tu marido. Trae a los niños. Como el año pasado quemé las costillas y las hamburguesas, Jenny me ha obligado a contratar un servicio de catering.

– Pero los filetes te salieron de maravilla – declaró India sonriente, pues recordaba las costillas quemadas y las hamburguesas carbonizadas.

– Eres muy amable. – Dick sonrió; se alegraba mucho de ver a India. Siempre había sentido debilidad por sus hijos, como manifestaba el modo en que jugaba con Sam -. Os espero a todos.

– Iremos con mucho gusto. ¿Quién más ha llegado? – quiso saber India.

Jenny enumeró a los veraneantes. Ya habían llegado unos cuantos de los habituales, lo que era agradable para los chicos.

– El Cuatro de Julio vendrán algunos amigos – dijo Jenny. Siempre tenían la casa llena de amistades, pero en esta ocasión estaba impaciente por decir a India quiénes eran sus invitados -. Nos visitarán Serena Smith y su marido.

– ¿La escritora? – India se sorprendió.

Con sus tórridas novelas Serena Smith siempre figuraba en la lista de libros más vendidos. India suponía que se trataba de una mujer muy interesante.

– Estudiamos juntas – comentó Jenny -. Al pasar los años perdimos el contacto, pero en la universidad fuimos buenas amigas. Este año nos reencontramos en Nueva York. Es muy divertida y su marido me cae bien.

– Y cuando veas su velero quedarás boquiabierta – apostilló Dick con admiración -. A bordo de él han dado la vuelta al mundo. Es espectacular. Navegarán desde Nueva York con varios amigos y piensan pasar una semana por aquí. Tienes que traer a los niños para que vean el barco.

– Avísanos cuando llegue – pidió India.

Dick sonrió.

– No creo que haga falta. Es imposible ignorar el velero. Mide cincuenta metros de eslora y la tripulación consta de nueve miembros. Viven como reyes, pero son encantadores. Estoy seguro de que te caerán bien. Es una pena que Doug no pueda conocerlos.

– Lamentará perdérselo – dijo India con amabilidad.

No tenía por qué explicar que a Doug le bastaba mirar una embarcación para marearse. A ella no le ocurría lo mismo y sabía que a Sam le encantaría visitar el velero.

– Estoy seguro de que Doug sabe quién es Paul Ward. Se dedica a la banca internacional.

En los últimos años Paul Ward había ocupado dos veces la portada de Time e India había leído artículos sobre él en el Wall Street Journal. Jamás lo había relacionado con Serena Smith y supuso que rondaba los cincuenta y cinco años.

– Me encantará conocerlos. Este año no nos privamos de nada, ¿verdad? Hasta tenemos escritoras famosas, grandes yates y financieros internacionales. Por comparación los demás resultamos aburridos.

Sonrió a los Parker, que siempre se rodeaban de gente interesante.

– Querida, yo no diría que eres precisamente aburrida – aseguró Dick sonriente y la abrazó. Compartían la pasión por la fotografía. Dick sólo era un aficionado, pero había realizado algunos bonitos retratos de sus hijos -. ¿Este invierno has hecho algún reportaje?

– Desde el trabajo de Harlem no he hecho nada – replicó con pesar y le habló del reportaje en Corea.

– Habría sido muy duro – comentó Dick.

– No podía dejar un mes a los chicos. Cuando Doug se enteró se puso furioso. Con franqueza, me dijo que no quiere que realice más encargos.

– Sería lamentable que con el talento que atesoras no hagas nada – aseguró él pensativo mientras Jenny hablaba con Sam de los deportes que había practicado durante el invierno -. Debes convencerle de que te deje trabajar más asiduamente – añadió con seriedad, por lo que India recordó la fatídica cena.

– Doug no comparte tu perspectiva – dijo, y sonrió apenada a su viejo amigo -. Tengo la penosa sensación de que para él trabajo y maternidad son incompatibles.

Algo en la mirada de India indicó a Dick que estaba pisando un terreno peligroso.

– Dejemos que Jenny lo convenza. Hace cinco años le propuse que se retirara y casi me mata. Pensé que trabajaba demasiado porque, además de las intervenciones quirúrgicas, se dedicaba a la docencia. Estuvo a punto de separarse de mí y dejarme plantado. Me parece que no volveré a intentarlo hasta que cumpla los ochenta.

Dick miró con afecto a su esposa.

– No se te ocurra ni siquiera entonces – advirtió Jenny que sonrió a su marido y se sumó a la conversación -. Seguiré dando clases como mínimo hasta cumplir los cien años.

– Ya lo creo – dijo Dick y sonrió a India.

La belleza y la naturalidad de India siempre lo sorprendían. Ella no era consciente del efecto que ejercía en los demás. Estaba tan acostumbrada a mirar a través del visor que no se le ocurría pensar que alguien la observara. India le habló de la nueva cámara que había comprado, le dio detalles sobre las especificaciones técnicas y le aseguró que se la dejaría probar. Se había acordado de llevarla a Cape Cod. A Dick le encantaba visitar el cuarto oscuro de India, y allí había aprendido a revelar fotos. El talento de su amiga siempre lo había impresionado mucho más que a Doug, que desde hacía años no le atribuía la menor importancia.

Los Parker debían volver a casa pues esperaban la llegada de unos amigos. India se comprometió a visitarlos con Sam un par de días después y añadió que pasasen por su casa cuando quisieran.

– ¡No te olvides de la fiesta del Cuatro de Julio! – le recordaron mientras se alejaba con Sam y el perro brincaba a sus espaldas.

– ¡Allí estaremos! – exclamó India, saludó y se alejó con Sam de la mano.

Dick Parker comentó con su esposa lo mucho que se alegraba de verlos.

– Es absurdo que Doug no quiera que trabaje – dijo Jenny mientras avanzaban por la playa y pensó en lo que India les había comentado -. No es una fotógrafa de poca monta y antes de casarse realizó reportajes memorables.

– Tienen muchos hijos.

Dick intentó ponerse en la piel de los dos. Siempre había sospechado que Doug no daba importancia a la labor de su esposa. Casi nunca mencionaba las fotos de India ni las alababa.

– ¿Qué quieres decir? – A Jenny no le parecía motivo suficiente para que India rechazara todos los encargos -. Podrían contar con ayuda para el cuidado de los niños. No es justo que India haga eternamente de niñera para aplacar el orgullo de Doug.

– ¡Está bien, está bien, Atila!, te he entendido – bromeó Dick -. Díselo a Doug, pero a mí no me grites.

– Discúlpame. – Jenny sonrió a su marido cuando éste la cogió del hombro. Estaban casados desde que estudiaban en Harvard y se querían apasionadamente -. Me molesta que los hombres adopten esas posturas tan injustas. ¿Y si India le pidiera que dejase el trabajo y se ocupara de los niños? Pensaría que se ha vuelto loca.

– ¡No me digas! Doctora Parker, sea más explícita.

– De acuerdo. Reconozco que Simone de Beauvoir fue mi modelo. Mátame si quieres.

– Da la casualidad de que te quiero aunque tengas opiniones muy firmes sobre muchísimos temas.

– ¿Me amarías si no las tuviera?

A Jenny le bastaba fijarse en su esposo para que se le encendiese la mirada. Era evidente el amor que se profesaban.

– Probablemente no te amaría tanto y me habría hartado hace años.

Estar casado con Jenny Parker había sido de todo menos aburrido. Lo único que Dick lamentaba era no tener más hijos. Jenny siempre había estado muy ocupada con su trabajo para ser madre más de una vez y Dick estaba orgulloso de su único hijo. Phillip era igual a su madre y estaban convencidos de que se convertiría en un excelente médico. De momento, quería especializarse en pediatría; los niños lo adoraban y sus padres consideraban que era una buena elección.

Mientras continuaban el paseo por la playa Sam hablaba de los Parker con su madre. Los quería mucho y los comentarios de Dick sobre el velero no cayeron en saco roto.

– ¿Has oído que unos amigos vendrán en velero para asistir a la fiesta del Cuatro de Julio? – preguntó India y Sam asintió con la cabeza -. Es un barco enorme.

– ¿Podremos subir? – preguntó el niño con interés.

Sam adoraba los barcos y ese verano tomaría clases de vela en el club náutico.

– Supongo que sí. Dick ha dicho que nos llevaría.

Semejante posibilidad llenó de emoción a Sam. Por su parte, India deseaba conocer a Serena. Había leído dos o tres novelas suyas y le habían encantado, pero no había tenido tiempo de disfrutar con las más recientes.

Llegaron al final de la playa y emprendieron el regreso paseando por el borde del agua. Sam lanzaba la pelota y Crockett la recuperaba.

Cuando arribaron a casa no había nadie, así que India preparó la comida y luego salieron en bici. Visitaron las casas de amigos e hicieron un alto para saludar. Era fantástico estar en un sitio querido y rodeados de conocidos. Cape Cod era el lugar perfecto para todos. En la última casa que visitaron Sam coincidió con todos sus amigos e India accedió a que se quedase a cenar.

Regresó sola y al llegar oyó sonar el teléfono. Pensó que podía ser Doug y titubeó antes de responder. No tenía ganas de hablar con él. Pero era Dick Parker.

– Los Ward acaban de telefonear – informó entusiasmado -. Llegan mañana. Mejor dicho, Paul llega mañana con un grupo de amigos. Serena vendrá en avión el fin de semana. Quería que lo supieras y que trajeses a Sam. Paul dice que llegará por la mañana. Ya te avisaremos.

– Se lo diré a Sam – replicó India.

Se dirigió a la cocina y se preparó un plato de sopa. Ninguno de sus hijos cenó en casa, aunque llamaron para avisar. La independencia de los niños le sentó bien. Era una de las cosas que más apreciaba de las estancias en Cape Cod. Se trataba de una comunidad segura, formada por personas que conocía y en quienes confiaba. Prácticamente no había forasteros y muy pocos alquilaban casas en verano. Los propietarios adoraban tanto el lugar que no veraneaban en otros sitios. Era uno de los motivos por los que Doug no tenía ganas de visitar Europa y, hasta cierto punto, India no se lo reprochaba.

Cuando Sam apareció su madre le dijo que el velero llegaría por la mañana.

– Han prometido avisarnos en cuanto atraque.

– Espero que no se olviden – murmuró Sam preocupado mientras India lo arropaba, lo besaba e insistía en que estaba segura de que sus amigos no olvidarían avisarles.

Los demás regresaron poco después. India les sirvió palomitas y limonada. Estuvieron charlando y riendo en la terraza hasta que, uno tras otro, se fueron a dormir. Doug no telefoneó e India tampoco. Estaba contenta de disponer de tiempo para sí y se metió en el cuarto oscuro en cuanto los chicos se durmieron.

Era tarde cuando por fin entró en su dormitorio. Contempló la luna llena que se reflejaba en el agua. El firmamento estaba salpicado de miles de estrellas. Hacía una noche perfecta, estaba en un sitio adorable y añoró fugazmente a Doug. Tal vez, después de todo, sí sería agradable tenerlo a su lado, pese a las diferencias que les separaban y a su deprimente opinión acerca del matrimonio. India no quería ser, simplemente, una «compañía en quien confiar», detestaba esa idea. Deseaba ser la mujer amada y aún soñaba con esa posibilidad. Le dolía pensar en la poca importancia que le daba Doug. Tal vez aquella noche no hablaba realmente en serio, pensó esperanzada mientras observaba el firmamento y el sueño la vencía. Era imposible que hablase en serio… ¿Todo era tan rígido e inmutable? Aspiraba a ser mucho más que la cuidadora de sus hijos. Deseaba correr por la playa a la luz de la luna, cogida de la mano de Doug, dejarse caer en la arena y besarse como de jóvenes lo habían hecho en Costa Rica. No podía creer que Doug lo hubiese olvidado y se hubiera distanciado tanto de esos sueños. ¿Adónde había ido a parar aquel joven de veinte años que una vez conoció en el Cuerpo de Paz? El servicio en ese organismo se convirtió en una especie de error de juventud para Doug y los veinte años transcurridos lo habían transformado en una persona muy distinta. Ya no era el mismo. Según decía, había madurado. Y en el proceso de maduración había perdido algo…, algo que India amaba intensamente. Lo quería tanto que renunciaría a toda su vida por él. India también había cambiado, aunque no tanto como para olvidar qué había sido. La situación era muy penosa para ambos. Se quedó dormida mientras los pensamientos se agolpaban y no despertó hasta la mañana siguiente.

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