8

Doug e India pasaron el día en la playa. Sus hijos y sus amigos aparecieron y desaparecieron. Por la noche, Doug los llevó a cenar a un restaurante especializado en carnes al que iban todos los años. Disfrutaron mucho de la salida.

Cuando regresaron Doug e India hicieron finalmente el amor. A ella hasta el acto sexual le resultó distinto: serio y metódico, como si a Doug le diera lo mismo que ella disfrutase. Su marido sólo quería acabar de una vez y cuando se giró para decirle que le quería, India descubrió que estaba dormido. No fue precisamente un fin de semana estelar.

En cuanto los niños salieron por la mañana Doug miró a su esposa con expresión de sorpresa.

– India, ¿tienes algún problema? – preguntó con mordacidad mientras ella le servía otra taza de café -. Te comportas de una manera extraña.

Doug no quiso añadir que por teléfono también la había notado rara.

India lo miró y no supo qué responder.

– No lo sé. He reflexionado mucho, pero no creo que sea el momento adecuado para hablar del tema.

Ya había tomado la decisión de no plantear la cuestión del trabajo hasta que Doug se instalase en Cape Cod. No quería arrojarle una bomba justo antes de que regresara en coche a Westport. Sabía que necesitarían tiempo para aclarar las cosas.

– ¿Qué te preocupa? ¿Pasa algo con los chicos? ¿Tienes problemas con Jess?

Durante el invierno Jessica había discutido muchas veces con su madre; a Doug le costaba creer que en la vida hubiera algo más que los hijos.

– No, Jess está muy bien. Es una gran ayuda. Todos me ayudan. No tiene nada que ver con los niños, se trata de mí. Últimamente no he dejado de pensar.

– Suéltalo de una vez – declaró Doug con impaciencia y la observó atentamente -. Sabes que detesto que hagas esto. ¿A qué viene este misterio? ¿Tienes una aventura con Dick Parker?

Sólo se trataba de una broma. Doug era incapaz de concebir que su esposa lo engañase. Además, tenía razón, no se le ocurriría hacer algo así. Confiaba plenamente en ella. India pensó que su marido jamás se enteraría de lo atractivo que le resultaba Paul Ward y tampoco hacía falta que se lo contara. Se trataba de una cuestión sin importancia y sin repercusión alguna en sus vidas.

– He pensado mucho en mi vida y en lo que quiero hacer.

– ¿A qué demonios te refieres? ¿Pretendes escalar el Everest o cruzar el polo Norte en un trineo tirado por perros?

Doug habló como si resultase inconcebible que India pudiera hacer algo valioso o emocionante. Tenía razón, ya que en los últimos catorce años sólo se había dedicado casi exclusivamente a criar a sus hijos. Se había convertido exactamente en lo que él pretendía: una compañía fiable que cuidaba de los niños.

Ella decidió poner fin al juego del gato y el ratón.

– La noche que estuvimos en Ma Petite Amie me desautorizaste en todo lo que dije. Jamás me he considerado una compañía y alguien fiable que cuida de los niños. Las ilusiones que tenía con respecto a nosotros eran más románticas.

Aunque le dolió reconocerlo, aquél había sido el detonante, sumado a que Doug se negaba de plano a considerar siquiera que trabajase y a comprender sus sentimientos. A pesar de todo le costó mucho expresarse.

– India, ya está bien. Eres demasiado sensible. Ya sabes a qué me refería. Intentaba decir que no quedan muchos elementos románticos después de diecisiete, quince o incluso diez años de matrimonio.

– ¿Por qué? – Ella lo miró a los ojos y tuvo la sensación de que por primera vez lo veía con toda claridad -. ¿Por qué no hay elementos románticos al cabo de diecisiete años de matrimonio? ¿Requiere demasiados esfuerzos?

– Son cosas de críos y lo sabes. Después de un tiempo desaparecen. No puede ser de otra manera. El trabajo y mantener a la familia te agotan, lo mismo que coger todas las tardes el tren de las seis para volver a casa. Llegas cansado y no quieres hablar con nadie, ni siquiera con tu esposa. Dime qué tiene de romántico.

– No mucho. Doug, no hablo de estar agotado, sino de sentimientos. Me refiero a amar a alguien y conseguir que se sienta amado. Ni siquiera sé si todavía me quieres.

Mientras hablaba se le llenaron los ojos de lágrimas y Doug se mostró incómodo y bastante sobresaltado.

– Sabes que sí. Has dicho una tontería. ¿Qué esperas de mí? ¿Pretendes que todas las noches te traiga un ramo de flores?

Las palabras de su esposa lo habían irritado.

– Claro que no, pero me encantaría que ocurriera una vez al año. Ya no recuerdo la última vez que me trajiste flores.

– Fue el año pasado para celebrar nuestro aniversario. Me presenté con un ramo de rosas.

– Tienes razón. Ni siquiera me llevaste a cenar, dijiste que ya saldríamos este año.

– Hace una semana te llevé a Ma Petite Amie, y allí empezaron tus quejas. Si el resultado es éste, salir no me parece tan buena idea.

– He reflexionado sobre mi vida y me pregunto a cambio de qué abandoné mi profesión. Sé que lo hice por mis hijos. Lo que ya no tengo tan claro es si la abandoné por un hombre que me quiere y aprecia lo que hago.

Planteaba una duda legítima e India esperaba una respuesta sincera.

– Conque esas tenemos ¿eh? ¿Quieres volver a trabajar? Ya te he dicho que es imposible. ¿Quién se ocupará de los niños? Económicamente no tiene sentido. Tendríamos que contratar a una mujer que ni siquiera los cuidaría bien y que nos saldría más cara que tu salario. India, si mal no recuerdo el trabajo te permitió obtener algunos galardones y reconocimientos, pero casi no ganaste dinero. ¿De qué carrera hablas? ¿Te refieres a la trayectoria de una joven recién salida del Cuerpo de Paz, una joven sin responsabilidades ni necesidad de encontrar trabajo remunerado? Ahora tienes un trabajo real, que consiste en cuidar de nuestros hijos, y si crees que tienes que volver a recorrer el mundo más vale que prestes atención a lo que haces. Cuando regresaste a Nueva York hicimos un pacto. Decidimos casarnos y que trabajarías hasta tener hijos. Después te ocuparías de ellos. Quedó muy claro, no pusiste pegas y ahora, catorce años después, pretendes desdecirte. ¿Sabes una cosa? No puedes volverte atrás.

Parecía que Doug iba a marcharse furioso, pero India no estaba dispuesta a permitírselo. Echaba chispas por los ojos. Doug no tenía derecho a comportarse de ese modo. En ningún momento había reconocido que la quería y había desviado hábilmente el tema.

– ¿Crees que puedes decirme lo que debo y no debo hacer? Mi decisión también cuenta. He cumplido el pacto tanto como he podido. Escúchame bien, he sido justa y te he dado más de lo que pedías. Pero ya no soy feliz. Tengo la sospecha de que he renunciado a demasiadas cosas y a ti eso te importa un bledo. En tu opinión mi trabajo es un pasatiempo sin importancia. Al menos es lo que dices y lo que demuestras. Si hubiera continuado probablemente a esta altura habría ganado el Pulitzer. Doug, no es una tontería, sino algo muy importante a lo que renuncié para cuidar de nuestros hijos.

– Si era lo que realmente querías tendrías que haberte quedado donde estabas, en Zimbabue, Kenia o donde fuese, en vez de regresar para casarte conmigo y tener cuatro hijos.

– Si me dejaras podría hacerlo todo.

– Jamás lo permitiré. Será mejor que lo asumas porque no estoy dispuesto a volver a discutir este asunto. India, con o sin el maldito Pulitzer, tu carrera se acabó. ¿Me has entendido?

– No creo que sea mi carrera lo que ha terminado, sino otra cosa – declaró con valentía.

Las lágrimas resbalaban por las mejillas de India, pero intentaba contener los sollozos. Doug no cedió un milímetro. No lo consideraba necesario. Tenía su carrera, su vida, su familia y una esposa que se ocupaba de sus hijos, todo tal como siempre lo había deseado. ¿Y qué tenía India?

– ¿Me estás amenazando? – inquirió Doug cada vez más furibundo -. India, no sé quién te ha metido semejantes ideas en la cabeza, tal vez el imbécil de Raúl, la casquivana de Gail o puede que hasta Jenny… Da igual quien te haya convencido, será mejor que le digas que lo olvide. En lo que a mí respecta nuestro matrimonio se basa en que cumplas tu parte del pacto. Y eso no es negociable.

– Doug, no soy un negocio. No soy un acuerdo al que llegas con un cliente. Soy un ser humano y tienes que saber que no me satisfaces emocionalmente y que me volveré loca si mi vida sólo consiste en acompañar cada mañana a la escuela a Sam, Aimee y Jason. La vida consiste en algo más que pudrirme en Westport, morirme de aburrimiento y esperarte con la cena en la mesa.

India sollozó, pero Doug no se inmutó, sólo incrementó su cólera.

– Hasta ahora no te habías aburrido. ¿Qué diablos te ha pasado?

– He madurado y los niños ya no dependen tanto de mí. Tú tienes tu vida y yo necesito la mía, la necesito más que nunca. Me siento sola y hastiada. Tengo la sensación de que pierdo el tiempo. Quiero hacer algo inteligente, algo distinto que dedicarme a los demás. Necesito otra cosa. Durante catorce años dejé de lado mis necesidades y me hace falta algo para seguir avanzando. ¿Pido demasiado?

– No te entiendo. Es una locura.

– No, no es una locura, pero lo será si no me haces caso – añadió a la desesperada.

– India, te hago caso, pero lo que oigo no me gusta. Creo que te has equivocado.

Casi nunca discutían, pero en ese momento India estaba muy agitada y la furia dominaba a Doug. No estaba dispuesto a ceder ni un ápice e India lo sabía. No había salida.

– ¿Por qué no permites que haga un par de reportajes de encargo? Es probable que salga bien. Dame esa oportunidad.

– ¿Para qué? Ya sé lo que pasará. Recuerdo perfectamente lo que sucedía antes de casarnos. Vivías en la copa de un árbol, hablabas por teléfonos de campaña y te dedicabas a esquivar francotiradores. Por favor, ¿realmente quieres volver a las andadas? ¿No crees que tus hijos merecen tener una madre? ¿Eres tan egoísta?

– No creo ser ni la mitad de egoísta que tú. ¿Podrán estar contentos de su madre si no tengo autoestima y me siento abatida a causa del aburrimiento y la soledad?

– India, si esto es lo que quieres búscate otro marido.

– ¿Lo dices en serio?

Ella lo miró con desconcierto y se preguntó si Doug sería capaz de llegar a esos extremos. Probablemente lo haría. Pero la pregunta y la expresión de su esposa lo calmaron un poco.

– No estoy seguro. Es posible. Tengo que pensarlo. Si realmente es lo que quieres y si estás tan decidida a conseguirlo tendremos que replantearnos nuestro matrimonio.

– Me cuesta creer que estés dispuesto a sacrificar nuestra vida en común simplemente porque te niegas a llegar a un acuerdo y, para variar, a pensar un poco en lo que siento. Hace demasiado tiempo que hago las cosas a tu manera. Tal vez haya llegado la hora de probar la mía.

– Ni siquiera piensas en tus hijos.

– Claro que sí. Hace muchísimo tiempo que pienso en ellos y ahora me toca ocuparme de mí.

India jamás había dicho algo semejante. Era evidente que, dada la situación, Doug no reconocería que la quería. Ciertamente, al escucharla casi tuvo la certeza de que no la amaba, le resultaba imposible. Desde su perspectiva, India incumplía el pacto que habían hecho, ponía a los hijos en la picota y hacía peligrar su matrimonio. Y él no quería nada de eso.

India estaba tan desesperada que hizo un último intento:

– Doug, mi profesión no es simplemente un trabajo, sino una manifestación artística. Forma parte de mí. Es la manera en que expreso lo que hay en mi mente, mi corazón y mi alma. Por eso siempre llevo la cámara. La necesito para que su luz me ilumine. Percibo con el corazón lo que tú ves con los ojos. Hace muchos años que renuncié a ello pero ahora necesito recuperarlo. He descubierto que añoro demasiado esa parte de mi ser. Tal vez la necesito para ser quien soy. No lo tengo muy claro. Apenas lo entiendo, solamente sé que para mí es importante.

India se percató de que para Doug no lo era. Así estaban las cosas para su marido. No entendía lo que decía ni le interesaba saberlo.

– Tendrías que haberlo pensado bien hace diecisiete años, antes de casarte conmigo. Entonces podías elegir. Supuse que habías tomado la decisión adecuada y tú también. Si has cambiado de opinión tendremos que afrontarlo.

– Lo único que tenemos que afrontar es que necesito algo más en mi vida. Me falta el aire, espacio para respirar, una forma de expresión para volver a ser yo misma… la sensación de que también cuento en el mundo, no solamente para ti. Y lo más importante, necesito saber que me quieres.

– No estoy dispuesto a quererte si me cargas con estas tonterías. En lo que a mí se refiere, no se trata de otra cosa. Sólo es un montón de tonterías. Pareces una cría consentida que nos falla a los niños y a mí.

– Lamento que no comprendas lo que digo – reconoció ella y sollozó quedamente.

Doug salió de la cocina. No estiró la mano para acariciarla, no la abrazó ni le dijo que la quería. En ese momento no la amaba. Estaba demasiado enfadado para escucharla. Se dirigió al dormitorio y preparó la maleta.

– ¿Qué haces? – preguntó India al verlo.

– Vuelvo a Westport. No me esperes el próximo fin de semana. Sólo me faltaría conducir seis horas para oírte desvariar de nuevo sobre tu profesión. Será mejor que nos tomemos un respiro.

Ella estuvo de acuerdo, pero al ver la maleta se sintió abandonada.

– ¿Por qué estás tan convencido de saber lo que es bueno para nosotros, para nuestros hijos y para mí? ¿Por qué eres el que siempre fija las reglas?

– Porque así son las cosas. Siempre han sido así. Si no te gusta, déjame.

– Por cómo lo dices parece muy simple.

La situación no era nada simple e India lo sabía.

– Es posible. Quizá sea así de simple.

Doug se irguió y, maleta en mano, la miró. India se sorprendió de la rapidez con que se deshacía su matrimonio después de diecisiete años de convivencia y de cuatro hijos. Evidentemente, las cosas se hacían a la manera de Doug o no había opción. La situación era pavorosamente injusta. Doug ni siquiera estaba dispuesto a transigir o a decirle que la quería. En realidad, no la amaba lo suficiente para interesarse por lo que ella sentía o necesitaba. Todo giraba a su alrededor y en torno al pacto que habían hecho. Para Doug ya no había nada más que añadir y no pensaba modificar los términos del acuerdo.

– Despídeme de los niños. Nos veremos dentro de dos semanas. Espero que para entonces hayas recobrado el sentido común.

Doug seguía en sus trece. Aunque lo hubiera intentado, India ya no sabía si habría podido cambiar algo. En las últimas semanas había comprendido demasiado bien sus carencias y sus necesidades.

– ¿Por qué eres tan inflexible? A veces hay que introducir cambios en la vida y adaptarse a ideas y situaciones novedosas.

– No necesitamos ideas novedosas y nuestros hijos tampoco. Sólo necesitan que su madre haga lo que toda madre debe hacer por sus hijos. Y eso es todo lo que yo necesito de ti.

– ¿Por qué no contratas un ama de llaves? Si no está a la altura de tus exigencias o incumple el pacto que establezcas con ella podrás despedirla.

– Tendré que contratarla si decides seguir los pasos de tu padre.

– No soy tan corta de entendederas. No te pido que me dejes ir a zonas en conflicto. Sólo pretendo realizar un par de reportajes interesantes.

– Pues yo no te pido nada – apostilló Doug con tono gélido -. Simplemente espero que a finales del verano, cuando regresemos a Westport, hayas vuelto a tus cabales y decidas olvidarte de estos disparates. Más te vale que estés preparada para ocuparte de los niños y cumplir con tus obligaciones.

Hasta entonces India no se había dado cuenta de lo insensible que era Doug y de la indiferencia que manifestaba ante sus sentimientos. Todo iba bien mientras respetase las reglas del juego, pero Doug consideraba inaceptables las ideas y las necesidades distintas o cualquier aspecto novedoso. Lo dejó muy claro, más claro que nunca, e India detestó cuanto oyó. Era más grave que el aburrimiento: lo encontró violento.

Doug se dirigió a la puerta, se volvió y le dio un ultimátum:

– Hablo en serio. Recupérate o te arrepentirás.

Aunque ya estaba arrepentida, no abrió la boca mientras él franqueaba la puerta y desde la ventana de la cocina lo vio alejarse al volante del coche. Le costaba creer en lo que ocurría, en las cosas que Doug había dicho y en las que había callado.

Aún lloraba cuando Sam apareció en la cocina.

– ¿Dónde está papá? – preguntó con curiosidad y supuso que su padre paseaba por la playa con Crockett.

– Se ha ido – repuso India y se enjugó las lágrimas no quería que su hijo la viera llorar.

– No se ha despedido – comentó Sam sorprendido.

– Tenía una reunión urgente.

– Bueno. Me voy a casa de John.

– Vuelve a la hora de cenar. – Y sonrió. Aún tenía los ojos llorosos, pero el pequeño no se apercibió de ello. Sólo reparó en su sonrisa y no indagó -. Sam, te quiero.

– Sí, claro… Mamá, ya lo sé. Yo también te quiero.

Al salir Sam dio un portazo. Su madre lo vio cruzar la calle rumbo a la casa de su amigo. El niño no tenía ni la más remota idea de lo que acababa de ocurrir. India supuso que sus vidas estaban a punto de cambiar para siempre.

Podría haber llamado a Doug al móvil, podría haberle dicho que había cambiado de opinión, podría haber hecho muchas cosas, pero era consciente de que ya no había vuelta atrás. Era imposible retroceder, sólo podía avanzar.

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