Capítulo 27

Hayley se levantó del banco e inició el largo paseo de vuelta a la mansión. Llevaba andando varios minutos cuando oyó unas voces apagadas a lo lejos. Al principio, no les prestó atención, sintiendo sólo una ligera irritación por la posibilidad de cruzarse con alguien y verse forzada a mantener una conversación, algo que, desde luego, no le apetecía lo más mínimo. Lo único que quería era irse de aquella horrible fiesta y volver a Halstead lo antes posible.

Aceleró el paso, esperando que las personas que estaban conversando no se percataran de su presencia. Pero, conforme se iba acercando a ellas, varias palabras inconexas llegaron a sus oídos: «Esperaba… Molestia… Pistola… Obvio… Matarte…»

La palabra «matarte» la hizo aminorar la marcha. Se detuvo, aguzando el oído. Las voces venían del otro lado del seto. Se acercó un poco más al seto y se dio cuenta de que una voz era de mujer y la otra de hombre. Sus ojos se abrieron de par en par cuando volvió a oír hablar al hombre: «¿Y dónde está mi querido hermano? Venga, Gregory, sal de tu escondrijo. ¿Te has ocultado entre los setos?»

Hayley reconoció de inmediato la voz de Stephen. Se agachó, miró entre las ramas del seto y observó atentamente intentando ver algo en la oscuridad. Stephen estaba sentado en un banco, a unos seis metros de ella. Hablaba con una mujer que se encontraba de espaldas a Hayley.

Escuchó atentamente la conversación, aumentando su horror a cada segundo que pasaba. «¡Dios mío! Si no hago algo, esa mujer va a disparar a Stephen.» Se puso de pie y miró alrededor completamente desesperada. La casa estaba demasiados lejos para ir a pedir ayuda. Aquella loca podía apretar el gatillo en cualquier momento. Procuró respirar más pausadamente y mantener la calma mientras se rompía la cabeza intentando idear un plan. Al volver a mirar a través del seto, vio a la mujer nivelando la pistola con el pecho de Stephen.

– ¿Quieres decir tus últimas palabras? -dijo la mujer teatralmente.

Hayley respiró hondo y pensó: «Ahora o nunca.»

Y se lanzó contra el seto.


– ¡Uf!

Hayley no volvió a exhalar hasta que aterrizó sobre el césped, encima de la mujer. La fría pistola salió despedida cuando ambas chocaron contra el suelo. La mujer se quejó e intentó moverse, pero Hayley la retuvo.

– Quíteme las manos de encima-gritó la mujer, intentando zafarse de ella.

– No pienso hacerlo -dijo Hayley apretando los dientes. Se sentó sobre la espalda de su prisionera, y le aplastó los hombros contra el suelo con ambos brazos. Miró a su alrededor y sintió un gran alivio al ver la pistola en el suelo a varios metros. Su mirada se desplazó hasta el banco donde estaba sentado Stephen, y se le paró el corazón.

Stephen estaba estirado en el suelo, inmóvil, boca abajo.

– ¡No! ¡Dios mío, no! -Su angustiosa súplica retumbó en el silencio de la noche. Se olvidó inmediatamente de la mujer que tenía debajo. Se levantó de un salto y corrió junto a Stephen. Arrodillándose, le dio la vuelta con suavidad y emitió un grito sofocado. Stephen tenía la cara cubierta de sangre y una herida en la sien que le sangraba profusamente. Hayley percibió un fuerte olor metálico. Temerosa incluso de respirar, le puso una mano en el pecho y casi se desmayó del alivio al sentir el latido del corazón bajo la palma-. Stephen, Dios mío, ¿me oyes? -Le tocó suavemente la cara con dedos temblorosos. Él escudriñó su rostro por un instante y luego cerró lentamente los ojos-: ¡Stephen! -gritó Hayley en tono desgarrador. Con el rabillo del ojo, captó un movimiento. Miró a su alrededor y vio a la loca avanzando hacia ella mientras se sacaba una pequeña pistola de entre los pliegues de la falda. Una negra oleada de odio, que no se parecía a nada de lo que Hayley había sentido antes, se adueñó completamente de ella. Dejó con sumo cuidado la cabeza de Stephen en el suelo y luego se levantó y se encaró a la mujer que se le estaba acercando.

– No sé quién es usted, pero ha cometido un grave error -dijo la mujer, mientras seguía avanzando hacia ellos, deteniéndose a poco más de un metro. Y volvió a apuntar con la pistola a Stephen.

Hayley no dudó ni un momento. Se lanzó contra la mujer, empujándola hacia atrás con todas sus fuerzas. La estatura de Hayley, combinada con su rabia, derrumbó a la mujer, que acabó tumbada boca arriba sobre el césped, desarmada de nuevo y completamente aturdida. Cogiendo la pistola del suelo, Hayley se le acercó y la apuntó desde arriba, dispuesta a apretar el gatillo si fuera necesario.

Se oyeron gritos y el ruido de pasos corriendo detrás de Hayley. Una distracción momentánea la hizo apartar la vista de la loca durante una fracción de segundo.

Fue suficiente.

La mujer se arrojó sobre Hayley, a la que cogió desprevenida. Hayley cayó al suelo y la pistola salió despedida de su mano, volando por los aires. La mujer intentó desesperadamente hacerse con el arma, cogiéndola al vuelo por la empuñadura. Riéndose triunfalmente, empuñó la pistola y apuntó al pecho de Hayley.

El ruido del disparo retumbó en el silencio de la noche.


Justin atravesó el seto, jadeando, e inspeccionó visualmente sus alrededores. Contempló la escena que tenía delante y se le heló la sangre en las venas. Había una mujer tirada en el césped, cubierta de sangre. Otra mujer estaba sentada a pocos metros con la cara hundida en las palmas. También había un hombre en el suelo, medio oculto tras un banco de mármol.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó a Weston, el agente de la ley que se encontraba arrodillado junto a una de las mujeres.

– Está muerta-informó él sin el menor atisbo de emoción en la voz.

Justin se arrodilló junto a Weston y miró el rostro de la mujer muerta.

– ¡Santo Dios! -susurró, consternado. Miró a la otra mujer y luego la volvió a mirar para cerciorarse. Los ojos casi se le salen de las órbitas-. ¿Señorita Albright? -No se habría quedado más helado si se le hubiera aparecido la mismísima Virgen María-. ¿Qué diablos está haciendo usted a aquí? -Luego volvió a dirigirse a Weston-. ¿ Qué ha pasado?

Antes de que ninguno de los dos pudiera responder, Nellis, el otro agente de la ley, chilló:

– Es lord Glenfield. Le han disparado.

Justin se levantó de un salto y corrió hasta donde estaba Nellis. Echó una mirada al rostro ensangrentado de Stephen y le dio un vuelco el corazón.

– ¿Está vivo?

– Sí, pero debe verlo un médico sin tardanza.

– Vaya a buscar al doctor Goodwin, es uno de los invitados de la fiesta -ordenó a Nellis, quien se fue corriendo a cumplir el mandato. Justin se quitó rápidamente la chaqueta y se la puso encima a Stephen, rogando a Dios que su amigo sobreviviera.

A poco más de un metro, Hayley se puso en pie temblando y se apartó el pelo de los ojos. Vio a la mujer en el suelo y a un hombre arrodillado junto a ella. El hombre se levantó y se acercó a Hayley.

– ¿Está muerta? -susurró Hayley. Un escalofrío le recorrió la espalda.

– Lo está -asintió el hombre.

– Le ha disparado usted -dijo Hayley. Luego respiró hondo y tragó saliva, mientras se echaba a temblar-. Me ha salvado la vida -añadió con un hilo de voz-Gracias.

– No se merecen, ¿señorita…?

– Albright. Hayley Albright.

– Yo me llamo Weston -dijo amablemente. Tomándola del brazo, añadió-: ¿Por qué no me deja que la acompañe hasta la mansión, señorita Albright, y…?

– No. -Hayley negó con la cabeza y se volvió hacia Stephen-. Quiero quedarme. -Se soltó del brazo de Weston y se acercó a Stephen, arrodillándose junto a él-. ¿Está vivo? -preguntó a Justin, aterrada por la posible respuesta.

Justin la miró.

– Sí. Parece que todavía le queda un atisbo de vida.

En aquel momento llegó el médico, seguido casi inmediatamente de Victoria y otro hombre. En vista de su parecido con Stephen, Hayley supuso que era su hermano, Gregory, el esposo de la loca. El médico empezó inmediatamente a explorar a Stephen, y Justin abrazó a Victoria contra su pecho.

Gregory miró a su esposa muerta y se quedó lívido.

– ¿Qué diablos ha pasado aquí? -preguntó con voz trémula.

– Eso es lo que vamos a esclarecer -dijo Weston con serenidad. Ordenó a Nellis que mandara a los invitados de vuelta a la mansión y que llamara al juez. Mientras Nellis cumplía sus órdenes, el resto del grupo se separó del médico para dejarle trabajar.

Weston preguntó a Hayley qué había pasado en el jardín, y ella relató con claridad lo ocurrido. Todos la escucharon, con expresión de consternación en sus rostros. Cuando hubo acabado, Weston prosiguió con el relato.

– Oí voces al otro lado del seto. Miré a través del seto y vi a lady Melissa apuntando a la señorita Albright con una pistola. Apunté a través del seto y disparé. -Su mirada se desplazó hasta el cuerpo muerto que había estirado sobre el césped-Atravesé el seto, seguido de lord Blakmoor y de Nellis. Encontramos a lady Melissa muerta, a la señorita Albright conmocionada y a lord Glenfield malherido.

– No me lo puedo creer -musitó Gregory negando repetidamente con la cabeza con expresión atormentada.

Victoria se volvió hacia Hayley con los ojos llenos de lágrimas.

– ¿Cómo podremos agradecérselo? -le preguntó con voz trémula-. Le ha salvado la vida a Stephen. Otra vez.

– Ruego a Dios que así sea -susurró Hayley con voz entrecortada-. Ruego a Dios que así sea.


Hayley estaba mirando fijamente por la ventana del salón, observando cómo el cielo se aclaraba con la llegada del amanecer. Hacía una hora que el médico había dicho que Stephen sobreviviría. La bala sólo le había rozado, pero había perdido mucha sangre, de ahí su prolongada pérdida de conciencia. Su familia había ido a verlo a su alcoba, pero Hayley se había quedado en el salón, a pesar de la invitación de Victoria para que los acompañara. Ella no era un miembro de la familia y además prefería estar sola.

Notó que alguien le tocaba la espalda y se volvió. Victoria estaba a su lado.

– Acabo de estar en la habitación de Stephen -le dijo.

– ¿Cómo está?

– Está durmiendo. El médico le ha dado láudano.

Hayley apretó fuertemente los ojos y exhaló aliviada.

– Gracias a Dios.

Victoria sonrió.

– Gracias a usted. Estaría muerto si no hubiera sido por usted.

Hayley miró hacia abajo mientras sus dedos jugueteaban nerviosamente con los pliegues de su vestido marrón. Se había traído una muda de ropa porque había planeado quedarse a allí a dormir tras la fiesta.

– Gracias por su hospitalidad, pero realmente debo volver a casa.

– No puede pensar en marcharse ahora. Está amaneciendo y no ha dormido nada.

– Debo volver con mi familia. -«¡Necesito salir de aquí!»

Victoria le dirigió una penetrante mirada, pero Hayley se mantuvo en sus trece. Al final, Victoria dijo:

– Si es eso lo que desea… Pero ¿no quiere ver a Stephen? Todos los demás han ido a ver cómo está.

– No -contestó Hayley enseguida, negando con la cabeza. No es necesario.

Una expresión de preocupación y extrañeza se dibujó en el rostro de Victoria.

– ¿Por qué no quiere verle? ¿Ha pasado algo en el jardín que no me haya explicado?

Hayley bajó los ojos y miró fijamente la alfombra. «Soy el marqués de Glenfield… No tengo el deseo ni la intención de proseguir esta discusión. Cualquier relación que hayamos podido tener es cosa del pasado.» Hayley parpadeó para contener las lágrimas que amenazaban con aflorar a borbotones.

– No. No ha pasado nada.

– Vaya a verle -insistió Victoria, estrechando las manos de Hayley entre las suyas-. Él la necesita.

«Ojalá fuera cierto.»

– No, no me necesita.

– Sí que la necesita, Hayley. Y usted lo sabe. Venga. La acompaño.


De pie junto a la cama, mirando a Stephen desde arriba, Hayley tuvo la extraña sensación de que se repetía la historia. Él llevaba un vendaje blanco alrededor de la cabeza parcialmente cubierto por un mechón de pelo negro. Sus rasgos, relajados; su respiración, regular. Tenía exactamente el mismo aspecto que el hombre que ella había rescatado y cuidado en su casa. «¿Sólo fue hace unas pocas semanas? Parece que haya transcurrido toda una vida.»

En menos de un mes todo su mundo había cambiado, elevándola a las alturas del éxtasis sólo para hundirla en las profundidades de la desesperación. Se había enamorado profunda, loca y perdidamente de un completo extraño, un hombre que había descubierto que no conocía en absoluto, un hombre que aquella noche le había dejado tan claro como el agua que ella no significaba nada para él y que no quería tener nada que ver con ella. «Si fueras la persona que yo creía que eras, un simple tutor, un hombre sin familia que me necesitaba, me quería y me deseaba, como yo te deseaba, te quería y te necesitaba a ti…» Se le escapó una sola lágrima que le resbaló lentamente por la mejilla. «No desees lo que no puedes tener.»

Hayley se dio media vuelta y se dirigió a la puerta. Se detuvo momentáneamente en el umbral y observó al hombre que yacía en aquella cama. Lamentó profundamente la pérdida de Stephen Barrettson, el hombre de quien se había enamorado. Y deseó una larga y feliz vida al marqués de Glenfield, fuera quien fuese.

Luego cerró silenciosamente la puerta tras de sí.

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