Capítulo 31

Hayley salió corriendo de la terraza como si la persiguiera el mismísimo diablo. Para su profunda vergüenza, era perfectamente consciente de que todo el mundo en la mesa, incluyendo al propio Stephen, se habría dado cuenta de por qué se había ido tan repentinamente, pero no podía soportar de ninguna manera quedarse allí sentada ni un solo instante más.

Él iba a casarse.

Al oír aquellas palabras, Hayley sintió como si le hubieran arrancado las entrañas. Subió corriendo las escaleras, sin detenerse hasta alcanzar el santuario de su alcoba. Se dejó caer en su silla favorita y se cubrió el rostro con las manos, intentando, sin éxito, detener el caudal de lágrimas que resbalaba por sus mejillas.

«¿Por qué? ¿Por qué se ha tenido que presentar aquí? Debería haberle obligado a marcharse por donde ha venido. Debería haberlo echado de casa en cuanto le he visto. Debería haberle echado los perros.» Pero, sabiendo lo feliz que hacía a Callie su presencia, no había tenido el coraje de echarlo. En lugar de ello, había intentado ignorarlo con todas sus fuerzas, rogando a Dios que fuera capaz de mantener la compostura hasta que él se marchara.

Pero, cuando Stephen anunció su intención de contraer matrimonio, no pudo seguir fingiendo ni un minuto más. Con el corazón hecho añicos, huyó. A pesar de todos sus esfuerzos por olvidarlo, seguía enamorada de él, algo que le disgustaba enormemente. De hecho, cuanto más pensaba en ello, más rabia sentía.

«¿Cómo se atreve a presentarse aquí ese sinvergüenza y anunciar tranquilamente sus planes de boda? -pensó mientras se secaba impacientemente las lágrimas con el pañuelo-. ¡Con todo el descaro! Me gustaría…»

– Hayley.

Una grave voz masculina interrumpió sus pensamientos. Se volvió y la embargó una profunda indignación cuando vio a Stephen entrando en su alcoba. Luego cerró la puerta tras de sí y se apoyó en ella.

– ¡Sal de esta habitación! ¡Ahora mismo! -le gritó furiosa mientras se levantaba de un salto.

– He de hablar contigo de ciertas cosas… -le dijo con voz calmada, mientras se acercaba lentamente a ella-. Después, si sigues queriendo que me vaya, me iré.

– Ya he oído todo cuanto tenía que oír de tu boca. -Hizo un gran esfuerzo por evitar que le temblara la voz y se sintió orgullosa de casi conseguirlo-. ¿Cómo te atreves a entrar en mi alcoba?

Stephen siguió avanzando hacia Hayley. Ella no estaba dispuesta a dejarle creer que la intimidaba. Se quedó donde estaba, a pesar de que él no se detuvo hasta que sólo les separaba medio metro.

– Según recuerdo, una vez me acogiste en esta habitación -dijo él con voz ronca-. Me acogiste en tus brazos. En tu lecho. En tu cuerpo.

La humillación, la vergüenza y el dolor estallaron en el interior de Hayley, clavándosele en las entrañas, partiéndola por dentro.

– ¿Cómo te… se atreve…? Debe saber -prosiguió tratándolo de usted a causa de la furia y el desprecio que sentía- que usted no es el hombre que acogí en esta habitación. Me he enterado, lamentablemente demasiado tarde, de que aquel hombre no existía. No era más que una sarta de mentiras y engaños.

Stephen tendió una mano temblorosa hacia Hayley para tocarle una mejilla, pero ella se alejó bruscamente de él.

– Era yo -dijo Stephen con un doloroso susurro-. Un yo que ni siquiera sabía que existía. Un yo capaz de tener sentimientos que no sabía que existieran. Hasta que llegaste tú, Hayley.

Ella bajó la cabeza, luchando contra la tempestad de emociones que habían desatado aquellas palabras.

– Te traté terriblemente, Hayley, y lo siento más de lo que puedo expresar. La noche en que te vi en la fiesta de Victoria había estado pesando en ti. ¡Dios! No podía dejar de pensar en ti. Cuando me volví y te vi allí, me puse tan contento de verte…

– Supiste disimular muy bien tu sin par alegría -dijo Hayley con una amarga sonrisa.

– Sabía que estaba en peligro -prosiguió él-. Justin y yo le habíamos tendido una trampa a la persona que intentaba matarme, y yo era el cebo. Estaba desesperado por alejarte de mí para mantenerte a salvo. Me habría muerto si alguien te hubiera hecho daño. Pero tú no te querías ir. -Respiró hondo-. Y luego cometí la peor equivocación de toda mi vida.

– Todas aquellas cosas que me dijiste…

– Fue un error imperdonable. -El sacudió repetidamente la cabeza-. Mi única excusa es que en toda mi vida nunca he conocido a nadie con una bondad y una generosidad como las tuyas. Y durante un maldito momento de insensatez le encontré mucho sentido a la posibilidad de que hubieras acudido a mí para ver lo que podías sacarme. Por mi título, me temo que lamentablemente ese tipo de cosas ocurre con una pasmosa frecuencia. Tengo muy pocos amigos porque hay muy pocas personas en quienes pueda confiar realmente… muy pocas personas que no quieran obtener algo a cambio de mi «amistad». Pero tú… -A Stephen se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que guardar silencio durante varios segundos-. Tú eres incapaz de semejante egoísmo y estoy profundamente avergonzado de haber pensado que lo eras.

– ¿Y qué me dices de todas las mentiras que me contaste cuando te acogí en mi casa?

– De nuevo, alguien quería verme muerto. Pensé que, si ocultaba mi identidad, sería más difícil que me descubrieran mientras me curaba de las heridas. Como tú sabes, no estaba en condiciones de viajar ni de defenderme.

– La forma en que me dejaste -susurró ella-, aquella horrible carta.

– Lo siento. ¡Dios! No te puedes imaginar lo mucho que me he arrepentido de habértela escrito. Intenté decirte que tenía que marcharme, pero, cuando me pediste que me quedara, cuando me dijiste que me querías… -Se pasó las manos por el pelo-. Perdí el control, te deseaba tanto… Y después de estar juntos, no podía soportar la idea de ver cómo el amor se desvanecía de tus ojos al enterarte de que te había mentido. Creía que no volvería a verte nunca más y quería que mi última imagen de ti fuera mirándome con ojos llenos de amor. Fue puro egoísmo por mi parte, y no tengo ninguna excusa. Pero, por si quieres saberlo, me he arrepentido cada momento desde entonces.

Hayley cerró fuertemente los ojos mientras intentaba dominar las emociones que se agolpaban en su interior como abejas en un enjambre, bombardeándola, acribillándola, obligándola a sentir cosas que tan desesperadamente había intentado enterrar. Si Stephen no se iba pronto, ella no tardaría mucho en desmoronarse.

– Hayley, hay tantas cosas que quiero decirte, pero no encontraba las palabras adecuadas para decírtelas… de modo que te he comprado un regalo.

Hayley abrió los ojos y rogó a Dios que le diera fuerzas.

– Espera aquí.

Stephen abrió la puerta y se agachó para coger algo. Luego cerró la puerta y volvió a acercarse a Hayley, sosteniendo un pequeño ramo de flores.

– Tengo un modesto invernadero en mi casa de Londres -le dijo mientras le entregaba las flores-. Ayer por la tarde tuve una conversación con Desmond.

– ¿Desmond?

– Mi jardinero. Al parecer, comparte tu afición por los nombres de las flores y lo que simbolizan. -Tocó una delicada flor-. Por ejemplo, Desmond me dijo que los tulipanes, como éste, simbolizan el amor apasionado. ¿Es correcto?

Hayley miró fijamente el ramo y asintió en silencio.

– Y esta flor -dijo Stephen tocando una florecilla blanca- es una camelia. Simboliza la perfecta hermosura. Y estas margaritas rosas… ¿sabes qué simbolizan?

– Mi amor nunca morirá -susurró Hayley, con los ojos clavados en el ramo.

– Sí. Mi amor nunca morirá -repitió él tiernamente. Luego señaló un pequeño capullo de rosa de color blanco-. Según Desmond, éste simboliza un corazón que no ha conocido el amor. -Colocando delicadamente un dedo bajo la barbilla de Hayley, se la levantó hasta que se cruzaron sus miradas-. Así era yo. No conocía el amor. Hasta que te conocí. -Cogió una rosa roja del ramillete y se la alargó-. Las rosas rojas simbolizan el amor. Eso es lo que yo siento por ti, Hayley.

Hayley cogió la rosa con dedos temblorosos y se la llevó a la nariz, inhalando su embriagadora fragancia mientras la cabeza le daba vueltas a gran velocidad. «"Amor. Eso es lo que yo siento por ti, Hayley." ¿Ha dicho realmente esas palabras?»

Antes de que ella pudiera pensar, Stephen alargó el brazo y extrajo una florecilla del ramo. Cuando Hayley vio la verbena, se quedó completamente inmóvil. Su mirada buscó la de Stephen.

– ¿Sabes lo que simboliza la verbena? -le preguntó con dulzura.

Ella tragó saliva, apenas capaz de respirar.

– ¿Sabes tú lo que simboliza?

Asintiendo solemnemente, le alargó la flor.

– Cásate conmigo.

Hayley lo miró fijamente. Seguro que estaba soñando. Aquello no podía ser real.

Él se inclinó hacia delante y rozó levemente sus labios con los de ella.

– ¡Por Dios, Hayley, te quiero! -le dijo respirando en su boca-. Cásate conmigo. Te prometo que me pasaré el resto de mi vida intentando hacerte feliz, intentando hacerte olvidar todo el daño que te he hecho. -Levantó la cabeza y buscó su mirada.

Hayley miró el rostro de Stephen, tan atractivo como siempre y con una expresión entre seria y sombría. La quería. El caudal de lágrimas que Hayley ya no se sentía capaz de contener por más tiempo se desbordó y empezó a emanar de sus ojos.

El la estrechó entre sus brazos, comprimiendo el ramo entre ambos.

– No llores, por favor. No puedo soportar ver llorar a un ángel. -Le besó tiernamente los párpados y luego deslizó los labios por sus mejillas empapadas de lágrimas-. Hayley, mi amor, por favor, di algo -le susurró al oído-. Necesito que me des una respuesta. Lo estoy pasando fatal… -Bajó la cabeza hasta que sus frentes entraron en contacto-. Tienes que casarte conmigo. Si no, me convertiré en un horrible cascarrabias. Estaré siempre de mal humor. -Levantó la cabeza y se tocó la piel de la comisura de un párpado-. Mira todas las arrugas que me han salido de tanto poner mala cara. Envejeceré antes de tiempo. Compadécete de un pobre miembro de la nobleza que está locamente enamorado de ti y se siente profundamente desdichado en tu ausencia.

– Mi familia -empezó a decir Hayley, pero Stephen la cortó.

– Tu familia será mi familia, y será la primera familia de verdad que he tenido nunca. Vivirán con nosotros y me encargaré de que no les falte de nada.

– Supongo que querrás que deje de llevar pantalones de montar y de juguetear en el lago.

La expresión de Stephen se suavizó y negó con la cabeza.

– No, no cambies nada. Me gusta todo de ti, especialmente esas cosas que te hacen tan maravillosamente diferente.

Hayley sintió una dicha desbordante. Pero todavía había un pequeño obstáculo que se interponía en su camino.

– Hay algo que debo decirte, Stephen.

– Basta con que me digas que sí.

Hayley negó con la cabeza.

– Me refiero a que hay algo que debes saber, algo sobre mí.

– Soy todo oídos.

Hayley dio un paso atrás y se apretó el estómago con la mano.

– No sé muy bien cómo decírtelo más que diciéndotelo. -Respiró hondo y deseó lo mejor-. Quiero seguir escribiendo y vendiendo relatos para Gentleman's Weekly.

– Cuando seas mi mujer, desde luego no te faltará dinero.

– No tiene nada que ver con el dinero. Disfruto escribiendo esos relatos. Me ayudan a mantener vivo el recuerdo de mi padre. -Cuando vio que él guardaba silencio, añadió-. Es importante para mí, Stephen.

– Entiendo.

A Hayley se le encogió el corazón al oír aquel tono tan serio y desapasionado. Era evidente que lo desaprobaba.

– Soy consciente del escándalo que supondría que alguien descubriera que soy H. Tripp. Debes de pensar que soy…

– Inteligente. Creo que eres absolutamente inteligente. Y maravillosa. -Una lenta sonrisa curvó los labios de Stephen-. Parece ser que acabo de proponerle el matrimonio a uno de los «hombres» más famosos de toda Inglaterra. Desde luego, ¡vamos a dar que hablar a los miembros de la alta sociedad! -Atrayéndola hacia sí, la besó hasta que a ella empezó a darle vueltas la cabeza.

– ¿O sea que no te importa? -dijo Hayley casi sin aliento cuando él levantó la cabeza.

Stephen arqueó una ceja.

– ¿Importarme? Que la mujer a quien amo tenga talento para escribir, aparte de ser hermosa y absolutamente maravillosa? ¿Por qué iba a importarme?

– Entonces, ¿me dejarías seguir escribiendo?

– ¿Dejarte? Insisto en que sigas escribiendo. Estoy tan pendiente como todo el mundo por saber qué ocurre en la próxima entrega de Las aventuras de un capitán de barco. -La miró con seriedad-. Ahora, vas a responder de una vez a mi pregunta. ¿Quieres casarte conmigo, Hayley?

Hayley lo miró; su corazón rebosaba tanto amor que apenas podía hablar. Consiguió emitir una sola palabra, pero, al parecer, aquello le bastó a Stephen, puesto que era la única palabra que deseaba oír.

– Sí -dijo con un hilillo de voz.

– ¡Gracias a Dios! -exclamó él fervientemente. Bajó la cabeza y apresó los labios de Hayley en un beso interminable, lleno de dolorida ternura e inequívoco amor. Al cabo de varios minutos, levantó la cabeza-. Sólo hay algo que necesito pedirte -le dijo con voz algo trémula.

– ¿Qué?

– Aun corriendo el riesgo de parecer un poco despótico y demasiado exigente, si el indeseable de Popplefart [16] no está fuera de esta casa dentro de exactamente tres minutos, voy a sacarle de una patada en el culo.

Hayley abrió los ojos de par en par.

– ¡Dios mío! Me había olvidado completamente del pobre Jeremy…

– ¿Pobre Jeremy?

– Sí. Debo decirle que no acepto su proposición.

– ¿Su qué?

– Jeremy me pidió que me casara con él.

– Es hombre muerto -vaticinó Stephen-. Voy a romperle hasta el último hueso de su maldito cuerpo… -Interrumpió su diatriba y dirigió una mirada fulminante a Hayley-. ¿Cuándo te lo propuso?

– Ayer -contestó ella, haciendo un gran esfuerzo por ocultar su satisfacción ante el ataque de celos de Stephen.

– ¿Y no le diste un no inmediatamente?

– Bueno, no. Yo…

– ¿Estabas considerando su proposición? -le preguntó en tono repentinamente sereno.

Ella extendió los brazos hacia él y ahuecó ambas manos alrededor del malhumorado rostro de Stephen.

– No sería fiel a la verdad si te dijera que no pensé en ello, pero tenía la firme intención de decirle hoy después de la fiesta que no podía aceptar su proposición. Se lo diré en cuanto bajemos.

– Sigo teniendo ganas de partirle la cara -murmuró Stephen entre dientes-. He visto cómo te besaba en la sien cuando salíais del bosque. Si a ese Popplepuss se le ocurre volver a ponerte las manos encima, va a saber lo que es el dolor.

Las comisuras de los labios de Hayley se arquearon en una dulce sonrisa.

– Popplemore.

– Eso.

Hayley rozó sus labios contra los de Stephen, contraídos en una mueca de seriedad.

– ¿Por qué no bajamos ya? Daremos a la familia la gran noticia y yo acompañaré a Jeremy hasta la puerta. -Hayley se colgó literalmente del cuello de Stephen y le paso la lengua por el labio inferior.

– Una excelente idea -dijo él mientras la apretaba fuertemente contra su cuerpo. Pasó los dedos por los rizos de Hayley y la besó, un beso que empezó tiernamente pero pronto se hizo apasionado.

– Stephen -susurró Hayley, agarrándose a los hombros de él mientras los ardientes labios de Stephen descendían por el lado de su cuello.

Él rozó levemente con la lengua el trepidante pulso que latía en la base del cuello de Hayley.

– ¿Sí?

– Todo el mundo se estará preguntando qué estamos haciendo aquí arriba. Deberíamos bajar-dijo sin mucha convicción.

Stephen le dio un último y largo beso.

– Tienes razón. No podemos quedarnos aquí mucho más tiempo. Si no, acabaremos en tu cama. -Apretó la mano de Hayley contra su brazo y empezó a andar hacia la puerta.

– Espera -dijo Hayley, soltándose del brazo de Stephen. Se agachó y recogió el ramillete de flores que él le había regalado. Se le había caído al suelo durante el beso y ahora estaba ligeramente aplastado-. No puedo dejarme mis flores. -Se levantó y se acercó el ramo a la cara, inspirando profundamente-. Es el regalo más maravilloso que me han hecho en toda mi vida.

Stephen le acarició tiernamente la mejilla.

– ¿Sabes cuál es el regalo más maravilloso que me han hecho a mí? -le preguntó con dulzura.

Hayley lo miró a la cara, la cara más atractiva e irresistible que había visto nunca. Lo quería tanto que hasta le dolía. Sacudió la cabeza.

Él se llevó la mano de Hayley a los labios y le besó la palma ardientemente.

– Tú, mi amor, eres el regalo más maravilloso que me han hecho en toda mi vida.

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