A la mañana siguiente Georgie nadó durante casi una hora en la apartada piscina. El día anterior le había explicado a Bram hasta qué punto le había hecho daño, pero mostrar su vulnerabilidad ante él era un lujo que no podía repetir. Nunca más.
Cuando salía de la piscina, oyó una voz procedente del camino que transcurría al otro lado de los arbustos.
– Tranquilízate, Caitlin… Sí, lo sé. Ten un poco de fe, cariño…
Bram siguió caminando y Georgie no oyó nada más. Mientras se envolvía en una toalla, se preguntó quién era Caitlin y cuánto tardaría Bram en recurrir a una de sus misteriosas mujeres para practicar sexo extramatrimonial.
Georgie se arregló el húmedo pelo con los dedos, enrolló la toalla por debajo de sus axilas y entró en la casa para hurgar en la nevera. Cuando estaba sacando un yogur de moras, Chaz entró en la cocina y dejó un montón de cartas en la isla central.
– Te agradecería que te mantuvieras alejada de la nevera. Todo está organizado como a mí me gusta.
– No tocaré nada que no vaya a comerme.
Chaz era una lata insufrible, pero aun así Georgie la compadecía. No creía que fuera la amante de Bram, pero se veía que estaba enamorada de él. Al recordar el dolor que producía esta enfermedad, decidió enfocar su relación con Chaz de otra manera.
– Háblame de ti, Chaz. ¿Creciste en esta ciudad?
– No.
La chica sacó un cuenco de un armario.
Georgie volvió a intentarlo.
– Yo soy un desastre cocinando. ¿Cómo aprendiste tú?
Chaz cerró el armario de un portazo.
– No tengo tiempo para charlas. He de preparar la comida para Bram.
– ¿Qué hay en el menú?
– Una ensalada especial que a él le gusta mucho.
– A mí ya me va bien.
Chaz cogió un trapo de cocina.
– No puedo cocinar para los dos. Ya tengo mucho que hacer. Si no quieres que me vaya, tendrás que ocuparte de ti misma.
Georgie lamió la tapa del yogur.
– ¿Quién ha dicho que no quiero que te vayas?
Chaz enrojeció de rabia. Georgie era comprensiva, pero la hostilidad de Chaz estaba empeorando una situación ya de por sí desagradable. Georgie sacó una cucharilla de un cajón.
– Prepara comida para dos, Chaz. Es una orden.
– Yo sólo acepto órdenes de Bram. Él me dijo que nunca se metería en cómo hago mi trabajo.
– Cuando te lo dijo no estaba casado, pero ahora sí lo está, y tu forma de actuar destructiva está pasada de moda. Tienes dos opciones: o eres amable conmigo o contrataré a mis propios empleados, y entonces tendrás que compartir tu cocina. No sé por qué, pero tengo la impresión de que eso no te gustaría.
Georgie y su yogur salieron de la cocina.
Conforme los pasos de Georgie se iban desvaneciendo en el aire, Chaz se apretó el estómago con los puños intentando contener todo el odio que pugnaba por desbordarse. Georgie York lo tenía todo. Era rica y famosa. Tenía una ropa preciosa y una gran carrera. Y ahora también tenía a Bram, pero Chaz era la única que tenía que cuidar de él.
Un colibrí se acercó volando a los ventanales de la cocina que comunicaban con el porche trasero. Chaz arrancó un trozo de papel de cocina y abrió la nevera. La leche no estaba donde ella la había dejado y dos envases de yogur se habían volcado. Incluso los huevos estaban en el lado equivocado de la estantería.
Lo puso todo en orden y limpió una mancha de la puerta de la nevera. No soportaba que nadie hurgara en su cocina. En su casa. Echó el papel a la basura. Georgie ni siquiera era tan guapa, al menos no como las mujeres con las que Bram solía salir. Ella no se lo merecía. No se merecía nada de lo que tenía. Todo el mundo sabía que sólo era famosa porque su padre había hecho de ella una estrella. Georgie había crecido mientras todos le besaban los pies y le decían que era la mejor. Pero a Chaz nadie la había halagado. Ni siquiera una vez.
Miró alrededor. La luz del sol que entraba por los seis estrechos ventanales hacía que los motivos azules de los azulejos centellearan. Aquél era su lugar favorito. Incluso más que su apartamento situado encima del garaje, y Georgie quería entrometerse en su mundo.
Todavía le costaba creer que Bram no le hubiera contado que se iba a casar. Eso era lo que más le dolía. Pero había algo que no acababa de estar bien. Él no trataba a Georgie de la forma que Chaz pensaba que trataría a la mujer que amara. Chaz decidió averiguar qué pasaba exactamente.
Georgie se mantuvo fuera de la vista mientras Aaron supervisaba a los hombres de las mudanzas que descargaban sus cosas. A última hora de la tarde, Aaron ya había montado el despacho de Georgie y ella había sacado la ropa de las cajas que llenaban su dormitorio, aunque sólo contenían su ropa de uso diario. Cuando Aaron se fue, las paredes se cernieron sobre ella. Aunque su Prius estaba aparcado en el camino de entrada, no podía ir sola a ningún lugar, al menos no el cuarto día de su matrimonio, pues todos los fotógrafos de la ciudad estaban apostados enfrente de la casa. Decidió intentar leer.
Mucho más tarde, Bram la encontró junto a las puertas del balcón de su dormitorio, animándose interiormente acerca de aspectos como la independencia y la propia identidad.
– Vayamos a la playa -propuso él-. Aquí me estoy volviendo loco.
– Pronto habrá oscurecido.
– ¿Y a quién le importa? -Se frotó la rubia barba de varios días con los nudillos-. Ya me he fumado dos paquetes de cigarrillos. Tengo que salir de aquí.
Ella también, aunque tuviera que hacerlo con él.
– ¿Has estado bebiendo?
– ¡Mierda, no! Pero me pondré a beber si sigo atrapado aquí mucho tiempo más. ¿Quieres venir o no?
– Dame veinte minutos.
En cuanto Bram salió de la habitación, Georgie consultó el apartado «Superinformal» de la carpeta de anillas que Aaron mantenía al día con fotografías de toda la ropa de Georgie junto con instrucciones de April sobre cómo combinarla. Quizás algún día Georgie podría disfrutar del lujo de salir de casa sin tener que preocuparse acerca de su aspecto, pero de momento no podía permitírselo. Eligió sus vaqueros Rock & Republic, una camiseta de tirantes ajustada y un sencillo jersey Michael Kors sobre el que April había anotado que «armonizará el conjunto».
Georgie era capaz de vestirse sola, pero April tenía mucho mejor gusto que ella. El público no tenía ni idea de lo perdidas que estaban respecto a la moda la mayoría de las famosas y de lo mucho que dependían de sus estilistas. Georgie siempre le estaría agradecida a April por seguir aconsejándola.
Los paparazzi los esperaban en la entrada de la casa como una jauría de perros hambrientos. Cuando Bram arrancó el coche, los fotógrafos se precipitaron sobre su Audi. Bram maniobró entre ellos, pero enseguida media docena de todoterrenos negros lo siguieron en fila.
– Me siento como si estuviéramos encabezando un cortejo fúnebre -comentó Georgie-. Sólo por una vez me gustaría poder salir de casa sin arreglarme el pelo y sin maquillaje e ir a algún lugar sin que me fotografiaran.
Bram miró por el retrovisor.
– No hay nada más patético que un famoso quejándose de los infortunios de la fama.
– Yo llevo soportando esta situación desde que Lance y yo empezamos a salir, mientras que tú sólo has tenido que aguantarlo durante unos días.
– A mí también me fotografían.
– Los vídeos de sexo no cuentan. Ya veremos lo contento que estarás dentro de un par de meses.
Bram se detuvo ante un stop y casi los golpearon por detrás, así que Georgie dejó que se concentrara en la conducción.
El tráfico sólo era moderadamente espantoso y el séquito los siguió hasta Malibú. Unos cuantos todoterrenos más se incorporaron a la procesión fúnebre, aunque los paparazzi seguramente ya habían deducido que Bram se dirigía a una de las playas semiprivadas de la zona.
A quienes visitaban por primera vez Malibú siempre les sorprendía ver largos tramos de carretera bordeados de garajes privados que formaban una sólida pared que restringía el acceso a la playa a todos, salvo a los pocos privilegiados que vivían en aquellas casas. Bram aparcó delante de uno de los garajes de color pardo, un poco más allá de la casa de Trevor. Segundos después, atravesaban la antigua casa de la playa de Trev, la que él había puesto a la venta.
La noche era un verdadero cliché romántico. La luz de la luna teñía de escarcha las crestas de las olas y el oleaje lamía la orilla. La fría arena se filtró entre los dedos de los pies de Georgie. Lo único que le faltaba era el hombre correcto. Se acordó del fragmento de conversación que había oído mantener a Bram con aquella misteriosa Caitlin y se preguntó cuánto tardaría en verse involucrada en otro escándalo relacionado con otra mujer.
Conforme se acercaban a la orilla, Bram aminoró el paso. Un rayo de luna infundió un tono plateado a sus pestañas.
– Tienes razón, Scooter -dijo Bram-. La noche del yate me comporté como un gilipollas y te pido perdón.
Ella nunca le había oído disculparse por nada, pero guardaba en su interior demasiado dolor y vergüenza para que unas pocas palabras produjeran algún cambio.
– Disculpa no aceptada.
– Está bien.
Georgie esperó unos minutos.
– ¿Eso es todo?
Él introdujo las manos en los bolsillos.
– No sé qué más decir. Sucedió y no me siento orgulloso de ello.
– Querías aliviarte -declaró ella con amargura-, y allí estaba yo, convenientemente situada delante de ti.
– Espera. -A diferencia de Georgie, él no llevaba puesto ningún jersey y la brisa marina pegó la camiseta a su pecho-. Podría haberme aliviado con cualquiera de las mujeres que había en el yate aquella noche. Y no estoy siendo arrogante. Simplemente, es la verdad.
Una ola salpicó los tobillos de Georgie.
– Pero no lo hiciste con ninguna de ellas, sino que elegiste a la boba aquí presente.
– Tú no eras boba, sólo inocente.
Georgie necesitaba preguntarle algo, pero no quería mirarlo a la cara, así que se agachó para recogerse los vaqueros.
– ¿Por qué lo hiciste?
– ¿Por qué crees que lo hice? -Bram cogió una piedra de la playa y la arrojó al agua-. Quería ponerte en tu lugar. Hacerte bajar unos cuantos peldaños. Demostrarte que, aunque tu padre se asegurara de que figurabas la primera en el reparto y obtenías el mejor sueldo, yo podía someterte a mi voluntad.
Georgie se incorporó.
– ¡Qué amable!
– Tú lo has preguntado.
El hecho de que, por fin, se hubiera responsabilizado de su mal comportamiento le hizo sentirse un poco mejor. No tanto como para perdonarlo, pero sí lo suficiente como para poder coexistir con él mientras estuvieran atrapados en aquella farsa de matrimonio. Reiniciaron el paseo.
– Hace años que ocurrió. -Georgie rodeó una tortuga de arena que debían de haber hecho unos niños-. No ha habido daños duraderos.
– Tú eras virgen. No me tragué esa chorrada que me soltaste acerca de que te habías acostado con un hombre mayor.
– Era Hugh Grant -contestó ella.
– ¡Qué más quisieras!
Georgie cogió un mechón de pelo que tenía suelto y se lo remetió detrás de la oreja.
– Hugh me dijo que estuve sublime. ¡No! Espera. Ése fue Colin Firth. Siempre confundo a los británicos mayores con los que me he acostado.
– Es un problema común.
Bram lanzó otra piedra al agua.
Georgie contempló la única estrella que brillaba en aquellos momentos en el cielo. El año anterior, durante una fiesta en una playa, alguien le había contado que no se trataba de una estrella, sino de la Estación Espacial Internacional.
– ¿Quién es ella?
– ¿Quién?
– La mujer con la que hablabas en susurros por el móvil esta mañana.
– Tienes unas orejas muy grandes.
– Para pillarte engañándome.
– ¿No te parece que es un poco pronto para que te engañe? Aunque tienes que admitir que, de momento, la luna de miel ha sido un auténtico desastre.
Georgie hundió los talones en la arena.
– Cuando se trata de vicios, nunca te subestimo.
– Veo que has espabilado.
– No era sólo el sexo, Bram, sino todo. Tuviste la oportunidad de tu vida con Skip y Scooter y la tiraste por la borda. No supiste valorar lo que tenías.
– Valoré lo que me proporcionó: coches, mujeres, alcohol, drogas… Tenía ropa de diseño gratis, una colección de Rolex, grandes casas donde podía vivir con mis colegas. Me lo pasé de miedo.
– Ya me di cuenta.
– De pequeño me enseñaron que si tenías dinero, lo gastabas. Disfruté de cada segundo de aquella época.
Pero consiguió su placer a costa de muchas otras personas. Georgie se arremangó el jersey.
– Mucha gente pagó un alto precio por tu diversión. Los actores, el equipo…
– Sí, bueno, ahí me has pillado.
– Tú también pagaste un precio.
– Pero no me oirás quejarme por ello.
– No, no te lo permitirías.
Bram levantó la cabeza.
– ¡Mierda!
– ¿Qué…?
De repente la estrechó entre sus brazos y le dio un apasionado beso en la boca. Deslizó una mano por debajo de su camiseta hasta la parte baja de su espalda y, con la otra, la agarró por la cadera. Una ola llegó hasta ellos y la espuma se arremolinó entre sus tobillos. Un momento perfecto de pasión a la luz de la luna.
– ¡Cámaras!
Bram pronunció la palabra junto a los labios de Georgie, como si ella no lo hubiera deducido por sí misma.
Georgie le rodeó el cuello con los brazos e inclinó la cabeza. ¿De verdad creían que podrían gozar de un poco de intimidad aunque estuvieran en una playa supuestamente privada? Los chacales siempre encontraban una forma de acceder a aquellos lugares. Georgie se preguntó qué podían captar las imágenes. Todo.
Su beso se volvió más intenso. Más profundo. Los pechos de Georgie se aplastaron contra el torso masculino y ella sintió un cosquilleo en los pezones. Y también percibió que el miembro de Bram se endurecía.
Él deslizó el pulgar por el trasero de Georgie e introdujo el muslo entre sus piernas.
– Ahora te voy a manosear por arriba.
Su mano se deslizó por encima de las costillas hasta el pecho. La mano que ningún fotógrafo podía ver. La acarició a través del sujetador y una indecente oleada de excitación recorrió el cuerpo de Georgie. ¡Hacía tanto tiempo! Y aquello era seguro, porque era falso y porque sólo llegaría hasta donde ella lo permitiera.
Los dedos de Bram siguieron el contorno abultado de los pechos de Georgie por encima de las cazoletas del sujetador y él le susurró junto a los labios:
– Cuando dejemos de jugar, te follaré tan fuerte y profundo que no querrás que acabe nunca.
Sus rudas palabras enviaron una oleada de calor por el cuerpo de Georgie y ella no se sintió nada culpable. No los unía una relación personal. Aquello era puramente físico. Bram podía ser un prostituto al que ella hubiera contratado para pasar la noche.
Sin embargo, los prostitutos regresaban a sus casas cuando terminaban el trabajo, así que Georgie se separó a desgana de aquellos brazos musculosos.
– Ya está bien. Me aburro.
Los dedos de Bram acariciaron su erecto pezón antes de apartarse de ella.
– Sí, ya lo noto.
La brisa nocturna erizó el vello de la nuca de Georgie dejando un rastro de carne de gallina a su paso. Se ciñó el jersey contra el cuerpo.
– Bueno, no eres ni mucho menos Hugh Grant, pero desde luego tu técnica ha mejorado desde los viejos y horribles días de entonces.
– Me alegra oírlo.
A Georgie no le gustó el tono sedoso de su voz.
– Regresemos -dijo-. Me está entrando frío.
– Yo puedo solucionarlo.
Ella hubiera apostado a que sí que podía. Apretó el paso y dijo:
– Respecto a la mujer con que hablabas antes por el móvil…
– ¿Ahora volvemos a ese tema?
– Debes saber que… si muero mientras estamos casados, todo mi dinero irá a la beneficencia o a mi padre.
Bram se detuvo de repente.
– No veo la conexión.
– Tú no obtendrías ni un centavo. -Georgie caminó todavía más deprisa-. No estoy acusando a nadie, sólo dejando las cosas claras por si a ti y a la amiga con que hablabas por teléfono se os ocurre pensar en lo bien que os lo pasaríais viviendo de mi dinero.
Georgie se estaba poniendo chula deliberadamente para molestarlo. De todas formas, Bram estaba arruinado y no tenía moral, así que ella se sintió mucho mejor después de dejarle claro que confabular su muerte prematura no le reportaría ningún beneficio.
Bram se le acercó levantando arena con los talones por la rapidez con que avanzaba.
– Eres una imbécil.
– Sólo me estoy cubriendo las espaldas.
Él la cogió de la mano, más como un carcelero que como un amante.
– Para tu información, no había ninguna cámara, sólo quería pasármelo bien.
– Pues para tu información… yo también sabía que no había ninguna cámara, sólo quería pasármelo bien. -Georgie no sabía que no había ningún fotógrafo, pero debería haberlo supuesto.
La brisa soplaba y las olas rompían en la orilla. Ella no había terminado de meterse con él, así que se inclinó sobre su brazo.
– Skip y Scooter juntos a la luz de la luna. ¡Qué romántico!
Él contraatacó silbando Tomorrow, de la película Annie, como solía hacer cuando quería cabrearla.