Salió a la tarde de finales de abril y los chacales la acorralaron. Cuando Georgie entró en la perfumería de Beverly Boulevard, sólo la acechaban tres, pero ahora había quince… veinte… quizá más; una jauría aullante y feroz que andaba suelta por Los Ángeles, con las cámaras disparando sin cesar, dispuestos a arrancar el último jirón de carne de sus huesos.
Los flashes la cegaron. Georgie se dijo que podía hacer frente a cualquier cosa que le dijeran. ¿Acaso no llevaba un año entero haciéndolo? Empezaron a formularle sus rudas preguntas. Demasiadas, deprisa y a voz en cuello, palabras que se entremezclaban. Hasta que nada tuvo sentido. Uno de ellos puso algo en sus manos, un ejemplar de la prensa sensacionalista, y le gritó al oído:
– ¡Acaba de publicarse, Georgie! ¿Quieres decir algo al respecto?
Ella bajó la vista y vio la ecografía de un bebé en la portada de Flash. El bebé de Lance y Jade. El bebé que tenía que haber sido de ella.
La sangre le bajó a los pies. Los flashes destellaron y las cámaras se dispararon mientras Georgie se llevaba el dorso de la mano a la boca. Después de meses y meses de aguantar el tipo, al final perdió la compostura y los ojos se le inundaron de lágrimas.
Las cámaras lo registraron todo, la mano en su boca, las lágrimas en sus ojos… Por fin les había dado a los chacales lo que llevaban un año intentando conseguir, las fotografías de Georgie York, la graciosa actriz de treinta y un años, derrumbándose mientras su vida se desmoronaba a su alrededor.
Dejó caer la revista al suelo y se dio la vuelta para salir huyendo, pero la habían acorralado. Intentó retroceder, pero estaban detrás de ella… delante… por todas partes… con sus cegadores flashes y su vocerío despiadado. Su olor le anegó el olfato, el olor a sudor, cigarrillos, colonia barata. Alguien la pisó. Un codo se clavó en su costado. Estrecharon el cerco robándole el aire, asfixiándola…
Bramwell Shepard contemplaba la desagradable escena desde los escalones del restaurante. Acababa de salir a la calle cuando la conmoción estalló y se detuvo para ver qué pasaba. Hacía dos años que no veía a Georgie y entonces sólo de forma fugaz, pero ahora, mientras contemplaba cómo la acosaban los paparazzi, los amargos sentimientos del pasado volvieron a invadirlo.
La parte alta de la escalinata le ofrecía una buena panorámica del caos desatado. Algunos reporteros sostenían las cámaras por encima de sus cabezas, mientras que otros prácticamente pegaban los objetivos a la cara de la actriz. Ella llevaba tratando con la prensa desde que era una niña, pero nada la había preparado para el descontrol del último año. Lástima que no hubiera ningún héroe por los alrededores para rescatarla.
Bram se había pasado ocho miserables años rescatando a Georgie de situaciones peliagudas, pero sus días de interpretar al galante Skip Scofield en su papel de salvador de la intrépida Scooter Brown, personaje representado por Georgie, hacía tiempo que habían quedado atrás. En esta ocasión, Scooter Brown tendría que salvar su propio pellejo o, aún más probable, esperar a que su papá lo hiciera por ella.
Los paparazzi no lo habían visto. Últimamente, él no era blanco de sus objetivos, aunque sí lo habría sido si hubiera aparecido en el mismo encuadre que Georgie. Skip y Scooter había sido una de las comedias de enredo de mayor éxito en la historia de la televisión. Estuvieron ocho años en el aire y ya llevaban ocho fuera de las pantallas, pero el público no los había olvidado, en especial a Scooter Brown, la buena chica favorita de Norteamérica, papel interpretado por Georgie York.
Un hombre que fuera mejor persona habría sentido lástima por el aprieto en que ella se encontraba, pero él sólo había llevado la insignia de héroe en la pantalla. Miró a Georgie y esbozó una mueca. «¿Qué tal tu espíritu de chica animosa y dinámica, Scooter?»
De repente, las cosas tomaron un giro más desagradable. Dos paparazzi empezaron a competir dándose empujones y uno de ellos le propinó un fuerte golpe a Georgie, que perdió el equilibrio y empezó a caerse, momento en que levantó la cabeza y lo vio. En medio de toda aquella locura, de las brutales disputas y los fuertes empujones, en medio del clamor y el caos, ella lo vio. Allí, a apenas diez metros de distancia. Su expresión reflejó sobresalto, no por la caída, pues de algún modo había conseguido mantenerse en pie, sino por el hecho de verlo. Sus miradas se encontraron, las cámaras se apretujaron más a su alrededor y la petición de ayuda que reflejaron sus facciones hizo que volviera a parecer una niña. Él la contempló sin moverse, simplemente fijándose en aquellos ojos verdes y redondos que esperaban encontrar un regalo más debajo del árbol de Navidad. Entonces la mirada de Georgie se nubló y Bram percibió el momento exacto en que ella comprendió que él no iba a ayudarla, que seguía siendo el mismo cabrón egoísta de siempre.
¿Qué demonios esperaba? ¿Cuándo había podido contar con él para algo? Su graciosa cara de niña se contrajo con desdén y volvió a centrarse en librarse de las cámaras.
Bram se dio cuenta de que estaba dejando escapar una oportunidad de oro y empezó a bajar los escalones, pero había esperado demasiado. Ella ya había lanzado el primer puñetazo. No fue un buen puñetazo, pero cumplió con su objetivo y dos paparazzi se apartaron a un lado para que ella pudiera llegar a su coche. Georgie subió y, segundos más tarde, se alejaba a toda velocidad. Mientras se sumía erráticamente en el tráfico de los viernes por la tarde de Los Ángeles, los paparazzi corrieron hacia sus mal aparcados todoterrenos negros y salieron disparados tras ella.
Si el servicio de aparcamiento del restaurante no hubiera elegido aquel momento para llevarle su Audi, probablemente Bram se habría olvidado del incidente, pero cuando se sentó al volante de su coche, la curiosidad lo venció. ¿Adónde iba a lamer sus heridas una princesa de la prensa del corazón cuando no le quedaba ningún lugar donde esconderse?
La comida a que había asistido Bram había sido un desastre y no tenía nada mejor que hacer, así que decidió unirse a la cabalgata de paparazzi. Aunque no podía ver el Prius de Georgie, por la forma serpenteante en que los periodistas se movían entre el tráfico dedujo que Georgie estaba conduciendo de forma alocada en dirección a Sunset. Bram encendió la radio, volvió a apagarla y consideró su situación. Su mente empezó a sopesar una interesante perspectiva.
Al final, la cabalgata tomó la carretera del Pacífico en dirección norte y a él se le ocurrió cuál era el destino probable de Georgie. Frotó la parte superior del volante con el pulgar.
La vida estaba llena de interesantes coincidencias…
Deseó poder arrancarse la piel y cambiarla por otra. Ya no quería ser Georgie York. Quería ser una persona con dignidad y merecedora de respeto.
Oculta tras los cristales tintados de su Prius, se enjugó la nariz con el dorso de la mano. Hubo un tiempo en que hacía reír a la gente, pero ahora, a pesar de todos sus esfuerzos en contra, se había convertido en la imagen misma del sufrimiento y la humillación. El único consuelo que había tenido desde el hundimiento de su matrimonio era saber que los paparazzi nunca, en ningún momento, la habían fotografiado con la cabeza baja. Incluso el peor día de su vida, aquel en que su esposo la había dejado por Jade Gentry, había conseguido esbozar una de las sonrisas características de Scooter Brown y adoptar una pose de chica mona para los chacales que la acosaban. Pero ahora le habían robado sus últimos vestigios de orgullo. Y Bram Shepard lo había presenciado.
Se le hizo un nudo en el estómago. Lo había visto por última vez en una fiesta unos dos años atrás. Él estaba rodeado de mujeres, lo que no constituía ninguna sorpresa. Ella se había ido de la fiesta de inmediato.
Sonó una bocina. No podía enfrentarse a su casa vacía ni a la lastimosa diversión pública en que se había convertido su vida, así que se dirigió a la casa de su viejo amigo Trevor Elliott, en la playa de Malibú. Aunque llevaba conduciendo una hora, el ritmo de su corazón no había disminuido. Poco a poco, había perdido las dos cosas que más le importaban, su esposo y su orgullo. Tres cosas, si incluía la gradual desintegración de su carrera. Y ahora aquello. Jade Gentry llevaba en sus entrañas el hijo que Georgie tanto había deseado.
Trevor abrió la puerta.
– ¿Estás loca?
La agarró de la muñeca, la hizo entrar en el fresco y sombreado vestíbulo y asomó la cabeza al exterior, pero la entrada en ele de su casa ofrecía suficiente intimidad para ocultarla a la vista de los periodistas que estaban aparcando en el arcén de la carretera de la costa del Pacífico.
– Es seguro -declaró ella un tanto irónicamente, pues nada parecía seguro en aquellos días.
Él se pasó la mano por su rapada cabeza.
– Esta noche, en E! News ya estaremos casados y tú estarás embarazada.
¡Si tan sólo fuera verdad!, pensó ella mientras lo seguía al interior de la casa.
Hacía catorce años que conocía a Trevor. Lo conoció durante el rodaje de Skip y Scooter, cuando él representaba a Harry, el amigo bobo de Skip, pero Trevor hacía mucho tiempo que había dejado de representar papeles secundarios para protagonizar una serie de comedias escatológicas pensadas para chicos de dieciocho años. Las últimas Navidades, ella le había regalado una camiseta con la leyenda: «Me encantan los chistes de pedos.»
Aunque apenas medía un metro setenta, Trevor tenía un cuerpo bonito y bien proporcionado, así como unas facciones un poco torcidas que lo convertían en la persona idónea para encarnar al perdedor tontorrón que salía airoso de todas las situaciones.
– No debería haber venido -dijo Georgie sin hablar en serio.
Trevor silenció la retransmisión del partido de béisbol que estaba viendo en su televisor de plasma y, al ver el aspecto de Georgie, frunció el ceño. Ella sabía que había perdido más peso del que su esbelto cuerpo de bailarina podía permitirse, pero eran los disgustos, no la anorexia, lo que le encogía el estómago.
– ¿Hay alguna razón por la que no me hayas devuelto mis dos últimas llamadas? -preguntó Trevor.
Ella empezó a quitarse las gafas de sol, pero entonces cambió de idea. Nadie quería ver las lágrimas de un payaso, ni siquiera el mejor amigo del payaso.
– La verdad es que estoy demasiado absorta en mí misma para preocuparme por nadie más.
– No es cierto. -La voz de Trevor se suavizó con ternura-. Tienes pinta de necesitar una copa.
– No hay suficiente alcohol en el mundo para… Vale, de acuerdo.
– No oigo ningún helicóptero. Sentémonos en la terraza. Prepararé unos margaritas.
Trevor desapareció en el interior de la cocina. Georgie se quitó las gafas de sol y atravesó con pesadumbre el suelo de terrazo moteado hasta el lavabo para arreglar los daños resultantes del ataque de los paparazzi.
Debido a su pérdida de peso, su cara redonda había empezado a hundirse por debajo de los pómulos y, si su boca no fuera tan ancha, sus grandes ojos se habrían comido su cara. Colocó un mechón de su pelo liso y moreno detrás de la oreja. En un intento por animarse y suavizar sus nuevas y angulosas facciones, se había hecho un moderno corte de pelo, escalado y curvo junto a las mejillas y con un flequillo largo y desigual. En los días de Skip y Scooter se había visto obligada a llevar su negro pelo continuamente permanentado y teñido de un ridículo tono zanahoria, porque los productores querían sacar provecho de su súper éxito como protagonista de la reposición de Broadway de Annie. Aquel peinado humillante también había enfatizado el contraste entre su imagen de chica divertida y la de tío guapo de Skip Scofield.
Georgie siempre se había sentido acomplejada por sus mejillas de muñeca de porcelana, sus ojos verdes y saltones y su boca enorme. Por un lado, sus poco convencionales facciones le habían proporcionado fama, pero en una ciudad como Hollywood, donde hasta las cajeras de los supermercados eran auténticos monumentos, no ser guapa constituía toda una prueba. Claro que ahora eso ya no le importaba, pero mientras estuvo casada con Lance Marks, la superestrella del cine de acción y aventuras, desde luego que le importó.
El agotamiento se apoderó de ella. Hacía seis meses que no asistía a sus clases de baile y le costaba un gran esfuerzo levantarse de la cama.
Arregló lo mejor que pudo los desperfectos del maquillaje de sus ojos y regresó al salón. Trevor acababa de mudarse a aquella casa, que había decorado con muebles de los años cincuenta. Debía de estar rememorando el pasado, porque encima de la mesilla auxiliar del sofá había un libro sobre la historia de la comedia televisiva norteamericana. En la página abierta, la fotografía del reparto de Skip y Scooter le devolvió la mirada y Georgie miró hacia otro lado.
En la terraza, unas macetas blancas de estuco con frondosas plantas verdes de hoja perenne proporcionaban un muro de privacidad frente a los posibles mirones que pasearan por la playa. Georgie se quitó las sandalias y se dejó caer en una tumbona estampada con franjas azules y marrones. El océano se extendía al otro lado de la barandilla tubular blanca. Unos cuantos surferos habían braceado más allá de donde rompían las olas, pero el mar estaba demasiado calmado para conseguir un deslizamiento decente y sus tablas cabeceaban en el agua como fetos flotando en el líquido amniótico.
Un pinchazo de dolor le cortó la respiración. Lance y ella habían sido una pareja de cuento de hadas. Él era el viril príncipe que, detrás del aspecto de patito feo de Georgie, había visto la hermosa alma que habitaba en su interior. Ella era la adorable esposa que le había dado el sólido amor que él necesitaba. Durante los dos años de cortejo y el año de matrimonio que duró su relación, los periodistas los siguieron a todas partes, pero, aun así, ella no estaba preparada para la histeria que se desató cuando Lance la dejó por Jade Gentry.
En privado, ella se quedaba tumbada en la cama, incapaz de moverse. En público exhibía una sonrisa estampada en su cara. Sin embargo, por muy alta que mantuviera la cabeza, las historias compasivas que se contaban sobre ella empeoraban cada vez más.
La prensa amarilla clamaba:
«A la animosa Georgie se le ha roto el corazón.»
«La valerosa Georgie quiere suicidarse tras oír las declaraciones de Lance: "Nunca supe lo que era el amor verdadero hasta que conocí a Jade Gentry."»
«¡Georgie se consume! Sus amigos temen por su vida.»
Aunque la carrera cinematográfica de Lance era mucho más exitosa que la de ella, Georgie seguía siendo Scooter Brown, la novia de Norteamérica, y la opinión pública se volvió contra él por abandonar a un querido icono de la televisión. Lance lanzó su propio contraataque: «Fuentes anónimas declaran que Lance ansiaba tener hijos, pero que Georgie estaba demasiado volcada en su carrera para dedicar tiempo a una familia.»
Georgie nunca le perdonaría esa mentira.
Trevor salió a la terraza llevando una bandeja de cuero blanco con dos vasos de margarita y una jarra medio llena. Con toda galantería, ignoró las lágrimas que resbalaban por debajo de las gafas de sol de Georgie.
– El bar está oficialmente abierto.
– Gracias, colega.
Georgie cogió el cóctel helado y, cuando Trevor se giró para dejar la bandeja en la mesa de la blanca terraza, se enjugó las lágrimas. No podía contarle lo de la ecografía. Ni siquiera sus mejores amigas sabían lo que significaba para ella tener un hijo. Ese dolor lo había mantenido en secreto. Un secreto que las fotografías que acababan de tomarle expondrían al mundo.
– El viernes pasado terminamos la grabación de Concurso de baile -explicó Georgie-. Otro desastre.
No podía afrontar tres fracasos de taquilla seguidos y eso era lo que tendría cuando se estrenara Concurso de baile. Dejó el vaso en el suelo sin probarlo.
– Mi padre está furioso por los seis meses de vacaciones que me he tomado -dijo ella.
Trevor se sentó en una silla tulipán de plástico moldeado.
– Has estado trabajando prácticamente desde que saliste del útero. Paul tiene que permitirte holgazanear un poco.
– Ya, como que eso va a suceder.
– Ya sabes lo que opino respecto a su forma de presionarte -comentó él-. No pienso decir nada más sobre ese asunto.
– No lo hagas.
Ella conocía de sobra la generalmente acertada opinión de Trevor sobre la difícil relación que ella mantenía con su padre. Georgie dobló las piernas y se las rodeó con los brazos contra el estómago.
– Diviérteme con algún buen cotilleo.
– Mi coprotagonista está cada día más loca. Si alguna vez se me ocurre grabar otra película con esa mujer, mátame. -Trev movió su silla para que su cabeza rapada quedara en la sombra-. ¿Sabías que ella y Bram habían salido juntos?
A Georgie se le encogió el estómago.
– Son tal para cual.
– Él está cuidando la casa…
Georgie levantó una mano.
– Para. No soporto hablar de Bramwell Shepard. Y menos hoy.
Bram podría haberla visto morir aplastada aquella tarde y ni siquiera se le habría borrado la sonrisa de la cara. ¡Dios, cuánto lo odiaba! Incluso después de tantos años.
Afortunadamente, Trev cambió de tema sin formular ninguna pregunta acerca de Bram.
– Ya viste el sondeo de opinión de USA Today de la semana pasada, ¿no? Aquel sobre las protagonistas de comedia favoritas. Scooter Brown es la tercera después de Lucy y Mary Tyler Moore. Incluso has desbancado a Barbara Eden.
Georgie había leído el resultado de la encuesta, pero la dejó indiferente.
– Odio a Scooter Brown.
– Pues eres la única. Scooter es un icono. No quererla es antiamericano.
– Hace ocho años que la serie dejó de emitirse. ¿Por qué no se olvidan de ella?
– Quizá las continuas reposiciones que se emiten por todo el mundo tengan algo que ver.
Georgie se subió las gafas de sol.
– Cuando la serie empezó yo era una niña, sólo tenía quince años. Y apenas tenía veintitrés cuando se dejó de rodar.
Trev se dio cuenta de que Georgie tenía los ojos rojos, pero no comentó nada.
– Scooter Brown no tiene edad. Es la mejor amiga de cualquier mujer y la virgen favorita de cualquier hombre.
– Pero yo no soy Scooter Brown, sino Georgie York. Mi vida me pertenece a mí, no al mundo.
– ¡Pues te deseo buena suerte!
No podía seguir haciendo aquello, pensó Georgie: reaccionar una y otra vez a las fuerzas externas, incapaz de actuar por sí misma; siguiendo siempre las sugerencias de los demás, nunca las suyas propias. Apretó más las rodillas contra el pecho y examinó los arco iris que había pedido a la pedicura que le pintara en las uñas de los pies en un vano intento por animarse.
Si no lo hacía en aquel momento, no lo haría nunca.
– Trev, ¿qué te parecería si tú y yo viviéramos un pequeño… un gran romance?
– ¿Un romance?
– Sí, nosotros dos. -No podía mirarlo a la cara, así qué mantuvo la vista clavada en los arco iris-. Nos enamoraríamos muy públicamente. Y quizá… Trev, llevo dándole vueltas a esto mucho tiempo… Sé que pensarás que es una locura. Y lo es. Pero… si no detestas la idea, he pensado que… al menos podríamos considerar la posibilidad de… casarnos.
– ¿Casarnos?
Trev se puso en pie de golpe. Aunque era uno de sus amigos más queridos, Georgie se sonrojó. De todos modos, ¿qué era otro momento humillante en un año lleno de ellos? Georgie se soltó las piernas.
– Sé que no debería soltártelo así, sin más. Y también sé que es una idea rara. Muy rara. Cuando se me ocurrió, yo también lo pensé, pero después la analicé objetivamente y no me pareció tan horrible.
– Georgie, yo soy gay.
– Se rumorea que eres gay.
– Sí, pero en la vida real también lo soy.
– Pero estás tan metido en el armario que prácticamente nadie lo sabe. -Deslizó las piernas por el lado de la tumbona y el arañazo reciente de su tobillo le escoció-. Eso acabaría con los rumores. Enfréntate a ello, Trev. Si se enteran de que eres homosexual, será el fin de tu carrera.
– Ya lo sé. -Se frotó la cabeza rapada con la mano-. Georgie, tu vida es un circo y, por mucho que te adore, no quiero verme arrastrado a la pista central.
– Ésta es la idea: si tú y yo estamos juntos, el circo se acabará.
Él volvió a sentarse y ella se acercó y se arrodilló a su lado.
– Trev, sólo piénsalo. Siempre nos hemos llevado bien. Podríamos vivir nuestras vidas como quisiéramos, sin interferir en la del otro. Piensa en toda la libertad que tendrías… que tendríamos los dos. -Apoyó la mejilla en la rodilla de Trev un segundo y después se sentó a su lado-. Tú y yo no somos una pareja llamativa como lo éramos Lance y yo. Trevor y Georgie serían un matrimonio aburrido y, después de un par de meses, la prensa nos dejaría en paz. Viviríamos por debajo del radar. Tú no tendrías que seguir saliendo con todas esas mujeres por las que has fingido sentir interés. Podrías verte con quien quisieras. Nuestro matrimonio sería la tapadera perfecta para ti.
Y para ella sería la manera de conseguir que el mundo dejara de compadecerla. Por un lado recuperaría su dignidad pública y, por el otro, su matrimonio constituiría una especie de póliza de seguros que evitaría que volviera a lanzarse por un precipicio emocional a causa de un hombre.
– Piénsalo, Trev. Por favor. -Tenía que dejar que él se hiciera a la idea antes de mencionar a los niños-. Piensa en lo liberador que sería.
– No pienso casarme contigo.
– Yo tampoco -declaró una voz terriblemente familiar desde el otro lado de la terraza-. Antes dejaría de beber.
Georgie se incorporó como un rayo y vio a Bramwell Shepard subiendo tranquilamente las escaleras que conducían a la playa. Bram se detuvo en lo alto con una mueca de calculada ironía.
Ella contuvo el aliento.
– No quisiera interrumpir. -Bram se apoyó en la barandilla-. Es la conversación más interesante que he oído casualmente desde que Scooter y sus amigas comentaron la posibilidad de teñirse el vello púbico. Trev, ¿por qué no me habías dicho que eres un mariquita? Ahora no podremos volver a dejarnos ver juntos en público.
A diferencia de Georgie, Trevor pareció sentirse aliviado por la interrupción y, levantando el vaso hacia la cabeza bañada por el sol de Bram, declaró:
– Pues tú me presentaste a mi último novio.
– Debía de estar borracho. -Entonces el anterior compañero de reparto de Georgie se fijó en ella-: Hablando de desastres… tú estás hecha un asco.
Tenía que largarse de allí. Georgie dirigió la mirada hacia las puertas que comunicaban con el interior de la casa, pero en las cenizas de su autoestima todavía quedaba un débil rescoldo de dignidad, así que no podía dejar que él la viera salir huyendo.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó a Bram-. Seguro que no se trata de una coincidencia.
Él señaló la jarra con la cabeza.
– No estaréis bebiendo esa mierda, ¿no?
– Seguro que te acuerdas de dónde guardo el alcohol de verdad.
Trev miró a Georgie con preocupación.
– Después -respondió Bram, y se sentó en la tumbona que había frente a la que había utilizado Georgie.
La arena que tenía pegada en la pantorrilla brilló como diamantes diminutos. La brisa jugueteó en su espeso pelo castaño claro. A Georgie se le revolvió el estómago. Un hermoso ángel caído.
La imagen procedía de un artículo escrito por un conocido crítico de televisión poco después de la debacle que terminó con una de las series más exitosas de la historia de las telecomedias. Georgie todavía se acordaba del artículo.
Nos imaginamos a Bram Shepard en el cielo. Su cara es tan perfecta que los otros ángeles no se deciden a echarlo, aunque se ha bebido todo el vino sagrado, ha seducido a las preciosas ángeles vírgenes y ha robado un arpa para reemplazar la que perdió en una partida de póquer celestial. Lo vemos poner en peligro a todo el grupo por volar demasiado cerca del sol y, a continuación, lanzarse en picado con temeridad hacia el mar. Pero la comunidad angélica está hechizada por los campos de lavanda de sus ojos y los rayos de sol que se entrelazan con su pelo, así que le perdonan sus transgresiones… hasta que su último y peligroso descenso los zambulle a todos en el barro.
Bram apoyó la cabeza en el respaldo de la tumbona. Esa posición resaltó contra el cielo su perfil, que seguía siendo perfecto. A la edad de treinta y tres años, los suaves contornos de su juventud hedonista se habían endurecido haciendo que su belleza deslumbrante y perezosa resultara todavía más destructiva. Reflejos castaño dorados adornaban su rubio cabello, el cinismo enturbiaba sus ojos lavanda de niño de coro y la sorna flotaba en las comisuras de su boca perfectamente simétrica.
El hecho de que alguien tan carente de escrúpulos hubiera oído su conversación con Trevor ponía enferma a Georgie. No podía huir, todavía no, pero sus piernas empezaban a flaquear.
– ¿Qué haces aquí?
Georgie se dejó caer en una de las sillas tulipán.
– Había empezado a contártelo -respondió Trev-. A veces, Bram utiliza la otra casa que tengo un poco más abajo en la playa, la que estoy intentando vender. Como ha conseguido que nadie quiera darle trabajo, no tiene nada mejor que hacer que holgazanear por aquí y molestarme.
– No es que nadie quiera darme trabajo. -Bram cruzó sus tobillos cubiertos de arena. Incluso los arcos de sus pies tenían una curvatura tan perfecta como la hoja de una cimitarra-. Justo la semana pasada me ofrecieron humillarme a mí mismo en un nuevo reality show televisivo. Si no hubiera estado tan colocado cuando me llamaron, es probable que hubiera aceptado. Pero ya está bien así. -Sacudió una de sus elegantes manos-. Demasiado trabajo.
– Sí, lo que tú digas -contestó Trev.
Georgie escudriñó con nerviosismo la playa en busca de fotógrafos. Aquélla era una playa privada, pero la prensa haría cualquier cosa con tal de conseguir una fotografía actual de ella y Bram juntos. ¡Skip y Scooter juntos en público después de tanto tiempo! Se le revolvió el estómago al pensar en la posibilidad de que alguien tan predeciblemente malvado como Bram Shepard formara parte de su pesadilla pública.
Bram se reclinó en la tumbona y volvió a cerrar los ojos. Parecía un aristócrata aburrido tomando el sol. Una imagen engañosa, pues Bram no había terminado el instituto y fue criado en el South Side de Chicago por un padre que era un auténtico gorrón.
– Espero que hayas escondido las cuchillas de afeitar, Trev. Según se rumorea, después del duro golpe que le ha dado la vida, nuestra Scooter ha desarrollado instintos suicidas. Personalmente, creo que debería celebrar haberse librado por fin del tarado con el que se casó. Jade Gentry debe de haberse vuelto loca al dejarse embaucar por Míster América. Dime la verdad, Scoot. A Lance Marks no se le levanta, ¿no?
– Veo que sigues siendo un perfecto caballero. ¡Qué tranquilizador!
Tenía que escapar de allí sin que pareciera que salía corriendo. Intentó levantarse despacio de la tumbona y coger sus sandalias como si tal cosa, pero se dio cuenta, demasiado tarde, de que no recordaba dónde las había dejado.
Bram abrió los ojos y obsequió a Georgie con aquella sonrisa suya, despreocupada y socarrona, que había desarmado a tantas mujeres que, por lo demás, tenían buen criterio.
– Por lo que he leído, la feliz pareja ha regresado al extranjero para continuar con sus bien publicitadas obras benéficas.
Durante su luna de miel, Lance y Jade realizaron un viaje humanitario a Tailandia. Georgie nunca olvidaría su comunicado de prensa. «Queremos utilizar nuestra fama para dar a conocer la causa humanitaria preferida de Jade, la lucha contra la explotación de los niños por parte de la industria del sexo.»
Georgie no tenía ninguna causa humanitaria, al menos nada que lucra más allá de firmar algunos sustanciosos cheques. Buscó desesperadamente sus sandalias con la mirada.
Bram señaló con su estilizado dedo debajo de la tumbona en la que Georgie se había sentado antes.
– Su campaña para reforzar las leyes contra el turismo sexual con niños es enternecedora. Y, mientras ellos batallan en el Congreso, he oído decir que tú has estado dedicando tus energías a comprar en los almacenes Fred Segal.
Georgie no aguantó más y perdió su autodominio.
– De verdad te odio.
– Imposible. Scooter nunca podría odiar a su querido Skip. No después de que él dedicara ocho años de su vida a sacarla de sus locos apuros.
Georgie cogió sus sandalias y se puso una.
– Para ya, Bram -dijo Trev.
Pero Bram no había terminado.
– ¿Te acuerdas de cuando te caíste en el lago vestida con el abrigo de piel de mamá Scofield? ¿Y qué me dices de cuando abriste la jaula de aquellos ratones en su fiesta de Navidad?
Si no respondía a sus provocaciones, Bram dejaría de pincharla.
Pero a Bram siempre le había encantado la tortura lenta.
– Incluso el día de nuestra boda te metiste en problemas. Fue una suerte que no llegáramos a rodar aquel capítulo. Por lo que tengo entendido, yo iba a dejarte embarazada durante la luna de miel. Si la cadena no hubiera cortado el suministro, yo habría sido el padre de un pequeño Skip.
La rabia de Georgie explotó.
– ¡No era un pequeño Skip, sino unos gemelos! Se suponía que íbamos a tener gemelos, una niña y un niño. Es obvio que estabas demasiado colocado para recordar ese pequeño detalle.
– Sería por inmaculada concepción, seguro. ¿Te imaginas a Scooter desnuda y…?
Georgie no pudo aguantarlo más y se dirigió a la casa, con una sandalia calzada y la otra en la mano.
– Yo de ti no me iría -declaró Bram con parsimonia-. Hace diez minutos vi a un fotógrafo esconderse en los arbustos del otro lado de la carretera. Alguien debe de haber visto tu coche.
Estaba atrapada.
Él la miró de arriba abajo, uno de sus numerosos hábitos desagradables.
– Por casualidad no habrás vuelto a fumar, ¿no, Scoot? Necesito un cigarrillo y Trev se niega a tener en su casa un cartón para los invitados. Es un auténtico boy-scout. -Bram arqueó una de sus perfectas cejas-. Salvo por sus vicios con miembros de su mismo género.
Trevor intentó aliviar la tensión.
– Sabes que sólo lo soporto porque deseo su bonito cuerpo. ¡Lástima que sea hetero! -le dijo a Georgie.
– Eres demasiado exigente para desearlo -replicó ella.
– Vuelve a mirarlo -contestó Trev con sequedad.
No era justo. Bram debería estar muerto por sus excesos, pero el escuálido cuerpo que ella recordaba de Skip y Scooter se había robustecido y sus formas elegantes pero desperdiciadas se habían convertido en fuertes músculos y largos tendones. Por debajo de la manga de su camiseta blanca asomaba un tatuaje tribal que rodeaba su formidable bíceps y su bañador azul marino dejaba a la vista unas piernas con los tendones tensos y alargados de un corredor de largas distancias. Su pelo rubio y espeso estaba alborotado y su pálida piel, tan característica en él como una resaca, había desaparecido. Salvo por el aire de decadencia que, como una mala reputación, lo impregnaba, Bram Shepard tenía un aspecto sorprendentemente saludable.
– Ahora hace ejercicio -intervino Trev con un susurro exagerado, como si estuviera divulgando un jugoso escándalo.
– Bram no ha hecho ejercicio ni un solo día de su vida -replicó Georgie-. Consiguió sus músculos vendiendo lo que le quedaba de su alma.
Bram sonrió y volvió su cara de ángel malo hacia Georgie.
– Cuéntame algo más sobre ese plan tuyo de recuperar tu orgullo casándote con Trev. No es tan interesante como la conversación del vello púbico, pero…
Georgie apretó las mandíbulas.
– Te juro por Dios que si le cuentas algo de esto a alguien…
– No lo hará -contestó Trevor-. Nuestro Bramwell nunca se ha interesado por nadie que no sea él mismo.
Eso era cierto. Aun así, Georgie no soportaba saber que él había oído algo tan sumamente humillante para ella. Bram y Georgie habían trabajado juntos desde que él tenía diecisiete años hasta que cumplió veinticinco. A los diecisiete, su egocentrismo era inconsciente, pero conforme su fama crecía, Bram se volvió más y más irresponsable de una forma deliberada. No costaba mucho darse cuenta de que, con el tiempo, se había vuelto todavía más cínico y egocéntrico.
Bram flexionó una rodilla.
– ¿No eres un poco joven para haber renunciado al amor verdadero?
Georgie se sentía como si tuviera cien años. Su matrimonio de cuento de hadas había fracasado poniendo punto final a sus sueños de tener una familia propia y un hombre que la quisiera por sí misma y no por lo que pudiera hacer por la carrera de él. Georgie volvió a ponerse las gafas de sol mientras sopesaba el peligro que suponían los chacales que merodeaban en el exterior frente al peligro de la bestia que tenía delante.
– No pienso hablar contigo de este tema.
– Déjalo ya, Bram -intervino Trevor-. Ha tenido un año muy duro.
– Las desventajas de ser adorada -replicó Bram.
Trev resopló.
– Nada de lo que tú tendrás que preocuparte nunca.
Bram cogió el cóctel abandonado de Georgie, bebió un sorbo y se estremeció al notar su sabor.
– Nunca he visto al público tomarse de una forma tan personal el divorcio de una celebridad. Me sorprende que ninguno de tus enloquecidos fans se haya autoinmolado a lo bonzo.
– La gente se siente como si fuera familia de Georgie -comentó Trevor-. Crecieron con Scooter Brown.
Bram dejó el vaso.
– También crecieron conmigo.
– Pero Georgie y Scooter son básicamente la misma persona, mientras que tú y Skip no lo sois.
– ¡Gracias a Dios! -Bram se levantó de la tumbona-. Todavía odio a aquel niño pijo y gilipollas.
Sin embargo, Georgie quería a Skip Scofield. Todo en él le encantaba. Su gran corazón, su lealtad, la forma en que intentaba proteger a Scooter de la familia Scofield. La forma en que, al final, se enamoró de su ridícula cara redonda y su boca de goma elástica. Le gustaba todo salvo el hombre en que Skip se convertía cuando las cámaras dejaban de rodar.
Los tres habían vuelto a caer en sus viejos patrones de conducta: Bram atacándola y Trevor defendiéndola. Pero ella ya no era una niña y tenía que defenderse a sí misma.
– Yo no creo que odies a Skip. Creo que siempre quisiste ser Skip, pero estabas tan lejos de conseguirlo que fingías despreciarlo.
Bram bostezó.
– Quizá tengas razón. Trev, ¿estás seguro de que nadie se ha dejado algo de hierba por aquí? ¿Ni siquiera un cigarrillo?
– Estoy seguro -contestó Trevor al mismo tiempo que sonaba el teléfono-. No os matéis mientras lo cojo.
Trevor entró en la casa.
Georgie quería castigar a Bram precisamente por ser quien era.
– Hoy podría haber muerto arrollada. Gracias por nada.
– Estabas manejando la situación tú solita. Y sin papaíto. ¡Eso sí que ha sido una sorpresa!
Georgie lo miró con desprecio.
– ¿Qué quieres, Bram? Los dos sabemos que no has aparecido por accidente.
Él se levantó, se acercó a la barandilla y miró hacia la playa.
– Si Trev hubiera sido tan estúpido como para aceptar tu estrafalaria oferta, ¿qué habrías hecho con tu vida sexual?
– Como que eso es algo que voy a discutir contigo.
– ¿Quién mejor que yo para contárselo? -contestó él-. Yo estuve allí en el primer momento, ¿te acuerdas?
Georgie no podía soportarlo ni un segundo más, así que se volvió hacia los ventanales.
– Sólo por curiosidad, Scoot… -dijo él a su espalda-. Ahora que Trev te ha rechazado, ¿quién es el siguiente candidato para ser el señor de Georgie York?
Ella estampó en su cara una sonrisa burlona y se volvió hacia Bram.
– ¡Qué amable eres al preocupar a esa demoníaca cabezota tuya por mi futuro cuando tu propia vida es un auténtico desastre!
La mano le temblaba, pero la sacudió esperando que resultara un gesto gracioso y desenfadado, y entró en la casa. Trev acababa de colgar el auricular, pero ella estaba demasiado agotada para hacer otra cosa salvo pedirle que, al menos, considerara su propuesta.
Cuando llegó a Pacific Palisades, estaba tan tensa que le dolía todo. Ignoró al fotógrafo que había aparcado en la entrada de su jardín y tomó el estrecho camino que serpenteaba hasta una sencilla casa de estilo mediterráneo que podía haber cabido en la piscina de su anterior vivienda. No se había sentido capaz de quedarse en la casa que Lance y ella habían compartido. Ésta la alquilaba con muebles demasiado voluminosos para lo pequeñas que eran las habitaciones y techos demasiado bajos para lo gruesas que eran las vigas de madera, pero a ella todo eso no le importaba tanto como para buscar otra casa.
Abrió la ventana del dormitorio y fue a escuchar el contestador del teléfono.
«Georgie, he visto el estúpido artículo y…»
Borrar.
«Georgie, lo siento muchísimo…»
Borrar.
«Él es un gilipollas, cariño, y tú eres…»
Borrar.
Sus amigas tenían buenas intenciones, al menos la mayoría, pero su interminable compasión la asfixiaba. Para variar, desearía ser ella quien ofreciera consuelo en lugar de tener que recibirlo siempre.
«Georgie, llámame enseguida. -La voz seca de su padre llenó la habitación-. En el último ejemplar de Flash sale una fotografía que podría alterarte. No quiero que te coja desprevenida.»
«Demasiado tarde, papá.»
«Es importante que estés a la altura de las circunstancias. Le he enviado a Aaron un comunicado por correo electrónico para que lo publique en tu página Web contándole al mundo lo feliz que te sientes por Lance. Ya sabes que…»
Volvió a pulsar la tecla de borrar. ¿Por qué, aunque sólo fuera por una vez, su padre no podía comportarse como un padre en lugar de un representante? Su padre había empezado a construir su carrera cuando ella tenía cinco años, antes de que hubiera transcurrido un año desde la muerte de su madre. Él la acompañó a todas las pruebas para principiantes, contrató sus primeros anuncios para la televisión y la obligó a asistir a las clases de canto y baile que le permitieron conseguir el papel protagonista en la reposición de Broadway de Annie. A su vez, ese papel le permitió acceder a las pruebas para el personaje de Scooter Brown. A diferencia de tantos otros padres de niños estrella, su padre se había asegurado de invertir debidamente sus ingresos. Gracias a él, Georgie nunca tendría que trabajar y, aunque se sentía agradecida hacia él por haberse ocupado tan bien de su dinero, ella daría hasta el último centavo a cambio de tener un verdadero padre.
Al oír la voz de Lance en el contestador, retrocedió un paso.
«Georgie, soy yo -dijo él con voz suave-. Ayer llegamos a las Filipinas. Acabo de enterarme de lo del artículo en Flash… No sé si ya lo has leído. Yo… quería contártelo personalmente antes de que lo leyeras en la prensa. Jade está embarazada…»
Escuchó su mensaje hasta el final. Percibió la culpabilidad en su voz, la súplica, el orgullo que su ineptitud como actor le impedía disimular. Todavía esperaba que ella lo perdonara por dejarla, por mentirle a la prensa acerca de que ella no quería tener hijos. Lance era un actor, con la necesidad de los actores de ser querido por todos, incluso por la mujer a la que le había roto el corazón. Lance quería que ella le diera un certificado gratis de no culpabilidad. Pero ella no podía dárselo. Se lo había dado todo. No sólo su corazón, no sólo su cuerpo, sino todo lo que tenía, y mira adónde la había llevado.
Georgie se dejó caer en el sofá. Ya había pasado un año y allí estaba, llorando otra vez. ¿Cuándo lo superaría? ¿Cuándo dejaría de actuar exactamente como la perdedora que el mundo creía que era? Si seguía así, la amargura que la consumía ganaría la batalla y se convertiría en una persona que no quería ser. Tenía que hacer algo -cualquier cosa- que le hiciera parecer, que le hiciera sentirse como una vencedora.