Capítulo 18

Georgie odiaba las películas en las que lo único que tenía que hacer el héroe para que la heroína se olvidara de que estaba enfadada con él era besarla hasta hacerle perder el sentido. Ella no tenía intención de dejar a un lado sus quejas con tanta facilidad. De la misma manera que tampoco tenía la intención de renunciar a aquel agradable entretenimiento. Así que descargó su frustración en el beso. Hincó las uñas en la espalda desnuda de Bram y le clavó los dientes en el labio. A continuación, empujó su rodilla contra…

– ¡Eh, cuidado! -murmuró él.

– Cállate y gánate el sustento.

A Bram no le gustó aquel comentario y lo siguiente que supo Georgie era que tenía los pantalones del pijama en los tobillos. Volvió a levantar la rodilla, pero él se la cogió y, en un rápido movimiento, la separó de la otra y la sentó en la larga encimera de granito.

Para eso Bram sí era bueno. Georgie cogió la cinturilla de sus bóxers, pero no pudo quitárselos. Él la soltó para ayudarla y ella resbaló de la encimera. Bram se libró de los calzoncillos de una patada y volvió a subirla a la encimera. Georgie se desembarazó de él y se dirigió a la ducha de chorros múltiples y paredes de granito de color cobre. Convertir la práctica sexual en una lucha de poder no era la forma más madura de manejar una relación difícil, pero era lo único que tenía a mano en aquel momento.

– Pensándolo bien…

Bram entró en la ducha con ella.

Georgie se quitó la camiseta del pijama.

– Abre el grifo a tope.

No tuvo que pedírselo dos veces y, en cuestión de segundos, el agua caliente golpeaba sus cuerpos.

Dos personas. Una ducha. Quería que Lance se enterara.

Entonces él empezó a enjabonarle el cuerpo y Georgie se olvidó de Lance. Pechos, nalgas, muslos… Bram prestó atención a todas sus partes. Georgie le quitó el jabón y le correspondió.

– Me estás matando -gruñó él.

– Ojalá. -Georgie desplazó la mano al lugar donde produciría mayor efecto.

El agua resbaló por sus cuerpos. Bram se arrodilló y la tomó con su boca. Cuando ella estaba a punto de estallar, él se levantó, la apoyó en la mojada pared y la montó sobre él. Georgie se agarró a sus hombros y hundió la cara en su cuello. Juntos jadearon y se contorsionaron cabalgando en la riada hasta el clímax.

– No me hables -dijo Georgie después-. He pagado una buena cantidad de dinero por esto y no quiero que lo estropees.

Bram le mordió el lateral del cuello.

– Lo que tú digas, mami.

A pesar de su anterior decisión, ella acabó durmiendo en la cama de su marido, dando vueltas y más vueltas mientras él dormía tranquilamente, salvo durante otro combate de sexo que posiblemente inició ella, pero sólo para remediar su insomnio. Cuando terminaron, a Bram no le costó volver a dormirse, pero ella no tuvo tanta suerte. Bajó de la cama y se llevó el inacabado vaso de whisky de él a la torrecita. Se sentó en uno de los mullidos y cómodos sillones y contempló las sombras en las paredes. Los licores no le gustaban, pero el hielo hacía rato que debía de haber licuado el whisky, así que bebió un trago largo y se preparó para recibirlo en el estómago.

Y recibió algo… que no era whisky.

Georgie olisqueó el vaso y lo agitó a la luz de la lámpara de la mesa. El resto del líquido tenía el suave color meloso del alcohol diluido, pero el sabor era distinto. Poco a poco, la explicación acudió a su mente… Bram y sus interminables vasos de whisky… No le extrañaba que nunca pareciera borracho. ¡Durante todo aquel tiempo había estado tomando té helado! Él ya se lo había dicho, pero a ella no le había pasado por la cabeza creerlo.

Apoyó la barbilla en las manos. Otro vicio que se iba por el retrete. Y no le gustó. Se suponía que Bram era un hombre de excesos. Sin sus vicios, ¿quién era él? La respuesta tardó en llegar: una versión sutilmente más peligrosa del hombre que siempre había sido. Un hombre que seguía demostrándole que no podía confiar en nada de lo que decía ni hacía.


Chaz no podía dormir. ¡Tenía tanto que hacer! ¡Tantas personas de las que ocuparse! Las mujeres de la limpieza no podían ir a causa de la cuarentena, así que ella tenía que hacerlo todo. Preparar comidas, hacer camas, lavar toallas… Georgie intentaría ayudarla, pero Chaz dudaba que supiera el aspecto que tenía una lavadora y, mucho menos, cómo funcionaba.

Se levantó para hacer pipí. Solía dormir vestida con una camiseta y unas bragas, pero aquella noche también se había puesto unos pantalones de deporte. Cuando acabó en el váter, fue a ver cómo estaba Aaron. Normalmente, tener a un tío durmiendo en su apartamento la habría sacado de quicio, pero con Aaron era distinto. A Chaz le gustaba que él le tuviera un poco de miedo, sobre todo porque era mayor que ella y muy inteligente. La vida le habría resultado más fácil si hubiera tenido un hermano como Aaron. Ella siempre había querido tener un hermano mayor, alguien que se preocupara por ella.

Últimamente, Chaz había estado demasiado ocupada para pensar en todo lo que le había contado a Georgie, pero mientras estaba en el umbral de la puerta rodeada de un silencio absoluto, se dio cuenta de que no se sentía tan alterada como era de esperar. Consideraba a Georgie su peor enemigo, pero Georgie no la había considerado una persona horrible. Y si su peor enemigo no la había mirado como si estuviera sucia, quizás ella misma no debería mirarse de ese modo. Una cosa estaba clara: Chaz ya no podía mentir acerca de su pasado o fingir que no había ocurrido, pues había soltado la verdad frente a la cámara. Además, por lo que ella sabía de Georgie, seguro que lo colgaría en YouTube.

Pero ¿y qué si lo hacía?

Se quedó junto a la puerta un buen rato, pensando en todas las cosas por las que había pasado. Había sobrevivido, ¿no? Todavía estaba viva y tenía un trabajo estupendo. Si alguien la miraba por encima del hombro, ése era su problema, no el de ella. Durante todo aquel tiempo había intentado fingir que su pasado no había ocurrido, pero sí que había ocurrido, y ya debía de estar preparada para dejar de ocultarlo, si no, no se lo habría contado a Georgie.

Contempló la librería donde guardaba los cuadernos de preparación para los exámenes de graduado escolar que Bram le había comprado. Él le había contado que mucha gente conseguía acceder a la universidad gracias a esos exámenes. Él mismo lo había hecho, aunque casi nadie sabía que había asistido a clases durante los últimos años. A Chaz no le interesaba la universidad, pero sí la escuela de cocina, y necesitaba pasar los exámenes GED de graduado escolar para que la admitieran.

Debió de hacer más ruido del que creía, porque Aaron se agitó. Chaz deseó que dejara de ser tan tozudo. Si al menos la escuchara, seguro que ella podría conseguir que le gustara a Becky.

– ¿Qué quieres? -gruñó él.

Ella se dirigió a la biblioteca.

– No puedo dormir. Necesito algo para leer.

– Cógelo y lárgate.

A Chaz le gustaba que Aaron hubiera empezado a hablar como una persona de verdad en lugar de un tío raro.

– Ésta es mi casa.

– Anda, vete a dormir, ¿quieres?

En lugar de coger un libro, Chaz se sentó en el sillón que había delante de Aaron y apoyó sus desnudos pies en el borde del asiento.

– ¿Y si cogemos el SARS?

– Es muy improbable. -Se sentó, bostezó y se frotó un ojo. Estaba totalmente vestido; sólo se había quitado los zapatos-. Supongo que no estaría de más que esterilizaras los platos que utilicen Jade y Lance.

Chaz se rodeó las rodillas con los brazos.

– No puedo creer que Lance Marks y Jade Gentry estén en esta casa.

Aaron se puso las gafas y se dirigió a la cocina. Chaz lo siguió.

– El único famoso al que Bram invita con regularidad es Trevor, que es fantástico y todo lo que quieras, pero yo quiero conocer a otros famosos aparte de él. Ojalá el padre de Meg viniera algún día.

Él se sirvió un vaso de agua.

– ¿Y qué me dices de Georgie?

– ¡Sí, como si ella me importara!

– Estás celosa.

– ¡Yo no soy celosa! -Chaz se volvió hacia la puerta-. Sólo creo que debería mostrarse más amable con Bram.

– Es él quien tiene que mostrarse más amable con ella. Georgie es fantástica y él no la valora.

– Me voy a la cama. No te comas mi comida.

– ¿Crees que puedo volver a dormirme, ahora que me has despertado?

– Es tu problema.

Al final, acabaron viendo una de las películas de Trevor. Chaz ya la había visto tres veces, así que se durmió apoyada en uno de los brazos del sofá.

Por la mañana, cuando se despertó, vio que Aaron se había dormido en el otro extremo del sofá. Durante unos instantes, permaneció inmóvil pensando en lo agradable que era sentirse segura.


Georgie no se sentía capaz de enfrentarse a aquel día, así que cuando Bram, su marido no alcohólico, se levantó, ella siguió con la cara hundida en la almohada. Él abrió uno de los ventanales para que entrara el aire matutino y luego le dio unas palmaditas en el trasero, pero aun así ella no se movió. ¿Por qué apresurarse a iniciar un día que prometía ser espantosamente memorable?

Bram salió del dormitorio y Georgie volvió a quedarse dormida, pero no le pareció que hubiera pasado mucho tiempo cuando él regresó.

– ¿Tienes que hacer tanto ruido? -refunfuñó con la cara pegada a la almohada-. Me gusta que mis hombres sean sexys y silenciosos, ¿recuerdas?

– ¿Georgie?

Aquella voz titubeante no era la de Bram. No pertenecía a ningún hombre. Ella abrió los ojos de golpe. Se volvió y vio a Jade Gentry en el dormitorio, junto a la puerta del balcón. Iba vestida con la misma camiseta negra sin mangas y los mismos pantalones del día anterior, pero su aspecto seguía siendo fresco, incluso elegante. Había recogido su pelo liso y suave en un nudo informal en su nuca y se había aplicado una sombra de ojos oscura y un pintalabios color café claro. Sus sencillas joyas consistían en unos pendientes de aro de plata y un discreto anillo de boda también de plata.

– Son las ocho y media -dijo Jade-. Creía que ya te habrías levantado.

Georgie parpadeó en dirección al sol y sacó su mano izquierda con su imponente anillo de diamante de debajo de la sábana.

– No quisiera ser descortés, Jade, pero sal de mi habitación.

– Esta conversación será buena para ti.

– No estoy de acuerdo. -Soltó la sábana de la parte inferior de la cama con los pies y la enrolló alrededor de su cuerpo desnudo-. No quiero mantener una conversación con ninguno de vosotros dos.

Jade fijó la mirada en su cuello.

– Estaremos atrapados en esta casa durante los próximos dos días. Todo resultará más cómodo si tú y yo aclaramos las cosas en privado antes de bajar.

– La comodidad no me importa en absoluto. -Georgie arrugó la sábana entre sus pechos y, en aquel momento, Lance entró por la puerta del balcón.

– Jade, ¿qué estás haciendo? -preguntó.

– Esperaba hablar con Georgie a solas -contestó con calma-, pero ella tiene otras ideas.

– ¡Como enviar vuestros dos culos por encima del balcón!

Lance entrelazó su brazo con el de su esposa.

– Georgie, dale una oportunidad a Jade.

Georgie cogió otro puñado de sábana y se acercó a ellos indignada, intentando no tropezar.

– Ya le he dado a Jade un marido, por lo que, por cierto, me disculpo.

– ¡Qué reunión más pervertida! -exclamó Bram desde la puerta que comunicaba con el pasillo-. ¿Puedo participar yo también?

– ¡Échalos de aquí! -le ordenó Georgie sujetando la sábana con más fuerza-. Lo haría yo, pero sólo tengo una mano libre.

Él se encogió de hombros.

– De acuerdo.

– Espera. -Jade alargó el brazo-. En estos momentos tú y yo tenemos que ser los más razonables, Bram. Lo único que yo quería era hablar con Georgie sin que todo el mundo estuviera escuchándonos. Es una buena persona y yo quiero disculparme por haberla herido. Sé que esto le ayudará a dejar de lado la hostilidad que siente hacia nosotros y así podrá sanar su herida.

– ¡Qué generosa! -exclamó Bram-. Seguro que si Georgie sana su herida vosotros os sentiréis mucho mejor.

– No te metas con Jade. -Lance tensó los músculos-. Georgie, siempre has sido una persona razonable. Jade necesita hacer esto, y yo también, para que todos podamos seguir adelante.

Lance fijó la mirada en el cuello de Georgie.

Bram arqueó una ceja.

– Debo admitir que vosotros, que sois un par de payasos, habéis despertado mi curiosidad. Georgie, ¿no te interesa oír lo que quieren decirte?

– Ayer por la noche ya oí lo que uno de ellos quería decirme, pero resulta que no quiero dar por terminado nuestro matrimonio y largarme a Tailandia con ellos para participar en una monumental operación fotográfica.

– Bromeas.

– No es como ella hace que parezca -contestó Jade-. Lance y yo tenemos pensado realizar un viaje humanitario. Es preciso que todos empecemos a pensar globalmente en lugar de individualmente, Georgie.

– Yo no estoy tan avanzada espiritualmente.

– Yo tampoco -añadió Bram-. Además, Georgie y yo ya hemos planeado un viaje. A Haití. Para llevar suministros médicos.

Jade se mostró entusiasmada.

– ¿De verdad? ¡Fantástico! Cualquier cosa que pueda hacer para ayudaros, comunicádmela.

– Empieza por salir de mi dormitorio -declaró Georgie.

Jade estaba guapísima y dolida.

– Creo que eres una persona maravillosa, Georgie, y lamento que te sientas tan herida.

– Yo no me siento herida, tía, sólo furiosa.

– Reconozco tu derecho a estar enfadada, Georgie, y sé que lo que Lance y yo te proponemos es una locura, pero hagámoslo de todas formas. Simplemente porque sí. Demostrémosle al mundo que las mujeres somos más razonables que los hombres.

– ¡Yo no soy más razonable que los hombres! Tú y mi ex marido tuvisteis una aventura a mis espaldas. Además él le mintió a la prensa sobre mí, ¿y ahora queréis que vaya con vosotros a una especie de ménage à trois altruista? No cuentes conmigo.

Los ojos de cervatilla de Jade se derritieron convirtiéndose en insondables pozos de tristeza.

– Ya le dije a Lance que estabas demasiado centrada en ti misma para acceder.

– Bien, creo que esto es todo. -Bram abrió las puertas del balcón de par en par-. Ha sido una visita maravillosa, pero ahora Georgie tiene que vomitar.

Esta vez, Lance y Jade cedieron.

– Divertida pareja -comentó Bram mientras cerraba los ventanales-. Un poco intensos, pero aun así son para desternillarse de risa.

Georgie se dirigió al lavabo.

– Y aquí estoy yo, desnuda debajo de la sábana y con el pelo hecho un asco. Ni siquiera me he lavado los dientes. Jade puede sacar lo mejor de mí sin siquiera proponérselo.

– Debería haber sido más sensible con tu patética y baja autoestima -declaró él siguiéndola hasta el lavabo-. Me castigaré llevándote de nuevo a la cama y esforzándome mucho más en ser el hombre de tus fantasías sexuales.

– O no.

Georgie contempló su reflejo en el espejo. No le extrañaba que no pararan de mirarle el cuello, pues tenía un enorme cardenal. Se lo rozó con la punta del dedo.

– Muchas gracias.

Bram deslizó su dedo por el hombro de Georgie.

– Quería asegurarme de que Lance no se olvidara de a quién perteneces.

Ella cogió su cepillo de dientes. Las mujeres no eran propiedad de nadie, y mucho menos ella. Aun así, era un bonito detalle que Bram hubiera pensado en aquel aspecto. Lo que no encontraba tan bonito era descubrir que tenía un vicio menos de los que le había hecho creer. Tendría que hablar con él sobre esa cuestión pronto.

Él le tendió la pasta de dientes.

– Ayer por la noche, cuando salí para ir a buscar a Jade, ella ya se dirigía a la casa mientras hablaba por el móvil. No puedo demostrarlo, pero creo que ya estaba hablando de la cuarentena con alguien.

– ¿Antes de entrar en la casa? -preguntó Georgie con la boca llena de dentífrico-. Pero eso no tiene sentido. Si ella ya sabía lo de la cuarentena, ¿por qué querría verse atrapada aquí dentro?

– Quizá porque se sentiría insegura si su marido se quedaba aislado dos días en el mismo lugar que su sexy ex esposa.

– ¿De verdad? -Georgie sonrió y soltó un bufido-. ¡De coña!

– Ya me avisarás cuando dejes de estar obsesionada con esos dos y empieces a vivir tu vida real, ¿de acuerdo?

Ella se enjuagó la boca.

– Estamos en Los Ángeles. Aquí la vida real es una ilusión.

– ¡Bram! -gritó Chaz desde el pie de las escaleras-. ¡Bram, ven deprisa! Hay una serpiente en la piscina. ¡Tienes que sacarla!

Él se estremeció.

– Haré ver que no he oído nada.

– Deberías obligar a Lance y Jade a sacarla -comentó Georgie mientras dejaba el cepillo de dientes en su lugar-. Probablemente se trate de un familiar suyo.

– ¡Bram! -apremió Chaz-. ¡Deprisa!

Georgie se puso un albornoz y siguió a Bram hasta la piscina, donde había una serpiente de cascabel encima de una almohadilla de natación. No era grande, sólo debía de medir unos sesenta centímetros, pero aun así se trataba de una serpiente venenosa a la que, además, no le gustaba el agua.

Los gritos de Chaz habían alertado al resto de invitados. Cuando Lance y Jade llegaron, Bram cogió el recogedor de hojas y se lo ofreció a Lance.

– Vamos, Lancelot, impresiona a las mujeres.

– Yo paso.

– A mí no me mires -dijo Jade-. Tengo fobia a las serpientes.

– Yo las odio -dijo Chaz con una mueca.

Georgie alargó el brazo hacia Bram.

– ¡Oh, vamos, dámelo a mí! Yo la sacaré.

– Buena chica. -Y le entregó el recogedor de hojas.

Justo cuando Georgie lo cogía, apareció Laura seguida de Rory, quien cerró su móvil y corrió hasta el bordillo de la piscina con un sonoro traqueteo de los tacones de sus carísimas sandalias Gucci.

– ¿Es una serpiente de cascabel?

– Sin duda. -Bram miró a Rory y extendió el brazo hacia Georgie-. ¿Qué haces, cariño? Dame eso. No pienso permitir que juegues con una peligrosa serpiente.

Ella contuvo una sonrisa y le devolvió el recogedor. Él apretó los dientes con resignación y lo introdujo con cuidado en la piscina. Meg y Paul llegaron y, mientras observaban, Meg le dio algún que otro consejo. La serpiente siseó y se enroscó, pero al final Bram consiguió atraparla. Un charco de sudor se había formado entre las paletillas de Bram, quien, con los brazos bien extendidos llevó el recogedor hasta la parte trasera de la finca y echó la alimaña por encima del muro de piedra.

– ¡Estupendo! -exclamó Rory-. Así, cuando haya crecido, se dirigirá directamente a mi jardín.

– Si lo hace, avísame -contestó Bram-. Iré a encargarme de ella para que no te moleste.

– Deberías haberla matado -comentó Lance.

– ¿Por qué? -replicó Meg-. ¿Porque estaba actuando como una serpiente?

Georgie se dio cuenta de que tenía que aclarar algo y, como Rory estaba allí, bien podía aprovechar el momento, por inoportuno que pareciera.

– ¿Sabes una cosa, Rory? La bebida que Bram siempre lleva en la mano es té helado.

Bram la miró como si se hubiera vuelto loca, y los demás también.

– Lo digo para que sepan que ya no eres un borracho -explicó ella con torpeza-. Hace cinco años que no fumas y el orégano de la cocina es orégano de verdad. En cuanto a las drogas… He encontrado algunos suplementos vitamínicos Flintstone para niños y Tylenol, pero…

– ¡Yo no tomo complementos vitamínicos de esa marca!

– ¡Bueno, pues complejos multivitamínicos One A Day o lo que sea! Si la gente sabe que ya no eres el imbécil de antes, puede que dejen de tratarme como si estuviera loca por haberme casado contigo. -Además, pensó, Rory podría estar más predispuesta a financiar La casa del árbol. Su nueva mente calculadora estaba en marcha.

Bram por fin reaccionó.

– Realmente fue una locura que te casaras conmigo, pero me alegro.

Se hicieron unas carantoñas de casados, aunque, por el ceño de Bram, Georgie dedujo que no estaba muy contento con su iniciativa.

– ¡Mi héroe! -exclamó dándole unas palmaditas en el pecho.

– Eres demasiado buena conmigo, cariño.

Laura les formuló a Lance y Jade la pregunta que probablemente ocupaba el primer lugar en las mentes de todos.

– ¿Cómo os encontráis vosotros? ¿Tenéis algún síntoma?

– Aparte del jet-lag, estamos muy bien -contestó Jade.

Rory desplegó el móvil.

– Dadme una lista de todo lo que necesitéis. Uno de mis empleados lo conseguirá y lo llevará a la puerta del jardín.

Lance le dio una palmada a Paul en la espalda.

– Es fantástico volver a verte. Por fin tenemos la oportunidad de ponernos al día.

Georgie no se sentía con ánimos para seguir en aquella reunión, así que empezó a alejarse, pero la respuesta de su padre la paró en seco.

– Me temo que no tengo mucho que contarte últimamente, Lance.

Lance no supo qué responder.

– Paul… la separación ha sido dura para todos, pero…

– ¿Ah, sí? Tal como yo lo veo, más que nada ha sido dura para Georgie. Tú pareces estar bastante bien.

Lance parecía acongojado y Jade arrugó la frente. Georgie se sintió emocionada.

– Es igual, papá. No importa.

– Pues a mí sí me importa -replicó él.

Y se marchó.

Bram sonrió.

– No lo entiendo. ¡Papá estaba de tan buen humor ayer por la noche, cuando hacíamos planes para ir a pescar juntos!

Georgie estudió su rostro. ¿Desde cuándo Bram Shepard se había convertido en alguien en quien ella podía confiar? En cuanto a su padre… ¿le había hecho un desaire a Lance por respeto a ella o sólo para salvar su propio orgullo?

Después dedicó más tiempo del habitual a arreglarse el pelo y maquillarse, pero se vistió con unos simples vaqueros y una sencilla camiseta blanca para que no pareciera que se estaba esforzando demasiado en tener buen aspecto. Cuando bajó las escaleras, los invitados estaban hablando por sus móviles mientras picaban de un surtido de cereales y bollos. Chaz estaba frente a los fogones, cocinando huevos a petición de los huéspedes. Lance le pidió la clara revuelta de dos huevos. A su lado, Jade interrumpió su conversación telefónica para pedirle que calentara agua para su infusión de hierbas. Un helicóptero zumbó por encima de la finca. Georgie vio que Paul estaba en el porche hablando con alguien por el móvil. Laura estaba sentada en el comedor con una libreta delante y el móvil pegado a la oreja. Rory escribió con determinación una nota recordatoria para sí misma en el margen de la portada de Los Ángeles Times, y Meg, sentada en un taburete, hacía lo que podía para convencer a su madre de que se encontraba bien.

Bram llegó del garaje con una caja de agua embotellada. Oyó que un segundo helicóptero se unía al primero volando en círculos sobre la casa y levantó la vista hacia el techo.

– No hay mejor negocio que el negocio del espectáculo.

Los rumores se habían extendido más deprisa de lo que Georgie esperaba. Se imaginó a un fotógrafo colgando de los patines del helicóptero, con el objetivo dirigido hacia la casa, dispuesto a arriesgar su vida para conseguir la primera imagen de ella con Lance y Jade. ¿Qué valdría una foto como ésa? Como mínimo, un cheque de seis cifras.

Georgie se sirvió una taza de café y salió al porche. Allí, el ruido de los helicópteros se oía más fuerte. Al verla acercarse, su padre, que estaba apoyado en una de las columnas en espiral, terminó su conferencia telefónica. Se estudiaron el uno al otro. Los ojos de él se veían cansados tras sus gafas sin montura. Quizá las cosas habían sido más fáciles entre ellos cuando Georgie era pequeña, pero ella no lo recordaba así. De todas maneras, él había sido un viudo de veinticinco años que había tenido que criar solo a una hija. Georgie cogió la taza de café con ambas manos.

– ¿Todavía sigues firmando autógrafos como si fueras Richard Gere?

– Ayer mismo firmé uno.

Paul había empezado a recibir ese tipo de peticiones cuando su pelo se volvió entrecano. Al principio les explicaba que él no era Gere, pero la gente no siempre lo creía y algunos incluso realizaban comentarios acerca de lo engreídos que eran los famosos. Al final, Paul decidió que no le hacía a Gere ningún favor cabreando a sus fans, así que empezó a firmar autógrafos en su nombre.

– Seguro que era una mujer -comentó Georgie-, y seguro que le encantaste en Oficial y caballero. La gente tendría que superar esa película. La verdad es que no fue tu mejor interpretación.

– Es cierto. Convenientemente, se olvidan de Infidelidad y de La gran estafa.

– ¿Y qué me dices de Chicago?

– O Las dos caras de la verdad.

– No, me temo que en ésa Ed Norton te superó.

Paul sonrió y los dos guardaron silencio, pues la fuente neutral de conversación se había agotado. Georgie dejó la taza en una de las mesas de azulejos y se esforzó en actuar como una persona madura.

– Te agradezco lo que le has dicho a Lance antes, pero vosotros tenéis vuestra propia relación. No estaría bien que yo os la estropeara.

– ¿De verdad crees que voy a estar a gusto con él después de lo que te hizo?

Claro que no, su padre se preocupaba demasiado por la imagen de su hija para dejarse ver con Lance Marks. Un sesgado rayo de sol envió una ráfaga plateada sobre su pelo.

– Antes has realizado una emocionante defensa de Bram -comentó-, pero dudo que nadie te haya creído. ¿Qué haces con él, Georgie? Explícamelo para que pueda entenderlo. Explícame cómo pudiste enamorarte de repente de un hombre al que detestabas. Un hombre que ha…

– Bram es mi marido, no quiero oírte hablar así de él.

Pero estaban hablando sin tapujos y Paul se acercó a su hija.

– Esperaba que, a estas alturas, por fin te hubieras dado cuenta del tipo de hombre que te conviene.

– ¿Qué quieres decir con «por fin»? Ya me había dado cuenta antes, ¿recuerdas? Pero aquel matrimonio no fue exactamente un éxito.

– Lance nunca fue el hombre adecuado para ti.

Era culpa de los helicópteros. Hacían tanto ruido que habían distorsionado las palabras de Paul.

– ¿Perdona?

Él apartó la mirada.

– Apoyé tu decisión de casarte con Lance aunque sabía que nunca te haría feliz, pero no pienso volver a hacerlo. En público diré lo correcto, pero en privado te diré la verdad. No pienso volver a fingir contigo.

– ¡Alto ahí! ¿Qué me estás diciendo? Fuiste tú quien me presentó a Lance. Te encantaba.

– No como marido, pero tú no querías oír ni una crítica acerca de él.

– Nunca me dijiste que no te gustaba, sólo que no tenía tantos registros como yo, con lo que, una vez más, dabas a entender que yo tenía que centrarme más.

– Eso no es lo que yo quería decir, Georgie, en absoluto. Lance es un actor correcto, ha encontrado su nicho y es lo bastante listo para quedarse en él, pero nunca ha tenido una identidad propia. Él depende de la gente que lo rodea para definir quién es. Hasta que te conoció, apenas había leído nada. Eres tú quien consiguió que se interesara por la música, la danza, el arte… incluso por los sucesos de la actualidad. Su capacidad para absorber la personalidad de otras personas le ayuda a ser un buen actor, pero no lo convierte en un buen marido.

Eso era, casi con exactitud, lo mismo que le había dicho Bram.

– Nunca soporté tu forma de comportarte cuando estabas junto a él -continuó Paul-, como si te sintieras agradecida de que él te hubiera elegido, cuando debería haber sido lo contrario. Él se alimentaba de esa actitud tuya. Se alimentaba de ti, de tu sentido del humor, de tu curiosidad, de tu forma desenvuelta de relacionarte con los demás… A él, todo eso no le sale con naturalidad.

– No me lo puedo creer… ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Por qué no me dijiste lo que sentías respecto a él?

– Porque cada vez que lo intentaba, me volvías la espalda. Tú lo adorabas, y nada de lo que yo dijera podía cambiar eso. Además ya había suficiente tensión entre nosotros a causa de tu carrera. ¿Qué habría conseguido criticándolo, sino que sintieras más resentimiento hacia mí?

– Deberías haberme contado la verdad. Yo siempre he creído que te interesabas más por él que por mí.

– A ti te gusta pensar lo peor de mí.

– ¡Tú me culpaste del divorcio!

– Yo nunca te culpé, pero sí que te culpo ahora por casarte con Bramwell Shepard. De todos los hombres estúpidos…

– ¡Para! No sigas por ahí.

Georgie se presionó las sienes con los dedos. Se sentía agotada. ¿Su padre le estaba contando la verdad o intentaba reescribir la historia para mantener la ilusión de su propia omnipotencia?

Varios teléfonos sonaban en el interior de la casa y Georgie oyó que el intercomunicador de la puerta del jardín emitía su zumbido característico. Llegó un tercer helicóptero y voló más bajo que los otros.

– Esto es una locura. -Georgie hizo un gesto desdeñoso con la mano-. Ya hablaremos de esto más tarde.


Laura esperó hasta que Georgie desapareció para salir del fondo del porche. Paul se veía tan vulnerable como podía verse un hombre invencible y de acero. Para ella, Paul era un verdadero misterio. Tan sumamente controlado, no podía imaginárselo riendo por un buen chiste verde, y mucho menos soltándose en un orgasmo colosal. Ni haciendo nada que supusiera un exceso.

Conforme a los patrones de Hollywood, Paul vivía modestamente. Conducía un Lexus en lugar de un Bentley y tenía una casa urbana de tres dormitorios en lugar de una mansión en las afueras. No tenía empleados personales y salía con mujeres de su misma edad. ¿Qué otro hombre de cincuenta y dos años hacía lo mismo en Hollywood?

A lo largo de los años, Laura había dedicado tanta energía a sentirse ofendida por culpa de él que ya sólo lo veía como un símbolo de su propia ineficacia. Sin embargo, acababa de presenciar su talón de Aquiles y algo en su interior se conmovió.

– Georgie es una persona increíble, Paul.

– ¿Crees que no lo sé? -Rápidamente volvió a su ser de hielo-. ¿Es así como has consolidado tu carrera? ¿Escuchando conversaciones ajenas?

– Ha sido sin querer -contestó ella-. He salido para ver si tenía más cobertura aquí fuera y entonces os he oído hablar. No quería interrumpiros.

– ¿Ni volver adentro y dejarnos a solas?

– Me he quedado preocupada al ver lo desorientado que estabas. Durante un rato, tu ofuscación me ha paralizado.

Laura contuvo la respiración. No podía creer que aquellas palabras hubieran salido de su boca. Quería achacar su descontrolada lengua a que había pasado la noche en vela, pero ¿y si se trataba de algo peor? ¿Y si todos los años de autodesprecio habían acabado con sus últimos restos de moderación?

Paul estaba acostumbrado a su habitual servilismo y arqueó las cejas. La carrera de Laura dependía totalmente de representar a Georgie York y tenía que disculparse de inmediato.

– Quiero decir que… Siempre se te ve tan centrado. Siempre estás seguro de tus ideas y nunca cambias de opinión. -Se fijó en los pantalones azul marino y el polo de Paul y su disculpa empezó a desvariar-. No tienes más que mirarte. Llevas la misma ropa que ayer por la noche, pero estás impecable. Ni una arruga. Resulta intimidante.

Si al menos él no se hubiera inclinado hacia atrás y no hubiera mirado con lástima el arrugado blusón y los desmejorados pantalones de color marfil de Laura, ella podría haberse contenido. Sin embargo, continuó con voz excesivamente alta:

– Estabas hablando con tu hija. Tu única hija.

Paul apretó los dedos alrededor de la taza que Georgie había dejado encima de la mesa.

– Ya sé quién es.

– Siempre he creído que mi padre era un desastre. Era un manirroto y no conseguía conservar ningún empleo, pero no pasaba un día sin que abrazara a sus hijos y nos dijera cuánto nos quería.

– Si estás sugiriendo que no quiero a mi hija, te equivocas. Tú no has tenido hijos y no entiendes lo que es ser padre.

Laura tenía cuatro sobrinos maravillosos, así que tenía una idea bastante exacta de lo que implicaba ser padre, pero tenía que reprimirse como fuera. Sin embargo, su lengua parecía haberse desconectado de su cerebro.

– No entiendo cómo puedes ser tan distante con ella. ¿No puedes actuar como un padre?

– Por lo visto, no has prestado la suficiente atención, si no sabrías que estaba haciendo justamente eso.

– ¿Sermoneándola y criticándola? No apruebas lo que quiere hacer con su carrera. No aceptas su gusto respecto a los hombres. Dime, ¿qué te gusta de ella? Aparte de su capacidad de ganar dinero.

Paul enrojeció de rabia. Laura no sabía quién de los dos estaba más sorprendido. Ella estaba arruinando todo lo que había tardado años en construir. Tenía que suplicarle que la perdonara, pero estaba tan enfadada consigo misma que no encontraba las palabras adecuadas.

– Acabas de pasar una línea peligrosa -repuso Paul.

– Lo sé. Yo… no debería haberlo dicho.

– Tienes toda la razón. No deberías haberlo dicho.

Sin embargo, en lugar de huir de allí antes de causar más estragos, los pies de Laura siguieron clavados en el suelo con tozudez.

– Nunca he entendido por qué eres tan crítico con ella. Es una mujer maravillosa. Puede que no tenga el mejor de los gustos en cuanto a hombres, aunque debo decir que Bram ha constituido una agradable sorpresa, pero Georgie es una mujer cálida y generosa. ¿Cuántos actores conoces que intenten hacer la vida más fácil a las personas que los rodean? Georgie es lista como un lince y todo le interesa. Si fuera hija mía, querría disfrutar de su compañía en lugar de actuar siempre como si creyera que necesita una reforma total.

– No sé a qué te refieres.

Sin embargo, Laura se dio cuenta de que él lo sabía perfectamente.

– ¿Por qué no te diviertes con ella de vez en cuando? Pasa el rato con ella. Haced algo ajeno al trabajo. Jugad a cartas, chapotead en la piscina…

– ¿Y qué tal un viajecito a Disneylandia? -ironizó Paul.

– Sí, ¿por qué no?

– Georgie tiene treinta y un años, no cinco.

– ¿Hiciste esas cosas con ella cuando tenía cinco años?

– Su madre acababa de morir, así que yo estaba un poco agobiado -soltó Paul.

– Debió de ser horrible.

– Fui el mejor padre que pude.

Ella percibió auténtico dolor en sus ojos, pero eso no despertó su compasión.

– Eso es lo que me preocupa, Paul. Si yo no entiendo lo mucho que la quieres, ¿cómo va a entenderlo ella?

– Ya es suficiente. Más que suficiente. Si éste es todo el respeto que sientes hacia nuestra relación profesional, quizá tengamos que replantearnos dónde estamos.

A Laura se le encogió el estómago. Todavía podía salvar la situación. Podía alegar enfermedad, locura, SARS… Pero no lo hizo, sino que enderezó los hombros y se marchó.

El corazón le latía con fuerza mientras se dirigía a la casa de invitados. Pensó en su gravosa hipoteca, en lo que sucedería con su reputación si perdía su mejor cliente, en cómo acababa de cometer una inmensa metedura de pata. Entonces, ¿por qué no volvía al porche y se disculpaba?

Porque una buena agente, una agente de primera categoría, servía bien a su cliente y, por primera vez, Laura se sintió como si hubiera hecho exactamente eso.

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