Capítulo 24

Bram llegó tarde a la audición de Georgie, y el frío saludo con la cabeza que le dirigió Hank Peters le indicó que no se sentía satisfecho. Bram sabía que todos esperaban que volviera a sus antiguas e irresponsables costumbres, pero lo había retrasado, justificadamente, una llamada de uno de los socios de Endeavor. Sin embargo, no explicó lo que le había ocurrido, pues había soltado demasiadas excusas falsas en el pasado, sino que simplemente expresó una breve disculpa.

– Siento haberos hecho esperar.

Aunque nadie se lo había dicho a la cara, todos pensaban que la audición de Georgie constituiría una pérdida de tiempo, pero él se lo debía a ella, aunque odiaba formar parte de algo que, al final, la dejaría hecha polvo.

– Pongámonos manos a la obra -dijo Hank.

Las paredes de la sala de audiciones estaban pintadas de un verde asqueroso, el suelo estaba cubierto con una moqueta marrón con manchas y el mobiliario estaba formado por unas cuantas sillas metálicas destartaladas y un par de mesas plegables. La sala estaba en el último piso de un viejo edificio situado en la parte trasera del terreno de los estudios Vortex, donde se alojaba la productora Siracca, la subsidiaria cinematográfica independiente de Vortex. Bram se sentó en la silla vacía que había entre Hank y la directora de reparto.

Con su cara alargada, su pelo cada vez más escaso y sus gafas, Hank parecía más un sesudo profesor de universidad que un director de Hollywood, pero tenía un gran talento y a Bram todavía le costaba creer que estuvieran trabajando juntos. La directora de reparto le hizo una seña con la cabeza a su asistente, quien abandonó la sala para ir en busca de Georgie a dondequiera que estuviera.

Bram no la veía desde la noche de la fiesta. Paul se había puesto enfermo -según le contó Chaz, había cogido algún tipo de gripe estomacal- y Georgie se había ido a cuidarlo antes de que Bram se despertara a la mañana siguiente. Georgie no necesitaba que la distrajeran haciendo de enfermera justo antes de aquella audición tan importante, y Bram no comprendía que Paul no la hubiera mandado de vuelta a casa. De hecho, le habría gustado disponer de otra oportunidad para convencerla de que renunciara a aquel papel.

La asistente de reparto regresó y mantuvo la puerta abierta. La autoconfianza de Georgie era mucho más frágil de lo que ella dejaba ver. No estaría horrible, pero tampoco lo haría bien, y Bram odiaba que todos analizaran y criticaran sus dotes interpretativas.

Una actriz alta y de pelo negro entró en la sala. Una actriz que no era Georgie. Cuando la directora de reparto le preguntó qué había hecho desde su última película, Bram se inclinó hacia Hank.

– ¿Dónde demonios está Georgie?

Hank lo miró con extrañeza.

– ¿No lo sabes?

– No hemos podido hablar. Su padre tiene la gripe y ha estado cuidando de él.

Hank se quitó las gafas y las limpió con el borde de su camisa, casi como si no quisiera mirar a Bram a los ojos.

– Georgie ha cambiado de idea. Ha decidido que el papel no es adecuado para ella y no se va a presentar a la audición.

Bram no pudo creérselo. Se quedó durante toda la audición, sin oír ni una sola palabra, y después se disculpó e intentó localizar a Georgie. Pero ella no respondió a sus llamadas. Y tampoco Paul, ni Aaron, y Chaz no sabía más que lo que Georgie le había contado. Al final telefoneó a Laura. Ella le dijo que había hablado con Paul hacía pocas horas y que él no le había mencionado que estuviera enfermo.

Algo iba muy mal. Bram se fue a su casa.

En la calle sólo montaban guardia tres todoterrenos negros. La celebración de la boda había tenido un gran impacto en la TMZ y el resto de las páginas de cotilleo de Internet, pero la locura de los dos primeros meses por fin parecía estar llegando a su fin. Sin embargo, no se necesitaba mucho para reavivar las llamas y si se extendía el rumor de que Georgie había desaparecido, se desencadenaría un auténtico infierno.

Mientras aparcaba en el garaje, su móvil sonó. Era Aaron.

– Tengo un mensaje de Georgie. Me ha dicho que te diga que se toma un descanso.

– ¿Qué demonios…? ¡Menuda tontería!

– Lo sé. Yo tampoco lo entiendo.

– ¿Dónde está?

Se produjo una larga pausa.

– No puedo decírtelo.

– ¡Y una mierda que no puedes!

Pero, por encima de todo, Aaron era fiel a Georgie y las amenazas de Bram no le hicieron cambiar de opinión. Al final, Bram le colgó el teléfono y se quedó atónito sentado en el coche. ¿Georgie no se atrevía a encararse con él porque se había acobardado por lo de la audición? Pero a ella nunca le habían dado miedo las audiciones. Nada de aquello tenía sentido.

La extraña conversación que mantuvieron la noche de la fiesta se reprodujo en su mente. ¿En serio podía creer que él se había enamorado de ella? Bram pensó en todas las señales equívocas que él le había enviado y volvió a abrir el móvil. Georgie no le contestó, así que se vio obligado a dejarle un mensaje.

– Está bien, Georgie, lo he captado. La otra noche hablabas en serio, pero te juro por Dios que no estoy enamorado de ti, así que deja de preocuparte. Esto es totalmente ridículo. Piensa en ello. ¿Alguna vez me has visto preocuparme de alguien que no sea yo mismo? ¿Por qué habría de empezar ahora? Sobre todo contigo. ¡Maldita sea, si hubiera sabido que ibas a salir escopeteada de esta manera, habría mantenido la boca cerrada sobre lo de la amistad! Amistad. Eso es todo lo que es. Te lo prometo, así que deja de imaginarte chorradas y devuélveme la llamada.

Pero ella no lo llamó y, durante la mañana siguiente, a Bram se le ocurrió algo todavía más insidioso. Georgie quería un bebé y, en aquel momento, no podía tener uno sin él. ¿Y si todo aquello no era más que un chantaje? ¿Su forma de manipularlo? El hecho de que ella pudiera estar pensando en hacer algo tan odioso lo enfureció, así que la llamó y le dijo lo que pensaba al respecto en el buzón de voz. Como no se cortó ni un pelo, no le extrañó que ella no le devolviera la llamada.


La casa estucada en blanco que Georgie había alquilado estaba asentada en lo alto, por encima del mar de Cortez, justo a las afueras de cabo San Lucas. Tenía dos dormitorios, un jacuzzi en forma de riñón y una pared con cristaleras correderas que daba a un patio sombreado. Como no podía viajar a México en un avión comercial, Georgie utilizó un servicio de vuelos privados.

Todas las mañanas, durante una semana, se puso una camiseta holgada, unos pantalones anchos, unas gafas de sol grandes y un sombrero de paja para poder caminar a lo largo de kilómetros de playa sin que nadie la reconociera. Por las tardes, editaba película e intentaba aplacar su tristeza.

Bram estaba furioso con ella por haber desaparecido sin dar explicaciones y sus mensajes telefónicos le habían desgarrado el corazón.

«Te lo juro por Dios. No estoy enamorado de ti… Amistad. No es más que eso. Te lo prometo.»

En cuanto a su segundo mensaje acerca de que le hacía chantaje para tener un bebé… Georgie lo borró antes de llegar a la mitad.

Su padre sabía dónde estaba. Al final, le contó la verdad acerca de Las Vegas y un poco acerca de la razón por la que había tenido que irse. Como es lógico, su padre intentó culpar a Bram, pero ella no se lo permitió y le hizo prometerle que no se pondría en contacto con él.

– Dame un poco de tiempo, papá. ¿De acuerdo?

Él accedió de mala gana.

Al día siguiente, su padre le telefoneó para darle una noticia que la dejó helada.

– He hecho algunas averiguaciones. Bram no ha tocado ni un penique del dinero que supuestamente le estabas pagando. Por lo visto, no lo necesita.

– Claro que lo necesita. Todo el mundo sabe que tiró por la ventana todo el dinero que ganó con Skip y Scooter.

– Sí, «tirar» lo describe bastante bien, pero cuando por fin sentó la cabeza, simplificó su estilo de vida e invirtió el dinero que le quedaba. Y la verdad es que, para ser él, lo hizo increíblemente bien. Incluso ha pagado la totalidad de la hipoteca que grava su casa.

Resultaba irónico. La única cosa en la que Bram no la había engañado era en sus sentimientos hacia ella. Amistad. Eso era todo.

Georgie se pasaba los días mirando hacia el infinito o cogiendo un libro y leyendo la misma frase una y otra vez. Pero no lloró como había hecho con Lance. En esta ocasión, su tristeza era demasiado profunda para derramar lágrimas. La única actividad que podría interesarle sería ir con la cámara a uno de los centros turísticos de lujo y entrevistar a las chicas del servicio. Como no podía permitirse ese tipo de exposición pública, instaló la cámara en el sombreado patio de piedras blancas y se entrevistó a sí misma.

– Cuéntame, Georgie. ¿Siempre has sido una perdedora en el amor?

»Más o menos. ¿Y tú?

»Más o menos. ¿Y por qué crees que es así?

»¿Por mi patética necesidad de ser amada?

»¿Y a qué achacas la culpa? ¿A la relación con tu padre durante tu infancia?

»Digamos que sí.

»Así que, en última instancia, el hecho de que te enamoraras de Bram Shepard es culpa de tu padre, ¿no?

»No -susurró-. Es culpa mía. Yo sabía que enamorarme de él era imposible, pero aun así tenía que hacerlo.

»Has renunciado a la audición y a la posibilidad de interpretar a Helene.

»¿Y qué? ¿Qué no haría una mujer por amor?

»¡Menuda estupidez!

»¿Qué querías que hiciera? ¿Trabajar con él todos los días y después dormir con él por las noches?

»Lo que deberías hacer es conseguir que tu carrera sea tu mayor prioridad.

»Ahora mismo, mi carrera no me importa. Ni siquiera he contratado a un nuevo agente. Lo único que me importa es…

»¿Sentirte desgraciada?

»Dentro de unos meses lo habré superado.

»¿De verdad lo crees?

No, no lo creía. Quería a Bram de una forma consciente, como nunca había querido a su ex marido. Nada de gafas rosa ni atolondramiento sin sentido, nada de fantasías de Cenicienta ni la falsa esperanza de que él pondría orden en su vida. Lo que sentía por Bram era complicado, sincero y profundo. Georgie sentía que… formaba parte de ella, de lo mejor y de lo peor. Él era la persona con la que quería enfrentarse a la vida; compartir los triunfos y los fracasos; compartir las vacaciones, los cumpleaños y el día a día.

– Estupendo -le dijo su entrevistadora-. Al final te he hecho llorar. Igual que Barbara Walters.

Georgie apagó la cámara y ocultó la cara entre las manos.


Georgie llevaba fuera casi dos semanas y Aaron era la única fuente de información de Bram. El asistente de Georgie se había encargado de filtrar una serie de historias ficticias sobre ellos a la prensa del corazón. Les explicó que Georgie había tomado la decisión de irse de vacaciones mientras Bram trabajaba, y también ofreció largas descripciones de románticas llamadas entre los recién casados. Las invenciones de Aaron mantenían a raya a la prensa, así que Bram no las rectificó.

La casa del árbol seguía avanzando sin mayores tropiezos, aunque la elección del reparto todavía no había terminado. Bram se habría sentido en la cima del mundo, pero, en el fondo, lo que más deseaba era contactar con su antiguo camello. Sin embargo, en lugar de llamarlo se enfrascó en el trabajo.

El lunes por la noche, cuando volvió a su casa después del trabajo, Chaz lo estaba esperando. En lugar de los libros de texto del graduado escolar, que ni siquiera había abierto, tenía sobre la mesa un nuevo surtido de libros de cocina. Cuando Bram llegó, ella se levantó de un salto.

– Te prepararé un sándwich. Uno bueno, con pan integral, pavo y guacamole. Seguro que lo único que has comido en todo el día no era más que basura.

– No quiero nada, y te había dicho que no me esperaras despierta.

Chaz hurgó afanosamente en la nevera.

– Ni siquiera es medianoche.

Su larga experiencia con Chaz le había enseñado que era inútil discutir con ella acerca de la comida, así que, aunque lo único que quería era dormir, se quedó en la cocina fingiendo revisar el correo que había en la encimera mientras ella sacaba recipientes de la nevera y le informaba de su rutina diaria.

– Aaron ha estado pesadísimo. Él y Becky lo han dejado. No han salido juntos ni tres semanas. Según él, son demasiado parecidos, pero eso debería ser algo bueno, ¿no?

– No siempre.

Bram miró, sin prestar atención, una invitación a una fiesta y la tiró a la basura. Él y Georgie tenían más semejanzas que diferencias, aunque había tardado un poco en darse cuenta.

Chaz dejó sobre la encimera un recipiente con tanta fuerza que la tapa salió disparada.

– Aaron sabe dónde está Georgie.

– Sí, ya lo sé. Y su padre también lo sabe.

– Deberías obligarles a decírtelo.

– ¿Por qué? No pienso ir corriendo detrás de ella.

Además, gracias a una conversación telefónica que había mantenido con Trev, quien estaba en Australia rodando su última película, Bram ya sabía que Georgie estaba en cabo San Lucas. Bram consideró la posibilidad de volar a México y traer de vuelta a Georgie, pero ella lo había herido en su orgullo. En resumidas cuentas, era ella la que se había ido, así que le correspondía volver y arreglar las cosas.

Chaz puso un pan de molde encima de la tabla de madera y empezó a cortarlo con golpes secos del cuchillo.

– Sé por qué os casasteis.

Bram levantó la vista.

Ella destapó un recipiente que contenía guacamole.

– Deberíais haber sido honestos acerca de lo que sucedió en Las Vegas y haber anulado o lo que sea ese estúpido matrimonio. Como hizo Britney Spears la primera vez que se casó.

– ¿Cómo sabes qué ocurrió en Las Vegas?

– Os oí hablar sobre ello.

– Nos oíste porque tenías la oreja pegada a la puerta. Si alguna vez le cuentas algo a alguien…

Chaz cerró un armario de un portazo.

– ¿Es eso lo que piensas de mí? ¿Que soy una jodida bocazas?

Ahora Bram tenía a dos mujeres cabreadas en su vida, pero volver a recuperar la aceptación de ésta sería relativamente fácil.

– No, no pienso eso de ti. Lo siento.

Chaz consideró su disculpa y al final decidió aceptarla, como él sabía que ella haría. Se sentó delante de la comida que Chaz le había preparado. Él todavía no quería poner fin a su falso matrimonio. Suponía demasiadas ventajas, empezando por el sexo, que era tan fantástico que no se imaginaba perdiéndolo tan pronto. Gracias a Georgie, volvía a estar en el terreno de juego y tenía la intención de seguir allí. Quería que La casa del árbol fuera la primera de una serie de películas fenomenales y, de algún modo, Georgie se había convertido en la pieza clave para que eso sucediera.

Chaz dejó el sándwich delante de Bram.

– Todavía no puedo creer que Georgie no se presentara a la audición. Se toma el gran trabajo de prepararse y luego lo tira todo por la borda. No te imaginas la de vueltas que le hizo dar a Aaron para conseguirle una ropa especial. Después me obligó a darle mi opinión sobre varios peinados y maquillajes. Incluso me hizo grabarle una estúpida prueba. Y entonces va y se acobarda y sale corriendo.

Bram dejó el sándwich en el plato.

– ¿Le grabaste una prueba?

– Ya sabes cómo es. Lo graba todo. Probablemente no debería decir esto, pero si algún día te graba en plan sexual, te digo en serio que deberías…

– ¿La cinta sigue aquí?

– No lo sé. Supongo que sí. Seguramente está en su despacho.

Bram empezó a levantarse, pero volvió a sentarse. ¡A la mierda! Sabía exactamente lo que vería.

Sin embargo, antes de irse a dormir, su curiosidad pudo más que él y registró el despacho de Georgie hasta que encontró lo que estaba buscando.


Tuvieron su primera pelea por la cuenta del restaurante.

– Dámela -exigió Laura, sorprendida al ver que Paul cogía la cuenta antes que ella. Habían comido juntos más veces de las que podía contar y siempre había pagado ella-. Esta es una cena de negocios y el cliente nunca paga.

– Ha sido una cena de negocios durante la primera hora -replicó él-. Después, no estoy tan seguro.

Ella buscó a tientas su servilleta. Era cierto que aquella noche había sido diferente. Nunca antes habían hablado de los malos tragos que habían pasado en el instituto ni del entusiasmo común que sentían por la música y el béisbol. Y, desde luego, Paul nunca antes había insistido en recogerla en su apartamento para ir al restaurante. Durante toda la noche, Laura había hecho lo posible por mantener su relación dentro de los límites de lo profesional, pero él no había dejado de sabotearla. Algo había ocurrido. Algo que ella tenía que conseguir que dejara de ocurrir lo antes posible.

Alargó la mano para que él le diera la cuenta.

– Insisto, Paul. Ésta es una celebración que te mereces de verdad. Sólo hace seis semanas que eres mi cliente y ya has conseguido un papel estupendo.

Paul había sido elegido para actuar en una curiosa y nueva serie de la HBO acerca de un grupo de veteranos de las guerras de Vietnam e Irak que dedicaban los fines de semana a recrear episodios de la guerra de Secesión.

Él apoyó la mano en la carpetita de piel que contenía la cuenta.

– Te la daré sólo si la del fin de semana que viene corre a mi cargo.

¿Acababa de pedirle una cita? Laura era demasiado vieja para participar en jueguecitos.

– ¿Me estás pidiendo una cita?

Paul inclinó la cabeza y la comisura de sus labios se curvó en una divertida sonrisa.

– ¿Eso he hecho?

– No, no lo has hecho.

– ¿Y por qué no?

– Porque no soy delgada.

– ¡Ahhh!

– Ni rubia, ni elegante, ni estoy divorciada de un ejecutivo de producción de alto nivel. Porque no tengo tiempo para hacer ejercicio con un entrenador personal, la ropa no me sienta bien y arreglarme el pelo me aburre a morir. -Laura cruzó las piernas-. Pero, por encima de todo, porque soy tu agente y tengo planeado ganar mucho dinero con tu carrera.

– Entonces, ¿saldrás conmigo el próximo fin de semana?

– ¡No!

– ¡Lástima!

El camarero se acercó y Paul le entregó su tarjeta de crédito. Un director a quien los dos conocían se detuvo junto a su mesa para charlar con ellos y, a continuación, el aparcacoches del restaurante llevó el coche de Paul a la puerta. Para entonces, Laura supuso que el tema había quedado atrás, pero él le demostró que estaba equivocada.

– La Orquesta de Cámara de Los Ángeles toca en el Royce Hall el fin de semana que viene -comentó mientras se alejaban del restaurante-. Creo que deberíamos ir. A menos que prefieras asistir a un partido de los Dodgers.

Dos de las actividades preferidas de Laura.

– No lo entiendo. Tú eres un profesional consumado, así que sabes perfectamente que no puedo salir con un cliente. Y mucho menos con un cliente tan importante como tú.

– Lo de «importante» me gusta.

– Lo digo en serio. Vas a tener una estupenda carrera y quiero negociar todas las etapas de ella.

Paul tomó dirección norte, hacia Beverly Glen Boulevard.

– Si no fueras mi agente, ¿saldrías conmigo?

«Sin pensármelo dos veces.»

– Seguramente no. Somos muy diferentes.

– ¿Por qué no paras de decir eso?

– Porque tú eres tranquilo y razonable. Y te gusta el orden. ¿Cuánto hace que no te olvidas de pagar la cuenta de la televisión por cable o que te manchas la ropa con vino?

Laura señaló la pequeña salpicadura roja que había en la falda de su vestido de seda mientras, con la otra mano, tapaba un roto reciente. Quería que él comprendiera su punto de vista sin que pensara que era una auténtica chapucera.

– Ésa es una de las cosas que me gustan de ti -declaró Paul-. Te concentras tanto en las conversaciones que te olvidas de lo que estás haciendo. Eres una persona que sabe escuchar, Laura.

Él también lo era. La atención absoluta que le había prestado mientras cenaban le había hecho sentirse la mujer más fascinante de la Tierra.

– No lo entiendo -dijo-. ¿A qué viene este interés repentino por mí?

– Yo diría que no es tan repentino. De hecho, fuiste mi acompañante en la fiesta de la boda de Georgie, ¿te acuerdas?

– Aquello fue una cita de negocios.

– ¿Ah, sí?

– Eso pensé yo.

– Pues pensaste mal -replicó Paul-. Aquel día rompiste mis esquemas, me abriste los ojos acerca de Georgie y nada ha sido igual desde entonces. -El deje de una sonrisa flotó en la comisura de sus labios-. Por si no lo habías notado, soy una persona muy tensa y tú eres una mujer muy relajante, Laura Moody. Tú me destensas. ¡Ah, y también me gusta tu cuerpo!

Ella soltó una carcajada. ¿De dónde había salido tanto encanto? ¿No era suficiente con que Paul fuera inteligente, atractivo y mucho más agradable de lo que ella había imaginado?

– ¡Tonterías!

Paul sonrió y tomó una estrecha calle secundaria que pasaba por encima de Stone Canyon Reservoir.

– Tú me has devuelto a mi hija y me has dado una nueva carrera. Casi me da miedo decirlo, pero por primera vez en mucho tiempo, soy feliz.

De repente, el interior del Lexus se había vuelto demasiado pequeño. Y todavía se volvió más íntimo cuando Paul tomó una carretera oscura y sin asfaltar, aparcó el coche en la cuneta y bajó las ventanillas. Cuando apagó el motor, Laura se enderezó en el asiento.

– ¿Hay alguna razón para que hayas parado aquí?

– Esperaba que nos besuqueáramos.

– Estás de broma.

– Míralo desde mi punto de vista. Llevo toda la noche deseando acariciarte. Desde luego, preferiría la comodidad de un bonito sofá, pero dado que ni siquiera aceptas tener una cita conmigo, no confío en que me invites a entrar en tu casa, así que estoy improvisando.

– ¡Paul, soy tu agente! Llámame loca, pero tengo la política de no besuquearme con mis clientes.

– Lo comprendo. Yo en tu lugar tendría la misma política, pero hagámoslo de todas maneras. Sólo para ver lo que ocurre.

Ella sabía lo que ocurriría. ¡Vaya si lo sabía! Cada vez le costaba más ignorar el magnetismo sexual de Paul, pero no tenía la menor intención de fastidiar su ya fastidiada carrera.

– No, no lo haremos.

Las luces automáticas, que habían estado iluminando una franja de chaparral y arbustos de roble, se apagaron arropándolos en la suave y cálida oscuridad.

– He aquí el tema. -Paul se desabrochó el cinturón de seguridad-. Llevo años dejando que la lógica dirija mi vida, y desde luego no ha funcionado tan bien. Pero ahora soy un actor, lo que oficialmente me convierte en un maníaco, así que voy a empezar a hacer lo que quiero. Y lo que quiero es… -Se inclinó hacia ella y la besó en los labios-. Lo que quiero es esto…

Todo lo que Laura tenía que hacer era apartarse, pero, en lugar de hacerlo, se permitió disfrutar del sabor de Paul… de su olor… de la marea embriagadora y vertiginosa… Quería más.

Pero los días en los que sacrificaba sus intereses por un placer rápido hacía tiempo que habían quedado atrás. Hundió las manos en el pelo de Paul, lo besó profunda e intensamente y, a continuación, se apartó.

– Ha sido divertido. No vuelvas a hacerlo.


En realidad, Paul no había esperado otra cosa. Pero lo había deseado. Acarició la mejilla de Laura con los nudillos de la mano. Ella no le creería si le decía que se estaba enamorando, así que no pensaba decírselo. Ni él mismo podía creérselo. A los cincuenta y dos años, por fin volvía a enamorarse, y de una mujer a la que conocía hacía años. Aunque, incluso en la época en que ella le permitía mangonearla, él se había sentido físicamente atraído por Laura.

A él siempre le habían gustado las mujeres con redondeces y formas blandas, con el pelo suave y sedoso y los ojos del color del Armagnac. Mujeres inteligentes e independientes que sabían cómo abrirse camino en el mundo, que les gustaba la comida y que estaban más interesadas en hablar con la persona que tenían delante que en comprobar el móvil. El hecho de que no se hubiera permitido acercarse a ninguna mujer con esas cualidades sólo demostraba su determinación en mantenerse a salvo de las erráticas emociones que, en el pasado, casi lo habían destruido.

Pero, aunque se había sentido físicamente atraído por Laura, él no la había respetado, no hasta que ella le plantó cara. Cuando él percibió su integridad y la forma en que cuidaba a los demás, se volvió loco por ella, y el remate fue cuando finalmente le hizo recordar que era un actor. Ella supo lo que él necesitaba antes que él mismo.

Durante las últimas semanas, Paul se había sentido renacer. A veces, con las piernas temblorosas como las de un potro recién nacido, y otras con la sensación de estar haciendo lo correcto. No podía creer que se hubiera permitido estar perdido tanto tiempo. Sólo su preocupación por Georgie le impedía sentirse plenamente satisfecho. Eso y el persistente temor de no poder superar las sensatas barreras que Laura insistiría en mantener entre ellos.

Pero tenía un plan y aquella noche había dado el primer paso al decirle que, entre ellos, había algo más que negocios. Paul tenía la intención de ir avanzando lentamente y así darle a Laura el tiempo suficiente para ajustarse a la idea de que estaban hechos el uno para el otro. No realizaría ningún movimiento brusco. Nada de abrirle su corazón. Sólo una persecución paciente y deliberada.

Entonces el bolso de Laura resbaló de su falda y, cuando ella se inclinó para recogerlo, se golpeó la frente contra la guantera, y el plan de Paul saltó por los aires.

– Me estoy enamorando de ti, Laura. -Y se quedó tan sorprendido al decirlo en voz alta que apenas se dio cuenta de la carcajada que soltó ella-. Sé que es una locura -continuó-, y no espero que me creas, pero es la verdad.

Laura rio más.

– No sabía que te gustara tanto jugar. No creerás que voy a creerme un cuento como ése.

Sin dejar de reír, se frotó la frente y miró a Paul a los ojos. Y se tomó su tiempo, prestándole toda su atención, como hacía siempre. Inclinó la cabeza y lo observó. Poco a poco, su risa se fue desvaneciendo y sus labios se separaron levemente. Entonces hizo algo que de verdad sorprendió a Paul: le leyó la mente.

– ¡Dios mío! -exclamó-. ¡Lo dices en serio!

Él, incapaz de hablar, asintió con la cabeza. Largos segundos transcurrieron. Paul le dio el tiempo que necesitaba. El tirante de su sujetador resbaló por el hombro de Laura y ella parpadeó.

– Yo no estoy enamorada de ti -declaró-. ¿Cómo podría estarlo? Sólo estoy empezando a conocerte. -Clavó en él sus ojos de color coñac-. Pero te deseo muchísimo y te juro por Dios que, si esto no funciona y siquiera se te ocurre pensar en despedirme… -desabrochó su cinturón de seguridad- te pondré en la lista negra de todos los agentes de la ciudad. ¿Queda entendido?

– Entendido -contestó Paul justo antes de que ella se lanzara al ataque.

Fue glorioso. Laura le cogió la mandíbula con ambas manos y dejó que sus bocas juguetearan. Mientras le ofrecía a Paul la dulce punta de su lengua, una oleada de ternura hizo que la excitación de Paul aumentara. Él se separó lo suficiente del volante para que ella pudiera deslizar una rodilla por encima de su muslo. El pelo suave y lacio de Laura le rozó la mejilla. Paul apoyó las manos en los costados de ella. Debajo de la fina seda de su vestido, su carne era un poema de sensualidad.

– Te quiero -susurró sin importarle ya su plan.

– Estás como una cabra.

– Y tú eres un encanto.

Paul no había hecho algo así en un coche desde que tenía diecisiete años y, en esta ocasión, no fue más cómodo que entonces. Buscó a tientas la cremallera de Laura y consiguió no hacerse un lío al bajarla. Sus manos se deslizaron por el interior del vestido y la acarició por encima del sujetador.

– Esto es una locura -gimió Laura junto a su boca mientras él le bajaba el sujetador lo suficiente para succionarle los pechos.

Ella entrelazó los dedos en el pelo de Paul y dejó caer la cabeza hacia atrás.

El coche se había convertido en su enemigo. Laura tiró de la camisa de Paul arañándolo con su anillo. De algún modo, él la levantó en el aire y consiguió deslizarse debajo de ella en el asiento del copiloto, pero no sin que ella le clavara el codo en la mandíbula y la rodilla en el costado. Al final, Laura se sentó a horcajadas encima de él. Con sus bocas todavía unidas, Paul introdujo la mano por debajo del vestido…

Sus caricias aumentaron en intensidad. La mano de Laura se mostró atrevida y sabia, pese a que la ropa se interponía en su camino. Otro beso lujurioso y, entonces, de pronto él estaba en el interior de Laura. Amándola. Llenándola. Complaciéndola. Reclamándola para él. El sonido de sus gemidos, de su respiración, de sus cuerpos fusionándose acarició los oídos de Paul. Laura se agarró a él con fuerza. Se puso tensa. Permanecieron suspendidos… volando… disolviéndose.


Más tarde, Paul salió del coche para desentumecerse y, disimuladamente, relajó una contractura de su espalda. Laura se unió a él un segundo más tarde.

– Esto ha sido una auténtica locura -dijo muy seria-. Finjamos que nunca ha ocurrido.

Paul miró hacia las estrellas.

– Perfecto. Entonces podemos esperar con ilusión nuestra primera vez.

La dureza de Laura se desvaneció dejando paso a la preocupación.

– Hablas en serio, ¿no?

– Sí. -La rodeó con el brazo-. Y estoy tan impresionado como tú.

– Sorprendente. Eres un hombre sorprendente, Paul York. Tengo ganas de conocerte.

Paul rozó el suave pelo de Laura con sus labios.

– ¿Para ti sólo sigue siendo deseo?

Ella apoyó la mejilla en su hombro.

– Dame un par de meses y volveremos a hablar del tema.


Georgie no conseguía encontrar su equilibrio. Estaba echada en una tumbona de teca mientras los rayos de sol de última hora de la tarde caían oblicuos sobre el patio de piedras blancas. Era un martes por la tarde, y hacía dieciséis días que había llegado a México. Se obligaría a volver a Los Ángeles antes del fin de semana en lugar de quedarse allí para siempre, como quería. Le habría gustado seguir allí hasta decidir qué nueva forma debía tomar su vida. Salvo cuando estaba delante del ordenador que había comprado unos días atrás, no lograba concentrarse en nada. El corazón le dolía demasiado.

Dos lagartijas corretearon hacia la zona sombreada. Unos barcos cabeceaban en la distancia y sus parabrisas destellaban como estroboscopios a la luz del sol. Hacía demasiado calor para seguir allí fuera, pero Georgie no se movió. La noche anterior había soñado que era una novia. Estaba frente a una ventana, con su traje de boda y trocitos de cinta blanca entremezclados con el pelo, y vio a Bram acercarse a través de una vaporosa cortina de encaje.

Las bisagras de la puerta de la valla crujieron. Georgie levantó la vista y allí estaba él, entrando en el patio con su andar despreocupado, como si ella lo hubiera conjurado, pero el romántico novio de su sueño ahora iba vestido con unos pantalones de aviador de color gris plomo, y su cara tenía una expresión hosca. Georgie odió el brinco que dio su estómago. Bram era esbelto, alto y saludable. Los años de vida disipada quedaban muy atrás. El chico malo, egocéntrico y autodestructivo hacía años que había dejado de ser un chico malo, sólo que nadie se había dado cuenta. El nudo en la garganta de Georgie le impidió pronunciar ninguna palabra.

Bram la observó a través de los cristales oscuros de sus gafas de sol, desde su pelo sudado hasta la parte baja de su bikini morado y, después, contempló sus pechos. El patio era privado y ella no esperaba visitas, y todavía menos la de él, así que allí estaba ella, con los pechos al aire justo cuando menos lo deseaba.

– ¿Qué, disfrutando de tus vacaciones? -El suave murmullo de su voz le recorrió la piel como el inicio de una tormenta.

Ella era una actriz y las cámaras habían empezado a rodar. Entonces encontró su voz.

– Mira a tu alrededor. Todo es maravilloso.

Bram se acercó a ella con andar despreocupado.

– Deberías haberme avisado antes de salir corriendo.

– Nuestro matrimonio no es de ese tipo.

Cuando Georgie alargó el brazo para coger la parte de arriba del bikini de rayas amarillas y moradas, tuvo la sensación de que era de goma.

Bram se la arrebató y la lanzó al otro extremo del patio, donde aterrizó sobre una mesita.

– No te molestes en vestirte.

– Tranquilo.

Georgie se dirigió a la mesita contando despacio y en voz baja para no acelerarse, y dejando que sus caderas se contonearan bajo las diminutas braguitas moradas del bikini. ¿Quizás un último intento para conseguir que él se enamorara de ella? Pero él no lo hizo. Bram no se enamoraba, no porque fuera tan egoísta como creía, sino porque no sabía cómo hacerlo.

Se puso la parte de arriba del bikini y se sacudió el pelo.

– Tu viaje ha sido una pérdida de tiempo. Pronto regresaré a Los Ángeles.

– Eso me ha contado Trev. -Bram apretó los puños a sus costados-. Hablé con él, que está en Australia, hace un par de días, pero la historia completa la obtuve gracias a la prensa. Según Flash, los dos nos vamos a trasladar a la casa de Trev mientras él está rodando para así disfrutar de unas vacaciones en la playa.

– Mi asistente personal, que antes era tímido, se ha convertido en un portavoz fantástico ante los medios.

– Al menos alguien cuida de ti. ¿Qué ocurre, Georgie?

Ella intentó recobrar el dominio de sí misma.

– Yo voy a trasladarme a la casa de Trevor, pero tú no. Es una buena solución.

– ¿Una solución a qué? -Él se quitó las gafas de sol con ímpetu-. No lo entiendo. No entiendo qué ha sucedido, así, de repente, de modo que será mejor que me lo expliques.

Bram estaba distante y enfadado.

– Se trata de nuestro futuro -explicó Georgie-, de la siguiente fase. ¿No crees que ha llegado la hora de que sigamos con nuestras vidas? Todo el mundo sabe que estás trabajando, así que no resultará extraño que yo pase el verano en Malibú. Si quieres, Aaron puede seguir divulgando comunicados. Incluso puedes ir a Malibú un par de veces para dar un paseo muy público conmigo por la playa. Eso estaría bien.

Eso no estaría nada bien. Cualquier contacto que tuviera con él a partir de aquel momento, no haría más que prolongar su agonía.

– No es así como habíamos decidido manejar esto. -Introdujo la patilla de sus gafas en el cuello de su camiseta-. Tenemos un acuerdo. Un año. Y espero que lo cumplas hasta el último segundo.

Él había insistido en que su acuerdo sólo durara seis meses, no un año, pero Georgie dejó correr ese detalle.

– No me estás escuchando. -De algún modo, Georgie consiguió sacar a la luz la inocencia y espontaneidad de Scooter-. Tú estás trabajando. Yo estoy en la playa. Un par de apariciones públicas. Nadie sospechará nada.

– Tienes que estar en la casa. En mi casa. Y, por lo visto, no he oído tu explicación acerca de por qué no estás allí.

– Porque hace tiempo que debería haber empezado a fijar un nuevo rumbo a mi vida. La playa será un lugar estupendo para dar los primeros pasos.

La sombra de un tulipán africano ensombreció momentáneamente la cara de Bram cuando se acercó a Georgie.

– Tu vida actual ya está bien.

Aunque tenía el corazón roto, ella interpretó el papel de una mujer exasperada.

– ¡Sabía que no lo entenderías! Todos los hombres sois iguales. -Cogió su toalla y la apretó contra su pecho como si fuera el amuleto de un niño-. Voy a ducharme mientras tú te calmas.

Pero mientras se volvía para entrar en la casa, Bram logró que se detuviera de golpe.

– Vi la grabación de tu prueba.

Bram vio cómo la expresión de Georgie pasaba de la confusión a la comprensión y la curiosidad. Deseó cogerla por los hombros, zarandearla, obligarle a contarle la verdad.

Los dedos con que Georgie sujetaba la toalla flaquearon.

– ¿Te refieres a la cinta que me grabó Chaz?

– Es increíble -declaró él con lentitud-. Estás increíble.

Ella lo contempló con sus grandes ojos verdes.

– Clavaste el papel, como tú misma habías dicho -dijo Bram-. La gente me subestima como actor y nunca se me ocurrió que yo estuviera haciendo lo mismo contigo. Todos te hemos subestimado.

– Lo sé.

Su sencilla respuesta sacó de quicio a Bram. Él no sabía de lo que Georgie era capaz y, después de ver la cinta, se sintió como si le hubieran asestado un puñetazo en el estómago.

La noche anterior había contemplado la cinta en la oscuridad de su dormitorio. Cuando pulsó el botón de inicio, la pared vacía del despacho de Georgie apareció en la pantalla y oyó la voz de Chaz fuera de imagen.

– Estoy muy ocupada. No tengo tiempo para esta porquería.

Georgie apareció en pantalla. Iba peinada austeramente, con la raya en medio, y con un mínimo maquillaje: una base clara, nada de máscara, apenas un toque de raya en los párpados y un pintalabios rojo intenso que no podía haber sido menos adecuado para Helene. La cámara la grabó de cintura para arriba: una discreta chaqueta de traje negra, una camisa blanca y un intrincado collar de cuentas negras.

– Lo digo en serio -protestó Chaz-. Tengo que ir a hacer la cena.

Georgie se enfrentó al desaire de Chaz con el tono distante e imperioso de Helene, en lugar de responder con su forma de ser habitual, amistosa y vulnerable.

– Harás lo que yo te diga.

La chica murmuró algo que el micrófono no registró y se quedó quieta. Georgie hinchó el pecho levemente por debajo de la chaqueta y entonces una sonrisa fría y sarcástica curvó su mandíbula consiguiendo que sus rojos labios encajaran a la perfección con el papel.

– «¿Crees que puedes avergonzarme, Danny? Yo no me avergüenzo de nada. Avergonzarse es de perdedores, y aquí el perdedor eres tú, no yo. Tú eres un cero a la izquierda. No eres nada. Todos lo sabemos desde siempre, incluso desde que eras un niño.»

Su voz era grave, de una frialdad letal y totalmente serena. A diferencia de las otras actrices que se habían presentado a la audición, Georgie no mostró ninguna emoción. Nada de dientes rechinantes ni dramatismo en la voz. Todo, en su interpretación, reflejaba contención.

– «No te queda ningún amigo en esta ciudad y, aun así, crees que puedes vencerme…»

Georgie interpretó las palabras con soltura. La frialdad y la fiereza flotaron detrás de su roja sonrisa, captando a la perfección el egocentrismo de Helene, su astucia, su inteligencia, y la absoluta convicción de que se merecía todo lo que estuviera a su alcance. Bram permaneció inmóvil, hechizado, hasta que ella, con aquella helada y oscura sonrisa en los labios, llegó al final de su texto.

– «¿Te acuerdas de cómo te burlabas de mí cuando íbamos al colegio? ¿De cómo te reías? Pues bien, ¿quién ríe ahora, payaso? ¿Quién es el que ríe ahora?»

La cámara seguía grabándola, pero Georgie no se movió, simplemente esperó, con todas las células de su cuerpo despidiendo rabia contenida, orgullo desbordante y determinación inquebrantable. La cámara tembló y se oyó la voz de Chaz:

– ¡Mierda, Georgie, ha sido…!

La pantalla se volvió negra.

Bram miró a Georgie, que estaba de pie frente a él, en el patio encalado, con el pelo recogido en un nudo sudoroso y despeinado, con la cara sin maquillar y la toalla de playa colgando de su mano, y durante un instante creyó que eran los ojos fríos y calculadores de Helene los que le devolvían la mirada: decididos, cínicos, astutos. Él se encargaría de solucionarlo.

– Esta mañana he despertado a Hank y le he hecho ver la prueba incluso antes de que tomara el café.

– ¿Ah, sí?

– Se ha quedado alucinado. Igual que yo. Ninguna de las actrices a las que hemos visto ha conseguido lo que tú, la complejidad, el talante sombrío…

– Soy una actriz. Eso es lo que hago.

– Tu actuación ha sido electrizante.

– Gracias.

La reserva de Georgie estaba empezando a sacarlo de sus casillas. Bram esperaba que se jactara y le dijera que ya se lo había dicho, pero como Georgie no reaccionó de esa manera, él volvió a intentarlo.

– Has lanzado a Scooter Brown al olvido.

– Ésa era mi intención.

Georgie todavía no parecía haber captado su mensaje, así que Bram se lo concretó:

– El papel es tuyo.

En lugar de lanzarse a sus brazos, ella se dio la vuelta.

– Tengo que ducharme. Ponte cómodo mientras me visto.

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