Capítulo 5

Mel Duffy, el Darth Vader de los paparazzi, los atrapó con su objetivo. Georgie experimentó la extraña sensación de salir flotando de su cuerpo y contemplar aquel desastre desde algún lugar por encima de su cabeza.

– ¡Felicidades! -declaró Duffy mientras disparaba la cámara una y otra vez-. En palabras de mi abuela irlandesa, «que seáis pobres en desgracias y ricos en bendiciones».

Bram se quedó quieto, con la mano en la puerta, la camisa mal abrochada y la mandíbula apretada, dejando la situación en manos de Georgie.

En esta ocasión, ella no permitiría que los chacales ganaran la batalla, así que esbozó su sonrisa Scooter Brown.

– Me alegro de tener la bendición de tu abuela, pero ¿por qué razón?

Duffy era obeso, tenía la tez roja y la barba descuidada.

– He visto una copia de vuestra licencia matrimonial y he hablado con el tío que ofició la ceremonia. Parece un Justin Timberlake con mala pinta. -Mientras hablaba, seguía tomando fotografías-. Antes de una hora estará todo en los teletipos, así que ya podríais contarme a mí la primicia. Prometo que os enviaré un regalo de boda estupendo. -Volvió a cambiar de ángulo-. ¿Cuánto hace que…?

– No hay ninguna noticia.

Bram rodeó a Georgie por la cintura y tiró de ella hacia el interior del edificio.

Duffy, ignorando las leyes de intrusión en una propiedad privada, cogió la puerta antes de que se cerrara y los siguió.

– ¿Habéis hablado con Lance? ¿Sabe que os habéis casado?

– ¡Lárgate! -bufó Bram.

– Vamos, Shepard. Sabes cómo funciona esto tan bien como yo. Ésta es la noticia del año.

– He dicho que te largues. -Bram intentó arrebatarle la cámara.

Georgie, utilizando el resto de cordura que le quedaba, lo cogió del brazo y lo contuvo.

– ¡No lo hagas!

Duffy retrocedió con rapidez, tomó una última fotografía y se alejó diciendo:

– Nada de mosqueos, tío.

Bram se desembarazó de la mano de Georgie y se lanzó tras él.

– ¡Déjalo! -Ella le cerró el paso con su cuerpo-. ¿Qué conseguirías ahora rompiéndole la cámara?

– Sentirme mejor.

– ¡Muy típico de ti! Por lo que veo, sigues intentando resolver los problemas con los puños.

– A diferencia de ti, que sonríes a cualquier gilipollas que te enfoca con su cámara y finges que todo es de color rosa. -Entornó los ojos y la miró-. La próxima vez que decida zurrar a alguien, no te interpongas en mi camino.

Un ayudante de camarero entró en el pasillo y Georgie se vio obligada a reprimir su vehemente réplica. Se dirigieron al ascensor del servicio y regresaron a la planta de la suite en medio de un airado silencio. Cuando llegaron a la habitación, Bram le propinó una patada a la puerta y sacó con furia el móvil de su bolsillo.

– ¡No!

Georgie se lo arrancó de la mano y corrió hasta el lavabo.

Él la siguió.

– ¿Qué demonios estás haciendo?

Ella tiró el móvil al retrete antes de que Bram pudiera recuperarlo. Él la empujó a un lado y miró fijamente el interior de la taza.

– No puedo creer que hayas hecho esto.

En cierta ocasión, a Scooter se le cayó accidentalmente el ancestral álbum de fotos de la señora Scofield en la fuente del jardín y se pasó el resto del episodio intentando cubrir sus huellas. Al final, Skip la salvó asumiendo la responsabilidad del accidente. Pero esta vez eso no iba a ocurrir.

– No telefonearás a nadie hasta que lleguemos a un acuerdo -declaró Georgie.

– ¿Ah, sí?

Ella respiraba aceleradamente y centró toda su rabia en Bram.

– No me jodas. Soy un icono norteamericano, ¿recuerdas? Lance lo hizo y no ha salido mal parado por los pelos, claro que él es Míster Escrupulosamente Limpio. Pero tú no lo eres y acabarías mal.

El reflejo de las mandíbulas apretadas de Bram en el espejo no resultaba muy tranquilizador.

– Seguiremos mi plan original -declaró él por fin-. Dentro de una hora tu publicista y el que yo voy a contratar ahora mismo harán una declaración en nuestro nombre. Demasiado alcohol, demasiada nostalgia, seguiremos siendo buenos amigos, bla bla bla, bla bla bla…

Y salió indignado del lavabo.

Georgie lo siguió como nunca lo había hecho con Lance.

– Una estrella del pop con pájaros en la cabeza puede permitirse casarse en Las Vegas y cancelar el matrimonio antes de veinticuatro horas, pero yo no. Y tú tampoco. Dame algo de tiempo para pensar.

– Por mucho que pienses, nada nos librará de este lío.

Bram se dirigió al teléfono que había junto al sofá.

– ¡Cinco minutos! Eso es todo lo que necesito. -Georgie señaló el televisor-. Mientras esperas, puedes ver porno.

– Velo tú. Yo voy a buscar un publicista.

Ella corrió por detrás del sofá y, una vez más, apoyó la mano en el auricular.

– No me obligues a tirar también éste por el retrete.

– ¡No me obligues tú a mí a atarte, encerrarte en el armario y tirar dentro una cerilla encendida!

En aquel momento, a Georgie esa idea no le pareció tan horrorosa. Pero entonces…

Se le ocurrió una idea imposible.

Una idea mucho peor que cualquier trama asesina que Bram pudiera imaginar…

Una idea tan insoportable, tan repulsiva…

Se apartó del teléfono y dijo:

– Necesito una copa.

Bram sacudió el auricular en su dirección.

– El keroseno arde mejor y más deprisa. -El aspecto de Georgie debía de ser tan horrible como ella se sentía, porque él no marcó el número de inmediato-. ¿Qué te ocurre? No irás a vomitar, ¿no?

Si fuera tan sencillo… Georgie tragó saliva con dificultad.

– Tú s-sólo escúchame, ¿de acuerdo?

– Pues que sea rápido.

– ¡Oh, Dios…! -Las piernas empezaban a flaquearle, así que se sentó en el sillón que había enfrente del sofá-. Hay una… -La habitación empezó a darle vueltas-. Podría haber una… una salida a todo esto.

– Tienes razón, y te prometo que enviaré flores frescas a tu tumba una vez al mes. Y también por tu cumpleaños y por Navidad.

A Georgie le resultaba imposible mirarlo, así que contempló las rayas de sus pantalones grises.

– Podríamos… -Carraspeó y tragó saliva-. Podríamos se-seguir casados.

Un silencio denso se extendió por la habitación seguido del penetrante pitido que emiten los teléfonos cuando se dejan descolgados.

A Georgie le sudaban las palmas y las mejillas le ardían. Bram volvió a dejar el auricular en su sitio.

– ¿Qué has dicho?

Ella volvió a tragar saliva e intentó recobrar la compostura.

– Sólo durante… durante un año. Seguiremos casados por un año. -Sus palabras sonaban silbantes, como si las estuviera pronunciando a través de un kazoo-. Dentro de un año, a contar desde hoy, anunciamos que… que hemos decidido que somos mejores amigos que amantes y que nos divorciamos. Pero que nos querremos siempre. Y… ésta es la parte importante… -Los pensamientos se agolpaban en su mente, pero al final se centró-. Nos aseguramos de que después del divorcio nos vean juntos. Siempre riendo y pasándonoslo bien juntos para que ninguno de los dos quede como una… -se detuvo justo a tiempo evitando pronunciar la palabra «víctima»-, para que ninguno de los dos quede como un granuja.

Los detalles de su plan fueron encajando en su mente como si estuviera elaborando el guión de una comedia de enredo.

– Poco a poco, dejamos filtrar la noticia de que te he ido presentando a algunas amigas y de que tú me vas presentando a algunos de tus amigos cretinos. Todo sumamente amistoso. Tipo Bruce y Demi. Nada de dramas ni escándalos.

Y nada de lástima. Esto era lo realmente importante, la única forma en que ella podría salir bien parada. Nada de compasión por la patética y desconsolada Georgie York, quien no era capaz de conservar a ninguna pareja.

Bram todavía estaba atascado en la primera parte.

– ¿Seguir casados? ¿Tú y yo?

– Sólo durante un año. Es… Sé que no es un plan perfecto… -eso constituía una auténtica ironía-, pero dadas las circunstancias, creo que es la mejor jugada.

– ¡Pero si nos odiamos!

Ahora no podía desdecirse. Todo estaba en juego, su reputación, su carrera y, por encima de todo, su maltratado orgullo.

Aunque aquello era más que orgullo. El orgullo era una emoción superficial y lo que ella sentía era más profundo, abarcaba la totalidad de su sentido de identidad. Georgie se enfrentó a la dolorosa verdad de que había vivido toda su vida sin tomar, por sí misma, una sola decisión importante. Su padre había guiado todos los pasos de su carrera y de su vida personal, desde los trabajos que aceptaba hasta lo relacionado con su imagen. Incluso le había presentado a Lance, quien, por su parte, había decidido cuándo se casarían, dónde vivirían y cientos de otros aspectos. Fue Lance quien decidió que no tendrían hijos y también quien determinó el final de su matrimonio. Durante treinta y un años había permitido que otras personas decidieran su destino y ya estaba harta. Tenía dos alternativas: o seguir viviendo conforme a los dictados de los demás o tomar las riendas de su vida, por muy mal que lo hiciera.

La invadió un sentimiento de determinación tan aterrador como excitante.

– Te pagaré.

Bram enarcó una ceja.

– ¿Me pagarás?

– Cincuenta mil dólares por cada mes que vivamos juntos. Por si no sabes contar, eso suma seiscientos mil dólares.

– Sí que sé contar.

– Un regalo prematrimonial entregado con posterioridad.

Una vez más, Bram sacudió un dedo en su dirección.

– Lo hiciste a propósito. Me atrapaste de la misma forma que intentaste atrapar a Trevor. Lo tenías en mente desde el principio.

Ella se levantó del sillón de golpe.

– ¡Eso no te lo crees ni tú! Cada segundo que paso contigo es espantoso, pero me preocupa más mi carrera que el odio que siento por ti.

– ¿Tu carrera o tu imagen?

Georgie no pensaba discutir sus problemas de autoestima con el enemigo.

– En esta ciudad, la imagen es la carrera -declaró dándole la respuesta más obvia-. Tú lo sabes mejor que nadie. Por eso no puedes conseguir un trabajo decente, porque nadie confía en ti. Sin embargo, el público sí confía en mí. Incluso a pesar de mi fracaso con Lance. Mi reputación te beneficiará. Si decides seguir mi plan no tienes nada que perder, sólo ganar. La gente pensará que te has reformado y quizá por fin consigas un trabajo que valga la pena.

Algo chispeó en los ojos de Bram. Georgie estaba blandiendo el argumento equivocado, así que cambió de táctica.

– Seiscientos mil dólares, Bram.

Él se volvió y se dirigió lentamente a los ventanales.

– Seis meses.

La audacia de Georgie se desvaneció y tragó saliva.

– ¿De verdad?

– Accedo durante seis meses -declaró Bram-. Y después renegociamos. Además, tendrás que aceptar todas mis condiciones.

Las alarmas se dispararon en la mente de Georgie, pero intentó conservar la calma.

– ¿Y tus condiciones son…?

– Te las haré saber cuando llegue el momento.

– No hay trato.

Él se encogió de hombros.

– Muy bien, pues no hay trato. La idea era tuya, no mía.

– ¡No eres nada razonable!

– No soy yo quien se muere por estar casado. O lo hacemos a mi manera o no hay trato.

Ella no estaba dispuesta a hacerlo a su manera de ningún modo. Ya había tenido bastante con su padre y con Lance.

– De acuerdo -declaró-. A tu manera. Estoy segura de que será totalmente justa.

– ¡Uy, sí, puedes estar segura!

Georgie fingió no haberlo oído.

– Lo primero que deberíamos hacer es…

– Lo primero que haremos es encargarnos de Mel Duffy. -De repente, Bram se puso en plan serio, lo que resultaba enervante, pues él nunca se ponía en plan serio-. Le diremos que puede sacarnos fotos en exclusiva aquí, en esta suite, pero sólo si nos da a cambio las que nos ha sacado abajo. -Miró a Georgie a lo largo de su sublime nariz-. No cogió mi ángulo bueno.

Bram tenía razón: las fotografías que Duffy les había sacado antes les harían parecer más unos fugitivos que unos felices recién casados.

– Vamos allá -declaró ella-. Te acuerdas de cómo se hace, ¿no?

– No me presiones.

Georgie pidió a la operadora del hotel que retuviera el aluvión de llamadas que pronto se produciría y Bram se fue en busca de Mel Duffy. Tres horas más tarde, ella y su muy detestado marido estaban vestidos de blanco, cortesía del excelente servicio de conserjería del Bellagio. El vestido de Georgie tenía un corpiño que realzaba la figura, un dobladillo de encaje y cinta para coser de doble cara colocada estratégicamente para ajustarlo a su medida. Bram iba vestido con un traje de lino blanco y una camisa blanca de cuello abierto. Todo aquel blanco contrastaba con su piel morena, su pelo rubio leonado y su rebelde barba incipiente, dándole aire de pirata recién desembarcado de un lujoso velero para saquear a los asistentes al Festival de Cannes.

Georgie telefoneó a sus familiares, a todos salvo a su padre, y les contó la noticia. Hizo una interpretación medio decente profesando su alegría y excitación por estar casada con el playboy del mundo occidental, aunque no le resultaría tan fácil explicárselo a sus amigas. Dejó mensajes en sus contestadores automáticos a propósito para no tener que hablar con ellas directamente. En cuanto a su padre… Bueno, las crisis mejor de una en una.

Bram apareció detrás de ella mientras estaba en el lavabo. Si en aquel momento se dejaba pisotear por él, no podría dar marcha atrás. Bram tenía que ver en ella a una Georgie York totalmente nueva.

Así que cogió la barra de labios que acababa de dejar.

– Yo no comparto mi maquillaje -declaró-. Utiliza el tuyo.

– ¿Seguro que esta cosa no mancha? No quiero tener marcas de pintalabios por todas partes cuando te bese.

– Tú no vas a besarme.

– ¿Te apuestas algo? -Bram cruzó los brazos y apoyó un hombro en el marco de la puerta-. ¿Sabes qué pienso?

– Ah, pero ¿tú piensas?

– Pienso que todo ese rollo que me soltaste acerca de proteger tu carrera es mentira. -Alguien llamó a la puerta de la suite-. La verdadera razón de que quieras vivir esta farsa es que nunca superaste lo mío.

– ¡Oh, vaya, me has pillado!

Georgie le dio un fuerte codazo cuando pasó por su lado.

Bram la atrapó antes de que llegara al salón y le alborotó el pelo.

– Así está mejor. Ahora parece que acabes de darte un revolcón. -Y se dirigió hacia la puerta-. Sonríe para el simpático fotógrafo.

Mel Duffy entró caminando con pesadez y despidiendo un olor a aros de cebolla rebozados.

– Georgie, estás fantástica. -Duffy examinó la habitación con la mirada y, a continuación, señaló la terraza-. Empecemos ahí fuera.

Minutos después, Georgie y Bram estaban posando junto a la barandilla de la terraza, con el sol poniente y los brazos entrelazados alrededor de la cintura. Duffy tomó unos cuantos primeros planos de los novios riendo y contemplando el diamante de plástico, y después le sugirió a Bram que cogiera a la novia en brazos.

Justo lo que ella quería… Bram Shepard sosteniéndola en vilo a una altura de treinta plantas.

Cuando él la levantó en brazos, la fina falda blanca giró flotando alrededor de ellos. Georgie le hincó los dedos en el bíceps. Él la miró a los ojos con expresión embelesada. Ella deslizó la mano por el interior de la chaqueta de él y le devolvió el cariñoso gesto. Georgie se preguntó cómo sería vivir sin fingir emociones que no sentía en absoluto. Al menos, en esta ocasión ella había elegido el camino a seguir y eso tenía que contar para algo.

Duffy cambió de posición.

– ¿Qué tal un beso?

– Justo lo que yo estaba pensando. -La voz de Bram era puro sexo líquido.

Ella esbozó una dulce sonrisa.

– Esperaba que nos lo pidieras.

Bram inclinó la cabeza y, de golpe, Georgie se vio transportada al pasado, al día de su primer beso en la pantalla.

Entonces ella estaba junto a otra barandilla, una que daba al río Chicago, cerca del puente de Michigan Avenue. Como era habitual, dedicarían los quince primeros días a rodar exteriores y después regresarían a Los Ángeles para filmar el resto de lo que sería su quinta temporada. Era un domingo por la mañana de finales de julio y la policía había acordonado la zona. Aunque soplaba una brisa procedente del lago, la temperatura había alcanzado los treinta y dos grados.

– ¿Ya ha llegado Bram? -preguntó Jerry Clarke, el director.

– Todavía no -contestó su asistente.

Bram odiaba madrugar casi tanto como odiaba interpretar a Skip, y Georgie sabía que Jerry había asignado a uno de los asistentes de producción la tarea específica de despertarlo. Había transcurrido un año desde la desagradable noche del yate, pero Georgie todavía no había perdonado a Bram lo que le había hecho, ni se había perdonado a ella misma por haberle permitido llegar tan lejos. Lo soportaba haciendo ver que no existía. Sólo cuando las cámaras empezaban a rodar y él se convertía en su Skip Scofield, con sus ojos amables e inteligentes y su expresión de interés y preocupación por ella, Georgie dejaba a un lado sus defensas.

Aquel día la habían vestido con una camiseta ajustada, pero no demasiado ajustada, y una falda corta, pero no demasiado corta. Los productores habían empezado a permitir que le dieran a su cabello un tono más caoba, aunque ella seguía odiando los tirabuzones. La cadena no sólo era la propietaria de su pelo, sino también de todo lo demás. Su contrato le prohibía ponerse piercings, grabarse tatuajes, provocar escándalos sexuales y tomar drogas. Por lo visto, a Bram su contrato no le prohibía nada.

El director explotó con frustración.

– ¡Que alguien vaya a buscar a ese bastardo!

– El bastardo está aquí mismo.

Bram apareció, con un cigarrillo colgando de la comisura de los labios y unos ojos enrojecidos que no pegaban con su polo azul cielo, sus pantalones formales con raya y su reloj pijo.

– ¿Has podido dar una ojeada al guión? -le preguntó Jerry con sarcasmo-. Hoy filmaremos el primer beso de Skip y Scooter.

– Sí, ya lo he leído. -Bram lanzó la colilla entre las barras de la barandilla-. Acabemos con esta mierda.

Mientras seguía allí de pie, con su ropa de niña buena, Georgie lo odió tanto que le ardió la sangre. ¡Durante los primeros años se había empeñado tanto en verlo como a un hombre taciturno y romántico que esperaba encontrar a la mujer adecuada para que lo salvara! Pero, en realidad, Bram sólo era una variedad común y corriente de serpiente, y ella era una imbécil por no haberse dado cuenta desde el primer momento.

Repasaron sus textos, se colocaron en sus puestos y las cámaras empezaron a filmar. Mientras Bram se transformaba en Skip, Georgie esperó a que la magia se produjera.


SKIP (mirando a SCOOTER con ternura): ¿Qué voy a hacer contigo, Scooter?

SCOOTER: Podrías besarme. Pero sé que no quieres hacerlo. Sé que me dirás que soy…

SKIP: Problemática.

SCOOTER: No lo hago a propósito.

SKIP: Ni yo querría que fueras de otra manera.

(SKIP mira fijamente a los ojos a SCOOTER y lentamente la besa.)


Georgie sintió el duro tacto de los labios de Bram y la magia no funcionó. Los labios de Skip deberían ser blandos y Skip no debería saber a cigarrillos e insolencia. Georgie se apartó de él.

– ¡Corten! -gritó Jerry-. ¿Algún problema, Georgie?

– Pues sí. -Bram miró a la cámara con el ceño fruncido-. Sólo son las ocho de la mañana.

– Repitamos la escena -ordenó el director.

Y la repitieron. Una vez, y otra y otra. Sólo se trataba de un simple beso fingido, pero por mucho que Georgie lo intentara, no lograba convencerse de que era Skip quien la besaba, y cada vez que sus labios y los de él se juntaban, sentía que se estaba humillando otra vez a sí misma.

Seis tomas más tarde, Bram se marchó hecho una furia mientras le gritaba a Georgie que se apuntara a unas jodidas clases de interpretación. Ella, a su vez, le gritó que hiciera gárgaras con un jodido elixir bucal. Los miembros del equipo estaban acostumbrados a las explosiones de mal genio de Bram, pero no a que Georgie reaccionara de esa manera, y ella se sintió avergonzada.

– Lo siento -murmuró-. No era mi intención descargar mi mal humor en vosotros.

El director convenció a Bram para que regresara. Entonces Georgie buscó en su interior y, de algún modo, consiguió utilizar sus agitadas emociones para reflejar la confusión de Scooter. Al final, consiguieron una buena toma.

Y ahora allí estaba de nuevo, haciendo algo que nunca creyó que tendría que repetir: besar a Bram Shepard.

La boca de Bram se unió a la de ella y esta vez sus labios eran suaves, como deberían haber sido los de Skip. Georgie empezó a retirarse mentalmente al lugar secreto en que solía esconderse años atrás. Pero algo iba mal. Bram ya no sabía a bares sórdidos y noches sin dormir. Sabía a limpio. No limpio como Lance, un adicto a los caramelos de menta, sino limpio como…

Georgie no sabía exactamente qué pasaba, pero sabía que no le gustaba. Ella quería que Bram fuera Bram. Quería el sabor amargo de su condescendencia, la ofensa de su desdén. Esto era lo que ella sabía manejar.

Esperó a que él intentara meterle la lengua hasta la garganta. No es que quisiera que lo hiciera, ¡por Dios, no!, pero al menos eso le resultaría familiar.

Bram le mordisqueó el labio inferior y, poco a poco, volvió a dejarla en el suelo.

– Bienvenida a la vida matrimonial, señora Shepard -declaró con voz suave y tierna mientras su mano, escondida en los pliegues de la falda de Georgie, le pellizcaba el trasero.

Ella sonrió aliviada. Por fin Bram actuaba como él mismo.

– Bienvenido a mi corazón… -dijo ella con igual ternura-, señor de Georgie York.

Y le dio un codazo por debajo de la chaqueta con tanta fuerza como pudo.


Cuando Duffy se marchó, había oscurecido y la dirección del hotel había deslizado un mensaje para ellos por debajo de la puerta. La centralita estaba colapsada de llamadas y una multitud de fotógrafos se había congregado en el exterior. Georgie encendió el televisor y vio que la noticia de su boda se había hecho pública. Mientras Bram se cambiaba de ropa, ella se sentó en el borde del sofá mirando la televisión.

Todo el mundo estaba impactado.

Nadie se lo esperaba.

Como los periodistas sólo disponían de una información escueta, los programas del corazón rellenaban la historia con comentarios de supuestos expertos que no sabían absolutamente nada.

«Después del terrible final de su primer matrimonio, Georgie ha vuelto al confort de lo que le resulta familiar.»

«Quizá Shepard se ha cansado de su vida disoluta…»

«Pero ¿se ha reformado realmente? Georgie es una mujer adinerada y…»

Bram salió del dormitorio vestido con unos vaqueros y una camiseta negra.

– Nos vamos esta noche.

Georgie silenció el televisor.

– No me entusiasma mucho la idea de conducir hasta Los Ángeles con una manada de fotógrafos persiguiéndonos. Como diría la princesa Diana, «ya tengo bastante de eso».

– Ya me he ocupado de ese asunto.

– Pero si ni siquiera eres capaz de ocuparte de ti mismo.

– Te lo explicaré de otra manera: no pienso quedarme aquí. Puedes venir conmigo o explicarle a la prensa por qué tu recién estrenado marido se va solo.

Era evidente que Bram iba a ganar aquella batalla, así que Georgie declaró con aire despectivo:

– Será mejor que sepas lo que haces.

Al final resultó que Bram sí tenía resuelta la situación. Una furgoneta con las ventanillas pintadas con publicidad de una fontanería los esperaba en la zona de mercancías del hotel. Bram metió las maletas en la parte trasera y le dio al conductor un par de billetes doblados. Después ayudó a Georgie a subir, hizo lo propio y cerró la puerta.

El interior de la furgoneta olía a huevos podridos. Se acomodaron cerca de las puertas, doblaron las rodillas y apoyaron la espalda en las maletas.

– Supongo que no iremos así hasta Los Ángeles -comentó Georgie.

– ¿Siempre has sido tan quejica?

«Más o menos», pensó Georgie. Al menos durante el último año. Pero eso iba a cambiar.

– Preocúpate de ti mismo.

La furgoneta se alejó del hotel y Georgie chocó contra Bram. En eso se había convertido su vida. En escapar de Las Vegas ocultos en una furgoneta de fontanería. Georgie apoyó la mejilla en las rodillas y cerró los ojos intentando no pensar en lo que le esperaba.


SCOOTER: Yo nunca miro las estrellas.

SKIP: ¿Por qué?

SCOOTER: Porque me hacen sentirme pequeña. Más pequeña que un puntito. Preferiría meter la mano en una jaula de leones que mirar las estrellas.

SKIP: Eso es absurdo. Las estrellas son bonitas.

SCOOTER: Las estrellas son deprimentes. Yo quiero hacer grandes cosas en mi vida, pero ¿cómo puedo conseguirlo si las estrellas me recuerdan lo pequeña que soy en realidad?


Al cabo de un rato, la furgoneta salió de la carretera y se detuvo en un camino de tierra lleno de baches. Bram bajó y Georgie asomó la cabeza. La noche era oscura como boca de lobo y estaban en medio de ninguna parte. Georgie bajó y se dirigió con cautela a la parte frontal del vehículo. Los faros delanteros iluminaban un letrero de madera que indicaba: JEAN DRY LAKE. Junto a éste, un cartel anunciaba una especie de festival de lanzamiento de cohetes. Bram estaba hablando con el conductor de un sedán negro. Ella no quería hablar con nadie, así que no se acercó.

El conductor de la furgoneta pasó por su lado con las maletas.

– Me gustabas mucho en Skip y Scooter -le dijo.

– Gracias.

Georgie deseó que alguien le dijera que le había gustado en sus otras películas.

El conductor del sedán bajó y metió las maletas en el maletero. Los dos hombres subieron a la furgoneta y se marcharon. Ella y Bram se quedaron solos, con sólo el brillo del pelo de Bram a la luz de la luna.

– Contarán lo de nuestra huida -dijo Georgie-. Sabes que sí. Ganarán un buen dinero por eso.

– Cuando salga a la luz, ya hará tiempo que estaremos en casa.

«Casa.» Georgie no se imaginaba a los dos atrapados en su pequeña casa de alquiler. Tenía que encontrar otra y deprisa. Una casa grande para que no tuvieran que verse. Mientras abría la portezuela del coche, consultó su reloj: las dos de la madrugada. Sólo habían pasado doce horas desde que despertara para encontrarse inmersa en aquel desastre.

Bram se sentó al volante. Condujo deprisa, aunque no con temeridad.

– Un amigo mío llevará mi coche de regreso a Los Ángeles dentro de un par de días. Si tenemos suerte, no descubrirán que nos hemos ido del hotel hasta entonces.

– Necesitamos un lugar para vivir. Le diré a mi agente inmobiliario que encuentre algo deprisa.

– Viviremos en mi casa.

– ¿Tu casa? Creía que estabas cuidando la casa de Trev en Malibú.

– Sólo voy allí cuando quiero escapar.

– ¿Escapar de qué? -Georgie se quitó las sandalias-. Espera. ¿No me dijo Trev que vivías en un apartamento?

– ¿Tienes algo en contra de los apartamentos?

– Sí, que son pequeños.

– ¿Siempre has sido tan esnob?

– Yo no soy esnob. Se trata de una cuestión de intimidad. De uno respecto al otro.

– Pues nos resultará un poco difícil, porque mi apartamento sólo tiene un dormitorio, aunque es bastante grande.

Georgie le lanzó una mirada airada.

– De ningún modo viviremos en un apartamento de un solo dormitorio.

– Tú no tienes por qué hacerlo si no quieres, pero yo sí viviré allí.

Entonces ella lo entendió. Así era como él pensaba manejarlo todo. Sería a su manera o a la calle.

A Georgie le dolía la cabeza, tenía tortícolis y no vio ninguna ventaja en discutir sobre aquella cuestión antes de llegar a Los Ángeles. Se volvió de lado y cerró los ojos. Tomar la decisión de asumir el control de su vida era la parte fácil. Llevarlo a cabo le resultaría mucho más complicado.


Despertó al amanecer. Se había dormido apoyada en la puerta del coche y se frotó la nuca. Estaban subiendo por una calle serpenteante de una zona residencial flanqueada por casas ocultas tras frondosos follajes. Bram la miró de reojo. Aparte de tener la barba más crecida, no mostraba signos de no haber dormido en toda la noche. Georgie frunció el ceño.

– ¿Dónde estamos?

– En las colinas de Hollywood.

Pasaron junto a un seto alto de ficus, tomaron otra curva y cogieron un camino entre dos pilares de piedra. Una gran casa de piedra y estuco rojizo de estilo colonial español apareció a la vista. Una buganvilla se enredaba alrededor de un saliente formado por seis ventanas en arco de estilo morisco y una trompeta trepadora subía por una torre redonda de dos plantas de altura que remataba un extremo de la casa.

– Sabía que me mentías respecto a lo del apartamento.

– Ésta es la casa de mi novia.

– ¿Tu novia?

Bram paró delante de la casa y apagó el motor.

– Tienes que explicarle lo que ha sucedido. Todo irá mejor si se lo explicas tú personalmente.

– ¿Quieres que le explique a tu novia por qué te has casado?

– ¿Qué quieres, que se entere por los periódicos? ¿No crees que debería ser sensible con la mujer que amo?

– Tú no has amado a nadie en tu vida. ¿Y desde cuándo sales con una sola mujer?

– Siempre hay una primera vez.

Bram se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del coche.

Corrió detrás de él hacia el porche con arcos y suelo de baldosas azules y blancas que formaba la entrada de la casa. En un rincón, junto a tres columnas en espiral del mismo color rojizo que el estucado, había unas macetas de terracota de varios tamaños.

– No le contaremos a nadie la verdad acerca de nuestro matrimonio -susurró Georgie-. Y menos a una mujer que va a experimentar una comprensible necesidad de venganza.

Bram subió los escalones del porche.

– Si va tan en serio conmigo como yo creo, mantendrá la boca cerrada y esperará hasta que todo termine.

– ¿Y si no va en serio contigo?

Bram enarcó una ceja.

– Sé sincera, Scoot. ¿Cuándo has visto que una mujer no vaya en serio conmigo?

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