La tiendecita con su fachada de fuerte color mostaza le hizo pensar a Georgie en una antigua mercería inglesa. Encima de la puerta había la imagen de una mujer de estilo art nouveau abrazando las letras negras y brillantes del nombre de la tienda: «Provocativa.» Las dos oes formaban sus pechos.
Georgie le había oído hablar de aquel sexshop selecto a April, pero nunca había entrado.
– Excelente idea -comentó.
– ¡Y yo que pensaba que te pondrías en plan mojigato!
Bram le apoyó la mano en el trasero.
– Hace años que no soy mojigata.
– Podrías haberme engañado con facilidad.
Él mantuvo la puerta abierta para que ella pasara y entraron en la perfumada tienda acompañados por los gritos de los fotógrafos y el chasquido de las cámaras. La ley les impedía entrar en la tienda, así que se pelearon para conseguir la mejor posición y poder fotografiarlos a través del escaparate.
El interior de estilo eduardiano consistía en unas paredes color amarillo mostaza suave y unas molduras de madera que proporcionaban una sensación de calidez. Unas plumas de pavo real pintadas en el techo rodeaban la lámpara de araña, y unos dibujos eróticos de Aubrey Beardsley con marcos dorados decoraban las paredes. Georgie y Bram eran los únicos clientes, pero ella supuso que eso cambiaría en cuanto se corriera la voz de que estaban allí.
La tienda proporcionaba una exhibición variada de fantasías sexuales. Bram se encaminó directamente a la colección de lencería erótica, mientras que Georgie no podía apartar la vista de una exposición artísticamente dispuesta de consoladores colocados delante de un espejo antiguo. Georgie se dio cuenta de que llevaba observándolos demasiado tiempo cuando los labios de Bram le rozaron la oreja.
– Me encantará dejarte el mío.
A ella se le encogió levemente el estómago.
La dependienta, una mujer de mediana edad, largo pelo moreno y vestida con una elegante y ajustada camiseta y una falda vaporosa, los reconoció y enseguida se acercó. El tacón de aguja de sus zapatos se clavó en la moqueta del suelo.
– Bienvenidos a Provocativa.
– Gracias -contestó Bram-. Interesante lugar.
Impactada por la excitación que le producía tener a dos celebridades en su tienda, la dependienta empezó a enumerar las peculiaridades del lugar:
– Al otro lado de aquel arco tenemos una sala con artículos sadomasoquistas. Unos látigos preciosos, palmetas, pinzas para pezones y algunas ataduras realmente lujosas. Os sorprenderá lo cómodas que son. Todos nuestros juguetes son de gran calidad. Como podéis ver, disponemos de una amplia variedad de consoladores, vibradores, anillos para penes y… -señaló un escaparate de cristal- una maravillosa colección de cuentas anales nacaradas.
Georgie hizo una mueca. Había oído hablar de las cuentas anales, pero no se le ocurría cómo se utilizaban ni para qué servían.
Cuando la dependienta se dio la vuelta para examinar las estanterías, Bram le susurró a su esposa:
– Vista una, vistas todas. Aunque no contigo.
A ella se le volvió a encoger el estómago.
La dependienta le dijo:
– Acabo de desempaquetar un envío de pelucas púbicas con adornos de bisutería. ¿Alguna vez te has puesto una?
– Dame una pista.
La mujer esbozó una sonrisa repelente y apoyó las manos en la cintura adoptando la pose de un guía de un museo de arte.
– Las pelucas púbicas las llevaban originariamente las prostitutas para ocultar la pérdida de vello púbico o las marcas de la sífilis. Las versiones modernas son mucho más sexys y, con tantas mujeres depiladas hoy en día, se han vuelto muy populares.
Georgie se oponía, tanto erótica como ideológicamente, a depilarse por completo el vello púbico. La idea de renunciar a algo tan intrínseco de las mujeres para parecer niñas preadolescentes le sonaba a pornografía infantil. Sin embargo, la vendedora ya había abierto un escaparate y sacado un objeto triangular adornado con destellantes cristales de colores púrpura, azul y carmesí. Georgie lo examinó y descubrió una pequeña abertura en forma de uve situada en el ángulo inferior del triángulo y que, obviamente, estaba pensada para mostrar la rendija correspondiente.
– Naturalmente, todas nuestras pelucas púbicas vienen con su adhesivo.
Bram cogió la peluca para examinarla y después se la devolvió.
– Creo que pasamos. Algunas cosas no necesitan una decoración extra.
– Comprendo -contestó la mujer-, aunque ésta viene con unos cubre-pezones de bisutería a juego.
– Se interpondrían en mi camino.
El sonrojo de Georgie le indicó a la dependienta que estaba metiéndose en problemas.
– Tenemos una lencería preciosa -le explicó a Bram-. Nuestros sujetadores de tres pétalos son muy populares. Su esposa puede llevarlos con todos los pétalos levantados o sólo con los laterales. O puede soltarlos todos.
Georgie sintió un hormigueo en los pechos.
– Muy eficiente.
Bram deslizó la mano por debajo del pelo de Georgie y le acarició la nuca produciéndole piel de gallina.
– ¿Habéis oído hablar de nuestro probador VIP?
A Georgie le vino a la memoria una conversación que había mantenido con April en cierta ocasión. Intentó parecer reflexiva.
– Yo… Esto… Creo que una amiga me comentó algo.
– Tiene una mirilla en la pared posterior. Si queréis, podéis abrirla. Al otro lado hay un probador más pequeño para tu marido.
Bram se echó a reír, una de las pocas risas genuinas que Georgie le había oído desde que aparecieran las fotografías del balcón.
– Si más hombres conocieran este lugar, dejarían de decir que odian ir de compras.
La vendedora le sonrió a Georgie con complicidad.
– Disponemos de una exótica colección de tangas para hombre y la mirilla funciona en ambos sentidos. -De pronto, la dependienta ya no pudo contenerse más-: Tengo que deciros que me encantasteis en Skip y Scooter. ¡Todo el mundo está tan emocionado con vuestra boda! Y no dejéis que esos estúpidos rumores os inquieten. -Tuvo que parar porque otros clientes habían entrado-. Si necesitáis algo, llamadme y vendré enseguida.
Georgie la siguió con la mirada.
– A la hora de la cena, una lista de todo lo que compremos estará colgada en Internet. Un aceite para masaje suena seguro.
– Bueno, creo que podemos ser un poco más atrevidos que eso.
– Nada de látigos o palmetas. Ya he superado lo del sadomasoquismo. Al principio era divertido, pero después de un tiempo, hacer llorar a todos esos hombres maduros resultaba aburrido.
Bram sonrió.
– Y tampoco nada de consoladores -dijo-, aunque sé lo mucho que deseas uno. Lo cual no es ninguna sorpresa, ya que…
– ¿Quieres dejarlo de lado de una vez?
– De lado… Encima… Debajo… -Bram le acarició la curvatura del labio superior-. Dentro…
Una ráfaga de calor recorrió el cuerpo de Georgie. Estaba a punto de derretirse.
Él la condujo hacia la sección de la lencería, donde unos expositores tenuemente iluminados mostraban unos conjuntos pervertidos de braga y sujetador, ligueros y unos bodys diminutos con corbata y agujeritos. Todos los artículos estaban muy bien confeccionados y eran ultracaros. Bram sostuvo en alto un sujetador fruncido en la parte superior de las cazoletas con sendos cordones de seda.
– ¿Tú qué usas, una…?
– Una noventa C -contestó ella.
Bram arqueó una ceja y cogió una noventa B, que era exactamente la talla de Georgie, lo que no le sorprendió, teniendo en cuenta su conocimiento de la anatomía femenina. Varios clientes más habían entrado en la tienda, pero de momento los dejaban tranquilos.
– Para que lo sepas -susurró Georgie tanto para Bram como para sí misma-, esto no es una cita, y la mirilla se quedará cerrada.
– Esto es definitivamente una cita. -Bram examinó un body de malla negra y declaró-: Excelente fabricación. -Tocó los cordones de satén-. Mucho más suave que el cuero.
– A mí me encanta el cuero. -Georgie cogió un tanga de piel para hombre.
– Ni en un millón de años -replicó Bram.
Ella le arrebató el body de malla negra.
– ¡Lástima!
Tuvieron un reto de miradas y él fue el primero en ceder.
– De acuerdo, tú ganas. Uno por otro.
– Trato hecho.
Intercambiaron las prendas como si lo que estaban viviendo fuera real en lugar de ser dos actores que fingían hábilmente. Bram añadió varios sujetadores sin copas y varias bragas sin entrepierna a las prendas que había elegido para su esposa. Ésta eligió para él unas cuantas prendas de cuero, pero cuando encontró un interesante par de perneras, Bram compuso una expresión tan lastimosa que ella las devolvió a su lugar. Él le correspondió el favor dejando un corsé de apariencia tortuosa. Al final, intercambiaron las prendas y la dependienta los condujo a la parte trasera de la tienda, donde estaba el probador VIP. La mujer abrió una puerta de paneles de madera con una llave antigua, colgó las prendas de Georgie en una percha de bronce y, a continuación, acompañó a Bram a su probador.
Georgie se encontró en una habitación de estilo antiguo, con paredes pintadas de rosa, un espejo de cuerpo entero de marco dorado, una banqueta tapizada y apliques de pantalla rosada y con fleco que proporcionaban una iluminación suave y acogedora. La peculiaridad más intrigante de la habitación se encontraba en la pared del fondo, a la altura de los ojos. Consistía en una ventanita cuadrada de unos treinta centímetros de lado y el pomo, sin la menor sutileza, tenía la forma de una diminuta concha de almeja parcialmente abierta con una perla encima.
Ya era suficiente. Fin del juego. De una vez por todas. A menos que…
«No. Desde luego que no.»
Alguien dio un golpecito en la pared.
– ¡Abre!
Georgie tiró de la concha y abrió la ventanilla. La cara de Bram le devolvió la mirada a través de la rejilla negra de hierro. Apenas podía considerarse una mirilla. Las paredes rosa que enmarcaban la cara deberían haber suavizado sus facciones, pero en realidad le hacían parecer más masculino. Bram se frotó la mandíbula.
– Me avergüenza admitirlo, pero este lugar me ha puesto a cien.
Bram no estaba avergonzado en absoluto; sin embargo, la atmósfera desinhibida del local también la había excitado a ella. Georgie dio vueltas a su anillo de boda falso. Melrose Avenue podía estar a sólo unas manzanas de allí, pero aquel emporio erótico le hacía sentirse como si hubiera entrado en otro mundo, un mundo extrañamente seguro donde un hombre nada digno de fiar podía mirar pero no tocar, un mundo donde todo giraba alrededor del sexo y donde el sufrimiento emocional no constituía una posibilidad.
– Ojalá hubiéramos dado una ojeada a los artículos para atarse -declaró Bram.
Georgie no pudo resistirse a jugar con fuego.
– Sólo por curiosidad… ¿A cuál de los dos habrías atado?
– ¿Para empezar? A ti. -Su voz adquirió un tono bajo y ronco-. Pero cuando hubieras demostrado una sumisión adecuada, podríamos cambiar los papeles. ¿Qué te parece si ahora te pruebas ese body de malla para mí?
La tentación de jugar con el demonio en aquel antro sexual era casi irresistible.
– ¿Y qué conseguiré a cambio?
– ¿Qué quieres?
Georgie reflexionó unos instantes.
– Retrocede.
Él lo hizo y ella acercó la cara a la rejilla. Entonces vio que el probador de Bram, que era más pequeño que el suyo, tenía las paredes de color ocre oscuro y unos pomos de hierro de gran tamaño, de los que colgaban las prendas que ella había elegido para él.
– Ese tanga de piel negra.
– Ni hablar.
– ¡Lástima!
Georgie cerró la ventanilla.
– ¡Eh!
Ella se tomó su tiempo antes de volver a abrir.
– ¿Has cambiado de idea?
– Si empiezas tú, sí.
– Sí, como que voy a caer en esa trampa.
Volvieron a retarse con los ojos. Ella mantuvo la mirada firme, aunque su corazón se había desbocado.
– ¡Vamos, Georgie! He tenido una mala semana. Ponerte esa ropa para mí es lo menos que puedes hacer.
– Yo también he tenido una mala semana y esto no es ropa, son artículos para estimular el sexo. Si tanto lo deseas, empieza tú.
– ¿Qué tal si lo hacemos al mismo tiempo?
– Hecho.
Georgie volvió a cerrar la ventanilla. Las manos le temblaban. Se quitó las manoletinas de lunares blancos y azul marino.
Transcurridos unos minutos, Bram llamó desde el otro lado.
– ¿Lista?
– No; me siento como una estúpida.
– ¿Tú te sientes como una estúpida? Esta cosa es un jodido taparrabos.
– Lo sé. Lo he elegido yo, ¿te acuerdas? Y soy yo la que debería quejarse. Estas tiras están organizadas de tal forma que no esconden nada.
– Abre la ventanilla. ¡Ahora!
– He cambiado de idea.
– A la de tres -dijo Bram.
– Tienes que apartarte de la ventanilla para que pueda verte.
– De acuerdo. Ya me estoy apartando. Una… Dos… ¡Tres!
Georgie abrió la ventanilla y miró al otro lado.
Bram la miró a ella.
Los dos estaban totalmente vestidos.
Él sacudió la cabeza.
– Tienes un problema serio de confianza.
Ella entornó los ojos.
– Al menos yo me he quitado los zapatos. Tú ni siquiera eso.
– Está bien, nuevo trato -dijo Bram-. La ventana se queda abierta. Tú te sacas una prenda. Yo me saco otra. Incluso estoy dispuesto a empezar primero. -Y se quitó la camiseta.
Ella ya sabía que él tenía un torso fantástico. Se había pasado mucho tiempo mirándolo de reojo. Sus músculos estaban bien delineados, pero no tan desarrollados como para que su coeficiente intelectual se viera amenazado, porque, la verdad, ¿hasta qué punto resulta sexy un hombre que no tiene nada mejor que hacer durante todo el día que trabajar sus músculos?
– Estoy esperando -dijo Bram.
Un cálculo rápido le indicó a Georgie que ella tenía puestas más prendas que él. ¿Realmente iba a meterse en aquello? Tener sexo con Bram no era una garantía de que no la engañara, pero él tampoco era un estúpido. Bram sabía que estaban en la lente de un microscopio y que le resultaría muy difícil hacer algo sin que se enterara todo el mundo. Además, él siempre elegía el camino más fácil y, en aquel caso, ese camino era ella.
Georgie se llevó la mano a la nuca y se quitó el collar de plata.
– Eso no es justo -se quejó Bram.
Ella pensó que su viaje al terreno de juego del demonio exigía que, al menos, realizara unas piruetas.
– Quítate los pantalones. Hay un taparrabos esperándote.
– Todavía tengo los zapatos puestos, ¿recuerdas? -Y retrocedió un paso para que ella pudiera verlo mientras se quitaba una única deportiva.
– Eso es trampa. -Georgie retrocedió y se quitó un pequeño diamante del lóbulo de la oreja.
– Mira quién habla de trampas. -Otra deportiva salió disparada.
– Yo nunca he hecho trampas en mi vida -dijo ella y se quitó el otro pendiente de diamante.
– No te creo. -Un calcetín.
– Quizás en el Pictionary. -Su anillo de boda.
Cada vez que uno de ellos se quitaba algo, se alejaba de la rejilla para que el otro pudiera verlo. Adelante y atrás… Adelante y atrás… Un baile sensual de desvelar y ocultar.
El segundo calcetín de Bram cayó al suelo.
– ¿Algún hombre te ha echado un chorro de miel en el vientre y después te lo ha limpiado con la lengua?
– Docenas de veces.
Georgie jugueteó con el botón superior de su blusa para ganar tiempo, pues todavía no estaba segura de hasta dónde quería llegar en aquel juego de mirar y mostrarse.
– ¿Cuánto tiempo hace que no haces el amor? -preguntó.
– Demasiado. -Bram introdujo el pulgar en el cierre a presión del pantalón.
– ¿Cuándo fue la última vez? -Retorció con los dedos el botón de plástico rojo de su blusa.
– ¿Podemos hablar de eso en otro momento? -Bajó la cremallera del pantalón.
– Me parece que no. -Georgie pensó que hablar de las anteriores amantes de Bram disminuiría el deseo que experimentaba, pero no fue así.
– Hablaremos de ello más tarde. Te lo prometo.
– No te creo.
– Si te miento, puedes caminar desnuda sobre mi espalda con unos zapatos de tacón de aguja.
– Si me mientes… -El botón superior pareció abrirse por iniciativa propia- nunca volverás a ver éstas.
Georgie se desabrochó la blusa botón a botón y, después, la dejó caer por sus brazos. Llevaba puesto un sujetador de encaje blanco de La Perla con unas braguitas a juego de las que Bram todavía no sabía nada.
Él bajó la mano hasta la cintura y, lentamente, se quitó el reloj -ella se había olvidado de su estúpido reloj-, quedando vestido sólo con los vaqueros y… ¿qué, debajo? Georgie no podía respirar hondo. Se retiró de la ventanilla, se desabrochó los pantalones azul marino y, mirando fijamente a Bram a los ojos, se los bajó.
Sus piernas siempre habían sido su mejor atributo -largas, delgadas y fuertes-, las piernas de una bailarina, y él se entretuvo mirándolas. Unos segundos interminables transcurrieron antes de que retrocediera y se quitara los vaqueros. Llevaba puestos unos calzoncillos grises de punto End Zone que se ajustaban a una considerable erección. Georgie lo contempló con atención.
– Ahora la ropa interior -dijo Bram acercándose a la rejilla.
Ella nunca se había sentido tan excitada, y ni siquiera se habían tocado. Se desabrochó el sujetador. Los tirantes se deslizaron por sus hombros, pero ella cubrió las cazoletas con las manos para evitar que cayeran y se acercó a la rejilla.
– Gánatelo -susurró.
La voz de Bram se volvió ronca.
– Esta vez tendré que confiar en ti.
Introdujo los pulgares en la cinturilla de sus End Zone, se los bajó y se quedó delante de Georgie magníficamente desnudo. Ella recorrió su cuerpo con la mirada: sus amplios hombros bronceados, su musculoso torso, sus estrechas caderas algo más pálidas que el resto del cuerpo… Ni siquiera notó que el sujetador se le caía de las manos.
– Retrocede -dijo Bram en un ronco susurro.
Él la estaba utilizando y ella lo estaba utilizando a él, y no le importaba. Georgie se colocó en medio del probador y se quitó las frágiles bragas de nailon. Bram la contempló con tanta intensidad que ella sintió un hormigueo en la piel. Él había estado con mujeres mucho más guapas, pero Georgie no experimentó la terrible inseguridad que experimentaba con Lance. Aquél era Bram. A ella no le importaba su opinión. Lo único que le importaba era su cuerpo. Ladeó la cabeza.
– Aléjate para que pueda verte otra vez.
Pero a Bram se le había acabado la paciencia.
– El juego ha terminado. Nos largamos de aquí. Ahora.
Georgie no quería irse. Quería quedarse en aquel mundo de fantasía sensual para siempre. Descolgó el sujetador de pétalos azul pálido.
– Me pregunto cómo me quedará esto.
– ¿Te vas a poner ropa?
– Voy a ver si me queda bien.
Georgie volvió su desnudo trasero hacia Bram y se puso el sujetador. Cada copa estaba formada por tres pétalos suaves. Se giró de nuevo hacia él y, sin decir una palabra, desató los pétalos uno a uno. Primero los de los lados y después el del centro. Tomándose todo el tiempo del mundo.
Los ojos de Bram chispearon a través de la rejilla.
– Me estás matando.
– Lo sé.
Georgie descolgó las braguitas a juego del colgador y se colocó en medio de la habitación para que él le viera ponérselas. Tenían una abertura en la entrepierna.
– Me sienta bien, ¿no crees?
– Ahora mismo no puedo pensar. Acércate.
Ella se acercó a la rejilla con lentitud. Cuando llegó, Bram susurró:
– Más cerca.
Presionaron las caras contra la rejilla y sus bocas se juntaron a través del enrejado de metal negro. Sólo sus bocas.
Y entonces la tierra se movió.
Se movió de verdad.
Al menos la pared sí que se movió. Georgie abrió los ojos de golpe y, cuando el último obstáculo que los separaba desapareció, soltó un soplido de sobresalto. Tendría que haber supuesto que una tienda tan imaginativa no pasaría por alto algo así. Su sensación de seguridad se desvaneció.
Bram entró en su probador.
– No le cuentan a todo el mundo lo de la puerta.
Georgie nunca había practicado el sexo sin amor y lo que Bram le ofrecía era pura y simple excitación. Ella sabía que Bram era un bribón nada fiable. Y no se hacía ilusiones. Tenía los ojos muy abiertos, justo como quería tenerlos.
– Ésta es nuestra primera cita -dijo Georgie.
– ¡Y menuda cita!
Bram cerró la puerta que comunicaba los dos probadores y contempló los pechos desnudos de Georgie que exhibía el sujetador.
– Señora, me encanta su ropa interior.
Bram le rozó un pezón con los nudillos de la mano, cogió uno de los sedosos pétalos y lo abrochó, y después le succionó el pezón a través de la frágil barrera.
A Georgie le flaquearon las piernas. Él se sentó en el acolchado diván y tiró de ella de tal forma que quedó a horcajadas sobre los muslos de él. Se besaron. Bram le succionó el pecho. Georgie le hundió los dedos en el pelo y se mordió los labios para no gritar. Él separó los muslos separando, a su vez, los de ella. Georgie seguía llevando puestas las bragas sin entrepierna. Bram apartó la tela de nailon y jugueteó con el sexo de su esposa hasta que ella tembló de deseo.
Cuando Georgie no pudo aguantar más, afianzó las rodillas en el diván, se enderezó y, poco a poco, introdujo el miembro turgente en su interior.
Bram respiraba en jadeos, pero no intentó penetrarla, sino que le dio todo el tiempo que ella necesitó para aceptarlo. Y ella se aprovechó. Maliciosamente. En cuanto se introducía muy lentamente un centímetro del pene, volvía a sacárselo y empezaba de nuevo. Los hombros de Bram se volvieron resbaladizos a causa del sudor. Pero a ella no le importaba lo que él necesitara, no le importaba si le proporcionaba o no placer, no le importaban sus sentimientos, sus fantasías, su ego. Lo único que le importaba era lo que él podía hacer por ella. Y si no la satisfacía, si al final resultaba ser un inútil, ella no se inventaría excusas para disculparlo como había hecho con Lance, sino que se quejaría largo y tendido hasta que él lo entendiera. Aunque no parecía que esto fuera a ser necesario.
– Pagarás por esto -dijo Bram con los dientes apretados.
Pero siguió permitiéndole que hiciera lo que quisiera, hasta que ella se excitó tanto que tuvo que interrumpir el juego. Sólo entonces le hincó los dedos en el trasero y le hizo descender con fuerza sobre él.
No podían provocar ningún ruido. Sólo una delgada pared evitaba que quedaran expuestos. Bram hundió la cara en los pechos de Georgie y le frotó el bajo vientre. Georgie se arqueó contra la mano de Bram, echó la cabeza atrás, se agarró a los hombros de él y se unió a Bram en una cabalgada salvaje y silenciosa.
Sin amarlo. Sólo usándolo.
Él se estremeció. Ella dejó caer la cabeza atrás.
Liberación…
Los aspectos prácticos no entraron en la mente de Georgie hasta después. El desorden. La ropa interior usada que no habían pagado. El marido inconveniente. Cuando se separaron, su cordura regresó. Tenía que asegurarse de que él entendía que lo que había pasado no cambiaba nada.
– Bien hecho, Skipper. -Georgie estiró sus entumecidas piernas-. No eres George Clooney, pero prometes.
Bram se dirigió a la puerta oculta, pero entonces se volvió y examinó el cuerpo de Georgie, como si estuviera marcando su territorio.
– Al menos esto responde a una pregunta.
– ¿Qué pregunta?
Él le sonrió con languidez.
– Por fin recuerdo lo que sucedió aquella noche en Las Vegas.