Iris York Shepard era tan infeliz como podía serlo una niña de cuatro años. Estaba en medio del jardín de su casa, con los brazos cruzados sobre su liso pecho, tamborileando amenazadoramente con su piececito en la hierba, con el ceño fruncido y una mueca en su adorable carita. A Iris no le gustaba que la atención de los demás se desplazara demasiado lejos de su persona y, en aquel momento, incluso sus amantísimos abuelos se habían ido a hablar con el tío Trev.
Bram vio a su hija desde el porche y sonrió. Tenía una idea bastante exacta de lo que se avecinaba. Y lo mismo podía decirse de Georgie, que se había dado cuenta de la frustrada expresión de Iris desde el otro lado del jardín, donde perseguía a su hijo de dos años.
– ¡Haz algo! -gritó Georgie por encima de las cabezas de los invitados.
Bram reflexionó acerca de las alternativas. Podía tomar a Iris en brazos y hacerle cosquillas, o balancearla cabeza abajo cogiéndola de los tobillos, algo que a la niña le encantaba, o incluso mantener una pequeña charla con ella, algo en lo que se estaba volviendo sorprendentemente bueno, pero no hizo nada de eso. Era más divertido dejar que los sucesos siguieran su curso natural.
Veinticinco amigos de Bram y Georgie habían sido invitados a su fiesta anual de aniversario de boda. Aquel día hacía cinco años que se habían casado en la playa. ¡Habían ocurrido tantas cosas en aquellos cinco años! La casa del árbol había tenido un éxito moderado de audiencia y un éxito impresionante con la crítica, lo que supuso para Bram media docena de interesantes papeles protagonistas en otras tantas películas. Después, con el respaldo de Rory, produjo un guión propio que fue un éxito de audiencia, y su carrera se consolidó.
En cuanto a Georgie… Ella seguía interpretando el mundo a través de su cámara y realizando con ello un gran trabajo. De los tres documentales que había rodado, el último siempre era mejor que el anterior y empezaba a acumular importantes premios. Pero aunque los dos estaban encantados con sus respectivos trabajos, nada les proporcionaba más alegría que su familia.
Chaz se abrió camino entre la multitud. Bram se fijó en su resplandeciente melena negra, su vestido rojo de tirantes y sus sandalias plateadas, y apenas logró acordarse de la desesperada muchacha que había recogido en la puerta de un bar muchos años atrás. Incluso la protestona joven que solía dirigir su cocina se había suavizado. No se podía decir que hubiera perdido su descaro, ella y Georgie seguían peleándose, pero ahora todos formaban una familia: él, Georgie y los niños, Chaz y Aaron y, desde luego, Paul y Laura, que se habían casado en aquel mismo jardín.
Su boda fue el primer trabajo que realizó Chaz después de terminar sus estudios de cocina. En lugar de trabajar en un restaurante de lujo, como siempre había planeado, Chaz los sorprendió a todos decidiendo abrir su propio negocio de comida por encargo.
– Me gusta estar en la casa de otras personas -explicó ella.
Chaz se detuvo al lado de Bram.
– Iris está a punto de explotar. Será mejor que hagas algo, y rápido.
– O podría quedarme aquí y ver cómo vuelve loca a Georgie.
Bram cogió un canapé y señaló la zona de la piscina, donde el antiguo asistente personal de Georgie estaba enfrascado en una apasionada discusión con April y Jack Patriot.
– ¿Cuándo sacarás a tu enamorado de su miseria casándote con él?
– Después de que haya ganado su segundo millón.
– Siento darte la noticia, pero creo que ya lo ha hecho.
Aaron había creado su propia compañía de videojuegos y había logrado un gran éxito con un juego llamado Force Alpha Zebra. Con su musculoso cuerpo, su autoconfianza y su recién descubierto interés por la moda masculina, había cambiado incluso más que Chaz. Bram cogió otro canapé.
– Tardasteis lo vuestro en daros cuenta de que estabais enamorados.
– Yo tenía que madurar un poco. -La mirada de Chaz se suavizó mientras observaba a Aaron-. Me casaré con él uno de estos días, pero de momento me divierto mucho manteniéndolo en vilo.
Paul vio a su infeliz nieta y se separó de su mujer, pero era demasiado tarde. Iris ya había elegido una mesa, una de hierro forjado situada justo en el centro del atestado jardín, y se estaba subiendo a ella.
– ¡Iris! -Georgie intentó acercarse, pero un columpio y su movidito hijo se lo impidieron-. ¡Iris! ¡Baja de ahí!
La niña fingió no oírla, sorteó el vaso olvidado de alguien, extendió los brazos y se dirigió a los invitados con una voz decidida y demasiado potente para un cuerpo tan pequeño:
– ¡Escuchadme todos! ¡Voy a cantar!
Aaron se llevó los dedos a los labios y silbó.
– ¡Vamos, Iris!
Bram avanzó entre la multitud hasta donde estaba Georgie y cogió a su hijo en brazos justo cuando Iris abría su diminuta boca y empezaba a cantar. Cuando llegó al estribillo de su vigorosa y afinada interpretación de la canción inicial de Annie, ni Bram ni Georgie tuvieron el valor de interrumpirla.
– ¿Qué vamos a hacer con ella? -preguntó la madre exhalando un suspiro.
– Supongo que, a la larga, tendremos que dejarla en manos de la abuela Laura. -Bram besó la sudorosa cabeza de su hijo-. Ya sabes que Laura y Paul se mueren por hacerle una prueba a Iris.
– Todos sabemos cómo saldrá esa prueba. Estará fabulosa.
– Es realmente buena, ¿no crees?
– Ni una nota desafinada. Iris ha nacido para interpretar. Y la verdad es que no necesitamos a otro niño estrella en la familia.
Bram dejó a su escurridizo hijo en el suelo.
– La buena noticia es que ella nunca creerá que tiene que interpretar para ganarse el cariño de nadie.
– Es cierto. Aquí hay cariño de sobra.
Los dos estaban demasiado enfrascados sonriéndose el uno al otro para darse cuenta de que su hijo se había dejado caer sobre su trasero y había empezado a batir palmas a un ritmo perfectamente acorde con la canción de su hermana. La voz de Bram se volvió ronca, como solía hacer cuando era consciente de su suerte.
– ¿Quién podía haber imaginado que un tío como yo tendría una familia como ésta?
Georgie apoyó la cabeza en su hombro.
– Skip no lo habría hecho mejor. -Entonces hizo una mueca-. ¡Oh, cielos…! ¡Ahora viene el zapateado!
– Al menos no se ha quitado la ropa.
Pero Bram había hablado demasiado pronto. Un pequeño vestido floreado voló hasta un rosal.
– Eso lo ha heredado de su madre -murmuró Bram-. No he conocido a ninguna mujer que le guste tanto quitarse la ropa.
– No es culpa mía. Tú eres muy persuasivo.
– Y tú eres irresistible.
Skip Scofield eligió aquel momento para darle un golpecito en el hombro a Bram.
«¿Quién se lo habría imaginado? Después de todo, te has convertido en un hombre de familia.»
¡Y menuda familia!, pensó Bram mirando alrededor.
Iris realizó una reverencia y se dispuso a interpretar su siguiente número. Su hijo se revolcó por el suelo y su esposa, su mujer, se puso de puntillas y le susurró al oído:
– Éste es el mejor espectáculo de reencuentro del mundo.
Bram no podía estar más conforme.