El sábado por la mañana, Georgie aparcó cerca de Temescal Canyon Road, entre un polvoriento Bentley azul y un Benz Roadster rojo. Como los paparazzi todavía estaban durmiendo después de la salida de la noche anterior, no la siguió ninguna escolta indeseada.
– ¡Llegas tarde! -exclamó Sasha cuando Georgie salió del coche-. ¿Estabas demasiado ocupada besuqueándote con Bramwell Shepard?
– Sí, eso es exactamente lo que estaba haciendo. -Cerró la puerta del coche dando un portazo.
Sasha se echó a reír. Tenía un aspecto increíble, como siempre, alta y esbelta, y vestida con una sudadera blanca con capucha de la casa L.A.M.B. y pantalones grises. Se había recogido el pelo liso y moreno en una coleta y ocultaba su cara con una gorra de visera rosa.
– No le hagas caso a Sasha. -April, la mayor y la única componente verdaderamente sensata de su estrecho círculo de amigas vestía una camiseta negra de la última gira de su marido-. Acaba de llegar. Hace sólo treinta segundos.
– Me he dormido -replicó Sasha-. Esto es lo que solemos hacer los jóvenes.
April tenía cincuenta y pocos años, unas facciones bonitas y llamativas, una expresiva cara de mandíbula cuadrada y el brillo de sus ojos hablaba por sí mismo de una bien merecida felicidad. Había sido la estilista de Georgie durante años y, aún más importante, era una querida amiga suya. April sacudió su pelo rubio con mechas y le sonrió a Sasha con dulzura.
– Pues yo he dormido como un lirón. ¡Claro que ayer por la noche tuve una sesión de sexo ardiente!
Sasha frunció el ceño.
– Sí, claro, si yo estuviera casada con Jack Patriot también habría tenido una sesión de sexo ardiente.
– Pero no lo estás, ¿no? -replicó April con aires de suficiencia.
Treinta años antes, April había sido una conocida e incansable groupie de grupos de rock and roll, pero sus días de fama hacía tiempo que habían quedado atrás. Ahora era la esposa de Jack Patriot, un rockero legendario, la madre de un famoso quarterback de la liga de fútbol americano y abuela reciente. Ya no trabajaba como estilista, salvo para Georgie, como favor.
Georgie se recogió el pelo detrás de las orejas y se puso una gorra de visera. A continuación, sacó del coche una mochila llena de botellas de agua. Ella era la única a la que no le importaba cargar con una mochila, así que llevaba el agua de todas, lo que constituía un auténtico quemador de calorías. Desde que había adelgazado tanto, sus amigas habían intentado disuadirla de que llevara aquel peso, pero ella no accedió.
A veces Georgie se preguntaba cómo podían sobrevivir las mujeres que no tenían amigas. Para ella, sus amigas eran las personas que nunca la defraudaban, a pesar de que, con frecuencia, la geografía las separaba haciendo que aquellas excursiones de los sábados por la mañana fueran escasas. Sasha vivía en Chicago y April en Los Ángeles, pero pasaba tanto tiempo como podía en el rancho de su familia, en Tennessee. Meg Koranda, la benjamina del grupo, estaba en otro de sus viajes. Ninguna de ellas sabía exactamente dónde.
Sasha las condujo hasta el inicio del sendero y refrenó su habitual paso supersónico para que Georgie, quien normalmente iba a la cabeza del grupo, pudiera seguir la marcha.
– Cuéntanos qué ocurrió exactamente con Bram -preguntó Sasha.
– Sinceramente, Georgie, ¿en qué estabas pensando? -preguntó April con el ceño fruncido.
– Fue un accidente. -Georgie tiró hacia arriba de la mochila-. Al menos por mi parte. Y algo totalmente premeditado por la suya.
Georgie les contó su plan de dejarse ver con hombres y luego explicó lo que había pasado en el Ivy. Evitó mencionar su propuesta de matrimonio a Trevor. No porque no confiara en ellas pues, a diferencia de Lance, ellas nunca la traicionarían, sino porque no quería que sus mejores amigas supieran que era todavía más patética de lo que creían. Cuando llegaron a la cresta del acantilado que dominaba el cañón, a Georgie le faltaba el aliento.
Los últimos restos del frío matutino se habían esfumado, y se veía la costa desde la bahía de Santa Mónica hasta Malibú. Se detuvieron para quitarse las chaquetas y atárselas a la cintura. Sasha sacó dos barritas de caramelo y le ofreció una a Georgie intentando que pareciera un acto casual, pero Georgie la rechazó.
– Ya he desayunado, de verdad.
– Sí, claro, una cucharada de yogur -comentó April.
– No, uno entero. Ya como más, en serio.
Ellas no le creyeron.
– Pues yo me muero de hambre -comentó Sasha.
Mientras ésta mordía su barrita de caramelo, ni Georgie ni April hicieron ningún comentario acerca de que Sasha Holiday, la fundadora del centro de salud Holiday Healthy Eating, prefiriera comer un Milky Way a una pieza de fruta o una barra energética de las que comercializaba su centro. En privado, Sasha era una adicta a la comida basura, pero eso sólo lo sabían ellas. Además, no se le notaba en el cuerpo.
Sasha guardó el envoltorio debajo de su camiseta blanca y elástica, donde formó un bulto.
– Reflexionemos sobre este asunto. Quizá no sea tan mala idea que te veas con Bram. Lo que está claro es que llamará la atención de todo el mundo y evitará que hablen de Lance y Santa Jade. -Dio otro mordisco a la barrita-. Además, Bram Shepard sigue siendo el tío malo más atractivo de la ciudad.
Georgie odiaba oír nada que fuera siquiera remotamente halagador acerca de Bram.
– Pues en las taquillas no resulta nada atractivo -contestó-. Además, tuve suerte de que su camello no se presentara mientras comíamos.
Sasha sujetó la barrita con los dientes y se colocó detrás de Georgie para abrir la mochila y sacar las botellas de agua.
– Trev me ha contado que hace años que Bram no se droga.
– Trev es muy crédulo. -Georgie abrió su botella-. No hablemos más de Bram, ¿de acuerdo? No permitiré que me estropee la mañana. -Ya le había estropeado bastantes cosas, pensó.
Anduvieron los siguientes cuatro kilómetros por un cortafuegos que transcurría entre plátanos, robles y laureles. Georgie disfrutó de la sensación de privacidad. Llegaron al cauce de un arroyo y Sasha realizó unos estiramientos.
– Tengo una idea fantástica. ¡Vayamos a Las Vegas el próximo fin de semana!
April se arrodilló cerca del agua.
– Esa ciudad no es buena para mí. Además, Jack y yo tenemos planes.
Sasha dio un respingo.
– ¡Sí, planes desnudos!
April sonrió ampliamente y Georgie también, aunque sintió una dolorosa y familiar punzada de traición. Hubo un tiempo en que ella se había sentido tan segura del amor de Lance como April lo estaba del de Jack Patriot. Después, Lance conoció a Jade Gentry y todo cambió.
Lance y Jade rodaron una película juntos en Ecuador. Lance interpretaba a un apuesto mercenario y Jade a una fanática de la arqueología, algo difícil de creer, sobre todo teniendo en cuenta su exótica belleza. Durante sus llamadas telefónicas, Lance le contó a Georgie que Jade estaba tan absorta en su trabajo como voluntaria profesional que apenas confraternizaba con los miembros del equipo, y que se pasaba tanto tiempo al teléfono abogando por sus causas benéficas que no siempre memorizaba sus textos.
Sin embargo, de una forma gradual, Lance dejó de realizar comentarios acerca de Jade, y Georgie no se dio cuenta.
Ésta se volvió hacia Sasha.
– Una escapada a Las Vegas me parece estupendo, cuenta conmigo.
Se imaginó las fotografías de Georgie York y su guapa amiga pasándoselo de miedo en la Ciudad del Pecado. Si durante los meses siguientes a la escapada a Las Vegas se dejaba ver con varios hombres, como era su idea original, quizá los artículos sobre «El corazón irremediablemente roto de Georgie» por fin dejarían paso a «Las noches locas de Georgie».
Sasha empezó a cantar Girls Just Want to Have Fun, y Georgie bailó un poco. Era una buena idea. ¡Una idea buenísima! Exactamente lo que ella necesitaba.
– ¿Qué quieres decir con que has tenido que volver a Chicago? -susurró Georgie en su móvil seis días más tarde.
Estaba sentada a una mesa del restaurante Le Cirque, en el Bellagio, donde se suponía que tenía que encontrarse con Sasha para iniciar su fin de semana en Las Vegas.
En lugar de hablar con su habitual sarcasmo, Sasha parecía agobiada.
– Te he dejado tres mensajes. ¿Por qué no me devolviste las llamadas?
Porque, de forma accidental, Georgie se había dejado el móvil en la maleta y no lo había sacado de allí hasta que se dirigió al restaurante.
– Se produjo un incendio en el almacén -explicó Sasha-. Tuve que volver enseguida.
– ¿Está todo el mundo bien?
– Sí, pero ha habido muchos daños. Georgie, sé que la escapada a Las Vegas era idea mía. Nunca te habría dejado plantada de esta manera si…
– ¡No seas tonta! Estaré bien. -Sasha tenía sangre fría en las situaciones de crisis, pero no era tan dura como quería aparentar-. Cuídate y llámame cuando sepas algo más. ¡Prométemelo!
– Lo prometo.
Después de colgar, Georgie echó un vistazo al comedor de techo entoldado con telas de seda y con vistas al lago Bellagio. Varios comensales la miraban abiertamente y Georgie se dio cuenta de que volvía a estar sola en una mesa para dos. Dejó un billete de cien dólares junto a su copa de agua y entró en el casino a través de una puerta con estrellas incrustadas. Pasó junto a las máquinas tragaperras manteniendo la cabeza baja.
– ¡Es evidente que me estás siguiendo!
Georgie se dio la vuelta de golpe y vio a Bram Shepard junto a la puerta del Circo, el restaurante gemelo del que ella acababa de salir. Como era de esperar, estaba guapísimo con sus vaqueros y una camisa de rayas finas y puños blancos, una mezcla de informal y elegante que debería haber quedado horrible, pero que no era así. La iluminación del casino convertía el color lavanda de sus ojos en mercurio. Era como una de las Siete Maravillas del Mundo, salvo por el hecho de que estaba deteriorada por demasiada lluvia ácida.
– Esto no puede ser casualidad -dijo Georgie.
– Pues lo es.
– ¡Sí, claro!
Georgie caminó deprisa, intentando alejarse de Bram antes de que alguien los viera, pero él se puso a su lado.
– He conseguido un extra.
– No me importa. Lárgate.
– Era una fiesta de empresa. Me han pagado veinticinco mil dólares por pasar dos horas en la fiesta de una empresa confraternizando con los invitados.
– Eso no es exactamente un extra.
– Es un extra para mí.
– Ya lo imagino.
Ella conocía a una docena de famosos por la cara que se ganaban la vida de esa forma, aunque ninguno de ellos lo admitía.
Georgie aceleró el paso, pero era demasiado tarde. Ya habían llamado la atención de varias personas, lo que no constituía ninguna sorpresa, pues la cita para comer del fin de semana anterior había aparecido en toda la prensa sensacionalista. Lo que ella quería era una publicidad positiva que pudiera controlar, pero no había nada de positivo o controlable en Bram Shepard.
Pasaron junto a un bar circular donde una banda de rock versionaba, mecánicamente, canciones del grupo Nickelback. Ya no podía escapar, así que estampó una sonrisa en su cara. Había llegado la hora de que Bram supiera que sus días de incauta habían quedado atrás.
– Déjame adivinar… -dijo mientras paseaban entre las máquinas tragaperras-. Te diriges al dormitorio de la tercera esposa de un anciano jefe de la empresa. Ella te pagará por unos servicios extra.
– ¿Quieres venir? Imagina cuánto nos soltaría por montárselo con los dos.
– Gracias por pensar en mí, pero a diferencia de ti, yo todavía soy asquerosamente rica, así que no me veo obligada a venderme.
– ¿A quién pretendes engañar? Te vi en Gente guapa. Tuviste que venderte para hacer ese fiasco.
Ella había intentado convencer a su padre de que aquella película era un error, pero él no quiso escucharla. El fracaso estaba empezando a pegarse a ella como un perfume barato.
– Deberías demandar al encargado del vestuario de esa película. -Bram le guiñó el ojo a una guapa crupier asiática de blackjack-. Habría sido mejor que realizaran tomas de tus piernas en lugar de tus pechos.
– Ya que estás resaltando mis defectos, no te olvides de mis ojos saltones, mi boca de buzón y…
– Tus ojos no son saltones. Y la boca de buzón de Julia Roberts no se puede decir que le haya perjudicado.
Pero Georgie no era Julia Roberts.
Bram la miró de arriba abajo. Ella era alta, pero él la sobrepasaba en media cabeza.
– Por cierto, esta noche estás muy guapa. Casi no se nota lo esquelética que estás. April debe de seguir siendo tu estilista.
– Así es.
Aunque aquel vestido recto con cuello de pico y estampado con salpicaduras blancas y negras al estilo del pintor Jackson Pollock lo había elegido ella misma. El vestido caía recto desde los hombros y un cinturón de piel negro a la altura de las caderas le daba un aire a los años veinte. Georgie se había peinado con mechones marcados y escalados alrededor de la cara y se había puesto dos pulseras anchas de aro.
Bram le dio un repaso con la mirada a una rubia de piernas largas que lo observaba sin recato.
– Entonces dime… ¿la cacería sigue en activo o ya has encontrado a un tío lo bastante estúpido como para casarse contigo?
– He encontrado docenas de tíos. Por suerte, recuperé el juicio a tiempo. Es increíble lo que una pequeña terapia de electroshock puede hacer por ti. Deberías probarlo.
Bram le pasó la mano por los omóplatos.
– Debo reconocer una cosa, Scoot. Sigues siendo única meciéndote en situaciones embarazosas. Tropezarme con tu tierna escena con Trev ha sido lo mejor que me ha pasado en meses.
– Lo cual demuestra lo triste y limitada que es tu pobre vida.
Habían llegado al abarrotado vestíbulo. El llamativo y alegre techo de flores de vidrio diseñado por Dale Chihuly no combinaba bien con el resto de la decoración, pero, aun así, era bonito. La gente enseguida empezó a murmurar y clavó los ojos en ellos. Georgie esbozó su mejor sonrisa. Una mujer levantó su móvil para sacarles una fotografía. Estupendo. Aquello era estupendo.
– Salgamos de aquí.
Bram la cogió del brazo y la condujo a través de la multitud. Lo siguiente que ella supo es que estaban en un ascensor que olía al perfume con aroma a nardo de Jo Malone. Él introdujo una tarjeta en una rendija del panel de mandos y pulsó el botón de una planta. Las imágenes de ambos se reflejaban en las paredes de espejo. Skip y Scooter ya crecidos. Durante una décima de segundo, Georgie se preguntó quién estaba cuidando de los gemelos mientras mamá y papá habían salido a pasar la noche fuera.
El ascensor empezó a moverse. Georgie alargó el brazo más allá de Bram y pulsó el botón de la planta 30.
– Ni siquiera son las once -declaró él-. Divirtámonos un poco antes de ir a dormir.
– Buena idea, iré a buscar mi pistola de descarga eléctrica.
– Tú, tan arisca como siempre. El envoltorio es resplandeciente, Georgie, pero no hay ningún regalo en el interior. Me apuesto cualquier cosa a que ni siquiera dejaste que Lance el Perdedor te viera nunca desnuda.
Ella se llevó las manos a las mejillas.
– ¿Se suponía que tenía que desnudarme? ¿Por qué nadie me lo dijo?
Bram apoyó el hombro contra la pared del ascensor, cruzó los tobillos y le lanzó su experta mirada de seductor.
– ¿Sabes lo que me gustaría? Me gustaría haber follado con Jade cuando tuve la oportunidad. Esa mujer es puro sexo.
Su comentario debería haberla destrozado, pero se trataba de Bram, así que sus instintos de pelea se impusieron.
– Tú nunca tuviste una oportunidad con Santa Jade. Ella elige a sus parejas de la lista de actores más cotizados y la última película de Lance obtuvo unos beneficios brutos de ochenta y siete millones.
– ¡Afortunado bastardo! Pero es un actor de mierda.
– ¡A diferencia de ti y tu increíble récord de taquilla! Aunque tengo que admitir que… tienes buen aspecto. -Dio unas palmaditas a su bolso-. No dejes que me vaya sin darme el nombre de tu fabuloso cirujano plástico.
Bram descruzó los tobillos.
– Jade me telefoneó hace unos años, pero yo estaba tan colocado que no le devolví la llamada. Ésa es la verdadera forma en que las drogas te joden el cerebro, pero nadie advierte a los jóvenes sobre esa mierda.
Las puertas se abrieron en la planta 28. Bram cogió a Georgie por el codo.
– Hora de divertirse. Vamos.
– No vamos.
Él la arrastró fuera del ascensor.
– Vamos, me estoy aburriendo.
– No es mi problema.
Georgie intentó clavar los tacones en la gruesa alfombra que se extendía a lo largo del amplio pasillo, pero Bram la agarró con más fuerza.
– Debes de haber olvidado lo que por casualidad oí en la casa de Trev, si no, te habrías dado cuenta de que, básicamente, eres mi esclava.
Él había jugado demasiadas veces al ratón y al gato con ella para que Georgie no se diera cuenta de adónde llevaba aquello, y no le gustaba.
Bram tiró de ella y doblaron un recodo del pasillo.
– ¿Tienes idea de cuánta pasta conseguiría si vendiera la historia de la triste y desesperada Georgie York suplicándole a un hombre que se casara con ella?
– Ni siquiera tú eres capaz de hacer algo así.
Aunque lo cierto es que sí lo era.
– Supongo que dependerá de lo buena esclava que seas. Espero que lleves puesta una ropa interior sexy, porque tengo ganas de ver un striptease.
– Te haré el favor de realizar algunas llamadas. Hay muchas chicas desesperadas en Las Vegas.
Bram llamó a una puerta con los nudillos.
– Sólo lo reconoceré ante ti, Scoot, pero estoy bastante borracho por todos los martinis que he tenido que beber y, como quiero estar sobrio para tu striptease, durante el resto de la noche sólo beberé tónica.
No parecía borracho pero, por experiencia, ella sabía que Bram podía consumir grandes cantidades de alcohol sin arrastrar una sola sílaba. Probablemente le estaba tomando el pelo con lo del striptease, pero eso no significaba que no hubiera tramado algo igual de malévolo para sacar provecho de su chantaje. Georgie podía tener en sus manos un gran problema y tenía que averiguar cómo solucionarlo lo más rápido posible.
La puerta se abrió y Bram la empujó al interior de una espaciosa suite toda de mármol, tonos dorados y flores naturales, y en la que había varias mujeres muy guapas y muy jóvenes apenas superadas en número por algunos hombres. A juzgar por su estatura, la mayoría de ellos debían de ser jugadores de baloncesto, salvo un par de aspecto baboso que, vestidos con trajes caros y relojes de lujo, estaban en un rincón con expresión ansiosa.
– ¡Es Scooter! -Uno de los jugadores de baloncesto se levantó y sonrió ampliamente mostrando un par de dientes de oro-. ¡Maldita sea, chica, qué guapa estás! Ven a tomar una copa con nosotros.
– Tu amantísimo público. -Bram describió un arco con la mano y, a continuación, se dirigió al bar de la suite, que era donde estaban sentadas las mujeres.
Como Georgie sólo tenía una habitación de hotel vacía esperándola y allí había un montón de mujeres que mantendrían ocupado a Bram, decidió que podía quedarse un rato tranquilamente. Además, de ningún modo permitiría que Bram la viera salir huyendo. Pronto se enteró de que la mayoría de los hombres de la habitación eran jugadores de los Knicks. El que la había reconocido resultó ser un memo, pero uno de sus compañeros de equipo era encantador. Kerry Cleveland llevaba unas rastas muy sexys, tenía unas pestañas negras y largas y un entusiasmo contagioso. A mitad de su primer martini, Georgie empezó a divertirse. No tenía que preocuparse por cámaras que la fotografiaran y Bram estaba demasiado entretenido con las jovencitas que lo rodeaban como para molestarla.
Cerca de las dos de la madrugada, el grupo se trasladó a una sala de juego privada, donde Kerry le enseñó a jugar a los dados. Por primera vez en meses se estaba divirtiendo. Acababa de realizar una apuesta cuando Bram apareció a su lado.
– ¿Eres consciente de que esas fichas son de quinientos dólares?
– Sí, y no me importa. Eres un neurótico.
– Yo no creo que seas un neurótico, Bram.
Una pelirroja de aspecto explosivo y voz de fumadora intentó rodearlo con los brazos, pero Bram se desembarazó de ella y anunció que él también iba a jugar.
Cuando a Georgie le llegó el turno de tirar los dados, Bram colocó sus fichas en la Línea de No Pase. Georgie lanzó los dados. Obtuvo una puntuación ganadora de seis y cinco y se oyó una ovación. Sólo Bram había apostado en contra de ella.
– Lástima -murmuró Georgie-. Sé que andas justo de dinero, pero he oído decir que los hombres que se prostituyen pueden ganar una fortuna… si consiguen los clientes adecuados.
– Tú siempre preocupándote por mí.
– Para eso están los amigos.
La pelirroja seguía intentando captar la atención de Bram y él seguía ignorándola. Al final, ella desapareció, pero regresó enseguida con dos martinis. Puso uno en la mano de Bram y, cuando se estaba llevando el otro a los labios, él se lo quitó y se lo tendió a Georgie.
– Quizás esto te suelte un poco.
La pelirroja parecía tan deshecha por su rechazo que, si no hubiera sido tan pesada, Georgie la habría compadecido. Bram lanzó los dados y sacó un siete. De momento, ni ganaba ni perdía dinero, mientras que Georgie iba perdiendo unos miles de dólares, pero a ella no le importaba. Aquello era divertido. Bebió un sorbo de martini y animó a Kerry cuando le llegó el turno de jugar.
El tiempo pasó y el mundo empezó a girar en un calidoscopio de colores. Los dados chocaban contra el borde de la mesa. La raqueta barría el fieltro verde. Las fichas entrechocaban. De repente, todo era hermoso, incluso Bram Shepard. Hubo un tiempo en el que juntos crearon magia en la pequeña pantalla. Eso tenía que contar para algo. Georgie apoyó la mejilla en el hombro de Bram.
– Ya no te odio.
Él le rodeó los hombros con un brazo y su voz sonó tan feliz como ella se sentía.
– Yo tampoco te odio.
Transcurrió otro hermoso minuto y, entonces, sin razón aparente, Bram se separó de ella y se alejó. Georgie quiso protestar, pero se sentía demasiado bien para hacerlo.
Con el rabillo del ojo vio que Bram se acercaba a la pelirroja. Parecía enfadado. ¿Cómo podía estar de mal humor en una noche tan hermosa como aquella?
Los dados rodaron una y otra vez. Bram volvió a aparecer al lado de Georgie.
– Tenemos que salir de aquí.
Eso era lo último que ella recordaba. Hasta la tarde del día siguiente, cuando cometió el error de despertarse.