Capítulo 23

Al principio, Chaz se fijó en el camarero porque era muy guapo y no parecía un actor. Era demasiado bajo para eso, pero tenía un cuerpo bonito y el pelo moreno y no demasiado corto. Mientras ofrecía las bandejas del aperitivo, no paraba de lanzar miradas furtivas a todo el mundo, lo que resultaba un poco inquietante, pero ella hacía lo mismo, así que no le dio mucha importancia. Después, Chaz se fijó en la extraña forma en que giraba el cuerpo.

Cuando por fin se dio cuenta de lo que el camarero estaba haciendo, se cabreó mucho. Esperó a que la cena casi hubiera acabado, se disculpó y se dirigió a la zona del servicio, donde lo encontró ordenando platos en un carrito. Cuando se aproximó a él, el camarero se fijó en su aureola y esbozó una sonrisa burlona.

– ¡Eh, ángel! ¿Qué puedo hacer por ti?

Ella leyó su tarjeta identificativa.

– Puedes entregarme tu cámara, Marcus.

La socarronería de él se esfumó.

– No sé de qué me hablas.

– Tienes una cámara oculta.

– Estás loca.

Chaz intentó recordar dónde ocultaban sus cámaras los periodistas de investigación.

– Sé quién eres -dijo el camarero-. Trabajas para Bram y Georgie. ¿Cuánto te pagan?

– Más de lo que te pagan a ti.

Marcus no era alto, pero tenía aspecto de hacer ejercicio y, aunque tarde, a Chaz se le ocurrió que debería haber avisado a alguien de seguridad para que manejara aquella situación. Sin embargo, había gente a su alrededor y le pareció mejor mantenerlo en secreto.

– Si no me das la cámara, Marcus, haré que te la quiten.

Debió de parecer que hablaba en serio, porque él se inquietó. El hecho de que pudiera intimidarlo, aunque sólo fuera un poco, animó a Chaz.

– No es asunto tuyo -replicó Marcus.

– Sólo intentas ganarte la vida, lo comprendo, y en cuanto me hayas entregado la cámara olvidaré el asunto.

– No seas bruja.

Chaz se movió con rapidez y aferró el botón superior de la chaqueta de Marcus, el que no hacía juego con el resto. El botón se desprendió y, cuando ella tiró para soltarlo, se encontró con la resistencia de un fino cable.

– ¡Eh!

Chaz dio un tirón fuerte y se lo arrancó.

– No se permiten cámaras, ¿no te habías enterado?

– ¿Y a ti qué te importa? ¿Tienes idea de lo que las agencias pagan por porquerías como ésta?

– No lo suficiente.

Marcus había enrojecido, pero no podía arrebatarle la cámara a Chaz sin que todo el mundo notara que pasaba algo. Ella se alejó de allí, pero él la siguió.

– Podrías vender tu historia, ¿sabes? Sobre tu trabajo. Seguro que podrías conseguir, como mínimo, cien de los grandes. Devuélveme la cámara y te pondré en contacto con un tío que se encargará de todo.

«Cien mil dólares…»

– Ni siquiera tendrías que decir nada malo de ellos.

Ella no respondió. Sólo se alejó.

«Cien mil dólares…»


Después de la cena se proyectó un divertido videomontaje con escenas de Skip y Scooter. Poco antes de la ceremonia de cortar el pastel, apareció Dirk Duke con un micrófono. Dirk era el pinchadiscos más famoso de la ciudad. Su verdadero nombre era Adam Levenstein y Poppy lo había contratado para que pusiera música para bailar, lo que estaba programado para media hora más tarde. Dirk era bajito, tenía la cabeza en forma de pepino, el cuello tatuado y se había educado en una universidad privada, algo que él se esforzaba en ocultar. Aquella noche, en lugar de sus habituales vaqueros, iba vestido con un esmoquin que no era de su talla.

– ¡Hola a todos! ¡Esta fiesta es increíble! ¡Un gran aplauso para Georgie y Bram!

La audiencia, obediente, aplaudió con entusiasmo.

– ¡Eh, vosotros, fans de Skip y Scooter! Ver a Georgie y Bram casados es fantástico, ¿no creéis?

Más aplausos y un par de silbidos, uno de ellos de Meg.

– Estamos aquí para festejar un matrimonio que se celebró hace dos meses. Un matrimonio al que ninguno de nosotros fue invitado porque no somos lo bastante importantes.

Risas.

– Pero esta noche vamos a ponerle remedio…

Cuatro camareros entraron con un dosel nupcial cubierto con un tul blanco recogido a los lados con ramilletes de hortensias azules. Poppy iba detrás, vestida con un traje largo negro y una expresión de petulancia expectante.

Georgie le dio un codazo a Bram.

– Creo que Poppy acaba de desvelar su sorpresa. La que tú le dijiste que llevara a cabo.

Él hizo una mueca.

– Deberías haberme dado un golpe en la cabeza. Esto no me gusta nada.

A ella todavía le gustaba menos, pensó Georgie mientras contemplaba cómo los camareros colocaban el dosel en la parte delantera de la pista. Bram soltó una maldición en voz baja.

– Esa mujer está oficialmente despedida.

– Como ministro ordenado de la Iglesia de la Vida Universal… -Dirk realizó una pausa para causar más efecto- es un honor para mí… -otra pausa -pedirle a los novios que se acerquen y… -levantó la voz- ¡repitan sus votos delante de todos nosotros!

Los invitados estaban entusiasmados. Incluso el padre de Georgie. Los labios siliconados y realzados con brillo de Poppy se curvaron en una sonrisa triunfal. Un músculo se agitó en el extremo de la mandíbula de Bram. Poppy no tenía derecho a representar en público algo tan personal sin consultárselo a ellos.

Bram apretó los dientes y se levantó.

– Pon tu mejor cara.

Georgie se dijo que aquello no tenía importancia. ¿Qué era una representación pública más después de todas las que había hecho? Al levantarse, su resplandeciente vestido crujió.

Dirk alargaba las vocales, como si fuera el presentador de un juego televisivo.

– Papá, ven y únete a ellos. ¡El señor Paul York, señoras y señores! Bram, elige a tu padrino.

– Me elige a mí.

Trev se levantó de golpe y los invitados se echaron a reír.

Georgie tenía la sensación de estar asfixiándose.

– Georgie, ¿quién va a ser tu dama de honor?

Ella miró a Sasha, Meg y April y pensó en cuánta suerte tenía de que aquellas maravillosas mujeres fueran sus mejores amigas. Entonces inclinó la cabeza.

– Laura.

Laura, impresionada, al levantarse estuvo a punto de volcar la silla.

Se encontraron todos debajo del dosel. El padre de Georgie, Trev, Laura y los reticentes novios.

Dirk tuvo el detalle de volverse de espaldas al público para que Bram y Georgie estuvieran de cara a los invitados. Entonces tapó el micrófono con la mano.

– ¿Estáis todos preparados?

Georgie y Bram se miraron a los ojos y se produjo un instante de perfecta comunicación sin palabras. Él arqueó una ceja y ella le explicó exactamente lo que pensaba con la mirada. Bram sonrió, le apretó la mano y le arrebató el micrófono a Dirk.

– Un cura, un rabino y un pastor entran en un bar… -Todos se echaron a reír. Bram esbozó una amplia sonrisa y se acercó el micrófono a la boca-. Gracias por vuestros buenos deseos. Georgie y yo los valoramos más de lo que podamos expresar con palabras.

Poppy, a un lado del improvisado escenario, se mordió el labio inferior. El discurso de Bram no estaba en el guión y era evidente que no le gustaba que los clientes interfirieran en su programa.

Bram soltó la mano de Georgie y señaló el dosel.

– Como ya os habréis imaginado, esta ceremonia es una sorpresa para nosotros, pero la verdad es que, aunque tanto Georgie como yo comprendemos lo atractivo que resultaría ver cómo Skip y Scooter se casan, nosotros no somos esos personajes y esta ceremonia no nos parece bien a ninguno de los dos.

Georgie deslizó la mano en el interior del codo de Bram y sonrió a los invitados que se mostraban empáticos con ellos.

Bram le cubrió los dedos con su mano.

– Ahora mismo, me apetece decir cosas realmente emotivas respecto a Georgie. Lo cariñosa, dulce y divertida que es. Y que es mi mejor amiga… Pero no quiero avergonzarla.

– No importa. -Ella se inclinó hacia el micrófono-. Avergüénzame.

Bram se echó a reír, y lo mismo hizo la multitud. Los esposos intercambiaron otro de sus besos seguido de una larga y amorosa mirada mientras él la manoseaba a escondidas y ella le pellizcaba el culo.

De repente, las rodillas de Georgie empezaron a temblar. A temblar de verdad. Un temblor de terremoto, sólo que aquel terremoto se estaba produciendo en su interior.

Se había enamorado de él.

Georgie palideció y absorbió la terrible verdad. A pesar de todo lo que sabía de Bram Shepard, se había enamorado de él, del egocéntrico y autodestructivo chico malo que le había robado la virginidad, había arruinado la serie televisiva y casi se había destruido a sí mismo.

Él resplandecía a la luz de las arañas, con aquella pulida belleza y elegante masculinidad diseñadas para el celuloide. Georgie apenas podía respirar. Justo cuando por fin estaba aprendiendo a ser ella misma, se saboteaba enamorándose de un hombre en el que no podía confiar, un hombre al que le pagaba para que permaneciera a su lado. La magnitud de la calamidad la mareó.

Bram terminó su discurso. Sacaron el pastel de boda en un carrito, una maravilla glaseada de varios pisos con hortensias de pastelería y coronada con dos muñequitos de Skip y Scooter vestidos de boda. Bram cortó el primer trozo y le dio un bocado a Georgie dejando en sus labios una mancha de glaseado que limpió con un beso. Ella, con gran esfuerzo, le devolvió el favor. El pastel sabía a corazón roto.

Más tarde, April la llevó aparte para que se cambiara el resplandeciente vestido por otro azul de estilo años veinte que habían elegido para bailar. Georgie se pasó el resto de la noche en una vorágine de perpetuo movimiento, bailando y riendo, meneando las caderas y con el pelo golpeándole las mejillas.

Bailó con Bram, quien le dijo que estaba guapísima y que se moría de ganas de llevársela a la cama. Bailó con Trev y con sus amigas, con Jake Koranda, con Aaron y con su padre. Bailó con los actores que habían coprotagonizado películas con ella y con Jack Patriot. Incluso bailó con Dirk Duke. Mientras sus pies no dejaran de moverse, no tenía que pensar en cómo salvarse.


Bram se enderezó y la miró fijamente en el vestíbulo de su casa, poco después de las dos de la madrugada. Su corbata negra de lazo colgaba sobre sus hombros y llevaba el cuello de la camisa abierto.

– ¿Qué demonios quieres decir con que vas a dormir en la casa de invitados?

Georgie todavía estaba un poco bebida, pero no tanto como para no saber lo que tenía que hacer. Quería llorar… o gritar, pero tendría tiempo de sobra para ambas cosas más tarde.

– Tengo que presentarme ante ti para una audición el martes por la tarde, ¿te acuerdas? Dormir contigo tres noches antes me da una ventaja injusta sobre las otras actrices.

– Es la cosa más ridícula que he oído en mi vida.

De alguna manera, ella consiguió sacar a la superficie la frescura de la vieja Georgie, la que, una vez más, se había enamorado como una tonta.

– Lo siento, Skipper, pero yo creo en el juego limpio. Lo llevaría como un peso sobre mi conciencia.

– ¡Al infierno tu conciencia!

Bram la empujó contra la pared, al pie de las escaleras, y empezó a besarla. Besos profundos, invasivos y con un toque de insistencia. Los dedos de los pies de Georgie se curvaron dentro de sus zapatos. Él introdujo una mano por el escote del vestido azul y pellizcó con suavidad la parte superior del pecho que se curvaba por encima del corpiño.

– Me vuelves loco -murmuró junto a la piel húmeda de Georgie.

Ella estaba mareada por el champán, el deseo y la desesperación. Bram deslizó la otra mano por el interior de sus braguitas, tan finas y frágiles que apenas contaban como pieza de ropa. «Para. No pares…» Las palabras rebotaban en la cabeza de Georgie mientras los besos de Bram se volvían cada vez más apremiantes y sus caricias tan íntimas que Georgie apenas podía soportarlo.

– Ya está bien -dijo él, y la cogió en brazos.

La música de fondo fue aumentando en intensidad. Compases de Doctor Zivago y de Titanic, de y yo y de Memorias de África los envolvieron mientras él la subía por las escaleras de la forma más romántica del mundo; salvo por el hecho de que eran las dos de la madrugada y Bram se golpeó el codo al atravesar el umbral de la puerta.

Pero sólo tardó un segundo en recuperarse. Dejó a Georgie en el borde de la cama y le subió el vestido. Y todo volvió a ser como la primera vez, en el yate. Las caderas desnudas de Georgie en el borde del colchón. Su vestido arrugado en su cintura. La ropa de Bram esparcida por el suelo y ella enamorada como una imbécil de un hombre que no le correspondía.

Fue como la primera vez… y no lo fue. Después del primer y apasionado asalto, Bram se tomó las cosas con más calma. La amó con sus caricias, con su boca, con su sexo, con todo menos con su corazón. Y ella se permitió a sí misma amarlo. Sólo que por última vez.

Algo ligeramente inquisitivo destelló en los ojos de Bram cuando la miró a las pupilas. Notó un cambio en ella, pero no supo de qué se trataba. El placer que sentían aumentó de una forma vertiginosa, la música entró en un crescendo en el interior de la cabeza de Georgie, y la cámara se alejó. Cerró los ojos y cabalgó con Bram hacia la inconsciencia.


Mientras permanecía acurrucada junto al hombro de Bram, su desesperación resurgió. Aquella autodestrucción tenía que acabar.

– Entonces… ¿cuándo te enamoraste de mí? -preguntó.

– En cuanto te vi -contestó él con voz somnolienta-. No, espera… Eso fue conmigo, la primera vez que me miré en un espejo.

– No, en serio.

Bram bostezó y la besó en la frente.

– Duérmete.

Ella insistió.

– Tengo la sensación…

– ¿Qué sensación?

Ahora Bram estaba despierto y receloso, pero ella tenía que saber con exactitud dónde se encontraba. Aquello era demasiado importante para que constituyera algún tipo de malentendido de comedia televisiva que pudiera arreglarse con unas cuantas frases.

– La sensación de que te has enamorado de mí.

Bram se incorporó echándola sin miramiento de su hombro.

– Es lo más estúpido… Tú sabes exactamente lo que siento por ti.

– En realidad, no. Eres más sensible de lo que demuestras y escondes mucho.

– Yo no soy nada sensible. -Bram le lanzó una mirada furibunda-. Quieres restregármelo por la cara, ¿no? Lo que he dicho en la fiesta.

Ella no recordaba lo que él había dicho en la fiesta, así que frunció los labios y dijo:

– Claro que quiero restregártelo por la cara, así que repítelo.

Él soltó un soplido de exasperación y se reclinó en la almohada.

– Eres la mejor amiga que he tenido nunca. ¡Vamos, ríete! En serio, nunca pensé que lo nuestro acabaría de esta manera.

Su mejor amiga… Georgie tragó saliva.

– No sé por qué; al fin y al cabo yo soy una persona muy fiable.

– Eres una tía muy rara. Nunca, ni en un millón de años, me habría imaginado que serías la persona en quien más confiara.

Pero ella no confiaba en él en absoluto. Salvo en lo que decía en aquel momento. Bram le estaba contando la verdad acerca de sus sentimientos.

– ¿Y qué me dices de Chaz? Ella se dejaría matar por ti.

– Está bien, eres la segunda persona más de fiar que conozco.

– Eso está mejor. -Georgie se aconsejó dejarlo correr, pero tenía que intentarlo. Una vez más-. Realmente podría estropearlo todo… -Suspiró, como si Chaz fuera un auténtico fastidio-. Imagínate que te volvieras gilipollas y decidieras enamorarte…

– Por Dios, Georgie, ¿quieres dejarlo estar? Nadie está enamorado de nadie.

– Si estás seguro…

– Sí, estoy seguro.

– ¡Qué alivio! Ahora deja de hablar para que pueda dormir.

A Georgie le dio un calambre en la pierna, pero no se atrevió a moverse hasta que oyó el sonido profundo y regular de la respiración de Bram. Sólo entonces, se levantó con cuidado de la cama. Se puso lo primero que encontró, que era la camisa del esmoquin de Bram, y bajó con sigilo las escaleras. Su padre había regresado a su piso, así que la casa de invitados volvía a estar vacía. Georgie recorrió el frío sendero de piedra mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Si seguía haciendo el amor con Bram, tendría que fingir que sólo era sexo. Tendría que actuar delante de él, igual que actuaba delante de las cámaras.

No podía hacerlo. Ni por él ni por ella. Nunca más.

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