Capítulo 27

La expresión de sorpresa de Bram demostraba con claridad que Georgie era la última persona del mundo que esperaba o quería ver. Ella estaba pálida y ojerosa por tantas noches sin dormir, pero él parecía preparado para posar en una sesión fotográfica de la revista de moda masculina GQ. Se había cortado el pelo casi tan corto como en los días de Skip y Scooter, y ella habría jurado que se había hecho la manicura.

Georgie no soportaba la idea de que él creyera que había ido a verlo a él.

– Chaz está enferma -se justificó con sequedad-. He venido a ver cómo estaba, pero ya me voy.

Enderezó los hombros y cruzó la habitación hacia el porche, pero, antes de que abriera la cristalera, Bram estaba a su lado.

– No des ni un paso más.

– No me montes ninguna escena, Bram. No estoy de humor para soportarlo.

– Somos actores, nos encantan las escenas. -La cogió por los hombros y le hizo volverse hacia él-. No he pasado por todo esto para que ahora me dejes plantado.

La rabia que Georgie creía bajo control volvió a explotar.

– ¿Pasado por todo el qué? ¿Qué es todo eso por lo que tú has pasado? ¡Mírate! No tienes ni una arruga. ¡Lo que estás pasando es la mejor época de tu vida!

– ¿Es así como me ves?

– Estás produciendo y protagonizando una película genial. Todos tus sueños se han convertido en realidad.

– No exactamente. La cagué contigo, ¿recuerdas?, con la persona más importante de mi vida. -La retuvo contra las vidrieras-. Y estoy intentando arreglarlo.

Georgie soltó un soplido desdeñoso.

– ¿Ah, sí, y cómo?

Él la miró. Sus ansiosos ojos reflejaron una versión del Actors Studio de un alma torturada.

– Te quiero, Georgie.

Los ojos de ella chispearon.

– ¿Ah, sí, y por qué?

– Porque sí. Porque tú eres tú.

– Tu voz suena sincera… Incluso pareces sincero. -Adoptó un aire despectivo y apartó el brazo de Bram de un empujón-. Pero no me lo trago.

Alguien menos cínico que ella podía haber pensado que lo que tensó los labios de Bram fue un dolor sincero.

– Lo que ocurrió el otro día en la playa… -dijo él-. Sé que fue muy desagradable, pero después recibí la sacudida que necesitaba para despertarme.

– ¡Vaya, fantástico!

– Sabía que no me creerías y no te culpo por ello. -Bram introdujo las manos en los bolsillos-. Sólo escúchame, Georgie. Ya hemos elegido a la actriz que interpretará a Helene. El trato está cerrado. ¿Qué otro motivo podría tener?

Nada de sufrir en silencio como había hecho cuando Lance la dejó. Georgie lo soltó todo.

– Empecemos por tu carrera. Hace tres meses y medio era yo quien estaba dispuesta a sacrificarlo todo para proteger mi imagen, pero ahora eres tú. Tu desagradable pasado estaba bloqueando tu futuro y me utilizaste para remediarlo.

– Eso no…

– Para ti, La casa del árbol no es un proyecto único en tu vida, sino el primer paso de una estrategia cuidadosamente planificada para establecerte como actor y productor respetable.

– No hay nada de malo en tener ambiciones.

– Lo hay cuando sigues queriendo utilizarme para promover tu imagen como don Digno de Confianza.

– ¡Esto es Hollywood, Georgie! La tierra prometida de los divorciados. ¿A quién demonios, aparte de Rory Keene, le importa si seguimos casados o no?

– A Rory Keene, exacto.

– ¡No creerás en serio que quiero que nuestro matrimonio dure sólo para que Rory tenga una buena opinión de mí!

– ¿No es eso lo que has estado haciendo hasta ahora?

– Sí, vale. Pero ya no. Me encanta la idea de que mi carrera dependa de la calidad de mi trabajo y no de con quién estoy casado.

El corazón de Georgie se había endurecido y no creyó ni una palabra.

– Dirías lo que fuera para evitar la crítica pública, pero ya estoy harta de fingir para que personas que no conozco crean que soy alguien que no soy. Le voy a decir a Aaron que deje de enviar comunicados de prensa. Y esta vez me aseguraré de que me haga caso.

– ¡Y un cuerno!

La transformación empezó en sus ojos, donde la frialdad calculadora se convirtió en pertinaz determinación. Y, entonces, Bram se volvió un poco majara. Le dio un fuerte beso y, medio a empujones, la condujo hacia el pasillo trasero de la casa.

– Vas a venir conmigo.

Georgie dio un traspié, pero él la tenía fuertemente sujeta y no dejó que se cayera.

– ¡Suéltame!

– Te voy a llevar a dar una vuelta.

– ¡Qué raro!

– Cállate. -Bram la empujó hacia el garaje. No se mostró rudo, pero tampoco amable-. Ya va siendo hora de que comprendas hasta qué punto valoro mi respetable reputación.

Bram parecía de nuevo el hombre salvaje que fuera en el pasado.

– No iré a ninguna parte contigo.

– Ya lo veremos. Yo soy más fuerte que tú, más malo que tú, y estoy mucho más desesperado que tú.

La rabia de Georgie creció en su interior.

– Si estás tan desesperado, ¿por qué no intentaste hablar conmigo cuando contratasteis a la actriz que iba a interpretar a Helene? ¿Por qué no…?

– ¡Porque primero tenía que hacer una cosa!

Bram la empujó al interior del coche y, lo siguiente que supo Georgie es que salieron del garaje, cruzaron la puerta del jardín y tomaron la calle con dos todoterrenos negros siguiéndolos a toda velocidad.

Bram puso el aire acondicionado al máximo. Hacía demasiado frío para las piernas desnudas de Georgie y su fina camiseta, pero ella no le pidió que bajara la potencia y permaneció en silencio. Bram condujo como un maníaco, pero ella estaba demasiado enfadada para que eso le importara. Él quería volver a destrozarle el corazón.

Tomaron Robertson Boulevard, que estaba atestado de los compradores de los sábados por la tarde. Cuando Bram apretó a fondo el freno y paró frente al aparcacoches del Ivy, la segunda residencia de los paparazzi, Georgie se vio impulsada hacia delante por la inercia.

– ¿Por qué paras aquí?

– Para que podamos hacer una aparición pública promocional.

– Estás de broma.

Un paparazzi los vio e intentó fotografiarlos a través del parabrisas. Georgie había salido de la casa de la playa sin nada de maquillaje, llevaba el pelo hecho un asco y el tono de azul de su camiseta no pegaba nada con sus arrugados pantalones cortos turquesa. Además, se había puesto unas deportivas en lugar de sandalias.

– No pienso salir así vestida.

– Eres tú a quien no le importa la imagen, ¿recuerdas?

– ¡Hay una gran diferencia entre que a uno no le importe la imagen y entrar en un restaurante decente con unos pantalones sucios y unas zapatillas mugrientas!

Tres fotógrafos más se apretaron contra el coche mientras otros corrían serpenteando entre el tráfico para llegar hasta ellos desde el otro lado de la calle.

– No vamos a comer en el restaurante -anunció Bram-. Y yo creo que estás guapísima.

Salió del coche, le entregó unos billetes al aparcacoches y avanzó entre los vociferantes fotógrafos para abrirle la puerta a Georgie.

Una camiseta que no pegaba con sus arrugados pantalones, despeinada, sin maquillaje… y con un marido que era posible que la quisiera, pero no probable. Con un sentido de irrealidad, ella bajó del coche.

El caos explotó. Hacía semanas que no se los veía juntos y todos los paparazzi se pusieron a gritar al unísono.

– ¡Bram! ¡Georgie! ¡Aquí!

– ¿Dónde habéis estado?

– Georgie, ¿Mel Duffy miente acerca de vuestro encuentro?

– ¿Estás embarazada?

– ¿Seguís juntos?

– ¿Qué le pasa a tu ropa, Georgie?

Bram la rodeó con un brazo y se abrió paso a codazos hasta los escalones de ladrillo de la entrada.

– Dejadnos sitio, chicos. Tendréis vuestras fotografías, sólo dejadnos algo de espacio.

Los transeúntes estaban boquiabiertos, los comensales de la terraza estiraban el cuello para verlos y tres diseñadoras de bolsos perfectamente ataviadas interrumpieron su conversación para contemplarlos. Georgie consideró brevemente la posibilidad de pedirles prestado un brillo de labios, pero había algo inusual y liberador en el hecho de estar frente al mundo con su peor aspecto.

Bram acercó la boca a su oído.

– ¿Quién necesita convocar una conferencia de prensa teniendo el Ivy?

– Bram, yo…

– ¡Escuchadme todos!

Bram levantó el brazo.

Georgie se sentía aturdida, pero de algún modo consiguió curvar los labios y esbozar una sonrisa Scooter. Entonces decidió que ya era suficiente. Basta de fingir. Estaba enfadada, nerviosa y asqueada, y no le importaba quién lo supiera. Así que dejó que todo lo que sentía se reflejara en su cara.

Una multitud bloqueó la acera. Mientras las cámaras fotográficas disparaban y las de vídeo grababan, Bram habló por encima del ruido.

– Todos sabéis que Georgie y yo nos casamos en Las Vegas hace tres meses. Lo que no sabéis…

Ella no tenía ni idea de qué pretendía Bram, y no le importaba. Fueran cuales fuesen las mentiras que contara, eran cosa suya.

– … es que fuimos víctimas de un par de combinados en los que habían echado drogas y que, básicamente, nos odiábamos a matar. Desde entonces hemos estado fingiendo nuestro matrimonio.

Georgie tuvo la sensación de que la cabeza le estallaba. Durante un segundo creyó que lo había entendido mal. ¿Lo que Bram pretendía era explicarlo todo desde las escaleras del Ivy?

Resultó que sí. Lo contó todo, una versión comprimida, pero los hechos estaban allí, hasta la desagradable escena de la playa. Georgie estudió la determinación que reflejaba su mandíbula y se acordó de los letreros de los extraordinarios héroes de las películas que colgaban de la pared de su despacho.

Los paparazzi estaban más acostumbrados a las mentiras que a la verdad, así que no se creyeron nada de lo que Bram les contó.

– Nos estás tomando el pelo, ¿verdad?

– Nada de tomaduras de pelo -contestó él-. A Georgie le ha dado por vivir una vida honesta. Demasiada Oprah.

– Georgie, ¿has obligado a Bram a contar todo esto?

– ¿Os habéis separado?

Atacaron como los chacales que eran y Bram los hizo callar a gritos.

– De ahora en adelante, lo que os contemos será la verdad, pero podéis estar seguros de que no os contaremos nada que no queramos contaros. Aunque tengamos que promocionar una película y necesitemos publicidad. En cuanto al futuro de nuestro matrimonio… Georgie está decidida a darme la patada, pero yo la amo y estoy haciendo todo lo que está en mi mano para que cambie de opinión. Esto es todo lo que os vamos a contar de momento. ¿Entendido?

Los paparazzi se trastocaron, se empujaron y se dieron codazos como locos. De algún modo, Bram consiguió abrir una brecha entre la multitud para poder pasar. Bram la sostenía con tanta fuerza que los pies de Georgie se levantaron del suelo y perdió una zapatilla. Los aparcacoches del restaurante consiguieron abrir la puerta del de Bram y Georgie subió.

Bram puso en marcha el motor y estuvo a punto de llevarse por delante a dos fotógrafos que se habían echado sobre el capó.

– No quiero oír ni una palabra más acerca de motivos ocultos. -Su expresión ceñuda y su voz entrecortada no dejaban lugar a discusiones-. De hecho, ahora mismo no quiero hablar de nada.

A ella ya le pareció bien, porque no se le ocurría nada que decir.

Un convoy de todoterrenos los siguió de regreso a la casa. Bram cruzó la valla, condujo hasta la casa y frenó a fondo antes de apagar el motor. Su pesada respiración llenó el repentinamente silencioso interior del coche. Abrió la guantera y sacó un DVD.

– Ésta es la razón de que no pudiera ir a verte antes. No estaba acabado. Tenía pensado llevártelo esta noche. -Dejó el DVD en el regazo de Georgie-. Míralo antes de tomar más decisiones importantes sobre nuestro futuro.

– No lo entiendo. ¿Qué es esto?

– Supongo que podrías decir que se trata de… mi carta de amor por ti. -Y salió del coche.

– ¿Tu carta de amor?

Pero él ya había desaparecido por el lateral de la casa.

Georgie contempló el DVD y se fijó en el titular escrito a mano.


SKIP Y SCOOTER


«Bajo tierra»

Skip y Scooter había acabado en el episodio 108, y la etiqueta del DVD indicaba que se trataba del episodio 109. Georgie apretó el DVD contra su pecho, se quitó la zapatilla que conservaba y corrió descalza al interior de la casa. No tenía suficiente paciencia para manejar el complicado equipo de la sala de proyecciones, así que subió la carta de amor videográfica al piso de arriba y la introdujo en el reproductor del dormitorio de Bram. Se sentó en mitad de la cama, rodeó sus rodillas con un brazo y, con el pulso acelerado, presionó el play.

Fundido de dos pares de pies pequeños caminando por una extensión de césped de vivo verde. Uno de los pares está formado por zapatos negros de charol y calcetines blancos con volantes. El otro, por lustrosos zapatos de cordones para niño que rozan con los bajos de unos pantalones de vestir negros. Los dos pares de zapatos se detienen y se vuelven hacia alguien que camina detrás de ellos. La niña pequeña gimotea.

– ¿Papi?

Georgie se abrazó.

El niño dice con voz potente:

– Dijiste que no llorarías.

La niña suelta otro gemido.

– No estoy llorando, pero quiero ir con papá.

Un tercer par de zapatos entra en escena. Unos zapatos negros de hombre.

– Estoy aquí, cariño. Tenía que ayudar a la abuela.

Georgie se estremeció mientras la cámara subía por unos pantalones negros de vestir hasta la mano de largos y cuidados dedos del hombre, que llevaba una alianza de platino.

La mano de la niña se desliza en la mano del hombre.

Aparece un primer plano de la cara de la niña. Tiene siete u ocho años. Es rubia, de cara angelical, y lleva un vestido de terciopelo negro y un fino collar de perlas.

La cámara se aleja. El niño, más o menos de la misma edad que la niña, coge la otra mano del hombre con expresión solemne.

Una toma más amplia muestra, de espaldas, al alto y esbelto hombre y a los dos niños avanzando por el cuidado césped. Aparece un árbol, una extensión de césped mayor y más árboles. Una especie de piedras. La toma se amplía más.

No son piedras.

Georgie se llevó los dedos a los labios.

¿Un cementerio?

De repente, la cara del hombre ocupa toda la pantalla. Se trata de Skip Scofield. Más mayor, más distinguido y perfectamente arreglado, como solían ir todos los Scofield. Lleva el pelo corto y rizado, un traje negro entallado y una elegante corbata burdeos oscuro anudada sobre una camisa blanca. Unas profundas arrugas de dolor surcan sus bonitas facciones.

Georgie sacudió la cabeza con incredulidad. No podía ser…

– No quiero, papá -dice la niña.

– Lo sé, cariño.

Skip la coge con un brazo y, al mismo tiempo, rodea los delgados hombros del niño con el otro brazo.

Georgie sintió deseos de gritar. «¡Es una comedia! ¡Se supone que tiene que ser divertida!»

Ahora los tres están junto a una tumba abierta, con los asistentes al funeral vestidos de luto al fondo. El niño hunde la cara en el costado del padre y dice con voz apagada:

– Echo mucho en falta a mamá.

– Yo también, hijo mío. Ella nunca comprendió cuánto la quería.

– Deberías habérselo dicho.

– Lo intenté, pero ella no me creyó.

El pastor empieza a hablar fuera de pantalla.

A Georgie, aquella voz resonante le resultó familiar. Georgie entrecerró los ojos.

Corte hasta el final de la ceremonia. Primer plano del ataúd en el suelo. Un puñado de tierra seguido de tres hortensias azules cae sobre la lustrosa tapa.

Toma de Skip y sus llorosos hijos solos y de pie junto a la tumba. Skip se arrodilla y los abraza. Tiene los ojos cerrados y aprieta los párpados a causa del dolor.

– Gracias a Dios… -murmura-. Gracias a Dios que os tengo a vosotros.

El niño se separa de él con expresión petulante, casi vengativa.

– ¡Lástima que no nos tengas!

La niña pone los brazos en jarras.

– Somos imaginarios, ¿recuerdas?

El niño dice con desdén:

– Somos los hijos que podrías haber tenido si no te hubieras portado como un gilipollas.

De repente, los niños desaparecen y el hombre se queda solo junto a la tumba. Angustiado. Torturado. Coge una hortensia de uno de los adornos florales y se la lleva a los labios.

– Te quiero. Con todo mi corazón. Eternamente, Georgie.

Fundido en negro.

Georgie permaneció unos instantes sentada, atónita. Después saltó de la cama y salió indignada al pasillo. «¡Será…!» Corrió escaleras abajo, cruzó el porche y se dirigió a la casa de invitados. A través de las vidrieras, vio que Bram estaba sentado frente a su escritorio, con la mirada perdida. Entró con paso decidido y Bram se levantó de un brinco.

– ¡Conque una carta de amor, ¿eh?! -gritó Georgie.

Él asintió con rotundidad y con la tez pálida.

Ella puso las manos en jarras.

– ¡Me has matado!

Bram tragó saliva con dificultad.

– Tú… Bueno… no esperarías que me matara a mí, ¿no?

– ¡Y mi propio padre! ¡Me enterró mi propio padre!

– Es un buen actor. Y un suegro sorprendentemente decente.

Georgie rechinó los dientes.

– He vislumbrado un par de caras conocidas entre la multitud. ¿Chaz y Laura?

– Las dos parecieron… -Bram volvió a tragar saliva- disfrutar de la ceremonia.

Ella levantó los brazos.

– ¡No me puedo creer que mataras a Scooter!

– No tenía mucho tiempo para elaborar el guión. Fue lo mejor que se me ocurrió, sobre todo porque tenía que grabar sin que tú salieras.

– ¡Sólo faltaría!

– Podría haberlo acabado ayer, pero tu angelical y falsa hija resultó ser una diva. Ha sido una auténtica tortura trabajar con ella, lo que no pinta nada bien para La casa del árbol, porque ella interpreta a la niña.

– De todas maneras, es una actriz estupenda -comentó Georgie cruzando los brazos-. Hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas.

– Si alguna vez tenemos una hija que actúe como ella…

– Será culpa de su padre.

Bram se quedó helado, pero ella no estaba dispuesta a perdonarlo tan fácilmente, aunque pequeños globos de felicidad empezaron a elevarse en su interior.

– Sinceramente, Bram, es la película más horrible, estúpida y sensiblera que…

– Sabía que te gustaría. -Él parecía no saber qué hacer con las manos-. Así que te ha gustado, ¿eh? Es la única forma que se me ocurrió para demostrarte que entendía perfectamente el daño que te hice aquel día en la playa. Lo has comprendido, ¿no?

– Por extraño que parezca, sí.

Bram hizo una mueca.

– Tendrás que ayudarme, Georgie. Nunca antes había querido a nadie.

– Ni siquiera a ti mismo -comentó ella en voz baja.

– No había mucho que querer. Hasta que tú empezaste a quererme. -Introdujo una mano en un bolsillo-. No quiero volver a hacerte daño. Nunca. Pero ya te lo he hecho. He sacrificado lo que tú más querías. -Torció la boca-. La posibilidad de interpretar a Helene se ha desvanecido para siempre, Georgie. Ya hemos firmado el contrato. Ese papel lo significaba todo para ti, lo sé, y yo la he fastidiado, pero no sabía qué otra cosa podía hacer. Si no contrataba a otra actriz, no podía demostrarte que te necesito por ti misma.

– Lo comprendo.

Georgie pensó en todo el dolor que las personas se causaban a sí mismas y las unas a las otras en nombre del amor, y supo que había llegado la hora de contarle a Bram lo que ella misma había averiguado hacía poco.

– Y me alegro.

– No lo entiendes. Esto no puedo rectificarlo, amor mío, y no sé cómo podría compensarte por ello.

– No tienes que compensarme por nada. -Entonces, Georgie lo dijo en voz alta por primera vez-: Soy una cineasta, Bram. Una directora de documentales. Eso es lo que quiero hacer con mi vida.

– ¿De qué estás hablando? ¡Pero si a ti te encanta actuar!

– Me encantó interpretar Annie. Y también a Scooter. Entonces necesitaba los elogios y los aplausos. Pero ya no. He madurado y quiero contar las historias de otras personas.

– Eso está bien, pero… ¿qué me dices de tu prueba, de tu maravillosa interpretación de Helene?

– No la hice de corazón. Era todo técnica. -Georgie eligió con cuidado sus palabras, encajando las piezas conforme hablaba, intentando explicarlo con claridad-. Prepararme para aquella audición tendría que haber sido lo más emocionante que hubiera hecho nunca en cuanto a trabajo, pero me pareció terriblemente aburrido. El personaje de Helene no me gustaba, y odiaba el oscuro lugar al que ella me transportaba. Lo único que deseaba de verdad era huir con mi cámara.

Bram arqueó una ceja empezando a parecerse más a sí mismo.

– Y, exactamente, ¿cuándo te diste cuenta de eso?

– Supongo que entonces ya lo sabía, pero creí que me sentía de aquella manera como reacción a lo mal que andaban las cosas entre nosotros. Ensayaba a ratos y, cuando no lo aguantaba más, cogía la cámara y perseguía a Chaz o entrevistaba a alguna camarera. Después de tanto hablar sobre reconducir mi carrera, no me di cuenta de que ya lo había hecho. -Georgie sonrió-. Espera a ver las historias que he rodado sobre la vida de Chaz, las chicas de la calle, las valerosas madres solteras… Todo no encaja en una misma película, pero decidir dónde va cada historia me enseñará mucho.

Bram finalmente salió de detrás de su escritorio.

– No me estarás contando esto sólo para que no me sienta culpable, ¿verdad?

– ¿Bromeas? Me encanta que te sientas culpable. Así me resulta más fácil tenerte dominado.

– Eso ya lo has conseguido -dijo él con voz ronca-. Más de lo que imaginas.

Estaba embelesado contemplando la cara de Georgie. Ella nunca se había sentido tan valorada. Se miraron directamente a los ojos. Al alma. Y ninguno de los dos hizo ninguna broma.

Bram la besó como si fuera una virgen. El encuentro de labios y corazones más tierno del mundo. Fue embarazosamente romántico, pero no tanto como sus húmedas mejillas. Se abrazaron íntimamente, con los ojos cerrados y los corazones palpitantes, desnudos como no lo habían estado nunca. Cada uno conocía los fallos del otro como los suyos propios, y sus virtudes todavía más, lo que hizo que aquel momento fuera todavía más dulce e intenso.

Hablaron durante largo rato. Georgie no ocultó nada y le contó que había telefoneado a Mel Duffy y lo que había estado a punto de hacer.

– Si lo hubieras hecho, no te habría culpado -dijo Bram-. Pero recuérdame que no te permita nunca tener una pistola.

– Quiero volver a casarme -susurró ella-. Casarme de verdad.

Bram la besó en la sien.

– ¿En serio?

– Quiero una ceremonia privada. Íntima y bonita.

– De acuerdo.

Bram deslizó la mano hasta el pecho de Georgie y el deseo que había latido entre ellos explotó. Ella necesitó hacer acopio de todas sus fuerzas para separarse de él.

– No sabes cuánto me cuesta decirte esto -cogió la mano de Bram y le besó los dedos-, pero quiero una noche de bodas.

Él soltó un gruñido.

– Por favor, no me digas que eso significa lo que creo que significa.

– ¿Tanto te importa?

Bram lo consideró.

– Pues sí.

– Pero accederás de todos modos, ¿no?

Él le cogió la cara entre las manos.

– No me vas a dejar elegir, ¿no?

– Sí. Estamos en esto juntos.

Bram sonrió y le apoyó una mano en las nalgas.

– Poppy tiene exactamente veinticuatro horas para preparar la boda de tus sueños. Yo me encargaré de la luna de miel.

– ¿Veinticuatro horas? No podemos…

– Poppy sí que puede.

Y Poppy pudo, aunque tardó cuarenta y ocho horas. Después, le impidieron asistir a la ceremonia, lo que no le gustó nada.

Se casaron al atardecer, en una zona solitaria de una caleta arenosa. Sólo les acompañaron cinco personas: Chaz, Aaron, Paul, Laura y Meg, quien fue sola porque no le permitieron llevar a un acompañante. Sasha y April no podían llegar a tiempo y Bram se negó a esperarlas. Georgie quería invitar a Rory, pero Bram le dijo que lo ponía muy nervioso. Entonces Georgie explotó de risa, lo que, a su vez, hizo que Bram la besara hasta robarle el aliento.

Le pidieron a Paul que celebrara la ceremonia. Georgie le dijo que era lo mínimo que podía hacer después de haberla enterrado. Él alegó que no estaba ordenado, pero no le hicieron caso; ya habían cumplido con las formalidades meses atrás. La ceremonia que ellos querían era una boda del corazón.

Aquella tarde, una puesta de sol multicolor enmarcaba la playa. Unos sencillos cubos galvanizados rebosaban de ramos de pies de golondrina, lirios y guisantes de olor atados con cintas que flotaban en la cálida brisa. Aunque Georgie le había prohibido a Poppy que preparara un enramado nupcial o pintara corazoncitos en la arena, se olvidó de mencionarle lo de construir castillos de arena, así que una réplica de la mansión Scofield de un metro y medio de alto y adornada con flores y conchas marinas se erigía junto a los novios.

Georgie llevaba un sencillo vestido amarillo de algodón y su pelo negro estaba salpicado de flores. Bram iba descalzo. Los votos que habían redactado hablaban de lo que sabían, de lo que habían aprendido y de lo que se prometían. Cuando la ceremonia terminó, se sentaron alrededor de una hoguera para darse un festín de cangrejo rematado con las magdalenas de chocolate rellenas de crema de Chaz. Paul y Laura no podían apartar los ojos el uno del otro. Mientras el fuego crujía, Laura dejó solo a Paul unos instantes y se acercó a Georgie.

– ¿Te importa lo que hay entre tu padre y yo? Sé que va muy deprisa. Sé que…

– Vuestra relación no podría hacerme más feliz.

Georgie la abrazó, mientras Chaz y Aaron se alejaban juntos por la playa.


Bram contempló la bonita cara de su mujer brillando al resplandor de la hoguera y se dio cuenta de que el pánico que había sido su silencioso compañero desde que tenía memoria, había desaparecido. Si una mujer tan sensata como Georgie podía aceptarlo con sus fallos, entonces ya era hora de que él también se aceptara a sí mismo.

Aquella criatura maravillosa, cariñosa, exquisita e inteligente era suya. Quizá debería tener miedo de fallarle, pero no lo tenía. En todas las cosas importantes de la vida él siempre estaría allí para ella.

Mientras oscurecía, Georgie vio que un bote neumático se acercaba a la orilla desde un yate anclado mar adentro.

– ¿Qué es eso?

– Mi sorpresa -le susurró Bram junto al pelo-. Quería que pasáramos la noche de bodas en un yate. Para compensarte por la primera vez.

Ella sonrió.

– Eso fue hace mucho tiempo.

Sus invitados los despidieron con una lluvia de arroz integral de cultivo biológico aportado por Meg. Mientras se dirigían al yate, Bram estrechó amorosamente a su esposa. Quería que la noche de bodas fuera perfecta. Lance la había sorprendido con un carruaje y seis caballos blancos y Bram no quería ser menos.

Cuando estuvieron a bordo, Bram la condujo por la silenciosa embarcación hasta el camarote principal.

– Bienvenida a tu luna de miel, amor mío.

– ¡Oh, Bram…!

Todo estaba como él lo había organizado. Unas velas blancas situadas dentro de unos farolillos iluminaban las cálidas paredes de madera y las lujosas alfombras.

– ¡Es precioso! -exclamó Georgie con tanto énfasis que convenció a Bram de que no se acordaba ni del carruaje ni de los caballos-. Me encanta. Te quiero. -Miró más allá de Bram, hacia la cama, y se echó a reír-. ¿Lo que veo son pétalos de rosa esparcidos por las sábanas?

Él sonrió junto a la mejilla de su esposa.

– ¿Te parece excesivo?

– Sin duda. -Lo rodeó con los brazos-. ¡Y me encanta!

Bram la desnudó poco a poco, besando todas las partes que descubría: la curva de su hombro, la ondulación de sus pechos… Entonces se arrodilló y la besó en la barriga, los muslos… sabiendo que era el hombre más afortunado de la Tierra. Ella lo desnudó a él con la misma lentitud y, cuando Bram ya no pudo soportarlo más, la condujo a la cama y a las sábanas de pétalos de rosa, lo que, en su momento, le pareció una buena idea, pero…

Bram se quitó un pétalo de la boca.

– ¡Esta porquería está en todas partes!

– Lo mismo digo. Incluso aquí. -Georgie separó las piernas-. ¿Quieres hacer algo al respecto?

En fin, quizá, después de todo, lo de los pétalos de rosa no era tan mala idea.

El yate se balanceó debajo de ellos. Georgie y Bram hicieron el amor una y otra vez, arropados en su mundo privado y sensual, prometiendo con sus cuerpos todo lo que se habían prometido con palabras.

A la mañana siguiente, Bram fue el primero en despertarse y se quedó tumbado, con su mujer entre los brazos, respirando su aroma, dando gracias… y pensando en Skip Scofield.

«Tendrás que ayudarme, tío. Yo no tengo tanta práctica en ser sensible como tú.»

«Podrías empezar dejando de lado tu sarcasmo», respondió Skip.

«Georgie no me reconocería.»

«Al menos, utilízalo sólo en momentos puntuales.»

Esto sí que podía hacerlo. Georgie se acurrucó más contra él, que curvó la mano sobre su cadera.

«Por fin te llevo una, Skipper. Ahí estás tú, estancado para siempre con la pequeña Scooter Brown. Y aquí estoy yo… -Besó el suave pelo de su mujer-. Aquí estoy yo con Georgie York.»

Ella por fin despertó, pero no permitió que Bram la besara hasta que se lavó los dientes. Cuando salió desnuda del lavabo, él se fijó en que un olvidado pétalo de rosa colgaba de su pezón y alargó la mano.

– Ven aquí, esposa mía -dijo con ternura-. Voy a dejarte embarazada.

Ella le sorprendió dándole largas.

– Más tarde.

Él se incorporó en la cama y la observó con recelo mientras sacaba la cámara de vídeo de una de las maletas que les habían llevado al yate.

– Chaz ya me advirtió contra eso -dijo Bram.

Georgie sonrió y se sentó a los pies de la cama, de cara a su marido. La luz del sol se colaba por los ojos de buey reflejándose en el pelo oscuro de Georgie. Bram se reclinó en las almohadas y vio que ella levantaba la cámara.

– Empieza por el principio -indicó Georgie-. Descríbeme todo lo que amas de tu mujer.

Bram comprendió que ella se estaba burlando, pero no pensaba seguirle el juego, así que le cogió el pie con la mano e hizo exactamente lo que ella le había pedido.

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