Capítulo 15

– No me hagas pedírtelo dos veces -declaró cuando vio que Georgie no reaccionaba de inmediato.

Su actitud amenazante y seductora envió una nueva oleada de deseo al cuerpo de Georgie. ¡Aquello era tan maravillosamente poco complicado! Lo único que le interesaba a él era echar un polvo, y lo mismo le ocurría a ella. Georgie por fin tenía las ideas tan claras como para disfrutar de aquellos momentos de placer irresponsable.

– Tú todavía estás vestido -dijo mientras se quitaba la camiseta-. ¡Desnúdate!

Bram contempló sus pechos cubiertos con encaje amarillo claro y su forma de mirarla llenó a Georgie de placer. Le encantaba sentirse deseada, y no le importaba que fuera por simple conveniencia.

Él la agarró de la muñeca.

– Esta vez quiero una cama para poder verte centímetro a centímetro.

Ella casi se derritió allí mismo, en medio del dormitorio. Mientras contemplaba sus turbios ojos lavanda, se recordó que él no le importaba tanto como para que la hiciera sufrir. Entonces Bram la besó y ella dejó de pensar.

En aquella ocasión no hubo ningún striptease lento. Echaron la ropa a un lado y se lanzaron el uno sobre el otro. Hasta el día anterior, Georgie nunca se había entregado sin amor, pero en aquel momento ofreció su cuerpo con abandono. Bram lo exploró palmo a palmo, separándole las piernas, subiendo uno de sus tobillos a su hombro. Ella jugó con él y lo torturó, no para excitarlo sino porque le apetecía hacerlo, porque el objetivo de aquella aventura era obtener el propio placer y no intentar retener a un hombre que no la quería.

Bram se mostró tan esmerado como exigente. Utilizó los dedos, la boca, el pene. Georgie experimentó una libertad gozosa, como si tuviera alas. La explosión final fue un auténtico cataclismo.

Después, ella se tumbó sin fuerzas al lado de Bram. Tan agotada que apenas podía hablar.

– Bueno… Seguro que la próxima vez será mejor.

Él se tumbó boca arriba. Su piel estaba tan sudada como la de ella. Esbozó una sonrisa perezosa.

– Tengo que reconocerlo, eres mucha mujer para un solo hombre.

Georgie sonrió. El aire acondicionado se puso en marcha y lanzó un chorro de aire frío sobre sus cuerpos calientes. Ella se sentía… Intentó calificar sus emociones, y al final lo logró: se sentía feliz.


Bram era el único hombre que había estado en el apartamento de Chaz, pero ahora Aaron estaba sentado en su sofá, con los auriculares todavía colgando del cuello y la clavija junto a su rodilla. Iba vestido con unos vaqueros viejos y una camiseta verde y arrugada en la que se leía: TODO LO QUE TU BASE SON NOS PERTENECEN, lo que no tenía ningún sentido. Su cabello rizado enmarcaba su cara redonda y tenía las gafas torcidas.

– No puedes quedarte aquí -dijo Chaz-. Tienes que irte.

– Ya te lo he dicho, las llaves de mi coche están en el despacho de Georgie.

– Entonces coge el mío.

Bram le había comprado un precioso Honda Odyssey nuevo, pero a ella no le gustaba salir de la casa a menos que fuera imprescindible, así que, salvo para los encargos domésticos, no lo utilizaba mucho. Por otro lado, la mayor parte del tiempo lo pasaba en su apartamento. Bram le había dejado amueblarlo a su gusto. Ella eligió muebles modernos de color chocolate y marrón claro, una sencilla librería negra, una tumbona angular para leer y un par de cuadros abstractos en blanco y negro. Muy pocas cosas. Nada de desorden. Todo limpio y relajado. Todo salvo Aaron.

Él se rascó el pecho a través de la camiseta.

– Mi permiso de conducir está en mi billetera, y ésta también está en el despacho de Georgie.

– ¿Y qué? Yo he conducido sin permiso durante años.

Chaz había aprendido a conducir sola cuando tenía trece años, pues pensaba que ella supondría un peligro menor en la carretera que su madrastra alcohólica.

Tanto ella como Aaron tenían llaves de la casa principal, pero ninguno de los dos se sentía especialmente ansioso por volver allí en aquel momento. Por suerte, el apartamento del garaje estaba en el extremo opuesto del dormitorio principal de la casa. Chaz no podía imaginarse lo que sería tener que oír a Bram y Georgie echando un polvo. Odiaba a Georgie. Odiaba ver a Bram riéndose de alguna de las estupideces que ella soltaba. Odiaba oírlos hablar de películas que ella no había visto. Ella quería ser la primera para Bram. Lo cual era absurdo.

Más le valía a Bram haberse acordado de apagar el horno.

– Ni sueñes con dormir aquí -dijo.

– ¿Quién ha dicho que fuera a hacerlo? Les daré algo de tiempo y después iré a recoger mis cosas.

Él se levantó y se acercó a la librería, que contenía un televisor, libros de cocina y otros que Bram le había dado a Chaz, entre ellos, algunos de Ruth Reichl, una famosa escritora de libros de cocina que explicaba cómo empezó a interesarse por la comida y todo eso. Los suyos eran los mejores libros que Chaz había leído nunca.

– Deberías dejar de actuar como una bruja con Georgie. -Aaron cogió uno de los libros de Reichl y le dio la vuelta para leer la contraportada-. Sólo te falta colgarte un letrero del cuello en el que ponga que estás enamorada de Bram.

– ¡Yo no estoy enamorada de Bram! -Le arrebató el libro y volvió a ponerlo en la estantería-. Sólo me preocupo por él y no me gusta como ella lo trata.

– Sólo porque ella no le besa el culo como haces tú.

– ¡Yo no le beso el culo! Siempre le digo exactamente lo que pienso.

– Sí, y mientras despotricas de él, corres a prepararle una comida especial y plancharle las camisetas. Ayer te vi correr para limpiar unas migas de la silla en que iba a sentarse.

– Cuido de él porque es mi trabajo, no porque esté enamorada de él.

– Pues parece que sea más que un trabajo. Parece que sea toda tu vida.

– ¡Menuda gilipollez! Es sólo que… estoy en deuda con él. Eso es todo.

– ¿Por qué estás en deuda con él?

«Por todo.»

Chaz se dio la vuelta y entró en su diminuta cocina. Aaron era demasiado estúpido para distinguir entre querer a una persona y estar enamorado de ella. Chaz quería a Bram con todo el corazón, pero no era un querer sexual. Era como si él fuera el mejor hermano del universo, un hermano por el que ella haría cualquier cosa.

Hurgó en la nevera en busca de una limonada Mountain Dew. En cierta ocasión, Aaron le contó que se había vuelto adicto a la Mountain Dew en la universidad, pero Chaz sólo se sirvió un vaso para ella. Habría querido asistir a una escuela de cocina, no a la universidad. Cuando su madrastra murió, ella ahorró el dinero suficiente para trasladarse a Los Ángeles. Sin embargo, para una persona sin título universitario era muy difícil encontrar trabajo y su plan para trabajar en un restaurante caro y así poderse pagar los estudios enseguida se desvaneció. Acabó lavando platos y sirviendo mesas en un par de restaurantes mexicanos baratos, pero Los Ángeles era un lugar caro e, incluso trabajando dieciséis horas diarias, tuvo que echar mano de sus ahorros para salir adelante.

Un día, al volver a su casa del trabajo, descubrió que alguien había entrado a la fuerza en su penosa habitación alquilada y le había robado todo, incluidos sus ahorros. Chaz se dijo que no debía perder los nervios. Quizá tuviera que saltarse una comida aquí y otra allá y, durante un tiempo, no podría comprarse un coche, pero si trabajaba unas horas extra todavía podría pagar el alquiler.

Y podría haberlo conseguido… si un conductor no la hubiera atropellado cuando se dirigía a la lavandería y se hubiera dado a la fuga. Aparte de unas costillas astilladas y la mano rota, Chaz no sufrió mayores lesiones, pero perdió los dos empleos que tenía porque no podía lavar platos con una mano enyesada. Al cabo de un mes dormía en las calles.

Aaron entró en la cocina.

– ¿Tienes algo para comer? No he tomado nada desde mediodía.

Chaz tenía un armario lleno de comida basura sobre el que no pensaba decirle nada a Aaron.

– Sólo tengo cereales y algo de fruta.

Escondió el vaso de Mountain Dew detrás de la tostadora para que Aaron no lo viera. No porque ella fuera egoísta, sino porque no era una bebida dietética.

– Supongo que es mejor que nada -contestó él.

Chaz sacó la caja de cereales y se la dio junto con unas fresas, pero él empezó a poner las fresas en un cuenco sin trocearlas, así que lo empujó a un lado y lo preparó ella misma. Deseó tener cereales Special K para Aaron en lugar de los Frosted Flakes.

La cocina contaba con una diminuta encimera encastrada que servía de mesa. Mientras Aaron comía, ella limpió el cajón de la cubertería. Ya se había dado cuenta de que él tenía buenos modales comiendo y pensó que esto podía gustarle a Becky, su vecina… si alguna vez se daba cuenta de que él existía. Cuando Aaron terminó su último bocado, Chaz recogió el cuenco de los cereales.

– Voy a cortarte el pelo.

– Ni hablar. Mi pelo está bien.

– Parece un estropajo. ¿Quieres que Becky se fije en ti o no?

– Si es tan superficial que lo único que le preocupa es el aspecto, entonces no estoy interesado en ella. -Se fijó en los vaqueros y la camiseta negra de Chaz-. Además, no se puede decir que tú seas una experta en moda.

– Yo tengo mi propio estilo.

– Pues yo también tengo el mío.

– Sí, un estilo patético. -Chaz leyó el eslogan de su camiseta verde: TODO LO QUE TU BASE SON NOS PERTENECEN-. Por cierto, ¿qué quiere decir eso?

Aaron puso los ojos en blanco, como si ella tuviera que saberlo.

– Zero Wing. Un videojuego japonés de 1989. Es histórico. Míralo.

– Sí, ahora mismo. -Chaz sacó unas tijeras de un cajón-. Vamos al lavabo, no quiero tener pelos tuyos por todas partes.

– Si tanto deseas cortarle el pelo a alguien, córtate el tuyo. -Soltó un bufido y señaló el corte de pelo desigual de Chaz-. No, espera, eso ya lo has hecho.

A Chaz le gustaba su pelo. Entonces dejó las tijeras en la encimera con rabia.

– Pues ya puedes ir olvidándote de Becky. O de cualquier otra mujer… porque no te mirarán dos veces.

– ¿Por qué habría de escuchar los consejos de alguien que no tiene una vida?

– ¿Tú crees que no tengo una vida?

– No he visto a ningún tío por aquí.

– Eso no significa que no tenga una vida.

Chaz no le dijo que no soportaba la idea de estar con un hombre. No siempre había sido así. En el instituto había salido en serio con dos chicos y tuvo sexo con uno de ellos. Al final, resultó que era un gilipollas, aunque a ella le gustó lo del sexo. Pero ya no.

Aaron la estaba mirando como si creyera que era su psiquiatra y eso la enfureció tanto que arremetió contra él.

– Quítate esos estúpidos auriculares. Pareces idiota.

– Esperaré en el coche.

Salió del apartamento y bajó con pasos pesados y ruidosos las escaleras que conducían a la entrada del garaje.

Chaz corrió hasta la puerta y gritó:

– ¡Vale! ¡Pero que sepas que tengo patatas fritas y Mountain Dew!

– ¡Me alegro por ti!

Se oyó un portazo y todo quedó en silencio.

Chaz regresó al sofá y cogió el libro de cocina que estaba estudiando. Se alegraba de que Aaron se hubiera ido. Además, ella no quería que se quedara.

Cogió la libreta que tenía en la mesita para anotar todo lo que tenía que hacer antes de la fiesta del día siguiente. ¡A la mierda con él! Ahora su apartamento estaba justo como a ella le gustaba. Vacío. Todo para ella.

Pero la libreta resbaló de sus dedos y el libro de cocina cayó a la alfombra. Chaz rompió a llorar.


Bram no consiguió mantenerse vestido en toda la mañana, y a mediodía Georgie sintió deseos de golpearlo en su desnudo y atractivo torso. O paseaba por el jardín vestido con un bañador y dando sorbos a uno de sus interminables whiskys o, y esto era lo que más la sacaba de quicio, subía medio desnudo por una escalera de mano para limpiar un canalón que, según él, estaba embozado. Como si lodo el mundo en Hollywood se dedicara a limpiar los canalones de su casa.

Bram la estaba castigando por haber pasado el resto de la noche en el dormitorio contiguo. Injusto. Su relación era de lujuria, no de la intimidad que suponía dormir juntitos y abrazados.

Georgie intentó refugiarse en la cocina, pero Chaz estaba insoportable y, además de rechazar su ayuda, ignoró todas sus sugerencias. Con Meg no le fue mejor. Cuando vio que Georgie iba por ahí con su cámara de vídeo, se cubrió la cabeza con un pañuelo, como si fuera uno de los hijos de Michael Jackson. Su imitación resultó divertida, pero no era lo que Georgie quería filmar. Al final, se encerró en su habitación para volver a leer La casa del árbol y pensar en Helene.

Por la tarde, puso la mesa. A pesar de la posibilidad de lluvia, cenarían en el porche trasero, que siempre quedaba protegido de la lluvia, salvo en los casos de grandes tormentas. Georgie preparó un centro de mesa con alcachofas, limones y hojas de eucalipto en un cuenco de cerámica azul. Quedó un poco torcido, pero le gustó cómo resaltaba los salvamanteles amarillos y los platos de color cobalto. En cuanto añadiera un par de velones, quedaría perfecto.

Georgie notó que Bram se acercaba a ella por la espalda justo antes de que su mano se apoyara en su trasero.

– ¿Por qué has puesto la mesa para siete?

– ¿Siete? -Había llegado la hora de comunicarle la noticia, pero Georgie actuó como si no se hubiera dado cuenta del número-. Veamos, tú, yo, papá, Rory-y-Trev, Laura, Meg… Sí, eso es.

La mano de Bram, que estaba explorándole el trasero, se detuvo de golpe.

– ¿Has dicho… Rory?

– Mmm…

– ¿Rory Keene viene a cenar esta noche?

– Nunca me escuchas cuando te cuento algo. De verdad, para ti mi voz no es más que un ruido de fondo. Es como si lleváramos casados toda la vida.

– ¿Rory?

Bram dejó el trasero de Georgie.

– Estoy segura de que te lo comenté.

– ¡Pues no! ¿Estás loca o qué? Tu padre me odia a muerte. Sólo quedan dos semanas y media para que expire mi opción y quiero que tu padre esté lo más lejos posible de Rory.

– Yo me ocuparé de él.

– ¡Como si lo hubieras hecho tan bien hasta ahora!

– Creía que te alegraría que Rory viniera. -Georgie intentó hacer un mohín, pero no se sorprendió al no conseguirlo.

– A Rory le encanta el guión -comentó Bram más para sí que para Georgie-. ¡Si pudiera conseguir que confiara en mí!

– Por lo que ella me dijo, es probable que ésta sea una causa perdida.

Mientras Bram recorría el porche de un extremo al otro, Georgie le repitió la conversación que había mantenido con Rory. Cuando acabó, le preguntó:

– ¿Por qué trajiste a aquellos cretinos a Los Ángeles?

La amargura que Bram reprimía en su interior se escapó.

– Porque entonces yo era un niñato estúpido. No tenía familia y pensé que… No sé lo que pensé.

Georgie tenía una idea bastante aproximada de lo que él debió de pensar.

Bram se encogió de hombros y apartó la mirada.

– Ellos me dijeron que Rory se lo había inventado todo. Yo quería creerles, así que lo hice, y cuando por fin lo entendí todo, ella ya hacía tiempo que se había ido. Cuando volví a verla, mi carrera estaba en el foso y, por decirlo de alguna manera, ella dudó de la sinceridad de mis disculpas.

– Y ahora tiene la oportunidad de vengarse de ti.

– Ya veremos cómo acaba esta historia. Ella quiere el guión y lo puede conseguir más barato trabajando conmigo que intentando comprarlo cuando mi opción haya expirado.

El mismo tío que, en cierta ocasión, mandó al cuerno tres días de rodaje para ir a practicar la pesca submarina, ahora era todo responsabilidad.

– Esta noche tenemos que dar lo mejor de nosotros. A Rory le caes bien y estoy dispuesto a sacar el máximo provecho de esa circunstancia. Muchas caricias. Demostraciones de afecto. Nada de bromitas.

– Creerán que estamos enfermos.

– Cuento contigo para estar a solas con ella un rato. -Bram cogió el centro de alcachofas y limones-. Intenta encontrar a un florista. Yo contrataré a un barman y a alguien para que sirva la mesa. Y tenemos que conseguir a un jefe de cocina de verdad.

Georgie levantó la mano.

– No sigas por ahí. Nada de floristas y nada de camareros. Y Chaz está cocinando kebabs para que cada uno se los prepare. Pollo, ternera y vieiras.

– ¿Estás loca? ¡A Rory no le podemos dar kebabs!

– Tendrás que confiar en mí. Recuerda que tengo un interés completamente egoísta en convencer a Rory para que respalde tu proyecto. Si me lo estropeas…

– Ya te lo dije, Georgie, Helene tiene que ser interpretada por…

– Venga ya. Tengo cosas que hacer.

Sobre todo, tenía que ayudarle a convencer a Rory de que él era la persona adecuada para realizar la película. Si Rory veía lo bien que Bram sabía comportarse, quizás olvidara sus idioteces del pasado.

A diferencia de ella, que no podía olvidar nada.

Cuando Bram se fue, Georgie se dedicó a poner velas por el porche, pero al final no pudo resistir la tentación de coger su cámara de vídeo. Aquel día en especial debería dejar en paz a Chaz, pero lo que había empezado como un capricho se había convertido en una obsesión. Además de la fascinación que sentía por Chaz, cada vez le gustaba más el proceso de filmar la vida de otras personas. Nunca había imaginado lo apasionante que era estar detrás de una cámara en lugar de delante.

Encontró a Chaz en la cocina, preparando un condimento de jengibre y ajo. Cuando vio a Georgie, la chica aplastó los dientes de ajo con un cuchillo de cocina.

– Saca esa cámara de aquí.

– Como no me dejas ayudarte, me aburro. -Hizo una toma general del bien organizado caos de la cocina.

– Ve a grabar a las mujeres de la limpieza. Por lo visto te diviertes mucho con ellas.

¿Acaso había percibido un deje de celos?, se preguntó Georgie.

– Me gusta hablar con ellas. Soledad, la alta y guapa, envía la mayor parte del dinero que gana a su madre, en México, así que tiene que vivir con su hermana. Viven seis personas en un piso de un dormitorio. ¿Te lo imaginas?

Chaz balanceó la hoja del cuchillo encima del diente de ajo.

– ¡Vaya una cosa! Al menos ella no duerme en la calle.

A Georgie se le pusieron los pelos de punta.

– ¿Como hiciste tú?

Chaz bajó la cabeza.

– Yo nunca he dicho eso.

– Me contaste lo del accidente y que, como te rompiste la mano, te despidieron. -Accionó el zoom-. Y también sé que te robaron los ahorros. La conclusión es bastante obvia.

– Hay muchos niños viviendo en las calles. No fue para tanto.

– Aun así… debió de ser especialmente duro para ti. Toda aquella suciedad y sin poder limpiarla…

– Pude soportarlo. Y ahora lárgate. Lo digo en serio, Georgie, tengo que concentrarme.

Debería haberse ido, pero las turbulentas emociones que hervían detrás de la dura fachada de Chaz le habían atraído desde el principio y, de alguna forma, la cámara le exigía que las grabara. Cambió el rumbo de su interrogatorio.

– ¿Preparar comida para más de una persona te pone nerviosa?

– Yo preparo comida para más de una persona prácticamente todas las noches. -Echó el ajo troceado y algo de jengibre pelado en un cuenco-. A ti te preparo la comida, ¿no?

– Pero no pones el corazón en ello. Te lo juro, Chaz, hasta tus postres tienen un sabor amargo.

Chaz levantó la cabeza de golpe.

– Eso que acabas de decir es muy desagradable.

– Es sólo una observación personal. A Bram le encanta tu forma de cocinar y a Meg también. Claro que a ti Meg parece caerte bien.

Chaz apretó los labios y movió la hoja del cuchillo a más velocidad.

Georgie se desplazó hasta el final de la encimera.

– Deberías ir con cuidado. Los grandes cocineros saben que las comidas fabulosas consisten en algo más que mezclar ingredientes. Quien eres tú como persona y lo que sientes por los demás se refleja en tus creaciones.

La velocidad con que Chaz troceaba la comida disminuyó.

– No lo creo.

Georgie se dijo que debía dejarlo correr, pero no podía, no con la cámara en las manos, no cuando sentía que estaba haciendo lo correcto. Una oleada de compasión y extraña comprensión la invadió. Tanto ella como Chaz habían encontrado su propia forma de salir adelante en un mundo sobre el que parecían tener poco control.

– Entonces, ¿por qué tus postres saben tan amargos? -preguntó con voz suave-. ¿Es a mí a quien odias… o es a ti misma?

Chaz dejó el cuchillo y miró fijamente a la cámara con sus ojos perfilados en negro muy abiertos.

– Déjala en paz, Georgie -intervino Bram con determinación desde la puerta-. Llévate tu cámara y no fastidies más.

Chaz se volvió hacia él.

– ¡Se lo has contado!

Bram entró en la cocina.

– Yo no le he contado nada.

– ¡Ella lo sabe! ¡Tú se lo has contado!

El enfado y el odio que Chaz experimentaba hacia sí misma eran algo visceral y Georgie quería entenderlo. Quería grabarlo como un testimonio para todas las chicas que se consumían en su propio dolor. Pero no tenía derecho a invadir la intimidad de Chaz de aquella manera, así que se obligó a sí misma a bajar la cámara.

– Ella no sabe nada que no le hayas contado tú con tu bocaza -replicó Bram.

Una vez más, Georgie se dijo que lo mejor que podía hacer era irse, pero sus pies no se movieron. Entonces dijo:

– Sé que no eres la única chica que ha venido a Los Ángeles y ha hecho lo que se ha visto obligada a hacer para sobrevivir.

Chaz apretó los puños.

– ¡Yo no era una puta! Eso es lo que piensas, ¿no? ¡Que era una puta y una drogadicta!

Bram le lanzó a Georgie una mirada asesina y se puso al lado de Chaz.

– ¡Déjalo, Chaz! No tienes que justificarte ante nadie.

Pero algo parecía haberse desgarrado en el interior de la chica. Estaba totalmente centrada en Georgie. Tensó los labios y su voz se convirtió en un gruñido.

– ¡Yo no me drogaba! ¡Nunca lo hice! Sólo quería un lugar donde vivir y un poco de comida decente.

Georgie apagó la cámara.

– ¡No! -gritó Chaz-. Vuelve a encenderla. Deseabas oír esto con todas tus fuerzas… Enciéndela.

– Está bien, yo no…

– ¡Enciéndela! -le espetó Chaz con furia-. Esto es importante. ¡Haz que sea importante!

Las manos de Georgie habían empezado a temblar, pero entendía lo que Chaz quería decir e hizo lo que le pedía.

– Estaba sucia y vivía de lo que tenía en la mochila. -Georgie vio, a través de la lente, que las lágrimas se desbordaban por las pestañas de Chaz-. Me pasé un día sin comer. Y después otro. Oí hablar de los comedores de beneficencia, pero no pude reunir las fuerzas para ir allí. No comer me estaba volviendo loca y me pareció mejor vender mi cuerpo que pedir caridad.

Bram intentó acariciarle la espalda, pero ella lo apartó de un empujón.

– Me dije que sólo lo haría una vez y que cobraría sólo lo justo para sobrevivir hasta que me quitaran el yeso. -Sus palabras golpearon duramente la cámara-. Era un tío mayor. Iba a pagarme doscientos pavos, pero cuando terminó, me empujó fuera de su coche y se largó sin darme nada. Yo vomité en la alcantarilla. -Apretó los dientes con amargura-. Después de aquello aprendí a cobrar por adelantado. En general, cobraba veinte dólares, pero no tomaba, nunca tomé drogas y les obligaba a ponerse condón. Yo no era como las otras chicas, unas drogadictas a las que no les importaba nada. A mí sí me importaba. ¡Y yo no era una prostituta!

Georgie volvió a intentar apagar la cámara, pero Chaz no se lo permitió.

– Esto es lo que querías oír. No te atrevas a parar ahora.

– De acuerdo -contestó Georgie con suavidad.

– Yo odiaba dormir en las calles. -Unas lágrimas manchadas de negro resbalaron por sus mejillas-. Y por encima de todo, odiaba tener que limpiarme como podía en los lavabos públicos. Lo odiaba tanto que quería morirme, pero suicidarse es más difícil de lo que uno cree. -Cogió una servilleta de papel de una caja que había en la encimera-. Poco antes de Navidad conocí a un tío al que le compré unas pastillas. No para colocarme. Las pastillas eran para… acabar con todo. -Se sonó la nariz-. Pensaba guardármelas para Nochebuena, como un regalo para mí misma. Entonces me las tomaría, me acurrucaría en el portal de cualquier casa y me dormiría para siempre.

– ¡Oh, Chaz…!

A Georgie se le había encogido el corazón. Bram cogió a la chica por la espalda y le acarició los hombros.

– Lo único que tenía que hacer era esperar a que llegara la Nochebuena, pero tenía mucha hambre. -Arrugó la servilleta en la mano-. Una noche, vi a un tío salir de un club. Iba solo y se lo veía realmente limpio. Cuando me acerqué a él, me preguntó cuántos años tenía. Muchos me lo preguntaban y yo les respondía lo que ellos querían oír, así que, a veces, contestaba que tenía catorce años, o incluso doce. Pero él no parecía ser un puerco de ésos, así que le dije la verdad. Él me dio algo de dinero y se alejó. Era un billete de cien dólares y yo debería haberle dado las gracias y ya está, pero estaba como loca, le grité que no necesitaba su caridad. Cuando se volvió para mirarme, le tiré el billete.

Chaz se separó de Bram y echó la servilleta al cubo de la basura.

– Él volvió, recogió el dinero del suelo y me preguntó cuánto tiempo hacía que no comía. Le dije que no me acordaba y él me llevó a un bar y pidió unas hamburguesas y más cosas. No me dejó ir a lavarme las manos porque me dijo que intentaría largarme, pero yo no lo habría hecho. Tenía demasiada hambre. Envolví la hamburguesa en una servilleta y me la comí de forma que mis manos no la tocaran.

Se dirigió al fregadero, abrió el grifo y se lavó las manos de espaldas a Georgie y Bram.

– Él esperó a que yo terminara y entonces me dijo que me llevaría a un lugar de acogida de los servicios sociales, y yo le contesté que no necesitaba a los servicios sociales, sino un trabajo en un restaurante. Pero, aunque ya me habían quitado el yeso, no encontraba ningún empleo porque no tenía una dirección y no conseguía estar limpia.

Georgie bajó la cámara y se pasó la lengua por los labios.

– Así que él te dio un empleo. Invitó a una chica de la calle a la que no conocía de nada a su casa y le dio un trabajo.

Chaz se volvió para mirarla. Orgullosa, desafiante, con aire desdeñoso.

– Y se cree superlisto respecto a todo. Yo podría haberle clavado un cuchillo. Él no se da cuenta de lo malas que pueden ser las personas. ¿Entiendes por qué tengo que vigilarlo de cerca?

– Sí, lo comprendo -contestó Georgie-. Antes no lo comprendía, pero ahora sí.

– Estoy seguro de que habría vencido a una enclenque como tú -declaró Bram.

Chaz cogió un papel de cocina y se acercó a Georgie como si él no hubiera dicho nada.

– Ahora que lo tienes todo en tu cámara, quizá me dejes tranquila.

– Quizá, pero probablemente no.

Chaz se volvió de golpe hacia Bram.

– ¿Ves lo rara que es? ¿Ahora lo ves?

Bram introdujo la mano en el bolsillo.

– ¿Y yo qué quieres que haga?

– Pues… no sé. Dile que es jodidamente rara.

– Eres rara -le dijo Bram a Georgie-. Chaz tiene razón.

– Lo sé, y os agradezco que me aguantéis.

Georgie comenzó a sentir que había hecho algo bueno.

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