Capítulo 12

Transcurrieron dos días más. Georgie estaba en la cocina intentando plagiar uno de los deliciosos batidos de Chaz cuando oyó un ruido procedente del frente de la casa. Segundos más tarde, Meg Koranda irrumpió en la habitación como si fuera un galgo juguetón expulsado de la escuela de adiestramiento tantas veces que sus propietarios habían renunciado a adiestrarlo. En su caso, los propietarios eran sus adorables padres, Jake Koranda, la leyenda de la pantalla, y Fleur Savagar Koranda, la Niña de purpurina, quien, en una época, había sido la chica de portada más famosa de Norteamérica y ahora era la poderosa jefa de la agencia de talentos más exclusiva del país.

Meg se lanzó sobre Georgie arrastrando con ella un olor a incienso.

– ¡Oh, Dios mío, Georgie! Me enteré de la noticia hace sólo dos días, cuando telefoneé a casa, y cogí el primer avión que encontré. ¡Estaba en un ashram fabuloso! Totalmente aislado del mundo. ¡Incluso cogí piojos! Pero valió la pena. Mi madre dice que te has vuelto loca.

Mientras Georgie le devolvía el entusiasta abrazo, esperó que los piojos fueran una de las exageraciones de su amiga de veintiséis años, pero su pelo cortado al rape no pintaba demasiado bien. En cualquier caso, los cortes de pelo de Meg cambiaban como el clima, y el bindi rojo que llevaba en el entrecejo y los pendientes largos que parecían hechos de hueso de yak la llevaron a sospechar que su amiga estaba pasando por una etapa de moda monástica chic. Sus gruesas sandalias de cuero y su camiseta de malla rojiza confirmaban esa impresión. Sólo sus vaqueros eran cien por cien de Los Ángeles.

Meg era delgada y esbelta y había heredado los grandes pies y manos de su madre, pero no su extravagante belleza. Tenía las facciones irregulares de su padre, su pelo castaño y su tono moreno de piel. Dependiendo de la luz, los ojos de Meg eran azules, verdes o castaños; tan variables como su personalidad. Meg era la hermana pequeña que Georgie siempre quiso tener y, aunque la quería con locura, eso no impedía que percibiera sus fallos. Su amiga era mimada e impulsiva; metro setenta de diversión, buenas intenciones, buen corazón y una irresponsabilidad casi total en su intento por superar el legado de sus famosos padres.

Georgie le apretó los hombros.

– ¿Cómo has podido desaparecer durante tanto tiempo sin decirnos nada? Te hemos echado de menos.

– Estaba apartada de la civilización. Perdí la noción del tiempo. -Meg retrocedió y contempló la licuadora con su variado contenido sin procesar de color rosa-. Si eso contiene alcohol, quiero un poco.

– ¡Pero si son las diez de la mañana!

– En Punjab no. Empieza por el principio y cuéntamelo todo.

Bram, que era quien debía de haberla dejado entrar, apareció en la puerta de la cocina.

– ¿Cómo va la solemne reunión?

Meg corrió hacia él. En el pasado, habían salido juntos unas cuantas veces desoyendo las protestas de Georgie, Sasha, April y los padres de Meg. Ella juraba que nunca practicaron sexo, pero Georgie no le creía del todo. Meg rodeó la cintura de Bram con un brazo.

– Siento no haberte hecho caso cuando he entrado. -Volvió a mirar a Georgie-. Nunca follamos. Te lo juro. Díselo, Bram.

– Si nunca follamos -declaró él con su voz más ronca y sexy-, ¿cómo sé que tienes un dragón tatuado en el trasero?

– Porque yo te lo dije. No le hagas caso, Georgie. De verdad. Sabes que sólo salí con él porque mis padres se pusieron pesadísimos en su contra. -Meg levantó la mirada hacia Bram, lo que, dada su considerable estatura, sólo requirió que elevara los ojos unos centímetros-. Padezco de un trastorno antagónico. En cuanto alguien me dice que no haga algo, tengo que hacerlo. Es un fallo de personalidad.

Bram subió la mano por la espalda de Meg y bajó la voz hasta convertirla en un susurro seductor.

– Si lo hubiera sabido cuando salíamos, te habría exigido que no te desnudaras.

Los ojos de Meg pasaron de verde mar a azul tormenta.

– ¿Me estás echando los tejos?

– Por favor, cuéntaselo a Georgie.

Meg extendió el dedo índice.

– Pero si está aquí mismo.

– ¿Cómo sabes que nos está escuchando? Si eres amiga suya, no permitirás que ignore lo que está ocurriendo delante de sus narices.

Georgie lo miró arqueando una ceja y entonces lo silenció poniendo en marcha la licuadora. Por desgracia, se había olvidado de apretar bien la tapa.

– ¡Cuidado!

– ¡Joder, Georgie…!

Ella intentó pulsar el off, pero el botón estaba resbaladizo y el aparato lanzó su contenido en todas direcciones. Fresas, plátano, semillas de linaza, hierba de trigo y zumo de zanahoria volaron por los aires y aterrizaron en la inmaculada encimera, los armarios, el suelo y la exorbitantemente cara casaca color crema de Georgie. Bram la empujó a un lado y encontró el botón correcto, pero no sin antes quedar decorados él y su camiseta blanca con vistosos grumos de fruta.

– Chaz te matará -dijo sin el menor rastro de seducción en la voz-. Te lo digo en serio.

Meg estaba lo bastante lejos para haber resultado ilesa, salvo por un trocito de plátano que lamió de su brazo.

– ¿Quién es Chaz?

Georgie cogió un trapo de cocina y se puso a limpiar su casaca.

– ¿Te acuerdas de la señora Danvers, la aterradora ama de llaves de Rebeca?

Los pendientes de hueso de yak de Meg se agitaron.

– Leí la novela en la universidad.

– Imagínate a una rockera punk y huraña de veinte años que administra la casa como la enfermera Ratched de El nido del cuco y ahí tienes a Chaz, la encantadora ama de llaves de Bram.

Meg contempló a Bram, quien se estaba quitando la camiseta.

– No percibo una vibración realmente amorosa entre vosotros -declaró Meg.

Él cogió un trapo de cocina.

– Entonces supongo que no eres tan perceptiva como crees. ¿Por qué si no nos habríamos casado?

– Porque últimamente Georgie no es responsable de sus actos, y tú vas detrás de su dinero. Mi madre dice que eres la clase de tío que nunca crece.

Georgie no pudo contener una sonrisita de suficiencia.

– Eso podría explicar por qué mamá Fleur se negó a representarte, Bram.

La contrariedad de él habría resultado más visible si su mejilla no hubiera estado manchada de pegajosas semillas de lino.

– Pues tampoco quiso representarte a ti.

– Sólo porque soy muy amiga de Meg, lo que habría creado un conflicto de intereses.

– En realidad no fue por eso -señaló Meg-. Mi madre te adora como persona, Georgie, pero no trabajaría con tu padre ni muerta. ¿Os importa si me quedo por aquí un par de días?

– ¡Sí! -exclamó Bram.

– No, claro que no. -Georgie la miró con preocupación-. ¿Qué ocurre?

– Sólo quiero pasar un tiempo contigo, nada más.

Georgie no le creyó del todo, pero ¿quién sabía con exactitud lo que Meg estaba pensando?

– Puedes quedarte en la casa de invitados.

Bram gruñó.

– No, no puede quedarse allí. Mi despacho está en la casa de invitados.

– Sólo en la mitad. Tú nunca entras en el dormitorio.

Bram se volvió hacia Meg.

– No llevamos casados ni tres semanas. ¿Qué tipo de amargada se entromete entre dos personas que, prácticamente, están de luna de miel?

La atolondrada de Meg Koranda desapareció y, en su lugar, surgió la hija de Jake Koranda, con una expresión tan dura como la de su progenitor cuando interpretaba al pistolero Calibre Sabueso.

– El tipo de amargada que quiere asegurarse de que los intereses de su amiga están a salvo cuando sospecha que ella no está cuidando de sí misma adecuadamente.

– Estoy bien -contestó Georgie-. Bram y yo estamos locamente enamorados. Sólo que tenemos una extraña forma de demostrarlo.

Él abandonó sus esfuerzos de limpieza.

– ¿Les has dicho a tus padres que quieres quedarte aquí?, porque, te juro por Dios, Meg, que ahora mismo lo último que necesito es a Jake pateándome el culo. O a tu madre.

– Yo me encargaré de mi padre. Y a mi madre ya le caes mal, así que no será un problema.

Chaz eligió aquel momento para entrar en la cocina. Aquella mañana, dos gomas de pelo diminutas formaban, con su pelo rojo fosforescente, dos cuernecitos de demonio en miniatura encima de su cabeza. Parecía una niña de catorce años, pero, cuando vio el estado de la cocina, despotricó como un marinero curtido. Hasta que Bram intervino…

– Lo siento, Chaz. Se me ha descontrolado la licuadora.

La chica enseguida se suavizó.

– La próxima vez, espérame, ¿de acuerdo?

– Desde luego -contestó él con voz contrita.

Chaz empezó a arrancar trozos del rollo de papel de cocina y a dárselos a Bram y Georgie.

– Limpiaos los zapatos para no dejar un rastro de esta mierda por toda la casa.

Rehusó toda oferta de ayuda y se puso a limpiar aquella suciedad con una concentración absoluta. Mientras salían de la cocina, Georgie se acordó del entusiasmo que sentía Chaz por arreglar desastres y deseó haber tenido a mano la cámara de vídeo.

Finalmente, Georgie se decidió por Meg y, aquella tarde, mientras estaban sentadas junto a la piscina, enfocó a su amiga con la cámara y empezó a formularle preguntas acerca de sus experiencias en la India. Sin embargo, a diferencia de Chaz, Meg había crecido rodeada de cámaras y sólo contestó las preguntas que quiso. Cuando Georgie intentó presionarla, le dijo que estaba cansada de hablar de sí misma y que quería nadar.

Poco después apareció Bram, cerró el móvil y se acomodó en la tumbona que había al lado de Georgie. Contempló a Meg nadando en la piscina.

– Tener a tu amiga por aquí no es buena idea. Todavía me pone.

– No es verdad. Sólo quieres molestarme.

Bram iba sin camiseta y una oleada de deseo recorrió la vertiente putilla de Georgie. Bram creía que ella lo estaba rechazando para jugar con él, pero la cosa era más complicada. Georgie nunca había considerado el sexo un entretenimiento superficial. Siempre había necesitado que fuera algo importante. Hasta entonces.

¿Estaba, por fin, lo bastante lúcida y segura de sí misma para permitirse una aventura frívola? Unos cuantos revolcones apasionados y después «arrivederci, chaval, y procura no darte con la puerta al salir». Pero ese escenario tenía un fallo mayúsculo. ¿Cómo podía tener una aventura frívola con un hombre al que no podía mandar a su casa al terminar? Vivir con Bram bajo el mismo techo era muy complicado.

– No me has explicado nada acerca de tu reunión en el Mandarin de esta mañana -comentó Georgie para distraerse.

– No hay nada que contar. Más que nada, el tío quería conocer los trapos sucios de nuestro matrimonio. -Bram se encogió de hombros-. ¿Qué importancia tiene? Hace una tarde preciosa y ninguno de los dos se siente fatal. Tienes que admitir que ésta es una maravillosa tercera cita.

– Buen intento.

– Ríndete ya, Georgie. He notado cómo me miras. Lo único que te falta es relamerte.

– Por desgracia, soy humana y tú estás mejor ahora que hace unos años. Si al menos fueras una persona real en lugar de un muñeco hinchable…

Bram pasó las piernas por encima de la tumbona y se puso de pie al lado de Georgie, como un Apolo dorado descendido del Olimpo para recordar a las féminas mortales las consecuencias de juguetear con los dioses.

– Una semana más, Georgie. Es todo lo que tienes.

– ¿O qué?

– Ya lo verás.

De algún modo, no parecía una amenaza banal.


Laura Moody terminó su ensalada y tiró el envase en la papelera junto a su escritorio, el cual estaba situado en una oficina con paredes acristaladas, en la tercera planta del edificio Starlight Artists Management. Laura tenía cuarenta y nueve años, estaba soltera y perpetuamente a dieta para perder los cinco kilos de sobra que, según los estándares de Hollywood, la convertían en una auténtica obesa. Tenía el pelo castaño y suelto -de momento, sin el menor rastro de canas-, ojos color coñac y una larga nariz equilibrada por una potente barbilla. No era ni guapa ni fea, lo que la convertía en invisible en Los Ángeles. Los trajes y las chaquetas de diseñadores conocidos, que eran el uniforme exigido a los agentes de artistas en Hollywood, nunca acababan de encajar con su baja estatura, y hasta cuando iba vestida de Armani alguien le pedía que fuera a buscar el café.

– Hola, Laura.

Al oír la voz de Paul York, Laura casi volcó su Pepsi Diet. Después de una semana de evitar sus llamadas, por fin la había atrapado. Paul era un hombre muy atractivo, de pelo espeso y gris y facciones armoniosas, pero tenía la personalidad de un carcelero. Aquel día, iba vestido con su uniforme habitual: pantalones grises, una camisa azul de vestir y unas Ray-Bans colgadas del bolsillo de la camisa. Su caminar tranquilo y relajado no la engañó. Paul York estaba tan relajado como una cobra.

– Por lo visto, últimamente tienes problemas para devolver las llamadas -declaró Paul.

– Esta semana ha sido una locura. -Laura tanteó con el pie por debajo del escritorio en busca de los zapatos de tacón de aguja que se había quitado un rato antes-. Justo ahora iba a telefonearte.

– Cinco días tarde.

– He tenido una gripe estomacal.

Mientras buscaba los zapatos, se obligó a recordar todo lo que admiraba en Paul. Podía ser el estereotipo de padre sobreprotector de niña famosa, pero había educado bien a Georgie. A diferencia de tantos otros niños famosos, Georgie nunca había necesitado pasar una temporada en un centro de rehabilitación, no había cambiado de novio todas las semanas ni se había «olvidado» de que no llevaba puestas unas bragas al salir de un coche. Paul también había sido muy escrupuloso gestionando el dinero de su hija y sólo se había reservado unos modestos honorarios que le permitían vivir de forma confortable pero no ostentosa. Lo que no había hecho era proteger a Georgie de su propia ambición.

Paul se dirigió a la pared detrás del sofá del despacho de Laura y se tomó su tiempo examinando las placas y fotografías que colgaban de ella: menciones cívicas, títulos profesionales, tomas de ella con varias celebridades a ninguna de las cuales representaba… Georgie era su único cliente de categoría y su fuente de ingresos más importante.

– Quiero a Georgie en el proyecto Greenberg -declaró Paul.

Laura consiguió mantener una sonrisa serena.

– ¿La historia de chica-vampiro sexy y tonta? Interesante idea.

«Una idea horrible.»

– El guión es fantástico -comentó Paul-. Me sorprendió lo bueno que es.

– Realmente divertido -corroboró ella-. Todo el mundo habla de él.

– Georgie aportará una nueva dimensión a la historia.

Una vez más, Paul no tenía en cuenta los deseos de su hija. La venganza de la vampiro bombón, a pesar de ser divertida y tener un diálogo ingenioso, representaba el tipo de papel que Georgie quería evitar.

Laura tamborileó con las uñas encima del escritorio.

– El papel podría haber sido escrito para ella. Lástima que Greenberg esté tan empeñado en que lo interprete una actriz dramática.

– Él sólo cree que sabe lo que quiere.

– Es probable que tengas razón. -Laura miró el techo-. Cree que contratar a una actriz seria y dramática dará más credibilidad al proyecto.

– Yo no he dicho que vaya a ser fácil. Gánate tu quince por ciento y consigue que le conceda una entrevista. Dile que a Georgie le encanta el guión y quiere hacerlo por encima de todo.

– Desde luego. Lo llamaré enseguida.

¿Cómo demonios convencería a Greenberg para que se reuniera con Georgie? Laura tenía más confianza en la habilidad de Paul para convencer a su hija para que interpretara un papel que no quería, que en la suya propia para convencer al director para que la contratara.

– Otra cosa… -Sólo había encontrado un zapato, así que no podía ponerse de pie, lo que le otorgaba a Paul la ventaja de estar por encima de ella-. Empiezan a rodar el mes que viene y Georgie ha pedido seis meses de baja.

– Yo me encargaré de Georgie.

– Prácticamente está de luna de miel y…

– He dicho que me encargaré de ella. Cuando hables con Greenberg, recuérdale la vis cómica de Georgie y lo mucho que la audiencia femenina se identifica con ella. Ya conoces el rollo. Y recuérdale también que en estos momentos es el centro de atención de la prensa. Eso vende entradas.

No necesariamente. La presencia de Georgie en la prensa del corazón nunca se había traducido en éxito de audiencia. Laura empujó a un lado el bloc que tenía encima del escritorio.

– Sí, bueno… Ya sabes que haré lo que pueda, pero no debemos olvidar que esto es Hollywood.

– Nada de excusas. No lo intentes, hazlo, Laura. Y que sea deprisa.

Paul se despidió con gesto malhumorado y salió del despacho.

Le dolía la cabeza. Seis años atrás, cuando Paul la había elegido entre todos los agentes de Starlight para representar a Georgie, Laura se había sentido entusiasmada. Lo interpretó como su gran oportunidad, como un tardío reconocimiento por una década de duro trabajo durante la cual una docena de jóvenes que frecuentaban el Ivy y que tenían la mitad de experiencia que ella la habían adelantado. Entonces no se dio cuenta de que había cerrado un trato con el demonio, un demonio llamado Paul York.

Y ahora sus sueños de convertirse en una agente influyente parecían cosa de risa. Ella no tenía ni el engreimiento ni la apariencia de los otros agentes. La única razón por la que Paul la había contratado era porque quería una portavoz que pudiera controlar, y los agentes reputados de Starlight no se prestarían a seguirle el juego. El sustento de Laura, que ahora incluía un apartamento de lujo, dependía de su habilidad para convertir en realidad los deseos de Paul.

Ella solía enorgullecerse de su integridad, pero ahora apenas recordaba el significado de esa palabra.


Durante los cuatro días siguientes, Bram se reunió con otro inversor potencial, pero no estuvo más dispuesto a apostar por él que los anteriores. Georgie asistió a dos clases más de baile, fue a que le cortaran el pelo un par de centímetros y se preocupó acerca de su futuro. Cuando eso le resultó demasiado deprimente, intentó persuadir a Meg para que fuera de compras con ella, pero su amiga conocía bien el funcionamiento de Hollywood.

– Si quisiera que mi cara apareciera en todas las páginas de US Weekly, saldría a dar una vuelta con mis padres. Sois vosotros los que habéis elegido este tipo de vida, no yo.

Así que se fue a montar a caballo y Georgie tuvo que soportar una difícil comida con su padre en el restaurante de moda más reciente, donde se sentaron en un compartimiento con asientos de piel y debajo de una lámpara de araña fabricada con metal laminado.

La venganza de la vampiro bombón tiene un guión brillante y es muy divertida -declaró Paul clavando el tenedor en su bistec a la plancha con ensalada-. Ya sabes lo difícil que es encontrar una combinación así.

Le tendió la cesta del pan a Georgie, pero ella no tenía mucho apetito. Durante las últimas dos semanas, Chaz le había preparado montones de hamburguesas con queso y raciones de lasaña. La verdad era que las aristas de sus huesos habían empezado a perder su carácter afilado y sus mejillas habían dejado de parecer cavidades funestas, aunque estaba casi segura de que ésa no era la intención de Chaz.

– Estoy segura de que será un gran éxito, pero… -Removió el risotto al limón de su plato e intentó mantenerse firme en su resolución. Se trataba de su vida, de su carrera, y tenía que abrirse camino ella sola-. Necesito un descanso de los papeles emocionalmente insustanciales. He hecho mis deberes, papá, y no quiero actuar en otra comedia. Quiero algo que suponga un reto para mí, algo que pueda entusiasmarme.

Georgie no se molestó en sacar a colación lo de los seis meses de vacaciones por los que tanto había luchado. Tenía que volver al trabajo lo antes posible para evitar pasar tanto tiempo con Bram.

Su padre se reclinó en el asiento.

– No seas tan predecible, Georgie. ¡Otra actriz de comedia que quiere interpretar a Lady Macbeth! Haz aquello para lo que eres buena.

Ella no podía permitirse ceder.

– ¿Cómo sé que no soy buena en otro tipo de papeles si no me arriesgo a probarlos?

– ¿Tienes idea de lo que se está esforzando Laura para conseguirte una reunión con Greenberg?

– Primero tendría que haber hablado conmigo. -Como si Laura pensara alguna vez en consultarle a ella.

Paul se quitó las gafas y se frotó los ojos. Parecía cansado, lo que hizo sentirse culpable a su hija. Para él la vida no había sido fácil, pues había enviudado a los veinticinco años y había tenido que criar a una niña de cuatro. Él le había dedicado toda su vida y, en aquella etapa, lo único que ella le daba a cambio era resentimiento. Volvió a ponerse las gafas, cogió el tenedor y lo dejó de nuevo en el plato sin usarlo.

– Creo que esta dejadez tuya…

– Eso no es justo.

– Esta falta de enfoque, entonces. Creo que es influencia de Bram, y me asusta que te esté contagiando su actitud de poca profesionalidad.

– Bram no tiene nada que ver con mi actitud.

Mientras hurgaba en su risotto, Georgie esperaba que su padre le recordara que se había mostrado más dispuesta a cooperar mientras estuvo casada con Lance. Su padre y Lance coincidían siempre en todo. Tanto que ella con frecuencia había pensado que Lance debería haber sido el hijo de Paul en lugar de ella.

Pero Paul elegía sus batallas.

– Tienen planeado estrenar La vampiro bombón el Cuatro de Julio del año que viene. Es la película de verano perfecta. Tiene la palabra «éxito» escrita por todas partes.

– No lo será si yo salgo en ella.

– No hagas eso, Georgie. Los pensamientos negativos atraen resultados negativos.

Concurso de baile será un fracaso. Los dos lo sabemos muy bien.

– Estoy de acuerdo en que tomaron algunas malas decisiones, pero precisamente por eso tienes que vincular tu nombre a La vampiro bombón lo antes posible. Toda la publicidad de la que eres objeto ahora te abre las puertas de una oportunidad irrepetible. Si no la aprovechas, te arrepentirás el resto de tu vida.

Georgie reprimió su enfado recordándose que su padre siempre quería lo mejor para ella. Desde el comienzo, él había sido su defensor incondicional. Si ella interpretaba un papel que era un fracaso, él le decía que el director de reparto era un desastre. Eso era lo que ocurría con su padre. Él siempre había hecho lo posible para protegerla. Incluso se había negado a que actuara como protagonista en la historia de una niña prostituta cuando tenía doce años. ¡Si al menos su proteccionismo se debiera al amor en lugar de la ambición!

Una vez más, Georgie pensó en lo distinto que habría sido todo si no hubiera perdido a su madre.

– Papá… si mamá no hubiera muerto, ¿crees que habrías continuado con tu carrera de actor?

– ¿Quién sabe? Es inútil especular.

– Lo sé, pero… -El risotto estaba demasiado salado y Georgie apartó el plato-. Cuéntame otra vez cómo os conocisteis.

Paul suspiró.

– Nos conocimos el último año de la carrera. Yo interpretaba a Becket en Asesinato en la catedral y ella me entrevistó para el periódico de la universidad. Atracción entre opuestos. Tu madre era muy atolondrada.

– ¿La querías?

– Georgie, de eso hace mucho tiempo. Tenemos que centrarnos en el presente.

– ¿La querías?

– Mucho.

La impaciencia con que soltó aquella palabra le indicó a Georgie que sólo decía lo que ella quería oír.

Mientras contemplaba su risotto intacto, pensó que resultaba irónico que en aquellos momentos se sintiera más cómoda con su marido de mala reputación que con su propio padre. Claro que a ella la opinión de Bram no le importaba. Quizás uno de aquellos días dejaría de preocuparse por lo que opinaba su padre.

Antes de que terminaran de comer, su sentimiento de culpabilidad le hizo sacar lo mejor de sí misma e invitó a su padre a cenar el fin de semana siguiente. También invitaría a Trev y Meg. Quizás incluso a Laura. Su agente títere era buena dando conversación y, con Bram y su padre lanzándose dardos el uno al otro, necesitaría un mediador.

A Chaz le dio un ataque cuando Georgie le dijo que pensaba contratar un servicio de comidas a domicilio.

– Mis comidas siempre han sido lo bastante buenas para Bram y sus amigos -dijo Chaz-, pero supongo que tú eres demasiado selecta.

– ¡Muy bien! -replicó Georgie-. Si quieres cocinar, cocina. Sólo intentaba facilitarte las cosas.

– Entonces dile a Aaron que me ayude a servir.

– De acuerdo. -Tenía que preguntarlo-: ¿Para qué amigos de Bram has cocinado? No parece tener muchas visitas.

– Sí que las tiene. Yo cociné para sus amigas. Y para Trevor. Y también estaba aquel famoso director, un tal señor Peters, que vino hará un par de meses.

Así que era cierto que Hank Peters se había reunido con Bram. Interesante.


La mala publicidad de las fotografías del balcón por fin empezó a decaer, pero ellos tenían que volver a realizar una aparición pública antes de que cobrara fuerza otra vez. El jueves, dos días antes de la cena, fueron al restaurante de postres Pinkberry, en West Hollywood. Hacía días que Bram no comentaba nada acerca de su falta de vida sexual, lo que resultaba desconcertante. Se comportaba como si el sexo fuera una cuestión que no le importara en absoluto, aunque siempre parecía olvidar ponerse la camiseta y rozaba el brazo de Georgie cada vez que pasaba por su lado. Ella, por su parte, empezaba a sentirse como si estuviera ardiendo por dentro.

Bram estaba jugando con ella.

El Pinkberry de West Hollywood se había convertido en uno de los lugares de concurrencia favoritos de los famosos, lo que significaba que los paparazzi siempre merodeaban por allí. Georgie se puso unos pantalones azul marino y una blusa blanca con seis botones rojos de estilo retro. Tardó una hora en arreglarse. Bram llevaba los mismos vaqueros y la misma camiseta de la mañana.

Georgie pidió yogur helado con mango y moras. Bram refunfuñó algo acerca de que quería un maldito Dairy Queen y acabó no pidiendo nada. Cuando salieron del restaurante, la media docena de fotógrafos que había en la puerta entraron en acción.

– ¡Georgie! ¡Bram! Hace días que no os vemos. ¿Dónde habéis estado?

– Somos unos recién casados -contestó Bram-. ¿Dónde crees que hemos estado?

– Georgie, ¿quieres declarar algo acerca del aborto de Jade Gentry?

– ¿Has hablado con Lance?

– ¿Tenéis planeado crear una familia?

Las preguntas siguieron lloviendo sobre ellos hasta que un reportero dijo con marcado acento de Brooklyn:

– Bram, ¿sigues teniendo problemas para encontrar un trabajo decente? Supongo que Georgie y su dinero han llegado justo a tiempo.

Bram se puso tenso y ella lo cogió del brazo.

– No sé quién eres -declaró Georgie sin abandonar su sonrisa-, pero los días en que Bram atizaba a los fotógrafos que actúan como gusanos no están tan lejos. ¿O quizás es eso lo que quieres?

Algunos fotógrafos miraron con desagrado al interpelante, pero eso no evitó que mantuvieran las cámaras preparadas por si Bram perdía el control. Una imagen de Bram propinando un puñetazo a un periodista les reportaría miles de dólares, y al agredido la posibilidad de conseguir una sustanciosa indemnización legal.

– No tenía intención de golpearlo -le dijo Bram a Georgie cuando por fin se abrieron paso entre los fotógrafos-. No soy tan estúpido como para cometer semejante gilipollez.

– Será por todas las veces que la cometiste en el pasado.

Él volvió la cabeza hacia los paparazzi, quienes los seguían de cerca.

– Démosles la imagen del millón.

– ¿Que es…?

– Ya lo verás.

La cogió de la mano y tiró de ella a lo largo de la acera mientras los paparazzi les pisaban los talones.

Загрузка...