Georgie soltó un gemido. La cabeza le martilleaba, la boca le sabía a ácido de batería y, en lugar de estómago, tenía una fosa séptica. Cuando flexionó las rodillas, su trasero rozó el costado de Lance. Su piel era cálida y…
«¡Nooooooo!»
Abrió de golpe el ojo que no tenía hundido en la almohada.
Un cruel rayo de luz se filtraba entre las cortinas e iluminaba su sujetador blanco de encaje, que estaba sobre la alfombra de su suite del Bellagio. Uno de los zapatos de tacón que llevaba puestos la noche anterior sobresalía por debajo de unos vaqueros de hombre.
«¡Por favor, por favor, que pertenezcan al adorable jugador de baloncesto!»
Hundió la cara en la almohada. ¿Y si no eran de él? ¿Y si pertenecían a…?
No, no podía ser. Ella y el jugador de baloncesto… Kerry, se llamaba Kerry… Habían coqueteado como locos en la mesa de los dados. Coquetear había sido fantástico. ¿Qué importaba que fuera más joven que ella?
Muy bien, estaba desnuda y se encontraba en una situación embarazosa, pero ahora Lance ya no era el último hombre con el que se había acostado y eso era una señal de progreso, ¿no? El estómago le crujió de forma desagradable. Volvió a abrir un ojo. Ya había experimentado alguna que otra resaca, pero nada parecido a aquello. Nada que le hubiera borrado la memoria por completo.
Un muslo le rozó el trasero. Parecía sumamente musculoso. Sin duda se trataba del muslo de un deportista. Sin embargo, por mucho que se concentrara, lo último que recordaba era que Bram la había arrastrado fuera de la sala de juegos.
Kerry debió de seguirla. Sí, estaba segura de acordarse de que él la había separado de Bram. Habían subido juntos a su suite y habían charlado hasta el amanecer. Él le había hecho reír y le había dicho que tenía más fortaleza que cualquier otra mujer que conociera. Y que era inteligente, que tenía talento y que era mucho más guapa de lo que la mayoría de la gente creía. También le dijo que Lance había quedado como un idiota separándose de una mujer como ella. Empezaron a hablar de tener hijos comunes, preciosos bebés birraciales, no como el futuro y paliducho bebé de Lance. Acordaron vender las fotografías de su precioso bebé al mejor postor y donar los ingresos a la beneficencia. Ese acto resultaría especialmente conmovedor después de que el sitio de Internet Drudge Report informara de que Jade Gentry había utilizado todo el dinero supuestamente recaudado para beneficencia en comprarse un yate. Entonces Georgie ganaría un Oscar y Kerry la Super Bowl.
De acuerdo, se había equivocado de deporte, pero la cabeza le daba martillazos, tenía el estómago revuelto y una rodilla dura intentaba meterse entre sus nalgas.
Tenía que dejar de torturarse, pero eso implicaría darse la vuelta y enfrentarse a las consecuencias de lo que viera. Necesitaba agua. Y Tylenol. Un frasco entero.
Entonces empezó a darse cuenta de que el alcohol no producía en las personas una amnesia total. Aquélla no era una resaca normal. La habían drogado. Y sólo conocía a una persona que fuera tan corrupta como para drogar a una mujer.
Le clavó el codo en el pecho con tanta fuerza como pudo reunir.
Él soltó una exclamación de dolor y se dio la vuelta llevándose toda la sábana con él.
Georgie hundió la cara en la almohada. Al cabo de unos segundos, él se levantó haciendo que la parte del colchón de Georgie se hundiera más. Georgie oyó el sonido apagado de sus pasos camino del lavabo. Cuando la puerta se cerró, buscó a tientas la sábana y se sentó. La habitación se ladeó y el estómago se le revolvió. Georgie se envolvió en la sábana, se puso de pie tambaleándose y fue al otro lavabo haciendo eses. Una vez allí, se inclinó sobre el lavamanos y agachó la cabeza.
¿Qué haría Scooter si la hubieran drogado y se despertara desnuda en la cama con un desconocido? O no desconocido. Scooter no haría nada porque nunca le habría ocurrido algo tan espantoso. Resultaba fácil ser animosa y optimista cuando tenías a todo un equipo de guionistas, con dedicación exclusiva, protegiéndote de la mierda que la vida real te lanzaba a la cara.
Cuando bajó las manos, una imagen horrible la recibió en el espejo, como la Courtney Love de los comienzos. La maraña de su pelo no ocultaba el roce que una barba le había dejado en el cuello. Unos grumos de maquillaje seco emborronaban sus ojos verdes como el barro que rodea un estanque lleno de algas. Su ancha boca se curvaba hacia abajo en las comisuras y su cutis era del color del yogur pasado. Se obligó a beber un vaso de agua. Todos sus artículos de tocador estaban en el otro lavabo, así que se lavó la cara y se enjuagó la boca con elixir bucal del hotel.
Aún no se sentía capaz de enfrentarse a lo que había al otro lado de la puerta, así que se apartó el pelo de la cara y se sentó en el bordillo de mármol de la bañera. Quería telefonear a alguien, pero no podía traspasarle a Sasha semejante carga en aquellos momentos, no podía contactar con Meg y no estaba dispuesta a confesarle su pecado a April, pues su amiga se sentiría decepcionada. Por Dios, una antigua groupie de grupos de rock and roll se había convertido en su guía moral. Y en cuanto a su padre… ni hablar.
Se levantó y ajustó la sábana debajo de sus brazos. El dormitorio estaba vacío, pero su esperanza de que él se hubiera marchado se desvaneció cuando vio que su ropa seguía en el suelo. Se dirigió a la salita arrastrando los pies por la moqueta.
Él estaba frente a los ventanales, de espaldas a ella. Era alto, pero no tanto como los jugadores de la NBA. Era su peor pesadilla.
– No digas nada hasta que nos hayan traído el café -dijo él sin darse la vuelta-. Lo digo en serio, Georgie. Ahora mismo no puedo encararme a ti. A menos que tengas un cigarrillo.
La rabia de Georgie se disparó. Cogió un cojín del sofá y lo lanzó a la cabeza de pelo rubio y enmarañado de Bramwell Shepard.
– ¡Me drogaste!
Él se inclinó y el cojín dio contra la ventana.
Ella intentó abalanzarse sobre él, que se volvió hacia ella, pero Georgie tropezó con la sábana y ésta resbaló hasta su cintura.
– Aparta ese par de mi vista -pidió él-. Ya nos han causado bastantes problemas.
En esta ocasión, Georgie tuvo mejor suerte lanzándole uno de sus zapatos.
– ¡Ay! -Bram se frotó el pecho y tuvo el valor de enfadarse-. ¡Yo no te drogué! Créeme, si quisiera drogar a una mujer, no serías tú.
Georgie volvió a subir la sábana hasta sus axilas y miró alrededor buscando alguna otra cosa para lanzarle a Bram.
– Me estás mintiendo. Estaba drogada.
– Tienes razón, estabas drogada. Los dos lo estábamos. Pero no fui yo, sino Meredith… Marilyn… Mary-algo.
– ¿A quién te refieres?
– A la pelirroja de la fiesta de ayer por la noche. ¿Recuerdas las bebidas que trajo? Yo cogí una y te di la otra, la que había preparado para ella misma.
– ¿Por qué habría de querer drogarse?
– ¡Porque le gusta la sensación que le produce!
Georgie tuvo el presentimiento de que, por primera vez en su vida, Bramwell Shepard estaba diciendo la verdad. Entonces se acordó de que él se había enfrentado a aquella mujer y que parecía muy enfadado. Levantó el trozo de sábana que arrastraba por el suelo y se dirigió a él dando traspiés.
– ¿Sabías que los martinis contenían droga? ¿Lo sabías y no impediste que me lo tomara?
– No lo sabía. No hasta que terminé el mío, te miré y vi que no me repelías del todo.
Alguien llamó a la puerta y una voz anunció «servicio de habitaciones».
– Métete en el dormitorio -siseó ella-. ¡Y dame esa bata! La prensa del corazón tiene informantes por todas partes. ¡Deprisa!
– Si vuelves a darme otra orden…
– ¡Por favor, date prisa, capullo!
– Me gustabas más cuando estabas borracha.
Bram se quitó la bata, la colgó del brazo de Georgie y desapareció. Ella lanzó la sábana detrás del sofá y se anudó el cinturón de la bata camino de la puerta.
El camarero entró el carrito de la comida y dejó los platos en la mesa, que estaba debajo de una lámpara de araña de tonos dorados. Georgie oyó que la ducha se encendía. Se correría la voz de que no había pasado la noche sola. Por suerte, nadie sabía con quién, lo que actuaría a su favor.
El camarero por fin se fue. Georgie se sirvió un café de inmediato, se acercó a los ventanales e intentó recobrar el autodominio. Abajo, los turistas se habían congregado para ver el espectáculo de la fuente del Bellagio. ¿Qué había ocurrido en el dormitorio durante la noche? No se acordaba de nada. Aunque, la primera vez…
El día en que Bram y ella se conocieron, Georgie tenía quince años y él diecisiete. Su atractivo la había dejado muda, pero él la desdeñó con un gruñido de aburrimiento y un único parpadeo de sus engreídos ojos lavanda. Como es lógico, ella se enamoró perdidamente de él.
Las advertencias de su padre en contra de Bram no hicieron más que intensificar su enamoramiento. Bram era arrogante, malhumorado, indisciplinado y guapísimo. Pura miel para una romántica de quince años. Sin embargo, durante las dos primeras temporadas, él la ignoró, salvo cuando estaban rodando. Georgie podía estar en la portada de una docena de revistas para adolescentes, pero no dejaba de ser una niña flacucha de ojos saltones, mejillas coloradas y boca de buzón. Tenía la cara siempre llena de granos por el maquillaje que se veía obligada a ponerse y su pelo naranja y rizado del personaje de Annie la hacía parecer todavía más niña. Salir con unos cuantos actores adolescentes y guapos no aumentó su autoconfianza, pues su padre había amañado las citas por razones publicitarias. El resto del tiempo Paul York la tenía atada y bien atada, a salvo de los vicios de Hollywood.
El atractivo aspecto de Bram, sus modales engreídos y su actitud de chico duro encendían todas sus fantasías. Ella nunca había conocido a nadie tan salvaje, tan poco necesitado de agradar. Georgie se reía escandalosamente para llamar su atención, le compraba regalos: un CD nuevo que tenía que escuchar, bombones que eran los mejores del mundo, camisetas divertidas que él nunca se ponía; memorizaba chistes para contárselos, se mostraba conforme con todas sus opiniones, y hacía todo lo que podía para gustarle, pero, a menos que las cámaras estuvieran rodando, bien podría haber sido invisible.
El contraste entre la dura infancia de Bram y el papel de niño pijo y digno que representaba le fascinaba. Georgie conoció la historia de Bram gracias a sus amigos de la infancia, unos chicos bulliciosos e imbéciles que merodeaban por el plató.
Bram creció en el South Side de Chicago. Desde los siete años, cuando su madre murió de una sobredosis, había tenido que cuidar de sí mismo. Su irresponsable padre, un pintor ocasional de brocha gorda que confiaba en sus amigas para que le pagaran las cervezas, murió cuando Bram tenía quince años. Abandonó los estudios poco después y empezó a buscarse chanchullos. Un día, una adinerada divorciada de cuarenta años que trabajaba como voluntaria social lo vio y decidió acogerlo, quizás incluso en su cama, Georgie nunca estuvo segura de ese extremo. Aquella mujer pulió sus afiladas aristas y lo convenció para que trabajara de modelo. Cuando una afamada tienda de ropa para hombres de Chicago lo contrató para una campaña publicitaria, Bram dejó plantada a su benefactora. Después, asistió a clases de interpretación y, al final, consiguió un par de papeles en una compañía local de teatro, lo que lo llevó a la audición para interpretar el personaje de Skip.
Empezó la cuarta temporada de la serie. Georgie se prometió a sí misma que conseguiría que él dejara de verla como una molestia y reparara en que se había convertido en una atractiva mujer de dieciocho años. En julio empezaron a grabar exteriores en Chicago. Uno de los desastrosos amigos de Bram mencionó que éste había alquilado un yate para celebrar una fiesta el sábado por la noche en el lago Michigan. Como el padre de Georgie se iba a Nueva York aquel fin de semana, ella decidió invitarse a la celebración.
Se vistió con esmero para la ocasión: un vestido con diseño de piel de leopardo y la espalda descubierta y sandalias de plataforma. Cuando subió al yate vio que la mayoría de las mujeres iban vestidas con pantalones cortos y la parte alta del bikini. R. Kelly sonaba a todo volumen por los altavoces de cubierta. Todas las mujeres eran veinteañeras, el cabello resplandeciente, largas piernas y cuerpos sexys, pero Georgie tenía la fama y, mientras la embarcación se alejaba del muelle, ellas se separaron de los colegas de Bram para hablar con ella.
– ¿Puedes darme tu autógrafo para mi sobrina?
– ¿Asistes a clases de interpretación y esas cosas?
– ¡Qué suerte tienes de trabajar con Bram! ¡Es el tío que está más bueno del mundo!
Georgie sonrió y firmó autógrafos sin dejar de buscar a Bram con el rabillo del ojo.
Al final, él salió de la cabina. Vestía unos pantalones cortos arrugados y un polo de tono tostado. Llevaba a una mujer de cada brazo y una copa en la mano, y un cigarrillo colgaba de sus labios. Georgie lo quería tanto que verlo le dolió.
Apareció la luna y la fiesta se desmadró. Era exactamente el tipo de fiesta del que su padre siempre la había mantenido alejada. Una de las mujeres se quitó el sostén del bikini. Los hombres silbaron. Otras dos mujeres empezaron a besarse. A Georgie no le habría importado que se besaran si fueran lesbianas, pero no lo eran, y la idea de que dos mujeres se besuquearan sólo para ofrecer un espectáculo a los hombres le desagradó. Cuando empezaron a acariciarse los pechos la una a la otra, Georgie se dirigió al salón del yate, donde media docena de invitados merodeaban por el bar o estaban repantigados en un sofá semicircular de piel blanca.
El conducto del aire acondicionado envió una ráfaga de aire frío a los tobillos de Georgie. ¡Había puesto tantas esperanzas en aquella noche!, pero Bram ni siquiera le había dirigido la palabra. Los silbidos de la cubierta arreciaban. Ella no pertenecía a aquel ambiente. No pertenecía a ningún lugar que no fuera hacer muecas delante de una cámara.
Se abrió la puerta y Bram bajó los escalones con toda tranquilidad, solo. La esperanza de que la hubiera seguido hasta allí creció cuando él se sentó en una silla de diseño no lejos de ella y la miró de arriba abajo. La combinación de su corte de pelo pijo a lo Skip, su barba castaña de varios días y un tatuaje nuevo que rodeaba su delgado bíceps justo por debajo de la manga de su polo la conmovió. Bram deslizó una pierna por encima del reposabrazos de la silla y bebió de su copa sin dejar de mirarla.
Georgie intentó pensar en algo inteligente que decir.
– Una fiesta estupenda.
Él le lanzó su habitual mirada de aburrimiento, encendió otro cigarrillo y la miró con los ojos entornados a través del humo.
– Tú no estabas invitada.
– De todos modos, he venido.
– Lo que significa que papá está fuera de la ciudad.
– Yo no hago todo lo que mi padre me dice.
– Pues a mí me parece que sí.
Georgie se encogió de hombros e intentó parecer enrollada. Bram dejó caer la ceniza en la alfombra. Ella no sabía qué había hecho para desagradarle, salvo que le pagaran mejor, pero eso no era culpa suya.
Bram señaló hacia la cubierta del yate con su copa.
– ¿La fiesta se está desmadrando demasiado para ti?
Ella quiso decirle que ver a unas mujeres degradándose le deprimía, pero él ya creía que era una mojigata sin necesidad de que expresara esa opinión.
– En absoluto.
– No te creo.
– Tú no me conoces. Sólo crees que me conoces.
Intentó que su voz resultara misteriosa, y quizá funcionó, porque Bram deslizó la mirada por su cuerpo de una forma que le hizo sentir que por fin la estaba viendo de verdad.
Sus tirabuzones anaranjados se habían encrespado a causa de la humedad, pero su maquillaje estaba en buen estado. Se había puesto sombra color bronce en los ojos y pintalabios neutro para disimular el tamaño de su boca. El vestido sin espalda de piel de leopardo no era para nada del estilo de Scooter Brown y Georgie había acentuado sus diferencias con el personaje introduciendo unas almohadillas de relleno en el sujetador, pero cuando Bram fijó la mirada en sus pechos, ella tuvo la sensación de que él sabía que eran falsos.
Él dejó escapar entre los labios un fino hilo de humo.
– Apuesto a que todavía eres virgen.
Georgie miró hacia el techo.
– Tengo dieciocho años. Hace ya un par de años que no soy virgen. -Su corazón empezó a latir con fuerza a causa de la mentira.
– Si tú lo dices…
– Él era bastante mayor que yo. Si te dijera su nombre, sabrías quién es, pero no te lo diré.
– Mientes.
– Tenía una especie de trauma con las mujeres que tienen poder. Por eso, a la larga, tuve que romper con él. -Le encantaba parecer una mujer de mundo, pero la sonrisa burlona de Bram no resultaba muy reconfortante.
– Tu padre jamás permitiría que se te acercara un hombre mayor. Nunca te pierde de vista.
– Esta noche estoy aquí, ¿no?
– Sí, supongo que sí. -Bram vació su copa, aplastó el cigarrillo y se levantó-. Entonces, vamos.
Ella lo miró mientras su confianza la abandonaba.
– ¿Adónde?
Él sacudió la cabeza en dirección a una puerta que tenía un ancla encastada en la madera.
– Ahí dentro.
Ella lo miró con vacilación.
– Yo no…
– Entonces olvídalo. -Bram se encogió de hombros y empezó a darse la vuelta.
– ¡No! Iré.
Y fue. Así, sin más. Sin pedirle nada lo siguió al interior del camarote.
Una pareja medio desnuda estaba tumbada en el camastro doble. Levantaron la cabeza para ver quién entraba sin llamar.
– Fuera -dijo Bram.
Ellos se levantaron sin rechistar.
Georgie debería haberse ido con ellos, pero se quedó allí de pie, con su vestido de leopardo, sus sandalias de plataforma y sus tirabuzones color zanahoria. Contempló cómo la puerta se cerraba tras ellos. No le preguntó a Bram por qué sentía aquel repentino interés por ella. No se preguntó a sí misma hasta qué punto se valoraba para plegarse a sus deseos de aquella forma. Simplemente se quedó allí de pie y dejó que él la presionara contra la puerta.
Bram apoyó las manos a ambos lados de la cabeza de Georgie. Deslizó los pulgares entre su pelo y se le engancharon en un tirabuzón. Georgie hizo una mueca de dolor. Él inclinó la cabeza y la besó con la boca abierta. Sabía a humo y alcohol. Ella le devolvió el beso con todo su ser. La barba incipiente le escoció en la mejilla. Los dientes de Bram chocaron contra los suyos. Eso era lo que Georgie quería, que él la viera como una mujer en lugar de una niña que tuviera que rescatar de aprietos de guión.
Bram cogió el borde inferior de su vestido y tiró hacia arriba. Georgie llevaba puestas unas braguitas finas y la cremallera de los vaqueros de él le arañó el estómago. Bram iba demasiado deprisa y ella quería pedirle que fuera más despacio. Si hubiera sido cualquier otra persona, lo habría apartado de un empujón y le habría pedido que la acompañara a casa. Pero aquél era Bram y su casa estaba a medio continente de distancia, así que le permitió deslizar los dedos en el interior de sus bragas y tocarla a su gusto.
Antes de que se diera cuenta, Bram le había quitado las bragas y la había llevado hasta el camastro.
– Túmbate -dijo él.
Ella se sentó en el borde del camastro. Notó la vibración de los motores y se dijo que aquello era lo que anhelaba desde hacía mucho tiempo. Bram sacó un preservativo del bolsillo del pantalón. Iba a suceder de verdad.
A pesar del aire acondicionado, la piel de Georgie estaba perlada de sudor por el nerviosismo que la embargaba. Vio que Bram se quitaba los vaqueros e intentó no mirar su pene, pero estaba completamente erecto y no pudo apartar la mirada. Él se quitó el polo revelando un torso huesudo con algo de fino vello rubio. Mientras se ponía el condón, Georgie contempló el techo del camarote.
El camastro era alto y a Bram no le costó deslizar las caderas de Georgie hasta el borde. Ella se apoyó en los codos y la falda de su vestido quedó arrugada debajo de su cintura. Bram colocó las manos debajo de sus rodillas, le separó las piernas y se colocó entre ellas. Él la miró con resuelta avidez. Ella estaba abierta e indefensa. Nunca se había sentido tan vulnerable.
Bram deslizó las manos por la parte posterior de sus muslos hasta sus caderas y las inclinó hacia arriba. Georgie notó cómo su propio peso quedaba cargado sobre sus codos. La incómoda posición hizo que le doliera el cuello. Sintió el olor a látex de la goma y el olor que despedía Bram: a cerveza, tabaco y un toque del perfume de otra mujer. Él le hincó los dedos en el trasero y la penetró. A ella le dolió y gesticuló. En ese momento el yate dio un bandazo empujando el pene de Bram más adentro de Georgie. Cuando empezó a embestirla, Georgie se dio golpes en la cabeza contra el tabique del camarote. Torció la cabeza a un lado, pero no le sirvió de nada. Bram la penetró hasta el fondo. Una y otra vez. Ella contempló los pómulos perfectamente simétricos de su pálida cara y las sombras diamantinas que se recortaban en sus mejillas. Al final, Bram empezó a experimentar sacudidas.
Los codos de Georgie cedieron y se derrumbó sobre el colchón. Unos minutos más tarde, Bram sacó su miembro y dejó caer sus piernas. Estaban tan agarrotadas, que a Georgie le costó juntarlas. Él entró en el diminuto lavabo del camarote. Ella se bajó el vestido y se dijo que aquello todavía podía acabar bien. Ahora él tendría que verla de otra manera. Hablarían. Pasarían tiempo juntos.
Se mordió el labio y consiguió sostenerse sobre sus temblorosas piernas. Bram salió del lavabo y encendió un cigarrillo.
– Hasta luego -dijo.
Y la puerta del camarote se cerró tras él.
Entonces todas las fantasías que Georgie había albergado se derrumbaron y por fin lo vio tal como era: un bruto egoísta, gilipollas y egocéntrico. Y también se vio a sí misma: una mujer necesitada y estúpida. La vergüenza hizo que cayera de rodillas y el autodesprecio la laceró. No sabía nada de las personas ni de la vida. Lo único que sabía era hacer muecas estúpidas delante de una cámara.
Quería venganza. Quería apuñalarlo. Torturarlo, matarlo y hacerle daño como él se lo había hecho a ella. ¿Cómo podía haber creído que estaba enamorada de él?
La siguiente temporada fue horrible. Salvo cuando estaban rodando, Georgie se comportó como si Bram fuera invisible. Irónicamente, la desagradable tensión que ella experimentaba provocó que hubiera entre ellos una potente química en la pantalla y los índices de audiencia subieron. Georgie intentaba estar siempre rodeada de sus amigos de reparto, del equipo o estudiando en el camerino, cualquier cosa con tal de evitarlo a él o a los impresentables amigos de su infancia que merodeaban por el plató. El odio que experimentaba se cristalizó en una sólida armadura de protección.
Una temporada siguió a la otra y, cuando llevaban seis años en el aire, los excesos de Bram empezaron a hacer mella en los índices de audiencia. Fiestas con ríos de alcohol, conducción temeraria, rumores de drogadicción… Las fans del bueno de Skip Scofield no estaban contentas, pero Bram ignoró las advertencias de los productores. Cuando la cinta de sexo salió a la luz, al final de la octava temporada, todo se vino abajo.
Para ser una cinta de sexo, era bastante discreta, pero no tanto como para ocultar lo que estaba ocurriendo. La prensa se volvió loca. Ningún tipo de información manipulada pudo reparar los daños. Los mandamases decidieron que ya tenían bastante de los escándalos de Bram Shepard. Skip y Scooter se cancelaba.
– ¡Mierda! -exclamó él ahora, de vuelta en la sala de la suite.
Georgie dio un brinco. Tardó unos instantes en reconciliar la imagen del gilipollas joven y obsesionado con el sexo con el gilipollas adulto y saludable que se dirigía hacia ella. Llevaba puesto un albornoz del hotel y tenía el pelo húmedo de la ducha. Por encima de todo, Georgie quería vengar a su yo de dieciocho años.
La expresión de Bram fue extrañamente sombría mientras se ceñía el cinturón del albornoz. El reloj marcó las dos, lo que significaba que ya había transcurrido la mitad de aquel asqueroso día.
– Por casualidad no habrás visto un condón en la papelera.
Georgie se salpicó la mano con el café caliente y su corazón se detuvo. Corrió al dormitorio y rebuscó con urgencia en la papelera, pero allí sólo estaban sus bragas. Volvió al salón. Bram levantó la taza de café en dirección a ella.
– Confío en que te habrás hecho pruebas desde la última vez que te acostaste con el cerdo de tu ex marido.
– ¿Yo? -Deseó tirarle otro zapato, pero no encontró ninguno-. Tú follas con cualquier cosa que camine. Prostitutas, strippers, ¡chulos de piscina!
«Vírgenes de dieciocho años con fantasías equivocadas.»
– ¡Yo no he follado con un chulo de piscina en toda mi vida!
Bram era notoriamente heterosexual, pero teniendo en cuenta su naturaleza hedonista, Georgie estaba convencida de que si no lo había hecho, era sólo por despiste.
Él emprendió la contraofensiva.
– Yo siempre he mantenido mi maquinaria en perfecto funcionamiento y estoy más limpio que una patena. Claro que yo nunca me he acostado con Lance el Perdedor ni con ninguno de esos peleles por los que lo hayas reemplazado.
Ella no podía creérselo.
– ¿Así que la golfa soy yo? ¡Tú no has dormido sólo desde que tenías catorce años, ¿verdad?!
– Y yo apuesto a que tú sigues haciéndolo. Treinta y un años. ¿Ya has ido al psiquiatra?
Debido a la sobreprotección de su padre, ella solo se había acostado con cuatro hombres, pero como Bram había sido, por decirlo de alguna manera, su primer amante y, por lo visto, también el último, lo de aquella noche no influía en el conteo global.
– Yo sólo he tenido diez amantes, así que tú te quedas con el trofeo de la golfería. Y también estoy limpia como una patena. Y ahora, lárgate de aquí. Esto nunca ha ocurrido.
Pero el carrito de la comida había llamado la atención de Bram.
– Se han olvidado los bloody-marys. ¡Mierda! -Empezó a destapar las bandejas-. Ayer por la noche fuiste una auténtica descarriada. Tus garras en mi espalda, tus rugidos en mi oído… -Al sentarse, el albornoz se abrió mostrando un musculoso muslo-. Vaya cosas me pediste que te hiciera… -Pinchó un trozo de mango con un tenedor-. Hasta yo me sentí abochornado.
– No te acuerdas de nada.
– No mucho.
Ella quería pedirle que le contara exactamente lo que recordaba. Conociéndolo, podía haberla violado, pero, de algún modo, eso no le parecía tan horrible como haberse entregado voluntariamente a él. Se sintió mareada y se dejó caer en una silla.
– Me llamaste tu semental salvaje -continuó él-. De eso me acuerdo seguro.
– Pues yo estoy segura de que no te acuerdas de nada.
Tenía que averiguar qué había ocurrido, pero ¿cómo podía conseguir que él se lo contara? Bram empezó a comer una tortilla y Georgie intentó estabilizar su estómago con un trozo de bollo. Él cogió el pimentero.
– Así que… estás tomando la pastilla, ¿no?
Ella dejó caer el bollo y se levantó de un brinco.
– ¡Oh, Dios…!
Bram dejó de masticar.
– Georgie…
– Quizá no pasó nada. -Georgie se llevó los dedos a los labios-. Quizás estábamos tan colocados que nos dormimos sin más.
Él se levantó de golpe.
– ¿Me estás diciendo que…?
– Todo saldrá bien. Tiene que salir bien. -Georgie empezó a caminar de un lado a otro-. Al fin y al cabo, ¿qué probabilidades hay? No es posible que me haya quedado embarazada.
Los ojos de Bram adoptaron una expresión enloquecida.
– ¡Podrías estarlo si no estás tomando la pastilla!
– Si… si lo estuviera… Bueno… yo… yo lo daría en adopción. Sé que resultará difícil encontrar a alguien tan desesperado como para adoptar a un bebé con lengua viperina y cola, pero creo que lo conseguiré.
Las mejillas de Bram recobraron el color. Volvió a sentarse y cogió la taza de café.
– Una representación estelar.
– Gracias.
Su réplica podía considerarse infantil, pero le levantó el ánimo y así pudo comer una fresa. Sin embargo, se imaginó el cálido peso del bebé que nunca tendría y no pudo seguir comiendo.
Él se sirvió otro café. El antagonismo que sentía hacia aquel hombre se clavó en el corazón de Georgie. Era la primera vez que experimentaba unos sentimientos tan intensos desde el colapso de su matrimonio.
Bram dejó su servilleta.
– Voy a vestirme. -Entonces deslizó la mirada hacia el cuello abierto de la bata de Georgie-. A menos que quieras…
– ¡Ni lo sueñes!
Él se encogió de hombros.
– En fin, es una lástima. Ahora nunca sabremos si lo hicimos bien juntos.
– Yo estuve fabulosa. Sin embargo, tú estuviste tan egocéntrico como siempre.
Una fugaz punzada de dolor le recordó a la jovencita del pasado.
– Lo dudo -respondió.
Y se levantó para dirigirse al dormitorio. Georgie contempló las fresas intentando convencerse de que podía comer otra. Una maldición pronunciada en voz alta interrumpió sus pensamientos.
Bram regresó al salón como una exhalación. Llevaba la cremallera de los vaqueros bajada, la camisa de raya diplomática abierta y los puños sueltos. A Georgie le costó asociar sus musculosos pectorales con el cuerpo huesudo de su juventud.
Bram agitó un papel frente a la nariz de Georgie. Ella estaba acostumbrada a sus burlas y desprecios, pero no recordaba haberlo visto nunca enfadado de verdad.
– He encontrado esto debajo de mi ropa -declaró Bram.
– ¿Una amonestación de tu agente de la condicional?
– Sí, anda, disfruta mientras puedas.
Ella miró el papel, pero al principio no entendió.
– ¿Por qué alguien dejaría su licencia de matrimonio aquí? Es… -La garganta se le cerró-. ¡No! Se trata de una broma, ¿no? Dime que es una de tus bromas de mal gusto.
– Ni siquiera yo tengo tan mal gusto.
La cara de él había adquirido un color ceniciento. Georgie se levantó de un brinco y le arrancó el documento de la mano.
– ¿Nosotros nos…? -Apenas pudo pronunciar la palabra-: ¿Nos casamos?
Él hizo una mueca.
– Pero ¿por qué habríamos de casarnos? ¡Si yo te odio!
– Las copas que bebimos ayer por la noche debían de contener suficientes píldoras de la felicidad para que superáramos la repugnancia mutua.
Georgie estaba empezando a hiperventilar.
– No puede ser. Cambiaron la ley de Las Vegas. Lo leí en algún sitio. La oficina que emite las licencias de matrimonio cierra por las noches precisamente para que este tipo de cosas no sucedan.
Bram sonrió con desdén.
– Somos famosos. Por lo visto, encontramos a alguien dispuesto a quebrantar las normas por nosotros.
– Pero… quizá no sea legal. Quizá sea un… certificado falso.
– Pasa los dedos por el sello oficial del estado de Nevada y dime si tiene el tacto de un jodido sello falso.
El abultado relieve del sello rascó la yema de los dedos de Georgie, que se volvió hacia Bram.
– Fue idea tuya, lo sé.
– ¿Mía? ¡Eres tú la que está desesperada por encontrar un marido! -Entornó los ojos y sacudió el dedo índice frente a la cara de Georgie-. Me utilizaste.
– Voy a telefonear a mi abogado.
– Después de mí.
Los dos se abalanzaron sobre el teléfono del hotel, pero las piernas de Bram eran más largas y él llegó primero. Georgie corrió hacia su bolso y sacó su móvil. Bram pulsó las teclas.
– Será la anulación más fácil de la que se tenga noticia.
La palabra «noticia» envió un escalofrío a la espalda de Georgie.
– ¡Espera!
Dejó caer el móvil, corrió hacia Bram y le arrancó el auricular de las manos.
– Pero ¿qué haces?
– Déjame pensar un minuto.
Georgie colgó.
– Ya pensarás más tarde.
Bram se dispuso a coger otra vez el teléfono, pero ella apoyó la mano en el auricular.
– El matrimonio… la anulación… serán del dominio público. -Georgie deslizó su mano libre por su pelo enmarañado-. Antes de veinticuatro horas, todo el mundo lo sabrá. Se producirá una avalancha de medios, con helicópteros, persecuciones de coches, etcétera.
– Tú ya estás acostumbrada a eso.
Georgie tenía las manos heladas y el estómago revuelto.
– No pienso pasar por otro escándalo. Sólo con que tropiece en la acera, se genera el rumor de que he intentado suicidarme. Imagina lo que dirán cuando se enteren de esto.
– No es mi problema. Tú te lo ganaste al casarte con el Perdedor.
– ¿Quieres dejar de llamarlo así?
– Él te dejó tirada. Qué más te da que lo llame así.
– ¿Y tú por qué lo odias tanto?
– No lo odio por mí -declaró Bram con acento mordaz-. Lo odio por ti, puesto que no pareces capaz de hacerlo por ti misma. Ese tío es un hijo de papá. -Bram se apartó del teléfono, recogió un zapato y se puso a buscar sus calcetines-. Me voy a buscar a la bruja que nos drogó.
Georgie lo siguió hasta el dormitorio, pues no acababa de creerse que no fuera a telefonear a su abogado.
– No puedes salir hasta que se nos haya ocurrido una historia.
Él encontró los calcetines y se sentó en la cama para ponérselos.
– Yo tengo mi propia historia. -Se puso uno-. Tú eres una mujer patética y desesperada. Y yo me casé contigo por lástima y…
– No dirás eso.
Bram se puso el otro calcetín.
– … y ahora que estoy sobrio, me he dado cuenta de que no estoy preparado para afrontar una vida miserable.
– Te demandaré. Te lo juro.
– ¿Dónde está tu sentido del humor? -Sin mostrar el menor rastro de humor por su parte, introdujo el pie en el zapato y regresó al salón para buscar el otro-. Lo convertiremos en una broma. Diremos que bebimos demasiado, que nos pusimos a ver reposiciones de Skip y Scooter, que nos invadió la nostalgia y que, en ese momento, casarnos nos pareció una buena idea.
Esta explicación podía irle bien a él, pero no a ella. Nadie se creería la historia de la droga en las bebidas y, durante el resto de su vida, la etiquetarían de loca y perdedora. Estaba atrapada, pero no podía permitir que su peor enemigo viera que estaba a su merced. Introdujo los puños en los bolsillos de su bata.
– Volvamos sobre nuestros pasos para averiguar qué ocurrió ayer por la noche. Seguro que descubriremos alguna pista acerca de dónde estuvimos. ¿Te acuerdas de algo?
– ¿«Métemela hasta el fondo, muchachote» cuenta?
– Al menos finge ser un hombre decente.
– No soy tan buen actor como para eso.
– Tú conoces a muchos personajes turbios. Seguro que se te ocurre alguien que pueda hacer desaparecer nuestro expediente de matrimonio.
Georgie esperaba que rechazara su sugerencia, pero él empezó a abrocharse la camisa como si tal cosa.
– Conozco ligeramente a un tío que antes era concejal del ayuntamiento. Le encanta codearse con los famosos. Es un contacto débil, pero podemos intentarlo.
Georgie no tenía ninguna idea mejor, así que aceptó.
Bram introdujo la mano en uno de sus bolsillos.
– Creo que esto te pertenece. -Abrió la palma y le enseñó un anillo de baratija con un solitario de plástico-. No puedes decir que no tengo buen gusto.
Le lanzó el anillo y Georgie se acordó del anillo de compromiso de dos quilates que tenía en su caja de caudales. Lance le pidió que lo conservara. ¡Como si ella quisiera volver a ponérselo!
Georgie se guardó el diamante de plástico en el bolsillo.
– Nada como la bisutería para una declaración de amor.
Georgie había alquilado una avioneta para el viaje de ida a Las Vegas, así que decidieron regresar a Los Ángeles en el coche de Bram. Mientras ella se duchaba, Bram preparó una salida discreta del hotel. Ella se puso unos pantalones grises de algodón y una ajustada camiseta blanca de tirantes, que era la ropa menos llamativa que había cogido para ir a Las Vegas.
– Han llevado mi coche a la parte trasera -declaró Bram cuando ella salió del dormitorio.
– Bajaremos en el ascensor de servicio. -Georgie se frotó la frente-. Esto es igual que lo de Ross y Rachel. Les ocurrió exactamente lo mismo al final de la temporada…
– ¡Salvo por el pequeño detalle de que Ross y Rachel no existen!
Ninguno de los dos habló mientras bajaban en el ascensor. Georgie ni siquiera se molestó en advertirle de que se había abrochado mal la camisa.
Llegaron al vestíbulo del servicio y se dirigieron a la salida. Bram abrió la puerta y una ráfaga de calor los golpeó. Georgie entornó los ojos para protegerlos del sol y salió del hotel.
Una cámara disparó el flash junto a su cara.