A la mañana siguiente, Georgie hizo la cama en la que había dormido sola con esmero y bajó a la planta baja. En la cocina, encontró a una joven trajinando en la encimera, de espaldas a la puerta, con un colador con fresas. Llevaba el pelo teñido de negro, muy corto en un lado y largo hasta la mandíbula y escalado en el otro. Tres pequeños símbolos japoneses tatuados en su nuca desaparecían por debajo de una camiseta gris sin mangas y unos imperdibles de gran tamaño sujetaban un largo descosido en la pernera de sus vaqueros. Parecía una roquera punk de los años noventa y Georgie no entendió qué hacía allí, en la cocina de Bram.
– Esto… Buenos días. -Su saludo fue ignorado. Georgie no estaba acostumbrada a que no le hicieran la pelota y volvió a intentarlo-. Soy Georgie.
– ¡Como si no lo supiera! -La joven siguió sin darse la vuelta-. Ésta es la bebida especial proteínica de Bram para el desayuno. Tú tendrás que prepararte lo que quieras tú misma.
La batidora se puso en marcha.
Georgie esperó hasta que el motor se apagó.
– ¿Y tú eres…?
– El ama de llaves. Chaz.
– ¿Que es el diminutivo de…?
– Chaz.
Georgie captó el mensaje. Chaz la odiaba y no quería hablar con ella. Sólo a Bram se le ocurriría tener un ama de llaves que pareciera salida de una película de Tim Burton. Georgie empezó a abrir armarios en busca de una taza. Cuando la encontró, se dirigió a la cafetera.
Chaz se volvió hacia ella.
– Éste es el café especial de Bram. Es sólo para él. -Tenía cejas espesas y oscuras, y en una llevaba un piercing. Sus facciones eran pequeñas, afiladas y hostiles-. El café normal está en ese armario.
– Estoy segura de que a Bram no le importará que beba una taza del suyo.
Georgie cogió la jarra de la cafetera último modelo.
– Sólo he hecho la cantidad suficiente para él.
– Pues a partir de ahora será mejor que hagas un poco más.
Georgie no hizo caso de los dardos envenenados de los que era blanco, cogió una manzana de una fuente mexicana de Talavera y se la llevó, junto con el café, al porche trasero.
Se bebió la mitad del delicioso café, y comprobó si tenía mensajes en el móvil. Lance había vuelto a telefonearle, en esta ocasión desde Tailandia.
«Georgie, ¿te has vuelto loca? Devuélveme la llamada en cuanto oigas este mensaje.»
Ella borró el mensaje y, a continuación, telefoneó a su publicista y a su abogado. Sus evasivas acerca de lo que había ocurrido durante el fin de semana los estaban volviendo locos, pero ella no pensaba contarle la verdad a nadie, ni siquiera a las personas en que teóricamente debía confiar. Utilizó con ellos el mismo argumento que el día anterior con su asistente personal, cuando le indicó que recogiera sus cosas: «No puedo creer que precisamente tú no supieras que Bram y yo estábamos saliendo. Hicimos lo posible por mantenerlo en secreto, pero tú sueles leer en mí como en un libro abierto.»
Al final reunió el coraje necesario para telefonear a Sasha. Le preguntó acerca del incendio, pero ella cambió de tema.
– Me estoy ocupando de él. Ahora explícame qué está pasando de verdad, no la chorrada que me contó April acerca de que tú y Míster Sexy os pusisteis nostálgicos viendo una reposición de Skip y Scooter.
– Ésa es mi explicación y todos nos ajustaremos a ella, ¿de acuerdo?
– Pero…
– Por favor.
Al final, Sasha cedió.
– De momento no insistiré, pero la próxima vez que vaya a Los Ángeles tendremos una larga charla. Por desgracia, tengo que quedarme en Chicago durante un tiempo.
Georgie siempre esperaba con ilusión las visitas de Sasha, pero en esta ocasión se sintió más que feliz de posponer lo que sabía que constituiría un tenso interrogatorio.
No se molestó en telefonear a su agente. Su padre se encargaría de Laura. Intentar conseguir el cariño de su padre era como esforzarse en una rueda de hámster. No importaba lo deprisa que corriera: nunca se acercaba al objetivo. Algún día dejaría de intentarlo. En cuanto a lo de contarle la verdad… por el momento, no. Nunca.
Bram salió al porche bebiendo los restos de algo rosa, espeso y espumoso. Mientras Georgie se fijaba en la forma en que su camiseta marcaba unos músculos que a ella no le resultaban nada familiares, decidió que prefería su anterior aspecto de heroinómano. Al menos aquello lo entendía. Vio cómo un trozo de fresa desaparecía en la boca de Bram. Ella también quería un batido rosa y espumoso para desayunar. Claro que también quería muchas cosas que no podía tener: un matrimonio fantástico, hijos, una relación saludable con su padre, y una carrera que mejorara con el tiempo. Pero en aquel momento se conformaría con un buen plan para hacer creer al público que se había enamorado otra vez.
– Las vacaciones han tocado a su fin, Skipper. -Ella se levantó de la silla-. El fin de semana ha terminado y la prensa exige respuestas. Como mínimo, hemos de planificar los próximos días. Lo primero que tenemos que hacer es…
– No hagas enfadarse a Chaz.
Bram se limpió una burbuja de espuma rosa de la comisura de los labios.
– ¿Yo? Esa chica es una máquina de cabrear parlante.
– También es la mejor ama de llaves que he tenido nunca.
– Por su aspecto, parece que tenga dieciocho años. ¿Quién tiene un ama de llaves tan joven?
– Tiene veinte años. Y yo tengo un ama de llaves tan joven. Déjala tranquila.
– Si voy a vivir aquí, va a resultar un poco difícil.
– Te lo dejaré bien claro: si tengo que elegir entre tú y Chaz, ella gana de lejos.
Bram y su vaso vacío desaparecieron en el interior de la casa.
Se acostaban juntos. Eso explicaría la hostilidad de Chaz. No parecía su tipo, pero ¿qué sabía ella sobre los gustos actuales de Bram? Nada en absoluto, y tenía la intención de que siguiera de esa manera.
Aaron Wiggins, su asistente personal, llegó media hora más tarde. Georgie mantuvo la puerta abierta para que pudiera entrar con su maleta más grande y algunos conjuntos colgados en perchas.
– Ahí fuera hay una auténtica zona de guerra -declaró Aaron con el entusiasmo de un chico de veintiséis años que sigue obsesionado con los videojuegos-. Los paparazzi, una cadena de noticias… Y creo que he visto a aquella tía de la cadena E!
– Estupendo -ironizó Georgie.
Aaron era su asistente personal desde que el anterior se pasara al campo de Lance y Jade. Aaron era casi tan ancho como alto, debía de pesar ciento treinta kilos y apenas alcanzaba el metro ochenta. Su pelo áspero y castaño enmarcaba una cara gordinflona adornada con unas gafas enormes y estrafalarias, una nariz larga y una boca pequeña y dulce.
– Mañana por la mañana empaquetaré el resto de tu ropa -explicó-. ¿Dónde quieres que deje todo esto?
– Arriba. El armario de Bram está lleno, así que he convertido el dormitorio contiguo en mi vestidor.
Cuando llegaron al final de las escaleras, Aaron resollaba y su bolso negro se había deslizado hasta el ángulo de su codo. Georgie deseaba que se cuidara más, pero él no hacía caso de sus indirectas. Cuando pasaron por el dormitorio de Bram, Aaron echó un vistazo al interior y se detuvo.
– Precioso. -Se refería al equipo de sonido, no a la decoración-. ¿Te importa si dejo tu ropa en tu vestidor y vengo a darle una ojeada? -preguntó.
Sabiendo cuánto le gustaban los aparatos, Georgie no pudo negarse. Aaron dejó la ropa y la maleta en la habitación contigua y regresó a examinar el equipo electrónico.
– ¡Increíble!
– ¿Quieres celebrar una fiesta, guapo? -preguntó una voz sedosa desde la puerta.
Aaron reaccionó soltando un extraño soplido.
– Soy Aaron, el asistente personal de Georgie.
Bram arqueó una de sus cejas perfectas mientras miraba a Georgie. Los asistentes personales solían ser mujeres jóvenes y guapas u hombres gays muy bien vestidos. Aaron no encajaba en ninguna de esas categorías. Georgie estuvo a punto de no contratarlo a pesar de que su padre se lo había recomendado. Sin embargo, durante la entrevista, la alarma contra incendios de su casa se disparó y Aaron arregló el problema con tanta facilidad que ella decidió concederle una oportunidad. Aaron resultó ser alegre, listo, muy bien organizado y no tener manías acerca de las tareas que ella le encargaba. Además, su autoestima era tan baja como su habilidad para el arte dramático y nunca le pedía favores, como que consiguiera que lo admitieran en un club o un restaurante de moda, cosas que su anterior asistente daba por sentadas.
Muchos chicos como Aaron se habían mudado a Los Ángeles desde sus ciudades del Medio Oeste soñando con realizar efectos especiales en Hollywood, pero enseguida descubrían que conseguir un trabajo en ese campo no era una tarea tan fácil. Ahora Aaron trabajaba de asistente personal para Georgie y se encargaba de su página Web. En su tiempo libre, jugaba a los videojuegos y engullía comida basura.
Aaron estrechó la mano de Bram y señaló el equipo de sonido, alojado en el interior de un mueble toscamente labrado cuyas puertas parecían proceder de una misión española.
– He leído cosas sobre equipos como ése. ¿Desde cuándo lo tienes?
– Lo compré el año pasado. ¿Quieres probarlo?
Mientras Aaron escudriñaba el equipo, Georgie examinó la habitación vacía que había en un recodo del pasillo, donde había decidido instalar su estudio. Al final, Aaron se reunió con ella y juntos decidieron qué muebles necesitaría para guardar sus cosas. Después de hacer planes para dejar su casa de alquiler y redactar un borrador de carta para sus fans de la Web, Georgie le dijo que cancelara las reuniones y citas a las que pensaba asistir antes de tomarse los seis meses de vacaciones.
Había pensado viajar por Europa, evitando las grandes ciudades y conduciendo por las zonas rurales. Se había imaginado visitando pueblos, paseando por viejos caminos y quizás, sólo quizás, encontrándose a sí misma. Pero su viaje de autodescubrimiento había tomado un desvío mucho más peligroso.
– Ahora entiendo por qué te tomas seis meses de descanso -comentó Aaron-. Buen plan. Al no tener nada en tu agenda, podrás disfrutar de una larga luna de miel.
¡Sí, una luna de miel estupenda!
Para su luna de miel, ella y Lance habían alquilado una casa de campo en la Toscana que daba a un olivar. Después de unos días, Lance se puso nervioso, pero a ella le encantó aquel lugar.
Georgie apenas había pensado en su ex marido en toda la mañana, lo que constituía todo un récord. Cuando Aaron se disponía a irse, Chaz pasó por el vestíbulo y Georgie los presentó.
– Éste es Aaron Wiggins, mi asistente personal. Aaron, Chaz es el ama de llaves de Bram.
Chaz deslizó sus ojos pintados con raya negra del cabello áspero de Aaron a los tensos ojales de su camisa de cuadros y de allí a su abultada barriga y sus deportivas negras. Torció el gesto y dijo:
– Mantente alejado de la nevera, ¿vale? Está fuera de tu jurisdicción.
Aaron enrojeció y Georgie sintió deseos de abofetear a la chica. «Si tengo que elegir entre tú y Chaz, ella gana de lejos.»
– Mientras Aaron trabaje para mí -declaró entonces-, tendrá libre acceso a todas las zonas de la casa. Confío en que le harás sentirse cómodo.
– Os deseo suerte -repuso Chaz y se alejó altiva con la regadera que llevaba en la mano.
– ¿Qué le pasa? -preguntó Aaron.
– Le cuesta un poco adaptarse a la idea de que Bram está casado. No le hagas caso.
Era un buen consejo, pero a Georgie le costó imaginarse al bueno de Aaron aguantando el tipo frente aquella ama de llaves de veinte años y lengua viperina.
Cuando Aaron se marchó, Georgie salió al jardín en busca de Bram. Tenían que hacer planes y él ya le había dado demasiadas largas. Georgie siguió el sonido de agua borboteante hasta una piscina pequeña de contorno irregular situada en un rincón recogido detrás de un roble y unos arbustos. En un extremo de la piscina, el agua de una cascada de un metro de altura caía sobre unas piedras negras y brillantes otorgando al rincón un aire de recogimiento.
Georgie siguió caminando y, al final, encontró a Bram encerrado en su despacho. Estaba otra vez hablando por teléfono. Cuando ella sacudió la manecilla de la puerta, él le dio la espalda. Georgie intentó escuchar la conversación a través del cristal, pero no lo logró. Él colgó y se puso a teclear en el ordenador. Georgie no conseguía imaginar qué hacía Bram con un ordenador. Y, ahora que lo pensaba, ¿qué hacía fuera de la cama antes de las cuatro de la tarde?
– ¡Déjame entrar!
– ¡No puedo! -gritó él sin dejar de teclear-. Estoy ocupado buscando formas de gastarme tu dinero.
En vez de enfadarse, Georgie se puso a cantar Your Body Is a Wonderland y a tamborilear en los cristales, hasta que Bram no pudo aguantarlo más y se levantó para abrirle la puerta.
– Será mejor que no me entretengas mucho, las prostitutas que he contratado llegarán en cinco minutos.
– Gracias por decírmelo. -Entró en el despacho y señaló el ordenador con un gesto de la cabeza-. Mientras tú babeabas contemplando imágenes de animadoras desnudas yo he estado trabajando en nuestra reaparición en el mundo. Quizá quieras tomar notas. -Se sentó en el cómodo sofá marrón, debajo de Marlon Brando, y cruzó las piernas-. Tú tienes una página Web, ¿no? He escrito una carta en nombre de los dos para nuestros fans.
Cuando Bram apoyó los codos en el escritorio, Georgie perdió el hilo. Skip tenía un escritorio, pero Bram no. Skip también tenía una buena educación, una finalidad en la vida y una firme moralidad.
Volvió a la realidad.
– Aaron nos ha reservado mesa para cenar mañana en Mr. Chow. Será un auténtico zoo, pero creo que es la manera más rápida de que…
– ¿Una carta a nuestros fans y una cena en Mr. Chow? Eso sí que es pensar. ¿Y qué más se te ha ocurrido?
– Una comida en el Chateau el miércoles y una cena en Il Sole el jueves. Dentro de dos semanas hay un importante acto benéfico para ayudar a los enfermos de Alzheimer. Después se celebrará un baile para recaudar fondos para obras benéficas. Comemos, sonreímos y posamos.
– Nada de bailes. Ni uno.
– Siento oír eso. ¿Te lo ha prohibido el médico?
La sonrisa de Bram se curvó como la cola de una serpiente por encima de sus brillantes dientes blancos.
– Me lo pasaré de miedo gastándome los cincuenta mil pavos que me pagarás cada mes por aguantarte.
Era un desvergonzado. Georgie le contempló apoyar los pies en el borde del escritorio.
– ¿Eso es todo? -preguntó Bram-. ¿Ése es tu plan para aparecer en primera plana? ¿Que salgamos a comer?
– Supongo que podríamos seguir tu ejemplo y hacer que nos detuvieran por conducir borrachos, pero sería un poco borde, ¿no te parece?
– Muy graciosa. -Bram bajó los pies al suelo-. Celebraremos una fiesta.
Georgie casi se estaba divirtiendo, pero al oír su propuesta lo miró con recelo.
– ¿Qué clase de fiesta?
– Una cara y multitudinaria para celebrar que nos hemos casado, ¿qué demonios creías? Dentro de seis semanas. Dos meses, quizá. Lo suficiente para enviar las invitaciones y crear expectación, pero no tanto como para que el público pierda el interés por nuestra bonita historia de amor. ¿Por qué me miras así?
– ¿Se te ha ocurrido a ti solito?
– Estando borracho suelo ser bastante creativo.
– Tú odias todo lo que sea formal. Solías presentarte descalzo en las fiestas de la cadena. -Y con un aire de chico tan malo y atractivo que todas las invitadas a las fiestas lo deseaban.
– Prometo ponerme los zapatos. Tú haz que tu chico encuentre a un buen organizador de fiestas. El tema es obvio.
Georgie descruzó las piernas.
– ¿Qué quieres decir con que es obvio? A mí no me lo parece.
– Eso te pasa porque no bebes lo suficiente para pensar creativamente.
– Ilumíname.
– Skip y Scooter, desde luego. ¿Qué si no?
Georgie se levantó del sofá.
– ¿El tema será Skip y Scooter? ¿Estás loco?
– Pediremos a la gente que vaya disfrazada. Ya sea de los Scofield o de los criados. Arriba y abajo.
– Estás bromeando.
– Le pediremos al pastelero que ponga una pareja de esos estúpidos muñequitos de Skip y Scooter encima del pastel.
– ¿Unos muñequitos?
– Y le diremos a la florista que utilice aquellas flores azules como-se-llamen que salían en la pantalla de los créditos iniciales. Y también una reproducción en miniatura de la mansión en caramelo como regalito sorpresa para los invitados. Ese tipo de porquería.
– ¿Te has vuelto loco?
– Hay que darle a la gente lo que quiere, Georgie. Es la primera regla de los negocios. Me sorprende que una ricachona como tú no lo sepa.
Ella lo miró fijamente y él le sonrió con una expresión inocente que no encajaba con su cara de ángel caído. Y entonces ella lo entendió todo.
– ¡Oh, Dios mío, hablabas en serio cuando comentaste lo del espectáculo de reencuentro de Skip y Scooter!
Bram sonrió ampliamente.
– Creo que deberíamos poner el escudo de armas de los Scofield en los menús. Y el lema de la familia… ¿Cómo demonios era? ¿Avaricia para siempre?
– ¡Es verdad que quieres que se celebre un espectáculo de reencuentro! -Georgie se dejó caer en el sofá-. No fue sólo el dinero lo que te llevó a aceptar este matrimonio.
– Yo no estaría tan seguro.
– Además del dinero, quieres un espectáculo de reencuentro.
La silla del escritorio crujió mientras Bram se reclinaba.
– Nuestra fiesta será más divertida que la cursi recepción que diste cuando te casaste con el Perdedor. ¡Por favor, dime que no es verdad que te fuiste de la iglesia en un carruaje tirado por seis caballos blancos!
Lo del carruaje había sido idea de Lance, y ella se sintió como una princesa. Pero ahora su príncipe se había escapado con la bruja malvada y Georgie se había casado por accidente con el lobo malo.
– No pienso celebrar un espectáculo de reencuentro de Skip y Scooter -declaró-. Me he pasado ocho años intentando escapar de la sombra de Scooter y no pienso recaer en lo mismo.
– Si de verdad hubieras querido escapar de la sombra de Scooter, no habrías rodado todas esas lamentables comedias románticas.
– No hay nada malo en las comedias románticas.
– Pero sí que lo hay en las comedias románticas malas. Y no se puede decir que las tuyas fueran Pretty Woman ni Jerry Maguire, cariño.
– Yo odiaba Pretty Woman.
– Pues la audiencia no. Por otro lado, el público sí que odió Gente guapa y Verano en la ciudad. Y no he oído nada bueno acerca del proyecto que acabas de terminar.
– Es tu carrera la que está en el retrete, no la mía. -Lo que sólo era parcialmente cierto, pues Concurso de baile no se emitiría hasta el invierno siguiente-. No conseguirás arrastrarme al fango contigo.
Sonó el teléfono del escritorio. Bram miró la pantalla y contestó.
– ¿Sí?… De acuerdo… -Colgó y rodeó el escritorio con la copa en la mano-. Era Chaz. Arréglate el maquillaje. Ha llegado la hora de lucirse ante la prensa.
– ¿Desde cuándo te preocupa lucirte ante alguien que no sea una mujer tonta?
– Desde que me he convertido en un respetable hombre casado. Nos vemos en la puerta principal dentro de quince minutos. No olvides aplicarte el pintalabios que no mancha.
– No te preocupes, lo recordaré. -Se levantó del sofá y pasó junto a él-. ¡Ah, y todo aquel rollo que me soltaste acerca de la carta del poder! Todo un ejemplo de autoengaño…
Georgie hizo un gesto despectivo con la mano y se dirigió hacia la casa.
Cuando terminó de retocarse el maquillaje, ahuecarse el pelo con los dedos y ponerse un vestido verde menta de encaje de Marc Jacobs, percibió un aroma a algo recién horneado que subía por las escaleras. El estómago le crujió. No recordaba la última vez que había tenido tanta hambre. Bram la estaba esperando en el vestíbulo con Chaz, quien lo miraba como si fuese el Rey Sol.
Georgie se puso al lado de su marido y él le rodeó los hombros.
– Chaz, asegúrate de que Georgie tiene todo lo que necesita.
La chica respondió con una amabilidad que podía convencer a Bram, pero que Georgie no se tragó ni por un instante.
– Sea lo que sea lo que necesites, sólo tienes que pedírmelo, Georgie.
– Gracias. De hecho, hoy apenas he comido nada y no me importaría…
– Luego, cariño. Ahora tenemos trabajo. -Bram la besó en la frente y se volvió para coger una de las dos bandejas llenas de galletas caseras que Chaz sostenía-. Chaz ha cocinado estas galletas para nuestros amigos de la prensa. -Le entregó la bandeja a Georgie y cogió la otra-. Se las ofreceremos y posaremos para las fotos.
Lo que más les gustaba a los de la prensa era la comida gratis. La idea era fantástica y Georgie deseó que se le hubiera ocurrido a ella. Bram abrió la puerta y la dejó pasar primero.
– Hasta que coloquen la verja, he contratado un servicio de seguridad -dijo-. Estoy seguro de que no te importará pagar tu parte de la factura.
– ¿Y cuál es mi parte?
– Toda. Es lo justo, ¿no crees?, ya que yo te proporciono un techo.
– Si al menos incluyeras algo de comida debajo de ese techo…
– ¿No puedes pensar en otra cosa que no sea comer?
– En este momento no.
Georgie cogió una galleta de su bandeja y le dio un buen mordisco. Todavía estaba caliente… y deliciosa.
– No hay tiempo para esto. -Bram le quitó el resto de galleta y se lo metió en la boca-. ¡Joder, qué buenas están! Chaz cocina cada día mejor.
Georgie vio cómo la galleta le bajaba por el gaznate. Durante un año, todo el mundo la había presionado para que comiera, y ahora que tenía hambre él le quitaba la comida. Eso le provocó aún más hambre.
– ¡Pues yo no tengo modo de saberlo!
El final del camino que conducía a la casa apareció a la vista, y también los fornidos guardas de seguridad que había allí apostados. Varias docenas de paparazzi y algunos miembros de la prensa legítima se agolpaban ruidosamente en la calle. Georgie los saludó alegremente con la mano. Bram se la cogió y, con los dedos entrelazados y las galletas, se dirigieron hacia allí. Los paparazzi empezaron a «soltarles manguerazos», un término desagradable que describía la agresiva toma de fotografías a los famosos.
– ¡Si jugáis limpio, posaremos para vosotros! -gritó Bram-. Pero si alguien se acerca demasiado a Georgie, nos largaremos. Lo digo en serio. Que nadie se acerque a ella.
Georgie se emocionó, pero se acordó de que Bram estaba representando el papel de esposo protector y enseguida regresó al mundo de la cordura.
– ¡Nosotros siempre jugamos limpio, Bram! -gritó una reportera por encima del barullo.
A continuación empezaron a dispararles preguntas incluso antes de que Bram pasara las bandejas a los guardias de seguridad para que repartieran las galletas. ¿Cuándo se habían enamorado? ¿Dónde? ¿Por qué ahora, después de tantos años? ¿Qué había sido de su mutuo resentimiento? Una pregunta seguía a la otra.
– Georgia, ¿te has casado por despecho a Lance?
– Todo el mundo dice que estás anoréxica. ¿Es cierto?
Ambos eran auténticos profesionales manejando a la prensa y sólo contestaron las preguntas que quisieron.
– ¡La gente opina que todo esto es un ardid publicitario! -exclamó Mel Duffy.
– Uno finge una cita por publicidad -replicó Bram-, pero no se casa. De todas maneras, la gente puede opinar lo que quiera.
– Georgie, se rumorea que estás embarazada.
– ¿De verdad? -El comentario le dolió, pero se hizo la graciosa y se dio unos golpecitos en la barriga-. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
– Georgie no está embarazada -explicó Bram-. Cuando lo esté, os lo comunicaremos.
– ¿Vais a viajar a algún lugar de luna de miel? -preguntó un reportero con acento británico.
Bram acarició la espalda de su esposa.
– Cuando llegue el momento.
– ¿Habéis decidido adónde iréis?
– A Maui -contestó él.
– A Haití -contestó ella.
Se miraron y ella se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
– Bram y yo queremos utilizar toda esta locura de medios para llamar la atención sobre la difícil situación de la gente pobre.
No estaba muy informada acerca de Haití, pero sí sabía que en aquel país había pobreza y, además, estaba mucho más cerca que Tailandia y Filipinas, que era donde Lance y Jade estaban realizando sus buenas obras.
– Como veis, todavía lo estamos decidiendo -comentó Bram.
Y sin más abrazó a Georgie y le dio el apasionado beso que la prensa estaba esperando. Ella realizó todos los movimientos de respuesta adecuados, pero estaba cansada, hambrienta y atrapada en los brazos de su enemigo más ancestral.
Al final se separaron y Bram se dirigió a los reporteros mientras miraba a Georgie con el ardor de un amante.
– Estamos encantados de que os quedéis por aquí, pero os aseguro que esta noche no iremos a ninguna parte.
Georgie intentó ruborizarse, pero era pedir demasiado. ¿Algún día conseguiría saber qué había pasado en aquella habitación de hotel en Las Vegas? No había visto ninguna prueba de que hubieran hecho el amor, pero los dos estaban desnudos, lo que, en su opinión, era una prueba bastante fiable.
Cuando se volvieron para regresar a la casa, Bram deslizó la mano hasta el trasero de Georgie a beneficio de los mirones.
– Precioso -declaró Bram.
El dolor que Georgie había intentado atenuar con tanto ahínco salió a la superficie.
– Nunca te he perdonado lo que sucedió en aquel yate. Y nunca te lo perdonaré.
Bram apartó la mano.
– Había bebido. Sé que no actué exactamente como un amante romántico, pero…
– Lo que hiciste estuvo a un paso de ser una violación.
Él se detuvo en seco.
– Qué ridiculez dices. Yo nunca he forzado a una mujer, y desde luego no te forcé a ti.
– No me forzaste físicamente, pero…
– Estabas enamorada de mí. Todo el mundo lo sabía. Y te lanzaste a mis brazos desde el principio.
– Ni siquiera te tumbaste en la cama conmigo -contestó ella-. Me levantaste la falda y te serviste tú mismo.
– Lo único que tenías que hacer era decirme que no.
– Y después te marchaste. Nada más acabar.
– Yo nunca me habría enamorado de ti, Georgie. Había hecho todo lo posible para que lo comprendieras, pero tú no quisiste entenderlo. Al menos, aquel día te quedó claro.
– ¡No te atrevas a insinuar que me hiciste un favor! Tú querías aliviarte y yo estaba a mano. Te aprovechaste de una niña tonta que creía que eras romántico y misterioso cuando, en realidad, no eras más que un gilipollas egoísta y egocéntrico. Tú y yo somos enemigos. Lo éramos entonces y seguimos siéndolo.
– Por mí, bien.
Mientras Bram se alejaba hecho una furia, Georgie se dijo que le había dicho exactamente lo que necesitaba decirle. Pero nada podía cambiar el pasado, y ella no se sentía mejor.