Capítulo 11

Georgie gritó con tanta suavidad como pudo, y con su voz más amigable y tranquilizante.

– Mmm… ¿Rory? Por favor, no dispares.

Rory se volvió hacia el muro y su pelo rubio ondeó a su alrededor.

– ¿Quién hay ahí?

– Soy Georgie York. Y el hombre que acabas de ver corriendo por tu jardín es Bram. Mi… esto… marido. Creo que tampoco deberías dispararle a él.

– ¿Georgie?

A Georgie, los dedos de los pies se le estaban volviendo insensibles en el interior de las Crocs y empezaba a resbalar del muro.

– Un fotógrafo se había subido a tu árbol para sacarnos unas fotos. Bram lo está persiguiendo. -Intentó aferrarse al borde del muro, pero los brazos le dolían-. Estoy… resbalando. Tengo que bajar.

– Creo que hay una puerta al final del muro.

Georgie bajó al suelo, haciéndose un rasguño en la otra espinilla.

– ¡Está por aquí, en algún lugar! -gritó Rory desde el otro lado del muro mientras Georgie tanteaba la pared de piedra-. La casa es propiedad del estudio y no hace mucho que vivo aquí.

Georgie encontró la puerta de madera, parcialmente escondida detrás de unos matorrales.

– ¡Ya la he encontrado, pero está atrancada!

– Yo empujaré desde este lado.

La puerta estaba atascada, pero al final cedió lo bastante para que Georgie se deslizara al otro lado. Rory la esperaba con el arma colgando entre los pliegues de su camisón. A pesar de que su pelo rubio y largo estaba enmarañado por el hecho de que acababa de despertarse, se la veía tranquila y calmada, como si enfrentarse a unos intrusos nocturnos fuera una cosa de cada día.

– ¿Qué ha pasado?

Georgie miró alrededor en busca de Bram, pero no estaba a la vista.

– Lo siento muchísimo. Bram y yo estábamos en el balcón cuando se ha disparado un flash. Un fotógrafo estaba escondido en ese árbol tan grande de tu jardín. Bram ha ido tras él. ¡Todo ha pasado tan deprisa!

– ¿Un fotógrafo se ha colado en mi casa para espiaros?

– Eso parece.

– ¿Quieres que llame a la policía?

Si Georgie fuera una ciudadana común, eso era exactamente lo que haría, pero ella no era una ciudadana común y la policía no era una opción para ella. Rory llegó a la misma conclusión.

– Estúpida pregunta.

– Tengo que… Será mejor que me asegure de que Bram no ha matado a nadie.

Georgie echó a caminar en la dirección en que Bram había desaparecido. Justo cuando llegaba a la piscina, lo vio aparecer por el otro extremo de la casa. Aparte de una ligera cojera y una expresión asesina, no parecía herido.

– El muy hijoputa se ha escapado.

– Podrías haberte matado saltando del tejado.

– No me importa. Esa cucaracha se ha pasado de la raya.

Justo entonces vio que Rory se acercaba a ellos, con el arma colgando de su costado como si fuera un bolso de Prada. Georgie no pudo evitar sentir envidia. Una mujer con la sangre fría de Rory Keene nunca se despertaría en un hotel de Las Vegas casada con su peor enemigo. Claro que las mujeres como Rory Keene controlaban sus vidas y no al contrario.

Bram se quedó helado. Rory no le hizo el menor caso.

– Mañana a primera hora telefonearé a mi agencia de seguridad, Georgie. Está claro que las luces no son suficientes para desanimar a los visitantes indeseados.

Bram fijó la mirada en la pistola.

– ¿Esa cosa está cargada?

– Pues claro.

Georgie se tragó un chiste acerca de los peligros de ser rubia e ir armada. Ni en broma parecía adecuado soltar un chiste a costa de una mujer tan expeditiva como Rory, sobre todo si acababan de despertarla a las tres de la madrugada.

– Parece una Glock -comentó él.

– Una treinta y uno.

El interés que Bram mostraba por la pistola produjo un escalofrío en Georgie.

– Tú no puedes tener una -terció-. Te exaltas con demasiada facilidad para ir armado.

Bram le dio una palmadita en la barbilla y ella sintió deseos de abofetearlo. Él le dio un beso rápido y formal que no podía ser más diferente del que se habían dado minutos antes.

– Me cuesta acostumbrarme a la idea de que te preocupes tanto por mí, cariño -declaró Bram-. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

– Hay una puerta.

Bram asintió con la cabeza.

– Casi lo había olvidado. Por lo visto, los propietarios originales de las fincas eran amigos.

Georgie se preguntó por qué Rory vivía en una casa alquilada por el estudio en lugar de una propia.

– Bram se olvidó de comentarme que vivías aquí.

Georgie deslizó la mano por la espalda de su marido. Un gesto que parecía afectuoso, salvo por el pellizco que le dio como represalia por la palmadita en la barbilla.

Él hizo una mueca.

– Sí que te lo mencioné, cariño. Supongo que con todo lo que nos ha ocurrido últimamente se te borró de la memoria. Además, éste no es el tipo de vecindario que predisponga a relacionarse con los vecinos.

Eso era cierto. Aquellas fincas caras y separadas por altos muros y puertas cerradas a cal y canto no creaban el ambiente ideal para celebrar fiestas de vecinos. Cuando vivía con Lance en el barrio de Brentwood, Georgie no había llegado a conocer a la estrella pop de los años noventa que vivía en la casa contigua.

Georgie deslizó la mirada hacia la Glock de Rory.

– Será mejor que te dejemos volver a la cama.

Rory se subió el tirante del camisón.

– Dudo que ninguno de nosotros consiga dormir mucho después de lo ocurrido.

– Tienes razón -comentó Bram-. ¿Por qué no vienes a casa? Prepararé café y calentaré unas galletas de canela caseras. Serás nuestra primera invitada oficial.

Georgie se lo quedó mirando. Era medianoche. ¿Había perdido la cabeza?

– Mejor en otra ocasión. Tengo que leer unas cosas. -Rory lo miró con frialdad y sorprendió a Georgie dándole un rápido abrazo-. Te telefonearé en cuanto haya hablado con la empresa de seguridad. -Se volvió de nuevo hacia Bram-. Sé bueno con ella. Y tú, Georgie, si necesitas ayuda, dímelo.

El falso buen humor de Bram desapareció.

– Si Georgie necesita ayuda, yo se la daré.

– Sí, claro, seguro -contestó Rory con tono irónico.

Y se alejó en dirección a la casa mientras los pliegues de su camisón ocultaban la pistola.

Bram esperó hasta estar en su lado del muro para hablar.

– Si la prensa amarilla publica alguna de esas imágenes, iremos contra ellos.

– Probablemente no las publicarán -contestó Georgie-. Al menos aquí no. Pero en Europa hay un gran mercado, y después aparecerán en Internet. No podremos hacer nada al respecto.

– Los demandaremos.

– Nuestro matrimonio se habrá acabado mucho antes de que el juicio se celebre.

– Entonces, ¿qué sugieres? ¿Que nos olvidemos del asunto? ¿Lo que ha ocurrido no te preocupa?

La verdad era que estaba como atontada.

– Me revienta -contestó.

Cruzaron el jardín posterior de la casa en silencio. Georgie pensó que no tenía por qué sentirse alterada. Las fotografías aportarían autenticidad a su falso matrimonio. Sin embargo, en el fondo se sentía casi tan violentada como el día en que los paparazzi la fotografiaron mirando la ecografía de Jade.

– Me voy a la cama -declaró cuando llegaron a la casa-. Sola.

– Tú te lo pierdes.

Estaba subiendo las escaleras cuando una interesante pieza del rompecabezas que constituía Bram Shepard encajó en su lugar.

– Rory tiene algo que ver con tu proyecto del espectáculo de reencuentro, ¿no? Por eso le hacías la pelota en el Ivy hace quince días. Y la embarazosa invitación a tomar galletas de canela…

– Tía, yo le hago la pelota a todo el que pueda proporcionarme un papel decente.

– Es patético, pero debo reconocer que resulta altamente gratificante verte de rodillas.

– Cualquier cosa con tal de progresar -declaró él restándole importancia.


Bram no podía dormir, así que se dirigió a la piscina. Su vida se había vuelto muy complicada, pensó mientras se desnudaba y se sumergía en el agua. Esperaba que aquel estúpido matrimonio le facilitara las cosas, pero no había tenido en cuenta la actitud protectora de Rory respecto a Georgie.

Se volvió cara arriba y flotó en el agua. Cada vez que intentaba salir del pozo en que había caído, otro hundimiento amenazaba con volver a enterrarlo. Georgie creía que se trataba sólo de una cuestión de dinero, pero ella no sabía que lo que más necesitaba Bram era respetabilidad. Y él no quería que ella lo supiera. Quería que Georgie siguiera viéndolo como el cabrón que siempre había sido. Su vida era sólo suya y no dejaría que ella entrara en ninguna área realmente importante.

No siempre había sido un solitario. Crecer sin una familia de verdad lo había empujado a crear para sí mismo una familia artificial con los colegas que, a la larga, lo habían dejado de lado. Bram creía que eran amigos suyos, pero ellos lo habían utilizado. Se habían gastado su dinero, habían explotado sus contactos y después le habían tendido una trampa con la maldita cinta erótica. Lección aprendida. Intentar ser el mejor implicaba ir solo.

Georgie no utilizaba a las personas, pero aun así no quería que ella hurgara en su psique intentando averiguar hasta qué punto necesitaba crear una vida nueva para sí mismo. Georgie lo conocía desde hacía mucho tiempo y veía demasiado. Además, resultaba peligrosamente fácil hablar con ella. Pero Bram no soportaba la idea de que lo viera fracasar, algo que cada día era más probable.

Georgie le resultaba útil para mejorar su reputación y tener sexo. Y, aunque se moría de ganas de acelerar este segundo aspecto, su desagradable comportamiento de la noche del yate implicaba que tenía que concederle todo el tiempo que ella necesitara… y después atraerla hacia él.


Pasaron cuatro días. Justo cuando Georgie empezaba a confiar en que las fotografías del balcón no saldrían a la luz, aparecieron en un periódico sensacionalista del Reino Unido. Y después estaban en todas partes. Sin embargo, en lugar de reflejar un encuentro entre amantes, las borrosas imágenes parecían mostrar una acalorada discusión entre ambos. En la primera, Georgie tenía la mano apoyada en la cadera denotando una actitud beligerante. En la siguiente tenía la cara hundida en las manos, de cuando se había sentido avergonzada por su plan egoísta de ir a Haití. Sin embargo, hasta el observador menos crítico interpretaría que estaba llorando debido a la discusión. La siguiente imagen mostraba a Bram sosteniéndola por los hombros. Se trataba de un gesto de consuelo, pero la imprecisa imagen hacía que su postura pareciera amenazadora. Por fin, la última, la más borrosa, mostraba su íntimo beso. Por desgracia, resultaba imposible discernir si Bram la estaba besando o zarandeando.

Se desató un auténtico infierno.

– ¡No puedo creer que esos cabrones queden impunes después de soltar esta basura! -exclamó Bram.

Intentó atrapar una mosca que tuvo la temeridad de aterrizar al lado de su taza de café. En el pasado, Bram era un experto haciendo caso omiso de la publicidad adversa, pero ahora quería sangre, la del fotógrafo y la de quienes habían editado las imágenes, desde el periódico inicial a las páginas de cotilleo de Internet.

– ¡Si al menos pudiera ponerle las manos encima a uno de ellos…!

– Si te vas a poner violento, a mí no me mires -declaró Georgie-. Por una vez, estoy de tu lado.

Estaban sentados en la terraza del Urth Caffé, en Melrose, bebiendo un café orgánico. Habían transcurrido siete días desde que las fotografías aparecieran. Los paparazzi y mirones estaban apostados en la acera, y el resto de los clientes de la cafetería observaban sin disimulo a los recién casados más famosos del mundo.

Todo lo que Georgie había esperado conseguir con aquel matrimonio se estaba volviendo en su contra. Todas sus amigas le habían telefoneado, salvo Meg, que seguía «desaparecida en combate». Georgie había conseguido evitar que April y Sasha viajaran a Los Ángeles para verla. En cuanto a su padre, se había presentado en casa de Bram hecho una furia y había amenazado con matarlo. Georgie no había conseguido convencerlo de lo que había ocurrido en realidad y su oposición a su matrimonio se había agudizado. ¡Pues sí que se estaba luciendo con su propósito de hacerse cargo de su vida! Su autoconfianza estaba más frágil que nunca.

– ¿Quieres hacer el favor de sonreírme?

La mandíbula encajada de Bram hacía que su sonrisa resultara difícil de creer, pero Georgie se portó bien y se inclinó para besarle la tensa comisura de los labios.

Desde la noche del balcón, once días antes, no se habían dado ningún beso, pero ella había pensado en el de aquella noche más de lo que querría. Bram podía desagradarle como persona, pero, por lo visto, su cuerpo era otra cosa, porque el único placer que había experimentado durante toda la semana había sido verlo por ahí sin camiseta, o incluso con ella, como en aquel momento.

– ¡Y esto es una cita, mierda! Nuestra quinta cita de esta semana.

– Chorradas -dijo ella sin dejar de sonreír-. Esto son negocios. Control de daños, como las otras salidas. Te lo dije, no será una cita hasta que los dos lo estemos pasando bien y, por si no lo habías notado, los dos estamos fatal.

Bram apretó la mandíbula.

– Quizá podrías poner algo más de empeño.

Georgie mojó su segundo biscote en el café y lo mordisqueó con desgana. Al menos había ganado unos kilos de peso, pero eso no compensaba el hecho de que estuviera atrapada en una situación imposible, con la prensa acosándola… y con un hombre que exudaba testosterona.

Él dejó su taza de café sobre la mesa.

– La gente cree que las fotografías no mienten.

– Pues ésas sí que lo hacen.

Los titulares ponían:

«¡Fin del matrimonio! Próxima parada: Separación.»

«Georgie, de nuevo con el corazón roto.»

«Ultimátum de Georgie a Bram: ¡Apúntate a rehabilitación!»

Incluso la antigua cinta de sexo de Bram había vuelto a salir a la luz.

Ellos habían intentado reparar los daños apareciendo a diario en los lugares frecuentados por los paparazzi. Habían comprado muffins en la panadería City, en Brentwood, habían comido en el Chateau, habían vuelto al Ivy y también se habían dejado ver en el Nobu, el Polo Lounge y Mr. Chow. Dedicaron dos noches a ir de club en club, lo que hizo que Georgie se sintiera vieja y todavía más deprimida. Aquella mañana habían ido de compras a la tienda de objetos para casa de Armani, en Robertson, y a Fred Segal, en Melrose; después, se detuvieron en una tienda de moda donde compraron varias camisetas espantosas a juego que se pondrían, única y exclusivamente, en público.

Sólo se habían arriesgado a salir por separado en contadas ocasiones. Bram se escapó para asistir a un par de reuniones misteriosas. Georgie acudió a unas clases de baile, salió a correr una mañana temprano y envió un sustancioso cheque anónimo para participar en la compra de comida de un programa de ayuda a los pobres de Haití. De todas formas, la mayoría de las veces tenían que ir juntos a todas partes. Por sugerencia de Bram, ella utilizaba el truco favorito de los famosos ávidos de publicidad, que consistía en cambiarse de ropa varias veces al día, pues cada nuevo conjunto significaba que la prensa amarilla compraba una nueva foto. Después de pasar el último año intentando evitar la atención pública, su actual situación implicaba una ironía que a ella no se le escapaba.

Hasta entonces, el resto de los clientes de la cafetería se había contentado con mirarlos, pero de repente un joven con barbita de chivo y un Rolex falso se acercó a su mesa.

– ¿Podéis firmarme un autógrafo?

A Georgie no le importaba firmar autógrafos a los fans verdaderos, pero algo le dijo que aquél estaría a la venta en eBay a última hora de la tarde.

– Vuestra firma será suficiente -declaró el joven, confirmando las sospechas de Georgie.

Ella cogió el rotulador y el papel inmaculado que él le tendió.

– Me gustaría dedicártelo -declaró ella.

– No, no es necesario.

– Insisto.

Si un autógrafo estaba dedicado, perdía valor. El joven se percató de que Georgie lo había pillado y, tras realizar una mueca huraña, murmuró el nombre de Harry.

Georgie escribió: «Para Harry, con todo mi cariño.» En la línea siguiente escribió mal su apellido a propósito añadiendo una «e» a York, con lo que el autógrafo parecía falso. Bram, por su parte, garabateó «Miley Cyrus» en su papel.

El chico arrugó ambos papeles y se alejó ofendido mientras murmuraba:

– Gracias por nada.

Bram se reclinó en la silla y dijo:

– ¿Qué mierda de vida es ésta?

– Ahora mismo es la nuestra, y tenemos que sacarle el mejor partido.

– Hazme un favor y ahórrame la banda sonora de Annie.

– Eres muy negativo.

A continuación, Georgie se puso a tararear el estribillo de Tomorrow.

– Ya está bien. -Bram se puso de pie de golpe-. Larguémonos de aquí.

Caminaron por la acera cogidos de la mano, con el pelo rubio de Bram brillando al sol, el de Georgie pidiendo a gritos un corte y los paparazzi pisándoles los talones. El paseo duró un buen rato.

– ¿Tienes que pararte y hablar con todos los niños con que te cruzas? -gruñó Bram.

– Es una buena estrategia publicitaria. -Georgie no le confesó lo mucho que le gustaba hablar con los niños-. ¿Y quién eres tú para quejarte? ¿Cuántas veces he tenido que esperarte mientras flirteabas con otras mujeres?

– La última tenía, como poco, sesenta años.

También tenía un lunar enorme en la cara e iba muy mal maquillada, pero Bram alabó sus pendientes e incluso le lanzó una mirada seductora. Georgie se había dado cuenta de que Bram ignoraba con frecuencia a las mujeres más atractivas para detenerse y charlar con las más comunes. Durante unos instantes, les hacía sentirse bellas.

A Georgie le fastidiaba que Bram hiciera cosas buenas.

De todos modos, el mal humor de él le había levantado el ánimo y, cuando pasaron junto a una floristería, ella tiró de él hacia el interior de la tienda. El olor era muy agradable y las flores estaban maravillosamente dispuestas. La dependienta los dejó solos. Georgie observó con toda tranquilidad los ramos y, al final, eligió uno mixto de lirios, rosas y azucenas.

– Te toca pagar a ti.

– Siempre he sido un tío muy generoso.

– Luego me cargarás la factura a mí, ¿no?

– Triste pero cierto.

Antes de que llegaran a la caja, el móvil de Bram sonó. Él miró la pantalla y rechazó la llamada. Georgie se había percatado de que Bram hablaba mucho por teléfono, pero siempre donde ella no pudiera oírlo. Alargó el brazo antes de que él guardara el teléfono en el bolsillo.

– ¿Me lo dejas? Tengo que hacer una llamada y he olvidado el mío.

Bram se lo dio, pero en lugar de marcar un número, Georgie consultó la lista de últimas llamadas.

– Caitlin Carter. Ahora sé el apellido de tu amante.

Él le quitó el móvil.

– Deja de curiosear. Y ella no es mi amante.

– Entonces ¿por qué no hablas con ella delante de mí?

– Porque no quiero.

Bram se dirigió al mostrador con el ramo. Por el camino, se detuvo junto a un carro lleno de flores color pastel y Georgie admiró el contraste entre su masculina seguridad y las delicadas flores. Entonces volvió a experimentar aquella desconcertante excitación. Por la mañana, incluso se había inventado una excusa para hacer ejercicio con él sólo por el espectáculo.

Resultaba patético, pero comprensible. Incluso estaba un poco orgullosa de sí misma. A pesar del caos provocado por las fotografías, experimentaba un deseo sexual de lo más elemental, alejado incluso del afecto. Básicamente se había convertido en un tío.

Bram le dio el ramo para que saliera con él de la tienda. Habían tenido suerte encontrando un aparcamiento cerca, pero todavía tenían que atravesar la ruidosa aglomeración de reporteros que acechaban en la otra acera.

– ¡Bram! ¡Georgie! ¡Aquí!

– ¿Ya os habéis reconciliado?

– ¿Las flores de la enmienda, Bram?

– ¡Aquí, Georgie!

Bram apretó a Georgie contra su torso.

– Manteneos a distancia, chicos. Dejadnos espacio.

– Georgie, se comenta que has ido a ver a un abogado.

Bram dio un empujón a un fornido fotógrafo que se había acercado demasiado.

– ¡He dicho que os mantengáis a distancia!

De repente, Mel Duffy surgió de la multitud y los enfocó con su cámara.

– ¡Eh, Georgie! ¿Algún comentario acerca del aborto de Jade Gentry?

El obturador de su cámara se disparó.


Georgie sentía náuseas. De algún modo, su envidia había envenenado a aquel feto indefenso. Duffy les dijo que el aborto se había producido en Tailandia, aproximadamente dos semanas antes, pocos días después de su boda en Las Vegas, cuando Lance y Jade iban a reunirse con los miembros de una delegación especial de Naciones Unidas. Su publicista acababa de comunicar la noticia añadiendo que la pareja estaba destrozada, aunque los médicos les habían asegurado que no existía ningún impedimento para que tuvieran otro hijo. Todos los mensajes que Lance le había dejado en el teléfono…

Bram no dijo nada hasta que casi habían llegado a su casa. Entonces apagó la radio y miró a Georgie de reojo.

– No me digas que te lo estás tomando a pecho.

¿Qué clase de mujer sentía celos de un bebé inocente que ni siquiera había nacido?, pensó Georgie. El sentimiento de culpabilidad le revolvía el estómago.

– ¿Yo? Claro que no. Es triste, eso es todo. Como es lógico, me sabe mal por ellos.

Bram puso cara de comprender la verdad y ella apartó la mirada. Necesitaba un gigoló, no un psiquiatra. Se ajustó las gafas de sol.

– Nadie quiere que ocurra algo así. Es posible que desee no haberme alterado tanto cuando me enteré de que Jade estaba embarazada, pero ésta es una reacción natural.

– Lo que ha ocurrido no tiene nada que ver contigo.

– Ya lo sé.

– Tu mente lo sabe, pero el resto de tu persona se pone totalmente neurótica cuando se habla de algo relacionado con el Perdedor.

Georgie abandonó el autodominio.

– ¡Acaba de quedarse sin su bebé! Un bebé que yo no quería que naciera.

– ¡Lo sabía! Sabía que pensabas que, de algún modo, eras responsable de lo que ha sucedido. Sé fuerte, Georgie.

– ¿Crees que no lo soy? Estoy sobreviviendo a nuestro matrimonio, ¿no?

– Lo nuestro no es un matrimonio, sino una partida de ajedrez.

Bram tenía razón, y ella estaba harta de aquella farsa.

Realizaron el resto del trayecto en silencio, pero, después de aparcar en el garaje, Bram no bajó inmediatamente del coche sino que permaneció sentado, se quitó las gafas de sol y jugueteó con las patillas.

– Caitlin es la hija de Sarah Carter.

– ¿La novelista?

Georgie soltó la manecilla de la puerta.

– Murió hace tres años.

– Ya me acuerdo.

Teniendo en cuenta el pasado de Bram, Georgie creyó que Caitlin era una joven guapa y tonta, pero con una escritora del calibre de Sarah Carter como madre, eso era poco probable. Carter había escrito varias novelas de intriga y ninguna de ellas había tenido éxito. Después de su muerte, una editorial pequeña publicó La casa del árbol, una novela suya inédita. La novela fue dejando huella en el público y, a la larga, se había convertido en la obra estrella de los círculos literarios. A Georgie, como al resto del mundo, le encantó.

– Cuando la novela se publicó por primera vez, antes de que entrara en las listas de éxitos, Caitlin y yo estábamos saliendo -explicó Bram-. Caitlin me comentó que lo último que había escrito su madre antes de morir era el guión para la versión cinematográfica de La casa del árbol, y me dejó leerlo.

– ¿Sarah Carter en persona escribió el guión de la película?

– Y es jodidamente bueno. Dos horas después de haberlo leído, yo ya había conseguido la opción de la versión cinematográfica.

Georgie casi se atragantó.

– ¿Tú tienes la opción de realización del guión de La casa del árbol? ¿Tú?

– Estaba borracho y no me paré a pensar en qué me estaba metiendo.

Bram salió del coche con el mismo aspecto de tío bueno e inútil de siempre.

Georgie atravesó corriendo el garaje tras él.

– ¡Espera un segundo! ¿Me estás diciendo que conseguiste los derechos antes de que el libro se convirtiera en un superventas?

Él se dirigió hacia la casa.

– Estaba borracho y tuve suerte.

– Pues sí. ¿Y de cuánta suerte estamos hablando?

– De mucha. En estos momentos, Caitlin podría vender los derechos de realización por veinte veces más de lo que yo le pagué. Algo que no deja de recordarme continuamente.

Georgie se llevó la mano al pecho.

– Dame un minuto. No sé qué me cuesta más imaginarme, si a ti como productor o el hecho de que leyeras todo un guión de principio a fin.

Bram fue a la cocina.

– He madurado desde los días de Skip y Scooter.

– Eso lo dirás tú.

– No tuve que consultar casi ninguna de las palabras importantes en el diccionario.

Ella no esperaba que añadiera nada más y se sorprendió cuando él continuó:

– Por desgracia, estoy teniendo problemas para conseguir la financiación.

Georgie se detuvo de golpe.

– ¿Me estás diciendo que estás intentando en serio llevar adelante el proyecto?

– No tengo nada mejor que hacer.

Eso explicaba las misteriosas llamadas telefónicas, pero no por qué lo había mantenido tan en secreto. Él dejó las llaves del coche sobre la encimera de la cocina.

– La mala noticia es que mi opción expira antes de tres semanas y, si no consigo el dinero para entonces, Caitlin recuperará los derechos.

– Y será considerablemente más rica.

– A ella lo único que le importa es el dinero. Odiaba a su madre. Vendería los derechos de La casa del árbol a una productora de dibujos animados si le hicieran la mejor oferta.

Georgie nunca había comprado la opción de realización de una novela o un guión ya escrito, pero sabía cómo funcionaba el proceso. El titular de la opción, en aquel caso Bram, sólo disponía de cierto período de tiempo a fin de conseguir un respaldo financiero sólido para el proyecto antes de que su opción expirara, momento en el que los derechos revertirían en el propietario original. Si eso ocurría, lo único que le quedaría a Bram sería un enorme agujero en su cuenta bancaria, y eso explicaba su actitud aduladora hacia Rory Keene.

– ¿Estás cerca de conseguir que alguien te respalde en el proyecto? -preguntó Georgie, aunque ya tenía una idea de la respuesta.

Bram sacó una botella de agua de la nevera.

– Bastante cerca. A Hank Peters le encanta el guión y está interesado en dirigir la película, lo que ha llamado la atención del gremio. Con el reparto adecuado, podríamos rodarla con un presupuesto muy reducido, lo que sería otra ventaja.

Peters era un gran director, pero Georgie no se lo imaginaba queriendo trabajar con el impresentable de Bram Shepard.

– ¿Hank está interesado o se ha comprometido?

– Está interesado en comprometerse. Y yo ya dispongo de un actor para el personaje de Danny Grimes. Eso forma parte del trato.

Grimes era un personaje polifacético y a Georgie no le sorprendía que muchos actores quisieran interpretarlo.

– ¿A quién has conseguido?

Bram giró el tapón de la botella.

– ¿A quién crees?

Ella lo miró fijamente y soltó un gemido.

– ¡Oh, no…! ¡Tú no!

– Un par de clases de interpretación y seré capaz de hacerlo.

– No puedes interpretar un personaje como ése. Grimes tiene un carácter muy complejo. Es contradictorio, está torturado… Todos se reirían de ti. No me extraña que no consigas que nadie te financie.

– Gracias por tu voto de confianza. -Bebió un trago de agua.

– ¿Has reflexionado a fondo sobre este asunto? Las grandes productoras buscan algo más que una reputación de severa informalidad. Y tu insistencia en interpretar el papel protagonista… no es muy inteligente por tu parte.

– Puedo hacerlo.

Su entusiasmo inquietó a Georgie. El Bram que ella conocía sólo se preocupaba por el placer. Consideró la posibilidad de que no lo conociera tan bien como creía, y no sólo por el interés que mostraba en La casa del árbol… Georgie no había percibido ningún signo de drogadicción en Bram, quien, además, se pasaba horas en su despacho todos los días. Se había deshecho de sus viejos y desalmados amigos, lo que resultaba extraño en un tío que odiaba estar solo. El alcohol y una arrogancia patológica parecían ser sus únicos vicios.

– Me voy a nadar. -Y se marchó a la piscina.

Georgie subió a su habitación y se puso unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas. Si el guión era tan bueno como Bram decía, todos los productores de la ciudad debían de estar esperando a que su opción expirara para abalanzarse sobre el proyecto. El papel protagonista caería en manos del guaperas del mes en lugar del actor mejor preparado para interpretarlo, que, en cualquier caso, no era Bram. Éste había interpretado brillantemente a Skip Scofield, pero no tenía las dotes ni la profundidad para abordar un papel emocionalmente complejo, como demostraban los superficiales personajes que había interpretado desde entonces.

Georgie se estaba poniendo sus sandalias más cómodas cuando, de repente, levantó la cabeza.

– ¡Cabrón!

Bajó las escaleras con furia y cruzó el porche hasta la piscina, donde Bram estaba dando brazadas.

– ¡Tú, imbécil! ¡No existe ningún guión sobre el reencuentro de Skip y Scooter! Era una pantalla de humo que has utilizado para ocultar lo que estabas haciendo realmente.

– Ya te dije que no había ningún espectáculo de reencuentro. -Se sumergió en el agua.

– Pero me hiciste creer que lo había -declaró ella en cuanto el otro emergió a la superficie-. Este estúpido matrimonio de pacotilla… Mi dinero sólo era un extra, ¿no? La casa del árbol es la verdadera razón de que accedieras a cooperar. No podías permitirte ser el segundo hombre en la historia reciente que rompiera el corazón de la querida Georgie York. No podías porque necesitabas que los mandamases creyeran que te habías convertido en un ciudadano decente y te tomaran en serio.

– ¿Tienes algún problema con eso?

– ¡Tengo un problema con que me engañen!

– Estás tratando conmigo. ¿Qué esperabas?

Georgie avanzó enojada por el bordillo de la piscina mientras él nadaba hacia la cascada.

– Si la gente cree que mi respetabilidad se te ha contagiado mejorará tu posibilidad de conseguir que se haga la película, ¿no es eso lo que pretendías?

– No deberías menospreciar así el vínculo sagrado del matrimonio.

– ¿Qué vínculo sagrado? La única razón de que me hayas contado la verdad es que quieres acostarte conmigo.

– Soy un tío. Denúnciame.

– ¡No vuelvas a dirigirme la palabra nunca más! Durante lo que te queda de vida.

Georgie se alejó hecha una furia.

– ¡Por mí, de acuerdo! -gritó él-. A menos que quieras decirme palabras guarras, no me gustan las mujeres que hablan demasiado en la cama.

El teléfono que Bram había dejado junto a la piscina sonó. Él nadó hasta el bordillo y lo cogió. Georgie se detuvo para escuchar.

– Scott… ¿Cómo va todo? Sí, ha sido de locos… -Se cambió el teléfono de oreja y subió la escalerilla-. No quiero explicártelo por teléfono, pero tengo algo que te interesará. Podríamos quedar mañana por la tarde en el Mandarin para tomar una copa y hablar sobre ello. -Frunció el ceño-. ¿El viernes por la mañana? De acuerdo. Cambiaré un par de citas. Ahora tengo que dejarte, llego tarde a una reunión.

Cerró el móvil y cogió una toalla. Georgie tamborileó con el pie en el suelo.

– ¿Tarde para una reunión?

– Esto es Los Ángeles. Sé siempre la primera en terminar una conversación.

– Lo tendré en cuenta. Y no conseguirás de mí ni un pavo más.

En lugar de regresar a la casa, se dirigió con determinación al despacho de Bram. La idea de que él quisiera trabajar le inquietaba. Al menos, su revelación acerca de aquel guión le había dado algo en lo que pensar, distrayéndola del posible papel metafísico que había representado en la pérdida del bebé de Lance.

Arrancó la cinta adhesiva que cerraba la caja que supuestamente contenía el guión del reencuentro de Skip y Scooter y sacó del interior un montón de revistas pornográficas con una nota en un post-it azul que decía: «La realidad es mucho mejor.»


Mientras se dirigía al gimnasio, Bram se preguntó qué estúpida debilidad lo había empujado a contarle a Georgie lo de La casa del árbol. Claro que, cuando ella se había enterado de lo del bebé de Lance y Jade había puesto una expresión tan jodidamente melodramática (otra vez aquel exagerado sentido de la responsabilidad suyo) que, por lo que fuera, a él se le había escapado la verdad, aunque enseguida se había arrepentido de habérsela contado. El fracaso flotaba sobre él como un nubarrón. Con unas probabilidades tan elevadas en su contra, cuanta menos gente supiera lo mucho que La casa del árbol significaba para él, mejor. Sobre todo Georgie, quien estaba deseando verlo fracasar.

No se molestó en cambiarse el bañador húmedo y entró directamente en el gimnasio. Un par de días antes había aparecido una barra de ballet. Otra invasión de su espacio íntimo. ¿Qué haría con su vida si La casa del árbol se le escapaba de las manos? ¿Volver a actuar como artista invitado o como seductor insulso? La idea le revolvió el estómago.

Puso un CD de Usher y contempló con desagrado la cinta de correr. Quería estar al aire libre y correr libremente kilómetros y kilómetros por las colinas, como solía hacer, pero gracias al percance de Las Vegas estaba atrapado.

Al menos ahora tenía el gimnasio para él solo. Ver a Georgie realizar su rutina de estiramientos se había convertido en una tortura. Ella se recogía el pelo para hacer ejercicio y hasta su nuca le resultaba erótica. Y después realizaba aquellos sexys movimientos con sus largas piernas. El hecho de que la huerfanita Annie fuera la primera de su lista de mujeres excitantes decía mucho sobre su vida.

Pero no podía infravalorarla con tanta facilidad como ella se infravaloraba a sí misma. Georgie tenía un atractivo sexual inconsciente que daba cien vueltas a las tetas voluminosas y las poses afectadas. Nadie pillaría a Georgie York haciendo alarde de sus cualidades de fémina en público.

Ni en privado… Algo que él estaba cada día más empeñado en cambiar. Georgie podía odiar las entrañas de Bram, pero estaba claro que le encantaba el envoltorio. Ella todavía no lo sabía, pero sus días de consumirse por culpa del Perdedor estaban llegando a su fin.

¿Quién había dicho que sólo se preocupaba de sí mismo? Liberar a Georgie York se había convertido en su deber cívico.

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