Capítulo 9

A la mañana siguiente, Georgie esperó hasta que oyó a Bram entrar en el gimnasio. Entonces se dirigió al salón, cogió la llave que le había visto guardar en un cuenco de bronce situado en una estantería y se dirigió al despacho de Bram, en la casa de invitados. Todavía no se había acostumbrado a la idea de que Bram tuviera un despacho en lugar de dirigir sus negocios desde el taburete de un bar.

Mientras avanzaba por el camino de grava, pensó en lo distinto que había sido el embate sexual de Bram comparado con su experiencia con Lance. Su ex marido quería que ella fuera la seductora y eso era, exactamente, lo que ella había intentado ser. Leyó una docena de manuales sobre sexo y se compró la lencería más erótica que encontró, por muy incómoda que fuera. Realizó stripteases que le hicieron sentirse como una estúpida, le susurró vergonzantes fantasías masculinas al oído e intentó encontrar lugares imaginativos para hacer el amor a fin de que Lance no se aburriera. Él parecía valorar sus esfuerzos y siempre dijo que se sentía satisfecho, pero era evidente que se había quedado corta, si no él no la habría dejado por Jade Gentry.

Georgie se había esforzado muchísimo sólo para conseguir un fracaso. El sexo podía resultar fácil para algunas mujeres, pero a ella siempre le había parecido complicado, y sólo pensar en el actual dilema con Bram le revolvía el estómago. Bram no renunciaría al sexo. O lo tenía con ella o con otra. O con ambas.

Georgie se había prometido enfrentarse a los problemas cara a cara, pero sólo llevaban casados cinco días y ella necesitaba más tiempo para decidirse respecto a aquella cuestión.

Abrió la puerta del despacho y encendió el ordenador. Mientras esperaba a que se iniciara el sistema, examinó las estanterías. Tenía que averiguar si el espectáculo de reencuentro era sólo imaginación de Bram o algo tangible.

Encontró una variada colección de libros y un montón de guiones de todo tipo, pero ninguno para un espectáculo de reencuentro de Skip y Scooter. También encontró un surtido de DVD que iban desde Toro salvaje hasta uno titulado Sex Trek: La próxima penetración. Las vitrinas de los archivadores estaban cerradas con llave, pero su escritorio no, y allí, debajo de una botella de whisky, encontró la caja de un manuscrito. Estaba cerrada con cinta adhesiva. En la etiqueta ponía: «Skip y Scooter: El reencuentro.»

Se quedó boquiabierta. Ella creía que Bram se lo había inventado para pincharla. Él sabía que grabar un espectáculo de reencuentro constituiría un gran retroceso en la carrera de Georgie, así que, ¿cómo esperaba convencerla para que accediera a ello?

A Georgie no le gustó la única respuesta que se le ocurrió. Chantaje. Podía amenazarla con romper el matrimonio si ella no apoyaba el proyecto. Sin embargo, separarse de ella implicaría cerrar el grifo del dinero que ella le daba, además de que quedaría como un capullo. Aunque eso, seguramente, no le importaría. Aun así… Georgie recordó la forma de comportarse de Bram cuando se les había acercado Rory Keene en el Ivy. Quizás a Bram le importaba más su imagen de lo que había dejado entrever.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

Georgie levantó la cabeza de golpe y vio a Chaz junto a la puerta. Parecía la hija natural de Martha Stewart y Joey Ramone. Su uniforme de ama de llaves de aquel día consistía en unos vaqueros que parecían un colador, una camiseta sin mangas de color verde aceituna y unas chanclas negras. Georgie cerró el cajón con el pie. Como no se le ocurrió ninguna excusa razonable, decidió darle la vuelta a la tortilla.

– Aún mejor: ¿qué estás haciendo tú aquí?

Los ojos enmarcados en negro de Chaz se entornaron con hostilidad.

– A Bram no le gusta que entren desconocidos en su despacho. No deberías estar aquí.

– Yo no soy una desconocida. Soy su esposa. -Palabras que nunca habría imaginado que saldrían de su boca.

– Él ni siquiera deja entrar aquí a las mujeres de la limpieza. -Chaz levantó la barbilla-. Sólo me deja entrar a mí.

– Tú eres muy fiel. Por cierto, ¿a qué se debe tanta lealtad?

Chaz sacó una escoba de un armario.

– Es mi trabajo.

Ahora Georgie no podía fisgonear en el ordenador, así que se dispuso a marcharse. Sin embargo, al levantarse se fijó en una cámara de vídeo que había en una esquina del escritorio. Chaz empezó a barrer el suelo. Georgie examinó la cámara y descubrió que Bram había borrado el vulgar encuentro sexual que debía de haber filmado la última vez que utilizó la cámara.

Chaz dejó de barrer.

– No toques eso.

Georgie enfocó impulsivamente a Chaz con la cámara y pulsó el botón de grabación.

– ¿Por qué te importa tanto que coja la cámara?

Chaz apretó el mango de la escoba contra su pecho.

– ¿Qué estás haciendo?

– Siento curiosidad por tu lealtad.

– ¡Apaga eso!

Georgie filmó un primer plano de Chaz. Detrás de sus piercings y su ceño fruncido, tenía unas facciones delicadas, casi frágiles. Se había recogido el pelo de un lado con un pequeño pasador plateado y el del otro lado le salía disparado como una cresta por encima de la oreja. La independencia y hostilidad de aquella chica le fascinaban. Georgie no se imaginaba lo libre que debía de sentirse una al importarle tan poco lo que opinaran los demás.

– Creo que debes de ser la única persona en Los Ángeles a quien no le gustan las cámaras -declaró-. ¿No aspiras a ser actriz? Ésa es la razón por la que la mayoría de las jóvenes vienen a esta ciudad.

– ¿Yo? No. ¿Y cómo sabes que no he vivido siempre aquí?

– Es sólo una impresión. -A través del visor, Georgie percibió la tensión que atenazaba las comisuras de su pequeña boca-. La mayoría de las jóvenes veinteañeras se aburrirían en un trabajo como el tuyo.

Chaz cogió el palo de la escoba con más fuerza, casi como si se tratara de un arma.

– A mí me gusta mi trabajo. Tú probablemente crees que el trabajo doméstico no es importante.

Georgie repitió las palabras de su padre.

– Yo creo que un trabajo es lo que las personas hacen de él.

La cámara había modificado sutilmente la relación que había entre ellas y por primera vez Chaz parecía insegura.

– La gente debería hacer lo que es buena haciendo -dijo la chica por fin-. Y yo soy buena haciendo esto. -Intentó volver a barrer, pero la cámara le molestaba-. ¡Apaga eso!

– ¿Cómo ha ocurrido? -Georgie salió de detrás del escritorio para mantenerla enfocada-. ¿Cómo has aprendido a llevar una casa siendo tan joven?

Chaz empezó a barrer un rincón de la habitación.

– Simplemente aprendí.

Georgie esperó y, para su sorpresa, la otra continuó.

– Mi madrastra trabajaba en un motel a las afueras de Barstow. Doce habitaciones y la cafetería. ¿Vas a apagar eso de una vez?

– Dentro de un minuto.

Las cámaras hacían que algunas personas se encerraran en sí mismas y que otras se volvieran comunicativas. Por lo visto, Chaz era una de estas últimas. Georgie avanzó otro paso.

– ¿Tú también trabajabas allí?

– A veces. A mi madrastra le gustaba irse de juerga y no siempre volvía a casa a tiempo para ir a trabajar. En esos casos, yo me saltaba el colegio e iba en su lugar.

Aprovechando que dominaba la situación, Georgie accionó el zoom centrándolo en la cara.

– ¿Cuántos años tenías entonces?

– No lo sé. Once, más o menos. -Volvió a barrer el rincón que acababa de barrer-. Al dueño del motel no le importaba los años que tuviera siempre que el trabajo se hiciera, y yo lo hacía mejor que mi madrastra.

La cámara registraba datos, no juzgaba el hecho de que una niña de once años trabajara.

– ¿Cómo te sentías al tener que saltarte las clases del colegio? -Se encendió la luz de batería baja.

Chaz se encogió de hombros.

– Necesitábamos el dinero.

– El trabajo debía de ser duro.

– Había cosas buenas.

– ¿Como qué?

Ella seguía barriendo el mismo rincón.

– No lo sé.

Apoyó la escoba en la pared y cogió un trapo.

Georgie la animó a seguir con un comentario amable.

– No puedo imaginarme muchas cosas buenas en esa situación.

Chaz pasó el trapo por una estantería.

– A veces, una familia con niños alquilaba una habitación. Algunos días pedían pizzas o llevaban hamburguesas a la habitación y los niños ensuciaban la alfombra. Por la mañana, la habitación estaba hecha un auténtico asco. -Se dedicó a limpiar el mismo libro que acababa de limpiar-. Había comida y basura por todas partes. Las sábanas estaban por el suelo y las toallas sucias. Pero, cuando yo había acabado, todo estaba limpio y ordenado otra vez. -Se irguió y dejó el trapo-. ¡Esto es una gilipollez y yo tengo trabajo! Volveré cuando te hayas ido.

Y salió indignada de la habitación justo cuando la cámara se quedó sin batería.

Georgie soltó el aliento que había estado conteniendo. Si no la hubiera estado grabando, Chaz nunca le habría contado tantas cosas. Mientras sacaba la cinta de la cámara y se la metía en el bolsillo, experimentó la misma clase de excitación que sentía cuando una escena difícil le salía bordada.


Para cenar, Georgie se encontró con el bocadillo más desagradable que quepa imaginar, una monstruosidad formada por grandes rebanadas de pan, gruesos trozos de bistec, ríos de mayonesa y varias lonchas de queso. Georgie lo apartó a un lado, se preparó un bocadillo normal y se lo comió a solas en el porche. No vio a Bram en lo que quedaba de día.

Al día siguiente, Aaron le llevó el último ejemplar de la revista Flash. Una de las fotografías que les tomó Mel Duffy en el balcón del Bellagio ocupaba la portada junto con unos llamativos titulares:


¡LA BODA QUE IMPACTÓ AL MUNDO!

FOTOS EXCLUSIVAS DE LA FELIZ

LUNA DE MIEL DE SKIP Y SCOOTER


En la imagen, Bram la tenía en brazos, la falda blanca y vaporosa de Georgie caía sobre sus mangas y los dos se miraban con ardor a los ojos. La fotografía de su boda con Lance también había ocupado la portada de aquella revista, pero los recién casados genuinos no parecían tan enamorados como los falsos.

Georgie debería haberse sentido satisfecha. Nada de titulares lastimeros, sólo reportajes de felicidad suprema.


Los fans de Georgie York se quedaron atónitos por su sorprendente escapada a Las Vegas con Bramwell Shepard, el chico malo que protagonizó con ella Skip y Scooter. «Hace meses que salen juntos en secreto», declaró April Robillar Patriot, la amiga del alma de Georgie. «Están rebosantes de felicidad y todos estamos muy contentos por ellos.»


Georgie envió un agradecimiento silencioso a April y leyó por encima el resto del artículo.


… Su publicista desmiente los rumores de una enconada enemistad entre los protagonistas de Skip y Scooter. «Nunca fueron enemigos. Bram hace tiempo que se enmendó.»


¡Menuda mentira!


Sus amigos dicen que tienen mucho en común…


Como no fuera el odio mutuo que se profesaban, a Georgie no se le ocurría nada más. Dejó la revista a un lado.

Como no tenía nada productivo que hacer, fue al salón y arrancó unas cuantas hojas secas del limonero que había en un tiesto. Con el rabillo del ojo, vio que Bram entraba en la cocina. Seguramente para rellenar su copa. No quería que él creyera que lo estaba evitando de una forma deliberada, aunque fuera cierto, así que sacó el móvil de su bolsillo y le telefoneó.

– Ganaste la casa en una partida de póquer, ¿no es así? Eso explicaría muchas cosas.

– ¿Como qué?

– La bonita decoración, el precioso jardín, los libros con palabras en lugar de sólo imágenes. Pero no importa… Skip y Scooter tienen que hacer otra aparición pública hoy. ¿Qué tal un paseo y un café?

– Por mí, bien.

Bram entró en el salón con el móvil pegado a la oreja. Iba vestido con unos vaqueros y una vieja camiseta de Nirvana.

– ¿Por qué me telefoneas en lugar de hablarme directamente?

Georgie cambió de oreja el teléfono.

– He decidido que nos comunicamos mejor a distancia.

– ¿Desde cuándo lo has decidido? Ah, sí, ya me acuerdo. Desde hace dos noches, cuando te besé en la playa. -Se apoyó en el marco de la puerta y la miró seductoramente de arriba abajo-. Lo sé por tu forma de mirarme. Te excito y eso te saca de quicio.

– Tú eres guapo y yo un poco putilla, así que ¿cómo resistirme? -Georgie se acercó más el teléfono a la oreja-. Por suerte, tu personalidad anula por completo el efecto. La razón de que te haya telefoneado…

– En lugar de cruzar la habitación y hablarme cara a cara…

– … es que lo nuestro es una relación de negocios.

– ¿Desde cuándo un matrimonio es una relación de negocios?

Eso la enfureció y Georgie cerró el móvil.

– Desde que me embaucaste para que te pagara cincuenta mil dólares mensuales.

– Buena observación. -Bram guardó su móvil en un bolsillo y se acercó con calma a Georgie-. He oído decir que el Perdedor no te dio ni un centavo por el divorcio.

Georgie podría haber conseguido que Lance le pagara millones como compensación, pero ¿para qué? Ella no quería su dinero, lo quería a él.

– ¿Quién necesita más dinero? ¡Ups… tú!

– Tengo que realizar unas llamadas -dijo Bram-. Dame media hora. -Introdujo la mano en el bolsillo de sus vaqueros-. Una cosa más… -Le lanzó a Georgie un estuche-. Lo he comprado por cien pavos en eBay. Tienes que admitir que parece auténtico.

Ella abrió el estuche: contenía un anillo con un diamante cuadrado de tres quilates.

– ¡Uau! Un diamante falso a juego con un marido falso. A mí ya me vale. -Se puso el anillo.

– Esta piedra es más grande que la que te regaló el Perdedor, el muy tacaño.

– Sí, pero el suyo era auténtico.

– ¿Como sus votos matrimoniales?

Una parte de Georgie se autoengañaba y todavía quería creer lo mejor del hombre que la había abandonado, pero reprimió la necesidad que experimentaba de salir en defensa de Lance.

– Lo guardaré siempre, como un tesoro -dijo lentamente mientras pasaba junto a Bram camino de las escaleras.

Georgie consultó el archivador de tres anillas de April y eligió unos pantalones de popelina y una camiseta fruncida de color verde musgo con mangas cortitas y abombadas. También se puso unas manoletinas de Tory Burch, pero renunció al bolso de diseño de tres mil dólares que April recomendaba. Las fans no eran conscientes de que los bolsos obscenamente caros que las famosas utilizaban con tanta ligereza eran regalos de los diseñadores, y Georgie estaba harta de formar parte de la conspiración concebida para que las mujeres corrientes se gastaran montones de dinero en el bolso que reemplazarían por otro el bolso antes incluso de que les cargaran el precio del primero en la cuenta. En su lugar, sacó del armario un bolso divertido y original que Sasha le había regalado el año anterior.

Georgie se arregló el pelo, se retocó el maquillaje y, cuando bajó las escaleras y vio a Bram vestido con los mismos vaqueros y la misma camiseta de Nirvana que llevaba antes, tuvo que tragarse su resentimiento. Por lo visto, Bram no había hecho nada para presentarse ante los fotógrafos y, aún más enervante, no necesitaba hacer nada. Su barba de varios días resultaba tan fotogénica como su pelo encrespado y despeinado. Otro signo de la conspiración hollywoodiense contra las mujeres famosas.

Él señaló la tarjeta que colgaba de un espléndido ramo de flores que había encima de la cómoda.

– ¿Desde cuándo Rory Keene y tú sois tan buenas amigas?

– ¿Es de ella?

– Nos desea lo mejor. Corrígeme si me equivoco, pero parece sentir un interés especial por ti.

– Apenas la conozco.

Eso era verdad, aunque en una ocasión Rory le había telefoneado para aconsejarle que no se involucrara en cierto proyecto. Georgie siguió su consejo y, efectivamente, la película tuvo problemas financieros y el rodaje se abandonó sin poder terminarla. Como Vortex no estaba implicada en el proyecto y Rory no ganaba nada con el consejo, a Georgie le intrigó su interés por ella.

– Supongo que se siente vinculada conmigo por el año que estuvo trabajando como ayudante de producción en Skip y Scooter.

Bram dejó la tarjeta sobre la cómoda.

– Pues no parece sentirse nada vinculada conmigo.

– Porque yo fui amable con ella.

Georgie apenas se acordaba de la Rory de aquellos días, pero sí de la costumbre de Bram de hacerle la vida difícil a los miembros del equipo.

– De una modesta ayudante de producción a la jefa de Vortex Studios en catorce años -declaró Bram-. ¡Quién lo habría dicho!

– Por lo visto, tú no. -Y lo obsequió con su sonrisa más burlona-. Cosechar lo que uno ha sembrado es un asco.

– Eso parece. -Bram se puso unas Ray-Ban negras de cristal reflector devastadoramente sexys-. Salgamos a enseñar tu anillo al público norteamericano.

Posaron para los paparazzi en la entrada del Cofee Bean & Tea Leaf, en el Beverly Boulevard. Bram la besó en el pelo y sonrió a los fotógrafos.

– ¡A que es guapa! Soy el tío más afortunado del mundo.

Después del horrible año cargado de humillaciones públicas, sus fingidas palabras de adoración fueron como un bálsamo para la magullada alma de Georgie. Qué patético, ¿no? Ella le dio un pisotón como respuesta.


Chaz regresaba a la casa después de limpiar el despacho de Bram cuando vio que el seboso asistente de Georgie estaba junto a la piscina, contemplando el agua. Se acercó a él.

– No deberías estar aquí.

Aaron parpadeó tras sus gafas. Aquel tío era un auténtico adefesio. Su pelo, castaño y áspero, salía disparado de su cabeza; quien hubiera elegido aquellas espantosas y enormes gafas debía de estar ciego. Vestía como un sesentón gordo, con la barriga colgándole por encima del cinturón y una camisa informal a cuadros que le tiraba de los ojales.

– Vale.

Aaron pasó junto a ella camino de la casa y Chaz se sacudió las manos.

– Por cierto, ¿qué estabas haciendo?

Él introdujo las manos en los bolsillos de su pantalón, lo que aumentó el volumen de sus caderas.

– Tomándome un descanso.

– ¿De qué? Tu trabajo es fácil.

– A veces, pero ahora es un poco ajetreado.

– Sí, realmente se te ve muy ajetreado.

Aaron no la mandó al cuerno, algo que se merecía por ser tan antipática, pero es que Chaz odiaba que hubiera gente deambulando por su casa. Además, lo que había ocurrido el día anterior en el despacho de Bram, con Georgie y la cámara, la había sacado de quicio. Tendría que haberse ido sin miramientos, pero…

Intentó rectificar su mal talante.

– Seguramente a Bram no le importaría que te bañaras en la piscina de vez en cuando, siempre que no lo hicieras muy a menudo.

– No tengo tiempo para baños.

Aaron sacó las manos de los bolsillos y se alejó en dirección a la casa.

Chaz ya no nadaba, pero cuando era pequeña le encantaba el agua. Probablemente, a Aaron le daba vergüenza el aspecto que ofrecía en bañador. O quizás eso sólo les ocurría a las mujeres.

– ¡Este lugar es muy recogido! -gritó Chaz-. ¡Nadie te vería!

Él entró en la casa sin contestarle.

La chica sacó una red de detrás de las rocas de la cascada y empezó a limpiar la piscina de hojas. Bram había contratado un servicio de limpieza para la piscina, pero a ella le gustaba hacer que el agua se viera limpia y clara. Bram le había dicho que podía nadar siempre que quisiera, pero ella no lo había hecho nunca.

Dejó la red en su sitio. Hasta el lunes, se había sentido feliz allí, pero ahora, con todos aquellos desconocidos invadiendo su espacio, los sentimientos desagradables volvían a aflorar.

Media hora más tarde, entró en el despacho de Georgie. El mobiliario estaba formado por un escritorio de gran tamaño y con forma de riñón, un archivador de pared y un par de sillas de diseño funcional tapizadas con una tela color pimentón estampada con un diseño de ramas de árbol. Todo era demasiado moderno para la casa y a Chaz no le gustaba.

Aaron estaba de espaldas, hablando por teléfono.

– La señora York todavía no concede entrevistas, pero estoy seguro de que estará encantada de contribuir a su subasta benéfica… No, ya ha donado los guiones de Skip y Scooter al Museo de Broadcast Communications, pero cada año diseña adornos navideños para grupos como el suyo y los firma personalmente…

Cuando hablaba por teléfono, parecía una persona diferente, seguro de sí mismo, no un fanático de la tecnología. Chaz dejó un rollito de pavo encima del escritorio. Lo había preparado con una torta sin grasa, carne magra de pavo, rodajas de tomate, hojas de espinaca, una rodaja de aguacate y tiras de zanahoria como acompañamiento. El tío necesitaba que le dieran una pista.

Mientras terminaba de hablar por teléfono, Aaron le dio una ojeada al rollito. Cuando colgó, Chaz dijo:

– No pienses que te voy a preparar uno cada día. -Cogió el último ejemplar de la revista Flash, que mostraba una fotografía de Bram y Georgie en la portada, y se sentó en el extremo del escritorio para hojearla-. Vamos, come.

Aaron cogió el rollito y le dio un mordisco.

– ¿Tienes mayonesa?

– No. -Chaz se llevó una muestra de un perfume a la nariz y la olfateó-. ¿Cuántos años tienes?

Aaron tenía buenos modales y tragó antes de contestar.

– Veintiséis.

Tenía seis años más que ella, pero parecía más joven.

– ¿Has ido a la universidad?

– Sí, a la de Kansas.

– Mucha gente que ha ido a la universidad no sabe una mierda. -Chaz examinó la cara de Aaron y decidió que alguien tenía que decírselo-. Tus gafas son patéticas. No te ofendas.

– ¿Qué les pasa a mis gafas?

– Que son horribles. Deberías llevar lentes de contacto o algo por el estilo.

– Las lentillas dan muchos problemas.

– Tus ojos son bonitos. Deberías mostrarlos. Al menos, consigue unas gafas decentes.

Aaron tenía los ojos de un azul intenso y espesas pestañas, y eso era lo único potable en él. Frunció el ceño, lo que hizo que pareciera que sus mejillas se tragaban el resto de su cara.

– No creo que nadie con las cejas agujereadas tenga derecho a criticar a los demás.

A Chaz le encantaban los piercings de sus cejas. Hacían que se sintiera dura, como una rebelde a quien la sociedad le importaba un comino.

– A mí no me interesa lo que tú opinas -declaró Chaz.

Él volvió a centrarse en el ordenador y abrió una pantalla que contenía una especie de gráfico. Ella se levantó para irse, pero, camino de la puerta, vio el horrible y voluminoso maletín de Aaron, que estaba abierto en el suelo y dentro había una bolsa de patatas. Se acercó al maletín y cogió la bolsa.

– ¡Eh! ¿Qué haces?

– Esto no lo necesitas. Más tarde te subiré algo de fruta.

Aaron se levantó de la silla.

– Devuélvemela. No quiero tu fruta.

– ¿Y sí quieres esta porquería?

– Sí, sí que la quiero.

– ¡Lástima! -Chaz la dejó caer al suelo y le dio un fuerte pisotón. La bolsa se abrió con un estallido-. Pues aquí la tienes.

Aaron miró con fijeza a Chaz.

– ¿Y a ti qué demonios te pasa?

– Que soy una bruja.

Mientras salía del despacho y bajaba las escaleras, Chaz se lo imaginó recogiendo con ansia los trocitos de patata.


Bram se encerraba continuamente en su despacho, como si tuviera un empleo de verdad, dejando a Georgie sin posibilidad de descargar su frustración. Al final, ella decidió utilizar su gimnasio y retomar la rutina diaria de calentamiento de ballet que solía realizar. Sus músculos estaban rígidos y no cooperaban, pero ella insistió. Quizás haría que le instalaran una barra de ejercicios. Siempre le había encantado bailar y sabía que no debería haber abandonado esa práctica. Y lo mismo podía decir del canto. No era una gran cantante y la potente voz que le había resultado tan útil de niña no había madurado con la edad, pero todavía podía entonar bien una melodía y su energía compensaba su carencia de matices vocales.

Cuando terminó su tabla de ejercicios, telefoneó a Sasha y April y realizó unas compras por Internet. Su rutina diaria se había visto reducida a molestar a sus ocupadas amigas y asegurarse de que tenía buen aspecto para las fotografías, pero animaba sus días siguiendo a Chaz por la casa con la cámara y formulándole preguntas indiscretas.

Chaz se quejaba con amargura, pero contestaba a las preguntas y Georgie averiguó más cosas acerca de ella. Su creciente fascinación por el ama de llaves era lo único que evitaba que contratara su propia cocinera.

El viernes por la mañana, el séptimo día de su matrimonio, los esposos se reunieron con una planificadora de fiestas, la sumamente cuidadosa, extremadamente cara y muy elogiada Poppy Patterson. Todo en ella resultaba irritante, pero le encantó la idea de utilizar la serie Skip y Scooter como tema de la fiesta, así que la contrataron y le dijeron que concretara los detalles con Aaron.

Aquella tarde, el padre de Georgie decidió que ya la había castigado bastante y por fin respondió a una de sus llamadas.

– Georgie, sé que quieres que apruebe tu matrimonio, pero no puedo hacerlo porque es un gran error.

Ella no podía contarle la verdad, pero tampoco podía mentirle más de lo que ya lo había hecho.

– Sólo he pensado que podíamos mantener una conversación agradable. ¿Es demasiado pedir?

– Ahora mismo, sí. Shepard no me gusta. No confío en él y estoy preocupado por ti.

– No tienes por qué preocuparte. Bram no es… no es exactamente como lo recuerdas. -Georgie se esforzó en encontrar un ejemplo convincente de la creciente madurez de Bram mientras intentaba olvidar lo mucho que bebía-. Ahora es… mayor.

Su padre no se sintió impresionado.

– Recuerda lo que te digo, Georgie. Si alguna vez intenta dañarte, sea de la forma que sea, prométeme que acudirás a mí en busca de ayuda.

– Haces que suene como si fuera a pegarme.

– Hay distintas formas de hacer daño a las personas. Tú nunca lo has visto de una forma racional.

– Eso fue hace mucho tiempo. Ahora no somos los mismos.

– Tengo que irme. Hablaremos en otro momento.

Y así, sin más, colgó.

Georgie se mordió el labio y los ojos le escocieron. Su padre la quería, de eso estaba convencida, pero el suyo no era el tipo de amor cálido y paternal que ella deseaba. Un amor sin tantos condicionantes, por el que no tuviera que luchar tanto.

Загрузка...