Georgie se encerró en el lavabo de Bram y se metió en la bañera. Tanto ella como Chaz habían sido traicionadas por hombres. Chaz de un modo más horrible, en las calles, y Georgie en un yate en medio del lago Michigan, y después por el marido que prometió amarla para siempre. Ahora las dos intentaban encontrar la forma de salir adelante. Se preguntó si Chaz le habría contado su desgarradora historia si no hubiera tenido la cámara. «Esto es importante -había dicho Chaz cuando Georgie había intentado dejar de grabar-. Haz que sea importante.»
¿La cámara simplemente grababa la realidad o la modificaba? ¿Podía cambiar el futuro? Georgie se preguntó si la grabación de su historia podía ayudar a Chaz a dejar atrás su pasado y vivir una vida más plena. ¿No sería maravilloso? ¿Y no lo sería todavía más que filmar la historia de Chaz ayudara a Georgie a ver su propia vida con más perspectiva?
Se sumergió más en el agua y reflexionó sobre la parte de la historia que le había impactado de verdad. El papel de Bram. Él había sido el destructor de Georgie, pero el salvador de Chaz. Georgie seguía averiguando cosas nuevas acerca de él y ninguna encajaba con lo que sabía de antes. Bram proclamaba con orgullo que no le importaba nadie salvo él mismo, pero eso no era del todo cierto.
Georgie se lavó la cabeza y se secó el pelo de forma que cayera, liso y sedoso, alrededor de su cara redonda. Se aplicó sombra de ojos marrón y uno de sus múltiples pintalabios neutros. A continuación se puso unos pantalones pitillo rojo cayena, una camisola gris brillante y unas manoletinas plateadas. Añadió al conjunto unos pendientes de plata de diseño abstracto.
Al final de las escaleras se encontró con Bram, quien recorría el vestíbulo de un lado al otro vestido con unos pantalones y una camisa blancos.
– Creía que te pondrías los vaqueros -dijo ella.
– He cambiado de idea.
Él la miró de arriba abajo con seductora lentitud, lo que la puso nerviosa.
– Te pareces a Robert Redford en El gran Gatsby -comentó-. Aunque tú estás más bueno. Lo digo porque es un hecho, no como un cumplido, así que no tienes por qué darme las gracias.
– No te las daré. -Bram siguió mirándola de forma seductora, subiendo la mirada desde las manoletinas plateadas, por sus piernas y caderas, entreteniéndose en sus pechos y acabando en su cara-. Tú también estás muy bien. Esos grandes ojos verdes…
– Ojos de besugo.
La mirada seductora de Bram se convirtió en una de exasperación.
– Tú no tienes ojos de besugo y hace ya tiempo que deberías haber superado tus inseguridades.
– Soy realista: cara de pan, ojos de besugo y boca de buzón, pero mi cuerpo empieza a gustarme otra vez y no pienso ponerme implantes.
Bram suspiró.
– Nadie quiere que te pongas implantes, y yo menos que nadie. Y tampoco tienes una cara de pan. ¿Cuándo vas a dejar de camuflar tu boca y ponerte pintalabios rojo? Da la casualidad de que yo tengo una relación íntima con esa boca y debo decirte que es fantástica. -Deslizó la mano por la cadera de Georgie-. Y lo que te digo es un hecho, no un cumplido.
Aquello se estaba poniendo demasiado caliente para ella, así que cambió de conversación con una sugerencia amistosa.
– Si quieres que Rory piense que te has reformado, deberías dejar de beber.
– Sólo beberé té helado.
– Buena idea.
Georgie fue a la cocina para ver cómo se encontraba Chaz. La encimera estaba cubierta de cuencos de cerámica de color cobalto con trozos de pimiento rojo, higo, mango, aros de cebolla dulce y tacos de piña.
– Acuérdate de darle la vuelta al pollo en el horno al cabo de cuatro minutos -le dijo Chaz a Aaron, quien estaba poniendo vasos en una bandeja-. No más tarde de cuatro minutos. ¿Lo entiendes?
– Lo he entendido las dos primeras veces que me lo has dicho.
– Los ramitos de romero van encima de la ternera mientras se está cocinando. -Ignorando a Georgie, Chaz tiró a la basura un tomate que se le había caído en el fregadero-. Y rocía las vieiras con la salsa de chile dulce. Acuérdate de que se secan enseguida, así que no las dejes en el fuego demasiado tiempo.
– Deberías cocinar tú, no yo -dijo Aaron.
– ¡Sí, como si no tuviera bastantes cosas que hacer!
Chaz parecía tan malhumorada como siempre, lo que resultaba tranquilizador. Georgie le dio un descanso y habló con Aaron.
– ¿Qué le ha pasado a tu pelo?
– Me lo he cortado esta tarde.
Chaz soltó un resoplido y Aaron le lanzó una mirada hostil.
– Tardaba mucho en secarse por las mañanas, eso es todo.
Otro resoplido.
– Te queda muy bien.
Georgie lo observó más atentamente. Los botones de su camisa verde oscuro estaban muy bien alineados, sin ninguna tensión, y los pantalones ya no le apretaban la barriga. Aaron estaba perdiendo peso y Georgie tuvo la sensación de que sabía quién era la responsable.
– Gracias por ayudar a Chaz esta noche -dijo mientras robaba un champiñón de un cuenco de la encimera-. Si se pone muy peligrosa, utiliza el espray de pimienta.
– Se lo echaría a sí mismo en el ojo -replicó Chaz. Estaba muy animada, pero sabía que Georgie había sido testimonio de su dolor y no quería mirarla a la cara.
Georgie apretó el brazo de Aaron.
– Recuérdame que te dé un plus de peligrosidad cuando todo esto haya terminado.
Meg asomó la cabeza en la cocina. Llevaba una casaca de color champán con unas mallas leopardo y unos botines naranja. Una cinta estrecha de yute trenzado había reemplazado el bindi de su frente. Esbozó una amplia sonrisa y extendió los brazos.
– ¡Estoy estupenda! ¡A que sí!
Realmente estaba muy guapa, aunque Georgie la conocía bien y sabía que ella no se lo acababa de creer. Podía llevar el conjunto de ropa más fantástico del mundo con la misma soltura que su madre, que antes era una supermodelo, pero Meg seguía viéndose como un patito feo. Aun así, Georgie envidió la relación de Meg con sus famosos padres. A pesar de las enojosas complejidades que había entre ellos, se querían de una forma incondicional.
El timbre de la puerta sonó. Cuando Georgie llegó al vestíbulo, Bram ya había dejado entrar a Trevor.
– La señora Shepard, supongo. -Trev le tendió una cesta llena de caros productos de perfumería-. No quería fomentar el problema de Bram con la bebida trayendo alcohol.
– Gracias.
Bram bebió un trago de whisky.
– Yo no tengo ningún problema con la bebida.
Laura llegó justo entonces, con la respiración entrecortada y el pelo suelto y algo despeinado. No se podía decir que fuera la imagen de una poderosa agente de Hollywood, pero precisamente por esa razón Paul la había contratado. Al entrar en la casa tropezó y Bram la cogió del brazo.
– Lo siento -se disculpó ella-. No he utilizado los pies en todo el día y me había olvidado de cómo funcionan.
Él sonrió.
– Es un problema común.
– Traigo buenísimas noticias -dijo Laura mientras le daba un beso en la mejilla a Georgie-. Tienes una reunión con Greenberg el martes.
Georgie se puso furiosa, pero Laura ya se había vuelto hacia Bram.
– Tienes una casa preciosa. ¿Quién te la ha decorado?
– Yo. Con la ayuda de Trev Elliott.
Bram y Laura desaparecieron en dirección al porche trasero mientras Georgie se quedaba embobada mirándolo. ¿Bram había elegido las alfombras orientales y las telas tibetanas? ¿Había elegido él solo las pinturas populares mexicanas? ¿Y las campanas balinesas? ¿Y qué pasaba con todos aquellos libros usados que llenaban las estanterías del salón?
Su padre apareció antes de que pudiera procesar aquella información. Paul le dio un frío beso en la mejilla.
– Papá, esta noche necesito que seas amable con Bram -dijo Georgie mientras cruzaban el vestíbulo-. Hemos invitado a Rory Keene y Bram necesita su apoyo para un proyecto. Nada de meterte con él. Lo digo en serio.
– Quizá debería volver en otra ocasión, cuando no me des un sermón nada más cruzar la puerta.
– Sólo te pido que esta noche nos lo pasemos bien. Por favor. Es importante para mí que los dos os llevéis bien.
– Estás hablando con la persona equivocada.
Mientras Paul se alejaba, un leve recuerdo acudió a la mente de Georgie: su madre sentada sobre una manta con las piernas cruzadas y riendo gracias a su padre, quien corría por un campo con Georgie a la espalda. ¿Había sucedido de verdad o era algo que había soñado?
Cuando llegó al porche vio que Bram y su padre se habían puesto tan lejos el uno del otro como era posible. Bram entretenía a Laura mientras su padre escuchaba a Trev, quien le explicaba la comedia que estaba rodando en aquel momento. Meg se designó a sí misma camarera y, al cabo de un rato, Paul se acercó a ella. Meg siempre le había caído bien a su padre, algo que Georgie nunca había entendido, pues, en teoría, él tenía que odiar su estilo de vida indisciplinado. Sin embargo, a diferencia de Georgie, Meg le hacía reír.
Georgie estaba reprimiendo una oleada de celos cuando Rory se acercó a ellos por el camino trasero de la casa. Laura volcó su copa de vino y Paul dejó de hablar en mitad de una frase. Sólo Meg y Trev no se sintieron intimidados por la nueva incorporación a la fiesta. Bram se habría levantado de golpe si Georgie no le hubiera hincado los dedos en la muñeca para calmarlo. Por suerte, Bram entendió su indirecta y saludó a Rory de una forma más distendida:
– Las rosas palidecen cuando tú estás aquí.
– Lo siento, las plantas se mueren sólo con que las mire.
– Entonces no las mires y deja que te traiga una bebida.
Meg los entretuvo contándoles historias de sus últimos viajes. Al poco rato, había conseguido que todos rieran con su relato de un desafortunado trayecto en kayak por el río Mangde Chhu. Aaron sacó unas fuentes con los ingredientes de los kebabs y todos se reunieron alrededor de la mesa para preparárselos. Rory sorprendió a todos quitándose los zapatos y ofreciéndose a ayudar en la cocina. Cuando estuvieron todos sentados a la mesa, con las copas de vino llenas y los platos repletos de comida, ya se habían relajado. Todos menos Bram y Georgie.
Bram realizó el primer movimiento en su campaña para conseguir que Rory cambiara de opinión sobre él. Levantó la copa y miró a los ojos a su mujer, quien estaba sentada al otro extremo de la mesa.
– Me gustaría proponer un brindis por mi divertida, inteligente y maravillosa esposa -declaró con voz tierna y cargada de emoción-. Una mujer con un gran corazón, una gran capacidad para ver más allá de la superficie… -su voz adquirió un tono conmovedor- y dispuesta a perdonar.
El padre de Georgie frunció el ceño. Meg pareció desconcertada. Laura puso una mirada de ensoñación. Trev se mostró confuso y la expresión de Rory era indescifrable. Bram le sonrió a Georgie con el corazón rebosante de amor.
¡Rebosante de gilipolleces!
A Georgie se le hizo un nudo en la garganta.
– ¡Para ya, tonto! Me vas a hacer llorar.
Levantaron las copas y brindaron.
– Sé que hablo en nombre de todos al decir que resulta fantástico veros a los dos tan felices -dijo Laura sonriendo.
– Los dos teníamos que madurar -declaró Bram en un alarde de sinceridad-. Sobre todo yo, aunque seremos amables y pasaremos por alto el matrimonio de Georgie con Míster Estúpido. Pero por fin estamos donde queremos estar. Con eso no quiero decir que no nos queden aún algunas cosas que solucionar…
Ella se preparó para lo que se avecinaba, fuera lo que fuere.
– Georgie sólo quiere tener dos hijos -prosiguió Bram-, pero yo quiero más. Hemos tenido alguna que otra discusión al respecto…
¡Aquel hombre era un caradura!
Paul dejó su tenedor en el plato y se dirigió a Bram por primera vez aquella noche.
– Con Georgie embarazada y sin poder trabajar, te resultará difícil mantener tu ritmo de vida. -Y soltó una breve carcajada en un intento, poco convincente, de que su comentario pasara por una broma.
Eso era, exactamente, lo que Bram le había advertido que pasaría, pero él simplemente se reclinó en la silla y sonrió de forma relajada.
– Georgie tiene una salud de hierro. Además, pueden grabarla del pecho para arriba. ¡Vaya, que me apuesto cualquier cosa a que puede tener un bebé y volver al trabajo al día siguiente! ¿Qué te parece, cariño?
– Sí, y también podría acuclillarme en mitad del plató y tener el bebé allí mismo.
Bram le guiñó el ojo.
– Ésa es la actitud.
– El sindicato no lo aceptaría -intervino Trevor-. Sería una violación del estatuto del trabajador.
Meg sonrió.
Bram había ganado la batalla y el padre de Georgie bajó la mirada al plato con expresión malhumorada. Trev contó una divertida anécdota sobre la coprotagonista de la película que estaba rodando. Todos rieron, pero una sombra había oscurecido el corazón de Georgie. Deseó que Bram no hubiera sacado a colación el tema de los hijos. Ella tenía dos opciones: o renunciar a tener un bebé o reunir el valor para tenerlo sola. ¿Y por qué no? Los padres estaban muy sobrevalorados. Podía acudir a un banco de esperma o si no…
No. ¡Decididamente no!
Como postre, tomaron un delicioso pastel de limón decorado con frambuesas y virutas de chocolate. Después, Bram sacó a rastras a Chaz de la cocina. Todos la alabaron y ella se ruborizó hasta las cejas.
– Me alegro de que… bueno, de que os haya gustado. -Y le lanzó a Georgie una mirada furibunda.
– El postre estaba estupendo, Chaz -dijo Georgie-. Has conseguido un equilibrio perfecto entre el sabor ácido y el dulce.
Chaz la observó con recelo.
A las seis, Trev recibió una llamada y se fue, pero, a pesar de que se había levantado viento y el aire olía a lluvia, el resto de invitados no parecía tener prisa en terminar la velada. Bram puso música de jazz y se enfrascó con Rory en una relajada conversación acerca del cine italiano. Georgie lo felicitó mentalmente por ser tan comedido. Cuando Rory se disculpó para ir al lavabo, Georgie se acercó a Bram.
– Lo estás haciendo muy bien. Cuando vuelva, dale espacio para que no piense que estás desesperado.
– Pues estoy desesperado. Al menos…
Ella se llevó un mechón de pelo detrás de la oreja y Bram miró fijamente su mano.
– ¿Dónde está tu anillo de boda?
Georgie contempló su dedo.
– Se me cayó por accidente en el lavamanos mientras me estaba arreglando. ¿Acabas de darte cuenta de que no lo llevo?
– Pero…
– Es más barato comprar otro que pagar a un fontanero.
– ¿Desde cuándo te preocupa que algo resulte barato? -Bram se volvió hacia los invitados y habló con calma, aunque con cierta tensión de fondo-: Disculpadme unos minutos. Uno de mis fans está en el lecho de muerte, pobre tío. Le prometí a su mujer que le telefonearía esta tarde.
Y así, sin más, se marchó.
Georgie esbozó una sonrisa triste y actuó como si telefonear a alguien que estaba en el lecho de muerte fuera lo más normal del mundo.
Empezó a lloviznar, y el porche, iluminado por las velas, resultó todavía más acogedor. Todos los invitados estaban conversando, así que Georgie pudo desaparecer sin que nadie se diera cuenta.
Encontró a Bram arrodillado, con la cabeza metida debajo del lavamanos y con un cubo de plástico y una llave inglesa a su lado.
– ¿Qué estás haciendo?
– Recuperar tu anillo.
– ¿Por qué?
– Porque es tu anillo de boda -contestó él con sequedad-. Todas las mujeres tienen un vínculo sentimental con su anillo de bodas.
– Yo no. El mío lo compraste en eBay por cien pavos.
Bram sacó la cabeza de debajo del lavamanos.
– ¿Quién te ha dicho eso?
– Tú.
Él refunfuñó, cogió la llave inglesa y volvió a meter la cabeza debajo del lavamanos.
A Georgie se le estaban poniendo los pelos de punta.
– Porque lo compraste en eBay, ¿no?
– No exactamente -respondió la voz amortiguada de Bram.
– Entonces, ¿dónde lo compraste?
– En… esa tienda.
– ¿Qué tienda?
Él asomó la cabeza.
– ¿Cómo quieres que me acuerde?
– ¡Hace sólo un mes que lo compraste!
– Lo que tú digas.
Su cabeza volvió a desaparecer.
– Me dijiste que el anillo era falso. Es falso, ¿no?
– Define «falso».
La llave inglesa produjo un ruido metálico al chocar contra una cañería.
– Falso es «no auténtico».
– Vaya.
– ¿Bram?
Se oyó otro ruido metálico.
– Entonces no es falso.
– ¿Quieres decir que es auténtico?
– Eso es lo que he dicho, ¿no?
– ¿Por qué no me lo dijiste desde el principio?
– Porque nuestra relación se basa en el engaño. -Alargó una mano-. Pásame el cubo.
– ¡No me lo puedo creer!
Bram tanteó el aire en busca del cubo sin sacar la cabeza.
– ¡Habría sido más cuidadosa! -Georgie pensó en todos los lugares en que había dejado el anillo momentáneamente y deseó patearle el culo a su marido-. ¡Ayer, cuando fui a nadar, lo dejé en la plataforma del trampolín!
– ¡Menuda estupidez!
Un chorro de agua cayó en el cubo.
– ¡Lo tengo! -exclamó Bram un segundo más tarde.
Georgie se sentó sobre la tapa del retrete y hundió la cara entre las manos.
– Estoy harta de tener un matrimonio basado en el engaño.
Bram salió de debajo del mueble del lavamanos con el cubo.
– Si lo piensas, tener un matrimonio basado en el engaño es el único tipo de matrimonio que conoces. Eso debería consolarte.
Georgie se incorporó de golpe.
– Quiero un anillo falso. A mí me gustaba tener un anillo falso. ¿Por qué no haces siempre lo que se supone que debes hacer?
– Porque nunca sé lo que se supone que debo hacer. -Colocó el tapón del desagüe y lavó el anillo no falso de Georgie-. Cuando bajemos, me llevaré a Rory aparte. No permitas que nadie nos interrumpa, ¿de acuerdo?
– ¡Georgie! -llamó Meg desde la planta baja-. Georgie, corre, baja. Tienes una visita.
¿Cómo podía tener una visita con un guardia apostado en la puerta de la finca?
Bram le cogió la mano y le puso el anillo.
– Esta vez procura ser más cuidadosa.
Ella contempló el diamante de gran tamaño.
– Lo he pagado yo, ¿no?
– Todo el mundo debería tener una mujer rica.
Georgie pasó con brusquedad junto a él y recorrió el pasillo con rapidez. A mitad de camino de las escaleras, se detuvo de golpe.
Su ex marido la esperaba en la planta inferior.