Capítulo 21

Cuando Bram salió del lavabo después de darse su ducha matutina, Georgie se incorporó en la cama. Dos semanas y media antes, cuando la cuarentena se levantó, se enfrentó al dilema de volver a trasladarse a la habitación de invitados o quedarse donde estaba. Al final, le dijo a Bram que en la otra habitación había tantos microbios de Lance y Jade que no podía dormir allí. Él estuvo de acuerdo en que algunos microbios eran tan contagiosos que no merecía la pena arriesgarse.

Georgie lo admiró unos instantes. La toalla negra que tenía enrollada alrededor de la cintura hacía que sus ojos lavanda adquirieran una tonalidad índigo. Su pelo todavía estaba húmedo y hacía días que no se afeitaba, lo que le daba un aspecto viril y elegante al mismo tiempo. El bebé imaginario de Georgie se agitó en su útero. Parpadeó volviendo a la realidad.

– ¿Cuándo dices que Hank Peters y tú vais a empezar con las audiciones?

– El martes siguiente a nuestra fiesta de matrimonio, como bien sabes.

– ¿De verdad? Sólo falta una semana y media…

El equipo había empezado de inmediato con las tareas de preproducción porque Hank Peters tenía un compromiso para dirigir otra película en noviembre y no querían quedarse sin su colaboración. Georgie permitió que la sábana dejara al descubierto uno de sus pechos, lo que resultó inútil, porque Bram se dirigió directamente al armario para coger los vaqueros y la camiseta que se habían convertido en su uniforme de trabajo como productor.

– Yo todavía soy la primera de la lista, ¿no?

– ¿Quieres relajarte? Te prometí que serías la primera en hacer la prueba y lo serás, pero te juro que si confías mucho en ello…

– Lo que no resulta fácil contigo diciéndome continuamente lo poco que valgo.

Bram asomó la cabeza.

– No exageres. Eres una actriz buenísima con un gran talento de comediante, ya lo sabes.

– Pero no tan buena como para interpretar a Helene, ¿no? -Georgie esbozó una sonrisita de superioridad-. Recuerda este momento, Bramwell Shepard, porque te haré tragarte tus palabras.

Deseó sentirse tan confiada como aparentaba. Había leído el guión un par de veces más y había preparado un expediente del personaje donde anotaba ideas acerca del pasado de Helene y sus gestos corporales. Pero sólo faltaban diez días para la audición y aquél era el personaje más complejo que ella había interpretado nunca. Tenía mucho trabajo que hacer antes de estar realmente preparada y, encima, le costaba concentrarse.

Bram dirigió la mirada al pecho de Georgie. Ella había tenido que esforzarse para no ceder a la tentación de comprar los camisones más sexys que pudiera encontrar. Al final, decidió seguir utilizando sus pijamas habituales, aunque su sencilla camiseta de tirantes blanca y sus pantaloncitos negros estampados con calaveras piratas yacían ahora arrugados en el suelo, al lado de la cama. Subió la sábana hasta su barbilla.

– No te olvides de que tenemos la última reunión con Poppy a las nueve.

Bram soltó un gruñido y se volvió de nuevo hacia el armario.

– No pienso soportar ninguna reunión más sobre arreglos florales y peladillas estampadas con el emblema de la familia. Por cierto, ¿qué narices son las peladillas?

– Son almendras que saben a jabón.

La inquietud que la había estado acosando desde que se dio cuenta de que ahora Bram tenía todo lo que quería, la propulsó fuera de la cama.

– La gran fiesta-espectáculo sobre la boda de Skip y Scooter fue idea tuya y sólo faltan ocho días para que se celebre. Ni sueñes con escaquearte de la reunión.

– Te doy cien pavos y otro masaje de espalda si me dejas saltármela.

– Yo no necesito cien pavos. Y respecto a lo del masaje en la espalda, repasa tu libro de anatomía, tío, porque lo que has estado masajeando no era mi espalda.

– ¿Y eso no te alegra?

Tenía que reconocer que sí.

Al final, Bram asistió a la reunión.


El denso perfume, la grandilocuente forma de hablar y las ruidosas pulseras de colgantes de Poppy Paterson los volvían locos a los dos, pero Poppy era una organizadora de fiestas imaginativa y eficiente. Comprendió que los helicópteros de los paparazzi volvían imposible que la fiesta se celebrara al aire libre y encontró el lugar perfecto, la espléndida mansión Eldridge, construida en 1920 en el mismo estilo inglés que la mansión Scofield. En su lujoso salón cabían, confortablemente, los doscientos invitados, que habían recibido instrucciones de llevar puesto un disfraz inspirado en la serie.

Aaron y Chaz también se unieron a ellos alrededor de la mesa del comedor de Bram para concretar los últimos detalles. Empezaron hablando de la decoración y acabaron con la comida. Todos los platos del menú habían jugado un papel en uno u otro episodio de Skip y Scooter, empezando por el aperitivo, que consistía en mini pizzas de base gruesa, sándwiches diminutos en forma de corazón de mantequilla de cacahuete y canapés de perritos calientes. Sin kétchup.

La comida en sí era más formal y Chaz leyó el menú en voz alta:

– Ensalada Cohete con parmesano, episodio cuarenta y uno, «Scooter conoce al Alcalde»; colas de langosta glaseadas al ron con mango, episodio dos, «Un simpático aficionado a los caballos»; solomillo dorado a la pimienta negra, episodio sesenta y tres, «Skip se queda sin fin de semana».

– ¿Ensalada Cohete? -preguntó Bram con indolencia-. Suena a algo explosivo.

– Es de rúcula -contestó Chaz-. A ti te gusta.

Chaz miró a Poppy, quien iba vestida con un traje de punto de color champán de St. John y unas gafas de sol redondas descansaban encima de su sofisticada melena de pelo negro.

– Me alegro de que renunciaras a dar esa porquería de mousse de foie gras -dijo Chaz.

Desde el principio, Poppy dejó claro que le molestaba tener que tratar con una veinteañera de pelo color violeta que no era una estrella del rock.

– Se mencionaba en el episodio veintiocho, «La maldición de los Scofield».

– Sí, lo que Scooter le dio de comer al perro.

A Georgie se le pusieron los ojos vidriosos mientras la discusión continuaba. Las últimas semanas habían sido raras. Bram se iba al estudio temprano por la mañana y no regresaba hasta última hora de la tarde. Ella lo echaba de menos de una forma que no podía definir con exactitud… como si la vida fuera más monótona sin su esgrima verbal. Ni siquiera sus revolcones nocturnos la compensaban. Hacer el amor con él era divertido y excitante, pero faltaba algo.

Claro que faltaba algo: la confianza, el respeto, el amor, un futuro.

No obstante, Georgie había desarrollado, a regañadientes, un sentimiento de respeto hacia él. No conocía a ningún otro hombre que hubiera acogido a Chaz en su casa, y le encantaba que buscara siempre a las mujeres más comunes y las mirara de una forma seductora, hasta que ellas se sentían como unas supermodelos. Bram también estaba desplegando en su trabajo una importante ética laboral. Pero, en esencia, Bram siempre había mirado por sí mismo y eso no cambiaría nunca.

Al final, Poppy cogió su bolso de piel de serpiente despidiendo a su alrededor efluvios de perfume.

– He preparado una pequeña sorpresa para la fiesta -anunció-. Lo digo para que lo sepáis. Se trata de uno de los toques especiales que constituyen mi sello personal. Os encantará.

Bram la miró.

– ¿Qué tipo de sorpresa?

– Bueno, la espontaneidad lo es todo.

– A mí no me entusiasma mucho la espontaneidad -comentó Georgie.

Las pulseras de Poppy tintinearon.

– Me habéis contratado para organizar una fiesta espectacular y eso es lo que haré. Estaréis en una nube. Os lo prometo.

Bram estaba impaciente por marcharse e interrumpió las protestas de Georgie.

– Siempre que no me hagas llevar unas mallas o beber cerveza sin alcohol, por mí de acuerdo.

Poppy se marchó poco después y Bram se fue al estudio.

Georgie quería editar más película y tenía que seguir trabajando en su expediente de Helene, pero primero telefoneó a April. Habían estado trabajando juntas en el vestido de novia y los accesorios de Georgie y faltaba poco para la última prueba. Cuando acabaron de hablar, Georgie anotó unas cuantas ideas más sobre Helene, pero seguía distraída. Al final, subió a la planta superior para ver las últimas imágenes que había grabado sobre un grupo de mujeres solteras que intentaban salir adelante con empleos de salario mínimo. Oír de primera mano los relatos de las vidas de aquellas mujeres le había recordado, una vez más, lo privilegiada que era.

Rory le había estado ayudando a escapar de los paparazzi durante sus salidas y le había ofrecido una plaza en su garaje para que aparcara un coche que los periodistas no reconocieran. Cuando Georgie quería salir sin que la siguieran, se escabullía por la puerta del jardín a la casa de Rory y salía de su garaje con un Toyota Corolla que Aaron había alquilado para ella. De momento, ninguno de los paparazzi se había enterado y cargar por ahí con el equipo de vídeo le había proporcionado un anonimato que no se esperaba. Aunque las personas a las que entrevistaba sabían quién era, Georgie podía ir de un lado a otro con cierto grado de libertad.

Después de unas horas, Chaz asomó la cabeza por la puerta.

– Tu viejo se está mudando otra vez a la caseta de invitados.

Georgie levantó la cabeza del monitor de golpe.

– ¿Mi padre?

Chaz tiró de su flequillo violeta fosforescente.

– Me ha dicho que no han acabado de arreglar las humedades de su casa. Personalmente, yo creo que sólo quiere gorronearle a Bram.

Su padre no contestaba a sus llamadas desde que lo despidiera, así que ¿por qué se había presentado allí de repente? Lo último que necesitaba ella era otro sermón acerca de sus malas decisiones y su incompetencia general y, desde luego, no quería hablar de lo de Laura. Despedirla seguramente había sido una buena decisión, pero no se sentía del todo bien por haberlo hecho. ¡Ojalá Bram estuviera allí!

Aaron llegó de hacer unos recados con los brazos cargados de paquetes.

– Tu padre está abajo.

– Eso me han dicho.

Georgie quería acabar de editar la película y no tratar con lo inevitable, así que se acercó a Chaz con paso decidido.

– Escúchame… Si hay en ti aunque sólo sea una parte diminuta que no me odie, ¿podrías mantener a mi padre lejos de aquí durante una hora? Por favor.

La chica se tomó su tiempo en considerar su petición.

– Lo haré… pero sólo si primero comes algo. -Y sonrió.

– Deja de darme la lata.

Chaz respondió ensanchando la sonrisa.

Gracias a las comidas de Chaz, Georgie había recuperado el peso que había perdido, pero eso no calmaba su crispación.

– ¡Está bien! Pero la hora no empieza a contar hasta que haya terminado de comer.

– Vuelvo dentro de diez minutos.

Y volvió, llevando dos platos, uno con una ensalada de abundantes y riquísimos vegetales coronada con lonchas de salmón, y otro con un bocadillo enorme relleno de tres tipos de carne, queso y guacamole. Georgie y Aaron intercambiaron unas miradas de resignación mientras colocaba frente a él el plato de ensalada y el grasiento bocadillo delante de Georgie.

– Tú necesitas las calorías -dijo Chaz cuando Georgie le pidió cambiar los platos-, pero Aaron no.

Georgie cogió el bocadillo.

– Eres una gran experta en nutrición.

– Chaz es experta en todo -comentó Aaron-. Sólo tienes que preguntarle lo que sea.

La chica se cruzó de brazos con expresión de suficiencia.

– Sé que, por fin, ayer Becky habló contigo.

– Sólo quiere que le eche una ojeada a su ordenador.

– Eres tonto. No sé por qué pierdo el tiempo contigo.

Georgie sabía por qué, pero no era tan tonta como para señalar que Chaz era una cuidadora nata.

Cuando ya casi habían acabado de comer, Georgie le dijo a Chaz que bajara para cuidar de su padre. Aaron se fue para que le cambiaran el aceite al coche de Georgie y ella volvió a la edición de la película. Pasó una hora.

– ¿Puedo entrar?

Georgie levantó la vista sobresaltada y vio a su padre en el umbral de la puerta. Vestía unos pantalones cortos grises, un polo azul claro y necesitaba un corte de pelo. Paul señaló el ordenador con un gesto de la cabeza.

– ¿Qué estás haciendo?

Seguro que la criticaría, pero, de todos modos, ella se lo contó.

– Un nuevo hobby. He estado haciendo filmaciones de vídeo y luego las edito.

Él guardó silencio como respuesta, lo que exasperó a Georgie. Ella jugueteó con el ratón.

– Todo el mundo se merece tener un hobby. -Georgie levantó la barbilla-. He comprado un equipo de edición. Sólo para divertirme.

Paul se frotó el dedo índice con el pulgar.

– Ya veo.

– ¿Hay algo malo en eso?

– No; sólo me sorprende.

Le sorprendía porque la idea no había surgido de él.

Un silencio horrible invadió la habitación. Georgie se enderezó en la silla.

– Papá, ya sé que no apruebas la forma en que he estado haciendo las cosas últimamente, pero no pienso volver a discutirlo contigo.

Él cambió el peso de pierna y asintió con la cabeza.

– Sólo quería saber si tenías idea de dónde está la caja de fusibles de la casa de invitados. Uno de los circuitos ha saltado y no quería ir husmeando por ahí sin preguntar.

– ¿La caja de los fusibles?

– No importa, se lo preguntaré a Chaz.

Sus pasos se alejaron por el pasillo.

Georgie miró con fijeza el umbral vacío de la puerta. Su padre se comportaba de una forma realmente extraña desde el incidente de la piscina. Tenía que hablar con él. Hablar en serio, pero ¿acaso no llevaba años intentándolo?

Se volvió hacia el monitor. Su padre tenía buen ojo y Georgie deseó poder enseñarle sus filmaciones, pero ella necesitaba su apoyo, no sus críticas. Si al menos pudieran estar juntos y relajados…

Un recuerdo acudió a su memoria.

Una habitación pequeña y sencilla, una alfombra fea de color dorado, libros desparramados por todas partes… Sus padres estaban bailando… Entonces empezaron a hacerse cosquillas. Y a perseguirse por la habitación. Su padre saltó por encima de una silla. Su madre la cogió en brazos. «¿Qué vas a hacer ahora, tiarrón? Yo tengo a la niña.» Y los tres cayeron al suelo muertos de risa.


Su padre salió a cenar fuera, así que Georgie no pudo preguntarle si su recuerdo era real o no, aunque probablemente no habría conseguido nada, porque él tenía la costumbre de esquivar sus preguntas acerca del pasado. Al menos, le agradecía que no hablara mal de su madre, aunque era evidente que su matrimonio había sido un error.

A la mañana siguiente, Georgie despertó hecha un manojo de nervios. Sólo faltaba una semana para la fiesta. Su padre se había instalado en su casa. Ella tenía la audición más importante de su carrera para un papel que nadie creía que pudiera interpretar. Y ahora que su falso marido había conseguido el contrato para hacer la película, era posible que decidiera que ya no necesitaba sus cincuenta mil dólares mensuales y pasara de ella. El grano que le salió en la frente casi constituyó un alivio: un problema pequeño que no tardaría mucho en desaparecer.

Pasó el resto de la mañana en la peluquería, dándose reflejos en el pelo y depilándose las cejas. Cuando regresó a la casa, los nervios la embargaban. Estaba demasiado inquieta para concentrarse y prepararse para la audición, así que decidió coger la cámara y dirigirse fuera de la zona dominada por la prensa, quizás a Santee Alley. Allí entrevistaría a algunas de las mujeres que vendían imitaciones de los grandes diseñadores.

No había visto a su padre en toda la mañana, pero él apareció justo cuando ella bajaba las escaleras con la bolsa que contenía el equipo de filmación. Paul introdujo una mano en el bolsillo de sus pantalones caqui e hizo tintinear sus llaves.

– ¿Quieres ir a ver una película esta tarde?

– ¿Te refieres a ir al cine?

– Será divertido.

Aquella palabra sonaba rara en su boca.

– Creo que no -contestó Georgie.

– ¿Y qué tal si salimos a comer?

Ella tenía que acabar con aquello. Subió el asa de la bolsa más arriba en su hombro.

– No tienes por qué ser tan amable conmigo. Me pone nerviosa. Vamos, di lo que tengas que decir, que soy desagradecida y una mala hija, que no entiendo este negocio, que…

– Tú no eres desagradecida ni una mala hija, y no tengo nada más que decirte sobre eso. Sólo pensaba que te gustaría salir un rato. -Paul sacó las llaves de su bolsillo-. No importa. Tengo recados que hacer.

Y salió por la puerta principal.

Su extraña respuesta hizo que Georgie frunciera el ceño y lo siguiera.

A ella siempre le había encantado el porche delantero de la casa de Bram, con su suelo de baldosas azules y blancas y la arcada con columnas estucadas y en espiral. Una buganvilla violeta formaba una pared en un extremo y, recientemente, Chaz había añadido unas macetas más, un banco mexicano profusamente tallado y una silla de madera a juego.

– Espera, papá.

Sin pensárselo dos veces, Georgie hurgó en la bolsa.

La expresión de Paul pasó de inquisitiva a recelosa cuando su hija sacó la cámara y dejó la bolsa en el suelo.

– He tenido un sueño -dijo ella-. Bueno, más que un sueño, es un recuerdo… -La cámara era su escudo, su protección. La puso en marcha-. Un recuerdo de ti y mamá bailando y bromeando. Tú saltaste por encima de una silla. Los tres reíamos y… éramos felices. -Se acercó a su padre-. A veces tengo recuerdos como ése. Son producto de mi imaginación, ¿no?

– Apaga esa cámara.

Georgie tropezó con la esquina del banco e hizo una mueca de dolor, pero no dejó de grabar.

– Me los he inventado para esconder la verdad que no quiero ver.

– Georgie, por favor…

– Sé contar. -Rodeó el banco y enfocó a su padre con el objetivo-. Sé que te casaste con ella porque estaba embarazada de mí. Hiciste lo correcto, pero odiaste cada instante de vuestro matrimonio.

– Estás dramatizando.

– Cuéntame la verdad. -Georgie empezó a sudar-. Sólo por una vez, y no volveré a sacar el tema. No te culparé, podrías haberte desentendido pero no lo hiciste. Podrías haberme abandonado pero tampoco lo hiciste.

Él suspiró y volvió a subir las escaleras del porche, como si aquella fuera una fastidiosa reunión a la que no tuviera más remedio que asistir.

Georgie lo rodeó y retrocedió colocándose entre él y los escalones para que no pudiera escaparse.

– He visto las fotos de mamá. Era muy guapa y sé que le gustaba pasárselo bien.

– Apaga esa cámara, Georgie. Ya te he dicho que tu madre te quería, no sé qué más…

– También me dijiste que era muy atolondrada, pero sólo intentabas ser diplomático. -Su voz se volvió seria-. No me importa si ella sólo fue una aventura para ti, un ligue de una noche que salió mal. Yo sólo…

– ¡Ya está bien! -Paul apuntó el índice hacia la cámara. La vena de su cuello latía visiblemente-. ¡Apaga esa cámara ahora mismo!

– Ella era mi madre. Tengo que saberlo. Si no fue más que una aventura, al menos dímelo.

– ¡No, no lo fue! Y no vuelvas a decirlo nunca más. -Le arrancó la cámara de las manos y la lanzó contra el suelo, donde se hizo añicos-. ¡Tú no lo entiendes!

– ¡Entonces explícamelo!

– ¡Ella fue el amor de mi vida! -Sus palabras quedaron flotando en el aire.

Un escalofrío recorrió a Georgie. Miró fijamente a su padre. La angustia crispaba sus facciones. Ella se sintió mareada y temblorosa.

– No te creo.

Paul se quitó las gafas y se dejó caer en el labrado banco.

– Tu madre me tenía hechizado -dijo con voz áspera y ronca-. Era encantadora… La risa era algo tan natural en ella como la respiración. Era inteligente, más inteligente de lo que yo lo he sido nunca, y también divertida. Se negaba a ver la maldad en los demás. -Dejó las gafas a su lado con mano temblorosa-. Ella no murió en un accidente de tráfico, Georgie. Vio a un chico golpeando a su novia embarazada e intentó ayudarla. Él le pegó un tiro a tu madre en la cabeza.

– ¡No! -gimió Georgie.

Paul apoyó los codos en las rodillas y dejó caer la cabeza entre las manos.

– El dolor que sentí cuando la perdí fue superior a mis fuerzas. Tú no entendías adónde había ido ella y llorabas todo el tiempo. Y yo no podía consolarte. Apenas tenía fuerzas para alimentarte. Ella te quería tanto que no habría soportado que no me ocupara de ti. -Se frotó la cara con las manos-. Dejé de presentarme a las audiciones. No podía. Actuar requiere de una transparencia que yo ya no tenía. -Se pasó los dedos por el pelo-. No podía volver a pasar por algo así nunca más, así que me prometí que nunca amaría a nadie más como amé a tu madre.

A Georgie se le encogió el pecho con un profundo dolor.

– Y cumpliste tu promesa -susurró.

Él la miró y ella vio que las lágrimas pugnaban por rebosar de sus párpados.

– No, no la cumplí. Y no cumplirla mira adónde nos ha llevado.

Georgie tardó unos instantes en comprender lo que su padre le decía.

– ¿A mí? ¿A mí me quieres de esa manera?

Paul soltó una risa nerviosa.

– Sorprendente, ¿no?

– Me… me cuesta creerlo.

Él inclinó la cabeza y empujó a un lado la cámara con el pie.

– Supongo que soy mejor actor de lo que creía.

– Pero… ¿cómo? ¡Siempre te has mostrado tan frío conmigo! Tan…

– Porque tenía que salir adelante -replicó él con fiereza-. Por nosotros. No podía derrumbarme otra vez.

– ¿Durante todos estos años? ¡Ella murió hace mucho tiempo!

– La frialdad se convirtió en un hábito para mí. Un lugar seguro donde vivir.

Paul se levantó del banco. Por primera vez en su vida, a Georgie le pareció más mayor de lo que en realidad era.

– ¡A veces te pareces tanto a ella! Tu risa. Tu amabilidad. Pero tú eres más práctica que ella, y no tan inocente.

– Como tú.

– En última instancia, tú eres tú misma. Por eso te quiero. Por eso te he querido siempre.

– Yo nunca he sentido que… que me quisieras mucho.

– Lo sé, pero no sabía… no se me ocurría cómo transmitírtelo, así que intenté compensarte siendo muy escrupuloso con tu carrera. Tenía que asegurarme de que estaba haciendo todo lo que podía por ti, pero siempre supe que no era suficiente. Ni de cerca.

Un sentimiento de compasión hacia su padre creció en Georgie, y también otro de tristeza por todo lo que ella se había perdido. Y también tuvo la certeza de que su madre, la mujer que él le había descrito, no habría soportado verlo de esa manera.

Él cogió sus gafas y se apretó el puente de la nariz.

– Y cuando te vi después de que Lance te abandonara, cuando vi lo que sufrías sin que yo pudiera hacer nada para consolarte… Deseé matarlo. Y después te casaste con Bram. No puedo olvidar el pasado, pero sé que lo quieres y lo estoy intentando.

Una protesta brotó en los labios de Georgie, pero la contuvo.

– Papá, sé que te hago daño al decirte que quiero dirigir mi propia carrera, pero yo sólo… quiero que seas mi padre.

– Eso ya me lo has dejado claro. -Volvió a sentarse en el banco, justo delante de Georgie; más preocupado que ofendido-. Pero tengo un problema. Conozco bien esta ciudad. Quizá se trate de una cuestión de ego o sobreprotección, pero no creo que nadie más que yo sea capaz de poner tus intereses por encima de todo lo demás.

Georgie pensó que eso era algo que él siempre había hecho, aunque ella no siempre hubiera estado de acuerdo con los resultados.

– Tendrás que confiar en mí -contestó con dulzura-. Te pediré tu opinión, pero las decisiones finales, correctas o equivocadas, las tomaré yo.

Paul asintió con lentitud y vacilación.

– Supongo que ha llegado la hora. -Se inclinó y cogió lo que antes era la cámara de Georgie-. Siento lo de la cámara. Te compraré otra.

– No importa. Tengo una de recambio.

El silencio se instaló entre ellos. Un silencio incómodo, pero los dos lo soportaron.

– Georgie… No estoy seguro de cómo ha sucedido, pero por lo visto… -jugueteó con la carcasa vacía de la cámara- existe una posibilidad remota, muy remota, de que vuelva a… concentrarme en mi carrera.

Y le contó la visita de Laura, su insistencia en tomarlo como cliente y lo de las clases de interpretación a las que había empezado a asistir. Parecía un poco avergonzado y, al mismo tiempo, perplejo.

– Me había olvidado de cuánto me gustaba actuar. Me siento como si por fin estuviera haciendo lo que debería haber hecho durante todo este tiempo. Como si hubiera llegado… a casa.

– No sé qué decir. Es maravilloso. Estoy impresionada. Emocionada. -Georgie le acarició la mano-. No te lo había dicho, pero la noche que leímos La casa del árbol estuviste brillante. Supongo que tú no eres el único que ha estado reprimiendo sus sentimientos. ¿Cuándo tienes la audición? Cuéntame más cosas.

Paul se las contó: le resumió el guión, le describió el personaje y le habló de la clase de interpretación a la que había asistido. Al verlo tan animado, Georgie tuvo la impresión de que estaba contemplando a un hombre que empezaba a liberarse de una prisión emocional.

La conversación giró hacia Laura.

– Si me odiara, no la culparía. -El sentimiento de culpabilidad de Georgie resurgió-. Quizá no debería haberlo hecho, pero quiero empezar desde cero y no se me ocurrió otra forma de hacerlo.

– Te resultará difícil creerlo, pero Laura parece sentirse bien con tu decisión. No me pidas que lo entienda. Has abierto una enorme brecha en sus ingresos, pero en lugar de deprimirse, ella está… no sé… entusiasmada, vigorizada… no sé cómo llamarlo. Laura es una mujer fuera de lo común. Mucho más valerosa de lo que yo creía. Es una persona… interesante.

Georgie lo miró con atención y Paul se levantó del banco. Otro incómodo silencio surgió entre ellos. Él apoyó la mano en una columna.

– ¿Qué haremos ahora, Georgie? Me gustaría ser el padre que deseas, pero creo que es un poco tarde para eso. No tengo ni idea de qué hacer.

– Pues a mí no me mires. Yo estoy emocionalmente traumatizada por todas las broncas que me has echado.

Un sabelotodo nunca dejaba de serlo, pero a ella lo único que se le ocurría era pedirle que la abrazara, que simplemente la rodeara con los brazos.

Se cruzó de brazos y dijo:

– A menos que quieras empezar con algún tipo de abrazo patético.

Para su sorpresa, su padre cerró los ojos angustiado.

– No creo que me acuerde de cómo se hace.

Su vulnerabilidad emocionó a Georgie.

– Quizá podrías intentarlo.

– ¡Oh, Georgie…! -Paul extendió los brazos, estrechó a su hija contra su pecho y la abrazó tan fuerte que le hizo daño en las costillas-. ¡Te quiero tanto!

Apoyó la mandíbula en la cabeza de Georgie y la balanceó como si fuera una niña. Fue un gesto torpe, incómodo… y maravilloso.

Ella hundió la cara en el cuello de su padre. Aquello no sería fácil, ni para él ni para ella. Georgie tendría que tomar las riendas de la relación, pero ahora que sabía cuáles eran los sentimientos de él, no le importaba hacerlo.

Загрузка...