Después de ducharse y vestirse, Georgie fue a su despacho. Aaron estaba sentado ante el ordenador, trabajando al ritmo insonoro que procedía de sus cascos. Empezó a quitárselos, pero Georgie le indicó con una seña que no lo hiciera. Las cosas de su padre ya no estaban. Bien. Eso significaba que, en lugar de decírselo cara a cara, podía utilizar la vía de los cobardes y enviarle un mensaje por la noche para comunicarle que había cancelado la reunión.
Georgie echó una ojeada a la lista de invitados a la fiesta de la boda, para la que faltaban menos de tres semanas, y vio que casi todo el mundo había aceptado. ¡Menuda sorpresa! Un montón de invitaciones a actos benéficos, pases de moda y la presentación de una nueva línea de productos de su peluquera la esperaban, pero Georgie no tenía ganas de pensar en todo eso, lo único que quería era ver lo que había filmado de Chaz.
Aaron le había ayudado a instalar su nuevo equipo de edición en un rincón del despacho. Ella cargó en el ordenador las secuencias que había grabado y enseguida se quedó absorta en lo que vio. Aunque la historia de Chaz le fascinaba, también le intrigaba la de Soledad, la mujer de la limpieza. ¡Y había tantas otras mujeres con las que quería hablar! Camareras y dependientas, guardias urbanas y enfermeras a domicilio… Quería grabar la historia de mujeres comunes realizando trabajos comunes en la capital mundial del glamour.
Cuando levantó la vista del monitor, descubrió que Aaron ya se había ido a su casa. Laura ya debería de haber cancelado la cita con Rich Greenberg, pero, por si todavía no lo había hecho, esperaría hasta la mañana siguiente para telefonearle y presentarle sus disculpas.
Bajó a la planta baja y recibió una desagradable sorpresa al ver que su padre salía de la sala de proyecciones.
– He repasado una vieja película de Almodóvar -comentó él.
– Creía que te habías ido.
– La mujer de la limpieza ha encontrado un problema de humedades en mi casa. Ya lo están solucionando, pero tengo que estar fuera unos días hasta que acaben. Espero que no te importe que me quede aquí un poco más.
A Georgie sí le importaba, sobre todo porque entonces tendría que contarle lo de la cancelación de la cita en persona.
– Está bien.
Bram apareció procedente de la cocina.
– Quédate el tiempo que quieras, papá -dijo con voz ronca-. Ya sabes que siempre eres bienvenido en esta casa.
– Sí, como las plagas -soltó Paul.
– No si sigues las reglas.
– ¿Y cuáles son esas reglas?
Era evidente que Bram se lo estaba pasando bien. Claro que tenía al mundo a sus pies, así que ¿por qué no?
– En primer lugar, deja tranquila a Georgie. Ahora ella es mi dolor de cabeza, no el tuyo.
– ¡Eh! -Georgie apoyó las manos en las caderas.
– En segundo lugar… Bueno, eso es todo. Dale cancha a tu hija. Pero también me gustaría oír tu opinión acerca de La casa del árbol.
Paul frunció el ceño.
– ¿Nunca te cansas de ser sarcástico, Shepard?
Georgie observó a Bram.
– No creo que esté siendo sarcástico, papá. De verdad quiere conocer tu opinión. Y, créeme, yo estoy tan sorprendida como tú.
Su falso marido la miró con suficiencia.
– Sólo porque Paul sea un coñazo de controlador y que te saque de quicio no significa que no sea inteligente. Ayer por la noche realizó una lectura increíble y me gustaría conocer su opinión acerca del guión.
Paul, a quien nunca le faltaban las palabras, parecía no saber qué responder. Al final, se metió las manos en los bolsillos y dijo:
– De acuerdo.
La conversación durante la cena empezó algo tensa, pero nadie llegó a las manos y, al cabo de un rato, los tres se estaban devanando los sesos intentando resolver un problema de credibilidad en la primera escena de Danny y Helene. Después, Paul comentó que el personaje de Ken debería tener más matices y argumentó que, si se añadía complejidad a la personalidad del padre abusador, resultaría más amenazador. Georgie estuvo de acuerdo con él y Bram los escuchó con atención.
Poco a poco, Georgie se dio cuenta de que el guión original no era tan perfecto como Bram le había dado a entender y que él lo había pulido. En ciertos casos, sólo le había dado simples retoques, pero en otros había añadido escenas nuevas, aunque sin dejar de ser fiel a la novela original. Saber que Bram escribía tan bien añadía otra grieta a sus viejos prejuicios acerca de él.
Bram se acabó de un trago el café.
– Me habéis dado buenas ideas. Ahora iré a tomar notas.
Ya hacía rato que Georgie debería haberse dedicado a la terrible tarea de ser sincera con su padre, así que, aun sin ganas, se despidió de Bram con un gesto de la mano.
Mientras otro silencio previsiblemente incómodo se instalaba entre padre e hija, otro recuerdo surgió en la mente de ella. Cuando su madre murió, Georgie sólo tenía cuatro años, así que no guardaba muchos recuerdos de ella, pero sí se acordaba de un sencillo apartamento que parecía estar siempre lleno de risas, rayos de sol y de lo que su madre llamaba «plantas regalo». Georgie solía cortar trozos de boniato o la parte superior de una piña y los plantaba en un cubo con tierra, o colgaba un hueso de aguacate del borde de un vaso de agua con un par de palillos. Su padre casi nunca hablaba de su madre, pero cuando lo hacía, la describía como una mujer atolondrada y desorganizada, aunque de buen corazón. De todas maneras, se los veía felices en las fotos de familia.
Georgie apretó la servilleta que tenía en el regazo cerrando el puño.
– Papá, respecto a mañana…
– Sé que no estás muy entusiasmada con el proyecto, pero no permitas que Greenberg lo note. Explícale que le darás un giro personal al personaje. Consigue que sea él quien te ofrezca ese papel. Llevará tu carrera a otro nivel, te lo prometo.
– Pero yo no quiero ese papel.
Georgie percibió la frustración de su padre y se preparó para recibir un enconado sermón acerca de su tozudez, falta de visión, inocencia e ingratitud. Pero, entonces, su padre hizo algo realmente extraño. Dijo:
– ¿Por qué no jugamos a las cartas?
– ¿A las cartas?
– ¿Por qué no?
– Porque tú odias jugar a las cartas. Pero ¿qué te pasa, papá?
– A mí no me pasa nada. Sólo porque me apetezca jugar a las cartas con mi hija no significa que me pase algo. Podemos hacer algo más que hablar de trabajo, ¿sabes?
Georgie no se lo tragaba. Laura debía de haberle contado lo de la cancelación y, en lugar de reprochárselo directamente, su padre había decidido utilizar otra estrategia. El hecho de que creyera que podía manipularla con aquellos torpes intentos de ser su «colega» la destrozaba. Su padre agitaba lo que ella más quería delante de sus narices para obligarla a hacer lo que él quisiera. Ésta era su nueva táctica para evitar que ella escurriera el bulto.
El dolor se transformó en rabia. Ya iba siendo hora de que él se enterara de que ella ya no le permitiría controlar su vida con la vana esperanza de recoger unas migajas de afecto por el camino. El último mes de su vida la había cambiado. Había cometido errores, pero eran sus errores y tenía la intención de que siguiera siendo así.
– No me convencerás para que programe una nueva cita con Greenberg -dijo con rotundidad-. Ya la he cancelado.
Su corazón se puso a latir violentamente. ¿Tendría el valor de mantenerse firme en su decisión o volvería a ceder ante su padre?
– ¿De qué me estás hablando?
A Georgie se le formó un nudo en la garganta. Habló deprisa, escabulléndose.
– Aunque Greenberg me ofreciera el papel con mi nombre impreso encima del título, no lo aceptaría. Sólo pienso hacer proyectos que me emocionen, y si no te parece bien, lo siento. -Y tragó saliva con fuerza-. No quiero herirte, pero no puedo seguir así, contigo y con Laura tomando decisiones a mis espaldas.
– Georgie, pero ¿qué dices?
– Te agradezco todo lo que has hecho por mí. Sé que sólo quieres lo mejor para mi carrera, pero lo que es mejor para mi carrera no siempre es lo mejor para mí.
¡Dios mío, no podía echarse a llorar! Tenía que ser tan severa con él como él lo era con ella. Hurgó más hondo en su creciente reserva de determinación.
– Ahora necesito que te apartes, papá. Yo tomo el mando.
– ¿Que me aparte?
Ella asintió con decisión.
– Ya veo. -Las atractivas facciones de Paul no mostraron ni un ápice de emoción-. Sí, bueno… Ya veo.
Georgie se preparó para recibir su frialdad, su condescendencia, sus comentarios mordaces. Su carrera los había mantenido unidos, pero aparte de esa carrera no tenían nada en común. Si ella no se retractaba, su relación con su padre se desvanecería. ¡Qué ironía! Media hora antes, ella había disfrutado de la compañía de su padre por primera vez en mucho tiempo, y ahora estaba a punto de perderlo para siempre. Aun así, no cedería. Se había emancipado de Lance. Había llegado la hora de emanciparse de su padre.
– Por favor, papá… Intenta comprenderme.
Él ni siquiera parpadeó.
– Yo también lo siento, Georgie. Siento que hayamos llegado a esta situación.
Y eso fue todo. Se fue sin más. Recogió sus cosas en la casa de invitados y salió de su vida.
Georgie resistió la sobrecogedora necesidad de ir tras él y subió con pesadez las escaleras. A Bram debía de haberle dado pereza ir hasta su despacho, porque estaba sentado en el sofá del despacho de ella, con el tobillo de una pierna apoyado en la rodilla de la otra y uno de los blocs de notas de Aaron en el muslo. Georgie se detuvo en el umbral.
– Creo que… he despedido a mi padre.
Bram levantó la vista.
– ¿No estás segura?
– Yo… -Se apoyó en el marco de la puerta-. Oh, Dios, ¿qué he hecho?
– ¿Madurar?
– No volverá a hablarme nunca más. Y es la única familia que tengo.
«Pobre, pobrecita Georgie York.»
Ella se enderezó. Ya estaba harta.
– Y también voy a despedir a Laura. Ahora mismo.
– ¡Uau! ¡La matanza de Georgie York!
– ¿Crees que hago mal?
Él descruzó las piernas y dejó a un lado el bloc.
– Creo que no necesitas que nadie te diga cómo tienes que dirigir tu carrera, pues eres perfectamente capaz de hacerlo tú sola.
Ella le agradeció el comentario, pero también deseó que discutiera o apoyara su decisión.
Bram la observó dirigirse al teléfono. Georgie sentía náuseas. Ella no había despedido a nadie en su vida. Su padre siempre se había encargado de hacerlo por ella.
Laura descolgó el auricular al primer tono.
– Hola, Georgie. Ahora mismo iba a llamarte. No estoy contenta, pero acabo de cancelar la reunión. Creo que deberías telefonear a Rich mañana y…
– Sí, ya le telefonearé. -Se dejó caer en la silla del escritorio de Aaron-. Laura, tengo que decirte una cosa.
– ¿Te encuentras bien? Tu voz suena rara.
– Sí, me encuentro bien, pero… -Miró el pulcro montón de papeles que había encima del escritorio sin verlos-. Laura, sé que llevamos juntas mucho tiempo y te agradezco lo mucho que has trabajado, agradezco todo lo que has hecho por mí, pero… -Se frotó la frente-. Tengo que dejarte.
– ¿Dejarme?
– Yo… he de realizar algunos cambios. -No había oído a Bram colocarse detrás de ella, pero notó su mano acariciándole la espalda-. Sé que tratar con mi padre puede resultar muy difícil y no te culpo de nada, de verdad que no, pero debo… empezar de nuevo. Y yo elegiré a la persona que me represente.
– Comprendo.
– Tengo que asegurarme de que mi opinión es la única que cuenta.
– Resulta irónico. -Laura rio con sequedad-. Sí, lo comprendo. Cuando hayas contratado a un nuevo agente, házmelo saber. Intentaré que la transición sea lo más fácil posible. Buena suerte, Georgie.
Laura colgó. Nada de súplicas. Nada de presiones. Georgie se sintió mal. Apoyó la frente en el escritorio.
– ¡Qué injusto es todo esto! Mi padre fijó las reglas y yo las acepté, pero es Laura la que paga por todo.
Él le quitó el auricular de la mano y lo dejó en su sitio.
– Laura sabía que la relación no funcionaba y era ella la que tenía que hacer algo al respecto.
– Aun así…
Georgie escondió la cara en el antebrazo.
– Para ya. -Bram la cogió por los hombros y le obligó a enderezarse-. No te arrepientas de lo que has hecho.
– Para ti es fácil decirlo. A ti se te da bien ser desagradable.
Georgie se levantó de la silla.
– Laura me cae muy bien -dijo Bram-, y probablemente podría haber sido una agente adecuada para ti, pero no mientras esté sirviendo a dos jefes a la vez.
– Mi padre no volverá a dirigirme la palabra.
– No tendrás tanta suerte. -Él se sentó en el borde del escritorio-. ¿Y qué es lo que ha provocado la catástrofe?
– Mi padre quería que jugáramos a las cartas. Y también me ha salpicado con agua en la piscina.
Georgie le propinó una patada a la papelera y lo único que consiguió fue hacerse daño en el dedo gordo del pie y esparcir el contenido por la alfombra.
– ¡Mierda! -Se arrodilló para arreglar el desaguisado-. Ayúdame a recoger esto antes de que Chaz lo vea.
Bram empujó un papel arrugado hacia ella con la punta del zapato.
– Por curiosidad… ¿tu vida siempre ha sido una hecatombe o da la casualidad de que he entrado en escena en un momento especialmente crucial?
Georgie echó la piel de un plátano en la papelera.
– Podrías ayudarme, ¿no?
– Lo haré. Te ayudaré a ahogar tus penas en una sesión de sexo alucinante.
Teniendo en cuenta el frágil estado de su matrimonio, lo del sexo alucinante probablemente constituía una buena idea.
– Bueno, pero yo domino, estoy harta de ser sumisa.
– Soy todo tuyo.
Una franja de luz dorada procedente de la lámpara cruzó el cuerpo desnudo de Bram iluminando desde el hombro hasta sus caderas. Se dejó caer sobre la almohada, agotado e intentando recuperar el aliento. Era un hermoso ángel caído, borracho de sexo y pecado.
– Al final te enamorarás de mí -dijo-. Lo sé.
Georgie se apartó el pelo de los ojos y contempló el torso masculino empapado en sudor. Las sacudidas de su último orgasmo la habían dejado tierna y vulnerable. Intentó recuperarse.
– Estás delirando.
Bram le cogió los muslos, que todavía lo rodeaban por las caderas.
– Te conozco. Te enamorarás de mí y lo estropearás todo.
Ella hizo una mueca y se separó de Bram.
– ¿Por qué habría de enamorarme de ti?
Él le acarició el trasero.
– Porque tienes un gusto horrible con los hombres, por eso.
Georgie se tumbó a su lado.
– ¡No tan horrible!
– Eso lo dices ahora, pero dentro de poco me dejarás mensajes amenazadores en el buzón de voz y acecharás a mis novias.
– Sólo para advertirles respecto a ti.
Georgie notó la calidez del cuerpo de Bram en su piel y el olor terroso de sus cuerpos se mezcló con el olor fresco de las sábanas limpias. Como de costumbre, el sexo había sido increíble y, más tarde, ella culparía a su cerebro nublado por lo que iba a ocurrir a continuación. O quizás era el día de quemar todas las naves.
– La única cosa que podría… que podría querer de ti es… -Georgie se tapó los ojos con el brazo y lo soltó-: Quizás… un hijo.
Él se echó a reír.
– Lo digo en serio. -Levantó el brazo y se obligó a mirarlo a la cara.
– Lo sé, por eso me río.
– No te costaría nada. -Georgie se sentó y sus músculos, relajados tras haber hecho el amor, se contrajeron-. Nada de visitas aburridas. Nada de pensión alimenticia. Lo único que tendrías que hacer es darme la semilla y desaparecer antes del acontecimiento.
– Ni hablar. Ni en un trillón de años.
– Yo no te lo habría comentado…
– Sí, en eso sí que eres buena.
– … si no estuvieras tan bueno. Tus fallos son sólo de carácter, y como no dejaría que te acercaras a mi hijo, salvo para una ocasional sesión publicitaria, esto no constituiría ningún problema. Si bien es cierto que, al utilizar tu ADN me arriesgo a que mi hijo herede unos cuantos cromosomas dañados a causa de tus años de excesos, estoy dispuesta a asumirlo, pues salvo esa excepción, representas bastante bien el premio gordo de la genética masculina.
– Me siento profundamente halagado, pero… No. Jamás.
Georgie volvió a dejarse caer en la cama.
– Sabía que eras demasiado egoísta para considerar mi propuesta. ¡Es tan típicamente tuyo!
– ¡No es como si me estuvieras pidiendo veinte pavos, la verdad!
– ¡Sí, eso sería mejor, porque entonces sólo tendría que devolvérmelos a mí misma!
Bram se inclinó sobre ella y le mordisqueó el labio inferior.
– ¿Te importaría utilizar esa fantástica boca tuya para algo que no fuera simple palabrería?
– Deja de burlarte de mi boca. ¿Qué pasa con ella? Dímelo.
– Lo que pasa es que no quiero tener un hijo.
– Exacto. -Georgie volvió a incorporarse-. Y no lo tendrás.
– ¿De verdad crees que sería tan fácil?
No. Sería un caos y sumamente complicado, pero la idea de mezclar sus genes le atraía cada día más. El aspecto de Bram y -odiaba admitirlo- su intelecto combinados con el temperamento y la disciplina de ella darían como resultado un niño maravilloso, un niño que ella ansiaba tener.
– Sería más fácil que fácil -contestó-. Es algo que ni siquiera hay que pensarlo.
– Exacto, nada de pensarlo. Por suerte el resto de tu cuerpo compensa tu cabeza hueca.
– Ahorra tus fuerzas. No estoy de humor.
– Vaya, lo siento más de lo que imaginas.
Bram se puso encima y le separó las piernas con los muslos.
– ¿Qué haces?
– Reivindicar mi supremacía masculina. -Cogió las muñecas de Georgie y se las sujetó por encima de la cabeza-. Lo siento, Scoot, pero tengo que hacerlo.
Y empezó a penetrarla.
– ¡Eh, que no estoy tomando la pastilla!
– Buen intento. -Le mordisqueó un pecho-. Pero inútil.
Georgie no insistió. En primer lugar, porque era una mentira. En segundo, porque se había convertido en una maníaca sexual. Y en tercero…
Se olvidó del tercero y rodeó a Bram con las piernas.
Él no podía creérselo. ¡Un hijo! ¿De verdad ella había pensado que él accedería a semejante locura? Bram siempre había sabido que nunca se casaría, mucho menos tendría hijos. Los hombres como él no estaban hechos para nada que implicara sacrificio, cooperación o altruismo. Las escasas cantidades de esas cualidades que pudiera reunir, tenía que emplearlas en su trabajo. Georgie era la combinación más extraña de sentido común y chifladura que había visto nunca y estaba volviéndolo más que un poco loco.
Esperó a que terminara su reunión con Vortex de la tarde siguiente para contarle la noticia a Caitlin.
– Prepárate, cariño, La casa del árbol tiene luz verde con Vortex. Rory Keene ha cerrado el trato.
– No te creo.
– ¡Y pensar que creía que te alegrarías por mí!
– ¡Serás cabrón! Sólo faltaban dos semanas para que tu opción venciera.
– Quince días. Míralo de esta forma, ahora podrás dormir por las noches sabiendo que no permitiré que nadie convierta la novela de tu madre en una basura. Estoy seguro de que eso te tranquilizará mucho.
– ¡Que te jodan! -Caitlin colgó de golpe.
Bram miró escaleras arriba.
– Excelente idea.
Entre el dolor de cabeza, la deprimente reunión con sus superiores de Starlight Management y una multa por exceso de velocidad que le habían puesto camino de Santa Mónica, Laura tenía un día de perros. Pulsó el timbre de la casa de dos pisos y de estilo mediterráneo de Paul York que estaba a sólo cuatro manzanas del puerto, aunque no se lo imaginaba yendo allí nunca. El pronunciado escote de su vestido de seda y sin mangas de Escada le proporcionaba algo de ventilación extra, pero seguía teniendo calor y el pelo ya había empezado a encrespársele. Cada día, por la mañana, su aspecto era pulcro y arreglado, pero no tardaba mucho en empeorar: una partícula de máscara debajo de un ojo, un tirante del sujetador resbalando por su hombro, un arañazo en un zapato, una costura desgarrada y, por muy cara que fuera la peluquería a la que acudiera, su fino pelo hacía que, conforme el día avanzaba, su peinado siempre se desmoronara.
Oyó una canción de Steely Dan en el interior de la casa y supo que había alguien dentro, pero Paul no abría la puerta, del mismo modo que tampoco había respondido a sus llamadas. Laura había intentado ponerse en contacto con él desde que Georgie la había despedido dos semanas antes, el día que se había levantado la cuarentena.
Laura aporreó la puerta y, como eso tampoco funcionaba, volvió a aporrearla. La prensa amarilla había intentado conseguir detalles acerca de la cuarentena, pero al averiguar que Rory formaba parte del grupo y que Vortex iba a financiar La casa del árbol, las ridículas teorías acerca de que se habían producido histéricas peleas y orgías hedonistas habían perdido fuerza.
Al final, la puerta se abrió y apareció Paul, fulminándola con la mirada.
– ¿Qué demonios quieres?
Su normalmente impecable pelo gris había perdido la compostura. Estaba descalzo y lucía barba de una semana. Unos pantalones cortos y arrugados y una camiseta desteñida habían reemplazado a sus habituales trajes de Hugo Boss. Laura nunca lo había visto así y algo inoportuno se agitó en su interior.
Ella empujó la puerta con ímpetu.
– Pareces el cadáver de Richard Gere.
Él se apartó a un lado de una forma automática y Laura entró en la fresca casa de suelos de bambú, techos altos y amplias claraboyas.
– Tenemos que hablar -dijo.
– No.
– Sólo unos minutos -insistió ella.
– Como ya no tenemos negocios juntos, no tiene sentido que hablemos.
– Deja de actuar como un crío.
Él la observó y Laura se dio cuenta de que, incluso vestido con unos pantalones arrugados y una camiseta desteñida, Paul tenía mejor aspecto que ella con su vestido de Escada y sus manoletinas con tiras rojas de Taryn Rose. Otra vez aquel inoportuno estremecimiento…
Esbozó una amplia sonrisa.
– Ya no tengo que volver a hacerte la pelota. Es lo único bueno de que mi carrera se haya ido al carajo.
– Sí, bueno, lo siento.
Paul se dirigió al salón, una estancia agradablemente decorada pero sin mucha personalidad. Los muebles se veían confortables, el suelo era de tono claro y las persianas de estilo colonial. Por lo visto, no había permitido que ninguna de las sofisticadas mujeres con las que había salido a lo largo de los años dejara su sello en la casa.
Laura se dirigió al equipo de música y lo apagó.
– Apostaría algo a que no has hablado con ella desde que todo se derrumbó.
– Tú no lo sabes.
– ¿De verdad? Llevo viendo cómo funcionas desde hace años. Si Georgie no hace lo que papá quiere, papá la castiga dejándola de lado.
– Yo nunca he hecho eso. Disfrutas pintándome como el malo de la película, ¿verdad?
– No requiere mucho esfuerzo.
– Será mejor que te vayas, Laura. Podemos resolver lo que queda de nuestra relación laboral por correo electrónico. No tenemos nada más que decirnos.
– Eso no es cierto del todo. -Hurgó en su bolso de gran tamaño y le entregó un guión-. Quiero que te presentes a una audición para el papel de Howie. No te lo darán, pero tenemos que empezar por algún lado.
– ¿Una audición? ¿De qué me estás hablando?
– He decidido representarte. En tu vida privada eres un gilipollas insensible, pero también eres un actor de talento y ya va siendo hora de que dejes de molestar a Georgie y te centres en tu propia carrera.
– Olvídalo. Ya lo hice una vez y no me llevó a ningún lado.
– Ahora eres una persona diferente. Sé que estás un poco oxidado, así que te he programado un par de clases con Leah Caldwell, la antigua profesora de interpretación de Georgie.
– Estás loca.
– Tu primera clase es mañana a las diez. Leah te va a dar caña, así que será mejor que hoy te acuestes temprano. -Laura sacó un montón de papeles de su bolso-. Éste es mi contrato de representación estándar. Léelo mientras hago unas llamadas. -Laura sacó su móvil-. ¡Ah, y que quede claro desde el principio! Tu trabajo es actuar. El mío es dirigir tu carrera. Tú haces tu trabajo, yo hago el mío. Y ya veremos lo que pasa.
Paul dejó el guión sobre la mesita auxiliar.
– No pienso presentarme a ninguna audición.
– ¿Estás demasiado ocupado recordando todos los momentos Kodak con tu hija?
– Vete a la mierda.
Palabras fuertes, pero pronunciadas con poco énfasis. Paul se dejó caer en un sillón tapizado con unos sosos cuadros tipo escocés.
– ¿De verdad crees que soy un gilipollas insensible?
– Sólo puedo juzgar por lo que he observado. Si no lo eres, entonces eres un actor cojonudo.
Eso le hizo pensar. Paul era un buen actor. Ella se había quedado pasmada cuando él leyó el papel del padre de La casa del árbol. Laura no recordaba la última vez que una actuación la hubiera emocionado tanto. ¿Y no era una de las grandes ironías de la vida que aquella actuación la hubiera realizado Paul York?
Él siempre le había parecido tan invencible que verlo con sus defensas por los suelos la desconcertaba.
– Por cierto, ¿qué te ocurre?
Paul dejó la mirada perdida.
– Es curioso cómo la vida nunca es como uno espera.
– ¿Y tú qué esperabas?
Paul le tendió el contrato.
– Leeré el guión y me lo pensaré. Entonces hablaremos del contrato.
– No hay trato. Sin el contrato, el guión y yo nos vamos.
– ¿Crees que voy a firmar así, sin más?
– Sí, ¿y sabes por qué? Porque yo soy la única que está interesada en ti.
– ¿Y quién dice que eso me importa? -Paul dejó el contrato encima del guión-. Si quisiera volver a actuar, me representaría yo mismo.
– El actor que se representa a sí mismo tiene a un loco como cliente.
– Creo que el dicho se refería a un abogado.
– La idea es la misma. Ningún actor puede alabar sus propias virtudes sin parecer un imbécil.
Laura tenía razón, y Paul lo sabía, pero todavía no estaba dispuesto a ceder.
– Tienes respuesta para todo.
– Eso es porque los buenos agentes sabemos lo que hacemos, y yo pretendo ser para ti una agente mucho mejor de lo que lo fui para Georgie.
Él se frotó los nudillos de una mano con el pulgar de la otra.
– Deberías haber hecho valer tu opinión.
– Lo hice, y más de una vez, pero entonces tú me mirabas con ceño y… Bueno, yo me acordaba de mi hipoteca y adiós a mi valentía.
– La gente debería luchar por lo que cree.
– Tienes toda la razón. -Laura agitó el dedo índice sobre el contrato-. Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Te quedarás sentado autocompadeciéndote o tendrás el valor de iniciar un nuevo juego?
– No he actuado desde hace casi treinta años. Ni siquiera había considerado esa posibilidad.
– A Hollywood le encantan las caras nuevas con talento.
– No tan nuevas.
– Créeme, tus arrugas están en los lugares perfectos. -Le lanzó su mirada de chica dura para que él no considerara su comentario como una chorrada de una menopáusica que no recordaba la última vez que había tenido una verdadera cita-. Me resulta difícil creer que un actor con tu talento nunca haya pensado en volver al trabajo.
– La carrera de Georgie era lo primero.
Laura sintió una ráfaga de simpatía hacia él. ¿Cómo debía de haberse sentido poseyendo tanto talento y sin utilizarlo?
– Ahora Georgie no te necesita -declaró con tono más amable-. Al menos para que dirijas su carrera.
Paul volvió a coger el contrato.
– ¡Ve a hacer tus malditas llamadas! Echaré una ojeada al contrato.
– Buena idea.
Laura salió a la terraza. Era un lugar recogido y sombreado, un rincón estupendo para disfrutarlo, pero allí sólo había un par de sillas metálicas que ni siquiera eran del mismo juego. Le pareció extraño que alguien tan refinado como Paul tuviera tan poca vida social. Abrió su móvil, escuchó el contestador de su oficina y después mantuvo una larga conversación con su padre, quien se había retirado en Phoenix. Mientras hablaban, ella se esforzó en no espiar a Paul a través de las vidrieras. Después telefoneó a su hermana, quien vivía en Milwaukee, pero su sobrina de seis años respondió a la llamada y se lanzó a contarle una historia acerca de su nuevo gatito.
Paul salió a la terraza y Laura interrumpió el monólogo de su sobrina.
– Es un actor increíble. Casi nadie sabe que se formó en Juilliard Drama. También actuó en unas cuantas obras en los círculos alternativos de Broadway, y después dejó en suspenso su carrera para criar a Georgie.
– ¿Quién es Julie Yard, tía Laura?
Laura se tocó el pelo.
– No tienes ni idea de lo que me ha costado convencerlo de que tiene que volver a pensar en sí mismo. En cuanto lo veas leyendo un guión, comprenderás por qué me entusiasma tanto ser su representante.
– Estás rara -contestó la vocecita de su sobrina-. Voy a buscar a mamá. ¡Mamá!
– Estupendo. Te llamo la semana que viene. -Laura cortó la comunicación-. Esto ha ido mejor de lo que esperaba. -El sudor se deslizó entre sus pechos.
– ¡Tonterías! Estabas hablando con tu buzón de voz.
– ¡Sí, o con mi sobrina, en Milwaukee! -contestó ella con toda su chulería-. O con la oficina de Brian Glazer. La forma en que hago mi trabajo no es asunto tuyo. Sólo los resultados que obtenga.
Paul agitó el contrato.
– El hecho de que haya firmado este maldito documento no significa que vaya a acudir a las audiciones, sólo que leeré el guión.
¿De verdad lo había convencido? Laura no podía creérselo.
– Significa que irás a donde yo te diga. -Le arrancó el contrato de las manos y se dirigió al interior de la casa esperando que él la siguiera-. Esto no resultará fácil, así que ya puedes empezar a soltarte a ti mismo uno de esos sermones que le soltabas a Georgie, esos sobre que el rechazo forma parte del trabajo y que uno no debe tomárselo como algo personal. Resultará interesante ver si eres tan duro como ella.
– Te lo estás pasando bien con esto, ¿no?
– Más de lo que imaginas. -Laura recogió sus cosas-. Llámame en cuanto hayas terminado de leer el guión. ¡Ah, y tengo la intención de promover tu carrera utilizando el buen nombre de Georgie!
Paul enrojeció con enojo.
– No puedes hacer eso.
– Claro que sí. Ella nos despidió, ¿recuerdas? -Cuando llegó a la puerta principal, Laura se detuvo y se volvió-. Yo de ti la llamaría hoy mismo en lugar de dejarla de lado.
– Sí, como si tus ideas hubieran funcionado tan bien en el pasado.
– Es sólo una sugerencia.
Laura salió de la casa y se dirigió a su coche. Tenía ganas de dar saltos de alegría. Había sorteado el primer obstáculo y ahora todo lo que tenía que hacer era encontrarle trabajo a Paul.
Mientras salía marcha atrás de la entrada de la casa, se recordó a sí misma que conseguirle un papel a Paul no era la única tarea difícil a la que se enfrentaba. También tenía que vender su piso, cambiar su Benz por un coche más barato, cancelar sus vacaciones a Maui y mantenerse alejada de Barneys. Todas esas cosas eran potencialmente depresivas.
Pero en aquel momento encendió la radio, levantó la barbilla y cantó a pleno pulmón.