Capítulo 25

Georgie se encerró en el lavabo y dejó que el agua resbalara por su cuerpo. Su buen nombre había sido reivindicado, pero eso no significaba nada para ella. Georgie ya sabía lo buena que era. ¡Menuda ironía! La única aprobación que realmente necesitaba era la suya propia. ¡Vaya lección de crecimiento personal!

Se puso los mismos pantalones cortos y blancos y la misma camiseta azul marino que había llevado por la mañana y se pasó el peine por el pelo húmedo. Había llegado la hora de encararse a Bram con toda la verdad que fuera capaz de revelarle, pero no podía hacerlo ella sola. Necesitaba la ayuda de su fiel compañera.

El pequeño y fresco salón tenía las paredes encaladas, el suelo embaldosado y sillas de mimbre oscuro con unos bonitos cojines azules. Todas las mañanas, Georgie abría las vidrieras correderas para que el patio se convirtiera en una extensión del interior permitiendo que, de vez en cuando, una lagartija entrara en la casa, pero a ella no le importaba. Había leído que algunas especies de lagartijas eran partenogenéticas, lo que significaba que las hembras podían reproducirse sin tener que aparearse. ¡Ojalá ella pudiera hacer lo mismo!

Bram había encontrado una jarra de té helado en la nevera y estaba sentado con los pies apoyados en la mesa auxiliar y un vaso verde de base gruesa en equilibrio sobre su muslo. Oyó los pasos de Georgie en las frescas baldosas de terracota, pero no dirigió la mirada hacia ella.

– No pareces tan contenta respecto a lo del papel como yo esperaba.

– Por lo visto, sólo tenía que demostrarme algo a mí misma -declaró con alegría Scooter, la fiel compañera de Georgie-. ¿Quién lo habría dicho?

– Ésta es la oportunidad que estabas esperando.

– Sí, pero…

Como titubeaba, Bram se dio la vuelta para mirarla. Georgie levantó una mano.

– Tengo algo que decirte. No te hará feliz, pero a mí tampoco me lo hace. Me dirás de todo, y no te lo reprocharé.

Bram se levantó del sofá y se acercó a Georgie con el mismo recelo que emplearía si fuera una maleta abandonada en un aeropuerto.

– No te quedarás en casa de Trev. Lo digo en serio, Georgie. ¡Yo he cumplido todos los pactos de este estúpido matrimonio, así que tú también puedes hacerlo!

– Tú no los has cumplido porque seas honrado, sino por razones egoístas.

– Es igual -contestó él-. Yo he cumplido mi parte y tú tienes que cumplir la tuya, o no eres la mujer que creía que eras.

– En principio, estoy de acuerdo, pero… -Georgie no era una persona superficial y había llegado la hora de soltar la verdad-. Pondré las cartas sobre la mesa, Skipper. -Enderezó una revista que había en un extremo de la mesa-. Siento que estoy empezando a enamorarme de ti otra vez.

– ¡Y un cuerno!

Bram ni siquiera parpadeó. Georgie continuó:

– Es ridículo, ¿no? Humillante. Embarazoso… Por suerte, la cosa no ha avanzado mucho, pero ya me conoces, siempre decidida a dispararme a la menor oportunidad. Pero esta vez, no. Esta vez voy a acabar con esta estupidez incluso antes de que empiece.

– Tú no te estás enamorando de mí.

– A mí también me cuesta creerlo. Afortunadamente, sólo es el principio. -Sacudió el dedo hacia Bram-. Es tu cuerpo. Tu cara. Y tu pelo… Estás buenísimo y, lamento decirlo, yo soy tan sensible como cualquier mujer.

– Ya lo capto. Se trata de una cuestión de sexo. Básicamente, eres una mujer chapada a la antigua que necesita creer que está enamorada para disfrutar del sexo.

– ¡Dios mío, creo que tienes razón!

Bram parpadeó y, unos segundos demasiado tarde, se dio cuenta de que ella lo había acorralado.

– Lo que quiero decir es que…

– Tienes toda la razón -contestó ella con énfasis-. Gracias. Ya no más sexo entre nosotros.

– ¡No me refería a eso!

– La alternativa es que vuelva a tu casa y me enamore por completo de ti. Seguro que los dos somos conscientes de cómo podría acabar eso: escenas violentas en las que yo lloraría y suplicaría… Tú sintiéndote como una mierda… Conociéndome, seguro que dejaría de tomar los anticonceptivos a escondidas. ¿Captas la idea?

– No puedo creerlo. -Bram se mesó el pelo-. No eres tan estúpida. Lo nuestro no es amor, es sexo. Me conoces demasiado bien para enamorarte de mí.

– Eso creía yo.

– Tú, por encima de todos los demás, sabes lo imbécil, egoísta y mujeriego que soy.

– Me odio a mí misma por esto. De verdad.

– Georgie, no lo hagas.

– ¿Qué puedo decir? De todos los líos en que nos he metido éste es el peor. -Bram no respondió y Georgie se humedeció los labios-. Curioso, ¿no?

– No es nada extraño. Eres tú siendo tú misma. Eres demasiado emocional. Utiliza la cabeza. Los dos sabemos que te mereces a alguien mejor que yo.

– Por fin estamos de acuerdo en algo.

Ella lo dijo esperando aliviar la tensión que había entre los dos, pero el ceño fruncido de Bram se acentuó.

– Aquella estúpida conversación que mantuvimos sobre si yo estaba enamorado… Creí que estabas preocupada por mis sentimientos, pero sólo me estabas tanteando.

– Por favor, no me lo recuerdes. Seguro que eres consciente de cuánto me cuesta tragarme el orgullo y admitir que estoy cayendo en esa vieja trampa.

– Es algo temporal. Estabas necesitada de sexo y yo soy un amante jodidamente bueno.

– ¿Y si es algo más que eso?

– No lo es. Piensa que últimamente he estado sacando casi lo mejor de mí. Ahora veo que he cometido un error. Recoge tus cosas y olvídalo. Te garantizo que no volverá a ocurrir.

– Lo siento, pero no puedo.

– Claro que puedes. Estás haciendo una montaña de todo esto.

– Ojalá fuera eso. ¿Cómo crees que me siento al admitir algo tan degradante? Sólo un hilo me mantiene unida a mi autoestima.

– Eso ocurre porque te estás comportando como una idiota.

– Y estoy decidida a ponerle fin.

– Por una vez estamos de acuerdo. -Bram enganchó los pulgares en los bolsillos del pantalón-. Está bien, llegaremos a un acuerdo. Puedes instalarte en la casa de invitados durante un tiempo. Hasta que vuelvas a sentar la cabeza.

– Resultaría demasiado extraño, con Chaz y Aaron por allí. Trasladarme a Malibú es una idea mucho mejor.

– Chaz ya sabe lo de Las Vegas y Aaron haría cualquier cosa por ti. La casa de invitados es el lugar perfecto para que pongas fin a tu locura. En cuanto a nuestra relación laboral… Cuando estés en el plató volverás a ser una profesional y yo volveré a ser un imbécil arrogante. No tardarás mucho en recuperar la razón.

Aquélla era la parte más difícil y, justo cuando más la necesitaba, Scooter desapareció para repartir su alegría en algún otro lugar. Georgie no podía mirar a Bram a la cara, así que salió al patio.

– Bram… No voy a aceptar el trabajo. No interpretaré a Helene.

– ¿Qué? Claro que la interpretarás.

Georgie miró acantilado abajo, hacia las tejas de las casas inferiores.

– No; lo digo en serio.

Oyó el furioso golpeteo de los pasos de Bram conforme se acercaba a ella.

– Eso es lo más estúpido que te he oído decir nunca. Ésta es la oportunidad que estabas esperando. ¿Y todo aquello de reinventar tu carrera? ¿Era mentira?

– En aquel momento, no, pero…

– ¡Maldita sea! ¡Voy a llamar a tu padre! -Bram se puso a su lado-. Tú eres una profesional. Uno no echa por la borda la oportunidad de su vida por una estupidez como ésta.

– Lo hace si esa oportunidad podría dejarte traumatizada durante años.

– No hablarás en serio.

– No puedo arriesgarme a trabajar contigo día tras día. No, sintiendo lo que siento ahora.

Entonces él se dejó ir. Recorrió el patio de un extremo al otro esgrimiendo argumentos. Mientras se sumergía y salía de las zonas sombreadas, Georgie lo vio como quien realmente era, un ser de luz y sombra que sólo revelaba lo que quería. Cuando Bram hizo una pausa para tomar aliento, ella sacudió la cabeza.

– Oigo lo que dices, pero no voy a cambiar de idea.

Al final, él comprendió que hablaba en serio. Georgie lo vio replegarse en sí mismo, como una criatura marina en su concha protectora.

– Siento oírte decir eso. -Frío, distante-. Al menos Jade estará contenta.

– ¿Jade?

– Sí, Jade ha querido ese papel desde la lectura que hicimos en casa. ¿No lo suponías? Estábamos a punto de hacerle una oferta cuando vi tu grabación.

– ¡No puedes darle el papel a Jade!

– Reconozco que se armará la de San Quintín -admitió Bram sin la menor emoción-, pero dará publicidad a la película y no voy a rechazar propaganda gratis.

Un rugido resonó en la mente de Georgie. No podía moverse y apenas podía hablar.

– Será mejor que te vayas.

– Buena idea. -Sacó las gafas de sol del cuello de su camisa con una actitud fría y seria-. Estamos a martes. Tienes hasta el fin de semana para cambiar de idea. Si no, Jade tendrá el papel. Piensa en ello cuando estés en la cama esta noche. -Se puso las gafas-. Y, de paso, piensa en si realmente quieres enamorarte de un tío que está dispuesto a lanzarte a los lobos.


Dos días más tarde, Bram llegó a su casa después de un día de trabajo y encontró a Rory Keene descalza en su cocina. Estrujaba una manga de cocina y formaba montoncitos de azúcar glaseado rosa sobre un papel encerado bajo la supervisión de una ceñuda Chaz. Bram apenas había dormido desde su regreso de México. Tenía la garganta irritada, un persistente dolor de cabeza y el estómago continuamente revuelto. Lo único que le apetecía era concentrarse en el trabajo.

– Se supone que son rosas -se quejó Chaz-. ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?

Rory dejó la manga de cocina con enojo y Bram realizó una mueca.

– Si fueras un poco más despacio cuando haces la demostración, quizá me saldría bien -se quejó Rory.

¿Cuándo se daría cuenta Chaz de que tenía que hacerle la pelota a la gente importante? Bram intervino:

– Tienes que disculpar a mi ama de llaves. La criaron los lobos. -Y se acercó para examinar los bultitos rosas-. Parece delicioso.

Ambas mujeres lo miraron con sorna.

– Ésa no es la cuestión. Son ornamentales -explicó Rory como si él tuviera que saberlo-. Siempre he querido aprender a decorar pasteles y Chaz me está enseñando los fundamentos.

– Sí, es una clase de educación especial -murmuró Chaz.

– Yo soy una ejecutiva -replicó Rory-, no una pastelera.

– Eso está claro.

– Lárgate, Chaz -ordenó Bram.

Estar en presencia de Rory siempre lo ponía nervioso y, en aquel momento, no estaba para tratar con las dos mujeres a la vez.

– Pero si estamos en mitad de…

– ¡Fuera! -Bram la empujó hacia la puerta.

Rory cogió la manga y presionó la punta contra el papel encerado. Ella y Bram no habían hablado desde la reunión inicial celebrada en las lujosas oficinas de Vortex. Sin embargo, la fría rubia vestida con un traje de seda gris y sentada frente al escritorio que tenía encima una enorme pintura abstracta de Richard Diebenkorn, no se parecía mucho a aquella mujer descalza, con vaqueros, el pelo recogido en una cola de caballo y los dedos manchados de rosa. Bram se rascó la espalda y se dirigió a la nevera.

– Siento lo de Chaz. Lo mejor es no hacerle caso.

Rory se concentró en garabatear una C.

– ¿Qué pasa con Georgie?

– ¿Con Georgie? Nada. -Cogió la jarra de té helado con suma calma.

Rory formó otro garabato al lado del primero.

– Chaz me ha contado que ha desaparecido.

– Chaz sólo cree que lo sabe todo.

Bram deseó no haber dejado de fumar. Era mucho más fácil parecer tranquilo con un cigarrillo en la mano que con un vaso de té helado.

– Hemos decidido pasar el verano en la casa de la playa de Trev. En la nueva. La antigua la vendió el mes pasado. Como yo estaré trabajando, sólo podré ir los fines de semana, pero Georgie ya está allí.

Al menos esto era lo que decía Aaron en su último comunicado a la prensa del corazón. Y también había incluido una descripción de un inexistente encuentro entre Bram y Georgie, además de mencionar sus planes de pasar románticos fines de semana veraniegos en la casa de la playa. Aaron se estaba volviendo muy bueno mintiendo.

Rory meneó el bultito rosa con la punta de la manga de cocina.

– ¡Maldita sea! Esto es más difícil de lo que parece. -Al final, levantó la vista-. Puedes contármelo todo ahora o luego en mi oficina, con Lou Jansen y Jane Clemati, de Siracca.

Una reunión que Bram quería evitar a toda costa.

– ¿Todo de qué?

Rory se centró en crear una serie de pétalos de rosa. Estaba claro que no pensaba irse, así que al final Bram cedió.

– Ya debes de haber oído hablar de la cinta de la prueba.

– La he visto. Georgie está fantástica. La necesitas.

Él intentó adoptar la pose autosuficiente de Johnny Depp, pero lo mejor que podía hacer sin un cigarrillo era apoyarse en la encimera con su vaso de té helado y cruzar los tobillos.

– Mi mujer sufre una leve crisis de cobardía, eso es todo. Lo estoy solucionando.

– ¿Y qué es lo que le ha provocado esa repentina cobardía?

La jefa de Vortex no debería involucrarse en las decisiones para elegir el reparto de una película de poca monta de Siracca, y Bram ya estaba más que harto del autoimpuesto papel de Rory como protectora de Georgie.

– Mi esposa ha pasado por muchas cosas estos últimos años, y en este momento no se siente con ánimos de asumir más riesgos. -Se esforzó en contener su malhumor-. Estoy intentando que cambie de opinión y agradecería que dejarais de presionarme mientras lo hago.

– ¿De verdad? -La ceja arqueada de Rory indicaba que no se creía ni una palabra-. Te diré lo que creo que ha sucedido. Creo que la has cagado. Otra vez.

Depp no se inmutaría, y él tampoco.

– No la he cagado.

– Según todas las personas con las que he hablado, incluida Chaz, Georgie quería participar en la película hasta el día antes de la audición. -Dejó la manga en la encimera-. Georgie es una profesional y no he oído que se haya acobardado nunca, lo que me lleva a creer que se ha retirado porque no quiere trabajar contigo.

Bram destensó la mandíbula.

– Eres tú quien no quiere trabajar conmigo, no Georgie.

– Yo aposté por ti, Bram. No sólo porque me gusta el guión o porque realizaras una lectura estupenda. Si aposté por ti fue porque Georgie cree en ti. Al menos, antes creía en ti. -Rory cogió el trapo de cocina de la encimera y se secó las manos-. No te engañes. Mucha gente espera que metas la pata, y éste es el escenario que estaban esperando. Si no quieres acabar tu carrera presentando concursos televisivos, te sugiero encarecidamente que soluciones tus problemas con tu mujer y consigas que vuelva a ponerse frente a las cámaras, que ése es su sitio.

– ¿Eso es todo?

– Y dile a Chaz que espero recibir otra clase de cocina pronto.

Rory pasó junto a él con paso decidido y salió por la puerta trasera.

Bram cerró los ojos y cogió el frío vaso con ambas manos. La inoportuna visita de Rory había alimentado el sentimiento de culpa que lo acosaba desde su regreso de México, aunque la mentira que le había contado a Georgie era por su propio bien. Gracias a ella, su sueño iba a convertirse en realidad y, en cuanto superara el drama que ella misma había creado, le agradecería que no le hubiera permitido echar por la borda aquella oportunidad de oro.

Pero una mentira era una mentira y él no podía retractarse, por mucho que lo deseara.

A la mañana siguiente, se puso unos pantalones cortos y una camiseta y se dirigió a Malibú. Sólo lo siguieron dos todoterrenos negros. A pesar de las predicciones de tormenta, el tráfico de aquel viernes por la mañana era muy denso, así que tuvo más tiempo del que deseaba para pensar. Después de aparcar en la casa de Trev, saludó a los paparazzi, quienes empezaron a buscar un aparcamiento, algo que les costaría encontrar.

Georgie no respondió al timbre, así que Bram utilizó la llave que Trev le había dado. La casa estaba silenciosa, pero a través de las puertas abiertas que comunicaban con la terraza, Bram vio una esterilla de yoga vacía. Trev vivía en una de las playas más exclusivas de Malibú, pero aquel día, la inminente tormenta había reducido el número de adoradores del sol. Bram se quitó los zapatos y entró en la playa. La estrella de una serie policíaca de la televisión holgazaneaba junto a su tercera esposa en la arena mientras sus hijos cavaban una zanja. Un carguero soltaba bocanadas de humo en el horizonte y una bandada de gaviotas graznaba en el cielo.

Georgie estaba de pie cerca de donde rompían las olas y el viento sacudía su pelo negro. Llevaba puesta la misma parte baja del bikini morado que en México y su diminuta camiseta blanca terminaba bastante más arriba de su cintura. ¿Cuándo se había puesto tan guapa? Bram deseó arrastrarla al interior de la casa, arrancarle la pequeña braguita del bikini y hundirse en ella.

Georgie lo vio, pero no se lanzó exactamente a sus brazos cuando él se acercó. Bram echaba de menos su exagerado entusiasmo mucho más de lo que habría imaginado nunca.

– ¿Tu corazón da brincos al verme o ya has recobrado el sentido común? -preguntó.

– Sólo me ha dado un pequeño tembleque. Nada que no pueda controlar.

– Me alegra oírlo. -Pero Bram no estaba alegre. Quería que Georgie riera y lo besara-. Demos un paseo.

Antes de que ella pudiera protestar, la agarró de la mano.

Los famosos eran muy comunes en aquel trozo de playa y nadie hizo más que saludarlos con la cabeza cuando pasaban por su lado. Uno de los mejores aspectos de su relación con Georgie era que nunca sentía que tuviera que darle conversación, pero aquel día aquella comodidad había desaparecido.

– Adivina quién está tomando clases de decoración de pasteles.

– Ni idea.

Bram le contó lo de Chaz y Rory, pero no mencionó la verdadera razón de la visita de Rory. A continuación, se entretuvo corriendo detrás de un Frisbee que se les había escapado a unos niños. Cuando regresó, Georgie estaba sentada en la arena, con los brazos alrededor de las rodillas.

Él se dejó caer a su lado y contempló las olas coronadas de espuma blanca que rugían camino de la orilla.

– Va a llover. Vayamos a comer al Chart House.

Ella se abrazó con más fuerza las rodillas.

– No creo que pueda soportar una agradable comida con el hombre que me lanzó a los lobos.

Bram hundió los talones en la arena.

– Lo consideraré como un indicio de que has recuperado la cordura respecto a mí y de que la locura ya es pasado.

Ella se apartó de la cara un mechón de cabello.

– Por desgracia, lo que dicen es verdad. Entre el amor y el odio hay una línea muy fina.

Una sensación desagradable bloqueó la boca del estómago de Bram.

– Tú no me odias, Scoot, sólo has perdido el poco respeto que habías empezado a sentir por mí. -Bram apoyó el codo en una de sus rodillas y examinó las oscuras nubes que se deslizaban por el cielo-. Cuando no me soportabas, creamos magia en la pantalla. No hay ninguna razón para que no podamos hacer lo mismo con la pantalla grande.

Georgie inclinó la cabeza hacia él. Sus alegres ojos verdes tenían una expresión sombría.

– El plazo ya ha expirado. El papel de Helene ya es de Jade.

Bram cogió una piedra y la frotó entre sus dedos.

– Ella no va a interpretar ese papel.

– ¡Vaya! ¿Y por qué razón?

Él no podía retrasarlo más.

– Porque nunca la tuvimos en cuenta.

Georgie se enderezó. Él lanzó la piedra contra las olas.

– Te mentí.

Ella apretó los puños.

Bram no podía mirarla.

– En aquel momento, tenía muy buenas razones para mentirte.

Georgie torció la boca con amargura.

– Realmente eres un cabrón, ¿no?

– ¡Exacto! ¡Ya te dije que lo era!

Ella se levantó de repente y un montón de granos de arena salió disparado contra las pantorrillas de Bram. Él se puso de pie y la siguió.

– Piensa en ello, Georgie. Ahora que te he enseñado mi verdadera cara nada se interpone entre nosotros. El papel es tuyo y, después de lo que te he hecho, puedes aceptarlo sin preocuparte por que ninguna mierda emocional se cruce en tu camino. Deberías alegrarte de que te mintiera.

Incluso mientras hablaba, Bram no creía en lo que decía. Y ella tampoco.

– Me voy adentro.

Georgie aceleró el paso y él acomodó su ritmo al de ella.

– Estoy… bastante seguro de que aquel tío de allí tiene una cámara. Primero tenemos que besarnos.

– Bésate tú solo.

Los talones de Georgie despidieron remolinos de arena. Bram le rodeó los hombros con un brazo obligándola a aminorar la marcha, pero, si hubiera abrazado a un cactus, habría sentido lo mismo.

La película se haría sin ella. Encontrarían a otra actriz. Quizá no tan buena como Georgie, pero correcta. Sin embargo, todos querían que fuera Georgie quien interpretara a Helene y su trabajo como productor era hacer que lo imposible se hiciera realidad. No podía permitir que ninguno de ellos, ni Rory, ni Hank, ni el miembro más humilde del equipo, viera que no estaba a la altura de su trabajo.

Llegaron a la casa justo cuando un relámpago rompía sobre el oleaje. Bram la cogió por la muñeca y la obligó a detenerse cuando estaba a punto de subir las escaleras que conducían a la terraza.

– Georgie… -Le costó llenar los pulmones de aire-. No sé bien cómo decírtelo…

El viento lanzó otro mechón de pelo sobre la cara de ella, que lo apartó y ladeó la cabeza. Bram le soltó la muñeca.

– Te he… echado de menos durante estas semanas. Más de lo que habría imaginado nunca.

El ácido le corroía el estómago mientras Georgie permanecía allí de pie, esperando pacientemente.

– Ayúdame.

– No sé qué intentas decirme.

– Que… no me había dado cuenta de lo mucho que me había acostumbrado a estar contigo hasta que te fuiste. Nosotros… Creí que sólo era una gran amistad, pero… No sé cómo decírtelo… -Un toldo se rasgó debido al viento-. Creo que… me estoy enamorando de ti.

Georgie lo contempló fijamente.

– Resulta irónico, ¿no? -continuó Bram-. Justo cuando tú lo has superado, aquí estoy yo… deseando que no lo hubieras logrado.

– No te creo.

– Aquella mentira respecto a Jade… Había algo desesperado en ella, ¿sabes? Supongo que no quería admitir lo que en realidad sentía.

– ¿Y qué es lo que sientes en realidad, Bram? Tendrás que deletreármelo, porque no lo capto.

– Ya sabes lo que quiero decir.

Por lo visto, Georgie ya tenía bastante de sus rodeos, porque se volvió en dirección a la corta escalera.

– Todo empezó aquí, ¿sabes? -Bram la siguió-. No durante el rodaje de Skip y Scooter, hace quince o dieciséis años, sino justo aquí, en la terraza de Trev, hace tres meses. Tú y yo. -Georgie se detuvo al final de las escaleras y se volvió para mirarlo. Bram subió los escalones de dos en dos hasta llegar junto a ella-. Desde que nos despertamos en aquella habitación del hotel de Las Vegas, hemos estado en una montaña rusa. -Una ráfaga de viento hizo volar un periódico por la terraza-. Yo estaba empeñado en que tú eras la mejor amiga que había tenido nunca, pero ahora sé que lo que siento es más que amistad.

– Sí, es sexo.

Él experimentó una oleada de rabia.

– Sí, claro, es sexo, pero eso no es todo. Nosotros no tenemos que fingir el uno con el otro. Nosotros… nos comprendemos. -Siguió hablando con rapidez, obligándose a soltar la segunda parte, aunque se odiaba por lo que iba a decir-. Incluso he estado pensando… sólo pensando, acerca de tu idea… -Un puño gigante le atenazó la garganta-. La idea de tener un hijo.

Georgie emitió un ruido tenue e indescifrable. Bram continuó:

– Estoy muy lejos de decir que vayamos a por él. Sólo digo que… Sólo digo que, al menos, estoy preparado para hablar sobre esa cuestión.

Ella engullía sus facciones con sus ojos y Bram deseó gritarle, decirle que era un mentiroso y que no fuera tan jodidamente crédula. Sin embargo, apartó a un lado los restos de honor que le quedaban y soltó el gran final.

– Yo… me estoy enamorando de ti, Georgie. De verdad.

Ella se llevó los dedos a los labios. El rugido de un trueno sacudió la terraza.

– ¿De verdad? -susurró.

Unas gotas de agua afiladas como piedras golpearon a Bram en la cara y él asintió con la cabeza.

Georgie no hizo nada. Sólo permaneció allí de pie. Y entonces pronunció su nombre.

– Bram…

Georgie abrió los brazos y se lanzó sobre él. Se abrazó a su pecho, deslizó las piernas entre las suyas y él deseó gritar por el daño que le había causado… hasta que ella levantó una pierna y le propinó un rodillazo en los huevos. En medio del agónico dolor, él oyó tres palabras:

– Hijo de puta.

El rugido del viento… El golpeteo de unos pies descalzos cruzando la terraza… El estruendo de un portazo mientras Georgie desaparecía en el interior de la casa… Y el sonido de sus doloridos jadeos. Él se agarró a una roca e intentó no desmayarse. La puerta volvió a abrirse y las llaves del coche de Bram salieron volando por encima de la barandilla de la terraza y cayeron sobre la arena.

La tormenta se desató.


Georgie permaneció inmóvil al otro lado de la puerta, abrazándose a sí misma para no explotar. La lluvia golpeaba las ventanas; la golpeaba a ella. Bram no había cambiado. Era un desaprensivo, tan manipulador como siempre, pretendiendo ofrecerle lo que ella más ansiaba para conseguir lo que deseaba para sí mismo.

La tormenta rugía en el exterior; una tormenta más violenta lo hacía en su interior.

Su falso matrimonio se había acabado, y no tendrían un divorcio amistoso. Nada de Bruce y Demi. La humillación pública que sufriría sería mucho peor que la de la primera vez. Pero no le importaba. Los años de posar y fingir quedaban atrás. Ella nunca sería la atrevida Scooter Brown, la chica que podía salir airosa de cualquier adversidad con una sonrisa y una frase graciosa. Ella era una mujer real que había sido traicionada.

Y, en esta ocasión, cumpliría su venganza.


Cuando Bram pudo moverse otra vez, avanzó tambaleándose por la arena y se lanzó al océano. Ajeno a las furiosas olas y la oscura marea, rogó que el agua lavara sus pecados. Se sumergió en una ola, emergió a la superficie y volvió a sumergirse. Durante toda su vida, había utilizado y manipulado a los demás, pero nunca había hecho algo tan horrible como lo que acababa de hacerle a la persona que menos se lo merecía.

Bram vio la ola justo antes de que lo golpeara, una amenazadora torre de agua. La ola rompió encima de él y lo volteó. Bram se revolvió, pateó, flotó un instante y otra ola volvió a zarandearlo. La arena le rascó el codo y, entonces, algo puntiagudo se le clavó en una pierna. Bram se desorientó. Los pulmones le escocieron. La corriente lo atrapó y lo arrastró… hacia arriba, hacia abajo, Bram no lo sabía. La egoísta corriente siguió su propio camino sin dedicar ni un pensamiento a su víctima.

Bram salió a la superficie, vislumbró la orilla y la resaca volvió a arrastrarlo hacia el fondo. Georgie se había convertido en su conciencia, en su dueña, en su ángel de la guarda, en su mejor amiga. Se había convertido en su amada.

Su cuerpo salió despedido hacia la luz; un resplandor tembloroso que sólo resultaba visible en su mente. Bram boqueó en busca de aire, se hundió en el agua, se sumergió hasta el fondo. Amaba a Georgie.

La corriente volvió a atraparlo y zarandearlo; un inútil desecho humano cuya única misión había consistido en complacerse a sí mismo.

La imagen de la cara de Georgie apareció ante él, lo enderezó, se apoderó de él y lo arrastró hasta que sus pies tocaron el fondo. El codo le sangraba, y también la pierna, y el corazón. Bram se dirigió tambaleándose a la orilla y se derrumbó sobre la arena.

Загрузка...