Capítulo 22

La mansión Eldridge, construida en piedra gris, había sido utilizada como escenario para una docena de películas y programas de televisión, pero nunca nadie había visto las dos entradas de la fachada cubiertas con sendos doseles. La más grande y ornamentada, con un dosel de un blanco inmaculado, indicaba «LOS SCOFIELD» y conducía a la puerta principal. Un dosel verde y de menor tamaño situado a un lado de la anterior indicaba «SÓLO CRIADOS».

Conforme salían de sus limusinas, Bentleys y Porsches, los invitados se echaban a reír. Siguiendo el espíritu del evento, los que iban vestidos con traje de fiesta, esmoquin, ropa de tenis o el clásico de Chanel, levantaron la barbilla y se dirigieron a la entrada principal. Pero Jack Patriot no era tonto. Vistiendo sus vaqueros más cómodos, una camisa a cuadros y con unos guantes de jardinero y unas bolsas con semillas colgando de su cinturón, la legendaria estrella del rock entró alegremente por la puerta de servicio acompañado por su esposa. El sencillo vestido negro de ama de llaves de April habría resultado simple si ella no lo hubiera modificado para la ocasión con un corpiño ajustado y un escote pronunciado. Un par de llaves antiguas que colgaban de una cinta negra de seda se acomodaban en su escote y había recogido su rubio pelo en un moño flojo y muy sexy.

Rory Keene, disfrazada con un sencillo traje de doncella, se dirigió, como Jack y April, a la entrada de servicio con su cita para aquella noche, un inversor de riesgo bien plantado que iba disfrazado de mayordomo. Era el acompañante habitual de Rory para las ocasiones especiales, un amigo, pero sin derecho a roce.

Los padres de Meg utilizaron la entrada principal. El actor y dramaturgo Jake Koranda lucía un traje blanco que acentuaba su tez morena, y su esposa, la famosa Fleur Savagar Koranda, vestía un vaporoso vestido de chiffon con un estampado floreado. Meg, que iba vestida de Zoey, la hippy y mejor amiga de Scooter, decidió utilizar la entrada de servicio con su cita para la fiesta, un músico sin trabajo que era el doble del John Lennon de los años setenta.

Chaz estaba en el salón de baile, preguntándose por qué había dejado que Georgie eligiera su disfraz. Allí estaba ella, vestida como un puto ángel, con un destellante vestido plateado y una aureola sujeta a una voluminosa peluca naranja. Si levantaba los ojos, incluso podía ver unos cuantos tirabuzones de ese color cayendo sobre sus cejas. La inspiración para el disfraz procedía del episodio trece, «Skip tiene un sueño». Cuando Chaz se quejó a Georgie sobre el disfraz, ésta esbozó una extraña sonrisa y dijo que Chaz era un ángel disfrazado. ¿Qué demonios significaba eso?

Se suponía que ella tenía que ayudar a Poppy, la organizadora de la fiesta, asegurándose de que todo iba bien, pero Chaz se había pasado la mayor parte del tiempo mirando boquiabierta a los famosos que iban llegando. Según Poppy, aquella era la fiesta más importante del verano y un montón de celebridades que Bram y Georgie ni siquiera conocían habían pedido ser invitados. Georgie le dijo a Poppy, una y otra vez, que «Nada de diseñadoras de bolsos». Chaz no lo entendió hasta que Georgie se lo explicó, y entonces estuvo de acuerdo con ella.

Las pulidas molduras de color nogal de la sala de baile y el techo de paneles de madera resplandecían a la luz de las arañas. Las mesas redondas estaban cubiertas con unos manteles de color mostaza y unos salvamanteles de cuadros lavanda y azul. Unos ramos de hortensias azules, inspiradas en los créditos de la serie, colocados en unos jarrones amarillos servían de centro de mesa. Delante de cada cubierto había una maqueta de la mansión Scofield y un marco de plata con el menú, el escudo de la familia Scofield y la impresión grabada de la pezuña de Butterscotch, el gato de Scooter. Cuatro pantallas panorámicas de televisión situadas en otros tantos puntos de la sala pasaban, sin sonido, episodios de la serie.

Chaz vio acercarse a Aaron con una chica guapa, morena y de aspecto aburrido, que sólo podía ser Becky. Aaron no habría tenido las narices de pedirle que saliera con él si Chaz no se hubiera puesto pesada. Gracias a Chaz, él nunca había tenido mejor aspecto. «Lo único que tienes que hacer es ponerte un traje de primera calidad -le dijo ella mientras lo convencía para que fuera disfrazado de abogado de los Scofield-. Un traje que te caiga bien. Y haz que Georgie lo pague.» Una cosa tenía que reconocerle a Georgie, y es que no era tacaña. Incluso envió a Aaron al sastre de su padre.

Con aquel estupendo corte de pelo, las lentes de contacto, su cuerpo, cada día más delgado, y aquella ropa de verdad en lugar de sus absurdas camisetas estampadas con chorradas de videojuegos, Aaron parecía una persona distinta.

– Chaz, ésta es Becky.

Becky era un poco gordita, con la cara redonda, el pelo negro y brillante y una sonrisa tímida y amistosa. A Chaz le gustó lo mucho que se esforzaba para no quedarse embobada mirando a los famosos.

– Hola, Chaz, me encanta tu disfraz.

– Es bastante patético, pero gracias.

– Becky trabaja en el departamento de relaciones públicas de una compañía de seguros médicos -explicó Aaron, como si Chaz no lo supiera, igual que sabía que los padres de Becky eran de Vietnam, pero que ella había nacido en Long Beach.

Chaz se fijó en la camisa blanca de Becky, en su falda negra y corta, en sus mallas negras y en sus zapatos de tacón alto de ocho centímetros.

– Estás fantástica disfrazada de chófer.

– Aaron me sugirió lo del disfraz.

De hecho, había sido Chaz quien le había sugerido a Aaron que Becky se disfrazara de Lulu, la sexy chófer del abogado Scofield. Chaz pensó que Becky estaría muy nerviosa aquella noche y que llevar un disfraz sencillo sería algo menos de lo que preocuparse.

– En realidad, la idea fue de Chaz -explicó Aaron, aunque Chaz no lo habría culpado si hubiera fingido que era suya.

– Gracias -contestó Becky-. La verdad es que estaba un poco nerviosa por lo de esta noche.

– Es una primera cita cojonuda, ¿no?

– Increíble. Todavía no me creo que Aaron me pidiera que lo acompañara.

Becky lo miró y esbozó una ancha sonrisa, como si él fuera el no va más, lo que no era cierto, aunque sí tenía mucho mejor aspecto que antes. Él le devolvió la sonrisa y Chaz sintió una punzada de celos. No porque deseara que Aaron fuera su novio, sino porque se había acostumbrado a cuidar de él. Y también le gustaba hablar con él. Incluso le había contado todo el infierno por el que había pasado. Pero si él y Becky iban en serio, quizás él quisiera hablar sólo con ella. Quizá también se sentía un poco celosa porque le gustaría que un chico muy, muy, pero que muy bueno y que no fuera un indeseable la mirara como Aaron estaba mirando a Becky. No en aquel mismo momento, pero sí algún día.

– Aquella de allá es Sasha Holiday -explicó Aaron señalando a una mujer alta y esbelta de pelo largo y oscuro.

Unas gafas de media lente colgaban de una cadena sobre su sofisticado vestido de tubo negro. Era igual que la secretaria de la señora Scofield, pero mucho más sexy.

– Sasha es una de las mejores amigas de Georgie -le explicó Aaron a Becky.

– La reconozco de los anuncios de Comida Sana Holiday -dijo Becky-. Es preciosa, e incluso más delgada que en las fotografías.

Chaz pensó que Sasha estaba demasiado delgada y que se percibía mucha tensión alrededor de sus ojos, pero no dijo nada.

Chaz, Aaron y Becky se quedaron allí, intentando no mirar fijamente a los famosos que iban llegando: Jake Koranda, Jack Patriot y todos los actores de Skip y Scooter, más un puñado de compañeros de reparto de las películas de Georgie. Meg saludó a Chaz con la mano desde lejos y ella le devolvió el saludo. El acompañante de Meg parecía un perdedor, y Chaz pensó que ella se merecía alguien mucho mejor. Por la expresión de su padre, él también pensaba lo mismo.

Chaz se sorprendió al ver a Laura Moody, la antigua agente de Georgie, pero no tanto como Poppy, quien parecía que iba a sufrir un infarto. Habían invitado a Laura antes de que Georgie la despidiera y nadie se esperaba que apareciera.

– ¿Dónde están la señorita York y el señor Shepard? -le susurró Becky a Aaron.

Sonaba extraño oír a alguien llamarlos de aquella manera. Aaron dio una ojeada a su reloj.

– Harán una gran entrada. Fue idea de Poppy. -Aaron enrojeció. Entonces miró a Chaz con el ceño fruncido-. Deja de reírte. Eres una cría… y muy poco profesional.

Pero, entonces, también él se echó a reír y le explicó a Becky que la organizadora de fiestas se lo tomaba todo muy en serio y que él y Chaz no la tragaban.

Mientras tomaban el aperitivo, Rory Keene se acercó a charlar con ellos, lo que fue increíble, porque todo el mundo creyó que eran personas importantes. Laura también se acercó para saludarles. No actuó como si se sintiera violenta por estar allí, aunque todo el mundo sabía que Georgie la había despedido, y no parecía que hubiera acudido con ningún acompañante.

Poppy y los camareros dirigieron a los invitados al vestíbulo principal para la entrada de los novios. Chaz empezó a ponerse nerviosa. Georgie estaba acostumbrada a estar encima de un escenario, pero aquello era diferente, y Chaz no quería que tropezara ni hiciera nada ridículo delante de todas aquellas personas. Los músicos empezaron a tocar una obertura de Mozart o algo por el estilo. Bram apareció por una puerta de la primera planta. Era la primera vez que Chaz lo veía vestido con esmoquin, pero él se movía como si llevara uno todos los días, como James Bond o George Clooney o Patrick Dempsey, pero con el pelo claro. Parecía rico y famoso, y Chaz se sintió orgullosa por ser ella quien lo cuidaba.

Bram bajó por las imponentes escaleras y se volvió hacia arriba. La música sonó más fuerte. Entonces apareció Georgie, y Chaz volvió a experimentar una sensación de orgullo. Se la veía esplendorosa y saludable en lugar de hambrienta y con los ojos hundidos. Chaz se había asegurado de que así fuera. Miró a Bram y se dio cuenta de que él también creía que Georgie era guapa.

Georgie había insistido en que acudieran a la fiesta por separado, así que era la primera vez que Bram la veía. Hasta cierto punto, él esperaba que Georgie se presentara con el disfraz de mofeta de Scooter, como le había amenazado hacer, pero debería haber supuesto que no lo haría.

Georgie resplandecía como si estuviera corriendo desnuda a través de una lámpara de araña. Su vestido formaba una estrecha columna de tejido brillante que se ajustaba maravillosamente a su cuerpo alto y esbelto hasta las rodillas, donde se ensanchaba suavemente hasta llegar al suelo. Un delicado broche de pedrería remataba el tirante de uno de sus hombros dejando el otro desnudo, y una pieza de fino encaje cruzaba su cuerpo en diagonal dejando sutil y elegantemente a la vista parte de su piel.

La audiencia había esperado ocho temporadas para ver aquello, la visión de la que se habían visto privados por el comportamiento destructivo de Bram, la transformación de Scooter Brown de una huérfana sin hogar en una mujer elegante, de carácter generoso y gran espontaneidad, cualidades que ninguno de los Scofield había poseído nunca. Bram estaba impresionado. Podía manejar a Scooter, pero aquella criatura inteligente y sofisticada le parecía casi… peligrosa.

El pelo de Georgie estaba perfecto. Sus oscuros y esponjosos tirabuzones estaban sujetos detrás de su cabeza y unos cuantos colgaban sueltos dándole un aire de elegante informalidad. Aunque Georgie insistía en que confiaba en April en todo lo relacionado con su aspecto, ella tenía muy claro lo que le iba o no le iba bien, y no cometió el error de dejar que nadie retocara su pálida piel natural con maquillaje de color. Y tampoco se había puesto excesivas joyas. Unos espectaculares pendientes largos de diamantes colgaban de sus lóbulos, pero había dejado su esbelto cuello desnudo para que destacara por sí mismo.

Paul iba a su lado y ella apoyaba levemente la mano en la manga de su esmoquin. El hecho de que su padre la escoltara mientras descendía por las escaleras no formaba parte del plan y la expresión de ambos cuando se miraron y sonrieron desconcertó a Bram. Él sabía que Paul se había dejado ver mucho por su casa últimamente, pero Bram había estado tan ocupado que no tenía ni idea de qué había pasado para que su relación mejorara.

Paul y Georgie empezaron a bajar las escaleras. Bram no podía apartar los ojos de ella. Según los cánones de Hollywood, Georgie no podía considerarse guapa, pero el problema estaba en los cánones, no en ella. Georgie era más interesante que cualquier falsa belleza californiana liposuccionada, siliconada, hinchada a Botox y con boca de trucha.

Cuando Georgie se detuvo en el rellano, Bram se acordó, con retraso, de que tenía que haber subido las escaleras para encontrarse con ella, pero Georgie estaba acostumbrada a que él se olvidara de sus entradas. Bram despegó sus pies del suelo y subió las escaleras deteniéndose tres escalones por debajo de Georgie. Se volvió un cuarto de vuelta hacia la multitud y extendió la mano con la palma hacia arriba. Todo muy cursi, pero ella se merecía la imagen más romántica posible. Paul besó a su hija en la mejilla y asintió con la cabeza en dirección a Bram. A continuación, les dejó el escenario a los novios. Georgie deslizó con calidez su mano encima de la de Bram. Los invitados prorrumpieron en un fuerte aplauso mientras ella bajaba los tres escalones que la separaban de él.

Los dos se giraron enfrentándose a un salón rebosante de sonrisas y buen humor, aunque, sin duda, la mitad de invitados estaba realizando apuestas acerca de cuánto duraría su matrimonio. Georgie levantó la mirada hacia Bram con expresión tierna. Él se llevó la mano de ella a los labios y la besó con suavidad. Él podía representar el jodido papel de Príncipe Azul tan bien como Lance el Perdedor.

Pero Bram tenía que esforzarse en ser cínico. Aquella noche podía no ser más que otro cuento de hadas de Hollywood, aunque la ilusión le parecía real.


Georgie quería que fuera real: aquella noche, el mágico y chispeante vestido, sus amigas reunidas a su alrededor y la dulce expresión de su padre. Sólo el hombre que estaba a su lado era el equivocado. Aunque no le parecía tan equivocado como debería.

Se mezclaron con los invitados, quienes iban vestidos de las formas más diversas, desde vaqueros y faldas de tenis a esmóquines y uniformes de colegiala. Trev y Sasha se habían presentado voluntarios para realizar los brindis, pero cuando se sentaron para cenar, de pronto Paul se puso de pie y levantó su copa.

– Esta noche celebramos el compromiso que estas dos personas increíbles han contraído entre ellas. -Entonces fijó la mirada en Georgie-. A una de estas personas la quiero mucho. -Su voz se quebró y los ojos de Georgie se llenaron de lágrimas. Paul carraspeó-. Y la otra… cada día me cae mejor.

Todos rieron, Bram incluido. Durante la última semana, la relación de Georgie con su padre había sido rara y maravillosa a la vez. Saber lo mucho que la quería y lo mucho que había querido a su madre lo había significado todo para ella. Pero mientras Paul expresaba sus buenos deseos para el futuro de los novios, Georgie tuvo que esforzarse para mantener una sonrisa en su cara. Contarle a su padre la verdad en lugar de intentar esconder sus errores por miedo a decepcionarlo constituía el siguiente paso en su viaje para ser ella misma.

Paul había esperado hasta aquella mañana para contarle que le había ofrecido a su ex agente asistir a la celebración como su acompañante. Aunque a Georgie le resultó violento saludar a Laura, se alegró de la decisión de su padre.

– Creo que es un bonito detalle hacia ella -explicó Paul-. Así todos verán que todavía la consideras parte de tu círculo íntimo.

Georgie intentó bromear siguiendo la misma línea.

– También es la manera idónea de que la gente sepa que vuelves a los escenarios y que Laura te va a representar.

Él se puso serio.

– Georgie, no es por eso que…

– Lo sé. No quería decir eso.

Estaban construyendo una nueva relación, y los dos intentaban encontrar su lugar. Georgie le dio un codazo para hacerle reír.

A continuación todos hicieron su brindis. El de Trev fue irreverente, y el de Sasha cálido, pero los dos fueron divertidos. Al inicio de la cena, se produjeron frecuentes interrupciones de invitados que hacían tintinear sus copas de agua pidiendo que los novios se besaran. A Georgie, los besos en público con Bram ya no le resultaban tan falsos. No conocía a ningún hombre que disfrutara tanto besando como Bram Shepard… ni nadie que lo hiciera tan bien. Y tampoco conocía a ningún hombre a quien ella disfrutara tanto besando.


En la mesa de al lado, Laura mordisqueó un trozo de langosta y, disimuladamente, se subió un tirante del su sujetador que le había resbalado por el hombro. Había pensado ponerse un vestido de fiesta, como el resto de las invitadas, pero en el último momento había cambiado de idea. Para ella, aquello era una reunión de negocios y no podía permitirse pasarse la velada tirando del corpiño de un vestido que, inevitablemente, sería demasiado escotado o preocupándose por sus brazos desnudos, que no estaban tan tonificados como deberían. Así que se decidió por un sencillo traje chaqueta beis, un blusón con cuello de lazo y unas perlas: el tipo de ropa que utilizaría la señora Scofield. Aparte de su eterno problema con los tirantes de los sujetadores, había tenido bastante éxito manteniendo un aspecto decente.

La invitación de Paul constituyó para ella una gran sorpresa. Laura le telefoneó para informarle de que había fallado en la audición, pero que el director de reparto quería verlo en la audición de otro personaje. Justo cuando empezaba su charla estándar ego-reparadora, él la interrumpió.

– Yo no era el actor adecuado para el papel, pero la audición me ha servido de práctica.

Y entonces la invitó a la fiesta.

Habría sido tonta si hubiera rechazado su invitación. El hecho de que la vieran allí aquella noche ayudaría a devolverle un poco de dignidad a su reputación profesional, como Paul bien sabía. Pero Laura no podía evitar sentirse cautelosa. La fría personalidad de Paul siempre había constituido el antídoto perfecto para su atractivo físico y sus otros valores masculinos, pero su nueva vulnerabilidad la empujaba a verlo de una forma más inquietante.

Por suerte, ella entendía los peligros de las fantasías salvadoras de las mujeres. Tenía claro lo que quería en la vida y no lo estropearía sólo porque Paul York fuera más interesante y complicado de lo que ella había imaginado. ¿Y qué si a veces se sentía sola? Los días en que permitía que un hombre la distrajera de sus objetivos quedaban muy atrás. Paul era un cliente, y que la vieran en aquella fiesta era un buen asunto.

Paul se había mostrado atento con ella durante toda la noche, como un perfecto caballero, pero ella estaba demasiado nerviosa para comer. Mientras los otros comensales de la mesa estaban entretenidos conversando, Laura se inclinó hacia Paul.

– Gracias por invitarme. Te debo una.

– Tienes que reconocer que la situación no ha sido tan violenta como te la imaginabas.

– Sólo porque tu hija es una actriz de primera.

– Deja de defenderla. Te despidió.

– Tenía que hacerlo. Y vosotros dos no habéis dejado de sonreíros en toda la noche, así que no te hagas el duro conmigo.

– Hemos hablado, eso es todo.

Paul señaló la comisura de su boca indicándole a Laura que tenía algo en aquella parte. Ella, avergonzada, cogió su servilleta, pero no acertó con el lugar y al final él le limpió la mancha con su propia servilleta.

Luego ella cogió su copa de agua.

– Debió de ser una conversación fantástica.

– Así es. Recuérdame que te la cuente la próxima vez que esté borracho.

– No te imagino borracho, eres demasiado disciplinado.

– No sería la primera vez.

– ¿Y cuándo te has emborrachado antes?

Laura esperaba que él se desentendiera de la pregunta, pero no fue así.

– Cuando murió mi esposa. Cada noche, después de que Georgie se durmiera.

Ése era un Paul York que Laura estaba empezando a conocer. Lo miró fijamente.

– ¿Cómo era tu esposa? Si no quieres, no tienes por qué contestarme.

Él dejó el tenedor en el plato.

– Era increíble. Brillante. Divertida. Dulce. Yo no la merecía.

– Ella debía de pensar lo contrario, o no se habría casado contigo.

Paul pareció un poco desconcertado, como si estuviera tan acostumbrado a considerarse un miembro de segunda clase en su matrimonio, que no pudiera verlo de otra manera.

– Apenas tenía veinticinco años cuando murió -comentó-. Era una niña.

Laura tocó las perlas de su collar.

– Y todavía estás enamorado de ella.

– No como crees. -Paul jugueteó con la maqueta de la mansión Scofield de azúcar hilado que había en su plato-. Supongo que el joven de veinticinco años que habita en mí siempre estará enamorado de ella, pero de eso hace mucho tiempo. Ella siempre estaba en las nubes. Tanto podía dejar las llaves del coche en la nevera como en su bolso. Y no le importaba su aspecto en absoluto. Me volvía loco. Y siempre estaba perdiendo botones o rompiendo cosas…

A Laura empezó a erizársele el vello.

– Me cuesta imaginarte con alguien así. ¡Las mujeres con las que sales son tan elegantes!

Él se encogió de hombros.

– La vida es un caos y yo busco el orden donde puedo.

Ella dobló su servilleta en el regazo.

– Pero no te has enamorado de ninguna de ellas.

– ¿Cómo lo sabes? Quizá me enamoré y me rechazaron.

– Es poco probable. Tú eres el primer premio en la lista de las ex esposas. Estable, inteligente y sumamente atractivo.

– Estaba demasiado ocupado dirigiendo la carrera de Georgie para volver a casarme.

Laura percibió cierto autorreproche.

– Hiciste un gran trabajo con ella durante muchos años -dijo-. He oído la historia. Según dicen, de niña Georgie no podía resistirse a ponerse delante de un micrófono o calzarse unas zapatillas de baile, así que deja de atormentarte.

– Le encantaba actuar. Cuando yo no la veía, se subía a las mesas para bailar. -Su expresión volvió a ensombrecerse-. Aun así, no debería haberla presionado tanto. Su madre me lo habría reprochado.

– ¡Eh! Resulta fácil criticar cuando se está en el cielo, fuera del área de juego y viendo a los demás cargar con todo el peso.

Laura tuvo la osadía de hablar con ligereza de su adorada esposa y la expresión de Paul se volvió fría y distante. En los viejos tiempos, ella se habría deshecho en explicaciones intentando disculparse, pero, aunque el ceño de Paul se acentuó, no sintió la necesidad de rectificar, sino que se inclinó hacia él y susurró:

– Supéralo.

Él levantó la cabeza y la furia que sentía convirtió sus ojos en balas.

Laura le sostuvo la mirada y añadió:

– Ya va siendo hora.

La retirada era el arma preferida de Paul York y Laura esperaba que se recluyera en sí mismo, pero no lo hizo. Entonces el hielo de sus ojos se fundió.

– Interesante. Georgie me ha dicho lo mismo. -Y recogió del suelo la servilleta que se le había caído a Laura y le dedicó una larga mirada que la derritió.

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