El sábado, Georgie se despertó hacia las tres de la madrugada y no pudo volver a dormirse. Una semana antes, más o menos a aquella hora, ella estaba de pie, al lado de Bram, formulando sus votos matrimoniales. Se preguntó qué había jurado con exactitud.
El aire del dormitorio estaba cargado. Apartó las sábanas, se puso unas viejas zapatillas Crocs amarillas y salió al balcón. Las hojas de las palmeras chasqueaban al son de la brisa y el suave gorgoteo de la cascada llegó hasta ella desde la piscina. La tarde anterior, Lance le había dejado otro mensaje en el móvil. Estaba preocupado por ella. Georgie deseó que la dejara tranquila o poder odiarlo. Bueno, en realidad lo odiaba con frecuencia, aunque eso no le hacía sentirse mejor.
El tintineo de unos cubitos de hielo interrumpió sus pensamientos y una voz llegó hasta ella en la oscuridad.
– Si vas a saltar, espera hasta mañana. Estoy demasiado borracho para manejar un cadáver esta noche.
Bram estaba sentado junto a las vidrieras de su dormitorio, a la izquierda de donde estaba ella. Calzaba unas deportivas viejas y tenía los pies apoyados en la barandilla. Con una copa en la mano y una sombra en forma de hoz cruzándole la cara, era la viva imagen de un hombre planteándose cuál de los siete pecados capitales cometería a continuación.
Georgie sabía que todos los dormitorios de la parte de atrás de la casa daban a aquel balcón, pero nunca antes había visto allí a Bram.
– No tengo por qué saltar -contestó-. Estoy en la cima del mundo. -Apoyó la mano en la barandilla-. ¿Por qué no estás durmiendo?
– Porque ésta es la primera oportunidad que he tenido en toda la semana de beber con tranquilidad.
Bram contempló el pijama de su esposa, que estaba a años luz de las camisolas vaporosas y los diminutos bodys que solía ponerse para Lance. De todos modos, él no pareció desaprobar sus cómodos pantaloncitos estampados con labios rosas y amarillos de estilo pop.
Mientras contemplaba la caída de los hombros de Bram y la suave curvatura de su cintura, Georgie tuvo la sensación de que faltaba algo, aunque no supo qué.
– ¿Alguien te ha dicho que bebes demasiado?
– Me plantearé dejar la bebida cuando nos divorciemos. -Bebió otro sorbo-. ¿Qué hacías metiendo la nariz en mi despacho el miércoles por la mañana?
Ella ya se había preguntado cuánto tardaría Chaz en delatarla.
– Curiosear. ¿Qué si no?
– Quiero que me devuelvas la cámara de vídeo.
Georgie deslizó el pulgar por una zona áspera de la barandilla.
– Te la devolveré. Ya le he encargado a Aaron que me compre una.
– ¿Para qué?
– Para pasar el rato.
Bram dejó su copa en el suelo.
– Aparte de llevarte mis cosas, ¿qué más estabas haciendo allí?
Georgie se preguntó hasta qué punto contarle la verdad y, al final, decidió soltársela sin tapujos.
– Tenía que averiguar si el espectáculo de reencuentro era verdad o producto de tu imaginación. Encontré el guión, pero la caja estaba cerrada a cal y canto. Aunque, de todas formas, tampoco lo habría leído.
Él se levantó de la silla y se le acercó con parsimonia.
– Deberías habérmelo pedido. La confianza es la base de un buen matrimonio, Georgie. Me siento herido.
– No es verdad. Y no pienso participar en un espectáculo de reencuentro. Nunca. Estoy harta de estar encasillada. Quiero papeles que me apasionen. Volver a representar a Scooter sería la peor decisión profesional que podría tomar. Y tú odias a Skip, así que no sé por qué te empeñas en ese proyecto. Bueno, sí que lo sé, y siento que estés arruinado, pero yo no sabotearé mi carrera para ayudarte a solucionar tus problemas financieros.
Bram pasó junto a ella y asomó la cabeza en su dormitorio.
– Entonces supongo que eso es todo, ¿no?
– Por supuesto.
– Está bien.
Deslizó la mano por el marco de la puerta, como si examinara el estado de la madera, pero ella no se tragaba su fácil rendición.
– Lo digo en serio.
– Ya lo he captado. -Bram se volvió hacia ella-. Y yo que creía que intentabas husmear en mi vida amorosa…
– Estás casado conmigo, ¿recuerdas? Tú no tienes una vida amorosa.
En cuanto las palabras salieron de su boca, Georgie deseó no haberlas pronunciado. Acababa de abrir una puerta de diez metros de ancho para que Bram hurgara en el tema que ella más deseaba evitar.
– Me voy a la cama -dijo.
– No tan deprisa.
Bram le acarició el brazo antes de que ella entrara en el dormitorio, y fue entonces cuando Georgie cayó en la cuenta del origen de la extraña sensación de que a Bram le faltaba algo.
– ¡Tú ya no fumas!
– ¿De dónde has sacado esa idea? -La soltó y fue a coger su copa.
Ella ya había notado antes que Bram olía a jabón y cítricos, pero hasta aquel preciso momento no había llegado a la conclusión lógica. Aunque sólo llevaban juntos siete días, ¿cómo podía haber pasado por alto algo tan obvio?
– Siempre hablas de los cigarrillos, pero no te he visto fumar ni uno.
– Claro que sí. -Bram se dejó caer en la silla-. Fumo continuamente. Justo antes de que salieras al balcón, acababa de terminarme uno.
– No, no es verdad. Ya no hueles a humo y en ninguno de los patéticos besos tuyos que he tenido que soportar he notado el sabor a tabaco. En la época de Skip y Scooter, besarte era como lamer un cenicero, pero ahora… Seguro que has dejado de fumar.
Él se encogió de hombros.
– Está bien, me has pillado. He dejado de fumar, pero sólo porque lo de la bebida se me ha ido de las manos y no puedo manejar más de una adicción a la vez. -Se llevó la copa a los labios.
Al menos era consciente de su problema. Incluso por las mañanas, siempre llevaba una copa en la mano y la noche anterior había bebido vino durante la cena. Claro que ella también había bebido vino, pero ésa había sido la única bebida alcohólica que ella había tomado en todo el día.
– ¿Cuándo dejaste de fumar?
Bram murmuró algo que ella no logró descifrar.
– ¿Qué?
– He dicho que hace cinco años.
– ¡Cinco años! -Eso la enfureció-. ¿Por qué no podías, simplemente, decir que habías dejado de fumar? ¿Por qué tienes que andar siempre con esos jueguecitos mentales?
– Porque me gustan.
Ella lo conocía y no lo conocía, y se sentía agotada de tener que estar siempre en guardia.
– Estoy cansada. Ya hablaremos por la mañana.
– ¿Eres consciente de que no podemos seguir así durante mucho tiempo?
Ella simuló que no lo había entendido.
– Ninguno de los dos ha matado al otro todavía, ¿no? Yo diría que lo estamos haciendo bastante bien.
– Ahora eres tú quien está jugando. -Los cubitos de su bebida tintinearon cuando él la dejó en el suelo y se levantó de la silla-. Tienes que admitir que he sido paciente.
– Sólo llevamos casados una semana.
– Exacto. Toda una semana sin sexo.
– Eres un obseso.
Georgie se volvió hacia el dormitorio, pero él la detuvo otra vez.
– No lo digo para alardear, sólo quiero que lo sepas. No espero tener sexo durante una primera cita, aunque en general suela ocurrir así. Como máximo, en la segunda.
– Fascinante. Por desgracia para ti, yo creo en establecer primero una relación. Además, el matrimonio se fundamenta en el compromiso y yo estoy dispuesta a comprometerme.
– ¿Qué tipo de compromiso?
Ella fingió reflexionar.
– Tendré sexo contigo… después de nuestra cuarta cita.
– ¿Y cómo defines exactamente la palabra «cita»?
Georgie sacudió la mano con ligereza.
– ¡Bueno, lo sabré en cuanto lo vea!
– Seguro que sí. -Bram deslizó el dedo pulgar por su brazo desnudo-. Sinceramente, no estoy muy preocupado. Los dos sabemos que no tardarás mucho en ceder.
– ¿Por tu impresionante atractivo sexual?
– Pues sí, pero también porque, seamos sinceros, tú estás a punto.
– ¿Eso crees?
– Querida, eres un orgasmo esperando ocurrir.
Georgie sintió un hormigueo en la piel.
– ¿De verdad?
– Llevas divorciada un año, y el Perdedor es medio marica, así que no me convencerás de que fuera gran cosa como amante.
Ella, de una forma predecible y patética, salió en defensa de Lance.
– Pues era un gran amante. Amable y considerado.
– ¡Qué aburrimiento!
– ¡Cómo no, tenías que decir algo sarcástico!
– Por suerte para ti, yo no soy amable ni considerado. -Deslizó el dedo por la parte interior del codo de Georgie-. A mí me gusta el sexo duro y sucio. ¿O acaso la idea de tener sexo con un hombre adulto asusta a nuestra pequeña Scooter?
Georgie se apartó de él.
– ¿Qué hombre? Yo lo único que veo aquí es a un chiquillo con un cuerpo grande.
– ¡Deja ya de joder, Georgie! He renunciado a muchas cosas por ti, pero no pienso renunciar al sexo.
Ella hacía tiempo que sabía que sólo podría evitar esta cuestión durante cierto tiempo. Si no le daba a Bram lo que quería, él no sentiría el menor remordimiento en buscar a alguien que se lo diera. Georgie odiaba sentirse atrapada.
– ¡Deja tú de joder! -replicó-. Los dos sabemos que la probabilidad de que seas fiel es menor que el saldo de tu cuenta.
– Yo no soy Lance Marks.
– Desde luego, pero Lance sólo me engañó con una mujer, mientras que tú lo harías con miles. -Dirigió su dedo índice a las facciones perfectas de Bram-. Ya me han humillado públicamente una vez y, llámame susceptible, pero no quiero que vuelva a ocurrirme.
– Yo puedo serle fiel a una mujer durante seis meses -Bram deslizó la mirada a sus pechos-, si es lo bastante buena en la cama para mantener mi interés.
La estaba provocando de una forma deliberada, pero aquellas palabras le hirieron de tal forma que su respuesta sarcástica no sonó nada sarcástica:
– Entonces, es obvio que tenemos un problema.
Bram frunció el ceño.
– ¡Eh, que yo soy el único que puede humillarte! Si lo haces tú misma, entonces no tiene ninguna gracia.
Georgie odió que él hubiera vislumbrado, incluso durante un breve instante, su baja autoestima.
– Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir -dijo.
Bram parecía enojado.
– No puedo creer que permitas que aquel gilipollas te hundiera de esta manera. El problema es suyo, no tuyo.
– Ya lo sé.
– No creo que lo sepas. Vuestro matrimonio se derrumbó por culpa de su carácter, no del tuyo. Los tíos como Lance siempre andan detrás de la mujer que consideran más fuerte, y el Perdedor ha decidido que en este momento ésa es Jade.
Georgie perdió el control.
– ¡Claro que es Jade! ¡Ella lo tiene todo! Es guapa, una gran actriz, y en cuanto a generosidad, ella no se queda en las simples palabras. Jade está por ahí salvando vidas. Gracias a ella, ahora mismo muchas niñas asiáticas están asistiendo a la escuela en vez de verse obligadas a vender sus cuerpos a los pervertidos sexuales. Es probable que, cualquier día de estos, a Jade le concedan el Nobel de la Paz. Además, se lo merecerá. Resulta algo difícil competir con ella.
– Estoy seguro de que Lance está empezando a darse cuenta de ese hecho.
Todas las emociones que ella había intentado controlar salieron a la superficie.
– ¡Yo también me preocupo por los demás!
Bram parpadeó un par de veces.
– Sí, claro.
– ¡Claro que me preocupo! Sé que hay sufrimiento en el mundo, lo sé y haré algo al respecto. -Georgie se dijo a sí misma que se callara, pero las palabras seguían brotando de su boca-. Iré a Haití. En cuanto pueda organizarlo. Conseguiré suministros médicos y los llevaré a Haití.
Bram inclinó la cabeza a un lado. Se produjo una larga pausa y, cuando por fin habló, se mostró inusualmente amable.
– ¿No crees que eso es un poco… frío? ¿Utilizar la desgracia de ciertas personas como ardid publicitario?
Georgie hundió la cara en las manos. Bram tenía razón y ella se aborreció a sí misma.
– ¡Oh, Dios mío, qué horrible soy!
Bram la cogió por los hombros y la giró hacia él.
– Por fin me caso, y lo hago con la tía más loca de Los Ángeles.
Georgie se sentía avergonzada y no confió en la compasión que él le mostraba.
– Siempre has tenido un gusto espantoso en cuanto a mujeres.
– Y una idea fija. -Le levantó la barbilla con el dedo-. Aunque comprendo y simpatizo con tu vergonzosa crisis nerviosa, volvamos a las cuestiones más apremiantes.
– No.
– Mientras lleves mi anillo falso, te prometo que no te engañaré.
– Tus promesas no tienen valor. En cuanto hayas superado el reto, acecharás a una nueva presa. Y los dos lo sabemos.
– Estás equivocada. Vamos, Georgie, afloja.
– Necesito más tiempo para adaptarme a la idea de convertirme en una puta.
– Permite que te ayude a acelerar el proceso -repuso Bram, y de pronto la besó en la boca.
Aquel beso era real, sin fotógrafos al acecho ni directores preparados para gritar «¡Corten!». Georgie se dispuso a apartarse, pero entonces se dio cuenta de que no sentía la necesidad de hacerlo. Se trataba de Bram. Ella sabía lo golfo que era, lo poco que significaban sus besos, y eso mantenía sus expectativas bajas y cómodas.
Él le introdujo la lengua en una sensual exploración. Había aprendido a dar unos besos increíbles y ella echaba de menos la intimidad con un hombre más de lo que estaba dispuesta a admitir. Georgie le rodeó los hombros con los brazos. Bram sabía a noches oscuras y vientos peligrosos, a traición de juventud y abandono cruel. Pero como lo conocía tan bien y estaba empezando a confiar en sí misma, no se sintió emocionalmente en peligro. Bram quería utilizarla. Pues bien, ella también lo utilizaría a él. Sólo durante unos instantes. El tiempo que durara aquel beso.
Bram le apoyó una mano en la parte baja de la espalda para unir sus caderas. Su miembro estaba tieso y ella iba a decirle que no, y ese poder le dio la libertad de permitirse disfrutar del momento. Bram curvó la mano sobre su trasero. ¡Si al menos aquel hombre que olía tan bien, le hacía sentirse tan bien y besaba tan bien no fuera Bram Shepard!
La noche y la tenue luz del dormitorio de Georgie transformaron los ojos lavanda de él en azabache.
– ¡Te deseo tanto! -murmuró Bram.
Un escalofrío oscuro y erótico recorrió el cuerpo de Georgie, pero se vio interrumpido por una explosión de luz blanca y azul.
Él levantó la cabeza de golpe.
– ¡Mierda!
Georgie tardó unos instantes en reaccionar. Cuando procesó el hecho de que la repentina luz procedía del flash de una cámara, Bram ya había entrado en acción. Pasó las piernas por encima de la barandilla del balcón y saltó al techo del porche de la planta baja. Ella dio un respingo y se inclinó por encima de la barandilla.
– ¡Para! Pero ¿qué haces?
Él no le hizo caso y avanzó como pudo por el tejado, como Lance o su doble habían hecho docenas de veces en otras tantas películas. El fogonazo del flash había surgido de un árbol de gran tamaño que alcanzaba el jardín por encima del muro medianero.
– ¡Te vas a romper el cuello! -gritó Georgie.
Bram se deslizó por el borde del tejado del porche quedando suspendido, durante un instante, de los dedos de las manos y, a continuación, se dejó caer al suelo.
Las luces de seguridad de la parte posterior de la casa se encendieron. Bram se puso de pie, atravesó el jardín a todo correr y desapareció detrás de unas cañas de bambú. Segundos después, su cabeza y sus hombros aparecieron mientras escalaba el alto muro de piedra que separaba su propiedad de la de su vecino.
¡Menuda estupidez! Georgie bajó las escaleras a toda velocidad y salió corriendo al jardín, que estaba iluminado como si fuera mediodía. La idea de que un instante tan íntimo fuera expuesto al mundo le producía náuseas. Corrió por el sendero hasta el muro mientras sus Crocs le raspaban los talones. El muro se elevaba más de medio metro por encima de su cabeza, pero encontró puntos de apoyo en las piedras y empezó a escalarlo. Un borde afilado le hizo un rasguño en la espinilla. Al final, subió lo suficiente para apoyar los brazos en el borde y ver lo que ocurría al otro lado.
El jardín del vecino era más grande y despejado que el de Bram. Tenía los arbustos bien podados, una piscina rectangular y una pista de tenis. Las luces de seguridad de aquel jardín también se habían encendido, y Georgie vio a Bram corriendo por el césped, persiguiendo a un hombre que sujetaba algo que sólo podía ser una cámara fotográfica. Seguramente, había subido al árbol para fotografiarlos con una película de alta velocidad y el flash debía haberse dispararado por accidente. ¿Cuántas fotografías debía de haber tomado antes de delatarse a sí mismo?
El paparazzi le llevaba mucha ventaja, pero Bram no se rendía. Saltó por encima de una hilera de arbustos. El fotógrafo llegó a un espacio abierto cubierto de césped. Era bajo y enjuto y Georgie no lo reconoció. Entonces desapareció detrás de una caseta.
Una mujer salió de la casa principal. Gracias a las luces del jardín, Georgie vio que tenía el pelo largo y claro e iba vestida con un camisón de seda melocotón. La mujer bajó a toda prisa los escalones de contorno semicircular que conducían al jardín, lo que no parecía el acto más inteligente con un intruso merodeando por allí. Cuando entró en un círculo de luz, Georgie se dio cuenta de dos cosas a la vez.
La mujer era Rory Keene… y llevaba un arma.