Capítulo 2

¿Qué haría Scooter Brown en su situación? Ésa era la pregunta que Georgie se formulaba sin cesar y así fue como acabó cruzando la terraza del Ivy hasta una mesa situada junto a la valla blanca del famoso restaurante. Scooter Brown, la decidida huérfana que se escondió en las dependencias de los sirvientes de la mansión Scofield para escapar de los servicios sociales, habría tomado las riendas de su propio destino, y Georgie hacía demasiado tiempo que debería haber hecho exactamente lo mismo.

Saludó con la mano a un rapero famoso, con la cabeza a un periodista de un programa televisivo, y lanzó un beso a un antiguo protagonista de la serie Anatomía de Grey. Sólo Rory Keene, la nueva directora de Vortex Studios, estaba demasiado absorta en una conversación con uno de los jefes de la agencia de talentos C.A.A. para darse cuenta de la llegada de Georgie.

Punto número uno de la nueva agenda de Georgie: ser vista en público acompañada del hombre perfecto. Como la humillante fotografía de ella contemplando la ecografía del bebé de Lance había aparecido en multitud de medios de comunicación, ahora tenía que dejar de esconderse y hacer lo que debía haber hecho meses atrás. Aquella cita para comer tenía que provocar la suficiente sensación para que todo el mundo olvidara su anterior expresión de sorpresa.

Por desgracia, el hombre perfecto que ella había elegido para su primera cita aún no había llegado, obligándola a sentarse sola en una mesa para dos. Georgie intentó aparentar que se sentía contenta de disponer de unos minutos para estar a solas. No podía enfadarse con Trevor. Aunque no había conseguido convencerlo de la boda, al menos había aceptado aparecer durante unas semanas en el circo de medios que la rodeaba.

El restaurante Ivy era una institución en Los Ángeles, el lugar perfecto para ver y ser visto, con un ejército de paparazzi acampados permanentemente a la entrada. Las celebridades que comían allí y simulaban sentirse molestas por la atención de los medios eran los hipócritas más grandes del mundo, sobre todo los que se sentaban en la terraza exterior, cuya valla se extendía a lo largo del concurrido Robertson Boulevard.

Georgie se sentó bajo una sombrilla blanca. Beber vino a mediodía podía interpretarse como que estaba ahogando sus penas en alcohol, así que pidió un té helado. Dos mujeres se pararon en la acera, al otro lado de la valla, y la contemplaron embobadas. ¿Dónde estaba Trevor?

Su plan era sencillo. En lugar de evitar la publicidad, flirtearía con ella, pero con sus condiciones: como una mujer sin pareja que se estaba divirtiendo como nunca. Saldría unas semanas con un hombre perfecto y otras más con otro, pero nunca el tiempo suficiente para sugerir que se trataba de una relación de amor seria. Sólo por diversión, diversión y diversión, acompañada de montones de fotografías de ella riendo y pasándoselo bien; fotografías que su publicista se aseguraría de que se distribuyeran adecuadamente. Georgie conocía una docena de actores muy atractivos que ansiaban publicidad y conocían las reglas del juego. Trevor iniciaría la campaña. ¡Si al menos fuera más puntual!

¡Y ojalá la idea de alentar voluntariamente la publicidad no le resultara tan repugnante!

Transcurrieron cinco minutos. Georgie se había vestido especialmente para la ocasión, con el conjunto que su talentosa estilista había elegido para ella, un vestido de tirantes de algodón negro con un ribete ancho y rojo en el corpiño y unas hojas ocres y marrones estampadas aleatoriamente por la corta y estrecha falda. Unos zapatos con tacón de cuña atados a los tobillos y unos pendientes ámbar completaban su aspecto de sofisticación informal y poco convencional, el cual encajaba más con ella que los estilos recargados o sexys. Además, le habían confeccionado el vestido de forma que camuflara su pérdida de peso.

Habían transcurrido ocho minutos. Al final, Rory Keene la vio y la saludó con la mano. Georgie le devolvió el saludo. Quince años atrás, durante la segunda temporada de Skip y Scooter, Rory era una simple ayudante de producción, pero ahora dirigía la productora Vortex Studios y era una de las mujeres más poderosas de Hollywood. Como las dos últimas películas de Georgie habían sido sonados fracasos de taquilla y la que acababa de rodar se prometía incluso peor, Georgie detestó que alguien tan influyente la viera allí sentada con aspecto de perdedora. Claro que, ¿qué había de nuevo en eso?

Nunca había sido una derrotista y tenía que dejar de pensar como si lo fuera. Aunque ya habían pasado diez minutos…

Fingió no darse cuenta de las miradas que le dirigían, pero ya había empezado a sudar. Estar sola en el Ivy equivalía a ser víctima de un vacío público. Georgie consideró sacar el móvil, pero no quería que pareciera que tenía que recordarle la cita a su acompañante.

En el otro extremo de la terraza, un grupo de herederas jóvenes, delgadas, absolutamente estilosas y de cara bonita y vacía se había reunido para comer. Entre ellas estaba la insulsa hija de una decadente estrella del rock, la de un jefe de un estudio cinematográfico y la de un magnate internacional fabricante de un refresco. Las jóvenes eran famosas por ser famosas, iconos de todo lo que estaba de moda y resultaba inalcanzable para las mujeres comunes que contemplaban boquiabiertas sus fotografías. Ninguna de ellas quería admitir que vivía del dinero de papá, así que solían decir que eran «diseñadoras de bolsos». Sin embargo, su verdadero trabajo consistía en ser fotografiadas. Su líder, la heredera del refresco, se levantó de la mesa y se deslizó como un elegante Ferrari hasta la mesa de Georgie.

– Hola, soy Madison Merril. Creo que no nos conocemos. -Giró las caderas en dirección a los potentes objetivos de los paparazzi que había al otro lado de la calle ofreciéndoles una vista fantástica del vestido de diseño trapezoidal de Stella McCartney-. Me encantaste en Verano en la ciudad. No entiendo que no fuera un gran éxito. A mí me chiflan las comedias románticas. -Una arruga surcó su frente perfecta-. O sea, también me encantan las películas serias, ya sabes, como las de Scorsese y tal.

– Comprendo.

Georgie estampó una alegre sonrisa en su cara y se imaginó a los paparazzi disparando sus cámaras y obteniendo unas estupendas fotografías de la fotogénica Madison Merrill junto a una escuálida Georgie York, sentada sola en una mesa para dos.

Skip y Scooter también era fantástica. -Madison retrocedió un paso para que la sombrilla de la mesa no le ensombreciera la cara-. Era mi serie favorita cuando tenía unos nueve años.

La chica era demasiado tonta para ser sutil. Tendría que trabajarse ese aspecto si quería seguir destacando en Los Ángeles.

Madison contempló la silla vacía.

– Tengo que volver con mis amigas. Si no vas a comer con nadie ¿podrías sentarte con nosotras? -Convirtió la invitación en una pregunta.

Georgie jugueteó con uno de sus pendientes ámbar.

– ¡Oh, no! Lo han entretenido en una reunión. Le he prometido que lo esperaría. ¡Hombres!

– Sí, claro.

Madison saludó a los fotógrafos y regresó a su mesa.

Georgie se sentía como si una flecha de neón resplandeciente señalara la silla vacía que había al otro lado de la mesa. Miles de hombres de todo el mundo, millones, darían cualquier cosa para comer con Scooter Brown, y ella había tenido que elegir a su informal y antiguo mejor amigo.

El camarero de Georgie se acercó por tercera vez.

– ¿Está segura de que no quiere pedir la comida, señorita York?

Georgie estaba atrapada. No podía quedarse y tampoco irse.

– Otro té helado, por favor.

El camarero asintió.

Georgie levantó la muñeca y observó de forma patente su reloj. No podía alargarlo más. Tenía que hacer ver que recibía una llamada. Sería su acompañante para decirle que había sufrido un percance de tráfico. Al principio se fingiría preocupada y después exhibiría alivio porque nadie hubiera resultado herido. A continuación, se mostraría totalmente comprensiva.

«¡Plantada! Hombre misterioso no se presenta a la cita con Georgie»

Ya podía ver la fotografía de ella sola en aquella mesa. ¿Cómo podía un plan tan sencillo haber fallado tan deprisa? Debería empezar a salir a la calle con un séquito, como hacían muchos famosos, pero ella siempre había detestado estar rodeada por acompañantes de pago.

Cuando se disponía a sacar el móvil, fue consciente de una leve agitación en la atmósfera, una corriente eléctrica invisible que recorría la terraza. Levantó la vista y se le heló la sangre. Bramwell Shepard acababa de llegar.

Todas las cabezas giraron de un extremo al otro de la terraza, como en una partida de ping-pong, de Bram a ella y de nuevo a él, que iba vestido como el segundo y ocioso hijo de un monarca europeo exiliado, con una americana de diseño, seguramente de Gucci, unos vaqueros de calidad que enfatizaban su metro noventa de estatura y una camiseta negra desteñida que significaba que todo le importaba un cuerno. Dos hombres que eran modelos se lo comieron con ojos de envidia. Madison Merrill se medio incorporó para interceptarle el paso, pero Bram se dirigió directamente hacia Georgie.

Los frenos de los coches chirriaron conforme los paparazzi zigzagueaban entre el tráfico para cruzar la calle y conseguir la fotografía de la semana, quizá del mes, pues nadie los había visto juntos desde que se dejara de transmitir la serie. Bram llegó a la mesa, se inclinó por debajo de la sombrilla y le dio a Georgie un leve beso en los labios.

– Trev no ha podido venir. -Mantuvo la voz baja para evitar ser oído-. Ha tenido un contratiempo inevitable de última hora.

– ¡No puedo creer que estés haciendo esto!

Pero sí que podía creerlo. Bram quería conseguir algo de ella, ¿quizás una escena en público? Georgie obligó a sus helados labios a curvarse esperando que las cámaras lo captaran como si fuera una sonrisa.

– ¿Qué le has hecho a Trevor?

– ¡Qué suspicaz! El pobre se ha lesionado la espalda al salir de la ducha.

Bram se sentó en la silla enfrente de Georgie, mantuvo la voz tan baja como ella y esbozó su sonrisa más seductora.

– Entonces, ¿por qué no me ha telefoneado cancelando la cita? -preguntó ella.

– No quería despertar malos recuerdos. Como cuando Lance el Perdedor canceló vuestro matrimonio. Trev es muy considerado en ese sentido.

Georgie amplió su sonrisa, pero su susurro era puro veneno.

– Me estás tendiendo una trampa. ¡Lo sé!

Bram fingió reírse por estar pasándoselo bien.

– Mira que eres paranoica. Y desagradecida. Aunque Trev se estaba retorciendo de dolor, no quería que estuvieras sentada aquí sola. Puede que no lo sepas, Scoot, pero todos los habitantes de esta ciudad ya sienten lástima por ti y Trev no quería avergonzarte más de lo que ya lo has hecho tú misma. Por eso me ha llamado.

Georgie apoyó la mejilla en la mano y contempló a Bram con afecto fingido.

– Mientes. Trev sabe mejor que nadie lo que siento por ti.

– Deberías agradecerme que haya querido ayudarte.

– Entonces, ¿por qué has llegado media hora tarde?

– Ya sabes que siempre he tenido problemas para ser puntual.

– ¡Y una mierda! -Georgie sonrió a las cámaras hasta que las mejillas le dolieron-. Querías hacer una gran entrada. A mi costa.

Bram también siguió sonriendo y ella inclinó la cabeza a un lado y se echó a reír. Entonces Bram alargó el brazo y le acarició la barbilla, y fue como si volvieran a ser Skip y Scooter otra vez.

Cuando el camarero apareció, el montón de fotógrafos de la acera llegaba hasta la calle y el estómago de Georgie se había convertido en un nudo. En cuestión de minutos, aquellas fotografías estarían en millones de pantallas de ordenadores de todo el mundo y el circo sería un auténtico hervidero.

– Pastel de cangrejo para Scooter -pidió Bram con un elegante gesto de la mano- y un whisky con hielo para mí. Laphroaig. Y unos raviolis de langosta.

El camarero se alejó.

– ¡Dios, cuánto necesito un cigarrillo!

Cogió la mano de Georgie y le rozó los nudillos con el pulgar, una caricia indeseada que a ella le quemó la piel. Georgie notó que él tenía un callo en la base del dedo y no pudo imaginar cómo se lo había hecho. Bram podía haber crecido en un barrio difícil, pero no había trabajado duro en toda su vida. Georgie soltó una risotada alegre.

– Te odio.

Bram bebió un sorbo de su té helado y los cincelados bordes de su boca se curvaron en una sonrisa.

– El sentimiento es mutuo.

Él no tenía ninguna razón para odiarla. Ella había sido la actriz disciplinada mientras que él solito había arruinado una de las mejores series de la historia de la televisión. Durante los dos primeros años de Skip y Scooter, Bram sólo se había portado mal ocasionalmente, pero con el tiempo se volvió más y más incontrolable, y cuando la relación entre Skip y Scooter empezó a volverse romántica, él sólo se preocupó de pasárselo bien. Se gastaba el dinero tan deprisa como lo ganaba, comprándose coches de lujo, ropa de diseño y manteniendo un ejército de parásitos de su infancia. El equipo de rodaje no sabía, de un día para otro, si se presentaría en el plató sobrio o ebrio, ni siquiera si se presentaría. Bram destrozaba coches y salas de baile y se burlaba de cualquier intento de frenar sus temeridades. Nada ni nadie estaba a salvo de él, ni las mujeres ni las reputaciones, y tampoco las provisiones de drogas de algún miembro del equipo.

Si hubiera estado interpretando un personaje más turbio, la serie podría haber sobrevivido a la cinta de sexo que salió a la luz hacia el final de la octava temporada, pero Bram interpretaba a Skip Scofield, un chico bueno y convencional que era el joven heredero de la fortuna Scofield, e incluso sus fans más fieles se sintieron indignados por lo que vieron. Pocas semanas después, Skip y Scooter se canceló y Bram se ganó el desprecio del público y el odio de todos los implicados en la serie.

La comida duró hasta que Georgie ya no pudo aguantar más. Dejó el tenedor junto al apenas probado pastel de cangrejo, consultó su reloj e intentó adoptar la expresión de que, por desgracia, el día de Navidad había llegado a su fin.

– ¡Oh… qué lástima! Tengo que irme.

Bram pinchó el último ravioli e introdujo el tenedor en la boca de Georgie.

– No tan deprisa. No puedes irte del Ivy sin haber tomado un postre.

– No te atrevas a prolongar esta farsa.

– Ten cuidado, estás perdiendo tu cara de felicidad.

Georgie tragó con esfuerzo de ravioli y volvió a estampar una sonrisa en su cara.

– Estás arruinado, ¿no? Mi padre invirtió mi dinero, pero tú malgastaste el tuyo. Por eso estás haciendo esto. Nadie quiere darte trabajo porque no eres de fiar y necesitas publicidad para volver a levantar cabeza.

Aunque Bram seguía trabajando, en aquellos momentos sólo conseguía papeles sin importancia: personajes de dudosa moralidad, esposos infieles, borrachos libidinosos… ni siquiera malos con personalidad.

– Estás tan desesperado que tienes que chupar de mi cobertura periodística.

– Tienes que reconocer que está funcionando. Skip y Scooter juntos de nuevo. -Levantó la mano para llamar al camarero, quien se acercó con diligencia-. Tomaremos la tarta de nueces de pacana con crema de dulce de leche. Dos cucharas.

Cuando el camarero se fue, Georgie se inclinó hacia delante y bajó la voz aún más.

– ¡Cuánto te odio! Te contaré por qué. Te odio por convertir mi infancia en algo miserable…

– Cuando la serie empezó tenías quince años. No se puede decir que fueras exactamente una niña.

– Pero Scooter sólo tenía catorce años, y yo era muy inocente.

– ¡Y tanto!

– Te odio por ponerme en ridículo con tus estúpidas bromas delante de los miembros del reparto, el equipo, la prensa… todo el mundo.

– ¿Quién iba a pensar que picarías el anzuelo una y otra vez?

– Te odio por todas las horas que me pasé sentada en el plató esperándote.

– Poco profesional, lo admito. Pero tú tenías continuamente la nariz pegada a los libros, así que deberías darme las gracias por tu educación superior.

– Y te odio por tu despreciable comportamiento, que hizo que cancelaran la serie y a mí me costó millones.

– ¿A ti? ¿Y qué hay de los millones que yo me costé a mí mismo?

– Al menos eso me hace sentirme bien.

– Muy bien, ahora me toca a mí… -Su sonrisa tenía un contorno suave-. Eras una mojigata engreída, cariño, y una chivata asquerosa. A la menor queja, te asegurabas de que papá Paul acudiera a los productores y montara un escándalo. Su princesita tenía que tenerlo todo a su gusto.

Georgie no dejó de sonreír, pero sus ojos brillaron de rabia.

– Eso no es verdad.

– Además eras una actriz egoísta. Todo tenía que ajustarse al guión, nada de improvisaciones. Era asfixiante. -Bram volvió a acariciarle la barbilla.

Georgie le propinó una fuerte patada en la pantorrilla, donde nadie podía verla. Él esbozó una mueca y ella le dio una palmadita en la mano.

– Tú sólo querías improvisar porque no te habías aprendido el papel.

– Siempre que intentaba llevar la serie un poco más allá de su zona de comodidad, tú me saboteabas.

– El desacuerdo no es lo mismo que el sabotaje.

– Me pusiste verde ante la prensa.

– ¡Sólo después de la cinta de sexo!

– ¡Menuda cinta de sexo! ¡Pero si yo estaba vestido!

– ¡Pero ella no! -Georgie enfatizó su huidiza sonrisa-. Di la verdad. Aborrecías que yo ganara más dinero que tú y que tuviera más poder como artista.

– Sí, claro. ¿Cómo podría olvidar tu memorable reposición de Annie?

– Mientras tanto, tú te escaqueabas del colegio y merodeabas por las esquinas. -Apoyó la barbilla en el dorso de la mano-. ¿Por fin conseguiste graduarte?

– Vaya, vaya… ¡Esto sí que es interesante!

Los dos estaban tan absortos en su discusión que no se dieron cuenta de la alta y adusta rubia que se acercaba a su mesa. Rory Keene, con su moño clásico y sus facciones largas y patricias, parecía más una habitual de la sociedad de la Costa Este que una poderosa ejecutiva de un estudio, pero durante la única temporada que trabajó como modesta asistente de producción en Skip y Scooter ya resultaba un poco intimidante.

Bram se puso de pie de golpe y le dio un frío beso en la mejilla.

– Rory, ¡qué alegría verte! Estás guapísima, como siempre. ¿Has disfrutado de la comida?

– Mucho. No me puedo creer que estéis sentados a la misma mesa sin llevar sendas armas cargadas.

– Yo llevo la mía en el bolso -respondió Georgie con una sonrisa a lo Scooter.

Bram apoyó la mano en el hombro de Georgie.

– Las aguas están en calma. Hace tiempo que hicimos las paces.

– ¿De verdad? -Rory se subió el asa del bolso al hombro y le lanzó a Bram una mirada dura-. Cuida bien a Georgie. Esta ciudad tiene una provisión limitada de personas buenas y no podemos permitirnos perder a una de ellas.

Hizo un breve saludo con la cabeza, se dio la vuelta y se alejó.

La amable sonrisa de Bram se desvaneció y miró con desafío a Georgie.

– ¿Desde cuándo Rory y tú sois tan buenas amigas?

– No lo somos.

Sin previo aviso, él cruzó la terraza siguiendo a Rory.

Estar con Bram resultaba tan agotador como siempre, y Georgie se alegró de disponer de unos minutos para recargar sus pilas. El postre llegó, pero a ella se le revolvió el estómago y apartó la mirada. Entonces recordó el día que su padre le dio el guión piloto de Skip y Scooter para que lo leyera. Ella no tenía ni idea de que, a partir de entonces, su vida cambiaría para siempre.

La sencilla idea original era perfecta para una comedia de situación. Scooter Brown era una simpática huérfana de catorce años que se presentaba en la lujosa mansión Scofield, en el elegante barrio de North Shore, en Chicago. Quería localizar a una hermanastra suya que había trabajado allí para evitar que la destinaran a una familia de acogida, pero su hermanastra había desaparecido mucho tiempo atrás. Al no tener ningún lugar adonde ir, Scooter se escondía en la mansión, pero Skip, el estirado heredero de quince años de la fortuna Scofield, la descubría. Él, junto con los sirvientes, se veía envuelto a regañadientes en una confabulación para esconder a Scooter de los adultos de la familia Scofield.

Nadie esperaba que la serie durara más de una temporada, pero se produjo una química excepcional entre los actores y los guionistas idearon tramas muy ingeniosas. Y, aún más importante, consiguieron que los personajes principales fueran más profundos que los estereotipos iniciales.

Georgie le sonrió maliciosamente a Bram, que había vuelto.

– ¿Ya has acabado de hacerle la pelota a Rory?

– He ido a comprar cigarrillos.

– ¡Sí, claro!

– A comprar cigarrillos y a hacerle la pelota a Rory. Me gusta hacer varias cosas a la vez. ¿Nuestra maldita comida por fin se ha acabado?

– Incluso antes de que empezara.

Bram insistió en esperar con Georgie dentro del restaurante hasta que el portero trajera el coche de ella. Georgie se preparó antes de salir y, cómo no, en cuanto pisaron la acera los chacales los rodearon. Bram deslizó un brazo supuestamente protector alrededor de los hombros de Georgie -ella sintió deseos de arrancárselo de un mordisco-, levantó la mano y ofreció a las cámaras su sonrisa más radiante.

– Sólo somos dos viejos amigos que han quedado para comer -dijo por encima del griterío-. No hagáis una montaña de esto.

– ¡Se supone que vosotros os odiáis!

– ¿Habéis enterrado el hacha de guerra?

– ¿Estáis saliendo juntos?

– Georgie, ¿has hablado con Lance? ¿Sabe que sales con Bram?

Él adoptó una expresión de descontento, aunque ella sabía que era totalmente falsa.

– Dadnos un descanso, chicos. Sólo es una comida. Y no prestéis más atención a los rumores sobre un supuesto espectáculo de reencuentro de Skip y Scooter. No va a suceder.

«¿Espectáculo de reencuentro?»

Los paparazzi se quedaron de piedra.

– ¿El guión ya se ha escrito?

– ¿El resto de los actores ya ha firmado el contrato?

– ¿Dónde lo vais a rodar?

Bram le abrió camino a Georgie hasta el coche. Ella intentó pillarle los dedos con la puerta, pero él fue demasiado rápido. Mientras arrancaban, Georgie se obligó a sonreír y saludar a las cámaras, pero en cuanto estuvieron fuera del alcance de éstas, soltó un grito.

No existía ningún espectáculo de reencuentro, ni en los rumores ni en ningún otro lugar. Bram se lo había inventado para torturarla.

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