Debilucho no era, pensó Alethea. Ni siquiera en sus primeros años podría haber sido denominado como tal. Resistente, irrespetuoso, desafiante, obstinado en su propio detrimento. Esos defectos duraderos que ella no podía negar, y probablemente tampoco lo haría él. Pero él era un réprobo descarado si alguna vez había conocido a uno. Ella se montó en su caballo castrado y pasó por delante de la valla de pastos roto con toda la compostura que pudo reunir.
Gabriel estaba apoyado contra la puerta del establo, su arrugado abrigo negro recuperado y colgando sobre un ancho hombro. Su expresión delataba sólo una desconcertada diversión cuando él la miró. La señora Bryant se había ido a realizar sus visitas diarias y a orar por sus feligreses.
– Esta valla tiene que ser reparada -gritó hacia él por impulso.
Él asintió con la cabeza.
– Puedo verlo. Se ve fuerte, sin embargo.
Ella sacudió la cabeza con desprecio. Él no estaba mirando a la valla, en absoluto. Él estaba mirando justo a… ella enderezó su espalda. Ella nunca había pensado de sí misma que era hermosa. Su nariz tenía una protuberancia. Era casi tan alta como su hermano. Pero se enorgullecía de su postura, el resultado de usar un corsé de ballenas desde la edad escolar todos los días para corregir sus hombros redondeados.
Ella frunció el ceño.
– Espero que disfrute de su jalea de violetas. Es deliciosa sobre una tostada.
Una sonrisa cruzó su rostro.
– Y de mis oraciones.
La única oración que Alethea podía pensar en este momento era que debía prestar atención a su despedida y no cabalgar en la dirección equivocada. O peor aún, girar en circulo y regresar a su alta y sensual figura, ese delgado rostro burlón. Ella no podía creer que su inesperado beso pudiera desequilibrarla tan gratamente después de lo que Jeremy había hecho. Tendría que sentirse sucia e insultada. En cambio, estaba temblando por dentro con una sensación no del todo desagradable.
Y cuando él la había besado, en realidad no había tratado de detenerlo. Se sentía casi culpable de que él se disculpara por ello. Todo el tiempo que su boca estuvo sobre la suya, ella había estado riendo y llorando por dentro, ella habría querido decirle que era casi tan mala como él, pero nunca dejaría que nadie lo supiera.
Iría directamente a casa y bebería media pinta [2] de diente de león y bardana destilada. Y entonces… enderezó su asiento en la silla de montar. Hombre descarado. Poniendo esas atrevidas manos sobre su trasero como si estuviera probando su suavidad.
Por supuesto, él no se había sentido suave en absoluto. El breve contacto con su musculoso cuerpo le había dado una impresión de fuerte roca dura. Ella debería haber estado más molesta de que él no se haya detenido en el instante en que ella dejó en claro que debía comportarse. Ella le había rogado a Jeremy que parara, suplicando hasta que su garganta estuvo en carne viva, pero él había seguido adelante y la hirió. Ella estaba sorprendida de que el beso de Gabriel hubiera sido perversamente dulce en comparación y que no la ofendiera su duración, a menos que se contara la extraña compulsión que había sentido para ordenarle que siguiera.
Ella cabalgaba lentamente, preguntándose ociosamente si él habría alguna vez forzado a una mujer y sabiendo que no. Era más probable que se lastimara a sí mismo en alguna desventura. Sin embargo, él parecía como una especie en bruto que podría volverse peligroso si fuera provocado. La institutriz de Alethea había afirmado que él y sus hermanos habían heredado de su madre la afinidad de la sangre de origen Borbón por las conspiraciones y la intriga. De su sangre Boscastle había obtenido a su impactante apariencia y magnetismo.
Ella no podía decidir qué hacer con él. Él no había mencionado los tres hermanos mayores que habían desaparecido antes de que él lo hiciera. La madre de Alethea había confesado una vez que había suspirado de alivio en beneficio de ellos. La condesa había creído que cualquiera que fuera la desgracia que los hermanos desaparecidos encontraran en el mundo, no podía ser igual a la maldad de lo que habían sufrido en la intimidad de su hogar.
Pero Gabriel se había quedado atrás con su madre para protegerla de su padrastro. No fue hasta años más tarde que Alethea había llegado a comprender lo miserable que la vida debió haber sido para un joven que había perdido a un brusco pero cariñoso padre, sólo para encontrar a un hostil desconocido ocupando su lugar. Aprender a defenderse a sí mismo lo había convertido comprensiblemente en duro de corazón.
Lo que sugería que, mientras él podría resultar un beneficio para Helbourne, un amo formidable que supervisara por una vez la propiedad, no necesariamente contribuiría a la paz mental de Alethea.
Sin embargo, era difícil de evitar por completo un vecino. Era enloquecedoramente difícil cuando uno albergaba un inexplicable y prolongado interés en su destino. Ellos se habían conocido antes, antes de que él hubiera perdido a su padre, antes de que ella hubiera perdido su autoestima y todo lo que un futuro como mujer casada le hubiera proporcionado. Ella sólo podía esperar que las dos personas que habían sido una vez estuvieran de acuerdo en una asociación cortés. Ella no tenía ninguna razón para tenerle miedo.
En cierto modo era un alivio estar arruinada. Ya no tenía que fingir que nunca se sentía mal o impaciente o que no podría encontrarse a un hombre como Gabriel en su propio terreno.