Gabriel miró al suelo pensativo. Había ido directamente con el hermano de Alethea a decirle su intención de casarse con ella, pero el conde estaba enfrascado en su propio coqueteo. Gabriel había decidido esperar más o menos media hora, aceptando la oferta de Drake para caminar por el jardín. Naturalmente, tenía la esperanza de encontrarse con Alethea. Y la encontró. Pero no de la forma que esperaba.
Era consciente que Drake había oído tanto de esa conversación condenatoria entre Alethea y la Sra. Watson como él. Sin duda su primo había llegado a la misma inevitable, sin duda, única conclusión que un hombre podía llegar.
El intercambio, aunque breve, que había ocurrido entre Alethea y la Sra. Watson lo hirió en lo más profundo. Indicaba una alianza previa, un lazo clandestino más que una amistad casual. Había estudiado con la suficiente maestría las expresiones enmascaradas a través de las innumerables mesas de juego en su vida para captar una señal.
Y si había una pequeña esperanza en el corazón de Gabriel de haber malinterpretado esta comunicación, se desvaneció por el evidente intento de su primo de disminuir el golpe.
– Bueno, las fiestas de mi hermano son una fuente inagotable de escándalo y diversión.
Gabriel sacudió su cabeza. Bajo la sensación de entumecimiento, el dolor se intensificó.
– No digas una palabra más. No hay necesidad que ninguno de los dos entre en detalles sobre lo que es obvio.
Empezaron a caminar hacia la celebración en curso sobre el césped. Ninguno de los dos habló durante un rato.
– No sé si lo que oímos implica necesariamente un engaño por parte de Alethea -dijo finalmente Drake-. Al menos no en la profundidad que sospechas.
– ¿Esperas convencerme de que conoció a Audrey Watson en un baile de campo?
– Cuanto más lo pienso -continuó Drake-, hay una docena de explicaciones posibles que no indican culpabilidad de su parte.
– Siento la necesidad de golpear a alguien, Drake. Me encantaría mucho cometer un homicidio en este momento. Por favor no me insultes más pidiéndome que niegue lo que ambos escuchamos.
– Lo siento.
– Si estuvieras en mi lugar, ¿creerías que es completamente inocente? -preguntó Gabriel con desprecio.
Drake le lanzó una sonrisa cautelosa.
– Probablemente no. Pero por otra parte no soy conocido por tener el temperamento más calmado de mi familia.
Lo que era un eufemismo completamente. Drake había sido famoso por el mal humor que su reciente matrimonio parecía haber dominado si no vencido. Él y Gabriel, de hecho, antes habían discutido a menudo, una rivalidad que se había convertido en una inesperada camaradería.
– ¿Y con cuál Boscastle -reflexionó Gabriel en voz alta-, soy comparado más a menudo?
Drake se rió con simpatía.
– Si insistes en pelear, tendremos que ir al local de Jackson. Jane tendrá nuestras cabezas si arruinamos el día de Grayson.
Un joven de cabello rubio salió detrás de un arbusto. Su rostro se iluminó al reconocer a los primos Boscastle.
– Allí estás, Gabriel. Te he estado buscando por todas partes.
Gabriel frunció el ceño mientras otro hombre… el gemelo, en realidad, del intruso… apareció en el camino.
Los hermanos Mortlock, Ernest y Erwin, un par de los vergüenzas más notables de la sociedad. Ricos, esbeltos, el dueto de aspecto inocente destacados como asiduos participantes en los pasatiempos más vergonzosos de Londres. Gabriel estaba francamente sorprendido de que a estas alturas nadie los había matado.
– ¿Qué queréis? -pregunto fríamente.
– Bueno, mi mitad fea y yo nos acabamos de enterar que una paloma gorda estará en Piccadilly esta noche. Hazard está en su juego, y tiene dinero para perder.
Drake suspiró con disgusto.
– ¿Alguno de vosotros fue invitado el día de hoy?
– ¿Vienes, Gabriel? -preguntó Erwin-. Nadie te ha visto en ninguna parte en casi un mes.
Drake juró en voz baja. -Terminó de jugar. Vayan solos a los infiernos.
– Perdona -Gabriel le dirigió una sonrisa ofensiva-. Ni siquiera he comenzado a jugar todavía.
Drake lo miró.
– ¿Cómo se supone que voy a explicar tu ausencia a una cierta dama cuando pregunte a donde te fuiste?
– Sabe lo que soy.-Gabriel se encogió de hombros, retrocediendo unos pasos-. Dudo que se sorprenda cuando descubra donde escogí pasar el resto del día.
Miró a través de los arbustos que separaba su camino de uno que llevaba a la fuente donde Alethea estaba parada. Su pecho se oprimió mientras la miraba.
Se giró sin previo aviso y miro en dirección de Gabriel.
No podía imaginarla en un burdel.
Pero por otra parte, hasta estas últimas semanas pasadas, nunca la hubiera imaginado desnuda y apasionada en sus brazos, tampoco.
Cerró los ojos. Qué ironía la suya, le había preocupado avergonzarla.
Se había reconciliado con el desagradable hecho de que había amado a alguien antes que a él. Y ahora… bueno, cualquiera que sea la verdad, la tenía que saber. Nunca había hecho el papel de tonto con una mujer.
Era probablemente muy tarde para deshacer lo que sentía por ella. Pero estaría malditamente seguro de proceder con los ojos abiertos.