No tenía idea de lo que estaba haciendo. Había herido a Alethea esta noche y a él le dolía aún más. Ahora que había hecho de sí mismo un tonto monumental frente a ella y su familia, se preguntó si esa alianza con Audrey Watson siquiera importaba.
¿Podría amarla para siempre si había sido una cortesana en secreto? No podía haber sido una larga y exitosa carrera. Y no era como si él no hubiese tenido relaciones con prostitutas y buscado una invitación abierta de Audrey. Pero era hombre, y ahí estaba la diferencia.
Pero entonces él se había degenerado sin compensación. Una cortesana, al menos, le ponía un valor a sus favores.
El sólo pensamiento de ella debajo de otro hombre, por amor o por dinero, lo ponía enfermo.
¿Cómo había descendido a este humillante estado de miseria tan poco varonil? No se lo podía explicar. Lo qué sí sabía, sin embargo, era que nunca se había sentido tan confrontado en su vida. No podía imaginar nada que lo hiciese sentirse peor… hasta que subió a su coche y encontró a sus tres primos Boscastles, Heath, Devon y Drake, esperándolo. Un trío de diablos de pelo negro y ojos azules.
Frunció el ceño y se sentó frente a Devon.
– No estoy con el ánimo de discutir mi…
– ¿Alethea te hizo eso en la cara? -dijo Devon con un gesto de simpatía-. Si es así, diría que te ama demasiado.
Gabriel miró a sus primos, molesto. Era desconcertante lo mucho que se parecía a ellos, tanto en lo físico así como en la manera de ser… prueba, temía, de la dominante sangre Boscastle.
– ¿Es que no tienen esposas esperándolos en casa con las batas de lana listas y fuentes de gachas?
Drake se rió.
– No sé por qué tengo la sensación de que pronto formarás parte de ese estimado club.
Antes de lo que nadie pensaba. Al menos Gabriel suponía… esperaba, que así fuera, a menos que Alethea estuviese en estos momentos informándole a Robin que había cambiado de parecer. Se contuvo y no miró atrás, a la casa, mientras el coche partía. Ya era demasiado que los Boscastles se dieran cuenta de la atracción desesperada que sentía por Alethea, como para que encima les dejara entrever lo enamorado que estaba.
– ¿Se les ocurrió alguna vez a ustedes tres que mis asuntos privados no les pertenecen?
Devon ululó burlándose.
– Naciste en la familia equivocada. Entre nosotros no hay privacidad. Cada pecado y escándalo es sometido a la cábala para su escrutinio y discusión.
– Dios mío -murmuró Gabriel levantando la vista al cielo, como si recordase que alguna vez había recibido ayuda de ahí.
No. Eso no era justo. Había rezado dos veces en su vida, que pudiese recordar. Una vez que su madre estaba ardiendo en fiebre y el doctor había predicho que moriría. No había muerto. La segunda petición al Todopoderoso había sido cuando estaba en la tabla de castigo y el coche de Alethea había entrado a la plaza. Rezó para que no lo notara. Y lo había notado. ¿Y en cuanto a haber nacido en la familia equivocada? No iba a mostrar que cuando lo incluyeron le agradó e hizo que se preguntara qué diablos había pasado con sus tres salvajes hermanos. No importaba las veces que se decía que le daba lo mismo su desaparición, sentía igual sus ausencias en su vida. ¿Tenía sobrinos y sobrinas que nunca había conocido? Una parte de él lamentaba esa pérdida. Era como si le faltara uno o dos miembros.
Familia. No podía sanar todas las penas, pero las hacía llevaderas.
Heath se inclinó hacia delante.
– Alégrate, primo. La historia de tus pecados no saldrá de nuestras bocas bajo pena de tortura para caer en las delicadas manos de mi hermana Emma. Desprecia el cotilleo bajo.
– Lo que no es ninguna garantía que otros no hablarán de tu mala conducta pública -se apresuró en agregar Drake.
Devon estiró sus desgarbados miembros.
– En realidad, está garantizado que todo o todos los crímenes que cometas, serán sometidos a juicio por la opinión pública, hasta el día que te mueras.
Gabriel miró fijo a cada uno de sus primos de ojos azules.
– ¿Y vosotros, sólo por la bondad de vuestro corazones, decidisteis juntaros en mi coche para darme este consejo inútil?
Heath se quedó mirándolo.
– Me gustaría llevarte a un lugar.
– ¿Qué tal si te digo que no quiero ir a ninguna excursión familiar con vosotros? -preguntó Gabriel directamente.
Heath sonrió.
– Creo que tendríamos que persuadirte.