A las seis de la tarde de ese mismo jueves, Alethea había pasado rápidamente de la casa de su hermano en Cavendish Square, al más impresionante coche que había tenido el placer de ver. Como hermana menor de un conde, no se conmovía fácilmente, como alguien acostumbrado a movilizarse en un coche de postas. Y cuando los dos lacayos solícitos la habían instalado en el interior, con los seis caballos blancos relinchando con impaciencia aristocrática, una multitud de de curiosos se había reunido en la calzada a observar.
Alguien preguntó fuerte si el Marqués de Sedgecroft había instalado a una amante.
Ella sacó la cabeza afuera por la ventana y dijo,
– Por supuesto que no. Es fiel a la marquesa.
Uno de los reunidos era su prima, Lady Pontsby, que acababa de volver de una conferencia con su esposo. Le hizo una señal de aprobación a Alethea, levantó la nariz y secamente dio instrucciones a los espectadores para que la dejasen pasar. Cuando este intento falló, un lacayo alto e intimidante salió del coche a grandes trancos, con los tacos sonando, y altivamente ordenó que dejasen el paso libre.
– ¿Me podrías decir a dónde me van a llevar? -Alethea le preguntó a esta persona formidable, que reconoció como el lacayo mayor del marqués, el mismo que la había guiado a través de los pasillos secretos de la casa de su patrón.
Usaba peluca, tenía la nariz larga, y era muy atento con esta encantadora dama joven, que según le habían informado, iba a hacer una conexión deseable con la dinastía Boscastle.
Dijo que se llamaba Weed, lo que ya sabía. Le reveló que tenía un hermano, Thistle, también al servicio Boscastle, y ninguna tarea era demasiado trivial para ellos, o sus subalternos, para agradar a Alethea.
Y se dedicó a hacer una inspección minuciosa del interior espacioso del carruaje, como para asegurar su comodidad. Aparentemente todo estaba bien, hasta que la mirada astuta se fijó en sus zapatillas de raso azul, gastadas.
Pareció que se iba a ahogar. A ella se le encendieron las mejillas, probablemente todos sus zapatos tenían una mancha o una peladura o les faltaba un tacón.
– ¿Me llevan a ver al marqués? -preguntó súbitamente ansiosa ante la perspectiva de un encuentro privado, cuando había estado tan serena. No había ninguna razón para temer un encuentro con Grayson otra vez, pero todo este alarde, demostraba una importancia que la ponía nerviosa.
– No, milady – dijo gravemente-. Ha sido invitada a una merienda liviana con la marquesa y las otras damas de la familia.
– Oh, cielos. No sé si estoy vestida de acuerdo a la ocasión. -Por lo que Alethea recordaba, la marquesa podría haber posado para una revista de modas.
Weed golpeó en el techo, con una sonrisa tranquilizadora.
– Haremos un pequeño desvío, y entonces todo saldrá bien.
Alethea se acomodó bajo la manta forrada de armiño, sintiéndose en buenas manos. Si Weed tenía más hermanos disponibles además de Thistle para trabajar, como Dandelion, Burdock o Thorn [6], con la aprobación de la familia, les rogaría que entraran al servicio de su marido.
La posibilidad de volver a Helbourne Hall, que estaba en tan malas condiciones, y criar a los niños de Gabriel ahí, la hacía fruncir el ceño.
El coche rodó por las calles y en esos momentos se estaba deteniendo frente a una tienda cerrada. Echó un vistazo afuera y no se sorprendió al ver titilar una luz en las ventanas encima de la tienda y a alguien que se acercaba a la puerta haciéndole señas a Weed para que entrara. Escasamente habían pasado cinco minutos, y el lacayo volvió con dos cajas, que depositó delicadamente en el asiento frente a ella.
– Cortesía de Lady Sedgecroft.
El coche volvió a partir. Miró a la calle y vio a un hombre joven, extraño, sentado en la acera, que la miró con admiración. Desde el día que había sido testigo de la humillación de Gabriel en la tabla de castigo, cada vez que paseaba en coche, pensaba en él, incluso cuando estaba felizmente prometida con otro. Incluso cuando sabía que Gabriel estaba lejos, peleando en la guerra junto a su hermano y primos.
Tal vez siempre tendría un lugar tierno en su corazón para aquellos niños malos, perdidos, y las niñas que no podían evitar amarlos. Y Gabriel parecía compartir esta simpatía, y aunque no quería admitir ninguna debilidad, había descubierto que había tomado a su tocayo bajo su alero, antes de irse de Helbourne.
Finalmente el coche disminuyó la velocidad. Bajó la vista y se dio cuenta de que tenía que abrir las cajas que había traído Weed.
– ¿Está lista para escoltarla adentro, milady? -Weed preguntó asomándose por la ventana.
Rápidamente abrió la primera caja, y en medio de un delicioso despilfarro de papel tisú, encontró un par de zapatos de seda gris. La segunda, contenía un delicado chal de cachemira plateada que centelleaba con el brillo de una telaraña en una noche de verano.
Se puso los zapatos y el chal, un complemento perfecto para su vestido azul-tormenta, y respondió,
– Estoy lista… pero esta no es la residencia principal del marqués.
Weed inclinó la cabeza y la ayudó a bajar a la calzada.
– Es la residencia de su hermano mayor, Lord Heath, milady.
– Lord Heath -exclamó abriendo mucho los ojos. No lo había conocido en la fiesta de Grayson, pero en el campo Alethea y la esposa del cura se habían reído de la infame caricatura que exponía las partes privadas de Lord Heath, y que su esposa había dibujado en broma sólo para perderla y encontrarla circulando por toda Inglaterra.
– Oh, cielos. -Ella murmuró-. Es alguien intimidante, ¿verdad? ¿El que la familia llama la Esfinge?
– Lord Heath no está en casa. -Weed le informó, curvando sus delgados labios en lo que parecía una sonrisa-. Su esposa y las otras damas de la familia la están esperando.
Por cierto fue Julia, la esposa de Heath, la que se paró para darle la bienvenida a Alethea. En realidad, la reunión se parecía más a la iniciación de un aquelarre de guapas brujas jóvenes. No sabía lo que decía de su carácter el que se sintiera tan a gusto en medio de este círculo lleno de cotilleos, como le pasó esa tarde que la acogieron. Las damas hicieron una pausa en la conversación para saludar a Alethea y ofrecerle una selección de bebidas. Cuando se sentó, el animado intercambio se reinició.
– Los hombres Boscastle son retorcidos. – Julia anunció con su vaso de vino levantado para dar énfasis.
– Tengo una salvedad a eso -dijo Chloe Boscastle desde el sofá donde estaba con la cabeza apoyada en el hombro de su cuñada Jane-. Las mujeres Boscastle también lo son. Tenemos una antigua reputación de desarrollada astucia como auto defensa.
– Jane y yo no nacimos Boscastle -Julia dijo sirviéndole un vaso de vino a Alethea-. Pero creo que somos retorcidas.
– Eso prueba mi teoría -dijo Chloe-. Los hombres Boscastle las empujaron para que se pasaran de listas.
– Yo era astuta antes de conocer a Grayson -dijo Jane con una sonrisa socarrona-. Mi reputación se habría arruinado si no me hubiese casado con él.
– Pero fue un varón Boscastle el que te forzó al engaño, en primer lugar -dijo Julia.
Jane se encogió de hombros.
– Es verdad. Oh, me gustan tu chal y tus zapatos, Alethea.
– Gracias -Alethea dijo con una sonrisa agradecida-. Son perfectos.
– Alethea tiene una reputación intachable -dijo Chloe-. ¿O tienes algún secreto oscuro que confesar?
– No debiera confesar nada hasta después de la boda -dijo Jane-. Y me siento obligada a mencionar que nuestro miembro ausente, Emma, que está hasta su delicada nariz en asuntos ducales, es la excepción a la reputación de la familia completa, hombres y mujeres.
– El tema que estábamos discutiendo antes de que llegaras -dijo Chloe ondeando el dedo en dirección a Alethea-, es que el varón Boscastle… cualquier hombre en realidad… debe ser entrenado desde el principio. Confío en que te des cuenta de lo que te espera. Gabriel ha tenido una vida bastante dura, pero así fue con mi Dominic.
Alethea abrió la boca. -Bueno, yo…
– Has logrado más de lo que cualquiera de nosotras nos atrevíamos a esperar -intercedió Julia-. Nunca nadie pensó que Gabriel sería domesticado.
Los ojos azules de Chloe destellaban con picardía.
– Dinos cómo lo conociste, Alethea. Todos creíamos que nunca se enamoraría. Vosotras, las niñas del campo sois muy tranquilas, pero fue en el campo que me metí en los mejores problemas.
Charlotte Boscastle movió el lápiz para llamar la atención. Era una rubia esbelta que había sido promovida recientemente a la posición de directora de la academia para damas jóvenes que su prima Emma había mantenido en esa misma casa, hasta que se había casado con el Duque de Scarfield, un título que había heredado hacía dos meses.
– Habla lentamente, si no te importa. Estoy registrando la historia de la familia para la posteridad.